Sufrir
La estancia de Matías en la clínica se alargó tres semanas, debido a que en una segunda radiografía que le hicieron, descubrieron astillas y complicaciones que no habían visto antes; los doctores querían vigilar de cerca su evolución.
Lily insistía en acompañarme en las visitas, decía que el aburrimiento la estaba enloqueciendo y aún le quedaban varios días de vacaciones. Por lo general jugábamos póquer, a veces veíamos una película o simplemente charlábamos de cosas cotidianas. Matías y Lily parecían llevarse muy bien y eso no me gustaba ni un poquito. No era agradable ser una persona tan mezquina y desconfiada, pero era lo que Lily se había ganado por su largo historial de flechar al hombre menos indicado.
Antonio nos visitaba de vez en cuando. Le gustaba llevarnos postres y libros a Matías. Nosotras lo llamábamos el "comelibros", pero la verdad es que admiraba mucho ese detalle. No hay nada más sexy que un hombre culto.
Los doctores preferían hablar conmigo sobre la recuperación de Matías que con él mismo. Decían que les gustaban las miles de preguntas que yo les hacía, porque así se aseguraban que las instrucciones iban a ser seguidas al pie de la letra, y la recuperación sería más rápida.
Mientras yo recibía todas las instrucciones, por lo general Lily se quedaba con Matías. Cada vez que entraba en la habitación y los veía riéndose a carcajadas, me recorría un escalofrío por el cuerpo y no podía evitar la gastritis que inmediatamente acudía a mí.
El tiempo en la clínica pasó más rápido de lo que creí y el día que le dieron el alta decidí llevarlo en mi carro hasta su casa, aunque él insistió en que podíamos pedir un Uber.
—¡Ni hablar! No confío en la delicadeza con la que otro conductor pueda manejar, no quiero que te lastimes ni un pelo —exclamé para dejarle claro que el tema no tenía discusión.
— Ok, pero te advierto que me vas a mal acostumbrar y luego no podrás deshacerte de mí —contestó con su sonrisa cotidiana.
Después de haber llenado todo el papeleo correspondiente a su salida, me encargué de que los enfermeros más fuertes de toda la clínica nos acompañaran hasta el parqueadero y me ayudaran a subir a Matías al carro. Con tanto dulce que le había traído Antonio, había subido unos cuantos kilos, y de por sí ya Matías era mucho más grande que yo. Por cierto, su subida de peso implicó una discusión que terminó en un trato para entrar juntos al gimnasio cuando el doctor le diera el permiso correspondiente. Por lo pronto, Matías sólo tendría que preocuparse por los ejercicios de su fisioterapia.
—Tendremos que conseguir ayuda en casa —comentó cuando nos subimos al carro, al entender el por qué de la compañía que nos brindó su ayuda.
—Ya lo tengo todo cubierto, no te preocupes.
—Wow, debería contratarte en mi empresa, eres la persona más eficiente que conozco.
—No creo que puedas pagarme lo que valgo.
—¿Y si te pago en especie? —dijo acercándose para darme un beso, que con gusto le devolví.
El camino hasta su casa transcurrió amenizado por nuestras risas y nuestra charla jovial y despreocupada. Hice un par de llamadas desde el carro para que todo estuviera listo y según lo planeado al llegar a nuestro destino.
Estacioné mi carro frente a su puerta y toqué la bocina suavemente para que Sebastián, el enfermero que contraté, saliera a ayudarnos. A Matías le habían dado dos muletas que le estaba costando mucho trabajo dominar.
Sebastián salió efusivo a recibirnos. Tomó a Matías de un lado, mientras por el otro se apoyaba en mí, que lo agarraba de su cintura. Subimos los tres escalones de la entrada y lo solté un momento para abrir la puerta, pero ésta no estaba colaborándome y no la pude abrir. Él me quitó la llave y abrió enseguida.
Su sorpresa fue tanta ante el escándalo que escuchó, que perdió el equilibrio; si no es porque Sebastián lo agarra, se va al suelo y quién sabe qué se habría vuelto a romper.
—¡Sorpresaaaaa! —gritó un grupo de gente dentro de los que solo pude reconocer a Antonio.
Malditas fiestas sorpresa, cómo las odiaba.
