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Capítulo 19: Memorias

– ¿Por dónde empiezo? –Preguntó en un susurro Dylan, sin embargo Seb no respondió, la pregunta no era para él. Pero el muchacho de ojos verdes no continuó, y el moreno supuso que le era difícil narrar algo como ello.

– ¿Por qué no mejor me cuentas como era ella? –Sugirió para ayudarlo.

– Tienes razón –aceptó y comenzó. – Ella era hermosa –sonrió, aunque su sonrisa tenía un deje de tristeza. – Muy amable y sonreía mucho, siempre tenía una sonrisa en sus labios, y cada vez que lo hacía dos hoyuelos nacían en sus mejillas, tenía ojos azules y pequeños; cabello rubio y largo –Seb entendió entonces, por la descripción, de donde había sacado su atractivo Dylan– lo que más recuerdo era su voz, era tan amena, tan dulce. Siempre llamándome, la combinación de su voz y su sonrisa, hacía que me sintiera seguro, la quiero, la quiero mucho; no importa donde esté, la seguiré queriendo. –Confesó con la voz rota.

Y Sebastián lo creyó por sus palabras, Dylan había empleado el verbo querer en presente, cuando las personas solían usarlo en pasado. Él mismo no entendía aquello, el por qué solían decir "querían" en lugar de "quiero", ¿Qué importaba el que la persona no estuviese presente? Daba igual si se encontraba al otro lado del mundo, cuando realmente quieres a alguien, lo sigues haciendo incluso cuando la persona no está a tu lado.

>>Nunca olvidaré el día en que fuimos a la pista de hielo –sonrió feliz, incluso en la oscuridad Seb pudo intuirlo. << 

– ¿Cómo fue? –Interrumpió entusiasmado, la manera en que Dylan hablaba de su madre expresaba devoción– lo siento –se disculpó, pues sin querer había quebrado el hilo de la narración.

Dylan río, pero luego continuó.

– Aquella tarde mi papá no pudo ir, de hecho ni siquiera se encontraba en casa –comenzó– incluso en vacaciones de fin de año tenía que trabajar, no hay peor esposa que la política, es muy celosa. En fin –suspiró– mi madre y yo fuimos solos, llevábamos incluso nuestros propios patines, hicimos cola y eso no me gustó nada, yo estaba impaciente y quería entrar a la voz de ya, pero ella se limitaba a decirme que debíamos esperar como todos, que todos querían entrar y que no sería justo que entráramos antes sin esperar, y cuando finalmente accedimos a la pista, no me agradó mucho, pues todo estaba resbaloso, no podía mantener el equilibrio, en más de una ocasión estuve a punto de caer y no llevaba más de cinco segundos dentro. Entonces mi madre tomó mi mano, y comenzó a ayudarme, suavemente me iba arrastrando por el perímetro, yo no hacía nada más que dejarme guiar, me daba miedo mover mis piernas; estuvo jalándome por minutos, hasta que por la torpeza propia de un niño: caí, y ella conmigo. Creí que me regañaría por mi desliz, pero en lugar de eso, rió. Y sonriendo dijo <<ya ves Dylan, no duele mucho cariño, ahora no tengas miedo>> sus palabras me infundieron valor y seguridad, poco a poco fui cogiéndole la maña, hasta que pude andar solo. No patinaba como profesional pero al menos mi madre había dejado de tirar de mí. Aquella tarde fue una de las mejores de mi vida. –Dylan calló por segundos, para luego iniciar de nuevo, aunque su tono se había vuelto sombrío– mi madre sí murió por cáncer –retomó cambiando de forma radical el suceso que narraría– pero lo cierto es que en su familia no habían antecedentes clínicos sobre ello, así que la parte hereditaria fue descartada en cuanto comencé a investigar.

Ella solía trabajar en un laboratorio, era química. Trabajaba con sustancias peligrosas, pero ella en absoluto se relacionaba con ellas, no tenía contacto con ellas; si ella decía que mezclaran agua con potasio eran otros quienes ejecutaban la orden, era la mandamás de aquel lugar, y fue la única que contrajo cáncer. –Dijo con pesar.

>>Es claro que esto no lo descubrí de buenas a primeras –dilucidó– pero cuando tuve la edad suficiente para comprender aquello, comencé a investigar, pues había recordado que cuando mi madre cayó enferma, en lugar de devolvernos sus cosas, en su trabajo desecharon todas sus pertenecías, como si estuviesen contaminadas y aquello me resultó extraño, poco tiempo después por mera curiosidad, pues mi padre no me permitía entrar a aquella habitación, rompiendo las reglas me adentré en el despacho de Benjamín.

Al ingresar todo me pareció aburrido, y en segundos me cuestioné el por qué se me tenía prohibido entrar, no habían nada más que libros, un ordenador, papeles y ya. Nada que pudiese interesarme, sin embargo no me marché, me quedé a husmear entre sus papeles, libros y carpetas, quizá simplemente jugaba a ser un detective buscando una joya que no existía, no puedo decir que me llevó hasta un ejemplar determinado, no sé si fue el destino o simple casualidad, pero hojeando aquella edición de "La tragedia de Macbeth" encontré los resultados de una autopsia, no entendí los términos en un principio por tanto no sabía que era, pues no usaban más que tecnicismos, creyendo que era alguna especie de clave para encontrar un tesoro e impulsado por la idea que mi madre me lo hubiese dejado, pues al leer su nombre en los papeles aquello pensé, salí corriendo del despacho de Benjamín con los papeles pegados en mi pecho, impulsado por una emoción de aventura ni siquiera regresé el libro a su lugar, simplemente lo dejé caer al suelo. <<

Seb pudo imaginarse a un pequeño Dylan corriendo por la casa, tan pequeño y tan frágil, y con una tierna sonrisa en sus labios, casi pudo imaginar le brillo que debieron tener sus ojos verdes en aquel momento, casi. 

>>Llegué en menos de un minuto a mi habitación, excitado ante la expectativa de encontrar un tesoro encendí mi computadora y, busqué en la web el significado de cada palabra, pues muy a duras penas comprendía los nexos y los artículos. Lentamente fui entendiendo que era, no puedo encontrar las palabras para describirte lo que significó para mí leer aquellos párrafos, sentí un vacío y un dolor en el pecho que casi me asfixiaban. No había tesoro que encontrar, no era una carta con pistas, no era nada que un infante debiera conocer. Como el niño que era lloré, aquella tarde no comí ni tampoco cené, no tenía ganas de comer, ni de jugar y no paré de buscar en otros sitios el significado de las mismas palabras, pero todos decían lo mismo, todos apuntaban a una sola dirección, esa noche fue tan larga, mis pensamientos revoloteaban en aquellas letras, en las palabras que formaron y que sentenciaron mi existencia. No podría señalar con exactitud en qué momento el dolor me agotó, las lágrimas se acabaron, el vacío me consumió de manera tal que terminé sumido en un profundo sueño. 

Lo siguiente vi fue a un Benjamín colérico en mi habitación, sus gritos me habían despertado, y en sus manos apretaba con furia los papeles que yo había tomado a hurtadillas. Comenzó a regañarme, enfatizando mi mal comportamiento, y la ruptura a las reglas, no paraba de decirme que lo que había hecho estuvo mal, que no debía de haber agarrado sus cosas, que eran sólo suyas. Que además de no entender aquellos textos que estaban impresos en los papeles, no me incumbían. Pero no era así, Marisa no era sólo suya, era mi madre también, él no era el único que había perdido a alguien querido, yo también la había perdido, yo había perdido una madre y él una esposa, y todo lo que tenía que ver con ella también tenía que ver conmigo, estuve a punto de gritárselo, de increparle todo aquello: que siendo un niño comprendía lo que le había pasado a su mujer y a mi madre, no era justo que me mantuviera al margen, pero me contuve. Mi madre me había hecho prometer algunas cosas, y yo me había apegado a ellas fielmente, no quebrantaría aquellas promesas, ni siquiera por lo que Benjamín estaba haciendo, así que como buen hijo agaché la cabeza y me disculpé. Mi padre se fue molesto, aún después de jurarle que no volvería hacerlo. << 

Concebir a Dylan como alguien sumiso, le costó un poco, pues en la escuela distaba mucho de ser alguien que callara lo que pensara, en realidad él era quien imponía las reglas, por decirlo de algún modo. Él y su amigo David, eran los chicos más populares del colegio, sus opiniones siempre eran escuchadas y respetadas; pues ambos pertenecían al consejo estudiantil. 

>> No obstante nunca me arrepentiré de haber entrado a su despacho, los resultados de la autopsia arrojaban datos que indicaban que en su sistema había grandes cantidades de cromato de zinc. Es una sustancia que a la larga produce cáncer; fue entonces cuando comprendí que la muerte de mi madre no había sido una tragedia, sino un acto premeditado; quizá no sea la manera más convencional de envenenar, pero sí igual de efectiva, con el único problema del tiempo.

Una tarde, la tarde en que mi vida cambiaria para siempre, mi madre había decidido cocinar, era mi cumpleaños, pero no me habían hecho fiesta, pues me había dado varicela y temían que contagiara a los demás niños, aquel cumpleaños no pudo ser más desastroso. Mientras comíamos el pastel que mi padre había llevado a casa, mi madre salió corriendo de la sala, mi padre la siguió pocos segundos después, y finalmente yo.

Cuando los hallé, ella estaba agachada sobre el váter, devolviendo la comida y el pastel que momentos antes habíamos ingerido.

“– ¿Qué te pasa? Mami –pregunté.”

Estaba preocupado, nunca había visto a mi madre de tal forma.

“– Probablemente me sentó mal algo –contestó.”

Sin embargo, ni bien había pasado aquello, cuando nuevamente volvió a vomitar. A pesar que mi padre me tapaba gran parte de la escena, pude advertir que ella escupía algo rojo: sangre.

“– Tenemos que ir al hospital, esto no es una simple infección –la voz de mi padre sonaba preocupada, aquello hizo que me asustara.”

Y así lo hicieron, fueron al hospital, y como no había tiempo para llamar a mi niñera, me llevaron con ellos. Pero el que los acompañara no significó que me dijeran lo que realmente estaba pasando, y para silenciar la pregunta que constantemente les hacía, Benjamín dijo que mi madre había comido algo que le había sentado mal. Con aquella mentira me conformé, hasta que tiempo después, cuando mi madre murió y se me dijo que la causa de su muerte había sido cáncer, entendí que aquella tarde, aquel cumpleaños había sido el principio de su fin.

Sin embargo, durante el poco tiempo que le quedó de vida, ella no dejó de ser la mujer risueña y alegre que siempre había sido, incluso asistimos a una reunión familiar fuera del país, aun cuando mi padre le suplicó que se quedara, que no sería bueno para su salud viajar, ella se negó en rotundo, y ambos, mi madre y yo, viajamos.

Cuando su enfermedad comenzó a agravarse, y ella ya no podía sonreír con la misma tranquilidad de siempre, fue internada; y las veces que la veía se redujeron a tan sólo tres veces en una semana, su última semana; cada que la visitaba yo la veía peor, más delgada, más débil… Y no podía concebir la idea que un dolor de estomago le hiciera aquello a mi madre.

Aún recuerdo la última vez que la vi, estaba postrada en una camilla, su semblante era tan demacrado que sus ojos parecían demasiado grandes para su rostro. Me dolía ver a mi madre en aquel estado, me consumían los recuerdos de otra versión de ella, una en donde su aspecto era adorable, no podía evitar comparar sus versiones, y cada vez que lo hacía encontraba más diferencias, el grueso del cabello, el color de su piel, sus sonrojadas mejillas, el brillo de sus ojos, nada era igual en ella, todo estaba mal, todo estaba muriendo dentro de mi madre, y yo no podía hacer nada.

