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🎸Capítulo Diez


Paralyzed – NF

Unas horas antes.

MITCHEL

Todo me daba vueltas como si se tratase de una maldita rueda de la fortuna. Me quedé pasmado al percatarme de que una extraña neblina comenzaba a brotar del suelo para llenar la estancia. Estiré una de mis manos para tocar la pared y, cuando intenté alejarme, mis pies fueron atraídos como imán al metal. Empecé a caminar por la pared con temor a caer en cualquier momento.

Mis rodillas se flexionaron un poco y mis manos estaban alerta por si tendrían que llegar a sostenerme. Mis ojos buscaron con desesperación a alguien, pero estaba solo, hasta ese punto mi respiración era un completo caos y mi corazón latía frenéticamente. De pronto, solté un grito que desgarró mis cuerdas vocales, empecé a caer al vacío y mis manos intentaban sostenerse de algo.

No entendía qué estaba pasándome, ¿qué carajo me había metido esta vez? Lo próximo qué pasó fue que se escuchó un golpe sordo cuando mi espalda colisionó contra el suelo. Abrí mis ojos con lentitud y sentí un sudor frío descansar en mi frente. El techo de mi habitación me dio la bienvenida y me quedé observando las aspas del ventilador por un momento.

La casa estaba en completo silencio y la oscuridad me rodeaba. No sabía qué día ni qué hora era. Acerqué una mano temblorosa a mi corazón para sentir cómo golpeaba contra mi pecho. ¿Desde cuándo las pesadillas se habían vuelto tan vividas? ¿Acaso buscaban confundirme hasta el punto de no saber cuál era mi verdadera realidad? Sentí las lágrimas escapar de mis ojos y perderse en mis mejillas.

Las cosas con mis tíos estaban muy tensas desde el último encuentro que tuve con Corinne. También me abstuve de responder las constantes llamadas de Susan y los chicos dejaron de enviar mensajes al darse cuenta de que no respondía. Me había desconectado por completo, ¿por qué no sentía alguna diferencia? No importaba cuánto llorase, el dolor no desaparecía, me estaba matando.

No recordaba mi última comida y tampoco si me había duchado. Me acosté de lado, cerrando mis ojos e inhalando con fuerza y exhalando despacio. Repetí el mismo procedimiento hasta que podía asegurar que me había calmado por completo. Odiaba el hecho de tener que despertar, aunque muy pocas veces lo hacía, podía estar varios días sin dormir, pero ¿qué pasaba si mis pesadillas eran igual de crueles que la realidad?

Erguí mi cuerpo despacio y, a pesar de ello, un mareo ocasionó que me quedara congelado por un momento. Era mi señal de que tenía que ingerir algún alimento, pero no tenía hambre. Levante el colchón de la cama y dejé mi cabeza recargada un instante mientras tenía una lucha interna. Mis ojos estaban puestos en las bolsitas transparentes, mi lengua se deslizó por mis labios lentamente, porque la tentación era demasiada.

No hacía falta decir lo poco que me importaba que Corinne se enojara si llegaba a enterarse. Estiré la mano para agarrar una, y luego dejar caer el colchón sin preocupación. Tomé las llaves que estaban en el velador e introduje una para sacar cierta cantidad de polvo blanco. Cerré los ojos mientras lo esnifaba y tiraba de mi cabeza hacia atrás. Después de un par de minutos obtuve la energía para tomar una larga ducha.

***

Llevaba más de una hora conduciendo sin rumbo fijo todo por no seguir viendo esas mismas cuatro paredes de color gris. Me estaba volviendo claustrofóbico, sentía que me faltaba la respiración y mis pulmones agradecían el aire fresco. Sin embargo, no todo era para siempre, comenzó a llover y subí la ventanilla.

Tuve hasta que activar el limpiaparabrisas, concentrarme más y reducir la velocidad con la que iba. Este lugar tenía una pandemia llamada aburrimiento y me estaba contagiando.

Recargue la cabeza en el puño de mi mano izquierda mientras que con la derecha sostenía el volante. Lo único que podía ver eran las luces color rojo de los autos que iba delante de mí. Desvíe la atención por un momento hacia la acera, en donde algunos peatonales caminaban de prisa para no mojarse y otros se resguardaban bajo sus paraguas.

Entre ellos había una persona diminuta que caminaba sin prisa y demostraba lo poco que le importaba estarse empapando. Tenía la gorra de su sudadera puesta y sostenía una patineta en su mano derecha. Estreché mis ojos para visualizarle mejor, ¿cuántas patinetas iguales existían en este lugar? ¿Qué probabilidad había de que fuese quien creía que era?

La estatura me hacía sospechar, pero su mochila color gris con una infinidad de parches cocidos me lo confirmó. Un impulso me hizo parquearme, tocar el claxon y cuando se volvió hacia mí la inventé a subir. Ella ignoró el gesto que realice con la cabeza y siguió caminando. ¿Qué problema tenía conmigo esa chica? Hasta la situación era irónica, todos me importaban una mierda y, la única por la que me interesaba un poco, me quería miles de kilómetros lejos de ella.

¿Desde cuándo me rendía tan fácilmente? Me quite el gorro y, tras lanzarlo al salpicadero, baje del carro. Si una parte de mí llegó a creer que sería fácil convencerla de subir me había equivocado gravemente. Cuando logré que por fin subiera, me quité la sudadera mojada y sentí su mirada recorrerme por completo. Desde que empecé en este mundo de la fama me acostumbré a que todos me viesen. Sin embargo, la forma en que ella lo hizo logró ponerme nervioso y tuve que cubrirlo con fingida confianza.

—No me la quitaré, pervertido —acusó.

Solté una risa ronca.

—Eres tú la que no puede apartar la mirada de mi cuerpo —Giré la llave para encender el carro sin borrar la media sonrisa que tenía en los labios. No podía negar que su minuciosa inspección me había puesto de buen humor —. Mejor ponte el cinturón.

Destiny volcó los ojos mientras lo hacía.

—¿Me puedes decir en qué momento pasaste a darme órdenes?

—¿Por qué? —indagué—. ¿Te gusta?

—Eres un imbécil.

—Ya lo habías dicho —comenté.

Su respuesta fue cruzar los brazos mientras refunfuñaba como una niña pequeña. Empezaba a sospechar que cada vez que lograba acercarme un poco recurría a las ofensas para alejarme. Divertido empecé a conducir para llevarla a casa. No pensé que mi día de mierda fuese a terminar de este modo. La observé por el rabillo del ojo abrir la mochila y sacar su walkman. Algo me decía que estaba asegurándose que la lluvia no lo hubiese dañado.

—¿Todo en orden con tu vejestorio? —indagué.

—¡Hey! Más respeto, este «vejestorio» como tú le llamas es mejor que un celular.

Enarqué una ceja.

—Si tú lo dices —murmuré.

Giré mi rostro por un instante al ver que se había quedado en silencio. Estaba observando el estéreo y acercó su mano para acariciarlo. Lo miraba embelesada, ¿cómo está cosa podía resultarle fascinante? Cada día me intrigaba más.

—No lo he utilizado —confesé.

—¿Por qué? —indagó—. Si tuviese una Toyota con un estéreo que pudiese reproducir casetes sería un sueño hecho realidad.

—Hace tiempo que no escucho música —murmuré sin despegar la vista del camino—. Por cierto, me he dado cuenta que estás atrapada en la época equivocada, puesto que te gustan solo cosas antiguas.

Ella se burló.

—¿Me estás diciendo que eres un cantante que no escucha música? Es la estupidez más grande que he oído y, por cierto, te equivocas en algo, si me gustan cosas de esta época.

Si fuese otra persona la hubiese mandado a la mierda por suponer cosas, y solo por el simple hecho de creer que todo debe ser como los demás piensan o hacen usualmente.

—¿Quién dijo que los cantantes deben escuchar música? —pregunté deteniendo el carro cuando la luz del semáforo se puso en rojo—. Simplemente pueden creerla y bastarles con eso.

—Es absurdo —respondió.

—¿Te parece?

—Claro que sí, ¿de dónde más vendría el deseo de poder crear música? La mayoría de los cantantes crecen admirando a alguien más y soñando con ser como él o ella algún día.

Me encogí de hombros.

—No todos.

Destiny se quedó callada y, al sentir su mirada inspeccionándome, no tuve de otra que removerme incómodo. El trayecto fue silencioso después de eso, pero estuve tranquilo. Me hubiese gustado decir lo mismo de ella, sin embargo, cada vez se le notó más nerviosa y no dejó de pasar mechones húmedos detrás de su oreja. Cuando detuve el carro frente a su casa me volví hacia ella y la observé en silencio.

Sus espesas pestañas acariciaban sus párpados inferiores y sus ojos intentaban concentrarse en otra cosa que no fuese yo. Su cabello era tan largo que por un momento me imagine acariciándolo y preguntándome qué olor tenía. ¿Cómo era posible que todos sus rasgos fuesen tan pequeños y delicados?

Sentía que si la tocaba se rompería, pero eso cambiaba cuando ella abría la boca y me demostraba que podía defenderse. Lo extraño de ello, que solo conmigo hablaba, al menos, que yo supiese. Me percaté de sus manos sujetando con fuerza la patineta hasta marcarse sus nudillos. Mi intención no era hacerla sentir incómoda, así que decidí hablar para aligerar un poco el ambiente.

—¿No me invitarás a pasar? —sugerí.

—¿Estás loco? —espetó—. ¿Qué crees que pensarán mis padres si meto a un chico mayor que yo a mi habitación?

Esa fue una cachetada de la realidad, recordándome que era menor y eso tuvo que haber sido suficiente para detenerme. Sin embargo, ignore esas alarmas en mi cabeza, no es que le estuviese insinuando nada malo. Recargué mi brazo en el respaldo del asiento y enarqué una de mis cejas mientras le daba una media sonrisa.

—Puedo encontrar otras formar de entrar.

Juntó su entrecejo.

—¿Qué otras formas? —abrió los ojos con horror al comprender mis palabras—. ¡Ni lo pienses!

—Solo entra —ordené—. Nos vemos en unos minutos.

—Pero... —intentó hablar.

Tenía que usar otra carta.

—No quiero regresar a casa.

Sus ojos se suavizaron al instante, y se mordió el labio inferior nerviosa mientras lo pensaba. No estaba mintiéndole del todo, en verdad lo menos que quería era volver a esa maldita habitación y estar completamente solo. Ella pareció rendirse, porque sus hombros cayeron en derrota, se quitó el cinturón de seguridad y comenzó a pasarse la mochila por uno de sus hombros. Intenté reprimir la sonrisa victoriosa que quería brotar de mis labios.

—Trata de que no te atrapen —musitó.

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