||Quarantasei||
|46|Un gran padre
Génova, Italia, diciembre del 2018
Sonreía tranquilamente admirando como Leo le mostraba emocionado a su abuelo todos los juguetes que trajo, presentándolos con "seriedad" diciendo su nombre, profesión y que hacían en sus tiempos libres. Massimo lo escuchaba con atención desde su asiento, haciendo una que otra pregunta tonta para demostrarle a su pequeño nieto que lo estaba escuchando mientras que su esposa reía y jugueteaba con Mina. Si no fuera porque entre él y sus padres establecieron varias reglas de que temas omitir, que deben o no hacer si sale el tema de su sexualidad, matrimonio o de Luca. Cualquier mal comentario o muestra de desagrado, Alberto tomaría a sus hijos y hermano, y se iría devuelta a Portorosso.
Al pensar en su hermano, dio un pequeño sobresalto al no verlo por ningún lado. Como a sus hijos, sus padres le dieron una cálida y amable bienvenida a Mariano, estando realmente sorprendidos por el gran parecido de ambos. Volteó a ver a su hermana; quien preparaba un emparedado para cuando llegue su esposo de hacer las compras junto con Guido.
–¿Giulia?
Obtuvo un ruidito dándole a entender que lo estaba escuchando mientras seguía teniendo su mirada en los ingredientes. Había sido un día agotador para sus pies hinchados y espalda adolorida.
–¿Has visto a Mariano? –preguntó en voz baja y preocupado, tenía un mal presentimiento.
La pelirroja dejo lo que hacía para mirarlo con una pequeña y apagada sonrisa.
–Me pregunto dónde estaba el baño y comento algo sobre que tenía sueño.
Se quedó unos segundos procesando la información, cuando de repente sintió un escalofrió e inconscientemente fue a todas prisas al baño; escuchando cada vez más cerca arcadas y vomito. "No de nuevo", pensó con pesar, abriendo sin previo aviso la puerta. Encontrándose con el menor abrazando el inodoro mientras terminaba de expulsar la última comida –que no era mucha– que comió.
–Ya hemos hablado de esto –lo regañó seriamente mientras cerraba la puerta detrás de él.
No hubo respuesta, Mariano escupió aquel mal sabor de boca. Miro con asco su vómito y en silencio con pequeñas lágrimas resbalando por sus pecosas mejillas.
–Soy un asco...–murmulló con un doloroso nudo de su garganta.
–Claro que...
–¡CÁLLATE POR UNA JODIDA VEZ! ¡Y DEJA DE PRETENDER QUE ERES UN SALVADOR! –le gritó furioso para después sollozar aún más.
Su mirada esmeralda se abrió con sorpresa, inconscientemente retrocedió un paso mientras más lagrimas escurrían por las mejillas del menor.
–¡No lo entiendo!
–Entender, ¿qué? Mariano, yo soy el que no te entiende.
–¿Por qué quieres proteger a todos solo por un poco de amor?
–¿Q-ué? –expresó poniéndose algo nervioso–...no se a lo que te refieres.
–¡Sabes muy bien a lo que me refiero! ¡Es lo que más me hace enfermar! –limpió sus lágrimas con fuerza para sentarse sobre las baldosas blancas del baño– No tienes idea cuando t-te odio. Enserio lo hago.
No obtuvo respuesta alguna de nuevo, Alberto solo desvió la mirada en completo silencio. Haciendo enfurecer al menor, provocando que golpeara con fuerzas su puño contra el suelo haciéndose daño y abriendo las heridas frescas de su muñeca; cosa que alarmo al mayor e intentó acercarse a él para socorrerlo, pero él se hizo bolita, retrocediendo con miedo. Miedo a lo que pensara de él al ver como gotas de sangre escurrían y manchaba las mangas de su suéter.
–¿Por qué carajos te empeñas en ser querido? –murmulló con dolor bajando su mirada al suelo donde un par de gotas de su sangre cayeron– ¡¿Por qué quieres devuelta a mama, si tienes unos grandes padres que están haciendo todo su esfuerzo para comprenderte?! ¡¿POR QUÉ?!
–Y-yo... –musitó decaído, recargando su espalda contra la madera de la puerta e ir deslizándose hasta tocar el suelo.
–¿Sabes lo que yo daría por una familia como la tuya? No solo tengo envidia de tus padres, tengo envidia que tienes a una pareja que se preocupa y quiere lo mejor para ti. Tienes unos hijos maravillosos. ¿Qué es lo que te deprime tanto? Que no lo entiendo, me enoja que no te des cuenta de ello y te deprimes.
Alberto mantenía su mirada agachada. Era el mismo tema con el que discutía en sus terapias a su gran miedo de verse indefenso y querer proteger siempre a los demás.
–Esta es tu familia también.
–No, no lo es –respondió cortante–. Me siento como un estorbo, un invasor sin invitación.
–No lo eres, si quiero proteger a todos, no es por que quiera ser un héroe o sentir amor...es porque odio ver a la gente caer al mismo hoyo que yo estuve –levantó su vista mostrando sus ojos cristalinos, pero sin llegar a llorar–. ¿Tienes idea el daño que me haces sabiendo que quieres morirte?
–No soy nada de ti, solo nos une la estúpida sangre.
–Eres mi hermano, me duele verte así y saber que estuviste sufriendo solo por tanto tiempo, al igual que yo. No quiero tu cariño, quiero que estés bien y hacerte sentir mejor. Tuvimos unos padres de mierda, sí, pero nosotros nunca fuimos los culpables. Si quiero arreglar las cosas con mamá no es porque la quiero, ella no se compara con mi verdadera madre, la que estás aquí afuera consintiendo a mi hija. Solo lo hago para sentirme bien conmigo mismo y no repetir los mismo pasos que nuestros padres.
–Berto eres un gran padre, pareja y hermano –agachó su mirada y suspiró–, tengo tanta envidia de ti y me enoja que te menosprecies.
–¿Por qué vomitas? ¿Por qué te haces daño? Si puedes hablarlo conmigo.
–Yo nunca tuve a alguien con quien hablar y me cuesta creer que le importo a alguien o que yo pueda mejorar...
Alberto le sonrió de lado, demostrándole su apoyo.
–Tienes dos hermanos mayores; una loca albóndiga con patas y un sexi hombre –alardeó en una pose orgullosa–. No te dejaremos solo.
Mariano lo miro y le sonrió débilmente antes de abrazarse a si mismo.
{...}
Portorosso, Italia, enero del 2019
Luca suspiró cansado en lo que le ofrecía una taza de té a su aparente suegra. Haciendo un buen equilibrio entre la bebé y la taza. Alberto suspiró y tomó a Mina en brazos para ayudarlo, Luca se lo agradeció con una pequeña sonrisa; que era más para tranquilizarlo y no hacer un escándalo.
Madre e hijo estaban sentados frente a frente en el comedor de Paguro. Alberto dejo de prestarle atención a la mirada de desprecio de la mujer para sonreírle débilmente a su hija; quien le sonreía emocionaba al mismo tiempo que jugaba con la enorme mano de su papá. Luca se acercó con dos tazas más antes de tomar asiento al lado de su prometido, tenían la suerte que Leo ya se había ido a dormir una vez que Kari se fue.
–Ok, creo que ustedes dos tienen mucho que hablar, lo mejor es que me vaya con Mina –musitó inseguro Luca a punto de ponerse de pie, pero la mano de Alberto lo detuvo.
–Te necesito, per favore –susurró él mirándolo a los ojos, a lo que no tuvo de otra que acomodarse mejor en su lugar.
–¿Así que era cierto que te casaras con un hombre? –habló cortante la dama dándole un sorbo de manera elegante.
–No me importa lo que opines.
–A mí no me importas tú, por mi has lo que quieras, no estoy aquí por ti, vine por Mariano.
Alberto cerró sus ojos y comenzó a poner en práctica sus ejercicios de respiración. Luca sostuvo a Mina sentándola en su regazo para que él se levantara y le diera una enorme calada a su cigarrillo. Paguro miro a la mujer estresada, no pareciera que ella era madre de un hombre de casi treinta años y otro mayor de veinte años. Su belleza era sorprendente, ella tenía un perfecto equilibrio entre elegancia y rudeza. Era como ver una versión femenina de Alberto, aunque su parecido era más al de Mariano. El menor compartía esos toques delicados de su rostro con ella, mientras Alberto había heredado los rasgos toscos de su padre.
–Entiendo que me odies –exhaló dejando salir el humo de sus labios–, nunca te pedí nacer, pero ¿por qué no haces un poco de esfuerzo de tener empatía por alguien que no seas tú?
–Bruno.
–NO ME LLAMES ASI –le recalcó furioso apretando sus dientes con fuerza.
–Bien –dijo de mala gana, rodeando con fastidio el radillo de sus ojos castaños–, no entiendo porque conservaste tu nombre y el apellido que te dio ese bueno para nada de tu padre.
–No vengas a insultar a papá en mi cara, él tuvo que aguantarte a ti y a mí.
–Escucha, Bru- –paró sus palabras para después exhalar y apretar con algo de fuerza su cigarrillo–...Alberto, literalmente fui obligada a tenerte, tu padre me había endulzado con palabras que serias una familia feliz, pero todo cambio cuando tu naciste. Los primeros meses fueron los mejores de nuestra relación, ambos teníamos unos trabajos estables que lo único que nos preocupaba era; ¿por qué naciste tan gordo? Nadie en nuestras familias nos apoyó, pero tu padre y yo salimos adelante que teníamos planeado mudarnos a Italia...pero las cosas empeoraron y ocurrió todo.
Inconscientemente Luca volteó a ver a Alberto y él suspiró un poco más tranquilo.
–Nací en el sur de Francia, mi idioma madre es el francés, pero cuando mi mamá nos abandonó –recalcó molesto las últimas palabras mirando de reojo a la mujer que lo ignoraba en lo que bebía su té–, huimos del país para iniciar una nueva vida aquí. Hace dos décadas que deje de hablar francés, aun lo hablo con fluidez, pero con los años perdí mi acento. Cuando cumplí los quince años obtuve mi ciudadanía italiana.
–Ya veo –musitó tranquilo Luca en lo que acomodaba mejor a su hija en brazos y sin mirar a la mujer dijo serio–, así que ella solo viene porque se sintió abandonada por Marianito, que curioso.
–Tú no tienes ningún derecho de meterte, niñato.
–Se equivoca –levantó su mirada mostrando frialdad en sus ojos–; desde que me comprometí con Alberto, él es mi problema ahora y eso incluye a mi cuñado. Prácticamente no puede hacer nada, Mariano tiene veintiún años y si no quiere comunicarse con usted, no puede hacer nada y seré capaz de llamar a mi abogado para que el mismo Mariano tramite una orden de alejamiento si es necesario. Si quiere puede dejar su número de teléfono, yo con gusto se lo daré a Mariano, pero ya sería su decisión si llamarla o no.
–¿Cómo te atreves? –exclamó ofendida.
A lo que Paguro con toda tranquilidad y odio en sus palabras respondió.
–Con el mismo derecho en que mi prometido sufrió ante su ausencia, con el mismo derecho que vino solo por Mariano y con el mismo derecho en que entro a mi casa y estuvo con mis hijos.
Alberto lo miro sorprendido mientras que la mujer esbozó una silenciosa risa dándole una calada a su propio cigarrillo. Fastidiada de la situación miro de reojo a su hijo mayor.
–Veo que no perdiste tiempo en comprometerte con un buen hombre, me recuerda tanto a mí y a tu padre en la fase de enamoramiento, donde creíamos que podríamos con todo –exhaló dejando que el humo saliera de sus carnosos labios–, ¿cuánto tiempo durara en ustedes? Dos hijos, dos diferentes tipos de crianzas, ambiente y amor –se puso de pie–...pero el mismo carácter de mierda.
De su bolso de mano saco su cartera para después dejar sobre la mesa su tarjeta de presentación. Apagó su cigarrillo en el plato de porcelana donde estaba su taza y le dedico una última mirada de desprecio a Alberto; quien se mantenía callado con la mirada agachada.
–Si eres igual a tu padre, créeme que no dudaras con tu esposito –murmuró colocando su bolso en su hombro–. Tú mismo lo echaras a perder como tu padre.
Sin más la mujer se retiró del comedor, Luca exhaló con pesadez y volteo a ver a Alberto. Él no decía nada solo se quedó callado, tratando de mantener su respiración antes de tener un ataque de ira. Lo que menos quería en ese momento era darle la razón a su madre.
–Iré a tomar un baño –gruñó comenzando a caminar hacia las escaleras a pasos pesados mientras apretaba con fuerza sus puños.
Con pesar Luca bajo su vista a hacia su bebé, ella tenía sus ojos rosados enfocado en él mientras babeaba su puñito; Mina se encontraba ajena ante todo lo sucedido y así quería que fuera. Se acercó para besar sus rulos dorados.
[...]
Abrió la puerta una vez que escucho el timbre. Acomodando entre sus brazos a Mina, Luca se acercó a la puerta. Abriéndola sin hacer mucho ruido. Encontrándose con la mirada furiosa de su cuñada siendo ayudada por Mariano en entrar a la casa. El joven se mostraba intranquilo y temeroso –por la actitud de su hermana–.
–¿Dónde está el infeliz? –gruñó ella golpeando su puño contra la palma de su mano.
–En el cuarto principal, el primer cuarto a la izquierda –señaló con simpleza al final de las escaleras.
Giulietta asintió y en completo silencio –y apoyándose en el soporte de la escaleras– se dispuso decidida en ir a consolar a su "hermanito". Mariano iba ir tras de ellas, pero al pisar el primer escalón, fue detenido por Luca; quien lo sujetaba de su muñeca. El menor volteó a verlo desconcertado, sorprendiéndose al ver el semblante preocupado de su cuñado.
–Antes que vayas con él, necesito hablar a solas contigo respeto a tu madre.
Él se quedó callado unos segundos, pensativo, no obstante bajó su pie del escalón y asintió decidido.
[...]
Con dificultad Giulia sonrió triunfante al llegar al último escalón. Exhausta respiró hondo mientras sostenía la parte baja de su espalda sintiendo un malestar en su corazón –de algo que ya estaba acostumbrada desde que era muy joven–, sobó su enorme vientre por encima de su abrigo, las pequeñas se movían poco, apretando su vejiga de nuevo.
–Ustedes tres van a terminar matándome –musitó con cariño y dolor.
Cuando estaba a punto de ir a la habitación que le dijo Paguro, pudo escuchar en el fondo la suave voz de su hermano mayor, proveniente de aquella habitación con estrellas doradas pegas en la puerta junto con un letrero –que era obvio que Alberto lo hizo a mano–, donde constelaciones formaban los nombres: Leo & Mina. Lentamente se fue acercando, al mismo tiempo que los bellos y desastrosos recuerdos que tenía cuando le toco compartir habitación con él. Rio débilmente al recordar las discusiones y desacuerdos que tenían siempre, pero también aquellas noches de desvelos hablando, horas y horas.
–...luego mami llegaba a recogerme con pequeños bombones de chocolate, si de pequeñitos...
Al escuchar la voz soñolienta de Leo. Giulia abrió despacio la puerta encontrándose con su hermano y sobrino recostados en la cama, observando las estrellas fosforescentes del techo. Ella sonrió débilmente al ver al pequeño recostado en el pecho de Alberto moviendo sus manitas mientras le explicaba a su papá como era su madre biológica. Alberto lo escuchaba atentamente, mientras enredaba sus dedos en los rizos oscuros del niño.
Tocó con su puño la puerta, abriéndola un poco más, al mismo tiempo que se asomaba a la habitación. En medio del sueño Leo le sonrió levemente mientras que Alberto parecía sorprendido de verla.
–¿De que hablaban? –preguntó dulcemente mientras se adentraba al cuarto.
–Papá me preguntó de mi mamá y mi otro papá –respondió sonriente mientras se recorría mas en su cama invitándola a sentarse.
Ella sin negárselo se sentó, acariciando sus risos con cariño. Leo era un niño increíble que a pesar de todo por lo que ha pasado, mira al mundo con tanta inocencia.
–¿Luca? –fue todo lo que dijo Alberto de manera decaída.
–Luca.
Él hizo una mueca, odiaba eso, pero al mismo tiempo lo agradecía. Giulia ha sido su mayor pilar en casi toda su vida. La persona que lo conoce incluso mejor que el mismo Luca.
–Me puedes decir cómo eran tu papás, leoncito, también quiero saber –dijo cariñosa mientras se acomodaba mejor en la cama.
El niño sonrió en grande mostrando sus dientes de leche chuecos y mirando a su papá; quien asintió con una amorosa sonrisa. El pequeño Scorfano comenzó a contarle todo lo que recordaba de sus papás –que por desgracia era poco, pero Alberto y Luca querían que el conservara esos recuerdos con todo su cariño–.
[...]
Poniéndose de puntillas, Luca se estiro para alcanzar de lo más alto del armario de la habitación de invitados aquellas cómodas y calientes cobijas mientras que a sus espaldas. Mariano ayudaba a Giulia a acomodarse en la enorme cama.
–Te lo advierto, Marianito, Ercole y Guido dicen que pateo muy brusco en las noches. Con aviso no hay engaño –comentó seriamente una vez que se acomodó en su lado.
–Suena muy mal que digas que dormiste con Guido –dijo con una sonrisa burlona Luca en lo que se acercaba a dejar las cobijas sobre la cama.
–Cuando estábamos en el departamento de Alberto o cuando arreglábamos la casa dormíamos juntos. Guido también ha dormido abrazado a Alberto en varias ocasiones.
Paguro esbozó una silenciosa risa, conocía bien ese dato. Guido era alguien demasiado fiel con sus amigos y muy específico con sus sentimientos, que nadie sabía su sexualidad y a nadie le importaba. Simplemente Guido era Guido.
–Alberto me lo ha dicho y no me molesta en lo absoluto –respondió de forma calmada.
–Grazie por dejarnos quedarnos –musitó un tímido pecoso mientras arreglaba su lado de la cama.
–No es nada, Alberto los necesita a los dos, incluso más que a mí. Los dos son un pilar importante en su vida.
El menor se sonrojó apenado, era obvio que aún no se acostumbra a los halagos o buenas palabras mientras que Giulia sonrió orgullosa al mismo tiempo que acariciaba su vientre, siendo ya una costumbre que la tranquiliza. Algo que también la inquietaba faltando menos para tener en sus brazos a sus hijas del lugar de estar en su vientre. Para Luca siempre le llamo la atención eso de su cuñada, la sensación de sentir a lo que eran sus bebés era algo incomprensible.
–¿Quieres sentir a tus sobrinas? Las tres están despiertas y no paran de moverse –preguntó suavemente ella con una sonrisa.
–No quiero que sea incómodo.
–Para nada, al menos que les cantes como Guido, eso sí era incómodo, lindo, pero incómodo.
Él con una pequeña sonrisa nerviosa acaricio el vientre por encima de la tela de la camisa, Giulietta y Mariano rieron dulcemente al ver como los ojos castaños de Paguro se iluminaron al sentir los movimientos. La sonrisa de Luca era única.
–Sabes que es muy lindo y todo, pero no vas a poder dormir durante un buen tiempo.
–Lo sééé –se quejó ella con pesar. Adoraba la idea de ser madre, pero su amado sueño peligraba.
[...]
Después de pasar un rato con ellos, Luca cerró la puerta despacio para luego encaminar a la habitación principal; la cual se podía apreciar la no tan potente luz de la mesita de noche escabulléndose al pasillo. Volvió a sonreír dulcemente al escuchar el cariñoso tararear de una canción de cuna. Lentamente se acercó, sonriendo aún más al ver como su prometido acunaba a Mina en sus brazos meciéndola suavemente. Ambos estaban recién bañados y con sus respectivos pijamas, aunque Alberto solo utilizaba un pantalón deportivo teniendo su pecho al descubierto –cosa que Luca agradecía demasiado–.
Su bebé bostezo en grande para después tallar su ojito con su guantecito al mismo tiempo que sus hermosos ojos rosados comenzaban a parpadear pesadamente. Scorfano sonreía con amor, haciendo que el menor pensara en lo mucho que su amado quería ser padre y romper el ciclo de sus padres biológicos, como también ser menos estricto como los adoptivos.
–Eres un gran y sexi papacito –coqueteó el menor adentrándose a su habitación y cerrando la puerta detrás de él.
–Sé que soy sexi –dijo orgulloso antes de voltear a verlo.
Luca notó como su sonrisa comenzaba a borrarse lentamente al volver a ver a su bebé.
–¿También crees que soy un buen padre? –murmuró con pesar mientras apreciaba cada una de las pecas de la pequeña.
–Berto, amore, eres un gran padre –se acercó a él para acariciar su mejilla, sintiéndose mal por dentro al ver como él se dejaba caer en la palma de su mano–. ¿Qué te hace pensar eso?
–Las palabras de mi madre, me dejaron pensando –suspiró–. Luego recordé todo lo que pasamos y que ambos creíamos en un inicio que nos divorciaríamos...
–Ya veo –cerró su mirada y exhaló levemente–. Sé que no somos la pareja del año, mucho menos perfectos, tenemos problemas, sí, pero sabemos resolverlos –le sonrió con amor mirándolo directamente a los ojos, dejando ver el brillo que poseía cada vez que lo miraba–. Ambos hemos tocado fondo, pero seguimos juntos. Y es lo que importa, no me interesa si duramos para siempre o solo unos meses, acabara cuando tenga que acabar, pero me sentiré bien sabiendo que fui feliz contigo y dimos lo mejor para esta relación...que, mio caro, esta relación no es normal y es lo que más me encanta, así que deja en pensar en esas cosas y vámonos a dormir que esta princesita se quedara con nosotros esta noche –musitó acariciando la mejilla de la bebé, obteniendo un estornudo en medio del sueño como respuesta.
–Ya veo porque dicen que eres bueno con las palabras –bromeó con una sonrisa sincera.
–Lo mejor de mi es mi boca, amore –dijo coquetamente y guiñándole un ojo.
Alberto tragó con fuerza saliva mientras su rostro se sonrojaba; cosa que hizo reír dulcemente a Paguro. Tomó con delicadeza a su hija y se puso de puntillas para besar su mejilla.
–Te amo, ¿lo sabes? –susurró Luca con la mirada fija en la bebé dormida en sus brazos.
–Lo sé, pero me gusta escucharlo.
Ambos se miraron sonriendo al instante, sabiendo que podían contar con el otro para cualquier cosa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro