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Capítulo 20: Pruritos

Nota Importante: Los invito a leer mi nuevo escrito, es un relato corto: Alexitima. Espero que sea de su agrado (: Y bueno, ya. Pueden continuar leyendo.

Y ahí estaba, aquel individuo que había rechazado su dinero cuando ella sólo pretendía ser amable, y encima se burlaba de su persona, ¡Cómo sí no beber fuera una vergüenza! Suspiró intentando alejar aquellos pensamientos. 

– Héctor – dijo a lentamente. – ¿Qué haces aquí?

No era que no pudiera, era simplemente que, de todas las personas a las que pudo encontrarse, se topó con él precisamente, sin querer le sorprendió. 

– Bueno, es obvio ¿No? – Contestó mientras le alzaba la ceja izquierda.

Sintió un deje de envidia, ella siempre había querido hacer eso, pero en su lugar alzaba ambas cejas como si se sorprendiera, y por ende lo lograba el efecto burlón que deseaba...

– Me tienes en desventaja – continuó mordaz – tu sabes de mí, algo que yo no de ti. 

– Anna – mintió, en cuanto captó que se refería a su nombre. 

– Mientes – el chico dejó de verla con jocosidad y su rostro se tornó juicioso.

Parte de ella sabía que la descubriría, o al menos lo intuyó, no obstante tenía que probar. 

– Tenía que intentarlo – sonrió a modo de disculpa. 

– Tu nombre – solicitó Héctor con más firmeza en su voz.

– Rubí – volvió a mentir, tenía que hacerlo, ¿Cómo era posible que un completo extraño la descubriera? 

– Mentirosa – acusó Héctor mientras entrecerraba los ojos de forma un tanto peligrosa. 

– Renata – se rindió en ese momento, ya tendría tiempo para averiguar el porqué la descubría, el qué la delataba.

¡Siempre había mentido tan bien! 

– Eso está mejor – sonrió triunfante. – ¿Y qué haces tú aquí? 

– Busco a una amiga. – Respondió con honestidad, aunque estuvo tentada a no hacerlo, no era que sufriera mitomanía pero no podía creer que la hubiese atrapado en algo tan prosaico.

Un barman le colocó un vaso enfrente de forma arisca, recordó que había pedido agua, sin embargo el líquido que el vaso contenía, era amarillo, aquel color le provocó desconfianza. ¿Y si era orina?

– Esto no es agua – murmuró para sí.

– Lamentablemente aquí no encontrarás agua –Héctor susurró en su oreja. 

Ella se separó de inmediato, su voz le causó escalofríos, era muy sensible en aquella parte. 

– Ya veo – aceptó –. Bueno, iré a buscar a Kat – se despidió sin beber nada del vaso, no bebería nada de aquel sitio, ni aunque le pagaran.

Héctor no respondió, tan sólo le sonrió.

Avanzó entre la multitud abriéndose paso entre empujones y codazos, recibía y otorgaba en partes iguales así que dejó de disculparse por ello; en más de una ocasión le tocaron accidentalmente partes privadas, volvió la mirada un par de veces sólo para descubrir que el muchacho seguía viéndola, probablemente preguntándose si era una mitómana. Poco a poco se adentró en el gentío, sin embargo al estar en una parte baja no podía vislumbrar completamente a las personas, por lo tanto se dirigió a las escaleras, ascendió hasta la mitad y observó las muchas cabezas que estaban aglomeradas, ninguna parecía ser la de Kat, ¡Todas eran iguales! Apenas sí veía una parte de sus rostros, no podía diferenciarlos. 

Su amiga había dicho que deseaba probar cosas, pero en la barra no estaba, que era en donde servían cosas que seguramente provocaban "viajes"; en el centro de aquel lugar tampoco parecía estar, terminó de otear y ascendió el resto de escalones hasta llegar al piso superior, arriba la música parecía amortiguada, permitiendo el paso a otro tipo de ruidos. Varios pasillos y múltiples puertas, le dieron la bienvenida, avanzó a través de ellos, y aún cuando las puertas estaban cerradas, escuchó bastantes gemidos detrás de las mismas, seguramente Kat estaría dentro de alguna recámara, sólo rezaba por no encontrarla en una bochornosa situación. 

– ¡Kat! –Medio gritó– ¡Kat!