Al entender que mi mamá había sido asesinada, una furia se apoderó de mi, era tan injusto que mataran a alguien como ella, era tan injusto que me privaran de su compañía, había sido indigno, su muerte había sido indigna, no sólo para mi, mi padre, su familia, todos lo resintieron, ¿Por qué alguien querría matarla? Ella era buena, ella era mi ángel. <<

Sebastián no pudo evitar cuestionarse que sería de él si su madre muriese, de sólo imaginarlo le provocó una tristeza infinita, ¿Qué habría sentido Dylan siendo tan sólo un infante? Más aun cuando te enteras de la peor manera que su muerte no ha sido natural. Quiso abrazarlo pero no pudo, no sabía cómo se tomaría aquella acción Dylan, ¿Y si le incomodaba? ¿Y si se molestaba? Apretó con fuerza sus manos, y en lugar de abrazar a Dylan, se rodeó a sí mismo en un intento desesperado por controlar aquellos impulsos.

>>Prometí vengarme, juré que haría sufrir a la persona que me había provocado tanto dolor, y comencé a investigar, indagué a quienes podría beneficiar su muerte y también sobre sus posibles enemigos, pero era un niño entonces, un niño con un profundo odio hacia alguien desconocido, un niño que quería destruir a la persona que había matado a su madre, pero al fin de cuentas era tan sólo eso: un niño, y quizá sigo siéndolo, no descubrí gran cosa más que un grupo de personas que quizá se beneficiarían, pero aquellos posibles beneficiarios eran personas muy lejanas a ella, de su muerte no podía beneficiarse de manera inmediata así que descarté la idea, seguí buscando pero no encontré al culpable, y eso, eso es algo que me mantiene en una agonía perpetua.<<

Después del relato de Dylan, la habitación quedó sumida en un ominoso silencio, hasta sus respiraciones habían quedado acompasadas, el moreno no sabía que decir, ni siquiera sabía si debía decir algo.

– ¡Vaya forma tan abrupta de concluir la historia! –Bromeó Dylan para relajar el ambiente.

– Lamento haberte hecho recordar algo como aquello –se disculpó, no debió de haber preguntado, no debió de haber pedido que le contase. 

– No es como si pudiera olvidarlo –le restó importancia al hecho.

Era demasiado tarde ya, probablemente pasaban de las tres de la madrugada, por extraño que fuera Seb no pudo contener un bostezo.

– Es tarde –señaló el chico de ojos verdes. – Será mejor que duermas. 

– No quiero dormir –refutó cual niño pequeño.

– Es necesario –insistió. 

Luego de aquello Seb no rechistó mas, cerró sus ojos, pues como bien había dicho Dylan, era necesario. En poco tiempo quedó profundamente dormido, si hubiera pasado un tráiler a un lado y un tren al otro, él no se hubiera inmutado, no obstante antes de caer sumido en aquella oscuridad, sintió como un brazo rodeaba su cintura.

En su sueño todo estaba oscuro, y no había nadie, y no era él, al menos no como era ahora, allí no tendría más que unos cuatro años, y sabía con certeza, como sólo en los sueños se sabe, que su madre estaba en algún lugar de aquel sitio, esperando por él. Pero mientras, estaba solo y a oscuras, sólo un pequeño foco peleaba con la imperiosa oscuridad que reinaba, era como si se encontrara en alguna clase de interrogatorio, de esos interrogatorios de las películas donde mantienen al malo encerrado para ponerlo incómodo, pero en aquel lugar nadie hacia preguntas,  sin embargo había una voz, aquella voz lo atemorizaba horriblemente, no paraba de ordenar que los mataran, <<¡Mátenlos!>> gritaba una y otra vez, no entendía a quien quería matar pero tampoco iba a buscar la respuesta, no deseaba conocerla.
Seb tenía miedo, estaba solo, y la emisora de aquella escalofriante palabra parecía acercarse más y más, echó a correr, sin dirección ni rumbo fijo, simplemente corrió con el corazón latiéndole a mil, claro, hasta que eventualmente tropezó. Una mujer se acercó lentamente, pero su rostro no podía verlo, pues a espaldas de aquella mujer estaba a la nimiedad de luz, por tanto su rostro quedaba sumido en las sombras, Seb no pudo distinguido, la señora apuntó hacía él, era un arma, ¡Quería matarlo a él! Y disparó. 

El moreno se levantó sudando, ¿Qué había sido aquello? ¿Una pesadilla? Pues había sido un jodido espejismo, sin embargo algo le decía que era más que una simple pesadilla... 
Intentó llegar al reloj que tenía en el buró, pero no había nada allí, se dispuso a ducharse, sin embargo encontró un obstáculo, un cuerpo. ¿Quién carajos se había metido a su cama? En pocos segundos la resolución llegó, no estaba en su casa, sino en la de Dylan.

– ¿Qué pasa? –Murmuró somnoliento su compañero.

– Nada –mintió. 

– ¿Tuviste una pesadilla? –Inquirió el chico de ojos verdes incorporándose levemente.

– No lo sé –se sinceró. 

– Todo está bien Ian, vuelve a dormir. –Dylan volvió a acostarse y lo jaló a él.

Y el muchacho con esmeraldas como ojos volvió a rodear con un brazo su cintura, el moreno no supo si lo había hecho inconsciente o conscientemente, pensó en darle un codazo para que quitara su brazo pero optó por cerrar los ojos y fingir que no sentía nada, ¡Pero sentía todo!, la respiración de su compañero, la  forma en que el pecho de Dylan ascendía y descendía, la calidez que su compañero le compartía, y si era honesto consigo mismo: la calidez que emanaba Dyl lo confortaba. Pero no por ello pudo dormir enseguida, su problema volvía a presentarse, así que su mente sin tener nada más que hacer caviló en lo que había pasado, más allá de lo que narró Dylan, más allá del que el chico lo hubiese ayudado cuando se sentía mal, y más allá de la mano de Dylan rodeando su cintura, el trasfondo de todo aquello: entre ellos una hermosa confianza había nacido, era como si una rosa hubiese florecido en un campo de batalla, sus personalidades distaban mucho de ser analógicas, y quizá por ello, al principio, les había sido difícil precisar relaciones. Sin ser conscientes confiaron en el otro, se aceptaron el uno al otro, su amistad se estrechaba, aquello le gustó; y su mente de tanto pensar, volvió a cansarse, el sueño lo invadía finalmente. Sebastián durmió con las comisuras de sus labios estiradas, durmió con una pequeña sonrisa ante su descubrimiento. 

Cuando sintió los rayos del sol dar en su rostro, no pudo seguir durmiendo, pero ¿Por qué tenían que despertarlo? ¡Era sábado! 

– Despierta dormilón –reconoció aquella voz, y se reincorporó ipso facto al tiempo en que frotaba sus ojos.

Dylan ya se había duchado y cambiado.

– ¿Qué hora es? 

– Cerca de las doce –respondió Dylan– vamos –instó– el desayuno está servido. 

¿Las doce? Era tardísimo.

– Me cambiaré –era una manera educada de correrlo.

– Hazlo –sonrió Dylan sin intenciones de marcharse.

– Voy a desnudarme –advirtió, ¿Por qué no se iba? 

– Conozco el procedimiento –sonrió burlón. 

– Quiero hacerlo solo Dylan –el chico no parecía querer irse.

– No es como si tuvieras las partes de una chica, tienes exactamente lo mismo que yo. Además en los vestuarios no parece incomodarte que todos te vean. 

– Es diferente –lo primero que pensó fue lo primero que dijo. 

¿Por qué no podía contenerse cuando de Dylan se trataba? 

– No importa, iré a ver... –el chico de ojos verdes buscaba una excusa– que no se quemen las tortillas –soltó finalmente, para después marcharse.

Sebastián comenzó a cambiarse, aún cuando sentía su cuerpo sucio, ¡Apestaba!, estaba por ponerse su camisa cuando Dylan irrumpió en la habitación sin tocar.

– ¡Carajo Dylan! Toca –estaba sin playera y no le fue posible evitar sonrojarse, tampoco le importó mucho el que no fuera su casa como para no gritarle..

El chico de ojos esmeraldas sonrió.

– Sólo venía a decirte que sí quieres ducharte, puedes hacerlo. Hay ropa interior, nueva –enfatizó la palabra nueva– en el penúltimo cajón del armario –después de aquello Dylan volvió a dejarlo solo.

No perdió tiempo, buscó la ropa interior y se metió a la ducha, su cuerpo realmente estaba sucio, había vomitado y sudado; sin querer terminó sintiéndose avergonzado, pues Dylan había dormido con él en ese estado. 

Salió del baño, y tan pronto se aseguró que su aspecto no era similar a la de un espantapájaros mojado, se dirigió a la cocina de aquella enorme casa. 

La mesa estaba abarrotada de comida, había de todo, desde entomatadas hasta fruta picada, pasando por la leche, el café, jugos e incluso tés. Su estómago rugió ansioso, el día anterior no había ingerido nada, y por consecuente, su estómago se quejaba.

– Siéntate –lo invitó su amigo.

<< ¿Puedo llamarlo amigo? Sí, sí puedo. >> 

Sin muchos preámbulos comenzó a servirse de todo un poco, el hambre que sentía lo impulsaba a agarrar de todo, cuando su plato estuvo repleto, comió tan decente como el hambre se lo permitió. 

– Está delicioso, ¿Tú lo preparaste? –Curioseó. 

Un rubor cubrió el rostro de Dylan.

– No –susurró– no se cocinar, lo he comprado –confesó avergonzado. 

– Pues sí que sabes dónde comprar –sonrió.

Después de desayunar, y sin querer hacerlo, Sebastián tuvo que despedirse de su amigo, pues aunque no quisiera debía regresar a casa, era muy factible que su madre se encontrara ya en ella, así que después de ayudar a levantar la mesa, y lavar los trastes sucios, se marchó.

– Nos vemos en la escuela –lo despidió el chico de ojos verdes viéndolo directamente a los ojos.

– Nos vemos –atinó a decir, la mirada del chico lo ponía nervioso.  

Y se fue.

Cuando llegó a su casa, como había previsto, su madre ya estaba en ella.

– ¿Dónde estuviste Tian? –Inquirió.

– Oh, pues como era viernes salí con unos amigos, y me quedé en casa de uno de ellos. –Le explicó nervioso, ¿Por qué estaba tan nervioso si no había hecho nada malo?

– ¿En casa de Dylan? –Preguntó su madre.

– Si –afirmó con algo de pena.

Su madre dejó el tema por la paz y se dirigió a su cuarto.

El fin de semana trabajó y acordó una simple salida con sus antiguos amigos. Se alegró de ver a Alma y a Christian, hacía tiempo no los veía, pero añoró ver a Dylan. 

Era domingo por la noche, cuando su mamá tocó la puerta de su habitación. 

– Pasa. 

– Tian, ten – le entregó un par de papeles. 

– ¿Qué sig...? – No concluyó su pregunta, pues ya había comenzado a leer y en consecuencia, comprendió.

– Conseguí registrarte en el curso – explicó su mamá con una sonrisa radiante. 

– Pero – su objeción murió en sus labios cuando su mamá le hizo un gesto amenazador. 

– No quiero peros Tian –su mamá había dejado la jocosidad de lado– hace tiempo te lo mencioné, ahora estas inscrito e irás todos los fines de semana por las mañanas. 

– Está bien –aceptó, en segundos su madre se marchó de su habitación.
Por dentro se encontraba feliz, pues volvería a entrenar karate, pero una parte de él, le decía que estaba mal, que estaría forzando a su madre a trabajar de más... Aquellos pensamientos de culpa lo atacaban cuando su móvil sonó. Era un mensaje.

Mañana nos veremos (:           

Era de Dylan, sin darse cuenta sonrió.

Buenas noches.

Era una escueta respuesta, pero no halló algo adecuado para escribir, había borrado por los menos tres mensajes en los que le decía que le emocionaba aquello, otro en donde repetía lo que Dylan había escrito, así que al final terminó decantando por aquel par de palabras.

Y el estúpido mensaje de Dylan, le impidió dormir con tranquilidad, pero no era porque el sueño no le agarrase como siempre, sino por la expectativa que habían creado las palabras en él.

El resto del fin de semana le había parecido tan largo, que llegó a cuestionarse si su reloj no estaría mal, ¿Por qué estando con Dylan no se percataba del paso del tiempo?

                                                                                                                                  

Nota1: Lamento tardar mucho, no me gusta hacerlo, pero no había tenido tiempo para escribir.

Nota2: Espero que les agrade el capítulo.

Nota3: Me encanta leer sus comentarios, así que si los dejan mil gracias (:

Nota4: Gracias por leer (:  

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