
catorce
Lo exámenes se encontraban a la vuelta de la esquina, y eso solo significaba una cosa: todo el mundo estaba intranquilo. Acelerado. Todos tenían prisa por comer, por ir a la biblioteca, por acabar con la rutina lo antes posible para poder estudiar durante toda la tarde. Era como si en el campus universitario los días fueran de doce horas en lugar de veinticuatro, y se notaba a la legua.
A pesar de ser una de esas chicas que parecían hacerlo todo al revés, Madeleine no se diferenciaba mucho del resto en ese aspecto: ella también recortaba su rutina con tal de poder ganar minutos para sus sesiones de estudio. Maddie sustituía los paseos largos por el parque con Tofu por varias salidas cortas, pero el golden no parecía estar muy de acuerdo.
Madeleine miró por enésima vez la pantalla de su teléfono. Chasqueó la lengua al ver la hora que se reflejaba en ella. —Tofu, venga. Tenemos que volver a casa.
Aún tenía varias horas de estudio por delante. A pesar de lo que creía mucha gente, Madeleine no era de esas que se tiraban todo el curso estudiando; tenía la mala manía de dejar muchas cosas para el último minuto, quizá porque necesitaba sentir la adrenalina de no cumplir una fecha de entrega para tener que trabajar sin aburrirse. Y los exámenes no eran la excepción. Además, el sábado iba a estar toda la noche en vela... y no estudiando, precisamente. Era la anticipada fiesta a la que todo hijo de vecino acudía. La fiesta que tanto parecía prometer. La fiesta a la que, por motivos obvios, no iba a llevarse los apuntes de psicología educativa -siendo los motivos no ser la protagonista de un libro adolescente que se empeñaba en remarcar lo diferente que era al resto-. Tenía que adelantar trabajo si luego no quería sentirse culpable por los posibles malos resultados.
Tofu se plantó en el suelo y comenzó a tirar de la correa en dirección contraria. Siempre lo hacía cuando quería continuar el paseo por otro lado distinto. Maddie suspiró y miró a su perro con una mezcla de resignación y enfado.
Tofu devolvió la mirada a su dueña y ella, que no podía seguir fingiendo su enfado, volvió a suspirar y aflojó la correa. Comenzó a caminar más rápido, obligando a Maddie a dar largas y rápidas zancadas. Movía su cola dorada de lado a lado, contento, como si hubiera visto a alguien conocido en la lejanía.
Había amanecido hace tiempo, pero, aún así, Madeleine se sorprendió al ver al equipo de vóley del MIT corriendo por los alrededores del pabellón. Luego, comprendió que Tofu solo quería correr detrás de ellos. Maddie no tenía la fuerza suficiente como para tirar de treinta kilos de perro, así que se rindió y decidió soltar la correa. Tofu salió corriendo a una velocidad que podría igualar la de una moto. Cruzó medio parque, llamando la atención de aquel jugador bajito y pelirrojo, y continuó hasta alcanzar a uno de los jugadores más altos del equipo.
Madeleine no habría soltado a Tofu si no supiera que tenía una especie de fijación con Will. Maddie sabía que, en caso de perder a Will de vista, podría pedirle a Tofu que le rastreara. Al fin y al cabo, parecía que Will había conquistado al perro y, por extensión, a la dueña. Vio cómo el perro de pelaje dorado saltaba a dos patas para detener el paso del pelinegro, que hizo un gesto para que el resto de sus compañeros continuaran corriendo. Le dejaron atrás, pero no pareció importarle mucho. Tofu continuó dando vueltas alrededor del cuerpo de Will hasta que él se agachó para acariciarle.
Will buscó con la mirada a Madeleine; si su perro estaba ahí, ella no debería andar muy lejos.
—¿No se supone que entrenáis por la tarde?
—Hola, buenos días a ti también. —se rio Will. Dejó de prestar atención al perro unos instantes, los suficientes como para alzar la vista y ver a Madeleine delante, con sus gafas de carey algo bajas y cruzada de brazos. —Sí, pero no. Por las mañanas tenemos el entrenamiento general. Por las tardes, el especializado.
—Qué ganas.
—Este cuerpo no se mantiene solito, Maddie.
Obviamente, quiso replicar ella, pero se quedó repasando la anatomía muscular de los muslos de Will. Pestañeó un par de veces, como si quisiera hacer una captura y guardarla en su memoria, y aprovechó para atar a Tofu. Will se irguió, apenado.
—Tus compañeros ya deben estar en Guatemala, por lo menos, así que no te entretenemos más. Parece que le has gustado a Tofu...
