🎸Capítulo Once
Things I Hate – Motel 7
DESTINY
Cuando entré a mi habitación no lo pensé dos veces en pasarle el pestillo y recargar mi espalda un momento. Me permití cerrar mis ojos mientras controlaba mi respiración. Era la primera vez que un chico entraría a mi habitación, ¿en qué estaba pensando? Fue un instante de vulnerabilidad en el que supe lo que se sentía no querer llegar a casa.
Mis padres nunca dejaron subir a Garret, siempre que venía nos quedábamos en la sala o en las escaleras del porche, si llegaban a enterarse me castigarían de por vida. Mis manos formaron puños y el corazón me latía como loco. Nunca pensé que él sintiese algo como eso, y ahí estaba la pregunta que rondaba mi cabeza: ¿cuál era la verdadera razón por la que vino a este lugar? No parecía él tipo de chico que visita a la familia con fines de vacacionar. Tal vez estaba juzgando antes de tiempo, y me sentí culpable por ello. ¿Acaso no era lo mismo que hacían conmigo? Juzgarme sin saber la otra parte de la historia, pero cierta parte del problema residía en que yo era mi mayor juzgadora.
Dejé caer mi mochila al suelo antes de empezar a deshacerme de la sudadera mojada que pesaba. Me acerqué al mueble para sacar ropa interior, una camiseta negra con estampado de la serie That' 70s Show y un pantalón de pijama a cuadros color azul marino. Entre al baño para cambiarme con rapidez antes de que llegase. Al terminar recogí la ropa mojada y la colgué en el tubo que sostenía mi cortina de baño. Salí con una toalla intentando secar mi cabello húmedo, y después me giré hacia la ventana cuando escuché un ruido.
Mitchel estaba en cuclillas con sus manos en el marco inferior de la ventana para levantarla. Me acerqué nerviosa y aventé la toalla hacia la cama mientras lo miraba entrar con su aura imponente. No sabía si de alguna forma el saber que estaba en mi habitación me hacía sentir más indefensa y pequeña de lo que normalmente era. Se pasó una mano por su cabello antes de exhalar con fuerza. Dejé de respirar cuando sus ojos viajaron a cada rincón de la habitación con lentitud. Su silencio me tenía inquieta y fue mucho peor al verlo empezar a caminar.
Me acerqué al velador para encender la lámpara de noche, porque lo único que alumbraba eran los postes de luz de la calle y la claridad de la luna filtrándose por la ventana. Mis manos se retorcían entre ellas, ¿por qué me importaba tanto lo que pensara? Tal vez era el hecho de que sintiese que estaba invadiendo un santuario. Mi cuarto era testigo de cómo era realmente. Mitchel se acercó para tocar los posters de Inahaler, Kakkmaddafakka, Wallows y The Neighbourhood.
Ladeé mi cabeza al dejar mi atención en Jesse Rutherford y encontré cierto parecido con Mitchel. No, no podía comparar a un Dios con un simple mortal. Sacudí mi cabeza en negación y volqué los ojos. Me concentré en que sus manos estaban tocando todo lo que parecía interesarle y comenzaba a perder la paciencia. No me gustaba que tocaran mis cosas y mucho menos sin mi permiso. Sus dedos se deslizaban por los lomos de mis libros mientras sus pies avanzaban. No me gustaba que se sintiera vacía, era por eso que estaba repleta de cosas, las paredes apenas y se miraban los espacios de la pintura gris. Me tiré sobre la alfombra gris esperando a que terminara. Una risa brotó de sus labios al percatarse de que mi armario estaba de par en par y se podía ver mi colección de converse. Tenía de muchos colores.
—¿Te cuente algo curioso? —preguntó.
—Dime.
Se dio media vuelta para verme.
—A mi me pasa lo mismo, pero con los gorros.
Elevé una ceja.
—¿Y por qué siempre usas el mismo? —indagué curiosa. En el fondo suplicaba que aunque sea lo lavara una vez a la semana, aunque tampoco es que me importara.
—Cada color significa algo para mí.
Me encogí de hombros.
—Yo solo busco que combinen con mi ropa.
—¿Por qué eso no me sorprende? —preguntó irónico.
—¿Eso qué significa? —pregunté ofendida—. ¿Sabes qué? Déjalo, mejor dime porqué te has aferrado al gris.
—Algún día te lo contaré.
Volqué los ojos.
—¿Qué te hace asumir que volveremos a hablar?
—Estoy en tu habitación —señaló—. Es un paso más en nuestra amistad.
Solté una risa.
—¿Te parece que eso es suficiente?
—Entre más rápido lo aceptes mejor.
A veces me preguntaba si con todas las personas era igual. Siguió con su inspección bajo mi atenta mirada para no perderlo de vista y que tocara algo que no debiese. La emoción que esto le causaba me hacía preguntarme cómo algo tan insignificante podía entretenerlo. Se detuvo frente al escritorio y se posicionó en cuclillas para jalar las cajas que había en medio. Su mano se adentró en una de ellas y fue cuando me senté para estar atenta. Nerviosa empecé a arrancarle tramos a la alfombra como si fuese pasto.
—¿Cómo puedes tener tantos casetes? —indagó concentrado.
—Me gustan.
—¿Tú los grabaste todos?
—La mayoría, y puedes diferenciarlos porque tienen cosas escritas con rotulador negro —expliqué.
Se quedó pensado con un casete en su mano antes de devolverlo a su lugar. ¿Qué era esta sensación? Antes de él apenas e intercambiaba unas cuantas palabras con las personas. ¿Por qué se sentía de alguna forma normal? Era como si estuviese acostumbrada a platicar con él. ¿Cómo había llegado a esta situación? Todas la aveces que me había hablado lo rechacé y alejé lo más que pude. ¿Acaso no fue suficiente? Se estaba acercando demasiado.
—¿No sería más fácil crear una playlist en Spotify? —preguntó sacándome de mi ensimismamiento. Sus ojos grises me paralizaron y mi mano quedó suspendida en el aire.
Cubrí mi boca en un puño y tosí para disimular.
—Esa es la cuestión, no me causaría el mismo placer y la verdad hace meses que no utilizo un celular.
Soltó suspiro de derrota exagerado.
—Eso es un problema.
—¿Qué cosa? —pregunté desconfiada.
—Arruina mis planes de pedir tu número —Me estaba observando sobre su hombro y en sus labios había una sonrisa burlona—. Tendré que buscar otra manera de comunicarnos.
Mi corazón se detuvo, ¿acaso le divertía fingir que flirteaba conmigo? Me estaba cansando que hiciera eso y, no porque fuese a creérmelo, es que no quería ser su nuevo juguete. ¿Por qué estaría genuinamente interesado en una chica normal y aburrida? De seguro todo el tiempo se rodeaba de modelos y actrices. Si creía que iba a caer se equivocaba.
—No hagas eso —pedí.
—¿Hacer qué?
—Fingir tener un interés en mí —expliqué.
—No estoy fingiendo nada.
Me lamí los labios nerviosa. Su expresión estaba tan seria y en sus ojos no encontré burla esta vez. ¿Siempre era así de directo? Estaba segura que disfrutaba hacerme sonrojar, y no quería que esto avanzará de ninguna manera.
—¿Y cómo te entretienes en este museo? —Mitchel se acercó para sentarse a mi lado con la espalda recargada en la orilla de la cama.
Me aclaré la garganta.
—Siempre estoy escuchando música —comenté.
—¿No hay nada más? —preguntó, y por el tono de voz que utilizó pude distinguir la decepción.
—La verdad es que cuando no me encuentro con los audífonos, me pongo a grabar canciones o hacer algunos rayones en hojas blancas. No los considero dibujos.
Mitchel dirigió al instante su mirada a la pared.
—¿Son tuyos?
Me encogí de hombros.
—No son la gran cosa —dije sinceramente.
—Son increíbles, te lo dice alguien que solo puede realizar bolitas y palitos. Volviendo al tema de antes, ¿cómo puedes quedarte aquí encerrada teniendo a veinte minutos Los Ángeles? Podrías estar viviendo todas las aventuras que desearás.
Hice una mueca al escuchar sus palabras.
—¿Y cuáles serían esas «aventuras» según tú?
Soltó un bufido.
—Podrías empezar por ir a la playa —sugirió.
—Odio la arena.
—Yo también —dijo haciendo una mueca—. ¿Qué tal irte de fiesta?
Me rasque la cabeza incómoda.
—No sé bailar —confesé.
—Joder —murmuró—. Que deprimente.
—¿Yo?
—No, es que yo tampoco sé bailar.
Se me escapó una risa y me cubrí la boca con una mano.
—¿Alguna otra cosa que me sugieras?
—Un parque de atracciones —respondió.
—La verdad es que le tengo miedo a la alturas.
Sus cejas se estrecharon.
—¿En serio? —indagó curioso—. ¿Desde cuándo?
Mi sonrisa se fue borrando.
—Hace poco, unos meses para ser exacta.
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