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I

ALEX ROSS

Salir de la escuela y caminar sin rumbo fijo es casi una costumbre diaria. No tengo un motivo exacto para hacerlo, solo disfruto de la soledad por más extraño que eso suene en un chico de mi edad.

17 años, último año escolar y muchos sueños inconclusos; creo que no hay mejor descripción que esa. Algunos días se me hacen cortos, otros largos en extremo y los detesto, más cuando te sientes como una sombra o solo te conocen como "el amigo de".

Mi grupo está conformado por Nathan Foster, un chico alto, moreno e hijo de gente importante. Su personalidad es por momentos ambigua, hay días en que parece que todas sus cosas están bien, influyendo en su estado de ánimo, y otras a la inversa, pero recae en personas externas. Sinceramente me rompe mucho las pelotas que sea así, no obstante, guardo silencio.

Otro de mis amigos es Travis Kelly, siendo un caso especial. Es guapo, lo sabe y se cree el centro de atención. Siempre tenemos que escucharlo hablar de sus conquistas, es soberbio y ciertamente nunca se ha interesado por saber qué es lo que nos pasa a nosotros, a pesar de llamarnos sus amigos.

Sé que más que una descripción de mis compañeros parece que estoy hablando del escuadrón suicida compuesto por tres supervillanos. Y sí, puede que lo seamos.

Alex Ross no es un nombre por el cual recibirás buenas referencias, al contrario, solo dirán que soy amigo de Nathan o Travis y, claro, un completo idiota.

Pocas personas me conocen en profundidad, aunque puedo asegurar que nadie lo hace en el colegio. Además de este mal tercio, no suelo cruzar palabras con el resto de mis compañeros, prefiero el silencio, me molesta que interfieran en mis cosas. A veces preferiría ser invisible, como ese chico al que nadie le presta atención en clases incluso cuando el profesor lo llama para que pase al frente. Me gustaría ser como Benjamín Clarck, y lo odio.

Nathan y Travis se la pasan hablando mal de él encontrándole defectos que poco me interesa si los tiene. Sin embargo, yo lo detesto porque me gustaría ser igual de imperceptible dentro del salón. Claro, que en mi defensa les partiría la cara a quien se atreviera a meterse conmigo, algo que Benjamín no hace.

De los tres, soy el que menos lo molesta. Debo hacerlo para no recibir ningún tipo de reclamo posterior por parte de este dúo; son insoportables.

Llego a casa y mi pequeña perrita Cady me recibe. Nunca me han gustado los perros, ningún animal para ser sincero, pero mi madre la trajo y, aunque no quiera aceptarlo, me tiene encantado. Es pequeña y muy tonta. Le gusta jugar y que le haga caricias, es la única capaz de hacerme sonreír por tanto tiempo. A veces creo que Cady me ama porque no sabe cómo soy fuera de esta casa, caso contrario me detestaría, porque soy una basura.

—Alex, ¿Cómo estuvo tu día? Demoraste en llegar hoy.

—Hola, mamá. Sí, me quedé haciendo unos trabajos. —Miento—. Todo fue bien.

—De acuerdo, cariño, prepararé la cena.

—No, yo me encargo. Recién llegas de trabajar, seguro estás cansada.

—La verdad que sí, quiero darme un baño antes. ¿La preparas?

—Sí, te aviso cuando todo esto listo —sonrío.

—Gracias, Alex.

Mi madre es enfermera. Sus horarios son complicados, hay días en que casi no nos vemos y siempre la ayudo en lo que puedo; como en la comida, las compras, la limpieza, todo aquello que es afeminado según mis amigos. A diferencia de ellos, mi vida no está resuelta.

Papá nos abandonó hace 2 años cuando vivíamos en San Diego y con mamá solo vinimos a California a empezar de cero. Aquel hombre nunca nos buscó, ni siquiera ha intentado contactarse conmigo que soy su único hijo, o bueno, hasta donde sé. Cada vez que alguien me pregunta por mi padre no dudo ni un segundo en responder que murió. Aunque siga viviendo en San Diego para mi está enterrado hace dos largos años.

Pretendo terminar mis clases y entrar a la universidad, quiero y necesito tener un futuro brillante para ayudar a mi madre y demostrarle que no todos los hombres somos iguales, algunos estamos dispuestos a encender una luz entre tanta oscuridad. Ella se ha sacrificado mucho por mí, se ha encargado de que nunca me falte nada y voy a hacer lo mismo.

Mamá no sabe cómo soy fuera de esta casa, me cree un ángel; mis mentiras a veces pueden sonar convincentes. Estoy seguro de que si supiera sobre la oscuridad que me cargo no habría razón suficiente para perdonarme.

Los valores de mi madre fueron bien inculcados, muy en el fondo los conservo.

—Mi amor, ¿La cena está lista? —Pregunta y volteo a verla.

—Sí, mamá, ven. Todo está listo.



Estoy a dos cuadras del colegio y solo puedo pensar en dormir o estar en mi cuarto leyendo un buen libro con mi banda favorita de fondo. Quizás lo haga al regresar.

Con las manos en los bolsillos y con mis auriculares encendidos ingreso al establecimiento. El director me mira con seriedad, mueve los labios y sé que está pidiéndome que me los quite. Me detengo y lo hago frente a sus ojos para que sea testigo de que no los seguiré utilizando. Después dicen que el aguafiestas soy yo. ¡Viejo de mierda!

—¿Ahora puedo pasar? —interrogo soberbio recibiendo un ademán con sus manos.

Faltan 15 minutos para que suene la campana, al llegar al salón los volveré a usar, no sé por qué tanto protocolo; todos lo hacen.

Me siento en mi pupitre y desenredo el cable de los audífonos que torpemente he guardado. Benjamín Clarck llega y estiro mi pierna en cuanto pasa para reírme de él al tropezar.

—¿No miras por donde caminas, Clarck?

No me responde, después voy a desquitarme.

Un tema de Evanecsense suena en mis oídos en tanto observo como mis compañeros comienzan a llegar y depositan sus mochilas en los pupitres. Algunos vuelven a salir, otros se agrupan para conversar y solo unos pocos se quedan callados en sus correspondientes espacios.

Benjamín parece leer concentrado, tiene el don de colocar una especie de barrera para no voltear a ver a nadie. Poco le importa lo que otros tengan para decir, hace bien, porque es recíproco por momentos.

El profesor entra al salón y la rutina comienza. Es hora de quitarme los auriculares y aguantar el bullicio en conjunto con los monólogos durante unas cuantas horas. 


Antes del almuerzo llega el momento de molestar al idiota de Clarck. Es extraño, mi ira descargada en forma diaria hacia él es saciada, y sé que no está nada bien, pero el solo hecho de hacerlo me calma. Soy una basura a conciencia.

Todos sus útiles escolares quedan esparcidos por el pasillo de la escuela y, como era de esperarse, no hace nada para impedirlo; trabajo fácil para nosotros. Leves intercambios de palabras son suficientes, es solo un susto. Mi golpe final antes de ir a la cafetería consiste en pisar sus libros.

Lo siento, Clarck, te dejaré la marca de mis mocasines.

—¿Algún día nos cansaremos de molestar a ese idiota? —pregunta Nathan entre risas.

—Ni siquiera lo molestamos lo suficiente, podríamos ser peores —bufa Travis.

—Me da igual lo que quieran hacer—exclamo—. No deberíamos perder el tiempo con él. No hay reacción de su parte y se vuelve aburrido.

—Vamos, Alex, no seas aguafiestas. Antes te burlabas de las expresiones de Clarck.

—Ya no me causa gracia —digo por lo bajo.

—¿Lo del sábado sigue en pie? —Cambia de tema el moreno.

—Sí, Nathan. —Confirmo—. Hablé con Derek y la fiesta se llevará a cabo en su casa. Alcohol, chicas y lo que quieras tener.

—¿Entonces irás? —Cuestiona Travis.

—No me gustan las fiestas.

—¡Ya deja de ser un aburrido!

—No iré, odio las fiestas y a ustedes ebrios.

—Es irónico que hables en plural cuando es solo Travis el que se emborracha con un vaso de cerveza.

—¡Eso no es cierto! —Golpea la mesa para llamar la atención.

Y aquí vamos de nuevo, la discusión diaria respecto al alcohol y quien de los tres es el que más lo tolera. ¿Acaso no es como un déjà vu? ¡Porque este puto debate ya lo he escuchado!

La última fiesta a la que asistí, Travis Kelly se puso tan ebrio que tuvo sexo y sin condón. La chica lo buscó hasta el cansancio y parecía estar muy preocupada por las consecuencias posteriores. Si a Travis no le importaba, ¿Por qué debía afectarme a mí? Que se joda.

Todo estaba saliendo bien, o eso pensé, hasta que volví a verla una tarde en el parque en una de mis largas caminatas. Hacía frío, y a la distancia percibí que lloraba. Aquella chica era muy bonita, supongo que, si no hubiese estado bajo los efectos del alcohol, ni por un golpe de suerte se habría acercado a Kelly. No parecía de esas a las que le gustaran las fiestas, menos de las que tienen sexo por satisfacción en forma recurrente, más bien era una niña; una niña asustada.

Algo dentro de mí decía que no debía intervenir, no era mi asunto, pero tampoco era justo para ella el haberse cruzado con un imbécil. No pude pasarlo por alto.

—Hey ¿No tienes frío? —pregunté serio parado frente a su banca.

—Tú...—Me miró sorprendida— ¿Eres amigo de Travis?

—Sí, ¿y eso qué?

—¿Puedes ayudarme? He intentado comunicarme con él —Comenzó a decir entre llanto y el temblar de sus labios—. No responde a mis llamados, tú sabes si...

—¿Cómo te llamas? —La interrumpí.

—Helen—Sus ojos colmados en lágrimas me advertían como si fuera un cachorro perdido en una noche de invierno.

—¿Estás embarazada o no? —Fui directo y poco sutil.

—No lo sé —Respondió llevando sus manos a los ojos y rompiéndose por dentro.

Maldije a Travis por no ser precavido, me maldije a mí mismo por asistir a esa maldita fiesta y por caminar en ese parque. Encontrarla fue mi desgracia del día, y acércame a hablarle fue cavar mi propia fosa. No podía dejarla allí, tenía que ayudarla.

La tomé del brazo y se levantó confusa en tanto caminábamos a la primera farmacia de turno. Ni en mi peor pesadilla pensé en comprar una de esas pruebas, sin embargo, la angustia de la tal Helen me hacía sentir mal y era molesto.

La llevé a mi casa y le dije que lo hiciera, tenía los ojos rojos de tanto llorar. Mi paciencia era escasa, mis palabras muy directas. Ingresó al baño y la esperé sentado en el sofá, al fin y al cabo, eso terminaría y el resultado poco me interesaba; yo no tenía que responsabilizarme más allá del gesto de gastar 10$.

—Gracias por ayudarme, me iré a mi casa ahora —dijo al salir del baño dirigiéndose a la puerta.

—¿Y que salió? —Pregunté sin levantarme del sillón y mirándola a la distancia.

—No importa.

Nunca supe el resultado, tampoco le comenté a Travis que me había encontrado con ella en el parque y que incluso había estado en mi casa haciéndose la prueba de embarazo. No estaría interesado en saberlo si jamás quiso atender sus llamadas.

Los días pasaron, y al no saber más nada, deduje que estaría haciendo su vida feliz por ahí, ya que tampoco volvió a llamar a Kelly.

