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Algo estaba pasando. Era obvio.
Spreen podía verlo en la forma en que Roier se comportaba. Algo faltaba, algo lo estaba inquietando.
Las sonrisas que tanto amaba ya no deslumbraban como antes. Las miradas eran más cortas y apagadas. Los caprichos y berrinches se habían ido. Y no podía entender por qué.
Todo había cambiado desde ese día en que esquivó su pregunta. Es que quizás… ¿Estaba enojado con él o algo?
Spreen estaba nervioso. Pensaba una y otra vez que el cambio en Roier era todo su culpa. Tenía que enmendarlo de alguna forma.
¿Es que acaso era por su obvio rechazo?
No quería pensar que fuera eso, pero ya lo estaba haciendo.
Quizás Roier ya se había aburrido de él. De él y su estúpido problema.
Sí, podría ser eso. ¿Qué otra cosa si no?
Todo eso era lo que pensaba mientras estaba en el sofá de la sala, intentando terminarse una pizza (porque Roier ya no tenía ganas de cocinar) solo (porque Roier había rechazado su pizza).
Pero únicamente pudo comer un bocado y medio, y dejó todo sobre la mesa, pensando que había sido un completo desperdicio haber comprado una pizza familiar con la idea de animar al menor.
Ya ni siquiera tenía hambre.
Así que, ahí mirando los trozos de queso y salsa, tuvo una idea.
Aunque ya era demasiado repetitivo pero nada era mejor que volver a los "viejos" tiempos.
Entonces tomó su billetera y salió del departamento.
Mientras tanto, Roier estaba encerrado en su habitación. Hundiéndose en su miseria, según él.
Llevaba días haciendo lo mismo. Llegaba a casa, le decía a Spreen la misma excusa de siempre: "Estoy cansado". Y se perdía entre las tantas mantas de su cama, esperando que cuando despertara todo fuera una tonta pesadilla.
Ojalá fuera una pesadilla.
Pero esta noche sería diferente. ¿Por qué?
Porque una hora después, Spreen aparecería en el umbral de su puerta luego de azotarla sin siquiera pedir permiso. Asustando al joven actor que rápidamente se incorporó para ver qué sucedía.
— ¿Q-qué es esto? ¿Qué-
Spreen ingresó a la habitación como si fuera suya y dejó dos bolsas en la cama, a los pies de Roier. Éste las observó confundido y luego volvió su mirada al argentino.
— Intervención. —Dijo Spreen de forma simple, mientras sacaba algunas latas de cerveza de las bolsas.— Esto es una intervención.
— ¿Una qué?
Volvió a preguntar más que confundido, logrando que su Manager soltara un suspiro y tomara asiento en la cama, con una lata en cada mano.
— Mirá, sé que algo está pasando. Se te nota mucho. Y no quiero presionarte para que me digas qué es lo que pasa pero tampoco pienso quedarme de brazos cruzados viéndote así. No me gusta que estés así. —Explicó de forma apresurada, trabándose y tartamudeando en algunas palabras por la velocidad con la que las decía.— Así que vamos a tomar y a relajarnos. Y si querés podés contarme lo que pasa y si no, está bien. Pero por favor… No estés así conmigo.
Finalizó su tonto y para nada practicado discurso para después extender una de las latas de cerveza hacia el castaño.
Éste mantenía una expresión sorprendida, aún asimilando todo lo que había dicho su Manager en tan pocos segundos. Y cuando lo logró, una pequeña sonrisa se le escapó de entre los labios haciendo sonrojar al mayor. Spreen era simplemente adorable.
Y él estaba preocupado.
No tendría que ser así.
— Y tu plan de intervención… ¿Es que nos embriaguemos?
Spreen torció los labios en una mueca.
— Eh… Sí.
Entonces Roier soltó una de esas ligeras risas que tanto le gustaban al contrario.
— Te recuerdo que no tienes la mejor tolerancia al alcohol.
Y ahí estaban las bromas. Por fin.
Spreen le devolvió la sonrisa mientras Roier aceptaba la bebida.
— ¿Ah, sí? Entonces yo te recuerdo una de esas primeras veces que te embriagaste tanto que me be-
El argentino detuvo su hablar y comenzó a fingir una tos, porque claro, Roier estaba tan ebrio aquella noche que dudaba que recuerde algo como eso. Incluso, cuando Spreen lo estaba evitando, el chico ni siquiera sabía por qué.
Pero ahora metió la pata. Porque Roier lo estaba mirando con curiosidad.
— ¿Yo qué?
Preguntó frunciendo el ceño pero manteniendo su sonrisa.
Spreen negó con su cabeza.
— No, nada.
Su voz había sonado más nerviosa de lo normal así que prefirió abrir la lata y beber un largo sorbo para callarse de una vez.
Pero Roier ya estaba muy intrigado e interesado.
— ¡Me estás ocultando algo! Dime qué pasó.
— Nada, olvidate.
— ¡Spreen! —De repente toda la energía que había perdido esos días, volvió a su ser.— Ya, dime.
— No.
Entonces la expresión de curiosidad cambio a una de indignación, y Spreen ya sabía lo que se venía. Pero la vergüenza era poca al lado de la felicidad por recuperar la actitud risueña del menor.
Lo estaba logrando.
Pero ahora tenía que aguantar a un castaño, de ojos avellana, incorporándose en frente suyo para hacerle un puchero.
— Roier…
— Dime, por favor.
Spreen posó su mirada en los labios ajenos, solo para luego desviarla y soltar un largo suspiro. Eso… eso no estaba en su plan.
— Está bien.
Y se rindió, ganándose una gran sonrisa del contrario.
— ¿Te acordás… la primera vez que te evité? —Roier, quién volvió a su lugar muy atento a la anécdota pendiente, asintió tomando un sorbo de su propia cerveza.— Bueno… La noche anterior te pasaste un poco con las bebidas.
— Oh, sí. No recuerdo mucho de la noche pero sí de la resaca.
Confesó de forma divertida. Pero Spreen solo se aclaró la voz.
— Pues, verás. Esa noche te lleve a tu cama porque estabas hecho pija y vos murmuraste algo sobre hombres guapos y después…
— ¿Después…?
Animó el actor para que su Manager terminara con la frase. El cual comenzó a tamborilear sus dedos sobre la lata en sus manos.
Mierda, ¿Por qué no lo dijo en el momento? Ahora era mucho más vergonzoso.
— Después… Me besaste.
Musitó en un pequeño susurro para luego ocupar su boca con cerveza.
Pero Roier lo había escuchado muy bien.
— ¡¿Yo hice qué?!
Exclamó abriendo sus ojos como un par de platos y provocando que el mayor se ahogara con su bebida.
Había besado a Spreen con unos pocos días de conocerlo. Ya lo había incomodado desde antes sin siquiera estar consciente. Y lo peor de todo: NO LO RECORDABA.
Maldita sea. No le bastaba con ser rechazado, ahora también existían besos que no estaban en su memoria.
No solo estaba avergonzado por su tonto actuar bajo influencias, sino también estaba frustrado. ¿Cómo podía olvidar algo como eso?
— Sí, bueno. ¿Ahora quién es el de la poca tolerancia?
Su Manager intentó bromear sacándole una sonrisa, pero Roier también se sentía apenado. Si hubiese sabido que pasó eso, no hubiera dudado en disculparse.
— Spreen, lo siento. —Murmuró con la pena demostrandose en su tono de voz.— Realmente no lo sabía. Te debo una disculpa.
Ahora comprendía el accionar tan incómodo de Spreen en aquel momento. Que tonto había sido. Por lo menos ahora comprendía mejor los límites del chico (un poco) y como tratarlos.
Un pequeño empujón lo tomó por sorpresa y volvió su vista al azabache.
— Está bien, no te preocupes. Tampoco es la primera vez que me roban un beso.
Confesó el Manager como si nada. En un tono tranquilo, queriendo desligar a Roier de la culpa de un evento pasado.
Pero inevitablemente sus palabras le recordaron a Roier aquella noche en la que Spreen se abrió ante él y le contó cosas tan personales. Y ojalá no lo hubiera hecho porque ahora se sentía como un completo imbécil.
Al final no era tan diferente a las personas que lo lastimaron.
— De todas formas tengo que disculparme contigo. Eso no estuvo bien. —Repitió sus disculpas y alzó la lata de alcohol sin mirar al mayor.— Y no volverá a pasar.
Roier no pudo verlo, pero Spreen frunció el ceño ante las últimas palabras.
El argentino sintió un gran peso cayendo a su estómago y un sentimiento de decepción. Si bien, en aquel momento le incomodaba la situación. Ahora era muy diferente.
¿Quería besarlo? Puta madre, sí.
