||NO POR COMPROMISO|EPILOGO||
Se encontraba tan profundamente dormido entre las sabanas acolchadas ante el intenso y helado invierno que azotaba a la ciudad costera. No importaba cuanto tiempo pasase, la cama se sentía tan vacía desde que él se fue. Tenía que abrazar aquella almohada que roseaba con un poco del perfume caro que utilizaba Luca. En las noches sus pies siempre buscaban los de su amante para enredarlos con los de él. Jamás se sintió tan solo como aquellas largas noches en que no sentía su peso sobre él o las madrugadas donde el menor lo llenaba de besos para despertarlo.
Estaba tan dormido que no notó como la puerta de su habitación se abría suavemente y dos pares de piecitos se paraban de puntillas para no hacer ruido. Entre risas que intentaban ocultar con sus manitas aquellas dos pequeñas figuras se escabulleron bajo las sabanas y abrazaron con fuerza el cuerpo de su papá mientras repetían una y otra vez que se levantara que se les haría tarde. El pequeño Leo de siete años movía junto con su hermanita de tres años el enorme cuerpo de su padre de un lado a otro; ganándose las quejas adormiladas del pecoso mayor.
Mina y Leo seguían moviéndolo entre risas siguiendo reclamándole que ya era hora de despertarse:
–Vamos, papá, no seas flojo –se quejó el niño, a lo que Alberto se volvió a envolverse en sus sabanas.
–Ustedes dos en verdad adoran despertar a su pobre padre.
–Papá, es hoy –dijo dulcemente (y con dificultad en pronunciar algunas palabras) la pequeña destapando un poco su rostro.
Al escucharla rápidamente retiro la sabana para observar el reloj posado en la mesita de noche al lado del marco con la foto de su boda –aquella donde ambos sonreían en grande bajo el altar mientras cargaban a sus hijos– y donde resguardaba sus anillos de boda y compromiso. Mina tenía razón: hoy era el día en que Luca volvía de su viaje a Japón. Aunque aún no se sentía preparado para verlo tras lo sucedido días anteriores.
Sin decir nada se acomodó mejor en medio de la cama para ver a sus dos hijos; quien lo miraba con sus ojitos de cachorros abandonados. Leo había crecido demasiado, que las bromas que serían más alto que Luca salieron a luz antes de que él se fuera –aunque todo el mundo es más alto que Luca–, entre más crecían los dos adoptaban el mismo porte elegante y bien cuidado de su papi. En especial Mina; quien a su muy corta edad tiene una gran alegría y gracia que hacia resaltar sus ojos rosados oscuros. Su cabello castaño-rubio lo cuidaba mucho y siempre tenía sus vestimentas bien acomodadas –incluso el camisón que utilizaba como pijama estaba siempre limpio y arreglado; sin ninguna arruga o mancha–. Cosa que aprendió viendo a Luca. Era toda una princesita, educada y preciosa; como también tenía la delicadeza de una rosa como también mucha energía y fuerza a pesar de sus problemas respiratorios.
Sin poder evitarlo acaricio su regordeta mejilla pecosa, obteniendo aquella sonrisa que tanto adoraba ver, Mina se ruborizaba con demasiada facilidad.
–Se lo prometiste a papi –musitó con tristeza Leo mirándolo con aquellos ojos esmeraldas tan hermosos.
Él suspiró recordando que antes que discutiera y se peleara con su esposo le había prometido que lo iría a recoger en el aeropuerto de Génova. No se sentía preparado, había sido ya nueve meses en que Luca se había ido a Japón a resolver unos problemas con la expansión de la editorial. Nueve meses en que el menor dejo de dormir con él o besara sus delgados labios. Aun así a pesar la distancia y la enorme diferencia de horarios; habían hablado día y noche sin falta durante todos esos meses. Hablando de su día a día o simplemente los niños hablaban con él por videollamada diciéndole lo mucho que lo extrañaban. Alberto también lo admitía sin miedo alguno, extrañaba a su esposo con toda el alma.
Habían tenido varias discusiones durante esos meses donde las inseguridades eran sus peores enemigas y el miedo que él otro lo deje por alguien que si está a su lado. Luca tuvo varios pretendientes tras de él y Alberto ni que hablar. Normalmente terminaban hablándolo y confesando sus mayores miedos y terminando con un una llamada erótica que hacia subirle el ánimo a los dos. Incluso había momentos que por la diferencia de horarios uno de los dos se quedaba dormido en frente de la pantalla y él otro seguía la llamada solo para verlo dormir.
