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Soy mi propio camino (PARTE 1)

ADRIANA

La lluvia caía con fuerza azotando la calzada, pero decidí seguir camino con mi motocicleta, debía llegar a tiempo a casa si no quería ser recibida con gritos y reproches.

Mi nombre es Adriana Godoy, fui económicamente dependiente de mi esposo durante muchos años, era su manera silenciosa y menos violenta de someterme, hasta que un día decidí dejar de ser sometida, liberarme, y este es mi testimonio.

Con Eduardo nos conocimos en la secundaria, fuimos amigos y más adelante, antes de iniciar la facultad y tomar caminos separados, decidió confesarme su amor.

Él decantó por ingresar a la Facultad de Ciencias Económicas, Licenciatura en Contabilidad y Finanzas, esa era su meta.

Yo sin embargo opté por estudiar Artes Visuales, además de obtener una tecnicatura en Hotelería y Turismo.

Con Eduardo habíamos acordado en hacer planes de un futuro juntos al culminar su tercer año de universidad en tiempo y forma, y así lo hicimos.

Mis carreras eran más cortas que la suya, por lo que, a los tres años de iniciar la tecnicatura en Hotelería y Turismo, me gradué con las mejores notas.

La noche de la graduación, cuando mi nombre sonó en los altavoces la emoción estaba a flor de piel, más aún al ver a Eduardo frente al atril con mi diploma en una mano, una pequeña caja en la otra y una de sus rodillas hincadas en la alfombra roja rodeado de rosas amarillas, mis favoritas.

Detuve mis pasos un segundo para tapar mis labios con la mano y tratar de mantener las lágrimas de felicidad en mis ojos.

Até mi mirada a la suya al emprender mi camino hacia él, lucía tan apuesto con un traje blanco, su cabello castaño pulcramente peinado con gel y su sonrisa, aquella sonrisa que me derretía aún a pesar de los años que llevábamos juntos.

Su propuesta fue mi sueño hecho realidad, hasta había tenido el detalle de hacer sonar mi canción favorita Canon de Pachelbel durante su declaración.

De más está decir que mi respuesta fue un rotundo sí, vitoreado por toda la audiencia, en un segundo nos vimos rodeados por su familia y la mía, felicitaciones y los mejores deseos y augurios eran oídos por doquier.

Un año después me encontraba en la misma situación, en el pórtico de la iglesia catedral de la ciudad, con el vestido perfecto, el ramo perfecto, los zapatos perfectos, el esposo perfecto, lista para vivir mi final de cuentos de hadas.

Los primeros años decidí dedicarme a culminar mi carrera de artes visuales, Eduardo no puso traba alguna, "persigue tus sueños, mi amor", fue su respuesta cuando consulté la posibilidad de conseguir un trabajo y estudiar al mismo tiempo.

En aquel momento, con las mariposas en el estómago agitadas, agradecí a Dios por haberme dado un esposo tan bueno y dedicado a su esposa, me faltaba experiencia para detectar el inicio del sometimiento en ese acto.

En el acto de graduación de artes visuales fueron muchos productores y directores reconocidos en búsqueda de prospectos, esa noche se exhibían todos los videos realizados como parte de la tesis para graduarnos.

Uno de ellos se acercó interesado en mi trabajo, tras alabarlo por la edición, la delicadeza con la que había tratado el tema de género, sugirió que me acercara hasta su oficina con prontitud, dijo necesitar un talento como el mío trabajando para él.

Emocionada y feliz giré para ver la reacción de mi esposo y la realidad golpeó mi rostro con su mano invisible, pero con una dureza tal que para recomponerme debí hacer acopio de toda mi estabilidad mental.

El director al notar el malestar de Eduardo simplemente colocó en mis manos su tarjeta antes de alejarse.

Con la excusa de estar cansado y de ser día laboral al siguiente, Eduardo se despidió de todos, obviamente, arrastrándome a su lado.

El silencio en el coche era incómodo, no quería volver a pasar por aquello, quería trabajar, ser independiente, ser libre, estar casada no debía impedirme seguir mi sueño, ¿o sí?

Al llegar a la casa su humor parecía haber cambiado como por arte de magia, tomó mi mano, recorrió con prisa la distancia que nos separaba del dormitorio y con una urgencia desconocida hasta ese momento para mí, se deshizo de su ropa, continuó con la mía, para dar paso a una lujuria que en años había pensado experimentar a su lado.

Me dejé llevar, dije que lo hizo por tanto amor que me tenía, lo justifiqué como cada vez que hacía algo que llamaba mi atención.

Y el llamado de atención fue tan grande, que ocho meses y medio después, tenía en mis brazos al fruto de "mi" amor por mi esposo, Angélica llegó a nuestras vidas a revolucionarlas por completo.

Habían pasado dos años, Angélica estaba cada día más hermosa y perspicaz, era muy inteligente y aprendía cada mínimo detalle de lo que sucedía a su alrededor. Su habla mejoraba y contaba muy claramente lo que sucedía al compartir con alguna persona extraña.

Fue entonces que la idea de inscribir a Angélica en una guardería para niños e iniciar mi reinserción laboral tomó forma en mi mente.

Nuevamente las discusiones se dieron con Eduardo las siguientes noches.

—No tienes que trabajar, te he dado todo en este tiempo, ¿qué más quieres o necesitas? –cuestionó cerrando la puerta de la habitación con fuerza.

—Vas a despertar a la niña, cálmate.

—¿Cómo quieres que me calme? Dices que irás a tirar a nuestra hija en un lugar para que vayas a jugar a la mujer independiente.

—No la dejaré tirada, tampoco iré a jugar a la mujer independiente, soy tu espo...

—¡Exacto! Eres mi esposa, tu lugar es en la casa, con la niña.

—Puedo con ambas responsabilidades –afirmé seria.

—¡No podrás! Eres mujer, la mujer debe estar en la casa y ocuparse de ella, nada más.

Aquello fue un balde, no de agua fría, de cubos de hielo contra mi cuerpo. Jamás esperé oír aquellas palabras de la boca de Eduardo.

—Lo siento, perdóname –dijo acercándose lentamente hasta mí.

—Me heriste, soy mujer, puedo eso y más –susurré dolida.

—Lo sé, pero aquí estoy yo cariño, mi papel como hombre es proveer todo para que no necesites trabajar y puedas estar tranquila en tu hogar –explicó con ternura abrazándome.

Sentí sus labios dejar un reguero de besos desde mi cuello hasta llegar a mis labios, lo estaba haciendo de nuevo, mi cerebro intentó llamar mi atención, envió alarmas, activó recuerdos, pero Eduardo fue más rápido y al igual que aquella vez, ocho meses después Mariano llegó a nuestras vidas, dejando ahora sí mis ideas laborales sumergidas en fango.

Eduardo con una inteligencia admirable fue delegando todas las responsabilidades paternales en mi persona, citas médicas, actos escolares, salidas de paseo, compras, todo. Al cuestionarlo acerca de su cambio de actitudes, él alegaba la cercanía de los sorteos de ascenso en el banco donde trabajaba, que debía estar más que nunca sumido en sus tareas y controlar todo meticulosamente para no dejar que otro le robe el puesto por el que tanto había trabajado.

Me vi a mi misma bebiendo una copa de vino a las tres de la madrugada, con la mesa puesta completamente adornada y su plato favorito servido, ese sería el primero de muchos aniversarios que Eduardo comenzaba a olvidar.

Lo había logrado, su tan ansiado ascenso, lo tenía en sus manos y con ello nuevos problemas en nuestra relación.

Al ser gerente del banco de la provincia, los beneficios eran muchos, teníamos un muy buen pasar, vivíamos tranquilos, con todos los lujos que podíamos pedir.

Éramos una familia de cuatro integrantes, Eduardo, la casa en la que vivíamos estaba en un buen vecindario, constaba de dos plantas, dos habitaciones en la planta baja, una sala de estar amplia y cómoda. El parque que rodeaba a la casa era cuidado por un jardinero al igual que la piscina, lo que pedíamos, lo teníamos.

En la planta alta teníamos otras dos habitaciones, el principal y el estudio donde Eduardo trabaja cuando llevaba pendientes a casa, casi todo el tiempo.

Negar que vivimos bien sería una gran mentira, a mis hijos y a mí nunca nos faltó nada material, excepto tiempo y dedicación.

Al inicio de nuestra nueva vida, al asumir su puesto en la gerencia del banco, era un verdadero paraíso, al fin tendríamos las comodidades que siempre soñamos, ya dejaríamos de viajar en motocicletas con un hijo cada uno, para comenzar a viajar en un auto de gama alta, los cuatro cómodos.

Las restricciones en cuanto a gustos culinarios fueron levantadas, dando lugar a salidas familiares a cenar y paseos a cines y cuanto show y recitales famosos se realizaban en la ciudad.

Dejamos de lado el comprar ropas en tiendas económicas para hacerlo en shoppings y casas exclusivas, éramos una especie de Beverly Ricos en nuestra ciudad.

Pero no todo sería color de rosas siempre, pronto comenzaron las reuniones fuera de horario, los pendientes eran llevados a la casa, por lo que Eduardo pasaba horas encerrado en su estudio terminándolos.

Los días de familia fueron sustituidos por días de mamá con los chicos, días del padre por fiestas en sociedad con los demás empleados del banco, simulando ser la familia feliz mientras todo se iba desmoronando lentamente.

Llevaba varios notando cambios aún más profundos en Eduardo, ya no eran solamente llegadas tardías, eran horas encerrado en su estudio, bajo llave, nuestros hijos tenían prácticamente prohibido acercarse a él al llegar, sus nervios lo tenían al borde de la desesperación.

Hasta que un día no soporté más y lo enfrenté, cuestioné su mal, sus llegadas tardías, dejé salir todo lo que llevaba guardado en mi interior desde hacía tanto tiempo.

Como siempre la respuesta fue la misma, su trabajo lo consume y todo para darnos lo mejor a nosotros y no permitir que nos faltara nada, pero aquello para mí ya no era suficiente, necesitaba de mi esposo, de Eduardo, el detallista, el cariñoso, el que me amaba.

Sin decir nada más, solamente pasó por mi lado rumbo a la puerta principal, oí como se cerraba y la desazón y el dolor crecía en mi interior. Subió en su coche perdiéndose en la oscuridad de la noche.

Sólo unas horas más tarde el sonido del timbre me despertó. Colocándome la bata bajé apresurada las escaleras, al abrir la puerta un oficial de policía se encontraba tras ella.

—¿Señora Martínez?

—La misma, ¿en qué puedo ayudarlo? –pregunté nerviosa.

—El señor Eduardo Martínez, ¿es su esposo?

—Sí oficial, ¿sucedió algo?

—Su esposo sufrió un accidente automovilístico, se estrelló contra un camión, contaba con varias lesiones de gravedad y fue trasladada a la clínica Galeno –explicó ante mi estupor.

Siguió hablando, explicando los pasos a seguir y demás, pero mi mente se había desconectado hacía varios minutos atrás.

—Los niños –susurré tomando mi cabello entre las manos.

—¿Señora?

—No tengo con quien dejarlos, están dormidos, ¿debo ir con usted? –balbuceé dirigiendo la vista hacia el oficial.

—Señora, debe calmarse, por favor –dijo tomando mi mano.

—No sé qué hacer, no lo sé –confesé finalmente.

—¿Alguien a quien llamar? Un familiar quizás –sugirió.

—Sus padres fallecieron, él era hijo único –recordé.

—¿Amigos? –insistió.

Recordé a Laura, ella nos ayudaba con la limpieza, en alguna que otra ocasión se había ofrecido en caso de urgencia.

—Laura –susurré tomando mi teléfono.

—Está bien, esperaré aquí con usted –declaró con una sonrisa conciliadora.

—Muchas gracias.

Tras una llamada rápida con Laura y asegurar que iba a llegar lo más pronto posible, me avoqué a la labor de recoger lo necesario para salir, documentos, credenciales. Preparé lo necesario para los niños al día siguiente y fui a mi habitación a cambiar mi ropa por algo más decente y presentable.

Hice una coleta en mi cabello y tras despedirme de los niños bajé con prisa las escaleras.

Me encontré al oficial explicando la situación por teléfono, al verme tras un saludo colgó la llamada.

—¿Preparó todo señora?

—Sí, Laura está a cinco minutos nada más –contesté nerviosa.

—Perfecto, entonces, la espero en la patrulla –declaró caminando hacia la salida.

Laura llegó, expliqué rápidamente la situación y fui al encuentro del oficial que estaba recostado en la patrulla, nuevamente con su teléfono en la mano.

Al levantar la vista y verme se movió para abrir la puerta de la patrulla, agradecí con un asentimiento y tras subir a su lugar de piloto, inició su camino hacia la clínica.

—Llegamos señora Martínez, la acompaño hasta donde se encuentra su esposo –aseguró saliendo del coche.

—Muchas gracias –dije al ver que abría mi puerta— por todo.

Asintió mientras giraba para guiarme al interior de la clínica.

Caminamos los impolutos pasillos en silencio, el típico olor a desinfectante se colaba por mis fosas nasales recordándome el motivo por el que no visitaba esos lugares.

—¿Se encuentra bien? –preguntó al ver que detenía mis pasos.

—Sí.

Reanudé la marcha junto al oficial hasta llegar al lugar donde se hallaba mi esposo.

—Es aquí –dijo y entendí que hasta allí podía ayudarme.

—Gracias una vez más –dije con una sonrisa.

—Todo estará bien, es una mujer fuerte –dijo antes de desaparecer tras las puertas de urgencias.

—¿Puedo ayudarla? –una enfermera se acercó hasta mí.

—Sí, estoy buscando a mi esposo, Eduardo Martinez –expliqué.

—Acompáñeme, por aquí por favor –dijo haciendo una seña para que la siguiera.

Caminamos dentro de una sala ocupada por varias camillas, separadas por biombos blancos. Detuvo sus pasos y abrió uno de ellos para dejar a la vista el cuerpo magullado de Eduardo.

—Está sedado, tenía bastante alcohol en sangre, fue lo que provocó el accidente, se durmió al volante –comentó la enfermera— estaré en el cubículo de enfermeras, mi nombre es Beatriz –terminó de presentarse.

—Muchas gracias.

Verlo allí, tan desprovisto de su característica arrogancia y altivez, era sólo el inicio del fin.

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