Capítulo 2.
No sé qué es peor de viajar en un autobús escolar: el espacio excesivamente reducido entre los asientos o el ruido que provocan los estudiantes con sus gritos y risas como si estuvieran en un carnaval. Odio estos asientos de mierda porque las personas altas como yo siempre terminamos con un terrible dolor en las rodillas y apenas nos podemos mover para abrir la ventana en la época de verano cuando las temperaturas llegan casi a los treinta grados.
En cuanto el autobús se detiene, me paro de un salto y comienzo a empujar al chico que está sentado a mi lado. Él me lanza una mala mirada y yo alzo las cejas, preguntándole de aquella manera qué está esperando para que mueva su culo gordo.
—¿Puedes pararte o esperas a que te llegue una carta de invitación?
Él se coloca de pie y su altura me sobrepasa, haciéndome sentir más pequeña e insignificante.
—Espera a que bajen los de adelante. —escupe.
—Pues yo no voy a esperar a que todo el maldito mundo baje de aquí.
Lo empujo con ayuda de mis antebrazos y arrastro la mochila por el suelo del autobús. Escucho algunos insultos en mi contra y el mastodonte que iba sentado a mi lado gruñe desde el fondo del bus como si fuera un toro rabioso pero yo no me detengo hasta que estoy completamente fuera del autobús y puedo respirar el aire relativamente limpio, dejando de lado esa mezcla nauseabunda de perfumes y lociones de afeitar.
Comienzo a crear mi camino hasta la entrada del colegio, mirando en todas las direcciones como una loca en busca de mi mejor amiga. Entre el mar de personas que hay se me hace imposible encontrarla. Claro, hasta que ella aparece por atrás y se lanza contra mi espalda, haciéndome tambalear hacia adelante. El movimiento me toma tan de sorpresa que temo por mi seguridad. Escucho a lo lejos como el suelo me grita que caiga de rodillas para hacerle compañía y ponerme en ridículo delante de toda la población escolar.
Pero, así como Charisma es mi constante dolor de cabeza, en este momento es mi salvadora y me agarra del brazo, impidiendo la fea caída que estaba a punto de sufrir.
—¡Casi me caigo! —la empujo para que me suelte de forma brusca y empujo mis anteojos hacia arriba— ¡No vuelvas a hacer eso! ¡Te he dicho que no me gusta!
—Lo siento —ríe de forma nerviosa y se vuelve a acercar a mí, enredando su brazo con el mío—, no pude evitarlo. Además, yo estaba muy ansiosa de verte. ¡Tengo que contarte tantas cosas!
Tarareo un monosílabo y sigo caminando con Charisma pegada a mi brazo como una lapa. Subo el corto tramo de escaleras y me sumerjo en el interior de la escuela. Todo está igual como la semana pasada, los mismos chicos de siempre, los mismos maestros de siempre, todo es exactamente rutinario y me agota. Odio la escuela porque siempre tengo que hacer lo mismo: levantarme temprano, venir aquí y ver las mismas caras aburridas, llegar a casa, comer un poco y encerrarme en mi cuarto para hacer deberes. Todos los días es lo mismo. Yo lo único que deseo es que esta horrenda etapa de mi vida termine pronto para elegir alguna carrera universitaria, rendir la prueba de selectividad y largarme de aquí en busca de mis propios horizontes.
—¿Y bien? —Charisma dice con una extensa sonrisa— ¿Vas a preguntarme cómo estuvo mi fin de semana?
Suelto un suspiro y abro mi casillero, lanzándole una mirada —¿Cómo estuvo tu fin de semana?
—¡Excelente! —exclama y sufro un mini pre-infarto por su efusividad. ¿Cómo puede tener tanta energía a ésta hora de la mañana? Dios, yo creo que aún estoy media dormida— Aunque no lo creas, la casa de mi abuela es muy entretenida. Vive cerca de una fraternidad y los chicos de allí son hermosos. Tú deberías venir un día para que puedas verlos con tus propios ojos, Nat.
Saco los libros que no voy a ocupar en las primeras horas y los guardo en el interior de mi taquilla. Cierro con un golpe un poco (demasiado) fuerte la puerta y miro a mi mejor amiga.
—No, gracias.
—¿Disculpa? —inquiere. Su mano derecha se afirma en su cadera y la otra hace un extraño gesto— ¿Qué fue lo que dijiste?
—Dije: No, gracias. No estoy interesada en chicos.
—También hay mujeres allí.
—Tú sabes a lo que me refiero —refuto—. He vivido toda una vida con hombres, me he criado con cuatro chicos y no quiero más, Charisma. Con suerte puedo soportar al empalagoso de tu novio.
—Oye, eso fue demasiado cruel.
—Lo sé —río—, por eso te lo dije. Pero, hablando en serio, no tengo ánimos de conocer chicos ni ahora ni nunca.
—Eres la persona más asexual que conozco en... todo el mundo.
—¿Debería tomarme eso como un halago?
—No. —dice y sonríe.
—En fin, ¿vas a contarme qué hiciste el fin de semana o no?
Eso es lo único que yo debo decir para que Charisma comienza a hablar sobre su fin de semana y de la aventura que vivieron ella y Rick cuando él se escabulló por la mismísima ventana del cuarto de su abuela. Me es inevitable reír cuando ella comenta que él comenzó a jugar con los dientes postizos de su abuela. Es asqueroso pero me causa bastante gracia.
Ingresamos al salón de clases y nos sentamos en el mismo asiento de siempre, a mitad de la fila junto a la ventana. Charisma lanza su mochila sin cuidado sobre la mesa y se desparrama sobre la silla. Se sienta con las piernas abiertas sin importarle usar falda.
Charisma rebusca un chicle en el bolsillo de su blusa y me lanza uno antes de comer el suyo.
—En fin —el globo de mascar explota creando un sonido molesto—, ¿Qué hiciste el fin de semana, Nat?
—Lo mismo de siempre: pelear con mis hermanos. Cada día los soporto menos, Dios. Esa casa es un calvario los fines de semana.
—¿Por qué? —me pregunta riendo.
—Tú sabes por qué —le lanzo una mirada obvia. Me quito los anteojos y saco de mi cabello las horquillas para hacerme una coleta. Charisma toma mis lentes y se los coloca, mascando la goma sin parar—. La convivencia con Evan y Dylan es muy difícil teniendo en cuenta que a mí me toca organizar la ropa para lavarla los fines de semana y ellos llegan con bolsos repletos de suciedad. ¿Sabes lo que es lavarle los calcetines a un deportista?
Ella arruga su nariz —Eso es asqueroso.
—Pues, esa es mi rutina sabatina. Una mierda.
Seguimos conversando por los próximos minutos. Mis compañeros comienzan a ingresar de a poco y todo el salón se llena de risas efervescentes. Las voces se mezclan y crean un estrepitoso ruido que es callado por la puerta siendo azotada. El maestro de matemática, el señor Kane, ingresa con su rostro de malas pulgas, como todos los lunes.
—Buenos días —saluda y continúa sin esperar el saludo de regreso—. Antes de comenzar la clase, me gustaría informarles que en el primer receso estarán tomando las fotografías para sus pases estudiantiles. Así que, a la diez treinta deben dirigirse al gimnasio.
Los bufidos no se hacen esperar y todos comienzan a protestar.
—Si tienen alguna queja, les recomiendo que vayan a hablar con la directora —escupe el señor Kane—. Ahora, si fueran tan amables, abran su libro en la página 241. Hoy veremos la raíz cuadrada.
Ruedo los ojos y estiro mi mano para que Charisma me entregue los anteojos. De mala gana, saco mi libro y lo abro en la página señalada. No sé cuál es la necesidad de estudiar esta estúpida materia si nunca nos va a servir de nada. ¡Ni siquiera quiero estudiar algo relacionado con las matemáticas!
—Esta materia es pura porquería —farfulla Charisma, leyendo mis pensamientos—. No es como si yo vaya al almacén y le diga al vendedor: quiero la raíz cuadrada de veinte manzanas.
