diecinueve
El calendario de la habitación de Madeleine auguraba calma: los recuadros ya estaban en blanco, indicando que no había ningún examen ni entrega a la vista, que las vacaciones de verano y el fin de su carrera universitaria se estaban acercando a pasos más bien agigantados.
Sin embargo, su agenda no estaba en consonancia con su calendario. Seguía estando bastante ocupada. Y no precisamente por la tesis final.
Llevaba días pensando en aquella hipotética cita, en un encuentro que no parecía llegar; en unas palabras que, en lugar de perderse en el aire, se habían quedado suspendidas en su mente. Harta de esperar, decidió ponerse manos a la obra.
Lo más fácil habría sido enviarle un mensaje a Will. Le gustaban las chicas con iniciativa, sí, pero el orgullo de Maddie le impedía agarrar el teléfono y escribir cuatro palabras. Bueno, puede que más bien fuera su inseguridad; no quería resultar pesada, no quería insistir y acabar perdiendo lo que había ganado. Ni siquiera fue capaz de lanzar un par de indirectas. Will había dejado de enviarle noticias absurdamente curiosas y había pasado a enviarle mensajes de vez en cuando, sobre todo por las noches, y, aunque hablaban, ninguno de los dos parecía lo suficientemente valiente como para enviar un ''¿nos vemos?''.
Así que, Maddie decidió hacer lo que mejor se le daba: organizarse. Llenar su agenda de ideas y cosas que hacer. Controlar la situación desde las sombras.
Empezó realizando una exhaustiva búsqueda de usuarios en las redes sociales con una cuenta falsa y, tras unos clics de lo más afortunados, acabó encontrando el usuario de Will en Twitter. Luego, bastó con enviarle una publicación que le hizo gracia... Y en menos de dos horas, Maddie tuvo la excusa perfecta para seguir a Will con su verdadera cuenta, en la que solo republicaba algunos memes.
Confió en que el cambio de tónica en su perfil no levantara sospechas en Will; Maddie empezó a subir fotos de lugares a los que le encantaría ir, a escribir cosas como ''me moriría si me dieran un beso bajo la lluvia'', a comentar publicaciones que, en cualquier otro momento de su vida, le habrían dado vergüenza ajena.
Aunque parecía una tontería, escoger qué publicar era bastante agotador. Requería tiempo. Maddie, cuando no estaba paseando a Tofu, se pasaba las horas pegada a la pantalla de su teléfono, filtrando cada foto y midiendo cada publicación para que la página principal de Will no terminara llena de indirectas desesperadas.
A pesar de sus esfuerzos y sacrificios -que podrían resumirse en ojos extremadamente secos y dolor de cabeza-, Will no parecía estar captando los mensajes... y por eso mismo decidió dar un paso más en su estrategia.
No podía crear una especie de Show de Truman: no podía colocar parejitas felices en cada esquina, ni hacer que varios extras le dijeran a Will que debía salir con la chica que -aparentemente- le gustaba. Madeleine solo podía plantearse algo así si tuviera mucho dinero y poder, pero no tenía ninguna de las dos cosas, así que no le quedó otra que optar por algo más sutil. Y más barato.
Publicidad subliminal.
Madeleine encontró, durante uno de los paseos vespertinos de Tofu, unos carteles que anunciaban la reapertura de una conocida bolera. Se aseguró de que nadie la observaba y los arrancó con cuidado para llevárselos consigo. Volvió a casa, agarró algo de cinta adhesiva y pegó los anuncios donde sabía que Will iba a verlos: en la puerta del pabellón donde entrenaba y en algunas farolas colindantes.
En caso de que no funcionara, Maddie supuso que, al menos, había ayudado a los dueños de la bolera a anunciarse de forma algo más... eficiente.
*****
Will
te puedes creer que las palomas son capaces de distinguir entre Picasso y Monet y hay gente que aún no entiende que NO puede aparcar entre dos plazas???
referencia: Watanabe, S., Sakamoto, J., & Wakita, M. (1995). PIGEONS'DISCRIMINATION OF PAINTINGS BY MONET AND PICASSO. Journal of the experimental analysis of behavior, 63(2), 165-174.
para que veas que no me lo invento
desgraciadamente no existen estudios que expliquen por qué siempre me quitan el aparcamiento
17:30
Has citado en APA?
18:00
para impresionarte;)
18:15
Wow
18:15
por cierto
sabes que tener al menos una cita al mes es bueno para la salud?
18:15
Qué estudio dice eso?
