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🎸Capítulo Treinta y Uno


Ceilings - Lizzy McAlpine

DESTINY

Apreté los puños sobre mis muslos.

Era consiente del fuerte palpitar de mi corazón en los oídos y entre las piernas. Su loción impregnada en el carro estaba siendo como un afrodisíaco para mí. Giré la manija para bajar la ventanilla y tomar una bocada de aire fresco.

No dejaba de reproducirse en mi cabeza todo lo que sucedió desde que salí de casa. La forma en la que me trató, jamás en mi vida me sentí tan deseada. Y no solo fue eso, en verdad se preocupaba de mí, le importaba. Era como si su mundo empezara y termira conmigo. Me mareé por el remolino de emociones que me provocaba.

Siempre había creído que todos merecían a alguien que fuese así.

¿También aplicaba para mí?

—Creo que tendremos un problema.

Me volví de inmediato hacia él. Noté cómo su mano izquierda ejercía más fuerza sobre el volante, logrando que se marcarán sus nudillos hasta ponerlos en blanco.

—¿Por qué? —pregunté alarmada—. ¿Qué sucede?

—Me estás distrayendo.

—¿Yo? Ni siquiera estoy hablando.

—Es ese maldito vestido... —murmuró, y en su voz se escuchaba la genuina tortura que le provocaba. Me apreció con intensidad de abajo hacia arriba por una milésima de segundos, y después tragó grueso—. Terminaré chocando.

Abrí la boca indignada.

—¡Tú lo compraste! —le recordé.

—¿Así que yo tengo la culpa de que te veas perfecta?

Y ahí estaba de nuevo, el aleteo en mi estómago.

—No soy perfecta.

—Pues debes saber que todo lo que te desagrada de ti es lo que hace que me gustes más.

Desvíe la mirada hacia la ventana, con las mejillas calientes y apretando los puños con más fuerza que antes. No entendía cómo, pero hacía que todo se sintiese más intenso, siempre diciendo ese tipo de  cosas que lograban afectar a mi corazón.

Me era difícil comprender que sin importar cuántos meses haya pasado impidiéndome volver a crear algún tipo de vínculo con alguien, él apareciera en mi vida y tuviese el poder de lograrme hacer cambiar de opinión. En ese momento fui consiente de que después de nuestra sesión de besos era inútil tratar de frenar lo que sentíamos.

Me desinflé sobre el asiento cuando el carro se detuvo frente a la casa de sus tíos. No quería ir a mi habitación para torturarme con el pensamiento de su boca sobre la mía.

Se quitó el cinturón de seguridad para deslizarse en el asiento y acortar la distancia que nos separaba. Me aferré al mío, buscando estabilizarme y supliqué internamente que las piernas me dejaran de temblar. Un chillido peleaba por escaparse de mi garganta al observarlo inclinarse sobre mí como una sombra. A pesar de que sus movimientos eran sigilosos podían cortar el aire como un cuchillo. El corazón me martillaba tan fuerte contra el pecho que estaba segura de que era capaz de escucharlo.

—Han sido los treinta minutos más largos de mi vida... —confesó, y su aliento dulce acarició mis labios. Una corriente fluía entre nosotros, provacando que la piel se me erizara—. Siento que debo volver a besarte para no caer en la locura.

Reprimí una sonrisa.

—Sabes cómo hacer que una chica se sienta especial. —Elevó una de sus manos hacia mi mejilla y ladeé la cabeza para darle un mejor acceso a mi cuello.

—No necesito hacer nada, tú ya eres especial —murmuró contra mi piel. Sus labios torturándome, dejando un rastro de besos que iban desde mi hombro hasta mi barbilla.

Me sujeté con más fuerza al cinturón de seguridad, porque el deseo me estaba nublando la vista y cortando la respiración. Aunque pareciera imposible se acercó todavía un poca más, ocasionando que mi espalda se encontrara con la puerta y un jadeo escapara de mis labios, que fue silenciado por los suyos. Me derretí en ese mismo instante y dejé que su lengua se encontrara con la mía, dedicándose a explorar cada centímetro y a burlarse con sus movimientos circulares. Las alarmas en mi cabeza gritaban que me detuviese, pero en ese instante no podían importarme menos las consecuencias.

Detuvo el beso y yo abrí los ojos perezosamente.

Retiró su mano de mi mejilla antes de deslizarse hacia atrás para alejarse. Me sentí vacía sin su tacto y presa del pánico el corazón se me aceleró.