El joven matrimonio había logrado sorprender a cualquiera que aseguraba que sería el fin de su matrimonio, pero nadie sabía todo el sufrimiento que ambos vivieron al trabajar ocho años en el mismo edificio; estando tan cerca y tan lejos de quien fue su primer gran amor.
Alberto suspiró con pesar y abrazo con cariño a sus dos pequeños remolinos. Ambos hermanitos Scorfano lo abrazaron con todas sus "fuerzas", sacándole una risa a su padre; quien no dudo en besar sus cabelleras. No entendía como su hermana lograba tener a tres niñas de dos años y medio tan bien portadas como inteligentes, incluso con la llegada de su nuevo bebé; las trillizas siempre se preocupaban de hacerle la vida más fácil a Giulia mientras que él tenía que perseguir a un travieso y juguetón niño y a una pequeña que siempre quiere subirse a cualquier cosa alta. No obstante se calmaba al recordar que su cuñado era militar y disciplinó demasiado a las tres pelirrojas.
Observo a sus hijos y sonrió tiernamente.
–También quiero ver a papi, pero él está en un avión desde ayer. Así que hay que ser pacientes y esperarlo hasta la noche.
–Le quiero mostrar el diente que se me calló –dijo emocionado Leo enseñándolo a su padre el hueco que tenía ante la ausencia de uno de sus dientes de leche inferiores– y que el hada me trajo una moneda de dos euros.
–Papá –habló bajito la pequeña jugando con sus manitas.
–Sí, princesa –musitó moviendo uno de sus rizos detrás de su oreja.
–¿Papi se va quedar?
Él se quedó callado por unos segundos, desviando su mirada a un costado mientras se mordía el interior de su mejilla. Desde que Luca se quedó con el puesto de su abuela, él trabajo aumento y los viajes de negocio aparecieron; normalmente solo se iba por una semana o un fin de semana fuera del país e incluso fuera del continente europeo, pero esta vez tuvo que ir más de medio año.
–No lo sé, princesa –confesó inseguro–, pero no importa si se queda un día o dos hay que demostrarle que lo extrañamos mucho y lo mucho que lo amamos.
Ambos infantes asintieron y bajaron de la cama –Leo como siempre ayudando a su hermanita– para ir a armar su mochila e irse a tomar el primer tren a Génova.
[...]
Un tranquilo y a la vez tímido Mariano terminaba de colocarle aquel abrigo esponjoso con orejas de conejito a su pequeña sobrina. Mina daba diminutos saltitos de la emoción –aun le costaba saltar correctamente y sin caer–, debajo de su abrigo blanco poseía un bello vestido color lila y unas medias de franjas moradas y lilas, sus colores preferidos. Ella abrazó a su tío con cariño despidiéndose de él con una enorme sonrisa porque ya se irían a recoger a su papi. El pecoso solo sonrió y le deseo lo mejor antes de voltear a su lado encontrándose con sus dos hermanos un discutiendo.
–¿Tienes todo? –le regañó la pelirroja de ahora cabello corto y lacio mirándolo con enojo mientras que en sus brazos tenía a su pequeño Massimo de cinco meses mirando con curiosidad a su tío mientras babeaba su puñito.
–¡Que sííí! –se quejó ya harto de la situación; era ya la enésima vez que le preguntaba– ¡Por dios, eres peor que Luca y nadie es tan perfeccionista que Luca! –talló su rostro con fastidio– Solo estaremos allí esta noche y regresaremos en la mañana.
–¿Se quedaran con tus padres? –preguntó curioso el menor de los tres acercándose a ellos.
–No, Luca viene desde Japón son más de veinte horas de puro vuelo, lo menos que quiero es que llegue y se incomode con las preguntas de papá. La última vez mientras hablaban papá le dijo que si se podía sentar o le dolía el trasero por acostarse conmigo que si quería podía traerle una almohada.
–Papá está haciendo lo mejor que puede para tratarlo bien.
–Lo sé, pero porque no es como mis dos mamás que le enseñan a cocinar mientras hablan de cualquier cosa.
Suspiró con pesar acariciando la mejilla de su sobrino, al igual que sus hermanas mayores Massimo segundo tenía el cabello pelirrojo; un poco más oscuro que el de Giulia, pero se notaba a lejos que él salió idéntico a ella más que las trillizas. El pequeño rio ante la caricia dejando ver sus encías, no pudo evitar reírse en silencio al recordar su nacimiento, donde las burlas hacia Ercole resonaron en todos lados al ser el único "adoptado" de su propia familia. Era gracioso verlo pasear por las calles solo con sus cuatro hijos y que le pregunten si era el niñero o un cuidador. Sonrió con tristeza, llamando la atención de su hermana.
