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Chapitre XI

QUELQU'UN 1 [ HORAS ANTES ]

Aquí...

En el mismo lugar en el que aquella respiró por última vez: Entre dos paredes Norte-Sur, relleno de olores que me recuerdan a mi hogar, olor a cadáver en su última etapa; rodeado por velas que humean más de lo que iluminan.

Ellas dos, sobre la tumba de alguien que alguna vez nos aborreció.

Y pensar que cuando nuestra estancia sobre las nubes, a nosotros alababan. Ahora solo juzgan por la apariencia, ¡patéticos!

Tan lindos sus culos voluptuosos meneándose mientras sus lenguas se intercambian, juntándose de rosados pechos.

—Te encanta todo este juego ¿cierto...? ¿O me equivoco? —pregunta Péronne a mi lado, quebrando los gemidos de voluptuosidad que dejan salir las otras dos.

Sus muslos rollizos y brillantes de sudor reciente, entre roces tiemblan junto a pisadas torpes de excitación.

Puedo ver cómo vacilan hacia mí sus miradas de reojo.

Por algo maldije el rabillo del ojo. Conjeturar en segundos lo que capta este es mirar demonios, pues tan engañoso es que incluso puede llevarte a la paranoia de una manera tan patética que solo yo les dejaría a estos asquerosos humanos.

Péronne con sus manos repasa por mi espalda desprovista de algún rastro de ropa, el sensual recorrido de siempre —Ya no aguantabas verle sin poder hacer nada, —su voz lenta —¿verdad? —susurra en mi oído.

Mis ojos solo atisban el movimiento deseoso y salvaje de los cuerpos de aquellas castañas que, pisoteando el ataúd de piedra, se estimulan mutuamente.

—Tu mente enferma detesta tenerla cerca sin poder actuar —me acaricia a susurros.

Mis manos tiemblan levemente, inconcientemente, con cada palabra pronunciada que llega a mis oídos, con cada imagen que proyectan mis retinas, con cada pensamiento de deseo hacia su cuerpo, su voz, su corazón, su alma pura y virgen.

Frente a mí, las dos aún comiéndose de labios, quedando acostadas sobre la tumba.

Siento una de las uñas de Péronne deslizarse por toda mi columna, de arriba a abajo —De no ser por mí no sé qué hubieses hecho, si hubieras permanecido más tiempo allí con ella.

Mis ojos descontrolados.

Ellas, una sobre otra de cara a cara, acariciándose mientras me apuntan con sus coños coralinos.

La de abajo, llevando un hermoso mechón claro entre las piernas, dividido por una recta pulposa; yergue su tórax, practicando ante mis ojos "un pecado", o así lo llaman los que tanto alaban al Todo Poderoso, muchos se refieren a ello como "un acto sexual desviado y pecaminoso", yo por el contrario prefiero llamarle: sodomía.

Mi respiración cada vez más irregular.

Entrelazando los muslos, sus coños rosados frotándose entre sí, mientras gemidos de deleite llenan la penumbra de las llamas parpadeantes.

Sus pezones inflados se unen junto a sus labios, rojos de tanta succión salvaje; sintiéndose sus dientes chocar unos contra otros de tal excitación ciega.

—Eres débil, débil contra ella —Péronne hablando a mi oído, como un cuervo atrae la cizaña—. Débil...

Mis muelas traquean, producto a la euforia afluyendo por mis venas. 

Las otras gimen con vehemencia, producto a tal deleite del que gozan sin escatimar.

El aliento sobre el pabellón de mi oreja forma palabras —Sientes poder ¿verdad? —su lengua mojando lentamente mi piel que cubre cartílagos, frotando mis hombros con sus manos —Pero solo es ella, una droga fluyendo en tu sangre —sus dedos bajan, acariciando cada pedazo de piel en mi pecho.

Las castañas con sus coños emitiendo sonidos, moviéndose al mismo compás, meneando sus caderas en círculo de alante hacia atrás.