—Tengo que preguntarte algo... —Hizo una pausa para respirar hondo y organizar sus pensamientos—. Necesito que seas tú la que decida.

No vacilé en responderle.

—Te esucho.

Él dudo durante un segundo, desviando la atención hacia otro lado y frunciendo un poco el ceño.

—¿Dulce o travesura? —soltó de repente.

—Me gustaría saber qué implica la primera.

—Llevarte a casa.

—¿Y la segunda? —inquirí curiosa.

—Follarte.

Contuve el aliento a la espera de que decidiera agregar algo más. No me asuste, a pesar de ser el primer chico que me hablaba de ese modo. Fue todo lo contrario, mi piel estaba en llamas y algo me decía que solo él podía apagarlas. Mi pecho subía y bajaba con movimientos bruscos, peleando por lograr respirar con normalidad.

Garret era el único con el que había estado en todos los sentidos, pero si tuviese que admitirlo, nuestra relación nunca debió cruzar los límites de la amistad. ¿Estaba dispuesta a arriesgarme con Mitchel de la misma forma? Situó una de sus manos en mi muslo, buscando sacarme del trance en el que estaba y ofreciéndome esa seguridad que necesitaba.

Atrapé mi labio inferior por un instante. Las polillas aleteaban en mi estómago y en mi vientre.

—Travesura —le respondí en voz baja.

Él inspiró profundamente y soltó una maldición.

—Antes de que entremos tiene que saber un detalle muy importante —informó al tiempo en que una de sus manos presionaba el botón del cinturón de seguridad para liberarme—. Mis tíos no estarán en casa todo el fin de semana.

Lo observé expectante.

—¿Y qué pasa con eso? 

—Signifca que estás jodida, pulga —añadió divertido—. No te dejaré salir de mi habitación.

El pulso se me aceleró cuando su mano abrió la puerta del piloto y tiró de mí para bajarnos. Ninguno de los dos se detuvo para mirar a nuestro alrededor. Mitchel se encargó de sacar la llave con la mano que tenía libre y abrir la puerta, sin soltarme con la otra.

Fuimos adsorvidos por la oscuridad de la casa y me aferré a su agarre para no caer. Ni siquiera se tomó la molestia de encender las luces y algo me decía que no era la primera vez que caminaba de ese modo. Se detuvo al inicio de las escaleras y entré en pánico cuando soltó mi mano.

Un grito escapó de mis labios al darme cuenta de que mis pies dejaron de tocar el suelo y mi estómago quedó sobre su hombro. Abrí los ojos con horror y sentí la sangre acumularse en mi cabeza. Todo mi rostro estaba caliente. Mis manos formándose en puños para dejar una serie de golpes en su espalda baja.

—¡¿Te volviste loco?! —le grité asustada.

Su respuesta fue dejar una mano sobre mi trasero, ocasionando que me tensara y una sacudida dejó su cuerpo.

¿Se estaba burlando de mí?

—He descubierto otra forma de callarte, pero debo confesar que me gusta más la primera.

Pataleé desesperada.

—¡Ya bájame! —exigí con voz chillona.

—No te dejaré caer, y en el fondo lo sabes —murmuró sin dejar de caminar—. No sé porqué estás gritando, aunque no me desagrada del todo.

—Desde que te conocí supe que eras un pervertido.

—¿Y te molesta? —preguntó, deteniéndose frente a la que supuse era la puerta de su habitación.

—Sí.

—Eres una mentirosa.

Solté un bufido.

Detestaba que me conociera hasta el punto de saber cuando no decía la verdad. Era un imbecil en todas las letras de la palabra y me desesperaba. Claro que no dejaría pasar la oportunidad de restregarme contra su cuerpo al dejarme sobre suelo. Sabía cómo jugar sus cartas y tenerme en la palma de su mano.

Mis piernas se sentían débiles por todas las emociones que me abrumaban y retrocedí con la intención de controlarme. Se mostró poco afectado con el hecho de tenerme en su cuarto, hasta se quitó la capa de su disfraz con toda la calma del mundo y la dejó sobre un mueble. Tragué grueso al ver cómo se arremangaba las mangas de su camisa, exponiendo los tatuajes de sus brazos y las venas marcadas. Nunca pensé que mi debilidad fuesen los chicos tatuados y que usarán joyería de plata.

Frunció el ceño.

—¿Estás nerviosa?

—No.

—¿Planeas mentir durante toda la noche?

Elevé un hombro sin vergüenza.

—Un poco.

—¿Te sentirías mejor si pongo música?

—Sí.