Pero seguía siendo un cobarde, y a juzgar las palabras del menor. Al final tenía razón sobre que se estaba aburriendo de él. Era normal.
¿Quién querría lidiar con Spreen?
— Es por mi ¿No?
La pregunta llegó de repente, haciendo que Roier se volteara confundido.
— ¿Qué?
Spreen apretó sus labios y fijó su vista al frente.
— Estás así por mi culpa.
La confusión de Roier aumentó. O sea, sí, de cierto modo se sentía mal por Spreen. Pero no de la manera en que lo estaba diciendo.
Porque Spreen parecía estar culpandose de algo malo.
— Lo entiendo. Soy… un quilombo. Y entiendo que, quizás, eso te frustre o no sé, yo-
Spreen estaba tartamudeando de nuevo cuando Roier lo interrumpió.
— ¡No! No. Claro que no. Tú no eres el problema. —Exclamó de forma apresurada, antes de que el mayor siguiera hablando mal de sí mismo.— Spreen, sé que somos muy diferentes en muchos aspectos pero… ¿Eso no lo hace más divertido? Digo, no es que mi hobby sea molestarte e incomodarte todo el tiempo. Y tampoco que tú me regañes cada vez que puedes. Lo que quiero decir es que… Me gusta como eres.
Me gustas así. Quiso agregar, pero se contuvo.
No era una situación tan romántica como para confesarse ahora, pero al menos dejaría en claro su pensamiento sobre Spreen.
Y Spreen…
Spreen no sabía cómo explicar lo que sintió al escuchar a Roier hablar de tal forma. El peso se fue al igual que la decepción, y sentía su pecho cálido. Podía jurar que escuchaba los suaves latidos de su corazón hasta ahí.
Se sentía demasiado bien. Y no iba a ocultarlo.
Una sonrisa apareció en su rostro mientras evitaba el contacto visual con el castaño.
— Además, ¿No sería aburrido pasar tiempo con una persona que comparte tu misma personalidad? No tiene sentido. Apenas me tolero a mi mismo, ¿Crees que podría tolerar a otro cabrón como yo? Ni loco.
De cierto modo estaba mintiendo, porque Roier sí había salido con alguien muy parecido a él.
Y así había terminado todo.
Con Spreen era diferente.
El contrario soltó una risa por las palabras ajenas.
— Bueno, quizás tengas razón. Tampoco aguantaría a alguien como yo. ¿Te imaginas? Nos matamos ahí mismo.
Ambos compartieron risas porque era un escenario hipotético bastante divertido, o sea, ¿Dos Spreen en un mismo universo? Esos pendejos se agarrarían a putazos en el primer segundo. Roier ya se lo podía imaginar.
Cuando las risas cesaron y el ambiente se volvió más cómodo, Roier pensó que era un buen momento para hablar sobre cierto tema. Era necesario.
— Yo no estaba así por ti… En realidad es algo más.
Con eso se ganó toda la atención de Spreen. Pero aún así…
— No es necesario que me cuentes si no querés.
— No. Yo quiero hacerlo. —Interrumpió el actor, con total seguridad aunque por dentro parecía muy vulnerable. Tenía que contarlo. Spreen no lo juzgaría.— Recuerdas todo el tema de Cellbit ¿Verdad?
El Manager no pudo evitar hacer una mueca al escuchar ese nombre otra vez.
— Sí… ¿Qué sucede con él?
Roier tomó una larga bocanada de aire para poder recopilar la valentía suficiente antes de comenzar.
— Pues… Yo no te dije todo…
— ¿Qué querés decir?
Bien, quizás no era tan valiente después de todo. Así que levantó la lata de cerveza y bebió un largo sorbo para poder hablar.
— Lo que quiero decir es que… Me salté algunas cosas cuando te lo conté. —Confesó temeroso.— Verás, no todo fue tan simple como lo dije. Sobre qué papá se enteró, lo alejaron y fin de la historia. En realidad no fue así…
Spreen tuvo la intención de detenerlo porque sabía a lo que se refería. Su padre ya se encargó de contar esa parte.
Pero claro, Roier no sabía que él se había reunido con su padre.
— Ro-
— No, déjame terminar. —Pidió el castaño casi en un ruego. Y Spreen no tuvo de otra que hacerle caso. Quizás él necesitaba desahogarse.— Si era por él, mi padre nunca se hubiese enterado porque estaba muy metido en sus cosas. Todo explotó cuando… Cellbit me pidió algo.
El mayor estaba en silencio, con la mandíbula tensa y su mano apretando la lata de alcohol. No quería escuchar eso de vuelta.
No quería imaginarlo otra vez.
— Él… él estaba totalmente controlado por la maldición. Sé que no fue su propia voluntad. Él nunca me hubiera lastimado de esa forma… Pero un día dijo que ya no podía tolerar la forma en la que todos me veían. Que ellos no me apreciaban tanto como él. Que ni siquiera mi familia lo hacía. —Narró Roier con la mirada perdida entre las sábanas desordenadas. Recordaba con exactitud cada palabra.— Entonces me pidió que muriéramos. Que lo mejor era que nos largaramos de este mundo juntos. Él no veía ningún interés en vivir porque su familia tampoco lo valoraba como debería.
Entonces Roier se animó y levantó la mirada encontrándose con la ajena.
Esas pupilas moradas se veían un poco opacas y serias. Casi enojadas.
Roier temió estar cometiendo un error al contar eso.
Pero en realidad, Spreen no estaba enojado con él. Spreen estaba frustrado por aquella situación. Y no dudó en hablar.
— ¿Qué respondiste?
Su pregunta vaciló entre frustración y esperanza. Tenía la esperanza de que su padre haya exagerado en la respuesta.
Pero rápidamente esa esperanza se esfumó.
Roier bajó su mirada y apretó los labios en una línea fina.
— Yo… le dije que sí.
Y como si algo se hubiese derrumbado dentro de Spreen, este suspiró ruidosamente y cerró los ojos con fuerza mientras apoyaba la cabeza entre sus manos.
— P-puedo explicarlo. —Se apresuró a hablar por la reacción ajena.— Yo no-... Yo no estaba pasando por un buen momento. Solo quería algo de paz. Claro que mi familia estaba para apoyarme… Pero mi padre… Papá nunca estaba, y cuando estaba solo me ignoraba. Siempre vivió encerrado en su oficina luego de la muerte de mamá. Y… Solo quería que esté ahí. Conmigo.
Todo lo hacía por él. Incluso comencé a actuar por él. Solo quería que me viera…
Spreen podía entender su frustración. Pero eso no era excusa para acabar con su vida. La muerte no era una solución.
— Y entre más intentaba, más me perdía a mi mismo. En algún punto me di cuenta que… nada de lo que hacía me gustaba. Y que realmente no tenía ¿Vocación? No lo sé. Todo esto —Roier señaló a su alrededor.— Fue persiguiendo la vida de mi padre… pero no es mi propia vida. Esto no es lo que quería.
Entonces él primer sollozo se escuchó en la habitación provocando que Spreen descubriera su rostro alarmado.
— Ro…
Musitó cuando observó al castaño intentando contener las lágrimas que habían comenzado a escapar de sus ojos avellana.
La simple imagen le estaba rompiendo el corazón.
— Ro, no sigas. No es necesario.
Pidió mientras acercaba velozmente su mano para tomar una de las ajenas y apretarla entre las suyas. Roier no rechazó la acción, en realidad no hizo nada. Se sentía tan débil. Tan frágil.
Simplemente prosiguió.
— Entonces pensé que no era una mala idea, después de todo, ya había desperdiciado parte de mi vida en algo que no era lo mío. Y también estaba hundiendo la vida de una persona tan importante para mí. ¿Por qué no hacerlo?
— Ro, basta.
— No. —Respondió rotundamente mientras se soltaba del agarre. Pero las lágrimas no dejaban de rodar por sus mejillas.— Soy una persona horrible porque no solo arruiné mi vida intentando satisfacer a mi padre, sino también la de mi familia, la de Cellbit, la de Quackity… Incluso la tuya.
Por primera vez estaba siendo completamente honesto. Llevaba cargando con esos pensamientos por tanto tiempo. No había un día en el que no pensara que esa no era su vida y que si él no estuviera allí todo sería mejor. Todos estarían mejor.
O eso creía.
— ¡Roier basta! ¡Eso no es verdad! —El azabache se deshizo de las bebidas de ambos, lo había tomado por los hombros y girado hacia él en un movimiento rápido y sorpresivo para el menor. A Roier le fue imposible evitar hacer contacto visual con él. Las dos amatistas lo buscaban sin parar.— No arruinaste la vida de nadie. Nada de eso fue tu culpa. Y sobre tu padre; él es un idiota que no supo cómo cuidar de su hijo. Es normal que hayas querido buscar su atención porque ¡La necesitabas! ¡Eras solo un niño!
Cada palabra era soltada con desesperación. Quería que Roier lo entendiera de una vez por todas y también era como si quisiera aferrarlo a la vida.
Porque no podía perderlo. No ahora.
— Toda esta estúpida maldición no es tu culpa. Y la muerte no es la solución.
Roier, hay tantas cosas por las cuales vivir. Hasta podés dejar todo esto atrás y empezar de nuevo. —Los ojos oscuros del menor seguían observandolo sorprendidos. Pero no se detuvo.— ¿No te gusta actuar? Está bien, podés dejarlo. Nadie te puede obligar a que sigas, ni tampoco te tienen que juzgar. Podés seguir lo que sea que te guste ahora, y si después cambias de opinión, tampoco es un problema. La vida se trata de eso.
— N-no sé lo que quiero, yo-
Roier intentó hablar entre sollozos pero no podía.
"Lo único que quiero es a ti…"
Las palabras de Spreen y cómo las decía lo tenía totalmente perdido. ¿Cómo podía tener las palabras indicadas en el momento correcto?
¿Cómo podía tenerle tanta fé?
— Está bien. No es necesario que lo sepas ahora. Podés probar diferentes cosas hasta encontrar algo que realmente te haga feliz. ¿Qué tal… —Spreen lo soltó de repente y enfocó su vista en otro lado intentando pensar en alguna idea.—… La cocina? ¡A vos te encanta cocinar! Y cada vez que lo haces es como si deslumbraras. Adoro verte cocinar y adoro más probar tu comida. Podés abrir un restaurante y yo iría todos los días sin falta.
Confesó con una sonrisa nerviosa, la cual logró contagiar a Roier entre lágrimas.
Era simplemente perfecto.
— Spreen…
— O sino la música. Escuché las canciones de tu banda en la escuela y realmente tenés una voz preciosa. ¿Por qué no aprovecharla? Siempre y cuando te guste y te haga feliz. Obviamente. —Roier mantuvo su pequeña sonrisa melancólica, negando levemente con la cabeza.— Está bien. Solo… solo quiero que encuentres lo que te haga más feliz, porque no solo sos importante para mi, sino para muchos.
Así que por favor… por favor no vuelvas a pensar en eso.
Lo último sonó más a un ruego. Spreen prácticamente le estaba rogando para que esa idea no volviera a pasar por su cabeza.
Y Roier guardó todas sus palabras en lo más profundo de su corazón.
¿Qué haría sin él?
Nada. No podía imaginar nada sin él.
En poco tiempo se había vuelto tan importante. Siempre estaba allí para tenderle la mano si lo necesitaba. Siempre estaba allí para recordarle que aún existen cosas buenas. Y siempre sabía cómo ayudarlo y apoyarlo.
Por eso tenía que hacerlo.
Las últimas lágrimas rodaron hasta su mentón mientras mantenía firme el contacto visual con el mayor. Sus diestras cosquillearon, al igual que una leve sensación en su estómago.
Y lo hizo.
Se arrodilló en la cama, quedando un poco más alto que el contrario, y elevó ambas manos hasta el rostro ajeno para tomarlo, acercándolo al suyo. Así fundir sus labios en un beso desesperado. Uno que necesitaba tanto.
Uno que claramente ambos recordarían porque no fue culpa del alcohol. Ni tampoco por el libreto de una historia cliché. Lo estaba haciendo porque quería y le importaba un carajo lo demás.
Sus labios se movieron ansiosos buscando el dulce pero brusco roce sin esperar una reacción contraria. Roier estaba tan desesperado por el contacto, que no notó cuando una mano se posó en su espalda. Solo se dió cuenta cuando comenzó a ser correspondido.
Para sorpresa de Roier, Spreen devolvió el beso pero de forma más tranquila, casi tímida. Movimientos suaves y en respuesta a los del castaño. Contrarrestando muy bien con Roier. Hasta parecían describir sus personalidades a la perfección.
El menor cambió de lugar sus manos llevándolas al cabello azabache, y el mayor posicionó ambas en la espalda ajena, haciendo un poco de presión para acercarlo más a su cuerpo.
¿Dónde había quedado el espacio personal? Bueno, no importa. Que no vuelva.
No sabían cuánto tiempo habían pasado así, entre los roces de sus labios, las caricias en el largo cabello, la presión en su espalda baja. A veces Spreen atrapaba el labio inferior impropio entre los suyos, succionando ligeramente. Y otras, Roier le devolvía el gesto con alguna mordida sin llegar a lastimar.
Cuando al fin se separaron, fue con un sonoro chasquido provocado por los labios de ambos. Luego de eso, el silencio los inundó. Pero Roier no alejó sus manos de los hombros del más alto, ni Spreen las suyas de la espalda del menor.
Los dos se quedaron allí, compartiendo miradas que lo decían todo y a la vez nada.
— Lo siento…
Susurró Roier, rompiendo la tensión.
Spreen quiso responder algo pero simplemente las palabras no salían.
Supongo que se quedaron atrapadas en la boca de Roier.
— Puedes… ¿Puedes quedarte a dormir? Aquí conmigo. —Pidió con ojos suplicantes.— Solo por esta noche. Por favor…
— Ro…
A pesar de que tenía la mente en blanco por la reciente situación entre ambos, Spreen podía aceptar un beso, pero un nivel más que eso… No.
— ¡N-no pasará nada entre nosotros!… Solo necesito que te quedes conmigo esta noche. —Agregó leyendo perfectamente al mayor. Estaba seguro que su propuesta había sonado así pero no era eso lo que quería.— Por favor.
Spreen titubeó pero…
No podía sacar sus manos de Roier, y ya prácticamente se habían comido la boca. ¿Por qué no?
Entonces aceptó.
Los dos chicos terminaron arropados en cada lado. Mirándose el uno al otro pero sin decir nada.
Al parecer Roier también había olvidado cómo hablar.
Pero no era necesario hacerlo. Sus miradas, las pequeñas sonrisas y sus manos entrelazadas lo decían todo.
Ese sería buen momento para confesarse pero Roier lo había olvidado por completo.
— Tres.
Dijo repentinamente Spreen. Ganándose una mirada de confusión.
— ¿Mh? ¿Qué?
El argentino aguantó la risa y se giró en la cama quedando boca arriba.
— Tres. —Repitió.— Es el tercer beso que me robas.
El rostro de Roier se tiñó de rojo y comenzó a reír.
— ¿Pueden ser cuatro?
Preguntó con falsa inocencia. A lo que Spreen respondió:
— Buenas noches, Roier.
Roier solo pudo sonreír y apegarse más al cuerpo ajeno. Y cuando cerró los ojos, pensó que al menos ese momento lo ayudaría para enfrentar lo que tenía que hacer mañana.
~ • ~
Para Spreen no fue difícil dormirse. Estaba tan calmado, tan feliz y cómodo que fue como un pestañeo.
Pero esa mañana algo estaba mal. Empezando porque Roier no estaba en la cama.
Spreen despeinó un poco su cabello y se incorporó deshaciéndose de las mantas.
Se levantó de la cama seguido de un bostezo y caminó a paso lento hasta la cocina.
Roier debería estar preparando el desayuno.
Debería.
Porque cuando llegó a ese lugar, estaba intacto. Completamente vacío sin señales del menor.
Entonces esa rara sensación en su pecho regresó. Era el miedo.
Spreen no esperó un minuto más y comenzó a buscar al chico castaño por todo el departamento. Pero nada. No estaba ahí.
Así que, de forma angustiada se acercó a la puerta de salida esperando al menos encontrar ese estúpido Post It que informaba la estupidez que Roier estaba por hacer. Pero la madera estaba limpia.
Corrió devuelta a la habitación, con el corazón a mil, y tomó su celular para llamarlo, mensajearle o hacer el mínimo contacto con él. Necesitaba saber que estaba bien.
Necesitaba saber dónde estaba.
No podía abandonarlo así como así luego de lo que pasó entre ellos. ¿Dónde carajos se había metido?
Pero solo fue necesario desbloquear su celular para tener un poco de información…
Mensaje nuevo:
Ro
Buenos días, Spreen.
[7:14AM]
Sé que vas a querer matarme cuando despiertes y no esté allí, por eso quería dejarte este mensaje. Además de que odiaste la nota de la última vez.
[7:15AM]
Quiero decirte que todo está bien. ¿Sí? No te preocupes, por favor.
Solo tengo que resolver un problema del pasado y cuando pueda volveré contigo.
[7:16AM]
Y gracias por lo de anoche.
Gracias por todo.
[7:17AM]
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