dieciocho
A veces podía verle desde la ventana de su habitación, a lo lejos, caminando con ese aire despreocupado tan suyo. Madeleine vio cómo Will se paraba en seco al oír la notificación del mensaje que ella acababa de enviar. Agachó la cabeza para ver cómo tres puntos aparecían en la esquina inferior de la pantalla de su teléfono. Luego, volvió a mirar por la ventana. Tuvo que agudizar la vista para poder comprobar que, en efecto, Will estaba tecleando algo.
Will
claro
18:06
¿Tienes algún hueco libre en tu agenda?
18:06
Maddie tuvo que esperar un rato para obtener una respuesta. A través de la ventana, observó a Will con impaciencia, instándole en silencio a que simplemente escribiera algo. O mandara un emoji. Lo que fuera, pero que contestara. Maddie esperó que sus plegarias llegaran a él por telepatía, señales infrarrojas o lo que fuera. A pesar de la larga distancia que los separaba, la de gafas supuso que Will estaba pensándose bien la respuesta.
si
18:07
Genial
¿Cuándo podemos vernos?
18:07
De nuevo, una espera eterna. Volvió a mirar por la ventana, pero Will había comenzado a caminar y fue perdiéndolo de vista. Maddie chasqueó la lengua con fastidio, se sentó en la vieja silla de oficina que tenía frente al escritorio y esperó. Veía los puntos suspensivos aparecer en una burbuja, pero nada. ¿Qué narices estará escribiendo?
Hizo un ejercicio de fuerza de voluntad enorme para no empezar a imaginar todas las posibles respuestas... pero no lo consiguió y, después de que su mente trabajara a una velocidad insana para analizar cada detalle del contexto, llegó a la conclusión de que había pillado a Will por sorpresa. Que el jugador de vóley creía que Maddie hablaría con él, pero no en persona.
En realidad, enviarle un larguísimo mensaje escrito a conciencia y corregido varias veces era el plan inicial de Madeleine. Sin embargo, recordó que por mensaje perdería mucha información no verbal, así que decidió que lo mejor era armarse de valor y ver a Will. Además, la voz melodiosa de la profesora Berkowitz resonaba de vez en cuando en su cabeza, repitiéndole ese ''¿crees que merece la pena?''
Madeleine había tenido el tiempo suficiente para cambiar su mentalidad: de estar casi segura de que todo iría mal a pensar que, hiciera lo que hiciese, saldría ganando. Si Will entendía cómo se había sentido, claro que merecía la pena; si no, le dejaría ir porque alguien incapaz de empatizar no estaba hecho para ella (y, además, ganaría una buena anécdota para contar en los sábados de fiesta: ''¿os acordáis de cuando me obsesioné con ese chico y resultó ser un estúpido?'').
es muy precipitado si te digo que ahora tengo tiempo libre?
18:09
Si Maddie no hubiera sufrido ese cambio en su actitud, seguramente hubiera pedido al presidente del país que declarara el estado de alarma, pero estaba preparada para afrontarlo. Quería quitárselo de encima cuanto antes. Quería dejar atrás la incertidumbre. Necesitaba aclarar las cosas.
No, podemos vernos ahora
18:09
quieres que me pase por tu casa?
18:09
Mejor nos vemos en otro sitio
18:09
tú mandas
18:09
Le pasó la ubicación de una zona de descanso al aire libre, en el parque que Madeleine podía ver desde la ventana. Controlando su respiración y siendo consciente de que todo iba como lo planeado, Maddie se peinó, se aseguró de que su maquillaje estaba bien, se calzó y dejó a Tofu cuidando el apartamento.
Está receptivo, repetía en su cabeza. Está receptivo y todo va a ir bien. Vas a explicarte sin trabarte. Va a ir fenomenal. Si no quisiera hablar, no habría contestado. No pasa nada. Confía en ti. Va a ir bien.
Madeleine no había llegado al parque y ya podía ver a Will, esperando de espaldas, con las manos en los bolsillos de su pantalón deportivo. Ralentizó el paso con la intención de que también lo hiciera su corazón, que latía a la misma frecuencia que uno a punto de infartarse. Le dio un par de toques en la espalda.
Will se giró hacia ella, y Maddie pudo ver cómo un sinfín de emociones se reflejaban en su mirada algo cansada. Primero alegría, luego alivio, después un rayo de enfado y, por último nerviosismo. Sus ojos pardos no mentían, a pesar de que lo disimulaba bastante bien. Esbozó una sonrisa que Madeleine devolvió al instante.
—Hola. —le saludó, con esa familiaridad y calidez que a veces incluso le resultaba desconcertante.
—Hola. ¿Quieres que vaya al grano...?
Porque no podían negar que había algo raro entre ellos, que no parecían tan cómodos como otras veces; era obvio, así que lo mejor que podían hacer era gestionarlo cuanto antes.
El pelinegro entornó los ojos, fingiendo sospecha. —¿Crees que necesito sentarme?
—¿Te fallarán las piernas? —respondió Maddie, socarrona, casi sin darse cuenta.
Will sonrió fugazmente y ella se dio cuenta de que el ambiente parecía más ligero. Fue él quien se encaminó hacia uno de los bancos de madera del parque.
—Por si acaso. —dijo mientras se sentaba. Esperó a que Maddie hiciera lo mismo y se quedó un segundo observándola, expectante.
Ella dejó la vista fija entre sus manos, apoyadas sobre su regazo. Tomó aire por la nariz y lo soltó en una exhalación rápida.
—Siento lo del otro día. Me agobié, empecé a pensar en cosas que no debería y... me marché como una auténtica cobarde. Lo siento. No hiciste nada mal, —añadió— fue mi culpa. Quería decírtelo porque-
—No.
Sonó cortante, algo enfadado y puede que incluso frío; a Madeleine le dio un vuelco el corazón. Giró la cabeza hacia Will, que la miraba con el ceño fruncido.
—¿No...?
—Que no fue tu culpa. No al cien por cien, por lo menos. Yo me lancé sin pensarlo, así que entiendo que pudieras agobiarte. Fui demasiado rápido.
—Fui yo la que me marché con el rabo entre las piernas. Te dejé tirado ahí, Will. —le recordó Maddie. Su tono de voz sonó algo más firme, pero su mirada decía todo lo contrario: estaba empezando a asustarse... otra vez.
—Ya, pero yo fui el que hizo que te sintieras incómoda.
—No. —fue Maddie la que sonó cortante. Agitó la cabeza. —No, Will. No me agobié porque fueras rápido, joder.
El pelinegro se frotó la cara, pasándose la mano por la mandíbula y la boca. Se quedó en silencio unos instantes, como si estuviera procesando su frustración. Madeleine volvió a dejar la cabeza gacha. Quizá no estaba mereciendo la pena.
—Entonces, ¿por qué fue?
Maddie se encogió de hombros. La voz grave de Will había sonado más suave, sedosa, y se podían captar ciertos matices de compasión. De curiosidad. De interés. Cruzaron una mirada efímera, pero Madeleine fue capaz de interpretarla: ''sin presión''.
—Porque empecé a pensar que... —intentó buscar las palabras adecuadas, pero todas se quedaron atascadas en su garganta. Volvió a subir los hombros. —Pensé que algo iba mal. Fue un pensamiento intrusivo que fastidió todo. Lo siento. No era mi intención. Sé que jode. Quiero decir, que te dejen así tirado jode, y siento que esta vez haya sido tan brutal. Siento que te doy señales contradictorias... así que, lo siento muchísimo.
Sentía la mirada de Will clavada en ella. De nuevo, los segundos que tuvo que esperar para obtener una respuesta le parecieron horas interminables y angustiosas. El largo suspiro algo gutural que emitió Will fue lo que le hizo girarse hacia él: había apoyado los codos en las rodillas y algunos mechones negros de su cabello caían hacia delante. Se frotó el cuello justo antes de hablar.
—¿De verdad todo iba bien?
Madeleine asintió. —Sí, de verdad. El beso estaba siendo perfecto, y el de la fiesta también, y...
—¿No crees que he ido demasiado rápido?
La pregunta era simple y sincera. Lo pudo saber por cómo la estaba mirando, con crudeza y algo de preocupación. Maddie se mordió el labio inferior y terminó asintiendo.
—Un poco, la verdad. ¡Pero es que- también es que yo soy demasiado lenta!
—Cuando estuvimos jugando al Mario Kart-
—Me pillaste desprevenida.
—Evitaste mi beso porque me lancé de golpe. —corrigió Will. Agitó la cabeza mientras se reía con una mezcla de incredulidad y vergüenza, como si su comportamiento le resultada gracioso a la par que bochornoso— Dios, soy imbécil.
—Créeme; un imbécil no estaría sacándose un doctorado.
El pelinegro reprimió una carcajada. Volvió a pegarse al respaldo. Parecía algo más relajado. Consiguió que Madeleine lo estuviera también, así que le imitó y dejó de tener la vista pegada a las manos.
—Supongo que tienes razón.
—Me gustaría que tuvieras claro que no evité aquel beso. No he evitado ninguno. Simplemente estaba distraída; no soy...buena con estas cosas. No estoy acostumbrada.
Will enarcó una ceja. —Yo diría que no se te da muy mal.
—Esa es tu sensación.
—¿Cuál es la tuya?
Maddie le fulminó con la mirada. —Que beso fatal.
—Ya, y yo soy un cerdo verde. —rápidamente hizo un gesto con las manos para enfatizar su disculpa —Perdona, no quería pasarme de sarcástico.
Se instaló entre ellos un silencio algo embarazoso que sirvió, por lo menos, para que Maddie reorganizara sus pensamientos. Rompió el hielo mientras se frotaba una mano con otra, buscando de forma inconsciente apaciguar sus emociones.
—En resumidas cuentas, solo quería decirte que lo del otro día no fue culpa tuya. No quiero que pienses que la cagaste, todo fue porque mi mente decidió jugarme una mala pasada. Y porque soy una maldita cobarde, nada más. No fuiste tú el que hizo las cosas más incómodas.
Volvieron a quedarse en silencio. Madeleine no tuvo las agallas suficientes para girarse de nuevo hacia Will, pero le miró por el rabillo del ojo. Se había cruzado de brazos. Parecía pensativo. Estaba haciendo una especie de mueca, apretando los labios y llevando la comisura derecha ligeramente hacia abajo, mostrando su hoyuelo. Le vio llenar su pecho con aire y soltarlo por la nariz, despacio.
—Dejémoslo en que la culpa ha sido de los dos.
—Noventa, diez.
—Sesenta, cuarenta. —regateó Will.
—No. Un setenta, treinta. —dijo Maddie.
Will chasqueó la lengua un par de veces, pero terminó aceptado el porcentaje que le había asignado Maddie. —Bueno, vale.
—Lo siento.
Y de nuevo, silencio.
—Podemos ir más lento.
Madeleine estuvo a punto de ahogar un chillido. —¿Eh?
—Podemos ir más despacio, si quieres. —volvieron a cruzar sus miradas. Will se señaló a sí mismo, poniendo las palmas de las manos sobre su pecho—No creo que haga falta reiterar que me muero por besarte, Maddie, pero también creo que es un poco raro hacerlo sin apenas saber cuál es tu color favorito. ¿El morado?
—El azul.
—¿Ves? Eso significa que he ido más rápido que un coche de Fórmula 1.
Era curioso, porque Madeleine conocía el número de la seguridad social de Will, pero no sabía cuál era su comida preferida. O su película favorita, aunque podía hacerse una idea. No conocía nada de su infancia, ni de sus intereses más allá de Star Wars, la ingeniería química y el vóley. No sabía nada sobre sus ambiciones, pero se sabía su horario mejor que nadie. Más que curioso, era ridículo.
Maddie tardó en procesar aquella frase: ''podemos ir más lento''. Analizó palabra por palabra. Buceó profundamente en las implicaciones de lo que había dicho Will. Se quedó callada, pasándose la lengua por los labios varias veces, concentrada en descifrar el verdadero significado de esas cuatro palabras que la atormentarían toda la noche.
Soltarle un ''genial, porque me gustas'' era demasiado precipitado. Preguntarle un ''entonces, ¿qué somos?'', también. Además, ni siquiera estaba muy segura de que Will le gustara. No tenía muy claro el concepto de algo tan subjetivo y abierto: había personas que lo utilizaban como sinónimo de un te quiero; otras tenían la idea de que era algo mucho más ligero y casual, más cercano a la atracción. Madeleine supuso que estaba en su mano descubrir cuál era su concepto. Era un camino que le aterraba, como a quien le aterra comenzar una nueva etapa, pero estaba dispuesta a recorrerlo.
—Vale. —dijo, por fin, sintiendo cómo los músculos contraídos de su espalda encontraban algo de calma— ¿Cuál es tu idea a partir de ahora? ¿Jugar cinco minutos al día al juego de las preguntitas? En plan, ¿cuál es tu animal doméstico favorito?
Will soltó una carcajada corta. —Mi animal doméstico favorito son los mapaches.
—No son domésticos.
—Mi vecino consiguió amaestrar uno. Se llamaba Sully y le llevaba el periódico a cambio de magdalenas, así que, sí, mi animal doméstico preferido son los mapaches.
Madeleine se rio cuando cruzó una mirada seria con Will. —Vale. El mío son los perros.
—Volviendo a la pregunta inicial, creo que estaría bien algo clásico. Un picnic o algo así.
—¿Un picnic? —Maddie alzó las cejas.
Y Will se encogió de hombros. —Sí, algo típico para una primera cita.
A Maddie le fascinaba lo casual que era. Le encantaba la facilidad con la que dejaba caer las cosas, y cómo se vanagloriaba de ello. La sonrisa orgullosa con los hoyuelos marcados era indicativo suficiente.
—Así que me estás pidiendo una cita, ¿eh?
—Una cita oficial. —recalcó, alzando el índice. —¿Picnic, cine, bolos o recreativos? ¿Una cena?
—Lo dejo en tus manos. Sorpréndeme.
Will sonrió, retorcido, y Madeleine cambió de opinión.
—El picnic, el picnic está bien.
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