Ambas soltamos una carcajada que retumba en el salón. El maestro Kane gira lentamente y nos mira con las cejas alzadas.
—Carpentier y Hoffman, ¿hay algo que quiera compartir con la clase?
—No señor. —decimos ambas a la vez. Todos nos están mirando.
—No quiero más interrupciones, ¿quedó claro?
—Sí, señor. —ésta vez es Charisma quien lo dice, haciendo un fingido saludo militar.
En cuanto el maestro Kane se gira nuevamente para escribir en el pizarrón, Charisma saca su lengua y yo tengo que morder mi labio inferior para no romper a reír. Ella sigue con las morisquetas y yo comienzo a carraspear, ocultando mi ataque de risa para que no me echen fuera. Siento mi rostro rojo y es tanta la picazón que siento en la garganta que mis ojos se humedecen. Intento lanzar aire a mi rostro abanicando mi cuaderno de matemática frente a mí y cuando creo que ya está todo perdido, me tranquilizo.
Finalmente, luego de miradas furtivas y burlescas, ponemos atención a la clase. O intentamos hacerlo.
-
Hay una enorme fila de chicos que esperan para tomarse una maldita fotografía y el gimnasio apesta. Por mientras que esperamos nuestro turno, Charisma se retoca el maquillaje y ambas tenemos una pequeña discusión por cómo voy a lucir yo sin una pisca de esa mierda en mi rostro. Estoy cansada, tengo sueño y hambre. Llevamos aquí paradas por lo menos veinte minutos y si seguimos así, perderemos todo el recreo y ya tendremos que entrar a la siguiente clase sin probar un bocado.
—Creo que voy a morir de hambre... —jadeo, frotando mis sienes. La cabeza me ha comenzado a doler por culpa de la ansiedad que tengo por llevarme algo de comer a la boca y el ruido a mí alrededor no ayuda demasiado.
—Puedes ir a comprar algo si quieres. —Charisma propone, encogiendo uno de sus hombros— Yo cuidaré tu puesto.
—No traje dinero.
Ella me lanza una mirada y mete la mano en el bolsillo secreto de su falda donde guarda cigarrillos o dinero y me tiende un billete de cinco dólares.
—¡Gracias! —chillo alegremente y le lanzo un beso en el aire antes de comenzar a correr.
Golpeo algunos hombros en mi carrera hasta el casino. Mis anteojos se deslizan por mi nariz cada cinco segundos pero logro llegar al comedor sin ninguna lesión. Me formo en una pequeña fila y cuando llega mi turno, compro una barra de cereal y un alfajor porque es lo único que alcanzo a comprar con cinco dólares. Devoro ahí mismo la barra de cereal y tengo que tomar un vaso de agua de la máquina porque siento un trozo atascado en mi garganta.
Cuando me doy cuenta que no moriré de asfixia, regreso hasta el gimnasio y busco a Charisma pero ella no está en el mismo lugar donde la dejé. Me desespero, pensando en la horrenda idea de tener que volver a formarme otra vez. ¡Maldita sea! ¿Por qué cuando yo no estaba la fila comenzó a avanzar tan rápido? Mis ojos se mueven frenéticamente de un lado a otro, intentando buscar a mi mejor amiga.
Hasta que escucho su risa.
Sigo el sonido de la risa y abro el envoltorio del alfajor para darle un gran mordisco. Trituro la galleta con mis dientes y siento el chocolate deslizarse por mi paladar haciendo que mi estómago truene una vez más. Llego al lugar donde está Charisma y arrugo mi nariz viendo que Rick, su novio, está a su lado y hay alguien más con ellos.
—¡Hey, allí estás! —exclama ella— Ven aquí, Nat. Ven para que veas a tu amigo.
—¿Qué amigo?
Avanzo un par de pasos y entonces, el chico que había estado dándome la espalda se gira y puedo ver su horrible rostro. Mi expresión decae y un millón de escarabajos se deslizan debajo de mi piel, causándome malestar.
¿Alguna vez has odiado a alguien de presencia? Pues, eso es lo que me pasa a mí con ese chico.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro