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II

Clase de educación física. El entrenador Michael nos pide armar dos equipos para iniciar el partido de basquetbol, el único deporte en el que soy bueno y puedo practicar durante horas.

Al equipo contrario le hace falta un jugador. Hoy faltó Steven, uno de nuestros compañeros, y en el banco de suplentes solo se encuentra el raro, Benjamín Clark. Sonrío de lado al escuchar que el entrenador lo llama a la cancha y este niega con nerviosismo desde su lugar. ¿Es que acaso alguien piensa que se encuentra apto para jugar?

Tenemos un coach insistente. En menos de los pensado Clarck accede, y a paso lento se acerca a la posición. El resto mira con decepción, es casi un hecho que perderán, este chico es definitivamente un novato.

El silbato nos indica que podemos iniciar el juego, y en forma simultánea, nos miramos como si a través de telepatía compartiéramos la jugada, aunque nadie sabe una mierda, solo improvisamos. Lo cierto es que mi equipo es uno de los mejores, siempre somos los mismos, conocemos las fortalezas y debilidades de cada uno. Y aunque el team de Steaven sea bueno en cierta forma, nunca podrá superar al que pertenezco.

Los minutos pasan dentro de la cancha, Benjamín demuestra ser habilidoso, encesta y su grupo festeja. Él sonríe y creo que es la primera vez que lo veo así. Lo hace frente a los profesores, pero la gran mayoría del tiempo se queda en silencio manteniendo seriedad.

De repente, siento las manos de Travis en mi espalda empujándome con el fin de traerme a la realidad.

—¡Reacciona, Alex! ¿Por qué te quedas parado?

—Lo siento —Parpadeo rápido regresando a mi posición otra vez.

—¡Muévete! ¡Muévete!

Clarck avanza veloz y con seguridad, es mi oportunidad para robarle el balón y hacer la magia de todos los miércoles, pero no sucede. Es raudo, y a mi pesar, muy bueno.

Encesta por segunda vez, el entrenador lo felicita desde las gradas incentivándolo poco a poco. Mi grupo se desestabiliza, pero no por mucho, porque la magia reaparece cuando tenemos oportunidad y anotamos. No puedo dejar que los buenos movimientos del raro logren acaban con las habilidades ya construidas. Hay que reponernos.

Al finalizar el encuentro ambos equipos nos reunimos en el centro de la cancha y el coach Michael nos da una devolución que es benefactora para todos. El resultado 20/21 no es tan malo, solo es un punto. La próxima venceremos como es costumbre.

Benjamín es rodeado por sus compañeros y estos parecen enaltecerlo con sus halagos repentinos. Él agradece tímido, es muy humilde para aceptar que es realmente bueno y quizás hasta profesional. Tal vez en la universidad lo acepten en un gran equipo.

Cuando la multitud se disipa hacia vestuarios, Nathan y Travis encaran con un objetivo en mente, y por costumbre, yo hago lo mismo.

—El nerd juega básquet —comento a sus espaldas para ser el primero en iniciar las burlas—. Tienes reflejos para algunas cosas y no para otras ¿No es algo tonto? —Le arrojo el balón con fuerza y lo recibe.

Me ignora, avanza a vestuarios como todos los demás, no obstante, esa actitud despierta el enojo de Nathan, no va a dejarlo ir tan fácil.

—¿Eres sordo, rata? —Le da un puñetazo en el estómago sin esperar una respuesta.

—Ya basta, no les estoy haciendo nada —Implora el pelinegro con una mueca de dolor.

—Vamos, la nenita va a llorar aquí mismo —expresa Travis creyéndose gracioso.

Michael pregunta si todo está bien, y sé que se dirige solo a Benjamín, el cual finge al ser un superior. Creo que el coach es excelente en su trabajo, aunque un completo idiota. ¿En verdad va a creerle a Clarck, un chico como él, rodeado de tres que tienen una pésima reputación? Sí, la respuesta es sí, un completo idiota.

—Vamos, no perdamos tiempo —dice Travis una vez que el entrenador se ha retirado.

—Te salvas por ahora, ratita —Fanfarronea Nathan.

Me abstengo de hablar, no hay nada que decir, se encuentra desecho otra vez. ¿Por qué debería hacerlo sentir peor? Ha quedado solo, en la cancha, con una inestabilidad emocional importante.

Comienzo a sentir culpa y me molesta muchísimo. Me recuerda a Helen con la mirada perdida al caer en su propia realidad.

No, no debo meterme, no debe importarme. Es mejor dejarlo así, tengo que dejarlo así.  


Llego al Muelle de Santa Mónica, mi lugar favorito para escuchar música durante horas al salir del colegio. Maldita mi suerte al darme cuenta de que alguien está ocupando mi lugar habitual. Es una chica y trae el uniforme de mi colegio, quizás si me acerco, me reconozca y se vaya.

Me paro a su lado observando el agua a la distancia y ella nota mi presencia. Sin embargo, no se mueve ni hace contacto visual conmigo.

—Siempre vengo aquí —digo para romper el silencio y captar su atención.

—¿Acaso te lo he preguntado? —exclama dejándome sorprendido ante su ironía—. Exacto, nadie te pidió un comentario.

¿Pero qué le pasa? ¡Que chica tan estúpida!

—¿Quién te crees, niñita? ¿Por qué no te vas y me dejas en mi lugar de siempre?

—¿Por qué no te vas tú?

—¿Sabes quién soy? —Interrogo altanero.

—Como no saberlo, ¿Acaso tú y tu grupo de amigos no son los que a diario fastidian al resto?

—Es posible, puede que ahora te fastidie a ti.

—Poco me importa, Alex Ross —responde enfurecida y a pocos centímetros de mi rostro—. Vete a la mierda.

Tiene agallas, debo reconocer, y eso me gusta tanto, que llega a incomodarme. Sus ojos color avellana me observan fijo sin tener intenciones de moverse. Su pelo azabache se levanta hacia los costados por el fuerte viento, y sus labios gruesos parecen querer decir algo más, pero se contiene sellándolos por completo.

—¿Qué pasa? ¿Estás nerviosa? —rio—¿Creíste que ibas a intimidarme?

—Pienso que sí estás nervioso, porque nunca una chica como yo hablaría contigo. —Se aparta de mí regresando su vista al mar.

—¿Una chica como tú? ¡Que ego tan enorme! ni siquiera me conoces.

—Tampoco quiero conocerte, Alex, piérdete con tu séquito de imbéciles.

—No sabes nada.

Continúa con la vista hacia el frente, ahora su pelo ondea hacia atrás en un retrato inestimable. Es linda, un carácter de mierda, pero linda.

—¿Por qué me miras tanto? ¿Te gusto? —Espeta burlesca.

—No, me recuerdas a alguien—Finjo pensar—. Quizás a Sadako Yamamura.

—¡Oh vaya, me lo dice Edward Scissorhands!

—Que insoportable eres —bufo—. Me iré con tal de no volver a verte.

—Sí, déjame escuchar música en paz, Ross ¡Fuera!

¿Pero quién se cree esta idiota? Ocupar mi lugar en el muelle y encima burlarse de mí haciendo una tonta comparación con el joven manos de tijera. Desconozco el descaro, más prefiero retirarme.

En mis auriculares suena YoungBlood de 5 seconds of summer, y a pasos apresurados, voy hacia mi casa. Perdí tiempo de tranquilidad por estar discutiendo con esta loca.

¿Quién es? Parece conocerme, o bueno, es solo un decir, reconoce mi forma petulante de actuar en la escuela, y ella no marca la diferencia. Mostraba ciertos aires de grandeza y seguridad al hablar; poco le importó cuando la amenacé con fastidiarla. No pregunté su nombre, tal vez pueda averiguarlo, quizás Travis lo sabe.

Olvídalo, Alex, preguntarle a Travis sería sacar a flote su ego y posiblemente poner en riesgo la vida de esa chica si intenta acercarse a ella. Aunque pensándolo bien, no creo que tenga oportunidad, parece ser de esas tercas que creen tener todo bajo control y es muy posible que sea una niña malcriada e idiota. Como sea, olvídala, y no te metas en problemas. 



ACLARACIÓN.

* Sadako Yamamura: es un personaje ficticio de la novela Ringu de Koji Suzuki, pero que seguramente todos ustedes la conocen como la niña del aro (película). Ella tiene el cabello negro, largo y por lo general su rostro cubierto.  

Dicho esto, espero que hayan disfrutado del capitulo. Sé que fue muy corto, pero sentí que era necesario dejarlo así.  

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