||Cinquantadue||
|52|Los Marcovaldo
La brisa fresca de invierno movía sus rulos oscuros junto con el humo de su cigarrillo y las hojas de los arbustos de las jardineras afuera de la estación. Sentado en una banca con la mirada en cada cierto momento enfocada en aquel niño de cuatro años durmiendo en los asientos traseros de su auto, Luca tenía su teléfono en su oreja esperando que contestase la llamada mientras su pie inquieto zapateaba sobre el suelo de la banqueta. Estaba inquieto y no por la estúpida discusión con Alberto.
En ese momento necesitaba apoyo moral, pero no quería verse con un niñato estúpido y sentimental –aunque en su interior así se sentía–. Tenía que actuar firme como siempre y más sabiendo que del otro lado de la calle estaba el esposo de su cuñada junto con sus dos "lacayos", que por suerte el carro cubría su cuerpo de su vista. Volvió a darle una larga calada al cigarrillo, expulsando casi al instante el humo al suelo. Y al momento en que escucho como al fin la llamada entro, ni siquiera saludo solo se apresuró a preguntar con necesidad:
–Recuérdame, ¿por qué amo a Alberto?
–Porque eres un jodido idiota enamorado de un hombre con cuerpo majestuoso.
Luca se sobresaltó para segundos después gruñir al reconocer la voz burlona de Hiro al otro lado de la llamada.
–Recuerdo haberle llamado a Miguel, no a ti –exclamó irritado para después darle una calada a su cigarro.
–Sí, lo sé –respondió con simpleza y ninguna emoción–, pero mi hombre está ocupado en este momento intentando de arreglar la estufa, con todo esto de la mudanza ha estado algo estresado y no tiene tiempo para su pequeño amante –comentó lo último con tono juguetón.
Rodeó la mirada con fastidio ante la forma en la que se dirige a él. Sin duda Miguel le había pegado mucho su personalidad a su esposo.
–Como sea, veo que Alicia tiene problemas con el país de las maravillas. ¿Ahora qué hiciste, Paguro?
–Volvimos a discutir por los apellidos –no mintió del todo, pero no se atrevía decirle de sus inquietudes, no porque no tuviera confianza, pero necesitaba el corazón meloso de Rivera que los regaños de su abogado.
–Oh, esos malditos apellidos de casados. Te doy mi consejo, no dejes que él te convence de cambiarlo. Yo lo hice por amor –dijo la última palabra con rabia– y muchos insinúan que soy el sumiso o la madre por esa mierda, por eso deje de que me llamaran por mi apellido de casado.
Una sonrisa pequeña se formó en los labios del menor, sintiéndose un poco aliviado de que alguien le entendía. Amaba a Alberto, pero si se dejaba cambiar su apellido la maldita gente creerá cosas tan estúpidas.
–No quiero cambiar mi apellido; pero no por los roles, sabes el valor sentimental que tengo al portar el apellido Paguro. No me sentiré a gusto si se dirigen a mí como Luca Scorfano.
–Lo entiendo, yo me rehusaba a cambiármelo, pero al final accedí. ¿Sabes lo raro que te digan Hiro Rivera y se te quedan viendo raro porque es raro ver a un japonés con apellido latino viviendo en Italia? Ten suerte que Scorfano es italiano, aunque debo admitir que es raro teniendo en cuenta que tu hombre es francés.
–Me explicó que era porque su familia tenía raíces en el sur de Italia, por eso sus padres querían mudarse aquí cuando él era un niño.
–Alberto te ama, pero de alguna manera para él es importante su apellido, como también lo eres tú para él. Por lo que sé, ni siquiera se lo cambio cuando fue adoptado.
–Guao, me sorprende que seas romántico y compresible una vez en tu jodida vida –sonrió de manera burlona, aunque por dentro se sentía un poco más calmado.
–Culpa al idiota de mi marido –respondió con fastidio.
Rio en bajo al escuchar el grito ofendido de su mejor amigo en el fondo. No paso mucho para la cansada y "molesta" voz de Rivera se escuchara en la llamada. Al parecer le había quitado su teléfono a Hiro.
–Más te vale no arrepentirte de casarte, hijo de tu chingada madre –masculló entre dientes–. Me importa una mierda tus inseguridades, te casaras porque te casaras, Scorfano es el único idiota que te aguanta, entiende y te cuida. ¿Me escuchaste?
