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🎸Capítulo Treinta y Tres


My Mind & Me – Selena Gomez

DESTINY

El lunes a primera hora regresé a mi rutina diaria.

Aun cuando era inevitable que dejase de evocar cada instante del fin de semana, como si tuviese un proyector viejo adentro de mi cabeza y reprodujese una serie de imágenes sin sonido. En ellas se encontraban todas las palabras que no necesitaron ser emitidas en voz alta para ser entendidas. Las caricias infinitas que trazamos en nuestros cuerpos como si fuésemos un lienzo gigante en blanco.

Unas lágrimas de felicidad se acumularon en mis ojos al pensar en que fuimos una sinfonía concebida del dolor y el caos hasta crear algo hermoso. Sin pretenderlo mis dedos se posaron en mi boca, recordando cómo se sintió tener sus labios contra los míos. Mitchel se había encargado de grabarse en cada rincón de mi ser. No llevábamos tantas horas sin vernos y ya lo extrañaba.

Un suspiro dejó mis labios.

—¿Destiny?  —preguntó el Sr. Saltzman mientras agitaba su mano de arriba hacia abajo buscando llamar mi atención—. ¿Está todo en orden?

Sentí mis mejillas y orejas calentarse.

—Hoy me encuentro algo distraída —confesé avergonzada.

Me observó unos instastes con cierta gentileza en sus rasgos.

—No te preocupes, pero me gustaría que me platicaras cómo te has sentido con las pastillas estas semanas.

—Es una sensación extraña... —Lavanté un dedo para deslizarlo por el borde del escritorio de madera, con el entrecejo fruncido y sintiendo su mirada atenta sobre mí—. Como si hubiesen apagado las voces en mi cabeza.

—¿Cómo tomar un respiro?

Levanté mis ojos hacia él.

—La música hizo algo similar por mí durante estos meses.

—Sabes que no es lo mismo.

—Lo sé.

—Veo que hay algo más que te inquieta.

—No le gustará lo que estoy por decir —admití avergonzada—, pero el saber que las pastillas están haciendo que mis padres la pasen mal me hace cuestionarme si debería dejarlas.

A pesar de que me están haciendo bien.

—No se trata de que me guste, solo que es algo que no puedes simplemente dejar. —Se inclinó sobre el escritorio y entrelanzó los dedos de sus manos—.  Salir de una depresión es como aprender a nadar, el mar es la vida, los salvavidas tus antidepresivos y yo tu psicólogo, el instructor que te enseñará a nadar. ¿Te das cuenta de que es un trabajo en equipo? No podemos avanzar si uno de nuestros integrantes no asiste a la clase. Lamento escuchar que tus padres no lo hayan comprendido de esa forma y piensen que estás retrocediendo, cuando en realidad estás avanazando.

Me sentí tonta.

¿Hasta cuando iba a entender que no estaba mal ponerme en primer lugar después de haberme dedicado a olvidarme por tanto tiempo?

—En realidad... —emití una tosecilla continua con tal de aclararme la garganta y cubrí mi boca en un puño—. No le hablo a ninguno de los dos.

—¿Puedo saber la razón?

Sentí una repentina punzada de dolor en el pecho.

La mayor parte del tiempo solía fingir que no me importaba el hecho de que la relación con mis padres se haya arruinado, pero no era más que una simple fachada para cubrir el dolor que eso infligía en mí. Me consideraba una de las personas que entre más dolor sentía más me encerraba en mí misma. No bastaba con sentir amor por ellos para arreglar las cosas. La confianza era como un hilo, una vez que lo cortas, nada vuelve a ser igual. No importa cuánto te esfuerces, siempre habrá una parte de ti que dudará y sentirá esa inseguridad. Desconozco lo que pasará en el futuro, pero sí hay algo de lo que estoy realmente segura, nada será como antes. Es tiempo de que lo acepte, puede que sea mejor o peor, no lo sabré hasta que me dé la oportunidad de vivirlo.

—No lo dicen en voz alta, pero estoy segura de que no me creen.

—Aquí lo importante es lo que tú creas de ti misma.

Desvíe la mirada.

—Me cuesta amarme cuando estoy rota por dentro.

Él se quedó un instante en silencio, como si estuviese organizando en su cabeza lo que sea que fuese a decirme. No me quejaba, debía admitir que la mayoría de las veces lograba dejarme sorprendida y pensando durante horas. Tenía suerte de que fuese mi psicólogo.

—Ernest Hemingway dijo una vez: «Estamos todos rotos, así es como entra la luz». No hay excepciones, Destiny. Todos en algún punto de nuestra vida nos hemos caído y se han formado grietas en nosotros. —Lo observé recargar sus manos sobre el escritorio, tomando el impulso para erguirse y ponerse de pie. Se dirigió a uno de los muebles, quedando de espaldas a mí por una fracción de segundos. Cuando me enfrento tenía una pequeña y vieja taza entre sus manos—. Te contaré algo que puede ayudarte a verlo desde una perspectiva más positiva.

»¿Sabías que los Japoneses reparan los daños en los objetos rellenando sus grietas con oro? —preguntó con la mirada sobre ella, y luego añadió en un tono apacible—. Ellos creen que cuando un objeto ha sido dañado, tiene historia y eso lo hace más bello. —Noté el momento exacto en que su expresión cambió, y algo me decía que no me gustaría lo que diría a continuación—. A veces necesitamos regresar a ese momento en el que nuestra herida fue hecha para recordar qué sucedió realmente.