Lust For Life
–Lana Del Rey, The Weeknd

Negó con su cabeza divertido por la situación, antes de sacar el celular de uno de los bolsillos traseros de sus jeans y caminar hasta el otro extremo de la habitación. Se encargó de encender una bocina que tenía en su escritorio y conectarse por medio de Bluetooth. Los músculos de mi cuerpo se relajaron en el instante en que la música emergió y llenó la estancia. Se volvió hacía mí, una aura dominante desprendiéndose de él y con un dedo me indicó que me acercara. La luz de la luna colándose por la ventana y reflejándose en sus facciones.

Inspiré hondo antes de comenzar a deslizar el vestido por mi cuerpo sin dejar de avanzar. Las voces en mi cabeza recitaban cada una de mis inseguridades, pero fueron calladas en el instante en que las rodillas de Mitchel tocaron el suelo. El vestido cayó al suelo formando un charco oscuro alrededor de mis pies, dejando expuesto un strapless de encaje que sostenía mis pechos y acompañado de unas finas bragas color negro. Un escalofrío me recorrió ante la falta de ropa y el calor que esta generaba.

Se humedeció los labios mientras sus ojos recorrían cada parte de mí. Nadie me había visto con la adoración con la que él siempre lo hacía. Con toda la calma del mundo se encargó de desamarrar mis agujetas, retirando los converse de mis pies y tirar de mis calcetines hasta que cayeron al suelo. Después elevó su mano izquierda, sosteniéndome de la parte trasera de mi pierna y acercando sus labios a mi muslo para plantar un delicado beso. Mi piel se erizo ante el contacto y tiré de mi cabeza hacia atrás.

—No puedo creer que en verdad te arrodillarás... —Llevé una mano hacia sus hebras de cabello para acariciarlas con lentitud y dejé escapar un siseo cuando lo sentí aproximarse a mi zona íntima.

Bajé la cabeza para observarlo.

—Llevo toda la noche queriendo hacerlo —admitió sin vergüenza alguna.

—¿Solo eso?

Una sonrisa maliciosa curvó sus labios.

—No.

Mitchel se levantó.

Sus dedos viajando hasta los botones de su camisa para comenzar a desabrocharla. No me iba a poner a detallar cada parte de su cuerpo, porque ningúna de mis palabras le haría justicia. Solo podía decir que me sentía privilegiada de poder admirarlo. Una vez que sus jeans terminaron en el suelo ambos quedamos en ropa interior.

Me estremecí cuando una de sus manos se posicionó en mi cintura y la otra en mi mejilla para atraerme hacia él. Nuestros labios encontrándose y sintiendo que podía volver a respirar. Me puse de puntillas, dejando caer las manos sobre sus hombros y logrando profundizar el beso. Él me agarró del trasero para levantarme y yo envolví mis piernas a su alrededor. Apoyó mi espalda con suavidad sobre la cama sin apartarse de mi boca, y sorprendiéndome por la forma hambrienta con la que me devoraba. Hasta que un gemido dejó mis labios y él se apartó jadeante para mirarme.

—Enséñame.

—¿Mhmm? —logré emitir.

—Enséñame cómo te das placer, quiero saber cómo te gusta.

Mi corazón dio un vuelco.

Sin embargo, mis manos no dudaron en abandonar sus hombros para deshacerme de las bragas y empujarlas con los pies. Le extendí dos dedos temblorosos y observé hipnotizada cómo se perdían en su boca. Tenía las pupilas tan dilatadas que su mirada se había tornado oscura y fácilmente podría perderme en ella. A pesar de que mis dedos eran los que estaban siendo succionados, la humedad podía sentirla entre mis piernas.

Tragué grueso sin despegar mis ojos de los suyos.

Él se hincó frente a mí para tener un lugar en primera fila y no pude evitar sentirme expuesta.

—Eres la chica más preciosa que he visto —dijo con voz dulce y su mirada lujuriosa sobre mí.

Mis dedos comenzaron deslizandose de arriba hacia abajo, repitiendo el proceso con lentitud y logrando expandir la humedad por mis pliegues. Cerré mis ojos para concentrarme en respirar su aroma que estaba impregnado en la habitación. Froté mis dedos en círculos sobre mi clitoris y un suave gemido dejó mis labios. No era la primera vez que me tocaba, pero si la primera que lo hacía frente a un chico.

Mi corazón golpeaba con rapidez.

