Perdón
Mis labios se aceleraron de repente, buscando los suyos con desesperación. Ante mi respuesta, él se acercó más a mí y usó la fuerza de su musculoso cuerpo para empujar el mío hasta recostarme en el sofá. Antonio detuvo el beso por una fracción de segundo para mirarme a los ojos, como buscando mi aprobación, y luego condujo sus labios a mi cuello y sus manos a mis pechos.
Nuestras respiraciones se entrecortaban, mis manos temblaban pero las suyas se sentían seguras sobre mí.
«¡Sofi, para esta locura inmediatamente!», gritaba mi cerebro, pero el resto de mi cuerpo se negaba a obedecerlo.
Cuando fui capaz de reunir suficiente fuerza —física y de voluntad— lo empujé y me paré del sofá de un solo impulso.
Ambos nos mirábamos sorprendidos de nuestras propias reacciones hasta que el sonido del timbre de la puerta acabó con el maligno hechizo.
—Lily —susurró Antonio y su cara se tiñó de preocupación.
A mí se me paró el corazón. Muy pocas personas llegaban a mi casa sin avisar, solo mis amigos más cercanos, y sabía que Martina y Andrea llamaban siempre para confirmar que estaba en casa; la única que no se preocupaba por eso era Lily.
—Shhh —Puse un dedo sobre mi boca para que Antonio no hablara.
Mi cerebro empezó a pensar más rápido de lo que lo había hecho nunca. Llevé a Antonio a mi habitación y le pedí que guardara silencio mientras yo verificaba quién era. Él estaba muy confuso pero siguió mis instrucciones y me prometió que guardaría silencio. Regresé a la sala muy nerviosa, observando todo atentamente por si algo estaba fuera de lugar; Lily tenía un olfato especial para descubrir el más mínimo detalle extraño y sabía muy bien cuándo me encontraba acompañada; era como un sabueso para ese tipo de cosas.
El timbre volvió a sonar y, a pesar de que ya sabía que había alguien esperando afuera, me volví a sobresaltar. Rápidamente me acerqué a la puerta y lo único en lo que mi acelerado cerebro no pensó en ese momento fue en preguntar quién era, así que abrí sin más.
Casi me muero en ese momento.
—Hola Sofi —Matías me sonreía con su mejor cara—, ¿puedo pasar?
—Cl, Claro que sí —Era la primera vez en mi vida que tartamudeaba de los nervios.
Matías entró en mi apartamento e inmediatamente se dirigió al sofá, pero antes de sentarse giró y quedó frente a mí, que lo había seguido en silencio. De la nada me abrazó, como si llevara años sin verme; llevaba tanto tiempo sin saber nada de él que para mí si habían sido años.
—Disculpa que haya llegado así sin avisar, pero tenía muchas ganas de verte. Te extrañé mucho.
—Matías...
Pasaron varios minutos y fui incapaz de decir nada más.
—¿Qué?
—No sé que decirte, lo siento.
—Soy yo el que lo siente, Sofi. Sé que debes estar dolida porque no contesté tus llamadas ni volvimos a vernos, pero necesitaba algo de tiempo... para solucionar un asunto personal. Lamento mucho no habértelo dicho.
¿Tiempo? ¿Tiempo? Él hablaba del tiempo como si hubiera sido lo único que se entrometiera en lo nuestro. Entendía que tuviera cosas personales de las cuales encargarse, pero ¿por qué ignorarme? Desde la noche que descubrí que él y Antonio eran hermanos, Matías se había comportado como si ese hecho fuera culpa mía. No solo estaba dolida, sino furiosa con él, y lo que acababa de escuchar de sus labios era la chispa que necesitaba para encender el fuego.
—¿Y a qué has venido ahora a mi casa? ¿Ya tuviste suficiente tiempo para tus "asuntos personales"?
—Sofi, yo...
—¡Sofi nada! —Lo interrumpí—. ¿Cómo crees que me sentí después de la increíble noche que pasamos juntos? Yo pensaba lo mejor de ti, ¡Por Dios, esperaba lo mejor! Pero me ignoraste, Matías, ¡me hiciste sentir como una aventura de una noche!
—Y... estoy muy apenado por eso.
—No quiero tus disculpas. Quiero que me aclares en este mismo momento qué soy para ti. ¿Qué somos? —Estaba tan alterada, no solo por su inesperada visita, sino por la presión de la situación en general, que las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas y pude sentir su sabor salado cuando llegaron a mis labios. Odiaba sentirme así, detestaba llorar frente a los demás, sobretodo en medio de una discusión porque empezaba a ahogarme y no podía seguir hablando sin sonar como una niñita.
Matías estaba tan asombrado de mi reacción como yo misma. Sin decir nada se acercó a mí y pasó sus pulgares por mis mejillas para secar mis lágrimas. Luego me dio un suave beso que fue aumentando de velocidad hasta volverse muy apasionado. De repente sentí un calor que nunca había sentido; nacía desde mis entrañas y subió hasta mi cabeza para hacerme sentir que me sofocaba. La única forma de poder volver a respirar, fue alejar a Matías de mí con una cachetada.
Él me miró con una mezcla entre sorprendido y enojado, y luego sus ojos me dijeron que había comprendido un hecho importante y sin decir nada pasó por mi lado y salió de mi apartamento dando un portazo.
Yo estaba petrificada. El calor no se había ido, pero podía empezar a sentir que mi respiración volvía al ritmo de siempre y que mi cabeza ya no iba a estallar. Cuando la calma llegó nuevamente a mi cerebro —en fracción de segundos— caí en cuenta de lo que había hecho y una tristeza muy grande se apoderó de mi corazón.
Salí corriendo como una loca por el pasillo de mi edificio, sin importar que la chismosa de mi vecina ya tenía media cabezota asomada por la ventana para ver quién había azotado una puerta. Llegué al ascensor en poco tiempo pero no se abría. Como moría de impaciencia por alcanzar a Matías, bajé corriendo las escaleras, fueron seis pisos de desesperación y angustia.
Cuando por fin llegué afuera del edificio, vi que Matías estaba cruzando la calle en dirección a su carro. Grité su nombre con todas mis fuerzas y él giró sorprendido. Casi muero atropellada por un Mazda al que ignoré por completo en mi afán de alcanzar a Matías, pero después del frenazo del carro, él se alteró aún más.
—¡¿Estás loca?! —gritó frenético mientras detenía el impulso que llevaba yo después de la carrera y el susto por el Mazda.
—Lo siento Matías.
—¿Cómo se te ocurre atravesar la calle sin ver los carros? No te disculpes conmigo, ese pobre conductor debe tener el corazón en la garganta.
Giré mi cabeza para ver al conductor, quien agitaba sus manos en el aire y soltaba improperios que no no alcanzaba a escuchar.
—No te pido perdón por eso, perdóname por golpearte, por no dejarte hablar...por...—Otra vez sentía las lágrimas y volvía a escuchar la voz de niña pequeña.
—Cálmate por favor —Matías me abrazó fuerte—. Soy yo quien debería disculparse. Entiendo perfectamente por qué has reaccionado así.
—¿Entonces por qué te fuiste furioso?
—No estaba furioso contigo, sino conmigo. Lo que más lamento es haber perdido tanto tiempo pensando, cuando pude haberlo pasado contigo.
Eso era justamente lo que necesitaba oir. Sin poder sobreanalizar la situación, como siempre lo hacían, mi cerebro y mi corazón estuvieron de acuerdo en que lo mejor era saltar directamente a los labios de Matías.
—Matías...—Debía salir de la duda, antes de que fuera incapaz de separarme de él—¿Tú y yo qué somos?
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