||Trentotto||
|38|Scorfano
Lenta al igual que pesadamente comenzó abrir su mirada esmeralda mientras su cuerpo se retorcía entre las cómodas y calientes sabanas al ser aun la victima de Morfeo. No obstante en su soñolienta búsqueda en abrazar el pequeño cuerpo de su ahora prometido, se tensó de inmediato al sentir la cama vacía. Alarmado tomó asiento en medio del colchón, notando que estaba completamente solo en la habitación de Luca.
Cuando estaba a punto de retirar las sabanas e ir a buscarlo, escuchó unos susurros y pasos en el pasillo, extrañado se quedó quieto hasta que la puerta de la habitación se abrió suavemente; sorprendiéndose no solo él también Luca parecía sorprendido de verlo despierto, aun así le sonrió con cariño mientras se adentraba al cuarto con una bandeja con el desayuno, café un una cajetilla de cigarrillos nueva –de la marca favorita de ambos–. Portando su pijama que consistía de una camiseta grande y unos pantalones cortos –que por temporada de frio comenzó a utilizar–. Detrás de él apareció Leo cargando con dificultad y de manera protectora a su hermanita; quien al ver a su padre comenzó a saltar mientras soltaba un gritillo al mismo tiempo que jalaba el cabello de su hermano.
–¿Cómo amaneció nuestro cumpleañero? –preguntó dulcemente dejando la bandeja sobre uno de los muebles para después acercarse a él y darle un beso en su mejilla.
Alberto sonrió ante aquel gesto. Sentía una calidez hogareño ante aquella sorpresa, hace años que no festejaba o le tomaba importancia a su cumpleaños para él era otro día más. Abrazó a su prometido besando con amor su mejilla, logrando sacarle una risa silenciosa al sentir su barba sin afeitar.
–Mal, porque no estabas conmigo –murmuró cariñosamente respondiendo su pregunta.
Luca rodeó la mirada de manera juguetona, besó de forma fugaz sus labios y se alejó de su sonrojado hombre para ir ayudar a su hijo. Leo batallaba con su hermanita revoltosa y Mina seguía gritando y alzando sus bracitos para que la cargaran. Al tomar en sus brazos a la pequeña con de pelele lila, la comenzó a llenar de besos sus regordetas mejillas, desde esa mañana la pequeña se había recuperado de su malestar estomacal. Leonardo aun con su pijama de su vaquero preferido aprovechó para subirse a la cama de su papá y gatear hacia su otro padre, abrazándolo con "fuerza".
–Buon compleanno, papà –susurró enterrando su carita en su pecho desnudo.
Alberto no dudo en corresponder al abrazo con anhelo, era el primer cumpleaños que festejaba con sus hijos y pareja. El año pasado jamás se imaginó estar en esta situación. Sin duda era el hombre más feliz en ese momento.
–Grazie, amore mio –musitó antes de besar los rizos oscuros del niño.
–Leo, amore, ¿por qué no vas por el regalo que le hiciste a tu padre? –inquirió de manera dulce Paguro.
De forma brusca Leonardo se separó de su padre con una expresión de emoción, haciendo resaltar sus ojitos esmeraldas al recordar lo que había hecho. Alberto rio suavemente al verlo bajar rápidamente de la cama y salir de la habitación. Una vez que se fue Luca soltó un suspiro y lo miro preocupado mientras tomaba asiento en el borde de la cama.
Alberto exhaló, sabiendo lo que se venía y se acomodó mejor en la cama para poder tomar a su bebé y acunarla en sus brazos, haciendo emocionar a Mina. Sonrió débilmente al verla saltar al mismo tiempo que intentaba agarrar uno de los percing de su pezón –lo cual en cierto punto, él la alejaba al conocer lo brusca que es ella–. Dejó a bebé panza abajo sobre sus piernas, a lo que ella solo se dispuso a babear su puñito mientras se quejaba.
–Hablando en serio, ¿cómo te sientes? –quiso saber, mirándolo a los ojos mostrando tristeza.
Él solo bajo la mirada mientras le daba pequeñas palmaditas a la espalda de Mina.
–De la mierda, no puedo creer que no vendrán ni siquiera se tomaron la molestia de conocer a Leo y Mina –gruñó realmente decepcionado al enterarse ayer en la noche por parte de su hermana que sus padres no vendrían.
–Berto, amore –se inclinó para acariciar su mejilla con delicadeza, sonriendo con tristeza al verlo dejándose caer a la palma de su mano–, no dejes que esto arruine tu día; me tienes a mí, a tus hijos, a tu mejor amigo, la bruja de tu hermana y a tu hermano.
Alberto rio en silencio y lo miro "enojado".
–¿Puedes de dejarle de decirle bruja a Giulia?
–No –dijo con firmeza en lo que tomaba a Mina devuelta en sus brazos para luego sentarla en su regazo–. Dile a ella que me deje de decir imbécil o idiota y tal vez lo piense.
Ambos se sonrieron, a lo que Alberto se inclinó para acercarse a él y con una ronca al igual que soñolienta voz le susurró sobre sus labios:
–¿Puedo besarte?
Nervioso y avergonzado el menor asintió lentamente, desviando el radillo de sus ojos mientras sus mejillas eran adornadas por un ligero carmesí. Alberto comenzó a ser más cuidadoso en la manera en que lo trata, siendo no tan brusco en su forma de dar afecto o pidiéndole de vez en cuando permiso, como si temiera a asustarlo de nuevo. Terminó de acortar la distancia para poder besar delicadamente sus labios en un beso corto y lleno de cariño. Luca no dudo en corresponderle, moviendo suavemente sus labios con los de él, al mismo tiempo que cerraba sus ojos. No le importo el aliento mañanero de su pareja o que ambos tenían planes ese día. Quería aprovechar cualquier momento para sentirse vivo. La mano de Alberto lentamente y como si se tratara de una serpiente, se deslizaba por su cadera para abrazarlo y atraerlo aún más a él.
Estaba tan sumergidos en el cariño y la tentación que solo pudo interrumpirlos el quejido de Scorfano al sentir el dolor cuando Mina aprovechó su cercanía para jalar fuertemente uno de sus percing. Luca se alarmó e intentó ayudarlo a que Mina lo soltara, pero la pequeña seguía jalándolo entre risas al creer que su papi estaba jugando con ella; sacando una lágrima de dolor a su padre.
–Mina, cariño, suelta a tu padre –intentó abrir la mano de la bebé, pero era casi imposible.
Mina miraba inocentemente con sus enormes ojos rosados a su papá jalando más y más mientras soltaba una risilla que dejaba ver sus encías. Alberto apretaba con fuerza las sabanas de la cama, tratando de controlarse en no decir alguna grosería o enojarse con la bebé.
–¡Mina, no!
Ambos padres voltearon hacia la puerta donde rápidamente Leo deja el dibujo y la taza de cerámica que hizo para su papá –con obviamente mucha ayuda de Kari– sobre la cama y a pasitos torpes corrió hacia ellos, Mina al verlo soltó otra risilla emocionada, a lo que el niño le comenzó a hacer cosquillas en su cuello y pancita para que soltara a su papá. Al lograrlo cargo a su hermanita para alejarlo de él. Alberto miro lo rojo que lo dejó y Luca suspiró de alivio para luego voltear su vista hacia los regalos de Leo, los tomó para dárselos a Alberto; quien se olvidó de su dolor un momento al ver el dibujo de su hijo, sonriendo divertido al ver como lo dibujo musculoso mientras cargaba en sus brazos lo que parecía ser él y Mina. Todo estaba lleno de colores y garabatos. Mientras que la taza tenia las marcas de pinturas de las manos de él en color azul oscuro debajo de las de Mina que estaban en un tono lila.
Miro de reojo como Leo lo miraba con inquietud, esperando que dijera algo mientras que Mina lo miraba tranquila. Con una sonrisa tranquila dejo las cosas sobre la mesita de noche, para tomar primero a la bebé y luego al niño. Envolviéndolos a ambos en un cariñoso abrazo.
–Me encanta, la utilizare todos los días en la oficina –susurró besando las cabelleras de ambos.
Haciendo emocionar a Leo, provocando que el menor lo abrazara con "fuerza" mientras que Mina reía al sentir su barba. Por otro lado Luca sonreía ante la calidez que tenía su familia. No era para nada perfecta, pero la adoraba con toda su alma.
[...]
Giulia con su taza de café en mano y acariciando a la gata de su lado –y que le había robado a su hermano– miraba con desconfianza a su cuñado recostado en el sillón individual estaba concentrado de su teléfono desde que llego a la casa. Había llegado por petición de Leo para ayudar a adornar la sala y ayudar a preparar todo antes irse en la tarde con su bisabuela para la cena que tenían preparada para papá. En lo que Guido y Leo colocaban los adornos al árbol de la sala, teniendo a la bebé sujetada en una cangurera en su pecho mientras ella babeaba su mordedura. Luca parecería esta irritado con los mensajes que revisaba, pellizcándose cada rato la fuente de su nariz o maldiciendo en murmullos.
–¿Qué tanto estás haciendo, idiota? –preguntó antes de beber de su taza.
Él la miro con el radillo del ojo y termino suspirando. Las cosas aun eran tensas entre ambos, pero por lo menos ya no se gritaban.
–Nada que te incumba, bruja, solo estoy arreglando unos detalles de mi regalo para Alberto, pero al parecer las cosas se salieron de control y tengo que ir a recogerlos antes de tiempo –se quejó soltando un gruñido de fastidio.
Exhaló cansado y se acomodó mejor en el sillón dejando un momento su celular sobre la mesita de noche y tomar su taza de expreso.
–Creí que su regalo serias tú mismo en lencería –cuestionó arqueando su ceja.
–¡Giulia! –se quejó su enfermero agachándose para tapar las orejas de un inocente Leo; quien sostenía una de las esferas.
Ella esbozó una sonrisa fanfarrona al mismo tiempo que Luca desvía su mirada sonrojado de que ella sepa de eso.
–Es su regalo de esta noche, aparte de ese tengo uno mucho más caro que recompensa que tus padres no vendrán –suspiró cansado y peinando sus rizos hacia atrás–; él se ve muy afectado por eso, aunque sonríe sé que saber que sus padres no lo apoyan o tan siquiera se animan a conocer a sus hijos, lo desanima.
Un soplido salió de los carnosos labios de la mujer, con dificultad dejo su taza sobre la mesita para después apoyar sus manos sobre su vientre donde las bebés se movían tranquilamente.
–No lo aceptan tan fácilmente y eso que Alberto confeso su atracción por los hombres a los diecisiete; no me sorprende que ahora que se casa ellos sigan evitándolo –miro de reojo como Leo sonreía inocentemente mientras le mostraba uno de los adornos en forma de Babbo Natale–. Ellos saben que si se encariñan de Leo y Mina se les hará mas difícil aceptarte a ti...simplemente para evitarse más discusiones, porque les duele pelearse con Alberto, es su hijo sin importar que. Tienen una batalla entre sus creencias y su amor por Alberto.
Luca no respondió solo mantenía la mirada agachada, entendía cierto punto a lo que se refería y en verdad quisiera hacer algo por el hombre que amaba.
[...]
Una suave humo del helado y húmedo clima de esa mañana salió de sus rotos labios en lo que cruzaban aquel sendero olvidado. Alberto tenía una mirada vacía, sosteniendo con fuerza aquella botella de wiski barato y tres vasos de rocks glass mientras que a su lado Mariano mantenía la mirada agachada sosteniendo entre sus manos un pequeño ramo de rosas blancas dentro del balde con productos de limpiezas. Ambos hermanos caminaban en completo silencio hacia el viejo faro alejado de la ciudad. Dejando que las fuertes y saladas ráfagas del aire del mar moviera sus cabellos.
–¿Papá te hubiera aceptado? –preguntó en un murmullo el menor mirándolo de reojo con algo de temor.
Alberto se sobresaltó un poco ante aquella repentina pregunta, parando sus pasos en medio del sendero. Agachó su mirada pensativo y antes de que Mariano se disculpara por preguntar, se quedó congelado al escuchar la fanfarrona risa del pecoso mayor.
–Ni ebrio –murmuró con una sonrisa melancólica, levantando su mirada esmeralda hacia él–, me hubiera gritado, lanzado varias cosas y luego se saldría de la casa por varias horas hasta llegar en la noche y tratarme como si esa conversación nunca hubiera surgido. No me aceptaría, simplemente lo ignoraría y desviaría el tema...porque siento que ya lo sospechaba.
Mariano lo miro sorprendido a lo que él solo rio en bajo y retomo su camino hacia la sima de aquella colina por encima de acantilado.
–Él me miraba feo o gruñía cuando yo ignoraba cuando las niñas se me declaraban o no prestaba mucha atención al sexo femenino. Nunca tocamos el tema, pero si me lanzaba indirectas que yo no captaba hasta que me puse a pensar en ellas, dándome cuenta de lo idiota que era –respondió con simpleza y sin borrar su sonrisa nostálgica.
–Se escucha que eran muy unidos –musitó curioso.
Él volvió a reír y negó con su cabeza.
–Para nada, él no era buena gente, me maltrataba psicológica como físicamente porque no era lo suficientemente hombre. De las escasas cenas que teníamos al mes me recordaba que no me quería, que solo era su obligación cuidarme hasta ser mayor de edad –su sonrisa se borró lentamente–. Me enseño a pescar, conducir, cocinar y muchas cosas más cuando cumplí los diez años todo para que me largara al ser mayor. Literalmente en mi cumpleaños número diez me levanto de la cama para prepararle el desayuno a él –rio débilmente–. Hubieras visto su cara al ver que incendie la cocina...siempre me recordaba que no era su obligación amarlo o que le cayera bien. No era bueno, pero tampoco cruel; solo cumplía su obligación.
El menor se quedó callado ante su relato, pensando lo muy distinto ambiente con cual fueron criados. Sentía mucha más admiración por Alberto, saber que él se volvió fuerte a tan corta edad mientras que a él su madre lo mantenía siempre encerrado y a la vista de ella, sin dejarlo hacer prácticamente nada. A pesar de parecerse tanto, que fácilmente pueden confundirlos con gemelos, los dos eran dos polos opuestos.
Una sonrisa pacifica se instaló en los labios de Alberto al ver lo que vinieron a buscar. El gran y largo monumento con las placas con los nombres y fotografías de cada una de las tripulaciones que desaparecieron en el salvaje mar. Donde ni siquiera los cuerpos ni barcos fueron hallados, era la primera vez que estaba allí a pesar de más de quince años de que se perdió el barco de pesca en el que trabajaba su padre. Las posibilidades de que haya sobrevivido eran nulas al encontrar hace un par de años trozos del barco y un cadáver que apenas lograron identificar de uno de los tripulantes. Al parecer el barco fue destruido por una de las tormentas.
Entre los dos comenzaron a buscar entre los nombres, hasta parar en frente del grabado:
"Bruno Scorfano Ricci
1974-2008
28 años"
Alberto miro la placa y a su costado lleno de polvo estaba una fotografía. Se agachó para dejar en el pasto el wiski y los vasos. Con una expresión neutra limpio con la manga de su abrigo la fotografía, sus ojos se abrieron con horror al ver ese rostro que había olvidado con los años. Pueda que él y Mariano eran idénticos a su madre, pero Alberto era la viva imagen de Bruno en cuestión de estructura del rostro. Poseía los mismo rasgos que él; nariz, ojos, su padre tenía la barba más crecida y unos ojos caídos como también algunas arrugas causadas por el estrés. La fotografía no tenía color, pero no era necesario, él recordaba los ojos esmeraldas que heredo de él, su cabello castaño oscuro y sin pecas.
Sin darse cuenta sus ojos se cristalizaron. Hoy cumplía la misma edad que él en esa foto.
–Como te extraño, hijo de puta –murmuró con dolor.
Rio dolorosamente antes de sentarse en el pasto recargando su espalda contra el monumento. Con sus muñecas talló sus ojos con fuerza; se sentía un idiota por odiarlo por tanto tiempo de lugar de estar agradecido que no lo dejo tanto a su suerte. Abrió la botella con la bebida preferida –y para la única que le alcanzaba– de su padre y sirvió en los tres vasos. Mariano se sentó a su lado antes de que Alberto le entregara su trago.
Lo tomó con ambas manos mirando su reflejo en él; se daba asco a si mismo que no pudo evitar mirar al mayor y ver como él con una sonrisa rota miraba el cielo nublado mientras bebía. Alberto dejó un momento su vaso junto con el de su padre para sacar su cajetilla de cigarros –la misma que le llevo Luca esa mañana– para luego colocar uno en sus labios y lo encendía con ayuda de su encendedor. Haciendo que en unos cortos segundos su rostro se iluminara en unos tonos anaranjados.
Le dio una larga calada dejando que el humo saliera de sus labios al mismo tiempo que cerraba su mirada.
–En el bar note que tu primer nombre era Bruno...–musitó dándole un pequeño trago a su bebida; haciendo rápidamente una mueca de desagrado que le causo gracia al mayor.
–Bruno Alberto Scorfano –susurró bebiendo como si nada de su trago, desde los once ya estaba acostumbrado aquel sabor tan asqueroso, pero relajante–. No hablo mucho de ello, no me gustaba que me llamen como él, aunque cuando comencé a vivir solo elimine lo más pude mi primer nombre, pero sin llegar a borrarlo de mi acta de nacimiento.
–¿Por qué?
–Mi primer nombre y mi apellido me hace quien soy y de dónde vengo. Jamás quise ser como mi padre ni lo quiero ser. No quiero sentir que es mi obligación estar a Leo y Mina, quiero amarlos y estar para ellos por el simple hecho de ser mis hijos, pero tampoco quiero que sean unos inútiles.
Mariano se mordió el labio inferior y desvió la mirada. Alberto no se arrepintió de sus palabras, pero tampoco hizo algo para remediarlo solo colocó su cigarro en sus labios.
–Invitare a mamá a mi boda –comentó indiferente y sin mirarlo.
Él lo miro con miedo, a lo que el mayor lo miro con seriedad.
–Si no la encaras jamás podrás avanzar aun si no te dice lo que esperas. Mamá no está bien, ya es decisión de ella si quiere arreglar o no las cosas conmigo, yo no le voy a rogar. Allá tu si quieres hablar o esconderte de ella, no te voy a obligar a nada.
–No es fácil para mí...
–Ese es tu problema, cuando será fácil para ti, ¿en su funeral? –cerró su mirada con una expresión desinteresada– Si quieres aprender a crecer tendrás que hacerte cargo de tus errores y afrontar las consecuencias. Lo único que haces tras huir sin nota o recado es cometer los mismos errores de mamá.
El joven de ojos miel lo miro con sorpresa por la forma en que le hablaba, dándole un golpe duro de realidad.
[...]
El silbido del tren se escuchó a lo lejos, pero él lo ignoró y solo se dedicó hacerle mimos a la pancita de su bebé; quien reía emocionada. Luca no tardo en envolverla en sus brazos y llenarla de besos en toda su carita pecosa. Portando un trajecito completo y abrigado del personaje de Dumbo. Mina reía y sonreía al mismo tiempo que intentaba agarrar el cabello de su papi. Solo ellos dos se encontraban en la estación de trenes mientras que Leo se fue con sus tíos hacia la "casa" de su bisabuela para ayudarlos con la cena.
No levanto su mirada al escuchar el tren que tanto esperaba parar, ni cuando las puertas se abrieron para que los pasajeros saliesen a recibir a sus familias. Mina era mucho más interesante para él, adoraba su felicidad. Que la única manera en la que él dejase de prestarle atención fue cuando escucho aquel carraspeo y voz molesta a sus espaldas:
–Paguro.
Él sonrió de manera burlona acomodando en sus brazos a su hija para voltear y encontrarse aquellos dos hombres uniformados.
–Visconti, cuanto tiempo –dijo con un semblante burlón a la vez que molesto.
Ercole gruñó ferozmente mientras que Ciccio solo negaba ante lo fastidioso que sería el camino con ambos cuñados que se odiaban a muerte.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro