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Capitulo 16: Arcanos

Cuando abrió los ojos, la primera sensación que tuvo fue la de múltiples martillos golpeando su cabeza, le dolía a más no poder; ¿Acaso se había accidentado? ¡Pero si se sentía completo! Parpadeó pretendiendo diluir la neblina que envolvía su mente; cuando estuvo lo bastante lúcido, observó su entorno y descubrió que no lo conocía, no sabía dónde demonios estaba. ¿Cómo es que había llegado allí? El cuerpo le pesaba, la mente la tenia liada, y la cabeza le palpitaba como si fuera a explotar, odiaba aquello.

Se levantó de la cama sin hacer ruido, intentando ubicarse, pero el lugar en donde estaba era demasiado ostentoso y espacioso como para pertenecerle a alguno de sus allegados, y en definitiva no era su casa.

Salió de la habitación, atravesó un pequeño pasillo hasta llegar a una sala. Vio a Dylan sentado en un sofá viendo la televisión. 

– ¿Dónde estoy? – Indagó mientras se  sentaba a un lado del chico de ojos verdes.

– En la casa de un amigo – respondió Dylan.

– ¿Qué hora es? – Preguntó alarmado, él tenía que trabajar.

La cabeza le seguía pulsando, sus sienes palpitaban furiosas.

– Las dos de la tarde – contestó con toda tranquilidad.

Para él fue todo lo contrario, necesitaba trabajar, ¡Demonios! ¿Cómo es que había sido tan irresponsable? Se levantó del sofá y fue por su calzado a la habitación, pues no se lo había puesto. 

Escuchó que alguien reía a carcajadas en la sala y, regresó hecho una furia, la cabeza comenzaba a dolerle más y más.

– Antes que me regañes, déjame decirte que David fue a cubrirte en tu trabajo – Dylan alzó las manos en señal de rendición, aunque en sus ojos aun podía verse lo divertido que le parecía aquella situación, claro, para alguien como él ¿Qué no podría resultarle divertido cuando tenía la vida resuelta?

¿Que hizo qué? No podía concebir esa imagen, ¿David cubriéndolo? Pero si el chico apenas si  lo conocía, y estaba seguro que no era su persona favorita, es mas podría asegurar que ni siquiera le caía bien, entonces ¿Por qué lo hacía? Sus cavilaciones siguieron entorno a aquel hecho hasta que a la mente le llegó la imagen de cuando David los había pillado en los vestidores, un rubor ligero cubrió su rostro al rememorar aquella situación, los había descubierto besándose. 

– ¿Cómo te sientes? ¿Quieres una aspirina? – Su compañero preguntó preocupado, interrumpiendo así sus recuerdos.

– Me duele la cabeza – comentó – y sí, quiero esa aspirina – respondió cortés.

El chico de ojos verdes le tendió un vaso con agua y una diminuta tableta, se los trago ambos. 

– ¿Cómo llegue aquí? 

– ¿No lo recuerdas? – Dylan abrió demasiado los ojos como si fuese un pecado no acordarse de lo que sea que hubiese pasado anoche.

Recordó que al salir del trabajo caminó con Dylan unos minutos, que platicaron de banalidades y por ridículo que suene; recordó que la fruta que más le agradaba a Dylan eran las uvas verdes, luego; ¿Qué pasó después?

Se frotó las sienes, le palpitaban.

 Luego bebieron, rememoró. 

– ¡Tienes una identificación falsa que ni siquiera tiene tu nombre real! – Exclamó al ser lo siguiente que recordó.

Intentó hacer memoria, ¿Qué más había pasado?

<< ¡Oh, no! No puede ser cierto, ¿Vomité dentro de su auto?>>

Temió haberlo hecho, y como tal verbalizó su miedo.

– Bajaste del auto – lo tranquilizó Dyl – aunque no lo suficientemente rápido. 

¿Y ahora que se suponía debía hacer? ¿Lavar el auto del chico? ¿Pagar un lavado? Algún gesto debió hacer para exteriorizar sus pensamientos pues enseguida su compañero habló. 

– No te preocupes, no fue mucho – intervino Dylan.

– Lo siento – se disculpó. 

Volvió a intentar recordar algo más, pero a partir de entonces en su mente todo se volvía negro, y comenzaban a palpitarle las sienes. No quería seguir sufriendo con aquel dolor de cabeza, así que decidió dejarlo por la paz.

Después de aquello Dylan ordenó algo de comida, y juntos la degustaron. Aunque, a ojos de Sebastián algo parecía inquietar al muchacho de ojos verdes, ¿Había cometido algún otro desliz? Comenzaba a preocuparse. Hasta qué reaccionó por otra preocupación, ¡Su madre debería estar preocupada por él! Intentando ser educado solventó que tan pronto terminaran de comer lavaría los trastes, era lo minimo que podía hacer. Cada segundo era un martirio para él.

– Debo irme – avisó tan pronto los trastes estuvieron limpios.

Estaba a punto de salir cuando Dylan lo detuvo, estaban demasiado cerca, y en los ojos esmeraldas podía leerse la batalla interna por la que pasaba el dueño de los mismos, Sebastián se quedó unos segundos a la espera de lo que fuera a decir; no dijo nada y le permitió marcharse.

Al salir del departamento Sebastián sintió que el sol le perforaba los ojos, y la cabeza parecía palpitarle cada vez más fuerte. ¿Cuándo se suponía que comenzaría el efecto de la aspirina? No volvería a tomar, no, no lo haría. 

Revivió lo que minutos antes había pasado, y se preguntó en qué pensaría Dylan cuando lo detuvo, había esperado expectante sus palabras, deseaba escucharlas, aunque muchas de ellas se hubieran perdido en el aire si hubieran emitido, pues su ser no dejaba de revolotear sobre lo cerca que estaban, sobre el cuerpo bien formado de Dylan, en la manera desordenada que llevaba el cabello, en las hebras de su pelo que caían de forma suave sobre su rostro, en aquellos labios sutilmente carnosos  y sobre todo, en aquellos ojos verdes en los que podía perderse con facilidad, sin embargo cada vez que observaba una cualidad en el chico también veía un defecto suyo; él no era tan alto, tampoco tenía tanta musculatura y menos aun, tenía unos ojos tan expresivos cuando deseaban serlo, aquello no le gustó nada.

¿Por qué no hacía más que pensar en él? Cualquiera diría que comenzaba a entrar en el sendero del amor, aquel que todas las personas enamoradas recorrían pero que pocas finalizaban, ¿Pero qué carajos? ¿Sendero del amor? ¿Qué diantres hacía reflexionando aquello? No era una muchacha tonta que se perdería en los brazos de su amante, ¡Oh, demonios! Pensó, no de nuevo.
Cuando por fin se ubicó en qué lugar estaba, cayó en cuenta que tendría que tomar un taxi, si se iba caminando a casa tardaría por lo menos dos horas, y el cuerpo lo sentía tan mal como para aguantar aquello. 

Caminó un par de calles para esperar un taxi, no quería estar parado frente al enorme edificio de donde había salido y darle la oportunidad a Dylan que lo llevase a casa. Pasaron cerca de cinco minutos antes que un Audi rojo se detuviera frente a él. La puerta del piloto se abrió y salió, Eros, ¿O sería Ares? 

– ¡Hola! – saludó el chico de cabello cobrizo, llevaba puestas unas gafas oscuras que ocultaban el color de sus ojos y resaltaban la tonalidad de su piel.

– Holaaaaa – lo que pretendía al alargar la última vocal era que el gemelo se identificara. 

– Soy Ares – respondió en cuanto entendió. – ¿Quieres que te lleve a algún lado? – Le ofreció.

– Por favor – aceptó, no le apetecía llegar a casa sin un ojo, a veces los taxistas eran unos abusivos. 

Subió al Audi después del gemelo, entonces recordó que la noche de la fiesta el mismo gemelo lo había llevado a casa, y que encima no le había dicho su dirección, no obstante eso no impidió que Ares lo llevara hasta la mismísima puerta de su casa aquel viernes. 

– ¿Me llevarías a mi casa? – Pidió con amabilidad – por favor.

– Por supuesto – accedió.. 

Ambos callaron desde ese momento y, como lo había previsto, Ares no preguntó su dirección pero supo llevarlo, de nuevo, hasta la puerta de su casa. 