18:15
Bishop, W. (2024). Citas: efectos fisiológicos de los encuentros afectivo-románticos. Revisión bibliográfica. MIT, Cambrigde.
estás libre el viernes?
18:20
Sí
18:30
genial
nos vemos el viernes entonces
18:33
Madeleine se levantó tan rápido de la silla de su habitación que estuvo a punto de perder el equilibrio. Empujó la puerta de la cocina, donde se encontraban sus compañeros de piso, alzó levemente el teléfono y sonrió.
—Tengo una cita.
Sylvia enarcó las cejas. Estaba en pijama, compartiendo con un contentísimo Tofu una tostada untada en crema de cacahuete. La de mechas rubias se deshizo de toda incredulidad con una carcajada.
—Con el médico, ¿no?
La joven de gafas agitó la cabeza. —No. Con Will.
Grace emitió un chillido similar al de una ardilla siendo pisada. —¿¡Con Bishop!?
Madeleine asintió otra vez, como si su enorme sonrisa no estuviera delatándola. Al unísono, sus amigos soltaron varios ''¿¡qué!?, en diferentes tonos y con duraciones distintas, pero que revelaban una mezcla de felicidad y sorpresa. Grace agitó a Madeleine y luego se pusieron a dar saltitos. Incluso Tofu se unió a la fiesta.
De golpe, una especie de rayo de lucidez hizo que Maddie se parara en seco.
—No, no, no. No puedo montarme películas. —dijo, más bien para sí misma.
Tomó aire y lo soltó por la boca en una especie de suspiro. Despejó la mente, desbloqueó su teléfono y volvió a abrir el chat. Sylvia, Grace y Matt se agolparon sobre la pantalla del teléfono, intentando ver qué tecleaba la estudiante de Psicología.
Will
TIAS TIAS TIAS ME HA PEDIDO UNA CITA QUE LE DIGO QUE ME PONGO SOCORROOOOOOOO
18:34
Y, automáticamente, borró el mensaje, ante la estupefacta mirada de sus amigos. La confirmación de que Will había visto el mensaje apareció al instante. Fue Matt quien señaló la pantalla.
—¿Sabes que...se lo has mandado a él? Y que nosotros estamos contigo, ¿verdad?
—Ya. —contestó Maddie, sonriendo con cierta suficiencia, orgullosa. —Quiero que sepa que estoy emocionada, pero sin decírselo directamente.
Grace y Sylvia se miraron como diciendo ''jamás se nos habría ocurrido'' y el único varón de la sala se carcajeó con cierta incredulidad, contagiando a sus amigas. Terminaron comentando la ''jugada magistral'' -según Grace- entre risotadas y algún chillido, al menos hasta que el móvil de Madeleine vibró entre sus manos.
Will
creo que te has equivocado :)
de todas formas
si no sabes qué ponerte
yo me pondría una falda
para facilitar las cosas e ir más rápido
18:36
De golpe, se hizo el silencio. Un silencio incómodo y abrumador durante el cual Maddie estuvo a punto de tener un síncope. Notó cómo sus mejillas se enrojecían, tomando una temperatura que ni siquiera el Etna alcanzaba en erupción. Tomó aire de forma entrecortada para decir algo, pero sus amigos se adelantaron y comenzaron a soltar ruiditos de lo más vergonzosos.
—Sabe perfectamente a lo que va, ¿eh? —comentó Sylvia mientras le propinaba un par de codazos suaves a Maddie.
La de melena castaña quiso quitarle hierro al asunto, aunque supo que no iba a funcionar.
—Perro ladrador, poco mordedor.
Tal y como sospechaba, sus amigos estuvieron lanzándole miraditas cómplices durante el resto de la semana.
******
Escuchar grupos indie de la década de los ochenta no le estaba funcionando, así que, Will, con los auriculares puestos y esperando en el parque cercano a la casa de Maddie, buscó la lista que siempre ponía antes de los partidos. Estaba plagada de canciones de rap y ritmos fuertes, todo lo contrario a lo que Maddie acostumbraba a escuchar.
Por alguna razón, estaba algo más nervioso que al inicio de un set.
Bueno, en realidad sí que conocía la razón por la que estaba así, pero prefería ignorarla. Llevaba años sin tener una cita, una primera cita de verdad, de las que había tenido que planear para que salieran bien -tenía la esperanza de conseguir una segunda-, y el miedo a cagarla empezaba a revolver su estómago.
Sintió un par de toques en su espalda. Sabía de sobra que era ella. Se quitó los auriculares y se armó de valor para girarse.
Y allí estaba, con su melena ondulada cayéndole por debajo de los hombros, con sus gafas de carey y un vestido negro de manga larga. Will no pudo evitar mirar a Maddie de arriba a abajo. Llevaba medias de encaje y las uñas pintadas de un color rojo intenso, a juego con el sonrojo de Will. Esperó que no fuera muy evidente.
Madeleine se limitó a sonreír. No podía hacer otra cosa; si hablaba, era probable que vomitara hasta la primera papilla. Estaba igual o más nerviosa que Will, que también sonrió, con cierta calidez, y la invitó a caminar hacia su coche.
Quizá, saber dónde narices iban le hubiera servido para tranquilizarse, pero Will quiso mantener la intriga hasta el último momento y no le dijo nada a Maddie. Ni una sola pista, siquiera, así que a la joven universitaria no le quedó otra que tragarse la ansiedad y repetirse mil veces, ante el espejo del baño, que dejarse llevar tampoco estaba tan mal.
—Podrías haber traído a Tofu. Le echo de menos. —comentó Will mientras abría la puerta del copiloto, dejando que Madeleine entrara al coche.
—Si me lo hubieras dicho antes... Además, ¿dónde vamos? ¿Es pet-friendly?
Will se sentó frente al volante. Se encogió de hombros con aire teatral. —No sé.
Maddie soltó un suspiro. Se pasó las manos por los muslos, intentando secar el sudor de sus manos en la intricada tela de las medias. Escuchó el ruido del motor y, en segundos, el coche ya estaba en movimiento. Con seriedad, miró a Will.
—Que sepas que estoy compartiendo mi ubicación con mis amigas. He escrito una carta en la que explico detalladamente que estoy contigo. También he dejado muestras de mi pelo y uñas, para que tengan un cotejo de material genético. Si me llevas a otro estado, mis amigas lo sabrán; les saltará una alerta. Y si me raptas y me haces algo, cuenta tus días... los federales tienen pruebas suficientes para incriminarte.
El pelinegro se rio, pensando en cómo seguirle el juego, pero sintió la mirada parda de Maddie clavada en él. Cruzó una mirada con ella.
—¿En serio? —preguntó, jocoso, con el hoyuelo asomando en su mejilla. Volvió a mirar a Maddie y su sonrisa se borró de golpe. —¿En... serio...?
Madeleine se tuvo que llevar la mano a la boca para aguantarse la risa. Luego, se sintió mal al ver que Will estaba al borde del infarto. —Era broma. Lo de la carta y la ubicación, digo. Lo del pelo y las uñas, no.
—Uf, vale, joder, qué susto. —exhaló Will, aliviado. Después, cuando hubo procesado las palabras de Maddie, ahogó un grito. —¿¡Guardas uñas y pelo por si algún día te pasa algo!?
—Es una historia muy larga.
—Bueno, tenemos un buen rato hasta llegar a nuestro destino. Soy todo oídos.
—Si quieres que te lo cuente, dime primero a dónde vamos. —insistió. —¿Y si me llevas a subir un cerro y yo estoy vestida así?
Will sofocó una carcajada. —¿Tengo pinta de que vaya a hacer una ruta de senderismo? —preguntó, señalándose con la mano.
—No, pero eres... atlético, y seguro que puedes subir una montaña con vaqueros y unas Vans.
Las medias delicadas, el vestido de falda vaporosa pero cuerpo ceñido, un poco de máscara en las pestañas inferiores, un toque de colorete en la nariz... aunque no lo pareciera, Maddie había puesto demasiado empeño en su apariencia, deteniéndose en detalles en los que probablemente Will ni siquiera iba a fijarse. Ella parecía que iba a un club de jazz. Él, sin embargo, podría ir a mil millones de sitios.
Llevaba una camiseta de algodón y unos vaqueros holgados, nada más. Sencillo pero ambiguo, mas totalmente eficiente: el blanco de la camiseta le favorecía más que los tonos oscuros que solía llevar, iluminando mejor sus facciones angulosas, y el algodón se ceñía tan bien a sus hombros que...
—¿Hay algo que te distrae, Maddie?
Hacía tiempo que no utilizaba ese tono pícaro, ese deje algo sugerente.
Madeleine se cruzó de brazos para evitar resoplar.
—La deriva de este trayecto, sí. Eso es lo que me distrae.
Will cruzó una mirada divertida con la de gafas. Se llevó el índice a los labios mientras sonreía.
—Es un secreto. Aún.
*****
Maddie no cabía en sí de gozo. Tuvo que morderse el interior de los carrillos para no estar sonriendo todo el rato como una tonta al ver las luces de neón de colores fríos, al notar el olor a mantequilla o al oír el golpe de las bolas contra el suelo de parqué. Varias pistas se extendían ante ella.
Al final, la publicidad subliminal había resultado efectiva: estaban en la bolera.
Se volvió hacia Will, que estaba pidiendo en el mostrador un par de zapatos para ella. Se inclinó ligeramente hacia él para poder hablar sin levantar mucho la voz.
—Cuando dijiste que querías algo clásico, —le dijo— no pensé que te referías a esto.
—¿Acaso no te gusta? —preguntó él, teniéndole a Madeleine los zapatos que debía ponerse. Apoyó el antebrazo en el mostrador mientras ella se calzaba. —Por mucho que intentes ocultarlo, se te nota. ¿Ves? —señaló a Maddie con la barbilla. —Tienes una sonrisilla en la cara...
—No es verdad.
—Uy, sí. —Will se rio, mitad sarcástico y mitad enternecido, y señaló una pista libre. —¿Lista?
—Sí, pero no me dejes ganar.
—Entonces, ¿lista para perder?
Maddie rodó los ojos. Caminaron hacia la pista. Will se colocó a un lado de la máquina de bolas e hizo una seña a Madeleine, invitándola a agarrar una para comenzar la partida. El ambiente entre ellos parecía tenso, como si, en lugar de jugar a los bolos, estuvieran a punto de iniciar un duelo a muerte. O como si fueran a estallar en carcajadas de un momento a otro. Maddie no lo tenía del todo claro, pero prefirió continuar con su papel de chica que odiaba perder.
—Las damas primero.
—No, —ella agitó la cabeza y señaló la pista— los hombres siempre deben abrir paso, ¿verdad?
El pelinegro soltó una especie de bufido mientras dirigía la mirada hacia las bolas de colores. Tanteó el peso de algunas antes de agarrar con soltura una de color azul -que parecía bastante pesada- y se preparó para lanzarla ante la atenta mirada de Madeleine. Ella analizó cada movimiento de Will, desde el más ligero al más amplio, y supuso que llevaba unos cuantos años jugando a los bolos. O era profesional o Will era una de esas personas a las que cualquier deporte, ya fuera el vóley o la petanca, se le daban demasiado bien.
Madeleine cambió de opinión cuando siguió la trayectoria de la bola.
Se fue directa al techo, y del techo a uno de los canales laterales. No tiró ni un solo bolo. Will se volvió con aire orgulloso, con los brazos en jarras, creyendo que había hecho un maravillosísimo pleno, pero se giró hacia la pista con dramatismo al no oír el chasquido de los bolos cayendo.
—¿¡Qué!? —exclamó, haciendo que Maddie se riera en bajo y con cierta maldad.
La estudiante de Psicología iba a tener una victoria fácil. Agarró una de las bolas, se ayudó con la otra mano para sujetarla contra el pecho y la lanzó sin mucha dificultad, con Will al borde de la pista. Logró un arrollador semipleno en su primer intento. Le dedicó una mirada algo soberbia, presumiendo de su puntuación.
—¡Por fin sirven de algo todos los veranos que me pasé jugando a la Wii....!
Will se limitó a apretar los labios, como si quisiera ocultar una sonrisa, y continuó lanzando la bola fuera de la pista en los siguientes turnos. Madeleine no era tan buena jugando a los bolos como para estar ganando por veintidós puntos, así que solo le bastaron tres intentos supuestamente fallidos de Will para darse cuenta de que lo estaba haciendo adrede.
Se acercó a él y le dio un golpe suave en el costado justo cuando iba a lanzar la bola.
—Sé que me estás dejando ganar.
—No. —dijo él. Negó con la cabeza con tanta energía que a Maddie solo le bastó eso para saber que estaba mintiendo. —Te lo juro por Tofu.
Madeleine le apuntó con el índice. —¡No uses el nombre de mi perro en vano! ¡No me dejes ganar!
—Vale, vale. Ya verás cómo soy malísimo, Maddie. Te arrepentirás de llamarme mentiroso...
Estiró el brazo para lanzar la bola, y aquella vez la trayectoria sí fue la que Maddie se esperaba desde el principio: recta y certera. Tanto, que hizo un pleno. Sin despeinarse. Como un auténtico profesional. Maddie alzó las cejas mientras veía cómo caían los bolos. Cruzó una mirada cargada de reproche con Will, que no pudo evitar sonreír con una pizca de suficiencia.
La partida continuó y, en menos de dos turnos, ya estaban empatados. A Madeleine no le quedó otra que empezar a jugar sucio cuando vio que la derrota iba a ser arrolladora, así que, cada vez que Will se preparaba para el lanzamiento, intentaba distraerle de cualquier forma. Pellizcando sus brazos, dándole empujones y caderazos, gritando alguna que otra palabra absurda... Nada surtió efecto. Maddie se llevó las manos a la cabeza mientras Will continuaba haciendo pleno tras pleno con una imborrable sonrisa en el rostro.
—¿¡Esto es una revancha por lo del Mario Kart!? —preguntó Maddie, como si hubiera tenido una epifanía.
—Pues claro. —respondió Will, hablando por encima del ruido de los bolos cayendo. Ni siquiera miraba la pista: lanzaba y se volvía hacia Madeleine con la certeza de que había aumentado su puntuación. —Debo restaurar mi orgullo de alguna forma u otra.
—Al mejor de tres. —ella le tendió la mano para que se la estrechara.
—¿Aún tienes confianza en ti misma, Maddie?
—¿Aún tienes ganas de ponerme a prueba? —replicó, burlándose del tono de voz juguetón de Will.
Él soltó una carcajada y, finalmente, aceptó, estrechando la mano de Maddie con rapidez.
La de gafas pagó la segunda partida, que no empezó del todo bien para ella. Will la observaba desde un costado, con las manos sobre las caderas, como si estuviera juzgando su pobre técnica -Wii Sports difería bastante de la realidad-, y eso era suficiente para poner nerviosa a Maddie. Unos cuantos tiros acabaron fuera de la pista.
—Vamos a tener que subir las barreras si quieres sumar un punto... —comentó Will.
—¡Cállate!
—Venga, Maddie, solo un puntito. ¿Quieres que te ayude? Mira, solo tienes que-
Madeleine le empujó. Luego señaló el resto de las bolas. —Tu turno.
Aunque no lo parecía, estaba disfrutando de la cita. A pesar de estar perdiendo estrepitosamente, a pesar de ser la única que vestía como si hubiera planeado ir a otro lugar, a pesar de que empezaba a sentir las manos sudorosas y el pelo pegado a la nuca... A pesar de todo, Maddie se lo estaba pasando genial. No era capaz de seguir fingiendo molestia; Will le contagió su sonrisa, y terminó riéndose más alto de lo que acostumbraba. Se lo estaba pasando tan bien que ni siquiera tuvo que analizar la situación para continuar con buen pie. Ni siquiera se fijó en cómo Will la miraba. Simplemente fluyó.
Y perdió, otra vez.
Cansada, se desplomó en uno de los asientos que estaban frente a la pista. Will no tardó mucho en sentarse a su lado, estirando las piernas e inclinándose hacia ella, dejando caer su peso ligeramente en Maddie.
—¡Joder! —protestó la de gafas— ¿¡Por qué se me da tan mal!?
—Bien. El primer paso para superarlo es admitirlo. — Will se llevó un codazo. —Bueno —suspiró—, creo que ya está claro quién es el mejor. No es necesario otra partida más, ¿no?
Madeleine cerró un instante los ojos y agitó la cabeza. —No. No me voy a ir de aquí sin ganar una partida, aunque sea.
—Uy, ¿eso que se oye llorar es tu pequeño orgullo...? —y otro codazo. Iba a terminar con las costillas amoratadas— Venga, Maddie. Si gano la última partida, tienes que-
—No, ¡nada de apuestas! Está claro que vas a ganar, así que no tiene sentido apostar nada.
—Qué rápido has cambiado de idea. Te veía convencida... hasta ahora. ¿Acaso te asusta mi depurada técnica que también he adquirido jugando a la Wii?
Maddie solo pudo sofocar una carcajada. —Claro.
—Oye, no es mi culpa que seas mala. De verdad, ¿no quieres que subamos las barreras...? —Will recibió el tercer codazo en el estómago. Vio cómo la de melena castaña se recogía el pelo en una coleta. —Se pone seria la cosa, ¿eh?
El pelinegro emitió un quejido con el cuarto golpe. Se abrazó a sí mismo con teatralidad y vio cómo Madeleine se levantaba del banco para mirarle de una forma que podría tildarse de sádica. Le hizo un gesto para que se levantara, pero terminó agarrándole del antebrazo y arrastrándole hasta el inicio de la pista.
—Vamos.
—Dios, Maddie. Si tu forma de mostrar cariño es golpearme, voy a tener que envolverme en papel de burbujas.
Madeleine supo que se había ruborizado como una auténtica adolescente, pero esperaba que los neones de la bolera suavizaran su sonrojo. Si Will se había dado cuenta, había preferido ignorarlo. Fue él quien inició la última y definitiva partida.
Estuvieron más tiempo empujándose el uno al otro que jugando a los bolos. También estuvieron a punto de causar un accidente en la pista contigua, porque Will agarró a Maddie por la cintura... y tiró tan fuerte de ella que la bola salió disparada hacia unos niños que estaban al lado. Tuvieron que disculparse con ellos y con sus padres.
Maddie no era consciente del contacto físico. Notaba la calidez de Will en su tacto. Puede que el roce constante de sus cuerpos cuando se reían, los -no tan- suaves codazos e intentar pelearse por una misma bola fuera más intimo que un beso, pero Madeleine no pensó en ello.
Y quizá por eso no se sintió abrumada como otras veces.
La brecha en la puntuación era de más de veinte puntos cuando la tercera partida llegó a su fin. Will había vuelto a ganar, y Maddie se acuclilló ante la pista con cierta tristeza, como si una derrota más hubiera sido lo más desgarrador del planeta. Will le dio unas palmaditas en el hombro y ella fingió desdén al retirar su mano.
—¡Pero bueno, Maddie! ¡También hay que saber perder!
Ella sonrió mientras volvía a sentarse en uno de los bancos tapizados de rojo y blanco. Comenzó a desatarse los zapatos. Will se sentó a su lado, una vez más, y también empezó a descalzarse.
—Para la próxima elijo yo. —murmuró, como si no hubiera sido ella la encargada de crear una auténtica trama para condicionar a Will.
—Vale. Dime a qué quieres que te gane.
—A callarte durante más de cinco minutos, por ejemplo.
—Buf, a eso sí que no puedo. Vas a tener que obligarme. Y te aseguro, Maddie, que hablo hasta en los momentos en los que se supone que debería estar callado... así que tendrás que utilizar métodos un poco impuros.
La susodicha se puso sus mocasines y, a pesar de sentir los latidos de su corazón en todas las partes de su cuerpo, sonrió y alzó la vista para mirar a Will.
—¿Como la mutilación?
—Bueno, podemos probar.
Madeleine soltó una carcajada rítmica y contagiosa. Will fue algo más discreto, pero le pudo oír reírse perfectamente, en bajo, entre dientes.
Charlaron mientras devolvían los zapatos. Caminaron hacia la salida juntos. Madeleine hizo amago de volver hacia el aparcamiento, pero vio que Will caminaba en sentido contrario. Se paró en seco con aire interrogante y no dejó que la brisa primaveral rompiera la burbuja en la que estaba flotando.
—Has aparcado allí. —le quiso recordar, señalando con el índice una señal.
—Ya. —contestó Will, con una desgana que habría sacado de quicio a Madeleine en cualquier otra ocasión.
—¿No volvemos en coche...?
La cita solo comprendía los bolos; al menos, eso era lo que había calculado Maddie. Extrañada, puede que un poco bloqueada por culpa de la incertidumbre, se quedó un par de pasos alejada de Will y esperó a que él sonriera con una pizca de compasión.
Le tendió la mano.
—¿Te apetece cenar algo para recuperar fuerzas?
Madeleine dudó un segundo. Estuvo a punto de poner a Tofu de excusa, como solía hacer cada vez que salía de casa y quería volver pronto, pero terminó estirando el brazo y tomando la mano de Will, que tiró ligeramente de ella para que caminara junto a él.
Puedes fluir. Vas a fluir. Vas a disfrutar de esto.
**********
dejo aquí el capítulo porque es ultra tarde y no quiero empezar a equivocarme de idioma, que estoy a nada de ponerme a hablar en simlish de lo cansada que estoy
espero que os haya gustado!! me he peleado muchísimo con este capítulo y con los que vienen; nada me parecía lo suficientemente bueno y los acontecimientos no encajaban en mi maravillosa storyline mental... el perfeccionismo mata la espontaneidad, señoras
y ahora sí: agárrense que dentro de nada vienen curvas
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