1-Despedida.
Subí mis gafas de pasta sobre el puente de mi nariz y bufé. Siempre las tenía sucias, pero aquello era un exceso. Estaba segura que si mi abuela me hubiera visto, me hubiera regañado diciendo que tenía un huerto de patatas sobre los cristales y no lo podía negar. En mi opinión, aquello no eran solo patatas; era el huerto entero, contando zanahorias y lechugas.
Me calcé mis zapatillas verde fosforito. Sí, se que las zapatillas con este color jamás conjuntarían bien con un vestido blanco de florecitas, pero yo era así de pintoresca: colores y despilfarro por todas partes. Me dirigí a la cocina donde se encontraban mis padres charlando tranquilamente como era costumbre.
-Hola papá, hola mamá- Los saludé mientras me dirigía al fregadero para tratar de limpiar las gafas.
-Buenos días- Saludaron al unísono.
Ellos ya sabían que iba a salir, así que después de desperdiciar medio bote de Fairy en el limpiado de mis gafas y aproximadamente medio kilo de papel de cocina para secarlas, me despedí de ellos con un sonoro beso.
Era junio y el calor por fin se notaba en mi ciudad, que de por sí solía ser calurosa, pero ya sabéis; con todo esto del cambio climático no hay quien se aclare a la hora de decidir que ropa ponerse. Aun así, yo siempre iba con ropa descubierta, pues ni en hinvierno ni en verano el frío se me hacía notar, cosa que mis amigos siempre me reclamaban ya que ellos siempre se la pasaban con frío -cosa que no lograba entender-.
Caminé a velocidad normal hacia la pequeña plaza en la que solíamos reunirnos. Se trataba de una simple explanada extensa con un par de banquitos y un escenario que solo se usaba en navidad, cuando la gente se subía al altar para cantar canciones o la gente que tenía dinero contrataba música para sus fiestas.
En mis dieciocho años de vida, solo había ido un par de veces a este tipo de fiestas, las dos sin permiso de mis padres. Fue algo espontáneo, pues mis padres me prohibieron acudir a la fiesta a pesar de que yo ya rozara la mayoría de edad. ¿Consecuencias? Que yo me escapara de casa para acudir y que mis padres me descubrieran. ¿Resultados? No volví salir de fiesta, aunque las adorara.
La adrenalina que sentía en el momento, la música alta y la gente pasándoselo bien era sin duda alguna, mi paraíso. Llaménme lo que quieran, simplemente adoraba ver la felicidad de la gente, ver como disfrutaban en compañía de los demás. Y sí, siempre amé ver a la gente con una sonrisa estampada en sus caras, motivo de que yo quisiera provocarlas.
Solía ser muy impulsiva, varias veces fui a donaciones y a ONG para ayudar a la gente enferma, supuse que si donaba dinero podría lograr que su destino cambiara a mejor, que pudieran reír junto a sus seres queridos.
Porque yo veía así la vida, una oportunidad para ser feliz.
Ahora haría algo más grande, sin duda. Empezaría lo que era mi sueño para cumplir el de muchas personas más. Decir que estaba cegada por el momento o eufórica, era un gran eufemismo.
Divisé a mis amigos a lo lejos. Andrés y Sofía sacudieron sus manos de forma algo exagerada, tanto, que llegaron a darme algo de vergüenza ajena. Le resté importancia y corrí donde ellos se encontraban, estaba demasiado feliz a la par que triste, pues aquello era una despedida. Las despedidas solo podían aportar cosas buenas, o por el otro lado, cosas malas. Esperaba confiar en que a mí me aportaran hechos positivos.
Me lancé a abrazarlos, ellos me correspondieron igual. Todos estábamos felices, pero sabíamos que en el fondo no queríamos estar dándonos nuestro último abrazo como despedida antes de que yo me marchara a una ciudad inglesa.
-No quiero que te vayas -Dijo Andrés.
-No te creas tan protagonista, yo tampoco quiero -Dijo Sofía con una mirada acusadora.
Me encantaba ver como ellos dos discutían, siempre les chinchaba diciéndoles que los que se pelean se desean, entonces ambos siempre terminaban apartándose para mirarme mal. Aunque muy en el fondo sabía que ese par algún día terminarían juntos, lo tenía más claro que mi preferencia por mis zapatillas de colores vivos.
