Fuerza de la naturaleza
La gran batalla había sido un éxito. Sin embargo, ninguno de los dos lo sentía de esa forma. Una extraña sensación de insatisfacción los recorría, perturbándolos y se negaban a aceptar su recompensar. Los días libres y el oro, podrían haberlo usado para cruzar la región hasta donde estaba su familiar, pero no fue así.
Con todo lo que necesitaban, subieron a sus caballos y emprendieron un silencioso viaje hasta la casa de la única persona que tenían en sus vidas que se acercaba a una figura familiar. Y esa persona tenía un aspecto terrorífico pero un cálido interior.
Zander y Nico cruzaron una mirada al contemplar al envejecido hombre. Recordaban cuanto miedo le habían tenido en su niñez pero también las incontables veces que él los ayudo, guiándolos y protegiéndolos. Y no había sido fácil para él, tener que lidiar con dos niños que provenían de sitios tan distintos y con pasados tan complicados.
Al verlos, con aquel aspecto tan adulto, Leander sonrió y fue hacia ellos. Abrazándolos como un padre abrazaría a su hijo recién llegado. Aun cuando Zander y Nico se quejaban o pretendían huir. No estaban acostumbrados al contacto gentil y a la buena voluntad de las personas hacia ellos.
— ¿Cómo han estado niños? Supongo que muertos de hambre —exclamó Leander, risueño, arrastrándolos al interior de su hogar. Dubitativos, Zander lo miraba con una expresión de ruego mientras que Nico solo sonreía ante las continuas palabras de la persona que los había criado, entregado y a quien habían seguido tantas veces en batalla.
El interior era amplio y cálido, y se encresparon al sentir aquel ambiente familiar. Sus ojos se posaban en cada elemento que había allí, comparándolo con la última vez que habían estado.
Los recuerdos de su antigua vida militar reposaban con orgullo en las paredes. Zander y Nico los contemplaban con admiración y ambición.
— He oído que la batalla ha ido bien —exclamó él, sonriendo. Pero su sonrisa disminuyó levemente al verlos tan perdidos e inexpresivos. Sus ojos negros se afinaron sobre ellos, y se cruzó de brazos—. ¿Por qué lucen como si hubiesen perdido? —inquirió.
Zander resopló molesto; durante la batalla había salido herido y no luchó como quería. Podía ser que estuviese prácticamente intacto, pero no su orgullo. En cuanto a Nico, él comenzó a sacudir su pelo, evitando mirarlo a los ojos. Los recuerdos de ese día con Afrodita le daban escalofríos. Sus pensamientos y emociones. Lo que había estado a punto de hacer.
— ¿Podemos hablar de otra cosa? —inquirió Zander, sonando como un niño. Leander sonrió, como si fuese algo que esperaba que dijese, y solo los invitó a ponerse cómodos en su casa.
La incomodidad del inicio se disipó a medida se acostumbraron a ese lugar y a ellos mismos. Las palabras interrumpían los silencios. Y de pronto, la tranquilidad se inquietó.
— Padre, ¿Quién ha dejado esos caballos... —la pregunta nunca terminó de formularse. Megan permaneció boquiabierta, procesando la imagen frente a ella; su padre comiendo con dos inesperados invitados.
La joven de ojos negros, palideció como si hubiese visto a sus pesadillas. El instante de reconocimiento fue evidente. Se tensó ante la palidez de la mirada de Zander, repeliendo todo lo que él significaba. En cambio, cuando se encontró con Nico una sonrisa se dibujó entre sus labios. La emoción recorrió su cuerpo pero dudó; hacía tanto tiempo que no veía a Nico, su gran amigo de la infancia, que no sabía muy bien cómo actuar.
— ¿Me has extrañado? —preguntó él, extendiendo sus brazos para abrazarla, dándole a ella la confianza suficiente para dar el siguiente paso. A pesar de que ella era demasiado grande en comparación de otras chicas, se veía pequeña junto a Nico.
— Claro que sí, ¿Cómo has estado viejo amigo? —le preguntó ella, tocando su rostro y evaluando como los pasos de los años había hecho efecto en él. Los rasgos aniñados, casi perfectos, se habían esculpido marcadamente junto con los vestigios que le dejaba la vida militar.
— Aún sigo vivo —sonrió él con alegría, dándose cuenta que Megan ya no se veía como la niña de antes.
Perdidos en ellos mismos, Megan y Nico hablaban entre bromas hasta que oyeron a alguien llamando la atención. Quedaron en silencio inmediatamente y se giraron hasta ver la expresión impaciente de Leander. Él ladeó su cabeza con sus ojos fijos en su hija, quien parpadeaba como si intentaba comprender aquel secreto mensaje.
— ¿Te sucede algo? ¿Sientes dolor? —inquirió, al verlo mover su cabeza con insistencia hacia un lado. El pequeño gruñido que le dio, le indicó que no era nada de eso. Y Megan, tardó un instante en comprender a que se debía todo—. Zander, supongo que has estado bien. Se te ve tan... vivaz... como siempre —comentó con incomodidad.
Él permaneció contemplándola. Los años podían transcurrir y ellos convertirse en personas muy distintas a las que eran, pero su relación siempre sería de aquel modo. No eran amigos pero tampoco enemigos. Solo sentían incomodidad junto al otro. Cuando estaban juntos, sentían sus cuerpos tensarse con repelencia y aunque no lo quisieran, no dejaban de juzgar cada pequeña cosa que el otro hacía. Megan culpaba a la arrogancia y frialdad de Zander. Y él, a su tempestiva y huraña personalidad.
Zander cruzó sus brazos y ladeó su cabeza, afinando su mirada de águila.
— Lo mismo digo —comentó, con voz profunda. Megan repelió el extraño sentimiento que le generaban sus palabras y expresión. Controlándose para no hacer ningún tipo de gesto y no generar las molestias de su padre. Él lo adoraba tanto como si fuese su propio hijo, y detestaba eso.
Megan suspiró, y miró a su padre con una sonrisa resignada.
— Entonces, prepararé sus camas. Tú encárgate de la comida —le dijo. Su padre asintió con una sonrisa, ya acostumbrado a recibir órdenes de su hija. Ellos vivían solo desde hacía mucho tiempo, y de algún modo, ella se había convertido en el jefe de la casa.
Y tras decir eso, ella se fue, no sin antes llevarse a Nico para que la ayudara. Si ellos pensaban que ella les estaría sirviendo todo, estaban muy equivocados.
La noche era un manto oscuro que cubría la región, y la aldea estaba iluminada cálidamente. Cuanto más tiempo transcurría más el sonido de los animales resaltaba. Megan podía oír las melodías de los grillos que resonaban cerca. Se encontraba sentada afuera de su casa, simplemente contemplando el cielo y la tranquilidad que se respiraba.
Ella disfrutada de como la oscuridad se entremezclaba con la luminosidad de las estrellas. Se preguntaba cómo era posible algo tan hermoso, y cuantas cosas más se perdía de descubrir.
Había algo en aquel momento que le traída un sentimiento agridulce. Se sentía feliz de la forma en que su vida era pero de algún modo, esperaba más. Deseaba descubrir cosas nuevas que la sorprendieran, tener aventuras increíbles y ser todo lo que no podía. Su espíritu era demasiado inquieto e incontrolable, pero vivía en un tiempo donde sus deseos no siempre iban con lo que podía hacer.
Su padre podría ser más permisivo y libre que otros padres, pero al final, su destino sería el mismo que el de otras tantas muchachas de su edad; obligadas a casarse con personas que no conocían, tratadas como mercancía, viviendo una vida que no las satisfacía y solo las agobiaba. Cuando más pasa el tiempo, estaba segura que sus días estaban contados.
— ¿Estás bien?
Sobresaltándose, Megan buscó el origen de aquella voz que la tomó desprevenida. Los pálidos ojos de Zander la contemplaban cuidadosamente, viéndose preocupado por su estado y por cómo ella fuese a reaccionar ante su presencia. Entre las sombras, él se veía como una deidad del más allá.
Algo silencioso y mortal.
El miedo inicial de Megan se transformó en enojo. No le gustaban las sorpresas, mucho menos que la tomaran con la guardia baja.
— Lo siento, creí que me habías visto —dijo él, dando un paso más. Su voz era suave y profunda, tan grácil como sus rasgos modelados con el paso del tiempo y las batallas.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó, sonando más ruda de lo que creyó—. Pensé que estarías durmiendo —agregó, apaciguando su temperamento.
— No podía dormir, y salí a despejarme —respondió, encontrando confort en la oscuridad de la noche y el silencio. Respirando hondo, se apoyó contra la pared y cerró sus ojos por un momento mientras ella permanecía evaluándolo.
A pesar del tiempo, Zander no había cambiado mucho. Seguía siendo orgulloso y vanidoso ante el resto, calmo y tímido a solas. Megan, con desconfianza, permaneció en silencio compartiendo la soledad.
— Mi padre me dijo que ganaron su última batalla —murmuró ella, viendo como él le daba un suave asentimiento casi como si estuviese decepcionado con los resultados. Instantemente recordó a Nico quejarse del mismo modo huraño, y sonrió—. Pareces no haber salido herido, pero, ¿cómo anda tu orgullo? —inquirió ella con mirada arrogante.
