Capítulo 1.
Odio los lunes. Creo que durante toda mi vida lo he hecho y nunca me cansaré de hacerlo. Odio los lunes porque: a) debo levantarme a las cinco y media de la mañana; b) mis hermanos y yo tenemos una disputa de quién ocupará el baño primero; c) Desayunar en casa con cuatro hombres es una lucha constante; d) el tráfico que se crea en la carretera es eterno y la última pero no me nos importante e) la primera asignatura que me toca en la escuela es matemática. ¡Matemática! Por Dios, ¿a quién en el mundo se le ocurrió la maldita idea de poner matemática en el horario de clases a las ocho de la mañana un día lunes? ¡Es horrible!
Antes de que mi alarma suene, me levanto intentando ignorar el frío de los mil demonios que hace. Camino hasta la silla (que me sirve como un ropero extra) y tomo una toalla y la paso por mi espalda, intentando disminuir el frío que recorre mi cuerpo. Desbloqueo la puerta y asomo la cabeza, escuchando la calma que hay en casa. Sonrío en victoria. Quizá, mis hermanos aún no se han despertado y yo seré la primera en ocupar el baño.
Olvidando un poco el frío, salgo de mi habitación con una pequeña sonrisa. La cual, por supuesto, desaparece al ver a Evan, mi hermano mayor salir de su habitación. La tensión se expande por el aire y estrecho mis ojos en su dirección.
—Ni siquiera lo pienses... —advierto.
Comienzo a correr y él hace lo mismo y cuando llegamos a la puerta del baño, se crea una pequeña pelea por quién se duchará primero, como todos los días lunes. Forcejeamos, nos insultamos y nos golpeamos de vez en cuando. Hasta que él decide ocupar la fuerza conmigo y me lanza al suelo de un empujón.
—¡Esto no es justo! —le grito con todas mis fuerzas, siento mi rostro rojo por la rabia— ¡Eres un tramposo!
—El que pestañea pierde, hermanita... —él canturrea.
Intento ponerme de pie e ingresar a la fuerza pero él me cierra la puerta en la cara. Golpeo la puerta un par de veces hasta que él enciende la música de su teléfono y comienza a cantar, burlándose de mí.
—¡Por favor, déjame entrar! —le pido, afirmando la cabeza contra la fría madera. Mi mano derecha golpea suavemente la puerta mientras que la otra sujeta con fuerza la toalla alrededor de mis hombros— ¡Tú no tienes que viajar por una hora hasta la escuela! ¡Evan!
—¿Qué es todo este escándalo?
Miro hacia atrás y veo a papá saliendo de su recámara. Él suelta un bostezo y se estira. Se frota los ojos antes de mirarme.
—¿Otra vez Evan?
—Sí —gimoteo—. Por su culpa voy a llegar tarde.
—¡Considera levantarte más temprano para la próxima! —me grita desde el interior del baño y suelta una carcajada— ¡Qué buena está el agua!
Miro a papá en busca de ayuda pero él sólo se encoje de hombros. Resignada, dejo caer mi cuerpo a un lado de la puerta y cuento los segundos que paso ahí, dormitando de vez en cuando. Mi trasero se enfría pero no puedo pararme de aquí porque en cualquier momento el baño se va a desocupar y no quiero quedar de las últimas como todos los lunes.
¡Odio los lunes!
Muevo mis pies descalzos de un lugar a otro y bostezo, mis ojos cerrándose de a poco por el aburrimiento. A lo lejos logro escuchar la horrenda voz de mi hermano mayor que está cantando una horrible canción y por un momento deseo que se ahogue con el agua de la misma ducha. Bueno, quizás no tanto pero cualquier cosa sería mejor que escucharlo cantar por las mañanas.
Cuando escucho que Evan corta el agua de la ducha, abro los ojos y me llevo el susto de mi vida al ver el rostro de Noah frente a mí. Mi cabeza golpea la pared y suelto un pequeño quejido, haciendo reír al menor de mis hermanos hombres.
—Eres tan torpe... —se burla de mí y me aprieta la nariz.
—Déjame tranquila, tonto. —aparto su mano de mi rostro y estiro mis brazos hacia adelante—. Ayúdame, por favor.
Él tira de mis manos y cuando estoy casi completamente de pie, me suelta y caigo al suelo otra vez. Él ríe y choca los cinco con Scott, su mellizo y aliado en el momento de burlarse de mí.
Me coloco de pie a duras penas, intentando ignorar a los mellizos y rogando en mi interior a que Evan salga del baño antes de que Dylan, mi otro hermano, se levante porque es el peor de todos.
No me mal interpreten; amo a mis cuatro hermanos pero son demasiado odiosos. Sobre todo Dylan. Él es cosa seria todas las mañanas y aunque nosotros estemos esperando el baño para tomar una ducha, tenemos que dar un paso al lado para cederle el turno simplemente porque su humor de mierda nos hace temer por nuestras vidas.
Los mellizos están tan absortos en la conversación que mantienen que no se dan cuenta cuando la puerta del baño se abre y una ola de vapor golpea mi rostro. Mi hermano mayor sale con una toalla alrededor de su cintura y su torso brilla por la humedad. Si Charisma estuviera aquí, yo creo que se ofrecería como voluntaria para quitar todas las gotas con su lengua. Ew, pensar esas cosas de mi propio hermano es asqueroso.
—¡El baño está libre! —grita Evan, llamando la atención de los mellizos y a pesar de la distancia, logro escuchar el gruñido que suelta el ogro de Dylan.
El pasillo se nuestra casa se convierte en el escenario de un carnaval de gritos y bufidos pero, finalmente y luego de esperar por siglos, soy yo quien logra entrar al baño. La discusión de mis hermanos es amortiguada por la puerta y siento la sensación de victoria recorrer por todo mi cuerpo.
Dos golpes suaves chocan contra la puerta antes de que la voz burlona de mi hermano mayor se escuche:
—Espero que te guste el regalo que he dejado para ti en el lavamanos, hermanita.
Miro el estante que él ha dicho y suelto un gruñido de rabia y asco al ver los pequeños vellos faciales adheridos a la cerámica blanca. ¿Por qué demonios él tiene que ensuciar todo cuando se afeita?
—¡Te odio! —le grito y mi respuesta es su risa traviesa combinada con los improperios que lanza Dylan desde el final del pasillo.
Sinceramente, admiro a mis padres por tener tanta paciencia con cinco hijos que, cuando se juntan todos en casa, crean una pelea hasta porque uno respira cerca del otro.
Cuelgo la toalla y paso mi mano por el espejo empañado para mirar mi rostro; todo mi cabello está enmarañado y mis párpados hinchados por la culpa del sueño.
Hago una mueca de asco al comenzar a limpiar el desastre de mi hermano, recitando en mi interior que sólo es cuestión de tiempo para que los dos mayores se marchen. Tanto Evan como Dylan hoy, después de desayunar, se irán a la universidad y no volverán a casa hasta el viernes y sólo seremos mamá, papá, los mellizos y yo por cinco gloriosos días.
Me cepillo los dientes después de terminar de limpiar el lavamanos y comienzo a desprenderme de mi pijama para tomar una ducha. Éste es el único momento que puedo estar relativamente en paz los fines de semana. Largo el agua de la ducha y me meto con cuidado. Cuando cierro la cortina, los golpes contra la puerta se empiezan a oír y yo ruedo los ojos.
—¡Será mejor que te apresures, Natalie! —grita Dylan mientras golpea la puerta sin cesar.
—No es mi culpa que te hayas levantado tarde.
—No me importa. Apúrate.
Ruedo los ojos y me decido por ignorar su estúpida orden. Sólo un par de horas más y ya se irá.
Luego de un par de minutos, termino de bañarme. Me seco el cabello y luego enredo la toalla alrededor de mi cuerpo para poder cepillarme el cabello. Una vez que estoy lista, tomo mi pijama y abro la puerta, encontrándome con la horrible cara de mi hermano Dylan.
—Buenos días. —lo saludo, arrastrando mis pies descalzos por la madera fría— Ya puedes ocupar el baño.
—Gracias por decírmelo. No me había dado cuenta —escupe y me da un pequeño empujón—. Muévete.
—Gracias por decírmelo. Yo había pensado quedarme todo el día aquí parada.
Él suelta un gruñido y yo sólo río antes de caminar hasta mi habitación. Me visto rápidamente con el uniforme escolar y sujeto el cabello de los costados de mi rostro con dos horquillas. Agarro mi bolso, mis anteojos y mi teléfono antes de salir de mi cuarto y bajar las escaleras con un trote pausado. Dejo todo sobre el sofá e ingreso a la cocina donde papá, mamá, Evan y los mellizos están desayunando.