–¿Volvieron a discutir por el tema? –dijo ya calmada acariciando la mejilla de Alberto.
–Sí –exhaló–...pero creo que ya dejo muy en claro que no quiere más hijos.
–¿Quieres que hable con él?
Negó.
–Estos días que no hemos hablado porque tenía "arreglar toda su documentación" –hizo comillas con sus dedos mostrándose un poco irritado con el tema; sabía que era una excusa ya que conocía lo ordenado y precavido que era su esposo, conociéndolo él ya los tenia listo desde una semana antes–. Lo estuve pensando y en parte lo entiendo, ya se siente demasiado mal por perderse el primer recital de ballet de Mina o el primer concurso de natación de Leo. Note que quería llorar del otro lado de la pantalla cuando los niños le hablaban de sus eventos y lo mucho que querían que él estuviera allí.
Inconscientemente miro de reojo como Leo ayudaba a su hermanita a meter un billete a la máquina expendedora y le indicaba que botón presionar para poder comprar sus galletas. Respiró hongo y se tranquilizó.
–Realmente es triste ver que todos estos meses Luca se sentía tan solo, odia los viajes de negocio, pero cuando trabaja aquí siempre lo hace con una sonrisa. No puedo decirle nada y tampoco sé que decirle para calmarlo.
Giulia se mordió el labio inferior, sintiéndose mal por no saber que decirle tampoco, una vez estuvo en su lugar cuando Ercole tenía que irse al extranjero por su trabajo.
–Tal vez simplemente tienes que hablarlo con él cara a cara –sugirió el pecoso menor, a lo que el mayor parecía inquieto. No estaba preparado para verlo, lo que menos quería era discutir cuando estuvo sufriendo por su ausencia.
[...]
A tan solo unas cuadras del aeropuerto, en el segundo piso de una rustica cafetería de veinticuatro horas; él y sus dos hijos eran los únicos del lugar. En parte no le sorprendía, siendo ya más de las once de la noche y Leo y Mina estaban a nada de caer rendidos sobre la mesa. Ambos infantes estaban abrazados y abrigados con la enorme chaqueta de su padre mirando con su celular la película de pinocho. La pequeña Mina abrazaba el peluche del pato Donald acurrucada en el pecho de su hermano mayor. Por otro lado Alberto trabajaba tranquilamente en su tableta, concentrado en los nuevos proyectos que tenía, acomodó sus lentes y en lo que seguía trabajando. Todo ese año siendo "papá soltero", lo hizo replantearse como diablos Luca tenía todo en orden, cuando él se levantaba Leo ya tenía su uniforme y Mina ya estaba lista para que la llevasen a su guardería, por no decir que Luca ya estaba con su traje y bien peinado. Cuando empezaron a vivir juntos, su esposo lo dejaba dormirse hasta que ya era el momento de que lo despertaba con su taza de café, su periódico y cigarrillos; listo para despedirse e irse a su trabajo. Recibieron muchas críticas por sus conocidos por la forma en que ellos tenían su rutina, pero nadie sabía que Alberto se levantaba con el mejor de los ánimos, alimentaba a sus hijos y preparaba el almuerzo correspondiente de su esposo y cuando Luca traía trabajos en casa, él lo animaba y le daba su taza de café. Ambos eran así, tenían su propio equilibrio para sobrellevar las cosas y estar siempre para él otro.
Dejó salir un suspiro estresado, se quitó sus anteojos para pellizcarse la fuente de su nariz. Le había mandado un mensaje a Luca con su ubicación, para evitarse tener a los niños en el aeropuerto de manera incomoda. Debió dejarlos con sus padres, pero ellos insistieron en querer ver a su papi, no los culpaba, ellos lo extrañaban tanto como él.
–Papá –lo llamó un adormilado Leo soltando un fuerte bostezo.
Alberto hizo un ruido de afirmación mientras estaba a punto de volverse a colocar sus lentes.
–¿Puedo tener otra taza de cacao caliente?
Obtuvo una sonrisa por parte de él y de manera calmada asintió poniéndose de pie.
–Mina, cariño, ¿tú quieres algo?
La pequeña adormilada negó con su cabecita, a lo que él se acercó a ambos para besar sus frentes y tomar la taza vacía de Leo y la de él. Le indico al mayor que la cuidara y el niño asintió acomodando a su hermanita en su pecho, cobijándola con la enorme chaqueta. Sonrió de manera cansada y con toda tranquilidad bajo al primer piso para dirigirse hacia la barra. De allí rápidamente se apareció una mujer coqueta cabello rojo teñido y con un maquillaje algo exagerado para ser barista en un café de media noche. Por su apariencia lucia como una universitaria en un trabajo miserable. Amablemente dejo las tazas sobre la barra y ella se acercó en una pose interesada.
–¿En qué puedo servirle, señor? –el mismo tono falso en que le hablo la primera vez, hizo que sintiera un escalofrió, pero de la incomodidad.
Puede que no le atraigan las mujeres y aunque si lo fuera, ella sería muy ajena a lo que sería su tipo de mujer. No obstante no perdió la cordialidad y educación.
–Buonasera, signorina, ¿podría servirme una nueva ronda de cacao caliente y un expreso cargado, per favore? –pidió de manera más cortes que podía y evitando a toda costa el contacto visual fingiendo que sacaría su teléfono.
Ella rio muy falsamente acomodando su mechón de cabello detrás de su oreja y mordía levemente su labio inferior. Otro suspiro salió de sus labios y en lo que se cargaba de sus órdenes se pellizcó su cien. Se sentía del asco, el dolor de cabeza sumado a la inquietud de ver a su esposo después de casi un año. Hacia todo peor, lo más seguro que Luca lo odiaba o no quería verlo después de tremenda discusión que tuvieron donde se dijeron cosas hirientes y pudo ver a su esposo queriendo llorar antes de colgar.
Se sentía de la mierda, lo más seguro es que Luca no venga a su ubicación. Habían hablado del tema de tener otro hijo, cuando su hermana anuncio su nuevo embarazo. Luca al principio decía que lo pensaría que tal vez haya una posibilidad de ser padres de nuevo –claramente eso fue antes de que él se fuera a Japón–, el tema había sido llevado con pequeñas platicas hasta el punto en que él confeso que realmente no quería más hijos. Salió al flote que paso lo mismo con la adopción de Mina y que fue la mejor decisión, a lo que Luca le dio la razón, pero ahora que tenían veintinueve y treinta y uno, habló de las dificultades que habría, que no era lo mismo cuidando a dos niños pequeños y sumado a un nuevo bebé no sería conveniente. Alberto sugirió adoptar a un niño más grande y Luca se negó. De ahí el tema comenzó a ser más complicado, los celos e inseguridades se hicieron presente hasta llegar a discutir de manera dolorosa; cuando Alberto le grito si era porque el nuevo miembro no estaba en el acuerdo prenupcial.
Después de eso ya no recuerda muy bien lo que se gritaron, solo recuerda las primeras lagrimas que aparecieron en los ojos de su esposo antes de colgar. Rápidamente volvio a la realidad cuando sintió como alguien intentaba tomar su mano, rápidamente la alejó al ver que se trataba de la barista ahora con el cabello suelto y los primeros botones de su camisa desabrochado dejando ver un poco de su sostén. Ok, ahora esto se puso incómodo.
–¿Qué hace un hombre tan apuesto como usted solo a estas horas? –pregunto pícaramente acercándose a él.
Alberto no sabía cómo reaccionar, no era la primera vez que era acosado por mujeres. Intento tomar sus tazas, pero ella las alejo con una risilla coqueta y cuando estaba a punto de tomar su mano. De repente sintió como alguien lo abrazaba de su brazo.
–Estaba esperando a su esposo, señora –esa voz.
Bajo la mirada encontrándose con su esposo mirando con desagrado a la empleada mostrándole sus dos anillos de oro blanco, abrigado con enorme abrigo negro. Luca se veía más fino que antes, no parecía que estuvo en un avión por casi un día entero, incluso sus ojeras oscuras bajo sus ojos lo hacía verse bien. Lo que si le sorprendió era que en verdad era enano.
Luca levanto su vista y le sonrió a su esposo.
–Ciao, Alberto –musitó dulcemente.
Abrió su mirada y no espero para abrazarlo con fuerza, queriendo llorar al tenerlo al fin en sus brazos. El menor lo separo un poco, sostuvo sus mejillas con sus heladas manos y lo beso tiernamente en los labios, más que nada para demostrarle a esa cualquiera que ese hombre tiene dueño.
Al separarse Luca tenía una sonrisa llena de confianza y Alberto parecía que estaba en el paraíso ante su sonrisa tonta. Con toda calma el Paguro menor tomo las tazas con la bebida mientras que el mayor no tardo en tomar las maletas de su amado. Le indico que estaban en el segundo piso.
–¿Los niños están despiertos a estas horas? –expresó realmente sorprendido mientras subían.
Ambos se quedaron al pie de las escaleras al ver a los dos pequeños concentrados en el celular, sin darse cuenta de su presencia. Luca dejo un momento las tasas en una de las mesas vacías para tallar su rostro con fuerza, era un sentimiento horrible lo que sentía al verlos tan cerca del lugar de verlos por una pantalla.
–¿Cómo te fue en tu viaje? –preguntó en un susurro para que ellos no los escucharan.
–Horrible, no quiero subirme a un avión de nuevo –confesó irritado sobándose el cuello–. Necesitare a un representante para que vaya a estas cosas de lugar de ir yo.
Se quedaron en un silencio tenso, no habían hablado tras la discusión que tuvieron. Luca miraba a su pequeños con tristeza y dolor, los había extrañado demasía al igual que a su esposo, se sintió tan solo en Japón que había perdido siete kilos ante la depresión y estuvo hospitalizado por su falta de hierro.
–Luca...
–Alberto –lo interrumpió volteando a verlo–, no te mentí cuando te dije que no quiero más hijos. Me dolió todas las cosas que nos dijimos, jamás pensaría en ti de una forma tan horrible, estaba enojado dolido, estar allá me deprimió tanto, estuve hospitalizado. Quería morirme.
Al escucharlo no tardo en abrazarlo y Luca se escondió en su pecho, comenzando a sollozar.
–No quiero sentirme más como una mierda, solo quiero estar con mis dos hijos y siento que si tenemos otro voy a entrar en un estado de ansiedad horrible.
Alberto lo escuchaba en silencio acariciando su cabellera y consolándolo con amor. Soltando un par de lágrimas al ver que le hizo daño al amor de su vida lo separó un poco y beso su mejilla para después limpiar sus lágrimas delicadamente.
–Perdóname, por ser un idiota. Si no quieres más hijos, está bien, tengo que respetar tu decisión –tomó su mano y la levantó para besar los anillos de su dedo–. Me duele, sí, pero me duele más saber que yo te provoco daño.
–Perdóname también –se disculpó con un doloroso nudo en su garganta–, te di falsas esperanzas en un inicio y sé que tú adoras a los niños, que quisieras tener una familia grande, pero no puedo dártela.
–Está bien –musitó decaído–, no puedo pedirte más, ya me distes dos grandes hijos, pero prométeme que tocaremos el tema cuando estén un poco mayores y no tengamos que estar tan al tanto de ellos.
Luca lo pensó y suspiró pesadamente.
–Te prometo que lo dialogaremos cuando Mina tenga diez.
–Nueve, no quiero sentirme tan viejo.
Él rio débilmente antes de ponerse de puntillas y besarlo en su mejilla.
–De acuerdo, nueve, hasta entonces no tocaremos el tema.
–Lo prometo –besó rápidamente sus labios antes de volver a tomar las maletas.
Más calmado Luca limpio sus ojos rápidamente para luego agarrar las tasas y acercarse a la mesa primero. Leo y Mina estaban tan concentrados el teléfono, o mejor dicho tratando de estar despiertos que no tomaron mucho en cuenta cuando dejaron las tasas sobre la mesa. Luca con una sonrisa se sentó a su lado y se acercó a ellos para susurrarles cariñosamente:
–¿Qué estamos viendo?
Alberto esbozó una risa al ver como los dos se sobresaltaron al escucharlo, no tardaron mucho en comenzar a llorar y sin decir nada se abalanzaron a su papi; quien con lágrimas de felicidad los abrazó con fuerza contra su pecho. Comenzó a llenar se besos sus rizos, mientras repetía:
–Los amo, los amo, no tienen idea cuanto los extrañé a los dos.
Los niños no podían formular ninguna palabra, Alberto saco de su bolsillo un pañuelo para limpiarle los mocos a los dos. Luca los acuno contra su pecho y comenzó a mecerlos suavemente mientras tarareaba aquella canción de cuna que le cantaban a él. Su sonrisa paternal no parecía tener comparación, no podía describir como mágicamente su depresión y malestares desaparecieron cuando llego a Italia. La simple idea de volver con su familia le hizo sentirse vivo de nuevo. Miro a Alberto y él solo sonreía del otro lado de la mesa. Ya estuvo mucho tiempo solo con los niños era su turno de sentirse querido.
–Alberto.
–¿Sí, amore?
–Te amo.
Él rio en silencio.
–Yo te amo más. Descansa un poco, iremos al hotel y mañana volvemos a nuestro hogar.
Luca sonrió en grande mostrando su bella sonrisa y asintió. Sintiendo una gran calidez en su pecho.
Tal vez no existían los finales felices o que las peleas desaparecieran mágicamente, pero el simple hecho que siempre luchaban juntos por su felicidad, hacía que se sintiera afortunado...sin ninguna atadura o compromiso que cumplir. Simplemente eran ellos dos contra el mundo y sus peores miedos.
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