
11. DULCE VENENO
Ron se había imaginado el amor dulce. Claro estaba que Draco para él era el antónimo de su imaginación. Sus ojos grises lo miraban muy serio mientras lo besaba. Por un segundo había creído que estaba enfadado con él de no ser porque Draco Malfoy siempre parecía estar enfadado. Se apartó de él para conseguir respirar.
—Te dije que no sabías besar —espetó Draco con una sonrisa aireada.
Ron lo miró con odio y se dio la vuelta para marcharse de allí. Había encontrado un ángel, y no iba a dejar que Draco se metiese en sus asuntos o lo molestase más allá de unas burlas. Aquella forma tan extraña de desearlo era una fuente de veneno, de eso estaba seguro.
Draco agarró su muñeca. No supo bien por qué lo hizo, de hecho, se maldijo así mismo después de hacerlo. Ron se dio la vuelta para mirarlo y no encontró nada más allá en la mirada de Draco, además de sorpresa. El mismo Malfoy se había extrañado por perseguir al pelirrojo. No entendía por qué lo había hecho, sabiendo que un Malfoy jamás perseguiría a nadie. Ron, aunque no lo puso en palabras, quiso, muy en el fondo de él, que Draco le dijese algo más suave que las palabras que solía regalarle. Había esperado un, no te vayas, no me dejes solo, quiero besarte con delicadeza. Pero Draco se mantuvo callado por unos segundos hasta que Ron se soltó del agarre, cansado de esperar.
—No quiero que dejemos de vernos —susurro Draco cuando Ron volvió a darse la vuelta para marcharse de aquel lugar.
Ron olvidó lo brillante que le había parecido el pelo de Amber, o lo suave que su sonrisa le había hecho sentir al verla. Sintió una especie de sensaciones en el estómago a las que no supo ponerle nombre, porque se sintió tan distinto a lo habitual que por un momento pensó que había enfermado. Tragó fuerte y volvió a girar sobre sus talones para mirar al rubio, que había clavado su mirada en él con la sensación de que esta vez debería haber mantenido el pico cerrado y dejar que las cosas sucediesen como deberían.
—¿Por qué no? —preguntó Ron muy interesado en la respuesta.
Pero Draco ya había gastado la poca palabrería que pudiera quedarle y agarró a Ron de la cintura para pegarlo de nuevo a él. Empezó a besarlo, como antes, sobre los labios rojos después de tantos besos. Ron no se resistió, se dejó llevar por los besos del rubio. Draco empezó a acariciar su espalda baja, levantando de vez en cuando la camisa que llevaba y rozando la piel de esa zona, dibujando en ella círculos. Ron dejaba escapar suspiros, se estaba sintiendo bien y a la vez estaba diciéndose a sí mismo que qué demonios estaba haciendo. Cuando los besos se volvieron insoportables y se dieron cuenta de lo pegados que estaban, solo entonces, notaron los dos bultos que se habían formado y como al pegarse se notaban el uno al otro.
Draco se había dado cuenta de que muchas partes de Ron parecían tan sutiles como la de una mujer, como la cintura estrecha y delgada, o la piel suave, o quizás el brillo en sus ojos. Pero también era consciente de que cosas no se parecían a la de una mujer, y estaba seguro de que nunca haría con Ron más que besos. En cambio, Ron nunca se había planteado como posibilidad el tocar a Draco más allá de su pelo o cuello y mucho menos había llegado a la conclusión de que era imposible para él. Así que Ron no se separó, aunque sintió ese roce entre sus partes, de hecho, trató de acercarse más, de sentirlo aún más cerca si eso era posible. Fue Draco, entonces, el que se separó de Ron y se marchó de allí sin decir ni una sola palabra más, dejando a Ron más confundido que antes, si eso era posible.
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