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Capítulo 5

Llegamos en el coche donde una suntuosa casa de dos plantas a una cuadra del paseo Isabel II doblando por el hotel Telégrafo. Allí nos recibió una elegante familia española que ostenta dos leones en piedra a la entrada. Nos invitaron a pasar al recibidor y tras sentarnos, nos convidaron a un café acompañado por unos dulces. La anfitriona es una mujer de refinadas proporciones: presenta el típico aire de los castellanos, entretanto que su esposo, haciendo mérito a su apellido, sostiene una apariencia afable y robusta, tal como es de esperar en los catalanes. El hijo presenta una agradable combinación de gallardía y carisma, unido a la esbeltez de su figura y agradables facciones presentes en su padre:
__Muy bella su hija, doña María. Impecable reunión de virtudes las que ostenta como embajadora de sus raíces francesas y españolas __comentó doña Juliana.
__Ni mi madre es francesa ni mi padre español, apenas el apellido presentan.
__Magdalena __me advirtió mi madre por la imprudencia; el hijo de la anfitriona, en cambio, se sonrió por lo bajo ante mi respuesta. Doña Juliana, con la presunta intención de apaciguar los ánimos, convidó a unos tabacos. Una criada vestida con ropa algo raída por el uso aunque presuntamente antaño elegante, anunció el buen gusto de doña Juliana tanto por las líneas de su hechura como por la justa medida de sobriedad y ornamentación. La hermosa negra se acercó con discreción con el bien elaborado envase de regalías primero hacia mi padre, quien escogió un rubio por ser de su preferencia la sutileza que deja en el paladar. Luego, la extendió hasta el alcance de mi madre que lo rechazó cortésmente. Por último, la joven que en todo momento mantuvo la mirada baja, me acercó la caja destapada y yo, me serví del Partagás más bruno que contenía y con esto, quedando culminada la delicadeza del ofrecimiento, ella procedió a descender la tapa, delicadamente adornada con la escena de uno de los bailes de beneficencia organizados por la Obra Pía para el recaudamiento de la dote a rifar en el mes venidero. Doña María me fusiló con la mirada al aceptar el ofrecimiento, pero yo no desistí de mis constantes provocaciones por haberme traído en contra de mi voluntad. Doña Juliana, en un gesto de solidaridad, extendió le hizo una seña a la criada para la reapertura de la cajita con su mano y tras el acercamiento tomó un habano castaño oscuro y sin más, lo llevó al brasero aspirándolo hasta prenderlo cuando ya yo exhalaba una gran bocanada de humo y don Leonardo y su hijo Pedro, escogían el puro de su preferencia. Este último no apartó sus ojos de mí desde mi llegada y simulando el sofoco de los calores exacerbados por el ceñimiento del vestido que mi madre prácticamente me forzó a ponerme aquella tarde, llevé el abanico hacía mi oreja izquierda para hacerle saber cuán molesto me resulta su impertinencia, pero el mozo no cejó en sus propósitos, lo que me llevó, aprovechando que doña María endulzaba el café con un terrón de raspadura, a hacer el gesto de tapar el sol con mi ventalle a sabiendas, que bien visto, el joven se presenta como lo totalmente opuesto al mensaje, pues es de muy bien ver y con una sonrisa que muestra una dentadura de impecable delineación y blancura.
__Según tengo por entendido, señorita Magdalena, le gustan mucho las flores; y tiene preferencias por las fuentes con agua. Si es su deseo, puedo mostrarle el patio de nuestra casa.
__No...__mi respuesta inicial hubo de ser cambiada ante un zapatazo de doña María por la siguiente:__ faltaba más, don Pedro.
__Puede tutearme con plena confianza.
__Igual le digo __le contesté asiéndolo del brazo que me extendió. A continuación caminamos hacia el breve espacio interior donde hay helechos, orquídeas y varios surtidores en una fuente con carpas koi nadando alegremente entre lotos que abren sus flores solo al anochecer.
__Coincido con mi madre en la beldad de sus formas, Magdalena; y que ahora que contemplada a mayor proximidad, reafirmo.
__Honor que me haces. Muy bellas las flores con sus tonos lila.
__Me complace que sean de tu agrado. Hará cosa de un año que traje esos ejemplares de América del Sur. En esas selvas se dan donde quiera. Son del género Catleya.
__Me agradan sus formas y colorido.
__En las cortes de Europa son causa de admiración.
__No es de mi sorpresa noticia semejante. Carecen de la abundancia y riqueza de la flora de las tierras que en este lado del Atlántico se extienden.
__Eso es absolutamente cierto. ¿Lo ha cruzado alguna vez? El mar, digo.
__Pues vea usted que no.
__Entonces me invade la curiosidad siguiente: ¿cómo tiene el conocimiento de su estado en cuanto a la naturaleza se trata?
__Soy adepta a la pasar largas horas refugiada en los libros y dejarme llevar por pensamientos plasmados entre sus páginas.
__Ya albergaba esa sospecha en mí. Todos comentan sobre lo poco ortodoxo de sus pensamientos que por demasía no hace el mínimo esfuerzo en mantener oculto.
__Entonces, debes ser de los que piensan que las mujeres sólo sirven para menesteres del hogar o caridades.
__Por el contrario. Apoyo la libertad de pensamiento.
__¿Nada más la de pensamiento?__el joven se sonrió por lo bajo y yo, refugiada en la excusa del intenso sol golpeándome las mejillas, solicité regresar donde nuestros respectivos padres.
Aproximados ya, escuchamos a don Leonardo anunciando que dentro de dos días tendrá lugar una corrida y mi madre, muy entusiasmada no declinó a la invitación de reunirnos allá
__Pasaremos un rato inmejorable. Y así nuestros hijos podrán conversar con ánimos más calmados__dio por respuesta sin contar siquiera conmigo__¿No es así, niña?
__Ya sabe cuáles son mis pareceres sobre esas... fiestas__contesté sentándome a su lado.
__Sin falta estaremos allí para disfrutar de la bravura de esos toros. Dicen que hay un nuevo matador que hará su debut__no pude evitar el colérico sonrojo de la furibundez asomándose en mi cuello hasta ascender a mi frente__. No queremos alargar nuestra visita.
__Ha sido una delicia tenerlos aquí __respondió la anfitriona__. Vuelvan cuando les plazca.
Y dicho aquello, nos retiramos haciendo cada uno la acostumbrada reverencia con su corrección toda, a mitad del trayecto hacia la puerta otra y la tercera y última en el umbral. Todo con aire majestuoso para hacer demostraciones de cortesía y agraciamiento.
El carruaje ya nos esperaba en la calle y mi padre, después de asistir a mi madre para su ascenso, tuvo igual gesto conmigo. Por último y estando ya acomodadas, abordó él y con inmediatez el cochero dio la orden a ambos corceles de ponerlo en marcha por la calle de Belascoaín alejándonos de la batería de la Reina. Allí, en la proximidad del Torreón de San Lázaro, es donde habita la noble familia a la recién le hicimos visita de cortesía. Luego doblamos por la calle de la antigua plaza de toros hasta la cercanía del Paseo de Isabel II hasta detenernos frente a la entrada de nuestra casa.

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