8. EN BUSCA
Ron había decidido buscar novia. Se lo había propuesto con más firmeza que antes. Aunque el pelirrojo no era feo, le costaba acercarse demás a las personas, así como no le costaba para nada hablar con Harry y Hermione. De hecho, en el pasado ni siquiera le había costado acercarse a las personas. En su memoria recordaba haber sido amigo incluso de Malfoy, cuando eran muy pequeños y no entendían lo que era diferenciarse por la clase de magos que existían. Malfoy no había sido considerado un ricachón desagradable para Ron, ni a Draco le había parecido un mago pobretón e inútil Ron. Pero con el paso de los años, la distancia entre ellos se había convertido un abismo e incluso habían llegado a insultarse entre ellos como si se tratase de una pelea continua por ver quién es mejor. A Ron no le gustaba recordar a aquel Draco. Para él era considerado como un engaño, el cambio en el rubio.
Harry miró a Ron una vez más mientras observaba como el pelirrojo luchaba porque los ojos no se le cayesen a pedazos.
—Ron, se te va a caer la cabeza sobre el libro —le susurró Harry.
Ron lo miró de reojo. Esa noche había dormido en una biblioteca junto a Draco. Incluso él mismo se preguntaba como era posible que su cabeza no se cayera con el dolor de cervicales que traía a clases. Su mirada se dirigió al otro lado de la clase. Draco no lo miraba siquiera, estaba inmerso en el libro de pociones. No entendía como el rubio podía parecer tan despierto a diferencia de él, le resultaba casi increíble verlo así.
—Oye Harry, ¿te gusta alguien? —preguntó Ron de repente.
Harry sonrió después de sorprenderse.
—¿A qué viene esa pregunta?, ¿acaso te gusta alguien? —insinuó Harry.
El pelinegro revisó a toda la clase en busca de alguien que pudiera haber cautivado a su amigo. Pero Ron hacía rato que había dejado de mirar al rubio, cuando al final se había sentido estúpido por hacer eso.
—No lo sé Harry, me gustaría encontrar a alguien que me gustase —dijo el pelirrojo.
Aunque no habló demasiado alto, se llevó una mirada furtiva de Snape. Ron suspiró al pensar en lo agobiante que podía llegar a ser el no sentir nada por nadie. Recordaba que siendo un niño le había gustado una niña de cabello rubio con ojos verdes como esmeraldas. La había visto en pocas ocasiones por el callejón Diagon cuando de vez en cuando acompañaba a su madre junto a sus hermanos. Solo habían llegado a hablar un par de veces, pero le había parecido demasiado bella al regalarle un caramelo tan solo porque a ella le había parecido del mismo color rojo que el pelo de Ron. Alguna vez se la había recordado después de ese enamoramiento a primera vista, y se había llegado a preguntar donde podría estar si no estaba ya en Hogwarts.
Cuando las clases interminables acabaron de una vez por todas. Ron caminó derecho a la habitación, se sentía tan cansado como si un grupo de dementores le hubiese pasado por encima. Por casualidad, mirando por las ventanas en dirección al patio, donde los últimos rayos de sol se desperdigaban, divisó algo que lo cautivó.
Una chica de pelo rubio como el oro leía un libro tumbada sobre el césped. Nunca le había parecido ver un pelo tan brillante bajo la luz del sol como aquel. Bajó las escaleras rápidamente y llegó hasta el lugar.
Se detuvo a contemplarla por unos minutos. Tenía los ojos color ámbar y el uniforme de Hufflepuff. Por un segundo le había parecido que su sonrisa era del mismo color que debía ser el alma. La chica levantó la vista cuando noto la presencia de Ron en la distancia.
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