Al tiempo, en una reunión con amigos, escuché acerca de Helen. Esa misma noche, al salir de mi casa, y con la prueba entre sus pertenencias, la encontraron sin vida. La noticia me hizo perder el pulso, creí morir y volverme loco en segundos. Salí de allí sin despedirme de nadie. Fui a mi casa a tirarme sobre mi cama y cuestionar mi falta de empatía. Me debatí hasta mi propia vida de tanta miseria que tenía en mi interior, y volví a la realidad al pensar en mi madre y en que no puedo dejarla sola.

Días posteriores todo pareció acomodarse, más a Travis no le importó la vida de Helen, y quise hacerme la idea de que era un error que me interesara a mí. Nunca más salí de fiesta, menos con él.

—¡Alex! —Grita Nathan— ¿Qué mierda te pasa?

—Nada, estoy pensando lo que tengo que hacer cuando salga del colegio.

—¿Irás o no a la fiesta de Derek?

—¡No, Travis, no iré! —Contesto tajante.

—¿Cuál es tu problema, Ross? ¡Tienes 17 años, disfruta la vida!

—Eres el menos indicado para dar ese consejo, Kelly —Lo miro serio–. No te preocupas más que por ti mismo. ¿Qué te hace creer que puedes opinar sobre el resto?

—No sé qué te traes, Alex, pero no estoy de humor para soportarte. Tengo mejor compañía con quien pasar mis almuerzos.

Se levanta con brusquedad y sale con su porte soberbio. No me sorprende, nunca ha preguntado por algo que no sea de su conveniencia o que le afecte directamente. Más de una vez he controlado mis instintos para no volarle un par de dientes o acomodarle la cabeza.

—¿Qué pasa, Alex? ¿Por qué no quieres ir a la fiesta?

—¡Odio las fiestas, Nathan, la última fue una mierda!

—Hace mucho que no salimos, te la pasas en tu casa. ¿Qué haces ahí? ¿Te manoseas? —Sonríe y termina su almuerzo— Te propongo algo —Mueve el tenedor en tanto mastica— ¿Recuerdas a mi amiga Cadence? Podemos salir con ella una tarde, ¿Qué te parece?

—Si no tengo opción, lo haré —asiento—. La tarde está bien.

—Nadie folla en la tarde —Se burla.

—Cierra la boca, Foster.

—Te hará bien salir y despejarte. No sé qué te sucedió después de aquella fiesta, te volviste una persona distante.

—Sí, una persona oscura—murmuro.

—Apagada más bien. Poco iluminada, aburrida —Carcajea—. Voy a planificar una salida con Cadence y sus amigas para que dejes de ser raro, me lo vas a agradecer.

Genial, ahora tendré que salir con las amigas de Nathan, interrumpir mi caminata diaria, y dejar sola Cady por más horas.

Nuestro almuerzo finaliza y regresamos al aula para una aburrida clase de Historia. Me siento en mi pupitre y comienzo a dibujar en el cuaderno cualquier garabato con tal de que nadie me hable. De repente, escucho un fuerte ruido de bancos. Alguien ha caído en medio de estos; Benjamín.

No me molesto en levantarme, solo finjo que no me importa, no obstante, escucho lo que Nathan dice. Le está pidiendo dinero ¿Acaso no sabe que eso es robo? ¡Por qué mierda le pide dinero cuando ni siquiera lo necesita!

Resoplo desde mi lugar. Mi vista se fija en Clarck, ese pobre idiota que no se defiende y que le entrega 10$ a Foster para que este no lo golpee después, cuando en realidad lo haremos de todas formas.

Para su suerte el profesor ingresa al salón, y para la mía, es un gran alivio que todos cierren la boca. Me concentro en mi dibujo y todo está bien ahora, la paz que necesito.



Hola!! Espero que hayan disfrutado de este primer capitulo ¡Estaba ansiosa por publicar!

Recuerden que actualizaré los Martes y Jueves ♥

Gracias por tanto amor. 

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