No se bajó de auto en cuanto llegaron, estaba intentando poner en orden sus ideas antes de verbalizarlas.

– ¿Te encuentras bien? – Ares malinterpretó su ofuscación.

– ¿Por qué me has estado vigilando? – Cuestionó.

– ¿Qué? – Inquirió perplejo el gemelo.

Sebastián estuvo a punto de retractarse de sus palabras, sin embargo cogió aún más valor y continuó, pues tonto no se consideraba, y en más de una ocasión había visto a uno de ellos rondarle.

– ¿Quiénes son ustedes? – Necesitaba respuestas, y las quería en ese mismo instante.

– No sé a qué te refieres – Ares buscaba aparentar ser inocente, pero Seb ya había visto mucho, claro, según su juicio. 

– La noche de la fiesta me trajiste a casa, aún cuando nunca te dije mi dirección. Ayer durante la tarde me espiaste en mi trabajo, y también después de éste. – Elucidó y después añadió – y hoy, me has vuelto a traer a casa, ¿No crees que son demasiadas coincidencias? 

– Lo creo, pero ¿Qué puedo hacer? No controlo el destino o futuro, según lo veas. – Ares seguía intentando demostrar su inocencia, sin embargo aquello no hizo más que molestar a Seb.

– No soy estúpido Ares. Tu hermano mencionó a mi padre, pero creo que se han equivocado de persona, mi padre al igual que mi madre era de éste país. Busquen al niño correcto y dejen de molestarme. Me agradaron, lo admito, pero si esto continua conseguirán enojarme enserio – amenazó.  

Había decido dejar que solos se percataran de su error, pero el confirmar que lo habían estado siguiendo evocó un regusto amargo en él.
Ares dio un suspiro cansino.

– No sabes nada – más que una pregunta fue una afirmación.

– Entonces explícame – lo retó.

– No puedo – sentenció.

– Es justo que sepa que se traen conmigo. – Argumentó.

– Tienes razón – reconoció – pero no puedo decirte nada. Confórmate con saber que mi hermano y yo estaremos cuando lo requieras – explicó de una manera que decía que no aceptaría ni respondería más interrogantes. 

Sebastián enfadado por aquello bajó del vehículo sin agradecerle y entró a su casa. 

Su madre se encontraba en la cocina, el aroma de la comida lo inundó e hizo rugir su estómago, al parecer lo que había comido con Dylan no había sido suficiente. 

– Mamá – llamó – lamento no haber venido anoche, estuve con... – no finiquitó su explicación.

– Dylan – su madre lo interrumpió – lo sé cariño, me enviaste un mensaje – dijo mientras le mostraba el celular.

¿Lo había hecho? No, no lo había hecho. Revisó su celular y en efecto, allí estaba el supuesto mensaje que había mandado. 

Mamá, me quedaré con Dylan su padre no está en casa, es un modo de devolverle el favor. Espero que no te moleste. 

La mayoría del texto era una mentira, pero no podía decirlo así que calló, y, reflexionó sobre aquel hecho, concluyó que Dylan lo había mandado; al parecer él se había embriagado lo suficiente como para no recordar que tenía una mamá. ¿Qué otras cosas estarían cubiertas por celaje en su mente? 

– Oh, sí claro – murmuró más para él que para su madre. 

– ¿Ya comiste? 

– Algo, pero creo que me quedé con hambre – se sinceró.

– Entonces siéntate – le indicó.

Sebastián obedeció y comió con su madre en silencio; casi nunca hablaban de nada y eso que mantenían una buena relación, únicamente de vez en cuando dialogaban sobre sus calificaciones, sus amistades y sus aflicciones, pero en ese momento, en ese segundo no había algún tópico digno de mencionarse. A menos que... Caviló. 

– ¿Cuándo murió mi progenitor? – Siempre era progenitor, nunca papá; y nunca lo sería.

Sebastián sabía que no estaba muerto, pero al haberlos abandonado fue para él como sí hubiese muerto. 

– Tian sabes que no está muerto, por razones extrínsecas a su persona tuvo que irse. – Dilucidó, para después añadir – tú tenías cuatro años. 

– ¿Dónde está ahora? ¿En el sur de México? ¿En el norte? – Tenía dudas, siempre las había tenido y hasta ahora las había callado, pero lo que los gemelos le habían dicho y hecho, hacía que las incógnitas aflorarán en su ser cual margaritas en primavera. 

– En Rusia – contestó categóricamente su mamá; aquello significaba "no más preguntas".

¿Rusia? Necesitó beber agua para no atragantarse con la comida, ¡Los gemelos eran rusos! ¿Su mamá sabía de aquello y no se lo decía? ¿Sabía que estaba siendo vigilado? ¿Qué ganaban ocultándole las cosas? ¡No era un niño que no sabía guardas secretos, era casi un adulto, merecía saber lo que sea que le estuvieran ocultando! Inhaló de manera profunda buscando dispersar sus pensamientos...


Ya habían pasado cerca de dos horas después de haberse duchado, y aún no lograba dormir, se levantó y se dirigió a la cocina por un vaso con agua con la esperanza que aquello lo cansase aunque sea nada, al regresar a su cuarto vio que su reloj de mesa marcaba la una de la madrugada, ¿Por qué no podía dormir? No quería tomar las pastillas, muchas veces ni efecto le hacían y en dado caso, no quería convertirse en un dependiente. Volvió a acostarse y aplicó la tan trillada técnica de contar ovejas, no supo en que instante dejó de contar...

Un ruido en la cocina lo despertó, su madre debió ir por agua; por simple curiosidad, y aún a sabiendas que no debía pues empeoraba su situación, miró de reojo su reloj, eran las cinco de la mañana, perfecto; ahora no podría volver a dormir, no se puso de pie, siguió acostado; su cuerpo reposaba pero su mente no, divagó entre los últimos sucesos que habían pasado, entre las distintas contingencias que había enfrentado, ¿Cómo era que había estado tan cerca de Dylan? ¿Por qué le había permitido tocar su cuerpo cuando ambos eran hombres? Dylan era guapo, muy guapo a decir verdad, pero…

 ¡¿Qué demonios?! Gritó en su fuero interno. 

Se levantó molesto consigo mismo y como auto castigo se bañó con agua fría, debía dejar de tener aquellos sórdidos pensamientos, ambos eran hombres, y visto en el sentido más burdo, ni él ni Dylan tenían vagina para que uno pudiese penetrar al otro.

No es necesario tener una, susurró aquella estúpida vocesita interna que tenía. 

Desayunó lo que su madre le había preparado, ella ya se había marchado; al terminar se aseó y salió rumbo a su escuela. 

Las clases casi concluían, sólo faltaba matemáticas, así que como un buen chico esperó a que la profesora llegara, vio a Dylan de reojo pero no le habló, ¿Acaso el chico de ojos verdes estaba molesto? Quizá siguiera enfadado por haber ensuciado su auto. Bueno, después lo arreglaría con él.

La clase iba por la mitad cuando Clarissa llegó y solicitó, a la maestra, entrar. 

– Por favor profesora permítame entrar – la manera de decirlo fue demasiado remilgada que pareció más artificial que una muñeca barbie. 

– Será para la próxima Clarissa – le negó el pase la profesora.

– Por favor, déjeme pasar – sus manos manifestaban los que debía sentir que, al parecer era pena – le prometo que es la última vez. 

La chica siguió alegando de forma sobreactuada, tanto que la figura de autoridad en aquel salón le permitió entrar, aunque sólo si resolvía el problema que estaba en el pizarrón. La rubia aceptó y enseguida lo resolvió, no era que fuera el problema más difícil como para que no pudiese, sin embargo fue lo suficiente narcisista para auto felicitarse, agradecer a la profesora por sus palabras, las cuales tan sólo habían sido "muy bien Clary", y gratificar a la misma por permitirle entrar.

Aunque su actitud no le sorprendía del todo, aquella chica pecaba de egocentrista y de narcisista, todo el tiempo buscando llamar la atención, siempre hablando o riendo demasiado  fuerte para que la escuchasen, muchas veces la chica zahería a las personas sólo para hacer presencia. Sebastián dejó de pensar en ella, no sabía lo que la empujaba a tomar aquellas actitudes…

Las clases finalizaron y su entrenamiento inició, era su rutina, era su presente y posiblemente sería su futuro, aunque sustituyendo las clases por trabajo.

