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dieciséis

Se acercaba el fin del curso y todos los días Madeleine tenía algo que hacer; bastaba con ver los colores que decoraban el calendario que tenía colgado enfrente de su escritorio. Las interminables horas de estudio ya comenzaban a pasarle factura y le costaba estar sentada más de veinte minutos seguidos. Desayunaba, comía y cenaba rápido para continuar con lo que tuviera que aprenderse. Al final del día, terminaba subida a la cama, con una hoja en la mano, recitando la lección a Tofu como si fuera un pasaje de Macbeth. 

Por las noches, apenas dormía. Era algo típico de la época de exámenes -siempre estaba ansiosa por los resultados-, pero había algo que la atormentaba aún más:

Will

tú sabías que los bonobos mantienen relaciones homosexuales cuando tienen algún conflicto???

en realidad es super turbio

01:17

????

01:20

yo me he quedado igual

01:22

Has visto la noticia sobre bonobos lesbianas y te ha apetecido contármelo?

01:24

no sé

me ha parecido interesante

y he pensado

seguro que a maddie le encantaría saber esta información crucial

espera

cómo sabes que son lesbianas y no gays

01:24

Lo acabo de googlear

01:24

sabía que esta información te iba a volver LOCA

01:24

HEMBRAS DOMINANTES?

01:25

Te lo dije.... es turbio

Intenta dormir ahora que sabes esta info

je je je

01:25

Es mucho más turbio que escribas je je je 

Das mal rollo

01:25

O sea, estás intentando que NO me duerma??

01:26

en efecto mi querida dama ;)

qué mejor forma de no dormitar que conociendo nueva y jugosa información sobre la vida sexual de unos primates

01:26

Estoy segura de que hay formas MUCHO mejores de quedarse despierta

01:26

si???

ilústrame, no??

01:26

LA CAFEÍNA???

01:27

ah claro

no había pensado en eso je je 

01:29

La madrugada se había convertido en el único momento del día en el que hablaban. Will siempre enviaba algo a Maddie, sin ningún tipo de contexto, en muchas ocasiones información que, según él, le haría ganar un concurso de televisión... Y, a lo tonto, se quedaban hablando durante horas. Maddie supuso que aquello no era más que una excusa para romper el hielo; al fin y al cabo, Will era el que siempre enviaba un ''qué tal'' pasados unos cuantos minutos. Luego, cuando Maddie ya le había contado que tampoco había hecho gran cosa durante el día, él volvía a enviarle alguna notica curiosa. Y Madeleine terminaba sonriendo a la pantalla de su teléfono hasta que Will se arrepentía:

es muy tarde

seguro que mañana tienes exámenes

descansa

02:47

Gracias!

Buenas noches 

Que sueñes con los angelitos

02:47

entonces soñaré contigo

me la has dejado a huevo 

02:47

Tendré que ponértelo más difícil entonces

02:48

sé que vas a llevar el vestido negro y el bálsamo de cereza cuando nos volvamos a ver maddie

eso no es precisamente ponerlo difícil

02:54

La certeza con la que siempre hablaba Will le ponía nerviosa. Le revolvía el estómago. Era lo que realmente le hacía quedarse despierta toda la noche. Él estaba cien por cien seguro de que iba a volver a verla, pero ella... no tanto. La inseguridad estaba encargándose de hacer el trabajo sucio y, cada vez que recordaba la promesa de acompañarle en el examen, empezaba a autosabotearse. Y a querer huir. A apagar el teléfono y no contestar nunca más.

Porque tenía miedo del rumbo que estaban tomando sus conversaciones. 

Porque Will parecía conocerla demasiado bien -sí, iba a ponerse aquel vestido-, y a Maddie le aterrorizaba que pudiera ser tan transparente. Porque lo de tener una coraza opaca alrededor del corazón no lo había hecho adrede... y temía que Will pudiera romperlo sin apenas mover un dedo.

*****

Algunas plantas ya comenzaban a florecer con timidez, y los jardines del campus del MIT iban poco a poco convirtiéndose en una especie de cuadro impresionista, con colores cálidos y claros salpicando zonas verdes. Aún así, aunque la primavera parecía haberse instaurado por completo, el tiempo seguía cambiando de un minuto a otro.

Bueno, o puede que Maddie estuviera destemplada por culpa de los nervios, de ahí que estuviera casi tiritando en pleno mayo. 

Vio a un grupo de alumnos pasar por delante de ella. Llevaban mochilas gigantescas, vestían con ropa oscura y hablaban entre ellos con esa hostilidad típica de los minutos anteriores a un examen. Madeleine les siguió con la mirada y, cuando devolvió la vista a la entrada de la Facultad de Ingeniería, notó una presencia a su lado. 

Will rebuscaba algo en su mochila y llevaba una carpeta bajo el brazo. Vestía igual que sus alumnos, pero, en su cuerpo, parecía ropa totalmente diferente. 

—Hola. —saludó, sin apartar la vista del fondo de su mochila. Por fin, encontró su identificación. Se la colgó del cuello.— Gracias por venir.

Maddie sonrió. No dijo nada. Se limitó a observar cómo Will se ajustaba sus gafas de pasta. Se notaba a la legua que no estaba acostumbrado a sentir el peso de la montura sobre su nariz.

—Llevas lentillas desde hace mucho, ¿verdad?

—¿Se nota que solo me pongo las gafas para que me den un aire intelectual?

—Sí, —se rio Maddie. Will chasqueó la lengua y rodó los ojos de forma exagerada, teatral. —pero te quedan bien.

El pelinegro cambió de expresión a la velocidad de la luz. Esbozó una sonrisa entre juguetona y orgullosa y volvió a empujarse la montura hacia el entrecejo. —Gracias, aunque estoy más guapo sin ellas. Y sin ropa.

Maddie frunció el ceño casi de forma instintiva, pero Will fue rápido y supo reconducir la situación antes de que ella soltara una carcajada de lo más escandalosa. La condujo con suavidad hacia la entrada principal de la facultad, colocando su mano en el antebrazo de Maddie, y caminaron juntos por un largo pasillo hasta que comenzaron a ver los carteles con la numeración de las aulas. Will se detuvo cerca de una ventana y dejó la carpeta que llevaba sobre el alféizar.

—No tienes que hacer gran cosa, —le explicó a Maddie, cruzando miradas rápidas entre ella y entre los papeles que estaba contando con el índice— solo pasearte por ahí y fijarte en si alguno está copiando. Son ingenieros químicos, no se les da muy bien crear artilugios sofisticados para copiar; eso es cosa de los de diseño. 

—¿Tus alumnos suelen copiar?

—No, pero nos obligan a tener un vigilante por cada treinta alumnos, así que... 

—Vale. Pasearme y ver si tienen chuletas.

Will le dedicó una sonrisa alentadora antes de utilizar su identificación para entrar en un aula vacía. Era bastante grande, similar a los anfiteatros de la Facultad de Psicología de Harvard que tan bien conocía Madeleine, solo que algo más gris. Will dejó sus cosas en el escritorio que presidía la sala y Maddie hizo lo mismo mientras él se aseguraba de que todo estaba en orden. Cuando el reloj marcó las nueve menos diez, los alumnos comenzaron a entrar. No parecían mucho más jóvenes que Maddie y el pelinegro, que saludó a quienes pasaron a su lado. 

La clase se llenó en menos de dos minutos. Will sacó los exámenes de la carpeta y se apoyó en la madera del escritorio. Cruzó una última mirada con Maddie, a su lado, con los brazos cruzados sobre la cintura y la espalda algo tensa. 

—Voy a pasar lista. ¿Adams...?

Madeleine le observó mientras iba diciendo los nombres de sus alumnos. Estaba sentado en la mesa, con la lista en una mano y un bolígrafo en otra. Se reía cuando sus alumnos bromeaban e incluso llegaba a hacerlo él, como si quisiera aligerar el ambiente, como si se llevara bien con todos y cada uno de los chicos que tenía delante, como si no le diera pánico tener a ochenta personas pendientes de él. Parecía ser el típico profesor enrollado pero exigente. Will tenía ese aura de líder nato, de persona talentosa, de alguien que estaba en el lugar y tiempo correctos, como si aquello estuviera hecho para él. Maddie sintió un poco de envidia. La envidia pasó a ser admiración, y la admiración pasó a ser un pensamiento corto y claro: es guapísimo.