—Debo tener un encanto especial, —Maddie ahogó una carcajada. Will enarcó las cejas y sonrió de soslayo, aunque puede que estuviera un poco avergonzado —¿no?
—Supongo. —fue la mejor respuesta que encontró Maddie. —Nosotros también tenemos que marcharnos. Te veo-
—¿Qué tal llevas la tesis? ¿Te sirvieron de algo los manuales?
—Bien. Encontré información bastante interesante para contrastar. —dijo, como si, en lugar de leer los manuales, no hubiera estado pesando veinticuatro horas al día cómo le hubiera gustado que Will la besara. Aquel segundo casi-beso la estaba carcomiendo por dentro. Tenía la sensación de que había sido otra oportunidad perdida. Que no había estado a la altura, y que, por mucho que intentara controlar lo que sentía Will por ella, no iba a conseguir nada.
Pero, ¿qué era lo que quería realmente? ¿Una pareja? ¿Apego? ¿Sexo, pero con ese romanticismo que parecía no existir en la sociedad y que solo se conseguía durante los tres primeros meses de cortejeo?
—Me alegro.
—Bueno, —alzó la mano a modo de despedida y sonrió fugazmente a Will—-te veo el sábado.
Él abrió la boca para decir algo. Fue un gesto sorprendente que hizo que Madeleine se quedara en el sitio, expectante. Will se humedeció los labios y apartó la mirada, fijándola en un punto imaginario del infinito. Se rascó la nuca.
—Sobre lo del sábado... Si no te apetece ir, no pasa nada.
Maddie frunció el ceño. —Me apetece.
Sonaba más a un intento de convencerse a sí misma que a una afirmación. Will cogió aire, llenando sus pulmones, luciendo pectorales por un instante y luego soltándolo en un rápido suspiro. —Como no te gusta la fiesta, he pensado que podríamos hacer algo diferente.
La de melena castaña agitó la cabeza. —No, no. De verdad, no te preocupes. No me importa- —truncó su discursito de ''¡a mí me encanta la fiesta, y beber, y la música alta!'' al darse cuenta de lo que había dicho Will. ¿Podríamos? ¿Segunda persona del plural? ¿Nosotros?
—Como veas. Si quieres hacer algo juntos...
Solos. Las luces de emergencia comenzaron a encenderse en el centro de control de Madeleine. Buscó con la mano la cabeza de Tofu y le acarició, como si aquella fuera la única manera de volver a tener los pies en la tierra, como si su perro fuera su anclaje a la realidad. No quiso saber cuáles eran las implicaciones de ese ''podríamos hacer algo diferente'' un sábado noche, con toda la gente que podría molestarlos entreteniéndose en una fiesta. Quizá no buscaba algo sexual; al fin y al cabo, cualquier acto que implicara un mínimo de vulnerabilidad e intimidad repelía a la pobre Madeleine.
—Pues, la verdad, tengo ganas de ir a esa fiesta. Promete.
Will le dedicó una de sus sonrisas juguetonas. —¿Ya sabes qué vas a ponerte?
—¿Y tú? —replicó ella, desafiante.
—Una sonrisa. —bromeó él, poniendo los brazos en jarras y haciendo un movimiento seco con la cadera. —Te veo mañana. —se acuclilló una última vez para acariciar a Tofu— ¡Y a ti te veo también dentro de poco!
*****
Del uno al camisa de fuerza, ¿cómo de loca está una persona que busca información en buscadores académicos para aumentar la eficacia de sus técnicas de ligoteo, siempre con evidencia científica? Porque Madeleine estuvo toda la mañana del sábado haciéndolo, ignorando por completo sus responsabilidades académicas.
Había visitado cientos de páginas, leído medio centenar de artículos e incluso sintetizado las ideas que le parecieron más pausibles: mirar a los ojos, luego a los labios y después de vuelta a los ojos; sonreír cada vez que hablaba con él, incluso si sus chistes eran malos; iniciar un contacto físico delicado pero certero en zonas sensibles, como el codo o el cuello... Parecía fácil, pero, como en todo, aplicar la teoría a la práctica no era moco de pavo.
Madeleine se armó de fuerza para convencerse a sí misma de que tenía el carisma y la personalidad perfectas para llevar a cabo todo lo que se proponía. Durante el camino a la fiesta, a la que evidentemente fueron sus compañeros de piso, no dejó de repetirse los objetivos que se había planteado para la noche: uno, hacer que Matt pasara tiempo a solas con el engreído de Eardson; dos, pasárselo bien, aunque fuera solo por un ratito; y tres, pasar tiempo a solas con Will... y no huir como una comadreja atemorizada.
Si algo tenía claro, era que Will Bishop estaba muy bueno.
Aunque Sylvia discrepaba. —Es tu tipo, —le dijo en el Uber, de camino a la fiesta —que es distinto.
—A ver, es alto, —comenzó a enumerar Grace, vestida con un top de tirantes finos que dejaban ver la bronceada piel de su escote-es muy listo, porque es doctorando; hace deporte, está bueno, le gustan los perros, dejó que os quedaráis en su casa, tiene pinta de ser súper buen capitán...
—Comparado con el cucaracho que te hizo ghosting,—soltó Sylvia— el dichoso Bishop es un dios del Olimpo, tía.
—¡No me lo recuerdes! ¡No quiero saber nada más de él!
—Bueno, si te lo encuentras en la fiesta con otra, prométeme que no te irás llorando. —le advirtió Maddie.
—¡Pues claro que no! Con la cantidad de tíos buenos que tiene que haber por ahí... ¡Buscaré al más guapo y me liaré con él!
Oyeron cómo Matt, en el asiento delantero, junto al conductor, ahogaba una risa. —Lo que os pasa es que tenéis las expectativas por los suelos.
—Fue a habar el que se ha enamorado de un tipo que no es capaz de contestar a un mísero mensaje. —contraatacó la de gafas.
—¡Oye!-exclamó el chico, ofendido—¡Que ese cara de berza con el pelo revuelto sea un poquito mejor que otros hombres no le convierte en un partidazo!
—Tiene cara de friki. Seguro que guarda algún secreto oscuro, como... ver porno de dibujitos, tener una almohada de esas que tienen la imagen de un personaje de anime, o... jugar al League of Legends.
Madeleine bufó. Golpeó a Sylvia en el costado. —¡Calla! ¡Ahora no voy a poder quitármelo de la cabeza!
La única respuesta de Sylvia fue encogerse de hombros. Tras unos segundos de silencio, el conductor del vehículo les preguntó si querían que les dejara en una calle cercana. Madeleine no pudo evitar reírse en cuanto se bajó del Uber.
—Pobre hombre. Lo que ha tenido que escuchar...
*****
Había demasiado bullicio y muchos vasos medio vacíos repartidos por las esquinas del edificio. La música sonaba alta, pero Madeleine había dejado de prestar atención a las canciones que sonaban hacía tiempo. Aún tenía su primera copa en la mano, pero Sylvia y Grace ya iban por la tercera. Matt, por la cuarta. En cualquier otra ocasión, Madeleine habría ejercido de amiga madre y les habría dicho que frenaran un poco el ritmo, pero, aquella noche, Maddie se había propuesto disfrutar. No preocuparse tanto como de costumbre. Y, de momento, parecía que lo estaba consiguiendo.
Los cuatro hicieron un pequeño corro cerca de una improvisada barra llena de bebidas. La gente estaba a servida, así que no era una zona demasiado transitada. Sylvia y Grace invitaron a su amiga a moverse al son del bajo de la música. Se sorprendieron cuando Madeleine comenzó a mover el cuerpo, imitando a sus amigas, que la vitorearon para que se animara a moverse un poquito más. Maddie les mandó callar, llevándose el índice a la boca. Puede que fuera el efecto desinhibidor del alcohol -aunque apenas había bebido-, o puede que fuera cualquier otra variante; la cuestión era que la vergüenza no había hundido a Maddie. La sintió, la procesó y la dejó ir, sin más.
Madeleine se giró hacia Matt. Hacía tiempo que no hablaba. Siguió su mirada, aparentemente perdida, y distinguió, a lo lejos, en el lado contrario de la habitación, unos mechones rubios y unos ojos grises algo apagados. Luego, notó cómo su móvil vibraba en el bolsillo de su pantalón ancho.
Will
Eardson tiene las llaves de una de las habitaciones
Se las he dado yo jeje
junto con una charla motivadora y un par de condones
01:43
codigo verde
el halcon esta mirando a su presa
01:47
creo que la charla ha funcionado
01:48
codigo verde!
01:49
A Madeleine le encantaría saber con certeza a qué se refería Will con lo del código, pero supuso que tenía que ver con su plan maestro de emparejar a sus respectivos amigos. Lo habían hablado brevemente aquella misma noche, y, aunque no establecieron una estrategia concreta, Will parecía tenerlo todo muy claro. Maddie golpeó a Matt con el codo. Señaló con la cabeza la esquina contraria de aquel enorme hall.
