Adiós
Llegué a mi casa con una sensación de nostalgia pero a la vez, me sentía tranquila. Miré a mi alrededor, segura de que sería la última vez que pisaría ese mismo suelo y me sentaría en esos muebles. Fue lindo durante el poco tiempo que duró.
Fui a mi habitación y saqué una de mis maletas. No fue difícil encontrarla, con mi reciente llegada las habíamos dejado a la mano mientras organizábamos todo lo que no fuéramos a usar constantemente en el altillo de la casa.
Tantos planes, tantas cosas que aún faltaban por hacer. Era momento de cambiar el rumbo e ir tras nuevos objetivos. Las lágrimas se acumulaban en mis ojos mientras empacaba mi ropa, pero no podía permitir que la tristeza me detuviera. Estaba demasiado cansada para seguir soportando el enredo en el que se había envuelto mi tranquilidad.
Doblando las últimas blusas que llevaría, caí en cuenta de que no tenía ni idea a dónde iría pues ya había entregado mi antiguo apartamento. Decidí llamar a la única persona con la que por ahora podía contar: Andrea.
Brevemente le conté lo que había pasado y fue ella misma quién me ofreció su casa mientras pensaba lo que sería de mí de ahora en adelante y tomaba decisiones importantes en mi vida.
♠♦♣♥
Salí del garaje de la casa, echando un último vistazo a mi antigua vida por el retrovisor. Las alarmas de mi celular no paraban de sonar, pero no quería verlas pues sabía quiénes estaban escribiendo.
En ese momento no quería verlos, oírlos o tan siquiera pensar en ellos, así que puse el equipo de sonido a todo volumen; tratando de callar mis propios pensamientos hasta llegar a la casa de Andrea, que por suerte no quedaba muy lejos.
Llegué al parqueadero de visitantes de su edificio y bajé del carro con mi maleta. El portero se puso un poco quisquilloso pues dejé el carro mal parqueado, pero creo que al ver mi cara de circunstancia decidió dejarme en paz. Bendito sea.
—Sofi... —Solo bastó con escuchar mi nombre pronunciado por mi amiga para echarme a llorar como niña pequeña en sus brazos.
Andrea tomó mi maleta después de soltarme y la puso junto a la puerta. Pasó su brazo por mi cintura y me llevó hasta el sofá.
—Acabo de preparar chocolate caliente ¿quieres un poco? Sabes que no hay pena que el cacao no cure —propuso mi amiga.
Acepté con gusto y agradecimiento. Mientras ella traía la bebida revisé mi celular. Treinta llamadas perdidas y ochenta y cuatro mensajes de WhatsApp. No, no iba a revisar, así que puse el celular lo más lejos de mí que pude.
—Sé que es pronto para preguntarte esto, pero ¿qué piensas hacer? —preguntó Andrea después de que le conté los pormenores de todo lo que estaba pasando en mi vida.
—Lo primero que tengo que hacer es buscar un nuevo apartamento...
—Por eso no te afanes —interrumpió Andrea—. Conmigo puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
—Gracias amiga, pero no quiero incomodarte. Sabes que no me gusta dejar nada para después así que empezaré a buscar desde hoy mismo.
—Sí, siempre he admirado lo rápido que tomas acciones en tu vida. Eres una mujer de armas tomar—Sonrió.
Le devolví el gesto con tristeza, pues así ella pensara eso yo no me sentía así. Últimamente había cometido demasiados errores por no agarrar el toro por los cuernos.
Andrea miró su teléfono que sonaba y la expresión en su rostro cambió.
—Me está llamando Antonio —afirmó—, supongo que está buscándote. ¿Qué le digo?
Se me revolvió el estómago. Oír el nombre me recordaba en el problema en el que estaba metida.
—Dile que estoy contigo, que no se preocupe, pero que ahora no quiero hablar con él. Ni con nadie.
Andrea contestó e hizo lo que le pedí. Cuanto terminó la llamada me contó que había remodelado el cuarto de huéspedes y me entregó unas llaves de su apartamento que tenía adicionales desde que dejó de arrendar uno de los cuartos. Hasta hace poco había compartido el lugar con un joven ejecutivo que viajaba mucho, pero que definitivamente fue trasladado fuera del país por lo que dejó la habitación libre, pero Andrea decidió no volver a alquilar el cuarto a nadie.
Cuando ya estuve en mi habitación, caí en la cama directamente. Me quedé dormida por un rato que sentí corto, aunque cuando me levanté, el sol brillaba con fuerza. Tomé mi celular y vi que eran las diez de la mañana ¡Había dormido más de quince horas!
Mi teléfono estaba lleno de llamadas perdidas y mensajes de WhatsApp. Solo por curiosidad, o tal vez algo de morbosidad, abrí los últimos recibidos.
Mensaje de: Antonio
Sé que no quieres hablar con nadie pero solo quiero asegurarme que estás bien. Por favor escríbeme aunque sea un breve SI para saber que todo está Ok.
Mensaje de Matías:
Sofi, por Dios, perdóname por haber echo ese show en la clínica. Desde ayer no puedo dejar de pensar en esto, en lo nuestro, y no quiero perderte. ¿Dónde estás? Confírmame que estás bien, quiero hablar contigo personalmente, por favor dime dónde estás. Sé que soy un idiota, pero quiero que me des una oportunidad. Por favor. Te amo.
Ese mensaje desató más lágrimas.
Mesaje de Lily:
Amiga, entre Matías y yo no hay ni nunca hubo nada. Sé que no merezco que me perdones por todo lo que he hecho, pero conservo la esperanza, pues sé que eres una buena persona, eso es lo que más me gusta de ti. Perdóname plissss :'( te quiero <3
Arrojé lejos de mí el celular. Los odiaba a los tres en ese momento. ¿Por qué tuvieron que esperar hasta que yo tomara una determinación tan radical para querer arreglar las cosas, disculparse o por lo menos hablar conmigo?
«Váyanse a la mierda» pensé.
♠♦♣♥
Escuché unos golpes en mi puerta y me di cuenta de que me había quedado profundamente dormida, de nuevo. Ahora todo estaba oscuro y el frío me tenía los pies congelados. ¿Acaso me había quedado dormida llorando?
—Sofi ¿puedo entrar? —preguntó Andrea.
—Sí, está abierto.
Mi amiga abrió la puerta e ingresó a la habitación. Yo me senté en el borde de la cama, acomodando un poco mi pelo y limpiando debajo de mis ojos. Andrea se sentó a mi lado.
—¿Cómo te sientes?
—Un poco mejor, me quedé dormida ¿qué hora es?
—Las seis y media —respondió Andrea mirando el reloj de su celular—. Sofi, Antonio está en la sala.
—¿Qué? —Eso no me lo esperaba.
—Sí, llegó hace unos diez minutos. Me rogó que te pidiera que por favor hables con él, pero no sabía cómo lo tomarías.
La paz que había ganado mi cuerpo con el sueño se desvaneció. No quería hablar con él, pero Andrea siguió insistiendo.
—Amiga, dale una oportunidad. Se siente muy mal con todo lo que está pasando y quiere saber como estás. Está preocupado por ti.
—Si nunca lo hubiera conocido estaría mucho mejor —aseguré.
—No seas así Sofi. Esa no eres tú, ¿no crees que por lo menos deberías darle un cierre a todo esto?
Eso me hizo pensar. Justo iba a decirle a Andrea que hablaría con él cuando apareció en el marco de la puerta.
—Discúlpame Sofi, por favor, habla conmigo. ¿Puedo pasar?
—Está bien —dije.
Andrea se levantó de la cama y salió del cuarto. Dijo que tenía que ir a comprar unas cosas para la comida, pero sé que lo hizo para darnos privacidad aunque eso no me gustó. Estaba demasiado prevenida con él.
—Por favor hoy no vayas a confundirme con uno de esos besos que terminan las conversaciones. Si veo que intentas algo no respondo de mí —Le advertí, sabiendo cómo habían resultado estas cosas en el pasado.
—Te prometo que vengo en son de paz. Me comportaré —respondió sentándose junto a mí.
Me levanté para abrir la ventana pues tenía calor, aprovechando para poner un poco de distancia entre nosotros pues no confiaba en él del todo.
—¿De qué quieres hablar conmigo?
—Quiero saber cómo estás, quedé muy preocupado cuando te fuiste de la clínica sin responderme ni mirar atrás.
—Pues ya ves que estoy y estaré bien.
Guardó silencio un momento y bajó la mirada. Podía notar el dolor y la tristeza en su expresión, pero no sabía lo que la estaba causando.
—¿Puedo preguntarte algo? —pidió.
—Pues a eso viniste ¿no?
—¿Me odiarás toda la vida?
En ese momento me di cuenta de que me estaba pasando de brusca con él. Respire hondo y me senté a su lado, girando un poco mi cuerpo para verlo de frente y responder a su pregunta.
—Yo no te odio, Antonio. Sólo estoy molesta y dolida por todo lo que está pasando, pero el tiempo cura todo y sé que cuando la tormenta se haya calmado podremos volver a ser amigos, si tú quieres.
—Nada me gustaría más —Sonrió—. Sé que una mujer como tú nunca podría enamorarse de alguien como yo, y no creas que eso no me duele. Me mata en realidad, pero prefiero tenerte como amiga que no verte nunca más. Gracias.
Lo que dijo me hablandó el corazón. ¿En realidad nunca podría enamorarme de él? Tal vez era cierto después de todo, sabiendo lo mujeriego que era, pero tenía que aceptar que la fuerte atracción física que sentía por él me nublaba el pensamiento y lo estaba confundiendo con algo más.
En conclusión, perdí al hombre al que sí amaba por estar confundida por alguien a quien nunca llegaría a amar realmente. Ese pensamiento me hizo soltar una carcajada.
—¿De qué te ries? —preguntó riendo él también.
—De que debimos haber tenido esta conversación desde hace mucho tiempo y comportarnos como los amigos que somos.
—Tienes razón. Lo siento, sé que hice de todo para confundirte y lo logré. Es lo que pasa cuando me propongo algo.
—¿Me confundiste a propósito? —Lo miré sorprendida y un poco molesta.
—¡No! O sea... es decir... mi intención era conquistarte, ¡no que las cosas terminaran como pasaron! Te confieso que cuando me diste ese beso en tu fiesta de cumpleaños creí que lo había logrado. No sabes lo feliz que estaba, nunca pensé en cómo podía afectarte a ti todo lo que pasaba.
—¿Cómo querías que pasaran las cosas? —Me atreví a preguntarle.
—Mientras me besabas lo imaginé todo. Le confesarías a Matías que te habías enamorado de mí y pensé que él lo aceptaría sin pelear. Sí lo sé, soy un idiota. Pero qué quieres que te diga, para mí todo fue como una película de esas románticas que les gustan a ustedes, donde tú aceptabas que siempre me habías amado y nos ibamos a vivir juntos, nos casábamos, teníamos hijos y éramos felices para siempre.
—Se te olvidó la parte de la película en la que después de casarnos me engañarías una y otra vez con diferentes mujeres y hasta te conseguirías una novia a la que también engañarías conquistando a su mejor amiga —afirmé.
—No creo que eso llegara a pasar, ya no. Sé que ahora no me crees, pero tendría toda la vida para demostrártelo —Guardó silencio un momento y suspiró—. Tú tienes algo diferente y especial, no sé qué es, pero lo que siento por ti es nuevo para mí. Sí, no me mires así, sé que suena a cliché barato pero qué más quieres que te diga si es la verdad.
Sonreí porque tenía razón; ese era el cliché más viejo y barato del mundo.
Mi celular sonó interrumpiendo nuestra conversación. Antonio me obligó a buscarlo diciendo que podía ser algo importante, pero yo sabía que serían Matías o Lily, así que lo ignoré. Él no hizo caso y buscó mi celular, hasta que mostrándome la pantalla dijo que era un número desconocido.
Tal vez sí podría ser una emergencia, así que contesté.
—¿Señorita... DoSantos? —dijo un hombre al otro lado de la línea.
—Sí, ella habla. ¿Quién es?
—Soy Michelle Feraud de la Académie de la créativité de Paris—dijo el hombre con un marcado acento francés— La llamo por la aplicación que hizo para la beca del Magister en Dirección Creativa Publicitaria...
—¡Ah sí! —contesté con entusiasmo al recordar que hace más de un año había aplicado para una convocatoria de becas para estudiar en París, uno de mis sueños— Ya recuerdo, ¿cómo está?
—Bien señorita, la llamo para informarle que usted ha sido una de las beneficiarias de nuestra beca para adelantar sus estudios en Francia. A su correo electrónico hemos enviado toda la información correspondiente. ¿Tiene alguna duda por el momento?
—No por ahora, revisaré mi correo. ¡Muchísimas gracias!
El hombre colgó y yo empecé a gritar y a brincar como una loca. Le conté a Antonio el por qué de mi felicidad cuando me miró como si se me hubiera hecho un corto en el cerebro y él compartió mi emoción.
Esa era la respuesta a todas mis penas, podría alejarme por fin de tanto drama y empezar de cero en lo que tanto me encantaba hacer: aprender y crecer profesionalmente.
Antonio se despidió de mí con un fuerte abrazo y me hizo prometer que estaríamos en comunicación constante mientras yo estuviera en Francia. Se comportó como un verdadero amigo en todo esto; yo estaría más que encantada de seguir teniéndolo en mi vida.
Cuando estuve sola, revisé mi correo detenidamente. Confieso que lo leí como diez veces pues quería entender muy bien la documentación que tenía que presentar y todos los requisitos que debía cumplir. La beca pagaba el setenta por ciento de mis estudios, el total de tiquetes y estadía durante dos años, y me otorgaba un permiso especial para trabajar durante ese tiempo en una agencia de publicidad.
Era el mayor sueño de mi vida, me sentía como si el chico popular del baile se hubiera fijado en mí.
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