Fruncí el ceño.

—Yo sé lo que sucedió ese día —le aseguré con un tono mordaz.

Elevó una ceja.

—¿Estás segura?

—Oh, por supuesto. 

Me ofreció una sonrisa de boca cerrada.

—En nuestro anterior encuentro comentaste que el hecho de que los demás te culpen influye sobre la forma en la que te sientes. —No dejó de hablar mientras se acercaba con la intención de entregarme la taza, y regresar nuevamente a su lugar frente a mí—. Creo que no eres consiente de que eso puede estar alterando tu percepción de las cosas. 

—¿«Mi percepción»? —repetí confusa.

—Solo porque creas que algo es la realidad no lo hace real.

—Estoy en el limbo. 

—Pronto serás capaz de entenderlo.

—¿Cuándo? —pregunté ansiosa.

—El día que te permitas recordarlo.

Me desinflé como un globo.

—A veces ese día se escucha muy lejano —murmuré pensativa.

—¿Has vuelto a tener pesadillas?

Sacudí mi cabeza.

—No en estos días.

—¿Y en ellas no lo mirabas por completo?

—Son pequeños fragmentos —le expliqué frunciendo el ceño—, pero nunca continuos.

—Cada vez toma más fuerza mi teoría...

La voz del Sr.Saltzman se hizo cada vez más lejana mientras veía la taza que dejó en el centro de mis manos. Era de color beige con la silueta de dos ciervos en el medio de color anaranjadas y, a pesar de las grietas que tenía en su interior, no dejaba de ser preciosa. Deslicé uno de mis dedos por la superficie de una, permitiéndome sentir la textura áspera y esbocé una sonrisa nostálgica. Quizá debería empezar a dejar de pensar que mis grietas eran horribles y que no merecían ser vistas. ¿Qué sentido tenía seguirlas ocultando? Eran parte de mí, negarlas sería rechazar lo que soy. La dejé sobre el escritorio con mucho cuidado y elevé la mirada hacia él.

—¿Tiene un significado especial? —pregunté curiosa.

—Fue un regalo de una persona muy importante para mí.

—¿Y por qué unos ciervos?

—La cultura de los celtas dice que los ciervos son los conductores de los espíritus que se encargan de representar la fuerza de la luz ante las tinieblas.

Sonreí.

—Suena hermoso.

—Sí. 

Me pregunté qué persona podría habérsela dado, quien sea que fuese, sabía lo que representaba para él.

—Por cierto... —murmuró pensativo—, ¿te has dado la oportunidad de responder alguna de las tarjetas?

¡Las tarjetas!

Las había olvidado por completo. 

—Aún no.

—Deberías hacerlo —sugirió.

Un calor subió desde mi pecho hasta mis orejas.

—Es que tuve un fin de semana algo ocupado... —balbuceé jugando con mis manos y desviando la mirada.

—Vaciar lo que tenemos en nuestra cabeza nos da la oportunidad de llenarlo con nuevos pensamientos. —Escuché el timbre que avisaba el cambio de clases sonar a los lejos, y él añadió por último—: Pueden ser constructivos o destructivos, todo dependerá de ti.

Asentí con mi cabeza.

—Intentaré hacerlo esta semana.

Me detuve al salir de la oficina para deslizar los audífonos sobre mi cabeza y presioné el botón de play. En la mañana antes de salir de casa elegí el casete que Mitchel me obsequió como regalo de cumpleaños para escucharlo durante el día. Una sonrisa bobalicona se dibujó en mis labios mientras avanzaba por el pasillo hacia mi casillero. La verdad aún me costaba creer que él había hecho algo como eso para mí. Los aleteo causaron que sintiera un tipo de cosquilleo por todo mi estómago. Sin embargo, aquella emoción fue eclipsada al girar en el siguiente pasillo y encontrar todas las miradas sobre mí.

El corazón empezó a bombearme con rapidez y la respiración se me atascó en la garganta. Mi mano derecha se aferró con fuerza a una de las correas de la mochila. Bajé los ojos hacia lo que llevaba puesto, un overol color verde seco, una camiseta sin mangas blanca de algodón y mis converse negras. ¿Había algo mal en mi vestimenta? ¿Acaso se me olvidó peinarme antes de salir? ¿Por qué sentía que había retrocedido en el tiempo? Esa situación me recordó a cómo fueron mis primeros días al regresar después de lo sucedido. Intenté no parecer asustada manteniendo la cabeza en alto, aunque me temblaran las piernas y solo quisiera correr a encerrarme al baño.

¿Y si terminaba cómo la anterior vez?

El simple hecho de recordar cómo se estrelló mi cabeza contra el lavamanos hizo que un escalofrío me recorriera todo el cuerpo. Cuando pensé que las cosas no podía ser peor encontré a Jeremy recargado de costado sobre mi casillero. Tenía los brazos cruzados y un pie detrás del otro, formando una «A» mayúscula con sus piernas. Junté mi entrecejo al ver que una de sus manos sostenía una revista enrollada. ¿Qué demonios estaba sucediendo? Mis ojos fueron subiendo hasta llegar a su rostro y terminé encontrando un semblante que me erizó la piel.

Mierda.

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