—Vamos, ve.
Matt se terminó su cuarta copa de un trago. Se pasó una mano por su lacio cabello y tendió el vaso vacío a Maddie.
—Deseadme suerte.
Madeleine le dio unas palmaditas de apoyo en la espalda, le sonrió y le vio desaparecer entre la multitud. Lo último que pudo ver fue a Eardson despegarse de la pared.
Will
Primera parte de la misión completada!!!
01:52
🤞🤞🤞🤞
01:52
Las tres chicas continuaron bailando solas, hablando, riéndose, sirviéndose alguna que otra copa más. Madeleine estaba despreocupada. Cómoda, más bien, porque estaba rodeada de sus amigas y no estaba sobreanalizando ningún detalle de su entorno. Tranquila, quizá, porque tanto Sylvia y Grace estaban ahí, con ella, agarrando su mano para que diera vueltas sobre sí misma, apoyándola en una decisión que sabían que Maddie había tomado por ellas, porque necesitaba verlas contentas.
De la nada, la de mechas rubias decidió moverse hacia el centro de la sala, donde los reflejos de las luces de colores eran más potentes y donde la música se escuchaba más fuerte. Madeleine notó una punzadita de nerviosismo, pero logró controlarlo. Tomó con fuerza la mano de Grace y dejó que sus amigas la condujeran hacia una zona que, hasta entonces, era desconocida para Maddie.
—¡Hey, —sintió como alguien posaba su mano en el hombro de forma amigable. Reconoció aquella voz fuerte, algo chillona, a pesar de que la música retumbaba en sus oídos. Se topó con unos ojos verdes, afables y redondos, y unas inconfundibles mechas platino —Maddie!
—¡Ben! —le sonrió. No se apartó cuando el chico, algo más alto que ella pero mucho más musculoso, se inclinó para darle un abrazo rápido. No le dio tiempo a responder. Tiró suavemente de la mano de Grace para que ella también se girara. —Mira, esta es-
—¡No te oigo!—exclamó, sin perder ni un solo milímetro de sonrisa.
—Esta es mi amiga, Grace, y ella-
--¡Pero si es el cara de búho! ¡Hola! --Sylvia se abrió paso entre la multitud y recibió sin rechistar el abrazo que le dio Ben.
El joven hizo lo mismo con Grace, que se colgó de su anchísma espalda durante unos segundos sospechosamente largos. Una acción muy típica de ella.
--¡Hola! ¡Estoy un poco borracho! ¿Bailáis?
Grace no había soltado la mano de Madeleine, así que ella se vio obligada -o más bien, arrastrada- a aceptar la propuesta cuando su amiga siguió a Ben hacia una zona menos concurrida, pero igualmente cargada de gente.
*****
Will no dejaba de saludar a gente, incluso a algún alumno que apenas rozaba la edad legal para beber alcohol. No había parado de ir de un lado a otro durante toda la noche y, cuando quiso darse cuenta, había perdido de vista al colocador estrella de su equipo. Supuso que Eardson se había ido a la habitación cuya llave Will había pedido prestada a, justamente, un alumno. Le dijo que tendría un diez en la convocatoria y el chico no dudó ni dos segundos en entregársela.
Estirando el cuello, algo quejoso por el dolor, Will se acercó a la mesa donde estaban todas las bebidas. Necesitaba algo de alcohol. No tenía que conducir, así que debía aprovechar la coyuntura. Se llevó las manos a la cabeza cuando vio que solo quedaban cervezas. Algo resignado, tomó una lata.
Se giró. Y fue entonces cuando la vio bailando, junto a Ben.
Sonreía de vez en cuando. Se acercaba a decirle cosas al oído a Ben, con cierta naturalidad, y echaba la cabeza hacia atrás, riéndose, cuando el jugador bromeaba con ella. Llevaba el pelo suelto, un bolso pequeño bajo el hombro y un top negro de manga larga que se ajustaba perfectamente a su cintura. Will exhaló por la boca. Aquella visión le resultaba hipnótica y desconocida a partes iguales; nunca había visto a Maddie así, disfrutando de algo fuera de su zona de confort, bailando con alguien que debía ser él, moviendo las caderas con cierta timidez pero siguiendo el son de la música, con el rostro más brillante que nunca y una sonrisa casi imborrable.
Si no fuera su mejor amigo, se acercaría a Ben e intentaría llevarse de allí a Madeleine lo antes posible. Dio un par de largos tragos a la cerveza y, armándose de valor, comenzó a abrirse paso entre la gente. Su notable estatura le facilitó un poco la tarea.