Entonces los dos se separaron de mí y vi como mi amigo me examinaba sin ningún pudor de pies a cabeza. Estaba segura que si otra persona lo hubiera hecho, no hubiera tardado ni dos segundos en propinarle un tortazo, pero con él no tenía nada que esconder. No me malinterpretéis, él era mi amigo y me examinaba cada que salíamos, según él, para asegurarse de que iba presentable.
Sofía y yo lo miramos con el ceño fruncido cuando él detuvo su vista en mis hermosas Nike.
-Evelyn...-Dijo con el tono de un abuelo cansado, yo ya sabía que me tocaba aguantar otra de sus críticas hacia mi calzado. Odiaba que él hiciera eso cuando vestía con unas zapatillas tan sucias y viejas que del color blanco, habían pasado al gris-negro. No sabría definir en qué tonalidad estaban, pero a pesar de que siempre le advirtiéramos de que aquel no era un calzado apropiado para salir a la calle, Andrés nos ignoraba tanto a Sofi como a mí.
-No quiero quejas el día de hoy -Setencié posicionando mis manos en mis caderas, tratando de sonar firme, pero lo único que conseguí fue que todos lo allí presentes estalláramos en carcajadas-.
-Realmente te extrañaremos demasiado -Dijo mi mejor amiga algo apenada-, ¿Cómo serán las pillamadas sin tí?
Me reí bajito pero sabía que era cierto: yo tampoco estaba preparada para mudarme tan lejos de ellos y de toda la vida que dejaba atrás. Quería pretenderlo, pues tampoco era mi intención amargarlos con mi ausencia, no quería eso cuando por fin me habían contratado para uno de los mejores centros médicos de la ciudad a la que iba. En fin, estaba tremendamente nerviosa, pero también feliz de poder hacer lo que quería: ayudar a la gente.
-Serán...- Traté de pensar algo ingenioso, froté mi barbilla con mi mano derecha para agregar más tontería al asunto- pillamadas sin mí.
Admito que aquello era una estupidez en toda regla, la mirada de mi amiga me lo dijo todo. Las conversaciones desde el día en que les noticié siempre tomaban la misma dirección: mi partida. No me agradaba aquello, sabía que tanto mis amigos, como mi família y algunas personas de más me echarían de menos, pero yo no quería dejar ir mi sueño.
Pude parecer agoísta, pero no. Realmente me preocupaba por ellos, pero esta oportunidad era muy buena y por fin podría ponerme en los zapatos de un médico, que aunque fuera costoso su trabajo, al fin y al cabo hacía que la gente fuera a mejor. ¿No?
Fuimos a nuestro lugar favorito de toda la ciudad, los recreativos. No sabía por que motivo seguían existiendo este tipo de cosas, la gente prefería quedarse en su casa jugando con su consola en su zona de confort en vez de tener que salir a la calle y pagar por ello, pero nosotros éramos la diferencia, los pocos que aun seguían disfrutando estos lugares.
Entramos al pequeño edificio que estaba escondido de la sociedad. Este no era un sitio al que mucha gente acudiera por varias razones: la primera, era que estaba camuflado como si fuera un edificio normal sin nada de especial, la segunda, porque era algo... no del todo legal, por así decirlo. No era que hubieran robado las máquinas -aunque también estaban compradas ilegalmente-, pero el hecho de que en el mismo edificio se traficaran sustancias de todo tipo no era de lo que se solía llamar confiable.
Después de pasar por la "puerta" -si es que así se le podía llamar a la vieja tabla de madera cubría las miradas de curiosos-, subimos prácticamente corriendo los peldaños de las viejas y mohosas escaleras hasta llegar al piso de arriba.
Todo muy reconfortante, ¿Verdad que sí?
Aquello era un paraíso para adolescentes en busca de aventuras, claro, si tenían que ver con los muñecos que salían en las pantallas dispuestos a dejarte en banca rota.
Entramos a la sala como Pedro por su casa. Esta como siempre tenía las luces apagadas y una improvisada bola de luces de discoteca en el techo, que alumbraba con ténues luces de colores la sala. El olor a tabaco y otras sustancias delatantes inundaron mis fosas nasales como de costumbre. Nosotros éramos por así decirlo, los reyes del lugar. Ok, no tan dramático, pero la gente allí nos apreciaba demasiado, pues llevábamos desde los siete años acudiendo a escondidas a este hermoso lugar.
Los soniditos de las máquinas sonaban por toda la enorme sala, también lo era el jaleo general formado por las personas que habían allí. Podías encontrarte desde gente adulta que quizás desperdiciaba su vida con el alcohol, hasta niños y no tan niños expertos en ese tipo de juegos, pero ninguno de aquellos era capaz de ganarnos al escuadrón Morcilla.
Si te preguntas quiénes eran, te lo responderé con amabilidad.
El escuadrón Morcilla fue formado el año **** cuando los jóvenes Adrián, Sofía y Evelyn...
Dejemos esto.
Sólo éramos nosotros tres, que a causa de nuestro aburrimiento después de las clases de instituto, veníamos aquí a desperdiciar nuestro dinero y volvernos pobres jugando, pero poco a poco eso fue tornándose en nuestro beneficio, pues la gente nos admiraba. Aunque habían algunos que trataban demostrar que eran mejores que nosotros, escasos lo conseguían.
-Voy para allá -señaló Adrián con la cabeza a la zona de las máquinas de botoncitos-.
Sofi y yo nos dimos una mirada cómplice, ambas sabíamos que lo que nos convenía el día de hoy no eran las típicas máquinas de recreativos corrientes. Eran las de realidad virtual.
-¡Vamos!- Chillamos las dos a la vez corriendo para tomar asiento antes que nadie en las -por el efímero momento- solitarias zonas de juego.
Las dos nos colocamos las gafas de realidad virtual. Hacía poco que las habrían estrenado, auque tampoco era nada del otro mundo, lo supe en el momento en el que invertí mi dinero en la máquina.
Un paisaje de cielo azul se abrió ante mis ojos. Era algo parecido al Minecraft, por el vago hecho de que nos encontrábamos en un campo verde entre animales. Sofi aparecía como otro usuario a mi lado, haciendo que me sorprendiera y diera un pequeño saltito. Observamos el panel de misiones, no era nada que no pudiéramos hacer.
Entre risas, gritos de deseperación por perder al límite del juego y tonterías de todo tipo, terminó lo que fue mi último día en Madrid.
~~~
-Escríbenos todos los días -Sollozó mi amigo-.
-Te llamaré por las noches -Se le quebró la voz a ella.
Me dieron un abrazo colectivo que duró relativamente mucho, pero hubiera deseado que durara más, mucho más. Hubiera deseado fundirme en aquellos brazos que me rodearan para no despertar nunca más, sí.
Pero como todo, el abrazo terminó y por lo tanto, mis últimos segundos con ellos.
Los vi desaparecer por la calle, juntos caminando. Me agradaba cuando Andrés y Sofi se veían así de unidos, a pesar de que siempre se hacían la puñeta sabía perfectamente que lo más cierto de aquellos dos era el hecho de que terminarían juntos.
Me limpié el polvo invisible de mi vestido y le sonreí al cielo, el cual evidentemente no me devolvió la sonrisa.
Tenía un nudo dentro de mí. ¿Que si quería quedarme con ellos? No mireís mis ojos, las lágrimas me delataban. ¿Que si quería viajar al extranjero a cumplir el sueño de toda mi vida? No toméis mi pulso ni reviséis mis maletas, la evidencia es aun mayor.
Este era sin duda alguna, un punto conflictivo de mi vida. Siempre quise hacer feliz a todo el mundo, quería ver las cosas en tranquilidad -o quizás en alboroto- pero en paz. Quería que todos pudiéramos sentir esta hermosa emoción, pero no todo era posible, por el mero hecho de que por ejemplo, existían las guerras.
No iba a retroceder en mis decisiones, mis padres y todos me apoyaban en esto y no iba a defraudarlos.
Giré sobre mis talones dirigiéndome a mi humilde morada, abrí la puerta con un simple chasquido de llaves, que a pesar de que traté que fuera silencioso, fue tan sonoro como para delatarme. Quizás mis padres me advirtieron de que regresara a las doce, como la Cenicienta, y yo regresé a las dos de la mañana.
En mi defensa, el juego nuevo estaba muy bueno como para regresar pronto a casa.
¡Que tenía dieciocho años, por favor!
Por suerte, no había nadie en la sala de mi casa y todo permanecía en total oscuridad. Me guié por la luz de mi celular hasta llegar a mi habitación, y cuando lo hice, me desplomé sobre mi cama como un saco sin aire. Espera, ¿Los sacos llevaban aire?
Perdida en mis pensamientos terminé dormida.
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