Solo una mano de Péronne queda sobre mi clavícula a mi derecha, arrastrándola suavemente hacia la izquierda, descansándola con sus dedos agarrando mi hombro.

Su cuerpo camina a pasos sensuales hacia delante, haciendo caer su brazo a su lado.

Desvío mi vista de reojo hacia ella, y efectivamente, es como mirar un demonio, yéndome por la parte literal.

Sus cabellos negros cayendo en una fascinante espalda blanquecina en forma de guitarra, decorada más abajo de las caderas con un apretado agujero entre dos hermosas nalgas brillantes, literalmente.

Esta arquea su espalda hacia delante, dejando detrás su culo en forma de corazón, en un grito agonizante proveniente de más allá.

La tumba sobre ellas chispeteada de sangre.

Un charco cristalino saliendo desde bajo sus cuerpos, bajando lentamente hasta el suelo desde el borde donde se encuentran.

Sus mentones rojo carmesíes.

Una de ellas desprovista totalmente de su labio inferior; había sido arrancado, tal vez no deliberadamente. La otra sosteniendo el pedazo de carne sobre su lengua que se mantenía fuera de su boca, tragándolo en seco mientras sonríe.

Un grito se expande nuevamente, pero no de la misma voz que antes.

Tal vez desquitándose, mientras sus coños vuelven a juntarse en un leve meneo y sus dientes inferiores salidos como una calavera, esta agarra con sus manos el pescuezo de la de en frente, llevándose su nariz a la boca.

En solo unos segundos de fuerza en su mandíbula y jalando hacia atrás, un pedazo de carne junto a un mechón de cabello que sudado se había adherido a la piel, queda entre sus dientes tintados de sangre.

Otro grito forma eco en el corredor, llegando más allá de la oscuridad de los lados de este; incluso las pequeñas llamas tendieron a apagarse.

Las piernas de Péronne giran junto a su desnudes, caminando hacia mí a solo unos pasos, con sus pezones bien rojos al estarse frotando.

Los dedos de sus manos se cierran en mi cuello.

Sus negros cabellos cayendo a montones en sus hombros, cubriendo parte de sus pechos.

La altura de sus ojos solo llega hasta mi pectoral, en el cual encaja las uñas de su mano izquierda, rasguñando mientras baja lentamente su mano hasta mi abdomen.

Su lengua pasa a lamer mi endurecida tetilla, forzándome a dar respiraciones profundas.

Su prolongación recorre de abajo a arriba y lentamente mi pecho, barriendo con su baba mi cumbre.

Sus ojos suben hasta los míos una mirada lujúrica, mostrándome cómo sus retinas mandan a su cerebro imágenes de mi busto, convirtiéndolas en escenas tan morbosas como el paseo desnudo de Adán y Eva por el Edén.

Sus pupilas alejándose de a poco hacia abajo, arqueándose; su culo de corazón en la cima. Es como follar angelicalmente en una nube y, precipitarme de manera tan bella que, luego ella mane su cascada de arcoíris. Que recuerdos.

¡Y que asco!

¡Prefiero que el fuego arda sobre !

Y llega al lugar del que tanto goza. Mi flagelo levantándose de a poco mientras ella recoge mis testículos en su mano.

Sarah... —su nombre resuena en mi cabeza.

—Tenemos que hablar —todo el alrededor cambia: Los muros enmohecidos se disipan en blancas paredes. A un lado, la cama; un espejo colgado de la pared sobre una mesita cargada en gavetas y, las castañas desaparecieron, al igual que sus gemidos. Ahora todo no es más que sosiego.

El dormitorio de Péronne.

Esta enseguida mira hacia los lados, quedando de pie de a poco.

Aún desnudo, camino hasta las sábanas tendidas de blanco.

La morada no es tan ancha como tan alta; un vitral de cristal transparente, tan grande casi como la altura que hay del suelo al techo cónico.

Quedando recostado, frente a la cama, este vitral.

Podría decir que esta vista era una pintura si, la luz natural de la luna no incomodara en mi cara.

—¿Qué te está pasando? ¿Acaso te han purificado el alma? ¿Dónde está "El Gran Demonio De La Lujuria"? —Péronne se sienta frente a mí, recogiendo y uniendo sus rodillas, dejando a propósito de provocar, su coño a la vista.

—Debes saber que estar dentro de un cuerpo significa unirte a él, junto a sus pensamientos, sus sentimientos. Debido a esto es que en ocasiones puedo llegar a emplear sus emociones en acciones o decisiones, y eso es lo que más preocupante —me estiro más sobre la cama, extendiendo a lo largo mi pierna derecha y dejando mi brazo estirado igual, sobre mi otra rodilla que mantengo en flexión.

—¿Sobre qué tenemos que hablar? ¿Tu pequeña... Isabelle? —eleva sus pupilas, dejando caer hacia atrás su cabeza, aún con sus codos apoyados sobre las sábanas.

—Algo así...

Nada más que los grillos y el viento nocturno quedan mezclados en el ambiente.

Nuestros cuerpos brillando a la luz de la luna.

Nuestros pies tocándose sutilmente.

Sus ojos rígidos alineados con los míos.

La superficie lisa y la suavidad del colchón debajo de mi palma.

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NARRADOR OMNISCIENTE

Los balbuceos que salen de su boca son conscientes del dolor y deterioro de su cuerpo.

Sus ojos destilando lágrimas con descontrol, observan la poca forma que queda en sus extremidades.

El techo de la tumba es un vertedero de mutilación.

Su mano derecha faltante de dedos, sobresaliendo sus huesos en una fuente de sangre.

A sus gritos agonizantes aún le responden ecos estremecedores.

Trata de mover sus piernas para quedar erguida, pero solo termina cayendo al suelo.

—Isabelle... —su voz es apenas entendible.

Se arrastra, caminando con los codos sin destino específico.

Falla, cayendo de cara a un charco (disculpen el primer sustantivo y si se ha de repetir), dejando ahogado en el suelo un grito de aflicción.

Su cuerpo tiembla, asimilando su dolor con quemaduras.

Parte de su rostro y torso (volviendo a disculparme, ahora más bien por el segundo sustantivo) titilan como estrellas; estas titilan luz, mas su anatomía, tanto dolor que apenas maneja su poca consciencia.

En un acto de voluntad, débilmente y lentamente se eleva, sosteniéndose de sus codos pues sus manos y antebrazos tan adoloridos están que apenas y puede sentirlos.

—Amélie... —luego del nombre, un grito tormentoso es respondido por un eco, una vez más; un eco regresando en ondas lo que dijo, aunque pareciera que con mucha más angustia, haciéndole recordar que está más que sola, está perdida, y ya su vida va camino al precipicio.

Mas ella no se rinde, sostiene la idea de que aún le queda fuerza y vida para continuar. Desea hacer saber la verdad, antes que todo sea ya demasiado tarde.

Por todo el busto de su cuerpo cargado en dentelladas purpúreas, gotas de agua turbia recorren, limpiando las sangres sobre su piel.

Como curar heridas con el filo de un cuchillo, o las espinas de una rosa.

Las ondas en el gran charco cesan, y ella bajando su cabeza, queda aterrorizada con lo que allí se refleja.

Su mentón tiembla, el olor metálico inundando sus pulmones al punto de volverla loca, o más loca aún.

Golpea su cabeza con sus muñecas —¡¡Sal de mi cabezaaa!! ¡¡Saaaal!! —sus pupilas se agrandan, al igual que sus párpados; sus ojos queriendo salirse de lugar.

Entre tensión y terror conduciendo sus neuronas a la paranoia, esta batea su cabeza contra el suelo sin parar, de arriba a abajo, diagonal izquierda, diagonal derecha.

Su nariz sangra, junto a lloriqueos de dolor.

Abre sus ojos para mirar al frente; uno de estos como el muelle dejado por aquellas pinturas haciendo estremecer la cama.

Al final, hasta donde su vista alcanza; allá, donde la oscuridad no deja ver más hacia el fondo, dos cuerpos entunicados atisbando tal horrorosa y desequilibrada escena.

—No... —la de castaños cabellos llena de gotas salinas su cara hinchada y deformada, sin importarle cuánto arden esas, que tanto desparrama.

Aquellos entes, toman la dirección de sus piernas hacia esta, tirada en el suelo.

—¡No...! —soltando clamorosos quejidos, toma fuerzas para girarse aún sobre el charco, arrastrándose con sus codos y rodillas peladas de fricción con el defectuoso relieve.

Risas, llantos y macabros sonidos escucha, como si estuviesen gritándole al oído.

—¡No otra vez! ¡No!

El eco en seco de los pasos la desquician; su principal deseo, llegar al cadáver mutilado a mordidas sobre la tumba.

Sintiéndose ya la sangre fluir de sus codos con tal dolencia y quemazón, utiliza con más rapidez envuelta en el delirio y la desesperación, la despellejadura del medio de sus piernas.

Sin erguirse, su mano izquierda salta hasta encima del sepulcro, palpando y buscando sentir entre sus dedos aquella viscosidad que recuerda demasiado bien.

Siente estructuras finas enredarse en su mano, como hebras de hilo. Asía de ello y tira, pescando hacia abajo hasta frente sus ojos, la cabeza desmedrada y prácticamente glabra de su víctima, debido a anteriores tirones de cabello.

Una oleada de asco le arrasa de ojos a estómago.

Mira al Este de su posición, conjeturando que debían de ser ellos otra vez.

Más lágrimas caen por su cara sucia y casi tan horrorosa como la que sostiene, desviando su vista completamente hasta los ojos blanquecinos de esta.

Su mano izquierda aún sujetando el cráneo por los cabellos, su derecha toma lo que puede de la fría y blanda piel del mentón desviado hacia un costado.

Como si tuviese al amor de su vida entre sus brazos.

Queda rostro con rostro, indecisa en si debía hacerlo o no, rozando su nariz contra los frígidos labios de aquella que le rodean moscas.

Como si una persona quisiese besar a aquella que le brinda placer.

Otra vez las voces, tan perversas que hacen su cuerpo temblar.

—No... —una lágrima cae, entrando a un nuevo ojo —No otra vez... —adentra su pulgar por la boca entreabierta de la cabeza que apenas y tiene forma —No podría soportarlo.

Un sonido estridente llega a sus oídos —¡Malditos engendros del mal, no les daré la satisfacción de acabar conmigo! —dijo con la voz como si hubiese llevado horas corriendo.

Sosteniendo más fuertemente los pocos filamentos de cabello en su mano, impulsa aquellos labios contra los suyos, mordiendo estos como si su vida dependiese de ello.

Mastica y mastica aquella carne de la que se apoderó su boca. Su lengua llenándose de un fluido de sabor tan espantoso que hace que pierda el control.

No sabe lo que hace, pero tiene en mente que en estos segundos debe de morir.

Traga, la carne elevando la piel de su cuello grandemente al bajar por su esófago.

¡Oh, cosa tan macabra!

Ligado a lo natural de toda especie: Alimentarse.

Has hecho que llegue al canibalismo.

Carece de lógica esto de, sacrificarte de manera tal, llegar a hacer lo más mórbido e inaccesible para la mente humana, por morir, solo para escapar de otra muerte.

Cordones de lágrimas expulsan sus ojos involuntarios, recorriendo rápido y sin estorbos hasta sus pechos carcomidos, carentes de pezones.

Entretenida y paranóica, resbalando sobre el linado suelo, sabe que necesita más para acabar con todo.

La llama de la única antorcha cada vez más pequeña.

Las siluetas aún en la oscuridad cada vez más grandes.

Aquella que cuida de un gran pedazo de carne y huesos en sus manos, ni siquiera puede mantenerse quieta entre las densas sangres y el fango en piernas. Sabe que no le queda mucho tiempo en ninguna de las dos alternativas que tiene, o que le es obligatorio escoger, para acabar con todo.

Sin mucho que pensar, lleva sus manos hacia su boca, trayendo consigo la nariz frente a ella, destrozando su carne en solo segundos.

Muele esta en sus muelas y sin vacilar, traga.

Entre lloriqueos y leves arcadas, arrasa de dos bocados violentos las orejas de aquella atrocidad, cayendo sangre a chorros en sus manos, como agua de un coco.

Mastica los flexibles cartílagos apresuradamente, de manera inhumana, observando cómo disminuye considerablemente la distancia entre sí misma y aquellos que caminan a paso de calma.

Traga; una, dos veces, con dificultad, sintiendo que aún aquellas partes se retenían en su esófago.

Se apura entonces en, agarrando con sus manos las dos divisiones de su boca, abrir esta que frígida se mantiene.

Lanza una mordida, luego otra, siguiendo la línea de la comisura de los labios de aquella cabeza, dejando el mentón aún más pulcro (usando este adjetivo no tan literalmente) al embocar luego un trozo de lengua.

Toda aquella masificación dentro de su boca traga vorazmente sin siquiera masticar, sintiendo cómo queda retenido en la entrada a su garganta.

Su cuerpo responde con fuertes arcadas y dolor agudo en el estómago, apretándosele el pecho y temblándole sus piernas. Ella hunde más su mano, apretando el gran bocado allí dentro.

Sus ojos al punto de explotar, notándosele marcadas las venas en sus sienes y pescuezo.

Con poca fuerza en sus manos y la muerte en la avenida a ella, al igual que aquellos que de esta solo los aparta un corto tramo, desgarra del cráneo rojo el puño de pelambre, empujándolo hasta sus adentros en su esófago y otra vez, traga.

Su vaga vista cesando va.

Un tétrico tembleque retuerce su cuerpo en el suelo, quedando atragantada y de ojos abiertos ya intensos.

Sus extremidades aún con locos nervios en un leve meneo; en sus dedos.

Abnegado ya, completamente, su vida.

...

Solo unos pasos, casi arrastrando sus túnicas por el suelo, hasta frente la escena.

—Menudo teatro —dice uno de ellos con voz masculina; su cara oculta entre sombras.

—Dos más que muerden la manzana —su tono emana picardía, malevolencia.

Una gota de cera de la única vela cae sobre la sangre en la tumba.

—Anda, cachorra, toma una y larguémonos de aquí —este camina hasta la que aún conserva su cabeza, tomándola de sus cabellos.

—No soy tu cachorra —ella fue hasta el sepulcro, tomando de la pierna a la que allí, más bien había que unir varios pedazos en su cuerpo para poder llamarlo "cadáver humano".

Aquel cuerpo deforme arrastrándose por su mano hasta un lavajo —¿Crees que se alarme alguien de los que allí, presentes estarán? —cada oración termina en silencio.

—¿Algo que no les asombre a todos estos idiotas? Nada. Pero serán cautelosos, tendremos que mantenernos de mente en vela, no debemos llegar a subestimarlos.

—¿Ella estará allí? —desvía su rostro oscuro hacia él.

—Sí. Cabe decir que me veré obligado a decapitarte y mandarte a arder en las llamas si te acercas otra vez a ella siquiera a mirarla —arrastrando el cuerpo, se sumerge a la oscuridad.

Esta suspira —Debo ser una de las elegidas —sigue su sombra por detrás.

La vela culmina su luz.

🕯️††††††††††††††††††††††††††🕯️

Nota de autor: Hola chicooos, ¿qué tal?
Capítulo fuerte ¿verdad? BUAJAJAJAJAJA.

Espero que este capítulo les haya... por lo menos mantenido leyendo sin salir del asiento, jeje. Para los que le resultó incómodo o algo así pues... ¿tiene diazepam? (•ิ_•ิ)?

No olviden apoyarme con una estrellaaa
~(^з^)-☆ y dejar esos comentarios que me entretengo leyendo jaja.

¿Alguna dudaaa?
¿Alguna sospechaaa?

| `Д´|

Aquí los dejo, hasta la próximaaa, byeeee.

Fautinoperez.

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