--Hola. --dijo, intentando no ser demasiado intrusivo. Madeleine paró de bailar de golpe, y él solo pudo sonreírle con una pizca de culpa. Se tuvo que morder la lengua para ahorrarse comentarios algo pasivoagresivos.
Ella le devolvió la sonrisa, pero no le saludó. Fue Ben quien abrió los brazos. Le abrazó, dándole una sonora palmada en la espalda.
--¡Will! ¿Dónde estabas? --le preguntó, algo ofendido-- ¡Te he perdido de vista toda la noche!
--Bueno, pues ya estoy aquí, ¿no?
Volvió a suspirar. Por mucho que fuera sociable, no se consideraba demasiado extrovertido, y por mucho que pareciera un chico de fraternidad, no lo era. Las fiestas universitarias le resultaban algo vergonzosas -y más aún cuando tenía a chicas monas cerca-. Al fin y al cabo, Will se había dedicado media vida a entrenar y a estudiar, así que se limitó a hacer lo que siempre hacían el resto de chicos en cualquier fiesta promedio: quedarse con su bebida en la mano y ponerse a mirar al resto.
Bueno, en realidad estaba evitando observar a Madeleine y Ben. Quizá era algo exagerado girar la cabeza hacia otro lado, pero es que ni siquiera quería verlos por el rabillo del ojo. Una sensación pesada e incómoda se almacenaba en su estómago, una sensación que le recordaba sutilmente al enfado que sentía cuando algún árbitro pitaba falta... pero tampoco podía hacer gran cosa. Madeleine, además de ser la chica mona con gafas y cintur de escándalo, no era nada. Puede que ni siquiera su amiga. Era difícil de definir, y por eso creía que no tenía derecho a sentir celos. O envidia. O lo que fuera aquello.
Tampoco quería cortarle el rollo; parecía estar pasándoselo bien, pero el nudo que sentía Will en la boca del estómago le obligó a actuar.
Colocó su mano en la espalda de Maddie, cerca de su cintura, con la firmeza suficiente como para que no se notara que era un acto casi desesperado. Ella dejó de moverse, pero se inclinó hacia él, de perfil, para escuchar lo que Will iba a decirle. El pelinegro se pegó a la oreja de Maddie, aunque con una intención bastante diferente a la de la biblioteca.
--Hace tiempo que no veo a Eardson.
Maddie hizo un barrido con la mirada. Después, fue ella la que habló al oído a Will. --Tampoco veo a Matt. ¿Crees que estarán juntos?
Cruzaron una mirada interrogante que luego pasó a ser algo juguetona. Will señaló con ambos índices una zona con menos gente. Una sonrisa ladeada empezó a asomarse en sus labios. --¿Vamos a echar un vistazo?
Madeleine echó un último vistazo a la zona, le dijo algo a Grace y se despidió de Ben y Sylvia con un escueto ''ahora vuelvo''.
Will ya se estaba abriendo paso entre la multitud cuando notó la mano cálida de Madeleine asir la tela de su camisa, como si tuviera miedo a perderse. Él no tuvo las agallas suficientes para tomar la mano de la chica.
Maddie dejó que Will la condujera hacia las escaleras de aquella fraternidad, pasando por una mesa de beer-pong y un sofá donde había gente fumando tabaco de dudosa procedencia. No parecía muy alejado de cómo representaban las fiestas en la ficción.
Conforme se alejaban más y más de la gente, más nerviosa se sentía Maddie, como si dejar a sus amigas atrás le hubiera vuelto a conectar con los circuitos directos de la ansiedad. Soltó la camisa de Will justo cuando empezaron a subir los escalones, preocupada por dar una imagen equivocada a la gente con la que se cruzó. No, no iban a ninguna habitación ni a darse el lote, aunque así lo pareciera. No, no iba a pasar... ¿verdad?
El pelinegro había metido las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro. Se giró para comprobar que Maddie estuviera ahí, al menos en el plano físico. Señaló con la cabeza la puerta de una habitación cerrada a cal y canto.
--Es aquí. --anunció.
Se llevó el índice a los labios para pedir a Madeleine que guardara silencio, aunque ella no tenía pensado hablar. Will se pegó a la puerta y terminó colocando su oreja contra la madera, intentando escuchar algo. Paseó su mirada por el techo unos instantes. Agitó la cabeza y vocalizó un ''no oigo nada''.
Madeleine se puso manos a la obra. Se cambió el bolso de hombro e hizo lo mismo que Will: juntarse a la puerta con la oreja bien pegadita. Puso toda su atención en descifrar el poco ruido que podía escuchar.
--Hay alguien dentro. --susurró la de melena castaña.
Will comenzó a sonreír con algo de malicia y acercó la mano al picaporte de la puerta, pero ella le detuvo con brusquedad y cierto enfado. El pelinegro alzó la mano como diciendo perdón y colocó ambas manos contra la madera. Se quedaron escuchando a través de la puerta un buen rato, puede que minutos, con la música de la fiesta sonando amortiguada y palabras ininteligibles sonando en el interior de la habitación.
Cruzaron una mirada. Madeleine está demasiado concentrada en entender algo de lo que decían los chicos que estaban dentro, pero, de no haberlo estado, se habría sentido abrumadísima y no habría sostenido la mirada de Will durante tanto tiempo, durante el tiempo suficiente para distinguir que sus ojos tenían un par de motas más claras alrededor de la pupila.
Y de repente, se dio cuenta de lo cómica que era la situación. Maddie se despegó de la puerta y ahogó una risa... o al menos lo intentó, porque terminó riéndose en alto y contagiando a Will, que salió corriendo hacia las escaleras para poder carcajearse.
--¿Qué narices estamos haciendo? --se preguntó a sí misma entre risas suaves.
Era una pregunta retórica, pero Will la contestó igualmente. --¿Trabajo de campo?
A Madeleine le hizo gracia. Lo admitió con una risilla mientras se acercaba a Will. --Es mejor que les dejemos solos.
El calor que no había notado hasta entonces comenzó a agolparse en las mejillas mejillas de Maddie, así que empezó a abanicarse con las manos. Will la siguió con la mirada, atento, con los codos apoyados en el pasamanos de la escalera, mientras ella se quedaba un escalón por encima.
—¿Te apetece salir a tomar el aire?
Maddie negó con la cabeza. Se pasó una mano por el pelo, como si fuera a recogérselo, pero simplemente se lo retiró del cuello. —No, estoy bien.
Le sorprendió la risa sofocada que soltó Will, que se irguió y demostró que,efectivamente, era alto. Madeleine le tuvo a la altura de los ojos. Aprovechó para analizar bien su expresión, cómo intentaba esconder una sonrisa, su lenguaje corporal relajado e incluso algo fardón, como si se estuviera jactando de algo que a Madeleine se le escapaba.
Ah. Era una indirecta. Maddie inspiró profunda pero disimuladamente y, a pesar del calor que tenía, se abrazó a sí misma. Ya había cumplido dos de los objetivos que se había planteado aquella noche y solo le faltaba completar uno, ese para el que se había preparado tanto y el que era más complicado de los tres. Tenía un esquema perfecto de qué hacer en su cabeza. Había analizado cada situación posible. Tenía muchas soluciones para muchos problemas. Pero, en el momento de la verdad, siempre se asustaba. Típico.
—Ahora que lo pienso, —dijo después de tomar aire—sí. Vamos. Hace muchísimo calor.
Will asintió con una especie de mueca, aunque Maddie sabía que solo estaba ocultando una sonrisa orgullosa. Dejó que ella bajara primero las escaleras, haciendo un gesto que se podría tildar de caballeroso, y la siguió de cerca. Abandonaron la fraternidad por una puerta lateral, dejando atrás la música y las ovaciones de quienes aún seguían dándolo todo en la mesa del beer-pong.
Comparado con el interior del edificio, fuera hacía una temperatura estupenda. Maddie suspiró con alivio al sentir la brisa fresca en sus mejillas. Los oídos le pitaban un poco y la cabeza le pesaba, como si el alcohol le hubiera subido de golpe. Will guardó las manos en los bolsillos de su pantalón y caminó despacio, manteniendo el ritmo de las zancadas de Maddie, que seguía cruzada de brazos.
—¿Mejor? —le preguntó Will con voz aterciopelada.
Madeleine asintió. —Sí, muchísimo mejor. Has tenido una idea estupenda.
—No es por hacerme el único y diferente, pero empezaba a cansarme un poco de la fiesta.
—No es hacerte el único; es que simplemente estás mayor, Will.
Él fingió ofenderse. Alzó las cejas y la barbilla. —Ah, ¿si? ¿Tener veinticuatro años es ser un vejestorio?
Madeleine le observó con cierta sorpresa. Le habían fallado los cálculos. —Pensé que eras mayor que yo.
Will se encogió de hombros, sin sacar las manos de los bolsillos. —Todo el mundo me lo dice. ¿Tú cuántos años me echabas?
—Hum... Unos treinta y seis.
—¡Venga ya! —y lo dijo con una pizca de enfado que se esfumó enseguida. —Odio parecer un millenial.
Continuaron paseando hacia el otro lado de la calle, donde se extendían varios jardines y largos trozos de césped, donde podrían estar mucho más tranquilos. Madeleine dejó de abrazarse a sí misma.
—Seguro que eres fan de la Guerra de las Galaxias.
—En mi defensa, —comenzó, haciendo que Maddie diera una palmada y soltara un emocionado ''¿¡ves!?'' que hizo que Will sonriera— es un clásico.
—En tu contra, que sepas que eso es muy millenial.
Will se dio por vencido. Madeleine aceleró el paso para llegar hasta un banco de madera, donde se sentó. El pelinegro no tardó mucho en imitarla, dejándose caer a su lado con una especie de quejido. Se hundió en el asiento, estirando las piernas.
Giró el cuello para dirigirse a Maddie. —En el instituto, estaba enamoradísimo de la princesa Leia. Fue mi primera obsesión.
—Total y absolutamente millenial. ¿De verdad tienes veinticuatro años...?
Will devolvió la vista al oscuro cielo. Cerró los ojos un instante. —Tú en el instituto te volvías loca por One Direction. Estabas enamorada del rubio. Creo que es mucho más justificable babear por Natalie Portman.
Fue la certeza de su voz lo que hizo que Maddie frunciera ligeramente el ceño, extrañada. —¿Cómo sabes que me gustaba One Direction...?
¿Y si él también me ha buscado en Google y ha bajado hasta los últimos resultados para enterarse de que tenía un blog sobre bandas del Reino Unido? ¿Y si encontró todos los fanfics que escribí con doce años? Era tan irreverente que podría ser cierto. Aunque Will no parecía tener mucho tiempo libre, una búsqueda en Google podía hacerse en segundos, así que, quizá...
—Tenías una carpeta con fotos que imprimiste, ¿a que si? Pues que sepas que eso también es muuuy millenial.
Era cierto. Maddie llevaba al instituto una carpeta con varias fotos descargadas de internet, el logo de una cadena de restaurantes y la bandera irlandesa. Puede que estuviera un poquito obsesionada en su entonces, pero aquello no era lo importante. Will sabía un detalle demasiado concreto de ella. Más concreto que su número de seguro dental. Era un dato que no podía tratarse de una generalización o una coincidencia.
Maddie sintió un pinchazo en el pecho. Era desconfianza. Ese sentimiento que nunca abandonaba su cuerpo. Siempre quedaba algún vestigio. Siempre había algo que le hacía sospechar, por mucho que se convenciera de que era simple ansiedad y unos pocos traumas.
—¿Cómo lo has sabido?
Su cara debía ser un poema. Will abrió ligeramente la boca, quizá algo sorprendido, puede que algo atemorizado. Agitó la cabeza enseguida, acompañando el gesto con un movimiento de ambas manos, soltó una risilla nerviosa y terminó sentado con la espalda recta.
—Lo he supuesto. En mi clase, todas las chicas estaban locas por One Direction, y... tú tienes cara de haber sido su fan.
Madeleine se quedó unos segundos en silencio, observando los pequeños movimientos del cuerpo de Will. Concluyó que lo decía con sinceridad. A lo mejor ella se había montado la película. Había sido una coincidencia algo extraña, pero, al menos, era eso: una coincidencia. Tardó un poco más de lo esperado en relajarse; su corazón se había puesto a latir a cien por hora y su cuerpo se había preparado para una huida y un enfado descomunales.
Will volvió a apoyarse en el respaldo. Maddie también lo hizo.
—Podemos ver la saga de la Guerra de las Galaxias algún día.
—Ya, —bufó Maddie con ironía —así, cuando me pregunten qué es lo peor que he hecho por un hombre, puedo decir que fue ver Star Wars.
El pelinegro se rio. —Con iniciativa, ambición y la maldad de un puñetero Gremlin... Cada día me sorprendes más.
Maddie le dedicó una sonrisa fugaz y evitó su mirada oscura. La evitó porque, a pesar de nunca haberlo vivido, o por lo menos no recordarlo, reconoció perfectamente cómo la estaba mirando: con esa mezcla de anhelo e indecisión típica de sentir atracción por alguien. La tensión iba en aumento y, con ella, el nerviosismo de Maddie, que estuvo a punto de gritar un ''¡deja de mirarme!''.
No lo hizo porque comenzó a repasar todo lo que había estado leyendo aquella mañana, lo cual impidió que los pensamientos intrusivos abordaran su consciencia. Contacto físico sutil. Madeleine dejó que sus brazos cayeran a sus costados y, aprovechando que las piernas de Will ocupaban dos tercios del asiento, rozó su rodilla. Fue un movimiento aparentemente natural y desinteresado, pero funcionó: él se removió ligeramente y su pierna quedó pegada a la de Maddie. El pelo. Con un gesto rápido, Maddie se retiró algunos mechones castaños de los hombros, dejando al descubierto el escote cuadrado de su camiseta. Se colocó el pelo detrás de las orejas.
—Anda, —comentó Will, estirando el brazo hacia ella —llevas tus pendientes favoritos.
Estaba funcionando. —Ah, sí.
—También son los míos.
Will hizo algo que deseaba hacer desde hace siglos: retirar ese mechón rebelde del rostro de Madeleine. La rapidez de aquel movimiento contrastó perfectamente con la lentitud del siguiente. Colocó su mano en la nuca de Maddie, despacio, algo titubeante.
Mirarle a los ojos, luego a la boca, luego a los ojos. Sonreírle. Dejar que se acerque.
La besó después de humedecerse los labios.
Madeleine sintió aquella calidez envolvente tan característica. Supuso que era algo inherente a Will, a su envergadura, a su forma de ser. Notó cómo él movía la mano, dejándola sobre su mandíbula.
Fue entonces cuando Madeleine empezó a ser presa del pánico. Iba a intentar besarla con lengua. Mierda. Iba a ser torpe y vergonzoso. Iba a ser asqueroso. ¿Y si le sabía la boca a pescado? ¿O a ajo? ¿Y si notaba que llevaba prácticamente toda la vida sin besar, se reía de ella e iba por ahí mofándose de ella? ¿Y si notaba su inexperiencia? ¿Le gustaban a él las chicas con más experiencia que ella? Seguro. Y más delgadas. Y más guapas. Y más inteligentes.
Maddie se separó de él, intentando ser lo menos brusca posible, pero Will no parecía estar muy por la labor de terminar ahí con un simple beso. Había tomado el rostro de Maddie con firmeza y la había envuelto con su cuerpo, así que ella no tenía mucha escapatoria.
Acaricio la mejilla de Madeleine con el pulgar. Fue tan natural que cualquiera sospecharía que lo habían hecho más veces. Era la primera.
Y ella se puso aún más tensa. Tomó aire de forma entrecortada.
A lo mejor iba siendo hora de salir por patas.
—Oye-
—¿Sabes que, si nos besamos durante una hora, podemos quemar ciento ocho kilocalorías?
El dato le pilló desprevenida. Maddie soltó una carcajada desde la más pura incredulidad. No le dio tiempo a que se le desvaneciera la sonrisa; Will aprovechó el momento para volver a besarla, notando el ligero roce de sus dientes aún.
Madeleine no pudo procesar tanta información sensorial de golpe, así que no le quedó otra que aceptar aquel beso húmedo, lento. No fue consciente, siquiera, de cómo los músculos de su cuerpo se habían liberado de toda la tensión, de cómo sus brazos habían rodeado la espalda ancha de Will, de cómo él se inclinaba más hacia ella, de cómo tomaba pausas cortas para recuperar algo de aire, ni siquiera de lo mucho que molestaban sus dichosas gafas.
—Ya llevamos unas dos calorías. —murmuró Will cuando se separó ligeramente para dejar que Maddie respirara. —Nos quedan muchísimas todavía.
Volvieron a besarse.
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ESTE CAPITULO TIENE CASI 6K PALABRAS ES UNO DE LOS MÁS LARGOS QUE HE ESCRITO JAMÁS!!!!! es este el poder que tienen las fancams de hombres tetones en mi? puede ser.
escribir este capítulo ha sido peor que escribir la puta ilíada porque entre que tengo el ordenador arreglando, entre que el teclado de la tablet no va..... se cerraba la app de wattpad constantemente y no se guardaban las cosas... las rayitas han pasado a ser guiones... en fin, es un capítulo escrito ENTERAMENTE en la app de notas así que más os vale apreciarlo marranas
encima con beso! y con lengua! estaréis de queja
en fin. premio para la persona que tenga la teoría más cercana sobre will. quien es???? miente como todos los hombres??????? madeleine sabe que cuando lo sabes lo sabes??????
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