El frío envuelve lo que parece ser una habitación, como si todo se consumiera. Mi respiración falla; ¿dónde estoy? Poco a poco, mis sentidos se congelan; estoy muriendo. Ya no siento dolor. ¿Eso es bueno? Es increíble que mi vida termine así, sin haber podido decir la verdad, sin haberle dicho que ya no tenía miedo y que iba a arriesgarlo todo por él.

Escucho una voz lejana, como un murmullo apenas perceptible para mis oídos cansados. Mi garganta está seca, mis párpados pesados; no tengo fuerzas para intentar nada. Los latidos de mi corazón se debilitan. ¡La vida se me escapa! Quiero que la última imagen en mi mente sea la de él. Me sumerjo en un sueño eterno.

Vuelvo a escuchar la voz, ahora con más claridad, casi como un grito. ¡Haz silencio! ¿No ves que intento dormir? Palabras sin sentido llenan mi cabeza hasta que logro retener una: mi nombre. ¿Alguien me llama? Siento un calor; algo me envuelve. Ese tacto... La piel se me eriza porque lo conozco muy bien. Sé que es él.

De repente, tengo ganas de vivir de nuevo, de abrir los ojos y gritar con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo ya no responde. Trato de concentrarme en su voz, en su calor; lo único que me mantiene en este hilo entre la vida y la muerte.

—Quédate conmigo —dice, y quiero hacerlo. "Estoy luchando," grito en mi mente, pero mis labios no se mueven. "Solo abrázame y no me sueltes."

La lluvia cae y lucho con todas mis fuerzas por sentirla. Lucho contra la oscuridad que me envuelve y sé que él lucha a mi lado. Su mano roza la mía; no sé cómo, pero sé que es real. Quiero tocarlo, decirle que aún estoy aquí. "Muévete," le ordeno a mi mano, y lo hace, apenas unos centímetros, pero lo suficiente para que él lo note.

—¿Puedes oírme, verdad? —pregunta con urgencia—. Sé que lo haces. Lucha por vivir, mi amor. La ayuda ya viene en camino.

"Sí," quiero gritar, pero me falta fuerza. Así que me concentro en mi tarea, rogando a mi corazón que siga latiendo. Voy a sobrevivir. Tengo que hacerlo.