—Buen día. —saludo, caminando entremedio de los miembros de mi familia para poder llegar a la alacena y tomar la caja de cereales.
—Buen día. —responden papá y mamá al unísono.
Como es de costumbre, los mellizos no me toman en cuenta porque están muy ocupados comiendo su desayuno y mi hermano mayor teclea en su teléfono con una mano mientras que la otra saca grandes cucharadas de cereal con leche.
Me preparo desayuno y me siento al lado de papá quién está pendiente a las noticias matutinas. Como mi cereal con leche y miro a Noah y Scott que conversan en susurros, vistiendo aún sus pijamas. Ellos ya saben de antemano que perdieron la batalla del baño y tendrán que esperar a que Dylan salga para poder ducharse e irse a la secundaria. Mamá me sirve un tazón de café y le agradezco con una sonrisa.
—¿Charisma vendrá por ti? —Emily, mi madre, me pregunta sentándose al lado de Evan.
—No lo creo. Ella fue a la casa de su abuela y se irá desde allá.
—Ya veo. —asiente y mira a Evan antes de quitarle el teléfono— Ya basta, Evan.
—Pero mamá —se queja, intentando recuperar su teléfono—, estaba hablando algo súper importante con Jake.
—Jake puede esperar. Sabes que no me gusta cuando estás con el teléfono en la mesa. Además, éste es uno de los pocos momentos que podemos estar en familia.
Aguanto una risa y la mirada de mi hermano se posa en mí.
—Oh, esto es muy gracioso para ti, ¿no, escarabajo?
—No molestes a tu hermana, Evan. —lo reprende mamá.
—¿Por qué? ¿La nena de mami no se puede defender sola?
—Evan... —papá dice en tono de advertencia— ya basta, por favor.
Mi hermano alza las manos en derrota y me lanza una mirada que yo sólo puedo responder con una sonrisa. Ésta es una de las ventajas de ser la hija menor.
El desayuno pasa sin mayores inconvenientes. Dylan se tarda por lo menos una hora en el baño y baja a desayunar con una cara de perro horrible. Los mellizos discuten por quién ocupará el baño primero y terminan su pelea con una batalla de piedra, papel o tijera. Scott es el ganador y Noah ordena su habitación y sus cuadernos para ahorrar un poco de tiempo.
El primero en irse es Evan. Antes de que salga de la casa, mamá le da los mismos consejos de todos los lunes y él asiente, puedo apostar a que él está repitiendo todo en su cabeza: "no vayas a fiestas a mitad de semana, estudia mucho, come bien y cuídate, Evan, por favor cuídate. Cualquier cosa que pase, nos llamas y tu papá y yo estaremos allí de inmediato". Ese rosario (como le llamamos nosotros) nos lo dice siempre cuando vamos a salir de casa pero Evan y Dylan lo escuchan todos los lunes antes de irse a la universidad. Mamá aún no se acostumbra a que sus dos hijos mayores estén viviendo al otro lado de la ciudad. No me quiero ni imaginar qué será de mí cuando los mellizos se vayan de casa. Creo que la protección será el doble —o el triple— para mí.
Cuando son casi las siete, corro hasta el segundo piso y me encierro en el baño para lavarme los dientes. Me encuentro con los mellizos en el corredor y ambos amenazan con lanzarme por la escalera cuando estamos bajando. Quiero golpearlos pero ellos caminan a ambos lados de mi anatomía y no puedo sacar ventaja alguna de esto.
Me coloco los anteojos y voy hasta la cocina otra vez para tomar la bolsa que mamá a preparado para mí. Reviso el contenido y hago una mueca. ¿Otra vez un sándwich de atún? Reviso la merienda de mis hermanos y sólo ante los ojos de Dylan, cambio mi emparedado por el de Noah.
Me despido de Dylan y le grito a papá que ya me voy a la escuela. Él me devuelve la despedida desde su cuarto y me desea buena suerte. Mamá me entrega la mochila y besa mi frente haciendo que los mellizos se burlen de mí por su trato.
—Ve con cuidado, por favor —me pide mamá— y si algo pasa...
—Te llamaré mamá, lo sé —termino por ella, abriendo la puerta—. Nos vemos en la tarde.
—Nos vemos luego, corazón.
Estoy a punto de poner un pie fuera de la casa cuando escucho el grito de Scott:
—¡Nos vemos luego, corazón!
Gruño y salgo porcompleto, maldiciendo el día en que mamá decidió tener mellizos.
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