El hecho de saber que estaba contemplándome provacaba que mis movimientos fuesen torpes. Introdujé un dedo con calma que fue absorbido por un calor húmedo. Lo metí y saqué, repitiéndolo unas cuantas veces antes de llevarlos nuevamente hacia mi clitoris y apreté los muslos contra mi mano, sin dejar de mover los dedos. Un balanceo de caderas los acompañaba, primero de atrás hacia adelante y luego en círculos lentos. Mitchel pareció haber tenido suficiente, porque separó mis piernas y retiró mi mano con delicadeza. El aire quedándose atascado en mi garganta al ver sus intenciones y el pecho ardiéndome por la intensidad con la que peleaba por respirar con normalidad.

Me sostuve sobre mis codos para mirar cómo ubicaba su rostro entre mis piernas. Solté el aire retenido por mi boca en el momento en que su lengua se deslizó en una caricia de abajo hacia arriba. Me dejé caer sobre el cama y mi cabeza tocó la almohada. Solo había bastado eso para darle el control por completo de mi cuerpo. Él se dedicó a burlarse, frotándola en círculos y besándome con calma. Levanté mis caderas incitándolo a que aumentara el ritmo, ocasionando que se detuviese y levantara la cabeza para mirarme a los ojos.

—Por favor... —susurré inquieta.

Una sonrisa engreída tiró de sus labios.

—Te ves caliente suplicando.

—¿Piensas quedarte observándome con cara de idiota toda la noche? —le cuestioné, enarcando una ceja y sin una pizca de gracia en mi voz.

—¿Debería?

Me torturaba adrede.

Extendí una de mis manos para agarrar su cabeza y estampar su rostro nuevamente en mí.

—Mejor deberías guardar silencio... —dije soltando una exhalación.

Gemí en el instante en que uno de sus dedos invadió mi interior, dejándome llevar por la sensación abrasadora y balanceando mis caderas al ritmo que marcaba. Maldije internamente cuando añadió un segundo dedo, ambos curvándose ligeramente a la hora de penetrarme y el tercero apareció para hacer una ligera presión sobre mi clitoris y moverse en círculos.

Noté el sudor que cubría mi frente del cual antes no había sido consiente. Mis piernas comenzaron a sacudirse en pequeños temblores cuando logré alcanzar el orgasmo. Él aferró su agarré en mis muslos, continuando su asalto y buscando darme un segundo. Me sentía tan sensible que no tardo en obtenerlo y el corazón parecía que se me saldría del pecho. Permanecí en silencio durante unos minutos y esperé a que mi respiración volviese a la normalidad.

Mitchel fue el primero en romper el silencio.

—Eres deliciosa.

Abrí los ojos con pereza para observarlo.

—Mitch... —logré formular.

—¿Y si te pruebas en mi boca? Puede que a ti también te guste —sugirió con una sonrisa.

Desvíe la mirada con vergüenza.

Jamás me habían dicho tal cosa, pero no me desagradaba. De hecho, era todo lo contrario.

—Solo admite que estás utilizando esto de excusa para besarme —dije simplemente.

Inclinó su cuerpo sobre mí, ubicándose entre mis piernas y sentí su dura erección.

—De hecho, estoy siendo amable al darte unos minutos para que te recuperes, porque lo único en lo que puedo pensar es en estar dentro de ti.

Sus palabras se graban en mi piel y esta arde.

—Siempre estoy deseando besarte y, de ahora en adelante, lo haré cada que me lo permitas —añadió cerca de mi boca, y tomándome de la barbilla con su dedo pulgar e índice. Apretó sus labios contra los míos para besarme con extrema adoración, eran movimientos pausados que me estaban robando el aire y acelerando el corazón. Retiró su agarré de mi rostro para bajarla hasta mi sostén, y añadió con impaciencia—: Necesitamos deshacernos de esto.

Me erguí un poco, llevando las manos a mi espalda y desabrocharlo bajo su atenta mirada. Él se quedó inmóvil cuando mis pechos quedaron expuestos.

Inspiró con brusquedad.

—Son pequeños —admití con vergüenza.

—Eres perfecta.

Bajó la cabeza hasta ellos, capturando uno de mis pezones con su boca y provocando que mi piel entera se erizara cuando su lengua lo rodeó y comenzó a besarlo. Solté un jadeo al tiempo que cerraba mis ojos y mordía mi labio inferior. Un vacío me invadió al notar la ausencia de sus caricias y estaba apunto de reclamarle, pero se había alejado para darle atención a mi otro pezón.