–Sí...
–Escucha, te conozco mejor que nadie y estas en ese punto donde empiezas a pensar de más; ¿qué es lo que temes?
–Diría al cambio, pero mentiría –exhaló cansado mirando a su hijo profundamente dormido abrazando a su peluche del pato Donald–, Miguel, temo a no ser un buen esposo, temo a que Alberto vea lo que su familia QUE ME ODIA –recalco sus palabras poniéndose aún más ansioso– decía la verdad sobre mí. ¿Qué tal si Alberto se arrepiente? ¿O que ya no me aguante?
–Primero; que nada cálmate y respira, te va a dar otro ataque y me muero, si tú te mueres –Luca soltó una pequeña y dolorosa risa ante el tono dramático con el que le hablaba–. Segundo; yo mismo lo golpeare si se le ocurre dejarte plantado en el altar. Todo va a salir bien, son los típicos miedos de días antes de la boda.
–Me pone ansioso, que aún no puedo dejar que él me lo haga, ¿qué tal si lo desespero? ¿O si cree que lo estoy haciendo apropósito?
–Dijiste que han tenido mucha intimidad cambiando los roles.
–Sí, pero siento que solo lo hace para quedar bien conmigo –musitó con pesar jugando con uno de sus rulos–. Sé que a él no le gusta así que deje de pedirle intimidad.
–Entonces, háblalo con él, solo son los nervios. Estas a nada de casarte a sí que no lo arruines.
–Lo intentare.
–Bien, ahora ve con tu hombre.
–Gracias, Miguel –musitó con una pequeña sonrisa.
–Para están los hermanos.
Ambos se despidieron. No obstante Luca se toma unos momentos para calmarse e intentar dar su mejor cara al momento de conocer a la familia de su amado. Respiró hondo volviendo a meter en sus labios su cigarrillo en lo que perdía unos minutos en las redes sociales, necesitaba que Alberto también este calmado. Miro el cielo anaranjado y rojizo provocado por el atardecer. Miguel tenía razón estaba a nada de casarse, eran los nervios mesclados con la presión que sentía. Amaba a Alberto que con solo pensar en su sonrisa sentía un revoloteo en su estómago.
Volteó a ver a Leo y sonrió de lado, al igual que con Mina, no podía creer que ya llevaban meses viviendo como una familia para nada normal. Aunque seguía en pie de que Alberto no se mudaría con ellos hasta dentro de unos meses, por el bien mental de ambos; tampoco podía negar que él comenzó a quedarse cada vez más tiempo en su casa, pasando de una noche por semana a por lo mínimo cuatro noches por semana. Incluso llegando a veces a quedarse toda una semana entera. Cosa que no parecía molestarle a ambos.
De repente el fuerte sonido del tren aproximándose a la estación lo saco de su mente, haciendo que se sobresaltara de su lugar. Rápidamente se puso de pie para observar entre las enormes montañas verdes como el tren atravesaba el túnel para llegar a la estación. Inconscientemente volteó a ver a los tres hombres del otro lado; quienes apagaron y tiraron sus cigarrillos al basurero más cercano y hablando entre ellos se dirigían devuelta al lugar. Luca los miro irse, ellos ni siquiera habían notado su presencia y era lo mejor.
Prefirió quedarse unos minutos más, acabando por fin el cigarrillo de su mano y mentalizando su mente para el momento de conocer a los abuelos de Alberto. Tenía que comportarse, eso es lo que lo hará un buen esposo, era lo que pensaba el menor para darse ánimos para sí mismo. Pronto seria el hombre oficial de Alberto, necesitaba aprender a presentarse como tal. Volvió a respirar hondo, cerrando consigo sus ojos para estar decidido. Bajo la mirada a donde dormía Leo. Se agachó para cargarlo en sus brazos, el niño no tardo en acurrucarse en su pecho; acción que provoco una sonrisa en su papá. Luca tomo la chaqueta de cuero de Alberto y cobijo al pequeño antes de cerrar la puerta y presionar el botón del seguro. Una vez que escucho el "clic" del seguro de las puertas comenzó a caminar a pasos firmes y elegantes devuelta a la estación, protegiendo a toda costa el cuerpecito de su angelito.