Cuando entrenamiento cesó, el instructor lo llamó para avisarle que pronto comenzarían los intercolegiales y lo mucho que esperaba de él, Seb no hizo más que asentir y, después fue a los vestidores para higienizarse, la mayoría ya salía; sólo quedaban cuatro personas y entre ellas Dylan.

Se apresuró a ponerse bajo el chorro de agua, buscando limpiar su cuerpo. 

Estuvo seguro que no tardó más allá de lo estrictamente normal, sin embargo para cuando él estaba saliendo de la regadera, Dylan cruzaba el umbral de los vestidores. 

– ¡Dylan! – Medio gritó al tiempo que ajustaba la toalla a su cadera.

– ¿Qué quieres Sebastián? – Dylan giró la mitad de su cuerpo nada más. 

– ¿Estás molesto? – Curioseó, no entendía el porqué de su enfado. 

– ¿Tu qué crees?

– Que si – contestó con honestidad – pero no entiendo porque. – Admitió. – Si es por lo de tu auto, lo limpiaré – aseguró.

– No fue por ello – el chico chasqueó.

– ¿Entonces? – Enserio quería disculparse, Dylan se había portado bien con él. 

– ¿Por qué no intentas recordar lo que pasó el sábado por la noche? – Lo invitó.

– ¿Por qué no me lo recuerdas? – Desafió molesto, quería que dejara las ambigüedades y hablara claro. 

Odiaba los circunloquios, él funcionaba mejor si ponían las cartas sobre la mesa y hablaban sin retoricas.

Dylan se acercó a él como lo haría un león a su presa, despacio y con una ladina sonrisa. Seb tragó con dificultad, pero no se movió de su sitio. 

El chico de ojos verdes lo miró de forma tan penetrante que el moreno sintió que le perforaba los ojos hasta dar con su alma, se había detenido a escasos centímetros de él. El aliento del mayor le rozaba la nariz y los labios, de forma inconsciente abrió estos últimos de forma sutil.

Su corazón se aceleró y las manos comenzaron a sudarle.

Estaba tan embelesado que no escuchó el sonido de la maleta deportiva de Dylan que debió provocar al tocar el suelo, sin embargo vio como éste la dejaba caer, milésimas de segundo pasaron antes que su rostro se viera entre las manos del mayor y sus labios fueran poseídos por los del chico con esmeraldas como ojos. Los labios del mayor acariciaban de una forma suave pero al mismo tiempo frenética, por el deseo, los labios del menor, la lengua de Dylan se abrió paso dentro de su cavidad y danzó con la suya embriagándolo con su elixir; sin darse cuenta, Seb se aferró a la playera del mayor, no obstante un pensamiento asaltó la obnubilada mente de Sebastián. 

<<Es hombre>>

Acto seguido empujó renuente a Dyl. 

– ¿Lo has recordado? – Preguntó esperanzado el mayor.

¿Recordar qué? ¿Qué tenía que recordar? Su mente se había confundido, de nuevo, por culpa de Dylan. 

– ¿Qué cosa? – Soltó sin pensar. 

– Deberías dejar de hacer eso.

– ¿Qué cosa? – Repitió aún más confundido. 

Entonces lo entendió, en parte, pero entendió. Se suponía que Dylan debía "ayudarlo a recordar" pero en tal caso, ¿Por qué lo había besado? La respuesta llegó a su mente tal como un rayo lo hace en una tormenta, de forma ruidosa y con luz, tan sonoro que lastima.

– No estaba cuerdo – se excusó.

No podía ser cierto, no lo había besado, estaba ebrio, no cavilaba bien, no, no, ¡No!

– En efecto – concordó Dylan mientras levantaba su maleta del suelo – parece que sólo ebrio aceptas lo que sientes  – dijo de forma un tanto decepcionada. 

Nota1: Para que no haya confusiones la historia está narrada en México, hay nombres extranjeros porque, como es obvio, en cualquier país no exclusivamente vive gente originaria. 

Nota2: Gracias por leer. Y para los que comentan, doble gracias (:

Nota3: Si hay errores de redacción u ortografía no duden en comentarlo. 

Nota4: Lamento que el capítulo sea "flojo", pero espero  que les haya gustado. 

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