La sensación de tener su boca succionando mis pechos me estaba desbordando. Abrí los ojos cuando se alejó y lo miré cautivada, su boca entreabierta, sus labios hinchados y brillosos. Mi corazón dolía de lo atractivo e irresistible que lucía de aquella manera. Acerqué mi boca a su mejilla y planté un beso con ternura.

—Espérame —susurró.

Lo observé atenta cómo sacaba un condón de la gaveta y se deshacía de su bóxer. Se llevó el envoltorio a la boca y con sus dientes tiró de él, logrando romperlo. El anillo de látex rodeando su longitud y deslizándose con cuidado. Contuve el aliento hasta que regresó a la cama y se ubicó entre mis piernas. Se inclinó para besarme con intensidad y me tragué el gemido que brotó de sus labios. Tenía los antebrazos apoyados a los extremos de mi cuerpo para sostenerse y mis manos los acariciaron hasta llegar a sus hombros anchos. Sentí como se estremecía y me alejé de su boca para respirar.

Mitchel envolvió su miembro con una mano y lo frotó con lentitud sobre mis pliegues, de abajo hacia arriba, provocando que se me enroscaran los dedos de los pies y soltara un jadeo. Mis ojos no se apartaron de los suyos, y le transmití la seguridad que necesitaba para continuar. Lo dirigió hasta mi entrada y empujó con suavidad, abriéndose paso cada vez más, hasta que se hundió al fondo. Un suspiro de placer dejó mis labios y cerré mis ojos con fuerza, cuando empezó a entrar y salir poco a poco. Levanté mis caderas para enroscar las piernas a su alrededor.

—No —ordenó con voz ronca.

Abrí mis ojos sin entender.

—¿Por qué?

No me respondió. En cambio, su mano se deslizó debajo de mi muslo derecho y arrojó mi pie sobre su hombro. En esa posición lograba que se sintiese más profundo y contemple su expresión de placer. Una de sus manos situándose en mi cintura para mantenerme quieta y la otra rodeando mi cuello, haciendo una ligera presión y su boca encontrándose con la mía. No pude evitar gemir entre cada beso y él se encargó de recibir cada uno con ímpetu. Su lengua acariciandome y empujando dentro de mi boca al mismo ritmo que sus caderas.

—Mierda... —gruñó antes de erguirse.

Entre cada embestida se dedicó a besar, lamer y morder el interior de mi pierna. Mi cuerpo se estaba incendiando y con ese ritmo el corazón iba explotarme. No iba soportarlo por más tiempo y, cuando giré mi rostro hacia la derecha, encontré un espejo. El reflejo de nuestros cuerpos desnudos y en la posición en la que estábamos me dejó sin aire. Era demasiado erotico y atrevido, hasta podría decirse que hipnotizante. No sabía que podía ser capaz de crear algo así, meses en los que olvide que merecía ser querida de esa forma.

Al darse cuenta soltó una risa ronca que se instaló en mi estómago.

—Y se supone que yo soy el pervertido.

Me tomó desprevenida al subir mi otro pie a su hombro antes de que pudiese añadir un comentario ingenioso. Él comenzó a arremeter con más fuerza, podía notar la posesión en sus movimientos y un coro de gemidos por parte de ambos llenando la habitación.

Cuando mi mano viajó hasta mi clitoris y la froté en círculos, sin dejar de vernos en el espejo. No pude detener el orgasmo que estremeció mi cuerpo entero y canturreé su nombre sin parar. Todos mis sentidos siendo opacados por una neblina de placer y mi piel cubierta por una capa de sudor.

Mitchel siguió envistiéndome, persiguiendo su propio placer y solo fui capaz de escuchar su respiración descontrolada. Hasta que sentí su cuerpo tensarse y me derretí al presenciar su expresión de satisfacción. 

Él se dejó caer sobre mí, enterrando el rostro en mi cuello y su aliento acariciando mi piel. Nuestros corazones latiendo con rapidez.

Mi pecho vibró al soltar una pequeña risa.

—Si elegir travesura hará que todas las noches de Halloween acaben de esta forma... —murmuré divertida—. No quiero volver a saber nada de dulces en mi vida.

—No me ilusiones —advirtió en voz baja.

—Estoy muerta —confesé—. No podré moverme en unos tres días.

Mitchel se enderezó para mirarme.

—Creí haberte dicho que no te dejaría salir de mi habitación, ¿acaso pensaste que era una broma? —respondió mientras acercaba sus labios a mi frente y antes de presionarlos, añadió—. La noche apenas comienza.

Adjunto meme del capítulo:

Créditos del meme: @LaiOliher

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