Ya había pensado en marcar a su celular, pero con el volumen de la música, era imposible que escuchara el timbre del móvil pues seguía siendo algo alta, así que ni siquiera se molestó en sacar su celular.

Recorrió los pasillos posando su oreja en cada una de las puertas durante unos segundos, descubriendo sin querer los extraños sonidos que el ser humano era capaz de emitir, pasó por casi todas, cuando se detuvo frente a una de las últimas, no escuchó ningún ruido, pensó que si no habían gemidos era porque probablemente estarían fumando o bebiendo algo, tenía la esperanza que fuera Kat, abrió sin tocar ya que la puerta no tenía seguro y avanzó unos cuantos pasos. 

La imagen lasciva que tuvo que presenciar, la dejó anonadada. 

Un chico, una chica, la una con una falda negra subida hasta su cadera y de arriba, totalmente desnuda, estaba recostada en el suelo y con las piernas rodeando la cintura del chico. Y el uno sin camisa y penetrándola; ninguno de ellos se percató de su presencia. 

Sintió como su cara se calentaba, ya había visto una escena similar...

Estaba a punto de irse cuando la chica volteó en su dirección, e inevitablemente la vio. Entonces comprendió porque no había escuchado ningún sonido, la subyugada tenía rojo el labio inferior, signo que demostraba que se lo había estado mordiendo. Deseó ser una mosca en ese momento para evitar el momento tan embarazoso.

– Maldita mirona –siseó con algo de dificultad. 

El otro chico volteó en su dirección.

– Yo no los interrumpo más –atinó a decir antes que el otro sujeto le dijera algo. 

Sin embargo no pudo retroceder gran cosa, pues la chica se deshizo del cuerpo del chico, y la alcanzó para impedirle la salida, la tomó del cabello, enterró sus dedos y los dobló, de tal forma que sí se movía, aunque fuera un poquito le dolería el cuero cabelludo. 

– Te gusta mirar, eh –el aliento de la chica le llegó al rostro, y no pudo evitar sentir náuseas, apestaba a alcohol.

– Fue un accidente –explicó. 

– ¿Y si dejas de mirar y sientes? –sonrió maquiavélicamente la chica.

Ella palideció. 

– Tengo que irme, no voy a interrumpirlos más. Así que suéltame –ordenó con voz imperiosa, no iba a amedrentarse.

¿Por qué Kat tenía que ir allí? 

– Pero si te gusta ladrar, ¿Verdad? perra – la pequeña mujer incrementó la fuerza de su agarre – pero que ropa tan chula traes, has de ser una perra de raza ¡Quítatela! 

Renata intentó deshacerse del agarre pero no hizo más que alentar a la chica a que lo hiciera con más fuerza. 

– ¡Kat! –grito con todas sus fuerzas, pero ni bien lo hizo recibió un bofetón de parte de la chica.

¡Qué tonta! Se sintió tan inútil, debía cargar consigo alguna de esas maquinitas que electrocutaban, hizo una nota mental de comprar el artefacto.

Su mejilla izquierda comenzó a escocer en el momento en que la chica la golpeó. 

¡Pero qué necesidad de recurrir a la violencia! 

Ella no sabía no cómo defenderse, su única esperanza había sido gritar.

– Belem déjala –por primera vez hablaba el sujeto. 

¡Vaya tipo! ¿Por qué no habló antes que le diera la bofetada?

– No me gusta que me interrumpan –se excusó la mujer.

<<Ninfómana>> calificó.

Al darle el bofetón la chica la había soltado, y eso, aunado a la interrupción del muchacho, le dio unos segundos a Renata para huir, salió como alma que llevaba el diablo, azotó la puerta tras de sí. Sintió el cuero cabelludo arder, pues la chica le había alcanzado a arrancar varios mechones de su cabello cuando intentó cogerla de nuevo.

¡Perfecto! La mejilla le dolía y la cabeza le ardía, ¿Qué faltaba? ¿Perder un diente?

Volvió a bajar las escaleras, por mera precaución; no quería que la tipa la encontrara arriba y que la volviera a jalonear. 

Estuvo cerca de cinco minutos observando a la muchedumbre, de Kat no había señales. Volvió a subir y de la supuesta Belem no había rastro alguno, suspiró aliviada; retomó su técnica de pegar la oreja a las puertas, hasta que alguien la interrumpió. 

– Pero que fea costumbre la de oír a hurtadillas –Héctor la reprendió.

– ¡¿Qué?! ¡Yo no estoy escuchando a hurtadillas! Además no es gran cosa.
Héctor alzó la ceja izquierda, dándole a entender que las circunstancias decían todo lo contrario. 

– ¿Qué es peor?

Había muchas cosas peores, Renata estaba segura de ello pero a su mente no llegó ninguna.

– Que te toquen accidentalmente. – Ejemplificó.

Héctor soltó una carcajada.

¡Qué pena!

– ¿Te tocaron accidentalmente? – El chico apenas si lograba contener la risa.

– Estoy segura que no todas fueron precisamente por “accidente” – perfiló unas comillas en el aire.

Estaba segura que un tomate se vería pálido al lado de su rostro.

El  chico de ojos cafés intentaba contener otra sonora risa.

– Qué más da –continuó– ¿Tienes alguna mejor idea? –Lo retó intentando desviar la atención de su desliz.

El joven abrió la boca para responder pero, al igual que él lo había hecho con ella, fue interrumpido. 

– ¡Renata! –Se trataba de su amiga.

La voz de Kat fue música para sus oídos. 

– ¿Dónde estabas? –Cuestionó algo molesta, aún cuando se alegraba de verla.

– Te mandé un texto diciéndote donde encontrarnos –respondió, al tiempo en que Eros y otra chica la alcanzaban. 

Renata sacó su móvil, y en efecto, un mensaje de texto sin abrir. 

– Pero ¿Qué le pasó a tu ropa? –Inquirió su amiga. 

Lo había olvidado, olvidó que parte de su muslo quedaba al descubierto, revelando consigo la fea cicatriz que tenía. Por suerte con las luces que había no se lograba apreciar con total nitidez.

– Se atoró en un alambre –explicó.

– Hubieras traído falda –murmuró Kat– ¡Vamos a bailar! –Besó de manera pasional a Eros tan pronto éste rodeó su cintura desde atrás. 

Renata asintió conforme, y todos comenzaron a bajar en fila india, la chica de ojos grises volvió el rostro en busca de Héctor, para invitarlo, pero no lo encontró. 

Se adentraron en la masa de gente hasta llegar al centro, Kat bailó con Eros, por tanto, a ella le correspondió fingir que bailaba con la otra chica. No era buena bailando.

A juzgar por los movimientos que Kat hacía y por la actitud tan desenfrenada que tenía, en su sangre era muy factible que corrieran alucinógenos, aquello la preocupó, y su preocupación no hizo más que aumentar cuando vio que su amiga subía a la barra, y se disponía a bailar. 

– Kat –le gritó desde abajo. – ¡Bájate! 

– Mejor sube, ¡Es el cielo! –Exclamó al tiempo que alzaba los brazos al ritmo de la música. 

Eros sin pedirle permiso la cargó y la subió.

Estando arriba, ella no se sentía en el cielo, muy por el contrario... Instintivamente retrocedió, pero para su mala suerte la barra terminó, y ella cayó de espaldas, dando en donde estaban los bármanes, aunque tuvo suerte, o al menos así lo consideró, pues como sólo uno de sus pies resbaló no había de forma muy ridícula.

Se sentó en el piso disimuladamente, no deseaba bailar y tampoco quería estar parada como tonta, observó como su amiga se movía, la forma en que su cadera se meneaba, en como agitaba los brazos pero sobretodo en la forma de sonreír, sus ojos brillaban delatando lo bien que se la estaba pasando, recordó que Kat siempre era feliz, siempre sonreía, una chica tan extrovertida ¿Cómo podía no serlo? A veces deseaba ser como ella, no idéntica a Kat, pero al menos dejar de ser tan ella.

– ¡Fuego! –Un grito histérico interrumpió sus pensamientos.

Ella volteó, y en efecto, había fuego, algo pequeño quizá, pero hermoso al mismo tiempo.

<<Perfecto>>.

Las llamas bailaron frente a ella aunque a distancia, y quedó embelesada, la manera en que consumían todo era fascinante, chisporroteaban cada vez que alcanzaban algo de madera, Renata se levantó de su sitio, quiso darle más vida al fuego, no le gustaba verlo tan sosegado, así que cogió varias botellas de licor y las lanzó al corazón de las llamas, éstas crecieron considerablemente ante su estímulo, el calor le besó el rostro, y aquello le gustó. 

<<Magnífico>>.

A lo lejos, como si estuvieran a kilómetros, podía escuchar como gritaban las personas, ¿Por qué lo hacían? Ella no lo entendía, el fuego era vida, era calor, ¿Por qué temerle? Ignoró aquellos gritos y siguió contemplando el fuego.

<<Seráfico>>.

– ¡Ren! –Era la voz de Kat, pero ni siquiera ésta pudo sacarla de su letargo. 

<<Etéreo>>.

Las llamas danzaban de manera frenética, cada vez más cerca de ella, algo le dijo que debía comenzar a moverse, pero ignoró ese algo, sus pulmones respiraron humo, y en consecuencia tuvo un ataque de tos, su visión comenzó a oscurecerse, el humo era demasiado denso, ¡Maldito humo que le negaba la vista!

<<Sublime>>.

De pronto sintió como alguien la jalaba de la cintura, se resistió por segundos, pero la persona era demasiado fuerte para ella; Ren no quería irse, no quería dejar de ver aquel espectáculo, era precioso, ¿Por qué no podían apreciarlo? Seguía resistiéndose a ir, hasta que sin previo aviso, la cargaron, alejándola del fuego, Ren sintió una especie de añoranza tan pronto el calor se alejó de ella. Cuando las llamas se esfumaron de su campo de visión, fue cuando reaccionó, su pecado, su obsesión había traído desgracias en el pasado, y ahora parecía que lo había hecho de nuevo, y le pidió, a ningún ser en particular, que nadie hubiese salido herido. 

– Mitómana y pirómana, ¿Tienes alguna otra manía? –La voz de Héctor la sacó de su ensoñación, la estaba reprendiendo como si fuera una niña pequeña.

– Nada que te importe –respondió arisca. 

– ¡Podías haberte quemado! –La amonestó.

– Y eso no te incumbiría –sentenció.

– Acabo de salvarte la vida Renata. –Le increpó. 

– No recuerdo habértelo pedido –rechistó.

Aquella manera de molestarla la estaba cansando, ¿Por qué tendría que interesarle? Era una desconocida para él, y lo mismo era él para ella.

Sacudió ligeramente la cabeza intentando ubicarse. 

El chico la había sacado de la casa, ya estaba en piso firme, pero no veía la construcción, volteó a todos lados hasta que la ubicó. Estaba totalmente envuelta en llamas, y Renata no pudo evitar pensar que, no podía verse mejor. 

<<Fastuoso>>.

– Tenemos que irnos –la voz de Héctor indicaba que era una orden.

No le gustaban las órdenes.

– ¿Tenemos?

¿Por qué la incluía a ella?

– Los bomberos estarán pronto aquí, y probablemente la policía igual –explicó de manera contundente–. Estoy seguro, que alguien como tú, no puede verse involucrada en algo como esto. 

¿Alguien como ella? ¿Acaso sus dedos eran palmeados? ¿Tenía tres ojos o qué como para esconderse? Bueno, de todos modos no quería quedarse allí. 

– De acuerdo, vayamos por mi coche, está al otro lado –dilucidó. 

El chico la miró de forma extraña, como si la estuviera analizando.

– Nos iremos más rápido –tuvo la necesidad de explicarlo.

Había aparcado su auto casi enfrente de la casa, que en ese momento se encontraba vestida con llamas.

– Vamos –. Accedió Héctor.

Caminaron rumbo a su coche, hasta que el chico la detuvo, agarrándola de la muñeca.

– Espera –pidió.

Renata aguardó pacientemente, y entonces lo escuchó: sirenas. Tenían que apurarse para llegar a su vehículo. Sin embargo antes que pudiera echar a correr una voz rompió en el aire.

– ¡Maldita perra! ¡¿Crees que no te vi?! 

Renata giró en dirección del sonido, aquella voz la reconoció, y un estremecimiento recorrió su cuerpo.

– ¡Oh! –Murmuró para sí, retrocediendo un par de pasos. 

– ¡¿Tienes idea de lo que nos costó conseguir una casa?! –Belem estaba que echaba fuego por las orejas, y detrás de ella, el chico con el que había estado en la recámara.

Renata, como buena cobarde, se escondió tras Héctor. Su movimiento pareció incitar a la otra chica, quien más molesta que segundos antes, echó a correr para cogerla, y muy probablemente asesinarla, pero el chico que la había alejado del precioso fuego se interpuso.

– ¡Maldita mirona! ¡Te vi cuando arrojaste las botellas! –La chica pataleaba, y lanzaba golpes al aire, Héctor recibió varios de ellos. 

– ¿Mirona? –Cuestionó curioso el muchacho de ojos cafés.

– La chica irrumpió cuando estábamos cogiendo –el mismo chico que estaba con Belem en la habitación, había dilucidado la situación. 

¿Cogiendo? Aquello sonó tan prosaico en los oídos de Ren, ¿No podía simplemente usar el término correcto? Co-pu-la-ci-ón, estuvo tentada a decirlo.

– Julián –Héctor le sonrió al acompañante de Belem.

¿Se conocían? Claro, ¿Cómo no conocerse si asistían a las mismas fiestas? Ren se dio un golpe mentalmente.

– ¿Qué tal? –El tal Julián le regresó el saludo a Héctor– Bueno, como te decía, la chica entró y al parecer estuvo un buen tiempo observando.

Aquello hizo que la sangre subiera a su rostro, sus palabras eran una infamia, ¡Apenas sí habían sido unos segundos! Agradeció en su fuero interno que estuviera oscuro su rostro estaba roja de ira y vergüenza, podía sentirlo. ¡La estaban vilipendiando y en su propia cara!

– ¿Eres voyerista? –Héctor intentaba reprimir una carcajada. 

Ese chico no se cansaba de burlarse de ella.

– ¡No! –Refutó llena de vergüenza. 

– Ya decía yo que las primeras manías eran pocas. –Sonrió burlón, ignorando por completo su respuesta.

– No soy voyerista, fue un... –No concluyó su frase por el fuerte sonido de las sirenas, estaban más cerca.

Acto seguido Renata fue jalada por Héctor quien la obligó a correr frenéticamente, Julián y Belem los imitaron milésimas de segundos después, aunque siguiendo una ruta distinta. 

– ¿Cuántas calles vamos corriendo? –Habían estado zigzagueando por los alrededores que Renata ya no sabía ni donde se hallaban.

– Un par de cuadras más –Héctor no dejó de correr.

– Un par de cuadras más ¿Para qué?

– Para mi casa. 

– ¿Tu casa? –La chica frenó en seco. 

– Sólo una calle más. – Le contestó con una sonrisa.

Siguieron avanzando aunque redujeron la velocidad considerablemente, en un minuto se hallaron frente a una modesta vivienda de un sólo piso.

– Bienvenida. –Dijo Héctor mientras abría la puerta de su hogar.

Le permitió entrar primero.

– Gracias –respondió quedamente al tiempo en que entraba a la modesta casa. 

La recibió una pequeña sala con sofás gastados, una televisión y un singular ambiente cálido.

– Espero que a tus padres no les moleste mi presencia –continuó.

– No, no creo que les moleste en lo más mínimo, ellos están muertos. –Relató de forma efímera mientras cerraba la puerta y, se recargaba en la pared que dividía la estancia de la cocina.

– Conllevo tu dolor –murmuró quedamente–. Mis padres también murieron. –Compartió en voz tan baja que estuvo segura que Héctor no la escuchó.

La pequeña sala quedó sumida en un ominoso silencio, tan pesado que Ren sintió que podía ahogarse en el. 

– Bueno –comentó al tiempo en que se auto-invitaba a sentarse– te haré compañía durante un rato, después iré por mi coche. –Sonrió. 

– Es muy noche, y andar a estas horas y en estas calles, es peligroso, incluso si yo te acompaño.

– Me sé defender –mintió.

– Sabes que está demás que lo diga.

– ¿A qué te refieres? –No podía creerlo. 

– Cuando Belem apareció te escondiste como una gallina. 

Vale, la había pillado.

– Estaba desprevenida. – Justificó

– Y yo nací ayer –dijo con sarcasmo su anfitrión.

Renata ya no refutó, no tenía con qué, pues como Héctor había señalado, se había asustado como gallina. Pero no quería ser una molestia, suspiró derrotada.

– Puedes dormir aquí –. Sugirió el moreno.

– ¿Me prestarías unas sábanas? En el sofá se pasa frío. – Preguntó aceptando su ofrecimiento.

– ¿Cuándo has dormido en un sofá? –Curioseó el muchacho.

En numerosas ocasiones, cuando se sentía tan mal y cansada como para subir a su cuarto.

– Muchas veces – verbalizó.

– Puedes dormir en mi cama. – Le ofreció.

– No porque me hayas salvado de "casi achicharrarme" voy a copular contigo – dibujó unas comillas al aire mientras le advertía. 

– ¿Copular? ¿Quién usa esa palabra? – El chico rió, y Ren, sin poder evitarlo, pensó que su sonrisa era linda. – No importa, ni siquiera había pensado en tener sexo contigo, sólo intentaba ser amable – la voz de Héctor iba cargada de burla y, socarrón agregó. – Pero si quieres, yo no tengo problema alguno.

– Ja ja – imitó una carcajada al tiempo que le dedicaba una mirada iracunda – dormiré en el sofá, gracias.

– Si insistes. 

Héctor la abandonó en la sala, y ella aprovechó el tiempo a solas para observar los pocos atavíos que tenía la casa, había pocas fotografías, la mayoría mostraba a un niño sonriente y a un adulto a su lado, probablemente su padre, sonrió, ella también sólo tuvo padres, y los quiso con todo su ser, pero había sido una tonta, una enferma, su mirada se cristalizó, sabía que aquello no era bueno...

– Espero que no tengas frío, si necesitas algo... 

La voz de Héctor hizo que volteara inmediatamente, aquello fue un error, el chico de ojos cafés la vio.

¿Por qué tenía que recordar en el momento menos adecuado? 

– ¿Por qué lloras? ¿Te sientes mal? ¿Quieres ir a tu casa? ¿Tus tutores saben que estas bien? – Héctor habló tan rápido que un par de veces se trabó.

– Estoy bien, tal vez de me metió una basurita al ojo, o sólo estoy algo cansada, o quizá sean las lentillas.

– ¿Usas lentillas?

– No, tal vez por eso se humedecieron mis ojos. –Bromeó al frotarse los ojos.

– Si quieres podemos hablar.

Ren casi se creyó su interés.

– Estoy bien –repitió–. Es hora de dormir. 

El chico le dio las sábanas, y ella se acostó en el sofá, bastante incómoda pues el mueble estaba algo gastado y podía sentir las estructuras internas. 

– Buenas noches Renata. – Se despidió.

– Buenas noches Héctor. 

No durmió tan pronto su anfitrión la dejó a solas, por el contrario no dejaba de pensar en lo que había pasado, ¿Kat estaría bien? Qué paradoja fue lo que sucedió, ella había ido con las intenciones de mantener a su amiga a salvo, pero quien necesitó ayuda para no morir calcinada fue ella.

Sus cavilaciones iban de acá para allá, hasta que el sueño la venció.

– ¡Renata! 

Sintió que alguien la sacudía levemente, no se molestó en abrir los ojos.

– ¡Renata! – Insistió la misma persona.

¡Sólo quería dormir! ¿Era tan difícil de pedir? ¿Quien había entrado a su casa sin pedir su permiso? 

– ¡Renata! 

No soportó más, aún sin abrir los ojos se dispuso a gritarle al intruso.

– ¡Pero qué quieres! Me deshice de toda la servidum... – lentamente abrió los ojos y, elevó sus manos hasta su boca tapándola de inmediato, al darse cuenta que a quien le gritaba era a Héctor. 

– Yo no soy uno de tus criados. – La corrigió helado.

¿Qué había hecho? Renata lamentó haber vociferado sin detenerse a observar la situación primero.

– Lo siento, no era mi intención.

– ¿No irás a tu escuela hoy?

Al parecer el chico ya quería deshacerse de ella, era una carga, y ella lo sabía.

– ¡Cierto! –Exclamó– ¿Qué hora es?

– Las siete. 

– ¡Es tardísimo! Jamás llegaré a tiempo. 

– Yo puedo llevarte – le ofreció el chico de ojos cafés.

– Ya hiciste mucho por mi –rechazó, después de haberle gritado no podía aceptar su oferta. – Hoy no iré a la escuela –sentenció.

Tendría que buscar algo con que entretenerse. 

¿O a alguien?  

Nota1: Me he quedado sin "grandes" ideas, así que me disculpo de antemano si el capítulo es tedioso /:

Nota2: Realmente lamento la demora, sorry /:

Nota3: Gracias por sus comentarios y votos.

Nota4: Si tienen alguna sugerencia para la historia no duden en comentarla, estoy totalmente abierta a nuevos orizontes (:

Nota5: Gracias por leer. (¿Ya notaron que me gusta poner notas?)

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