Con algo de dificultad –ya que Leo si llegaba a ser pesado– subió las escaleras de la entrada de la vieja y anticuada estación de trenes; donde un amable empleado le abrió las puertas. Luca se lo agradeció con una sonrisa antes de adentrarse al enorme y bien decorado lugar. No obstante comenzó a disminuir el ritmo de sus pasos al ver la figura firme de su cuñado, lentamente se acercó hasta colocarse a su lado. Observo como Visconti de brazos cruzados y una mirada furiosa miraba hacia los rieles, al voltear Luca también lo notó; Alberto era abrazado y aclamado por cuatro mujeres, algo subidas de peso de cabello castaño oscuro y ropas algo provocativas –cosa que hizo que las viera con una mueca de disgusto–. Atrás de ellos había una pareja de ancianos de una gran avanzada edad, que el hombre con la boina que ocultaba su escaso cabello blanco, de baja estatura, pero de aspecto tosco. Él estaba apoyado en su bastón mientras su esposa que era las típicas ancianas que siempre asistían a misa; regordeta, cabello cenizo y aspecto angelical y conservador. Los dos estaban esperando su momento para abrazarlo también, pero el verdadero problema surgió al ver que Giulia era completamente ignorada. Massimo la ayudo a levantarse de su lugar, no obstante eso no quitaba el hecho que ellos ni siquiera se arrimaban a ver a sus recién nacidas.
–¿Ellos son sus abuelos? –musitó Luca mirando de reojo al mayor.
Él solo soltó un gruñido para después exhalar con fastidio.
–Los ancianos son los padres del señor Massimo, la gorda más vieja es su hermana y las tres obesas son sus hijas y primas de Alberto y Giulia. Son unas engreídas, que siempre le tenían envidia a Giulia y andan siempre pegadas como garrapatas de Alberto –respondió con seriedad y sin mirarlo.
–¿Y su familia materna? –preguntó curioso volteándolo a ver.
–Lilian es hija única, sus padres murieron hace unos años –volteó a verlo con molestia– y créeme que tampoco serias de su agrado. Eran extremadamente católicos –talló su rostro con fastidio al recordar los abuelo maternos de su mujer–. Ellos me odiaban abiertamente e intentaron convencer a Giulia para que no se casara conmigo cuando apenas estábamos comenzando a salir y ni siquiera asistieron a la boda cuando se enteraron.
–Vaya...–expresó realmente sorprendido.
–Escucha, todos ellos son una bola de hipócritas, solo están aquí porque Alberto es el favorito del abuelo al ser el único varón de sus nietos –miro con algo de tristeza a Leo y suspiró– y Leo también se volvió su favorito al ser el primer bisnieto. Si no fuera por eso créeme que jamás hubieran aceptado esta boda.
Inconscientemente miro a Leo aun dormido, sintiendo un malestar en su estómago porque no lo quería en ese ambiente claramente toxico, pero la sonrisa de Alberto al recibirlos...
Suspiró, giro su mirada hacia Giulia; quien también prefirió ignorarlos y mejor se dedicó a sonreírle a las trillizas. Sonriéndole de manera maternal a la vez que cansada por tanto estrés acumulado, él la entendía un poco al recordar todas las noches de desvelos y preocupaciones cuando Mina se enfermaba. Ni siquiera pareciera molestarle cuando sus padres la dejaron para ir a saludarlos. Era como si estuviera ya acostumbrada.
–¿A ti te hubiera gustado tener un hijo varón de lugar de las trillizas? –preguntó en un susurró algo apagado. Al pensar que ignoraban a las pequeñas por ser niñas.
Él suspiró peinando hacia atrás su ya no tan cuidada cabellera, Ercole siempre fue un hombre que le importaba su aspecto, pero ni tiempo tenía ya para eso.
–Al casarme con ella, hubiera dado todo por tener un hijo, pero cuando su problema cardiaco surgió. Mis preocupaciones cambiaron, tuve que irme a ser servicio para que nuestro seguro pudiera cubrir todo. Con ella pasé los peores momentos y los mejores en mi vida. La conozco desde que ella era una bebé y yo un tonto niño orgulloso. La odie con toda mi alma que lo me quedo amarla con todo mi ser –miró a su mujer y sonrió con tristeza al ver que ella volteo a verlo y le sonrió dulcemente–. A este punto no cambiaría a mis hijas por nada en el mundo, al verlas idénticas a su madre me hace trabajar más duro cada día.