—Hermanito, bienvenido a casa —exclamó Antonio, acercándose a él para darle un abrazo.
Matías estaba encantado mientras todos sus amigos y familiares se acercaban a saludarlo alegremente. Yo no quería ser la aguafiestas, pero la verdad era que estar en una casa con tantos desconocidos no me gustaba del todo. Lo único que quería era intimidad con él, y ahora parecía que estuviéramos en un estadio.
—¿Esto ha sido tu idea, verdad? —Me acerqué a Antonio.
—¿Y ha sido genial, o no? —habló con una risita de suficiencia.
—Pues no, teníamos que programar las citas de las fisioterapias —mentí.
—Tú como siempre arruinando los momentos divertidos —Lily interrumpió la conversación.
«Lo que me faltaba»
—¿Qué haces aquí?
—Pues acompañando a mi nuevo amigo en la llegada a su casa, para desearle una pronta recuperación.
—Pensé que se lo habías deseado ayer —murmuré, notablemente enojada.
Matías se olvidó de mí por completo mientras saludaba y saludaba como si el mundo se fuera a acabar. Me devolví a mi carro para sacar su maleta y mis cosas, pero cuando estuve adentro de mi vehículo, rompí en llanto como si fuera una niña pequeña.
El miedo me embargaba. No solía llorar fácilmente, pero me sentía acorralada por la vida. En mi garganta tenía atravesado todo lo que le quería decir a Lily. Me frustraba no entender su comportamiento, ni ser capaz de leer sus intenciones, pero dudar siempre de ella por lo que había hecho en el pasado. ¿Lo más sensato y lo mejor para mí sería alejarme de ella para siempre? Tan solo pensar en esa posibilidad hizo que más lágrimas brotaran de mis ojos. No podía dejarla, era como mi hermana; pero tampoco podía cambiarla, solo aceptarla tal y como era, si es que quería conservar su amistad.
Me sorprendí a mí misma gritando de desesperación dentro de mi carro, donde sabía que ninguno de los presentes me escucharía. Por fin llegaba algo bueno a mí vida después de mucho tiempo y sentía que Lily me lo estaba arruinando, otra vez.
Pasaron unos cuantos minutos desde que me escondí en ese lugar a desahogarme, cuando sentí que alguien tocó la ventana fuertemente.
Bajé el vidrio y Antonió se agachó para quedar a la altura.
—¿Qué te pasa? —preguntó con notable preocupación.
—Nada, no te preocupes.
—Ábreme la puerta, por favor.
—No, tranquilo, ya voy a entrar a la casa.
—Ábreme —insistió con un tono más fuerte.
Pensé que de pronto me haría bien hablar un poco con él así que abrí la puerta, aunque sabía lo arriesgado que podía ser esa decisión.
—Ahora sí, cuéntame qué te pasa —ordenó tomándome de la mano.
Lo miré un instante antes de responder. Tener un amigo se sentía bien, pero no quería olvidar quién era Antonio y cuáles eran sus alcances. No me gustaba ponerme en la zona de peligro, pero mi corazón me pedía que confiara en él.
—Es solo que he estado un poco abrumada, pero ya se me pasará.
—Eso no es lo que te pasa ¿no confías en mí?
—Es que... —«Vamos, desahógate, desahógate»; me decía mi corazón— he estado un poco afectada por el accidente de Matías.
—Pero esa no es razón para encerrarte en tu carro a llorar— Su mano acarició mi mejilla para arrebatarme una lágrima.
—¡Odio a Lili! —Las palabras salieron de mi boca como vómito, fue imposible detenerlas— Me ha estado robando tiempo con Matías ¡No soporto que se le acerque! ¿Acaso no puede dejarme un hombre para mí? ¡¿Tienen que ser todos para ella?!
Antonio se quedó mirándome estupefacto, sin saber qué decir. Tan pronto se detuvo la verborrea que salió de mí, me sentí estúpida y avergonzada. Quería borrar lo dicho, pero sabía que era imposible. Y de todas las personas con las que podía haberme desahogado tenía que haber escogido justo a Antonio.
«Bravo Sofía, bravo»
—Perdóname, soy una inmadura; no sé de dónde ha salido eso...
—De tu corazón —me interrumpió y acercó mi mano a sus labios. Con un suave beso, prosiguió—, no te preocupes, entiendo perfectamente cómo te sientes. Lo mismo sentía antes con Matías.
—¿Qué? —Nunca lo hubiera imaginado.
—Cuando estábamos en el bachillerato, Matías era muy popular y andaba con muchas chicas. Al ser yo menor, siempre lo admiré y quería ser como él. Pero luego la admiración se convirtió en celos, y la verdad me descontrolé. Él se casó primero y al ver la hermosa familia que empezaba a formar, algo en mí se molestó y quise seguir sus pasos. Creo que por eso me casé con Claudia, y creo que ha sido el error más grande que he cometido. No por Claudia, porque es una buena mujer y en ese tiempo estábamos muy enamorados, pero creo que nuestra relación era muy joven como para empezar a compartir nuestra vida. Debimos haber esperado unos cuántos años.
—Wow— No supe qué contestar ante eso— Gracias por compartir eso conmigo —sonreí.
—Lily me contó lo de tu ex... ¿Carlos?
—Sí. ¿Qué te dijo?
—Que nunca se iba a poder perdonar por lo que te hizo, pero que en ese momento no lo pudo evitar. Estaba de verdad enamorada de él, y que podría hacer lo que fuera por ti, porque eres la mejor amiga del mundo por haberla perdonado. Sé que puede ser fácil perdonar, pero olvidar es otro cuento. Pero creéme Sofi, no tienes por qué dudar de ti misma; eres encantadora, sexy, ambiciosa, inteligente. Eres la mujer perfecta. Y si mi hermano comete la locura de cambiarte por la que sea, le daré una golpiza que le dañe más su fea cara.
No podía creer que aquellas palabras me pusieran tan nerviosa. Empecé a reír como una adolescente tonta y mirar a Antonio a los ojos no me ayudaba. Tenía una mirada tan profunda y brillante que me hacía olvidar todo lo demás.
Sentí que otra lágrima rodó por mi mejilla. Antonio sonrió y acercó su rostro lentamente al mío. Sus labios absorvieron mis lágrimas, y empezaron a recorrer un camino que, beso a beso, conducía a mi boca.
Sabía que debía retirarme, pero no lo hice. Sus labios se posaron sobre los míos y un dulce y lento beso nació en ese momento. Pero su vida no fue larga.
Entré de nuevo en mí y me separé como si sus labios quemaran.
—Antonio...
Me interrumpió imprimiendo más fuerza en sus movimientos y su lengua encontró la mía. Todo en mí se estremeció y mis labios desobedientes solo hacían caso a los suyos.
Mi cerebro fue más rápido en ese momento así que abrí la puerta del carro y salí como si tuviera un resorte. Antonio siguió mi ejemplo y abandonó el carro. Empecé a caminar en dirección a la puerta de la casa, pero él me tomó del brazo para impedirme proseguir.
—Sofi, estoy enamorado de ti.
Las aves cantando, el viento silvando, la música que venía de la casa, mi propio corazón. Todo eso se detuvo porque mi mundo dejó de girar.
—Por eso me fue fácil terminar lo mío con Lily, y a mi esposa ya le pedí el divorcio...
—No Antonio, no sigas por favor —interrumpí la locura.
—Sé que estás con mi hermano, y sería incapaz de perjudicar su felicidad. No pretendo que tengamos algo, sé que tampoco lo harías. Solo quiero que sepas que por estúpido que parezca siento que estar con otras mujeres es engañarte. O engañar a mi corazón.
—Sofi, aquí estás, estaba como loco buscándote.
Matías me llamó desde el marco de la puerta de la entrada.
Miré a Antonio por última vez a los ojos, tratando de decirle "esto no tiene futuro" sin lastimarlo, aunque estaba segura de que él ya lo sabía. Me solté de su brazo y subí los escalones hasta encontrarme con el hombre del que estaba profundamente enamorada.
El resto de la fiesta la pasé tratando de conocer mejor a los amigos y familiares de Matías, pero en ningún momento mi mente dejó de pensar en Antonio. Sus palabras tan bellas y sinceras, aunque incorrectas, no dejaban de reproducirse en mi cabeza. No me gustaba romperle el corazón a nadie.
Ninguna de mi sonrisas fue sincera el resto de ese día gris.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro