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[ 28 ]

[Aviso: este solo es un capítulo corto para adentrarse más en el pasado de Roier]

Ro...

Roier...

¡Guapito!

El chico castaño levantó su cabeza exaltado al escuchar el llamado. Entonces lo vió.

Sentado al frente suyo en la misma mesa estaba Cellbit con dos cajas de jugo en sus manos.
Una la dejo de su lado y la otra se la ofreció a su amigo.

Roier no dudo en aceptarla ya un poco más tranquilo.

— Roier, te ves exhausto. ¿Acaso dormiste anoche?

El nombrado bostezó ruidosamente mientras estiraba los brazos sobre su cabeza.

— Algo... Creo que solo una hora...

— Mierda... ¿Tengo que preguntar por qué?

El Mexicano sonrió débilmente ante su preocupación pero negó.

— No, realmente no es nada. Solo me quedé hasta tarde practicando algunas canciones con los chicos.

Roier volvió a estirarse para intentar deshacerse del dolor que cargaba en su espalda por la mala posición en la que estaba durmiendo antes de que llegara el mayor. Y en eso, Cellbit pudo distinguir un folleto en la mesa.

— ¿Y esto?

Preguntó tomando dicho pedazo de papel para leerlo. Roier rápidamente se acercó para quitárselo pero fue en vano.

— ¡No es nada! Solo una estupidez.

Roier intentó atrapar la hoja de papel pero Cellbit alejó el folleto con una pequeña risa.

— ¿Clases de actuación? ¿En serio? Roier, tú ni siquiera sabes mentir.

El aludido bufó y le arrebató el trozo de papel de las manos.

— No te burles...

El menor suspiró y observó pesadamente el anuncio una vez más. Y el Brasilero decidió dejar las bromas de lado porque al parecer eso era algo importante para Roier.

— Es por tu padre ¿Verdad?

Esas palabras hicieron que Roier regresara su mirada hacia Cellbit. Le había dado justo en el clavo.

— Sí...

El mayor hizo una mueca con sus labios. Conocía muy bien esa situación pues para Roier, Cellbit era la única persona con la que se podía desahogar de ciertos temas por el nivel de confianza que se tenían.

— Roier...

— Se lo que vas a decirme. Dirás qué debo dejar de compararme con él, que soy genial así y que me enfoque en lo que más me gusta. —Dijo el chico de banda en la cabeza, repitiendo las cosas que le decía su amigo para hacerlo sentir mejor.— Pero quiero ser como él. Quiero ganarme el amor y la adoración de todos... Quizás así también pueda importarle aunque sea un poco....

Cellbit le dió una mirada llena de pena que solo lo hizo avergonzarse aún más.

— Roier, no necesitas ser como él para tener la atención de tu padre. Se que en el fondo, aunque él no lo demuestre, realmente le preocupas y quiere lo mejor para ti.

Su amigo soltó una risa agria mientras negaba con su cabeza.

— Ojalá fuera verdad... Pero solo soy una decepción para él.

Habló sin ganas y volviendo a bajar su mirada. Pero Cellbit tomó su mano para que lo mirara.

— Tú eres increíble, Guapito. No podrías decepcionar a nadie. —Confesó el mayor regalandole una cálida sonrisa al más jóven. Y Roier quiso atesorar esas palabras en su corazón.— Ahora levántate, amigo. Se cómo animarte.

El chico de cabello largo se levantó de su lugar sin soltar al menor para incentivarlo a que hiciera lo mismo.

Y lo logró.

— Iremos a molestar a Quackity.

Dijo Cellbit con un divertido movimiento de cejas, provocandole una risa a Roier.

— No, Cellbo. Ésta vez va a matarnos.

Intentó detener a su amigo, pero éste ya estaba casi arrastrándolo hacia el instituto.

— Se le pasará...

Y Cellbit se volteó solo para guiñar un ojo hacia el menor. Quién no pudo evitar desviar su mirada por la mezcla de emociones que le había causado esa simple acción.

~ • ~

Había tenido ese sueño de vuelta solo para recordarle lo buenos que eran aquellos tiempos.

En preparatoria Roier no era una persona muy popular o sociable. Por eso sus únicos amigos allí eran Quackity y Cellbit.
Claro, hoy en día todos sabían sobre su amistad con Quackity... Pero casi nadie recordaba la existencia de Cellbit.

El primer chico del cual Roier se enamoró.

Cellbit era una persona tan especial como a la vez tan complicada. Era un chico que a simple vista parecía no verse afectado por ningún tipo de problema que podría tener un adolescente a su edad. Cómo si pudiera solucionar cualquier dilema en segundos o simplemente no le importaba.
Él sí era sociable, por lo tanto muchas veces la gente se acercaban a él por su confiada y divertida personalidad.

Pero la realidad era otra.

Roier había conocido su lado más radiante como también la parte que escondía de todos.

Cellbit era constantemente presionado por sus padres. Lo presionaban para tener buenas notas. Controlaban sus relaciones amistosas y amorosas. Lo obligaban a cumplir con muchas responsabilidades a la vez. Todo porque querían un hijo "perfecto".

Eso posiblemente no podía llamarse abuso... O por lo menos no físico.

Pero ellos interferían en cada parte de su vida.

La rutina diaria de Cellbit consistía en ir de su casa al instituto, del instituto a alguna academia de algún tipo, y de la academia de vuelta a su casa.
Las únicas veces que podía verse con amigos sin cumplir con algún horario era en los recesos y en los fin de semana. Pero hasta en esos momentos era muy difícil hacerlo.

Por el otro lado, teníamos a Roier. El cual no tenía ninguna presión de su familia.

En realidad, Roier solo tenía a su padre, ya que su madre había fallecido en un accidente cuando él era solo un niño. Y esto afectó tanto al adulto que decidió olvidar por completo que tenía un hijo a su cargo.
Por lo tanto, la infancia de Roier fue mayormente al cuidado de sus tíos. Y él los amaba pero... Necesitaba a su padre.

Entonces, todo lo que el menor hacía era para llamar la atención del hombre. No importaba si no le gustaba, si era mucho para él o si a penas tenía tiempo para descansar. Él tenía que esforzarse lo suficiente para recuperar a su padre.

La pregunta ahora era... ¿En qué eran parecidos Cellbit y él? ¿Cómo lograron congeniar tanto?

Pues de cierto modo ambos buscaban lo mismo: "La Perfección"
Uno quería obtenerla por la aceptación de sus padres y otro la quería para recuperar el cariño del suyo.

Pero ser perfecto no era fácil.

Roier y Cellbit no se veían muy a menudo. Pero cuando lo hacían, ya tenían bastante confianza para desahogarse el uno con el otro.

Cuando Roier no lloraba, Cellbit lo hacía.

Y cuando Cellbit no lloraba, era el turno de Roier para hacerlo.

Ambos se consolaban y cuando ya no podían más, solo se recostaban en la azotea del instituto a ver el cielo y fingir que sus problemas no existían.

Pero no todo era llanto cuando estaban juntos.

Luego de que las lágrimas secaran y lo demás era olvidado. Los dos hablaban de cosas banales y bizarras hasta terminar compartiendo carcajadas.
Porque Cellbit y Roier no eran muy diferentes después de todo.

Los dos chicos de a poco descubrieron que eran muy parecidos, casi idénticos. Y eso los llevó a tener una muy buena amistad a tal punto de que, cuando pensaban en el futuro, ambos se veían uno al lado del otro.

Y todo hubiese seguido así si no fuera por su Maldición...

Roier suspiró y se removió entre las mantas.

En unos minutos debía levantarse para cumplir con su trabajo pero tanto el pasado como el presente lo estaban atormentando.
Quizás si nunca hubiese tenido esa estúpida maldición en primer lugar todo sería mejor.

Quizás si a su padre le importaba al menos un poco, ahora mismo no sería actor y no estaría sufriendo por haberse enamorado de su Manager.

Quizás... Las cosas serían diferentes.

Roier acercó su mano a la mesa auxiliar junto a la cama de Mariana y tomó su teléfono celular. En este comenzó a rebuscar un contacto en específico hasta que lo encontró.

"Papá"

Pulsó en llamar y espero atentamente en cada tono a que el hombre contestara.

Y para su sorpresa así lo hizo.

— ¿Roier? ¿Qué sucede?

La gruesa voz de su padre se escuchó sin ninguna emoción. Pero eso era normal.

— Hola, Papá...

Roier no sabía qué decir. Principalmente no sabía por qué había llamado.

— Roier ¿No deberías estar preparándote para la grabación de hoy?

Su hijo hubiese preferido un poco más de preocupación por su parte pero no podía pedirle mucho al hombre.

— Sí, estoy en eso pero quería saber si... ¿Puedo ir a verte?

Hubo un corto silencio que para los nervios de Roier parecieron ser horas hasta que su padre se dignó a responder.

— Estoy ocupado. —Soltó el hombre de la misma manera cortante, recordándole a Roier la falta de cariño.— Pero puedes venir a casa el fin de semana si quieres.

Roier quiso reírse de eso, porque su padre siempre hacia lo mismo. Ya estaba acostumbrado a que le de alguna excusa para evitar verlo.

Así que se dió por vencido.

— Sí, está bien.

Escuchó como Luzu aclaraba su garganta del otro lado de la línea.

— Cuídate ¿sí? Tengo que volver al trabajo.

— Sí, sí. No te preocupes.

Hubo otro momento silencioso dónde Roier esperó al menos un "Te quiero, hijo" o un "Está bien, puedes venir" pero la llamada terminó.

Y Roier no pudo sentirse más vacío.









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