La única chica de la sala volvió a la realidad precisamente por eso: al acabar de oír todos los nombres de la lista, se dio cuenta de que era la única mujer. Will ya le había adelantado que sus clases eran ''auténticos campos de nabos'', pero Maddie había querido creer que no era tan literal. Resultó ser abrumadoramente cierto.

Maddie se obligó a dejar de observar la clase. Justo en ese instante, Will le tendió la mitad de los exámenes.

—Mi ayudante y yo os iremos repartiendo el examen. Tranquilo, Joe, ya sé que me vas a preguntar por el papel. Luego os lo damos. —el pelinegro comenzó a dejar las hojas en los pupitres del lado izquierdo, así que Madeleine fue por el contrario— El examen tiene tres preguntas. Cuando yo os diga, tendréis dos horas y media para hacerlo.

¿¡Dos horas y media!? fue lo que quiso gritar Maddie, sorprendida y horrorizada a partes iguales. Continuó repartiendo los exámenes, subiendo despacio las escaleras del aula, y volvió a situarse cerca del escritorio cuando terminó. Will había sido más rápido y ya estaba repartiendo hojas en blanco, pero enseguida volvió a su lado. 

Espero a que todos los alumnos estuvieran atentos a su señal. Will miró el reloj de su muñeca un par de veces antes de decir un escueto: —Ya.

Madeleine esperó unos cuantos minutos antes de comenzar a pasearse por la clase, a paso lento, mirando por encima del hombro a los alumnos y observando con cuidado hasta el plástico de sus bolígrafos. Nunca había copiado, pero había visto cómo sus compañeros de instituto se las ingeniaban para colar chuletas, así que escudriñó hasta el más mínimo detalle de cada pupitre.

Will supo que había cometido un error cuando se dio cuenta de que él era el primero que no estaba haciendo su trabajo: en lugar de vigilar a sus alumnos, seguía con la vista a Madeleine, que estaba de espaldas, subiendo las escaleras del anfiteatro. Su melena castaña se balanceaba al son de sus caderas cada vez que subía un escalón. Will hizo un esfuerzo titánico para centrarse en otra cosa que no fuera ella, en su cintura estrecha o en el suave aroma afrutado que había dejado en el aula. 

Notó que él no era el único desconcentrado: un par de alumnos se giraron en cuanto Madeleine pasó por su lado. Cuchichearon algo. Se rieron. 

A  Will no le quedó otra que llamarles la atención. Primero fue un aplastante ''shh'' y una mirada de reproche, luego, cuando volvieron a hacer lo mismo, Will bramó un ''eh'' que llamó la atención de todo el alumnado.

—Ya sé que es la primera mujer real que veis en años, pero, por favor, haced el examen. No quiero que suba el ratio de suspensos. —bufó, cruzándose de brazos, hundiéndose en el respaldo de la silla y subiendo los pies al escritorio, como si no fuera el mismísimo profesor. 

Madeleine soltó una risilla y decidió quedarse en lo alto del aula, donde podía ver a todos los alumnos sin problema y donde tan solo Will podía verla a ella. Le cazó un par de veces mirándola, así que, con la excusa de ver la hora, sacó su teléfono y le envió un mensaje.

Tú también deberías estar vigilando el examen

09:26

Vio a Will sacar su móvil del bolsillo de su pantalón. 

ha sido un error traerte

me distraes

09:26

No estoy haciendo nada???

09:26

mirarme como si quisieras comerme la boca?????

09:26

¿Era tan evidente? El corazón de Maddie comenzó a latir con fuerza, como si fuera ella la que estaba haciendo el examen y no aquellos ochenta alumnos. Alzó la vista para cruzarse nuevamente con los ojos oscuros de Will y con el hoyuelo que siempre asomaba cuando sonreía con esa picardía que resultaba encantadora. El pelinegro guiñó un ojo y Maddie respondió arrugando la nariz. 

El tiempo parecía pasar más lento que nunca. Madeleine podía escuchar el suave avanzar de las agujas de un reloj que ni siquiera veía, y los alumnos parecían estar cada vez más cansados. Algunos tenían ya la cabeza entre las manos y mostraban signos preocupantes de desesperación. Maddie intentó entender algo de lo que estaba escrito en los enunciados, pero se dio por vencida. Bajó las escaleras y se acercó a Will.

—¿De verdad dura dos horas y media? —le preguntó, susurrando, inclinándose levemente hacia él, preocupada por los alumnos que no dejaban de resoplar. 

Will negó rápidamente con la cabeza. —Se están empezando a desquiciar. No tardarán en entregar los primeros exámenes.

Apenas había pasado la primera hora cuando el vaticinio de Will se cumplió. Algunos chicos se dieron prisa en abandonar la clase, otros se quedaron hablando con su profesor unos instantes. Otros, los más atrevidos, entregaron sus exámenes a Madeleine. Un joven rubio que juró haber visto en una de las fiestas a las que fue le dio, además del examen, un trozo de papel doblado.

—Escríbeme. —le dijo, con una sonrisa radiante y típica de un chico de fraternidad. Madeleine desdobló el folio y vio un número de teléfono. 

Ella se limitó a fruncir los labios en una especie de sonrisa. No dijo nada, aunque estuvo a puntito de hacer un comentario desafortunado sobre la calvicie incipiente del rubio. Continuó guardando los exámenes que le entregaban hasta que Will dejó de hablar con los alumnos. Maddie se fijó en un papel garabateado que estaba sobre el escritorio: Will les había explicado cómo resolver uno de los problemas. 

Transcurridos noventa y dos minutos, Will dio por concluido el examen. Un último alumno se despidió de él después de que el pelinegro le preguntara qué tal le había ido. Maddie se quedó en el sitio pensando en lo buen profesor que debía ser Will. Todos sus alumnos parecían llevarse bien con él, y viceversa. 

Cuando la clase estuvo vacía, Will dejó escapar uno de sus suspiros melodramáticos.

—Bueno, pues ya está- ¿Qué es esto?

Madeleine le había tendido el papel arrugado con el número de teléfono. —Uno de tus alumnos quiere que le escriba.

Will disimuló bastante bien sus celos con una carcajada. —Normal, Maddie. Todos tenemos la fantasía de ligarnos a una profesora sexy, ¿sabes?

Ella rodó los ojos. Arrugó el papel y lo lanzó a una papelera. —No soy profesora.

—Ellos creen que sí. —le recordó Will, que terminó de guardar los exámenes de vuelta en la carpeta— ¿Nunca has pensado dedicarte a la docencia? Te pega.

—Por las gafas, ¿verdad? —dijo Madeleine con cierta sorna.

Will sofocó una nueva carcajada. —No, porque tienes pinta de que siempre te ha gustado enseñar las cosas que te gustan. —se encogió de hombros— Así es como decidí dar clases. Solo hablo y hablo sobre lo que hago... y me pagan por ello. Muy poco, todo hay que decirlo, pero me pagan. ¿No te gustaría?

—La verdad es que no. Tener a tanta gente delante es... agobiante.

—Llega un momento en el que no ves a tus alumnos. Simplemente hablas, señalas una presentación con un puntero láser y te vas a casa. Mola.

Madeleine agitó la cabeza, aunque no pudo evitar sonreír. —No creo que sea lo mío, pero se nota que a ti te gusta. Pagaría porque dieras clases en Psicología.

El pelinegro enarcó las cejas y se giró hacia Maddie con tanto dramatismo que hasta resultaba cómico. —¿Y así vivir la fantasía de besarte con tu profe, Maddie? Uy, uy, uy... Qué traviesa.

—Will, por favor. —a pesar de que estaba intentando parecer molesta, no podía dejar de sonreír. Otra vez esa maldita incongruencia entre cuerpo y mente. Empezaba a parecerle una sensación demasiado desagradable. 

—Tiene cierto morbo, lo reconozco. Sentir la tensión durante las clases, echar miraditas, pedir tutorías para liarte con tu profe en el despacho...

—¡Will, que son las diez de la mañana!

—¿Te estoy poniendo nerviosa, a que si?

—¡No!

—Vale, vale. —alzó las manos en son de paz, se echó la mochila al hombro y, por fin, dijo: —¿Nos vamos?

Madeleine se quedó observando al pelinegro unos segundos. Algo falló en su filtro mente-labios, y sin procesarlo, soltó: —Dios, te arrancaría esa sonrisa de cuajo. Te cosería la boca para que no pudieras sonreír más.

Sus palabras fueron motivo suficiente para que esa sonrisa se ensanchara, luciendo más socarrona, mostrando los colmillos de Will y haciendo que, por fin, apareciera el otro hoyuelo. Maddie no fue capaz de sostenerle la mirada y, efectivamente nerviosa, se giró y puso rumbo hacia el pasillo. Escuchó una risilla grave a sus espaldas, pero prefirió ignorarla.

—No sabía que tenías este lado sádico... —le oyó comentar, juguetón.

Maddie se paró en seco. Bastó una advertencia con el índice para que Will volviera a mostrarle las palmas de las manos y a poner cara de no haber roto un plato en su vida. En el fondo, a ella también le resultaba divertido, pero llevaba tantos años actuando de aquella manera, a la defensiva, que no pudo evitar hacer aquel gesto y lanzarle esa mirada amenazadora. Fue casi memoria muscular. 

Caminaron juntos hacia la salida de la facultad. Fue Madeleine quién rompió el silencio, con rapidez, como si se sintiera culpable por haber roto la fluidez de su conversación anterior. —¿De qué narices se supone que iba el examen...?

Will dejó claro que le encantaba hablar de lo que le apasionaba, y tenía una facilidad enorme para hacerlo con palabras que incluso Maddie, que sabía de ingeniería lo que de astrofísica, pudo entender. Ella reiteró que ser buen profesor le sumaba atractivo. Antes de pasar por la salida de la Facultad, Will puso la mano en el brazo de Maddie. Fue un contacto casi fortuito, corriente, un gesto que realizaría con cientos de personas... y, aún así, Maddie fue capaz de notar la calidez del tacto de Will.

—Perdona. Ya te he entretenido lo suficiente, así que no te voy a hablar de catalizadores. Tengo que ir a dejar los exámenes al despacho, así que-

—Te acompaño. 

—¿Eh?

—Sí, te acompaño. Total, me ha entrado la curiosidad y ahora quiero saber más sobre catalizadores en reacciones fármaco-celulares.

Will pestañeó un par de veces, perplejo. —¿Segura?

Al parecer, Madeleine no era la única desconfiada. Asintió, sonriente, y Will no tardó ni dos milésimas de segundo en devolverle la sonrisa y en mostrarle el camino hacia el ala de oficinas y despachos mientras seguía hablando de cómo los ingenieros químicos podían mejorar la eficacia de algunos medicamentos. Con Will, Maddie no se iba a la cama sin aprender algo nuevo.

Lo que Will no sabía es que Madeleine había distribuido perfectamente su tiempo, que había calculado con la precisión de un relojero todo lo que estaba haciendo. Se había pasado media noche intentando descifrar cómo iba a actuar Will y, de momento, estaba acertando con sus aproximaciones. Lo próximo que tenía que hacer era ofrecerle un café. Si no se equivocaba, Will tenía la mañana libre: su horario de tutorías estaba colgado en la página de la Facultad y, además, Madeleine había enviado a Grace a que comprobara que era el horario correcto; no tenía entrenamiento hasta las tres de la tarde y dudaba que corrigiera los exámenes el mismo día de la evaluación. Así que, en teoría, tenía vía libre.

—Oye, esto de los procesos exotérmicos es muy largo... ¿No tienes sed de tanto hablar?

—No. ¿Te estoy aburriendo?

—No. Oye... ¿y no se te cansan las piernas de andar por este sitio tan grande? ¿No te apetece sentarte y tomar un café...?

Will chasqueó los dedos cuando, por fin, pilló la indirecta. Se rio. Luego, ahogó un grito, llevándose la mano al pecho. —¿¡Me estás pidiendo una cita y yo con estas pintas!? Joder, deja que lleve esto al despacho y vamos donde te apetezca. 

Se llevó el mérito de haber hecho reír a Madeleine más que ningún otro hombre en mucho tiempo. Ella soltó una carcajada. Asintió y le esperó en el pasillo, paciente y con una sonrisa que no dejó de curvar sus labios. Cuando Will volvió, sin carpeta y sin mochila, guardándose la identificación en el bolsillo de su pantalón, volvieron a caminar juntos.

El pelinegro se aclaró la garganta antes de continuar con su lección exprés sobre reacciones exotérmicas, que Maddie escuchó con una sonrisilla mientras se dirigían hacia el exterior. Una pequeña estructura similar a un invernadero llamó la atención de Maddie. La señaló, interrumpiendo a Will.

—Perdona, pero, ¿qué es eso de allí?

—Es un jardín sostenible o no sé qué... Yo no tengo ni idea de lo que se hace fuera de mi Facultad, la verdad.

—Ya veo. ¿Podemos ir a verlo?

Will parecía algo indiferente, puede que un poco extrañado, pero accedió. No tenía ni la más mínima idea de lo que había urdido Maddie que, al contrario que él, sí sabía lo que pasaba en otras facultades... e incluso en otras universidades.

El plan era sencillo: una romántica cita entre rosales, camelias y plantas exóticas, como si fueran una pareja de la época de la Regencia. Madeleine había investigado sobre el jardín en la página del MIT, en Google Maps y hasta en una página donde la gente recomendaba sitios donde se podían hacer cosas poco ortodoxas. Esas cosas no estaban incluidas en el plan de Maddie; además, en la web, varios usuarios puntuaban el invernadero como poco íntimo.

Will utilizó su identificación para abrir la cerradura digital del jardín. 

—Guau, qué potente es el carné de personal investigador y docente. —comentó Madeleine.

—¿Verdad? Es lo único bueno de un Doctorado.

—Bueno, también te pagan por hablar de lo que te gusta, aunque podrían subirte el sueldo. Lo haces muy bien.

—Gracias por alimentar mi ego, Maddie. Si paso más tiempo contigo, me creeré un Dios. 

Ella sonrió. Durante unos largos minutos, hizo como si estuviera súper interesada por las flores. Olió algunas, le preguntó a Will si sabía el nombre de las que no tenían cartel con la excusa de que él era una enciclopedia andante, hizo alguna que otra foto... Pero terminó distrayéndose. 

La cercanía que mantenía con Will le empezaba a poner nerviosa. Esa cercanía física hacía que sintiera un cosquilleo en los brazos, que un escalofrío le recorriera la espalda cada vez que se chocaba con el firme torso del pelinegro. Es absurdo, pensó, ni siquiera me está tocando. Ni siquiera lo estamos haciendo adrede, y siento que me va a explotar el estómago. Era casi físicamente imposible que pudiera sentir el calor de Will, o su suave respiración en la nuca, pero lo sentía.

El hormigueo fue en aumento cuando escuchó la voz grave de Will vibrar en su pecho. 

—Gracias por devolverme el favor, por cierto. Tiene que haber sido un coñazo.

Madeleine se giró ligeramente hacia él. El costado de Maddie quedó en contacto con el tronco de Will. Ya no era un roce ligero de sus cuerpos. Si él quisiera, podría engullirla en un abrazo. 

—Pues ya estamos en paz, ¿no?

—Ah, —Will pareció haber recordado algo— y yo tenía razón.

—¿Sobre qué?

—Sabía que te ibas a poner el vestido. 

Ojalá no note que me está yendo el corazón a mil por hora. Su voz, su sonrisa socarrona, la proximidad, el ambiente húmedo y cálido del invernadero, sus ojos de color pardo mirándola como si estuviera esperando un pistoletazo de salida... La tensión podía cortarse con una espada de juguete. Era inevitable. 

Maddie echó un vistazo al invernadero para asegurarse de que estaban solos. Iba a lanzarse cuando, de repente, Will se alejó estirando los brazos hacia los lados.

—¡Pero bueno...! Qué sé yo. Era una probabilidad alta, no quiero decir que lo hayas hecho a posta, claro. 

Aunque estuvieran a poco más de un metro de distancia, parecía que les unía un hilo. Una soga, más bien, ancha y recia, que hacía fuerza para contener su deseo. Era una sensación algo agobiante, pero Madeleine encontraba algo de placer en ella. Frunció los labios. Tomó aire por la nariz.

Y Will volvió a provocarla. —Nerviosa, ¿eh? 

Ella alzó la mirada. Él sonrió, volvió a encogerse de hombros y soltó uno de esos suspiros teatrales, cerrando los ojos. 

—¡Qué remedio...! Tendré que besarte para saber si también llevas el bálsamo de cereza... —dijo, como si fuera una molestia cuando, en realidad, se moría por hacerlo. 

Fue más rápido, con menos preámbulos, con menos timidez. Will besó a Madeleine, tomando su cintura y pegándose bien a su cuerpo, dejando que ella se acomodara entre sus brazos. Inspiró profundamente, como si quisiera inhalar el aroma suave del perfume de Maddie, como si necesitara aquel beso más que el propio oxígeno. Pasó su lengua por los labios de la chica y se separó unos milímetros de ella, justo cuando Maddie movía la mano por su cuello, intentando llegar al inicio de sus rizos negros.

—Lo sabía, lo sabía. —repitió, satisfecho. 

Las monturas de sus gafas chocaron, así que Will no dudó en quitarse las suyas, guardándoselas sin mucho cuidado en el bolsillo del pantalón. Si Maddie no tuviera la mente nublada por el beso, le habría dolido en el alma, pero estaba tan obnubilada, tan maravillada, que le pareció el gesto más atractivo del planeta.

Quizá fue esa nube de deseo lo que hizo que Maddie no notara cómo el tacto de Will había cambiado. No era tímido, ni gentil; era efusivo, casi irrefrenable. Había colocado una mano en su muslo, y buscaba desesperadamente la abertura lateral del vestido. Quería sentir cada centímetro de la piel de Maddie y, si tuviera que competir con ella en quién de los dos tenía la mente más nublada, ganaría él. Lo carnal iba ganando terreno y era incapaz de dejar de mover sus manos por el cuerpo de Maddie; por su cintura, por su cadera, por sus nalgas, por su espalda, por su cuello. 

Ella continuó besándole hasta que descompasó su ritmo. Los latidos de su corazón, que le hacían sentir el vientre más vivo que nunca, comenzaron a irradiarse de nuevo hacia su pecho. Luego, hacia sus oídos, que empezaron a martillear como si tuviera un maldito herrero aporreando un yunque en su cabeza. Aquella especie de fervor fue disipándose. Will ya no le estaba tocando para hacerle sentir bien; la estaba manoseando y era incómodo. El beso ya no le sabía a cereza. La temperatura estaba subiendo. El aire se le estaba agotando. Los besos en el cuello eran demasiado húmedos y asquerosos. Las fuerza del cuerpo de Will se le hizo insoportable. Seguro que había alguien grabándoles desde el exterior del invernadero. Seguro que él iba a reírse de ella.

Maddie le empujó con una brusquedad que hasta a ella misma le pareció fuera de lugar. Intentó recuperar la respiración lo más rápido que pudo. Se pasó una mano por el pelo y otra por la tela del vestido. Aún jadeosa, solo fue capaz de soltar un:

—Perdona.

Y se marchó, dejando a Will con las mejillas enrojecidas y con el recuerdo del sabor algo amargo del bálsamo de cereza aún en la punta de la lengua.

Dejó a Will preguntándose qué había pasado y con el fantasma de las caricias de Madeleine aún acechando la piel de su nuca.

**********

quien lea esto se convierte automáticamente en la persona más real del planeta. love you. 

espero que se entienda que will no hace nada mal, es simplemente madeleine la que se agobia. de todas formas, en el próximo capítulo tendréis explicaciones algo más detalladas jijiji







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