Luca no dijo nada. Aunque también sabía que él tampoco lo escucharía. Así que se mantuvo callado, dio un pequeño salto para acomodar mejor a su hijo dormilón. Aun sabiendo que Leo y Mina no compartían sangre con ellos, tampoco los dejaría ir de su vida. Rápidamente su mirada se abrió con sorpresa al ver a Alberto acercándose a ellos con una enorme sonrisa mientras detrás de él lo venía siguiendo su abuelo. Ahora que lo miraba de cerca el anciano compartía varios rasgos faciales con Massimo.
–Luca, amore –habló en un tono dulce, pero esta vez de lugar de causarle una sonrisa tonta, solo sonrió de manera nerviosa mientras intentaba ocultar su incomodidad. Era como si la "pelea" que tuvieron momentos atrás nunca hubiera pasado–. Él es mi abuelo, el padre de mi papá; Luciano Marcovaldo –lo presento con orgullo.
Luca sonrió nervioso y miro a Ercole en signo de ayuda, pero él ni se inmuto solo se alejó para ir a consolar a su esposa. No tuvo de otra que respirar hondo y sonreírle con más cortesía.
–Es un gusto, señor Marcovaldo.
El hombre lo miro de pies a cabeza analizándolo por completo; acción que inquieto más al menor.
–Abuelo, él es mi próximamente esposo, el señor Luca Enrico Paguro Martini, el heredero de los Paguro e hijo de Daniela Paguro.
Al decir lo último el viejo hombre abrió su mirada con asombro.
–¿Él es el hijo de la nadadora olímpica? –exclamó incrédulo.
Asintió de la manera más cordial que podía, a pesar que por dentro era todo un caos.
–Ya veo –volteó a ver a su nieto; quien si mostraba su sonrisa nerviosa–, al menos te conseguiste un muchacho decente, pero me preocupa la diferencia de edad, él este chico apenas cumplió la mayoría de edad como para ser papá de dos niños.
–Abuelo, Luca tiene veintiséis y está a unas semana de cumplir los veintisiete.
–¡No me mientas, Berto! –molestó lo golpeó con su bastón.
Luca rio incomodo e inquieto, desviando su mirada a otro punto de la estación al mismo tiempo que retrocedía sus pasos, pero al instante su mirada se sorprendió al ver como Giulia la pasaba mal, parecía ser criticada por su abuela mientras que sus primas hablaban a la espalda de ellos. Riéndose por la subida de peso tras su triple embarazo por la manera que lo hacía resaltar con sus movimientos.
–Creo que lo mejor es llevar a tus abuelos a descansar en la cena que tiene preparada mi abuela –habló con una pequeña sonrisa que le dedico a su prometido.
Alberto suspiró antes de corresponderle a su sonrisa, sabía que era incómodo para él.
–Luca, tiene razón, me imagino que tienes ganas de ver a tu bisnieta.
El anciano chasqueo la lengua con fastidio. No respondió nada solo se alejó, Alberto se mordió el interior de su mejilla. Si sus padres estaban a la antigua su abuelo estaba peor.
–Creo que no nos fue tan mal.
–Créeme que no están a nada de armar todo un show, en especial cuando se enteren que eres cristiano al igual que tu familia.
–¿No les has dicho? –lo regañó claramente molesto.
–Apenas me dejan hablar –se excusó frustrado, tallando con fuerza su rostro–. Lo siento, ¿sí? Esta situación podría irse de mis manos y-...
No logró continuar ya que Luca levanto su única mano libre para callarlo.
–Primero que nada, cállate –exclamó irritado–. Segundo, está bien, lo entiendo, amore, pero tendrás que decirles antes de que le saquen el tema a mi abuela. Ya es mucho que no hagan ningún escándalo.
Alberto desvió su mirada, a lo que él suspiró y se tranquilizó. Se acercó a él para tomar su mejilla y sonreírle.
–Todo va a salir bien, ok –le sonrió dulcemente, acariciando su mejilla recién rasurada–, si quieres cancelar la cena, podremos hacerlo si eso te causa ansiedad. Recuerda que me casare contigo sin importar que.
Negó ante la propuesta.
–Perdón por la discusión.
–No importa ahora, lo hablaremos después y con más calma, ¿sí?
No obtuvo respuesta más allá de un necesitado abrazo por parte del mayor. Luca como pudo le correspondió con su única mano mientras intentaban no aplastar a Leo.
–Grazie por aguantarme tanto.
Luca abrió sus ojos al escucharlo, no obstante termino sonriendo con melancolía ante la idea de que ambos se aguantaban mutuamente y jamás lo se lo han echado en cara al otro. Más tranquilo y seguro ante sus sentimientos por Alberto y su boda, apego más el cuerpo ajeno al suyo y con un delicado y amoroso susurro respondió:
–Lo hago porque te amo, amore y eso jamás va a cambiar.
[...]
Las luces de la avenida comenzaban a encenderse una por una mientras el espectáculo en entre lo que quedaba del día y la noche surgía en aquel despejado cielo. Alberto acomodaba los botones de su camisa desfajada ante algunos "cariñitos" que le dio a Luca momentos atrás. Troto rápidamente hacia aquel carro rojo donde podía apreciar la silueta delicada de su hermana; quien terminaba de abrochar a sus hijas con su cinturón de seguridad. Aun sin verla a la cara sabía que estaba malhumorada.
Iba a sorprenderla como siempre, pero sus pasos se volvieron más lentos al escucharla sollozar.
–Giulia –musitó acercándose por completo a ella e intento tomarla del hombro, pero rápidamente fue alejado por un manotazo por parte de ella.
Se quedó sin palabras al verla repleta de lágrimas y la cara roja del enojo.
–¿E-estás bien? ¿Q-que te pasa? –pregunto algo alterado y preocupado por ella.
–¡¿Qué me pasa?! ¡Lo que me pasa es que me parece injusto! –exclamó molesta e irritada– ¡Es que para ellos soy una mujer cualquiera y promiscua "al igual que mis hijas"! ¡Siempre me fue injusto que te quieran solo a ti y ni siquiera eres un maldito Marcovaldo!
Alberto abrió la mirada, Giulia se arrepintió de sus palabras.
–Dios, no –tapó rápidamente su boca con sus manos, queriendo llorar aún más–, Berto, yo...
No pudo continuar, ya que él la abrazó con fuerza ocultando el rostro de la menor en su hombro. Ella no aguanto más y lo abrazó con fuerza. Aferrándose a su hermano.
–También me parece injusto y me siento mal por estar feliz de tener su atención, pero es porque yo no tenía familia biológica más allá que mis padres. Lo siento.
–No, perdóname a mí, te mereces todo el cariño, solo estoy celosa que ni le prestaron atención a mis niñas.
–Está bien –miro a las trillizas cada una recostada en su propio asiento para bebé mirando a la nada, eran demasiado tranquilas que solo lloraban si una de ellas lo hacía; sin duda eran idénticas a su madre–. Sabes que mis sobrinas tienen un tío que las va malcriar demasiado.
–Oh, cállate –exclamó burlona rompiendo el abrazo con un leve empujón–. Eres un idiota, ya siento lastima por mi pobre sobrina.
–¿Disculpa? Pero quien fue la que eligió a este idiota como su hermano –le recordó con una sonrisa burlona–. Anda sube al auto, que créeme que no fue fácil para mí convencer a Luca y Ercole para que se fueran en el mismo auto con nuestros padres –dijo mientras rodeaba el auto para adentrarse en el asiento del conductor.
Ella soltó una pequeña risa silenciosa, se aseguró que todo estaba bien con las niñas para después cerrar el auto y adentrarse al asiento del copiloto y en lo que ambos se colocaban sus cinturones. Giulia suspiró.
–En serio perdón, jamás pensaría que no eres de la familia.
–No te disculpes.
–¿Por qué no te enojas? Literalmente me enoje yo porque acaparaste toda la atención días antes de tu boda.
Él sonrió mostrando aquella sonrisa que mostraba parte de sus dientes y se encogió de hombros antes de encender el motor.
–Jamás me enojaría contigo, eres mi hermana. Si me enojo contigo, ¿quién más va a soportarme cuando peleé con Luca? Que créeme que no tarda en pasar.
Ella le sonrió.
–¿Estas nervioso por casarte?
–La verdad es que estoy más ansioso de que sea sábado y unir mi vida con la de él después de tanto.
–Solo dos días y este caos acabara.
–Solo dos días.
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