La mirada de él se ensombreció sobre ella, con petulancia y poca tolerancia. Ella lo vio luchar consigo mismo hasta que puso los ojos en blanco y volteó hacia otro sitio, lejos de su juicio. La sonrisa de Megan se ensanchó sin poder controlarlo, ocultándola bajo sus manos.
Todo lo que le sucedía pasaba siempre por su orgullo. Con su problemática familia e infancia, su orgullo era lo único que lo había mantenido de pie con los años y era lo que al final le daría la victoria ante aquellos que lo trataron mal y lo sentenciaban como maldito. Pero Megan también pensaba que ese orgullo era la causa por lo que las personas nunca podían acercarse más, era la muralla que lo separaba del resto. Zander la erigió para protegerse pero en el fondo, lo terminaría lastimando.
— Tienes que empezar a dejar de preocuparte tanto por esas cosas. Nadie es perfecto, podemos fallar —canturreó ella, acomodándose.
Él la miró pero esta vez no se veía tan molesto, sino más bien meditabundo.
— Me gustaría pero no es tan fácil cuando tienes a todos esperando a que falles —replicó—. Ellos esperan más de mí que del resto, porque buscan en cualquier cosa excusas para ir en contra mío —agregó.
Megan permaneció contemplándolo. Tan entero y fuerte, no entendía cómo hacía para luchar solo contra el mundo. Ella tenía suerte de tener a su padre, pero Zander no tenía familia y su temor a ser juzgado por las personas hacía que apenas tuviese amigos.
Con un profundo suspiro, ella pensó en su propia vida. Había crecido entre los murmullos de una población que se la pasaba hablando de cuan hermosa y joven era su madre al morir, además de las circunstancias que rodeaban su muerte. Con un padre que dejó todo por ella, volviéndose un hazmerreír, y convirtiéndola a ella en el punto preferido de habladurías. Entretejiendo historias sin sentidos en base a una Megan que ella misma no reconocía.
Así que, en cierto punto, ella comprendía a Zander más de lo que él suponía.
— A veces nos preocupamos más por lo que el otro piense que lo que pensamos de nosotros mismos —concluyó en voz alta, frustrada consigo misma—. Me gustaría vivir sin que me importe el resto —dijo entre un susurro.
Zander no quitaba sus ojos de ella. Su tranquilidad y desenfado le hicieron olvidar sus preocupaciones, y se sintió menos solo en un mundo donde todos buscaban destruir al otro. Una suave sonrisa curvó sus labios mientras la veía dudar.
— Tú tienes la oportunidad de hacerlo, no esperes más —le recomendó, dándole ánimos—. Puedes ser lo que tú quieras, no estas exiliada ni quieren matarte para heredar un trono, ni debes cumplir con ningún tipo de sentencia —agregó.
Ella sonrió con ironía ante sus palabras.
— No tendré nada de eso, pero soy mujer lo que significa que debo casarme, tener hijos y saber limpiar para no ser considerada basura —musitó amargamente.
Zander ladeó sus labios con una mueca de desagrado, buscando las palabras necesarias para hacerla sentir mejor. La mayor parte del tiempo su mente estaba llena de pensamientos de todo tipo, pero en ese momento lo que deseaba no llegaba. Y tuvo que dar marcha atrás al verla ponerse de pie y estirarse lentamente.
— Mañana es otro día, quizás tenemos otra oportunidad para ser quienes queremos ser —dijo meditabundo contemplando la tranquilidad de la noche. Megan se giró hacia él, y le dedicó una sonrisa que no siempre tenía el agrado de recibir.
Él se sintió extraño, con el nerviosismo aflorando súbitamente sin saber cómo lidiar con él. Parpadeó confundido y quitó sus ojos de ella para que no pudiese notar el suave sonrojo que emergía en sus mejillas.
— Espero que así sea —susurró él, sin atreverse a mirarla pero oyendo como se alejaba de él hasta desaparecer. Y ahí fue cuando pudo respirar tranquilo, calmándose y deshaciéndose de la incomodidad que lo recorría cada vez que ella parecía ver a través de él.
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Los días en la vida de Megan eran monótonos. Una repetición casi exacta del día anterior. Ordenar la casa, cuidar a los animales, juntar la cosecha, preparar la comida y volver a dormir. Las variantes eran escasas, pero cuando sucedían ella las vivía como grandes oportunidades.
No tenía grandes aspiraciones pero sentía que su vida era demasiado rígida y aburrida. No encontraba emoción al despertar, y al acostarse solo pensaba en las oportunidades perdidas. Sus amigas tenían esposos e hijos a los cuales cuidar, ella solo tenía a su padre hasta que él se cansara de ella y decidiera casarla con algún extraño al que probablemente odie.
Veía su futuro muy claro, nada esperanzador.
El mundo en el que vivía estaba dirigido por los dioses, hombres poderosos y grandes héroes. Mujeres como ella no cambiaban el mundo, aunque lo quisieran. La historia no estaba escrita a su favor, pero soñaba cada día y noche con poder hacer algo porque su espíritu era demasiado libre.
— Megan, despierta —un zumbido fue haciéndose cada vez más claro, hasta que la voz se oyó tan cerca que se sobresaltó. Abrió sus ojos, encontrándose con la mirada curiosa de Nico que se encontraba a solo unos centímetros de ella. Palideciendo inmediatamente, Megan se agazapó contra el césped en el que dormía.
— ¿Cuándo llegaste? —inquirió, una vez pudo hablar, dándose cuenta que Nico estaba acompañado. Zander la contemplaba de pie, inexpresivo pero con cierto juicio en su mirada.
Ella parpadeó confundida. ¿Cómo podía ser posible que esa persona fría y desinteresada fuese la misma que la noche anterior le insistía para que sea lo que ella quisiese? Algo no debía andar muy bien con él...
— Llegamos hace un momento —respondió, ladeando su rostro junto a una sonrisa provocativa—. ¿Quieres cazar con nosotros? —le preguntó, y ella no tuvo que dudarlo ni un instantes antes de aceptar.
Los sonidos de la naturaleza eran lo único que se oía mientras caminaban lentamente, sosteniendo sus armas y sin hablar para lograr concentrarse en cualquier señal. Entre las copas de los árboles apenas se vislumbraba el cielo plateado, que se tornada más oscuro a medida pasaba el tiempo.
— ¿Cuándo fue la última vez que hicimos esto juntos? —inquirió Nicodemus, deteniéndose para estirar su cuerpo y evaluar la situación.
Megan y Zander intercambiaron miradas impacientes y burlonas. Había pasado tanto tiempo de eso que ni siquiera tenían recuerdos de esa última vez, pero sabían que pasaron muchas horas cazando juntos cuando eran más jóvenes.
— ¿Desde cuando eres alguien que piensa tanto en el pasado? —le preguntó Megan, con una media sonrisa desafiante.
— No soy solo un cuerpo con grandes habilidades —canturreó Nico, haciendo reír a Megan. Y Zander balbuceaba por lo bajo oyendo la risa de ambos, mientras su expresión se oscurecía.
— Creo que hay un ciervo cerca —dijo él para hacerlos callar. La diversión se esfumó instantáneamente cuando Megan y Nico elevaron sus armas con seguridad y atención.
Los tres se acercaron entre sí y avanzaron, junto a un Zander que intentaba ocultar la sonrisa que surgía en su rostro. Y se vio obligado a borrarla completamente en el instante en que Megan lo observó con actitud sospechosa. Un fuerte ruido los sorprendió, tensando sus cuerpos. Miradas de extrañeza y duda se cruzaron a pesar de mostrarse fuertes.
— ¿Por qué eso suena como un... —empezó a decir Megan. Sus ojos se agrandaron repentinamente al ver la silueta de un tigre acercándose lentamente hacia ellos. Un animal que era extraño encontrar en esa zona. El aire se cortó con el sobresalto. Sus expresiones quedaron en blanco mientras se debatían internamente como continuar.
Megan ahogó un grito bajo la mano de Nico que la obligó a callar. Zander se interpuso entre ella y el animal que parecía ir directo a Megan, apuntándole con su arco.
— Si sucede algo llévatela —ordenó Zander sin quitar sus ojos del tigre. De algún modo, iba a impedir que ambos salieran lastimados.
— No es necesario que me protejas —confesó Megan, deshaciéndose de la mano de Nico y mirando a Zander.
Olvidándose por un segundo del tigre, Zander evaluó el enojo en su rostro, y la oscuridad de sus letales ojos que mostraban determinación y lealtad; algo que le resultaba honorable. Él ahogó las emociones que lo incomodaban, y aclarándose la voz volvió su vista al frente.
— No es por ti, si te sucede algo tu padre nos mataría —admitió con una media sonrisa arrogante, logrando que ella estuviese a punto de atacarlo a él y dejarlo de alimento para el tigre.
De pronto, el tigre rugió produciendo que ambos chicos se pusieran a la defensiva y no prestaran atención a una Megan que se desvanecía bruscamente sobre el suelo.
— ¡Megan! —gritó Nico yendo hacia ella mientras un Zander congelado, la observaba sin saber qué hacer. El rugido del tigre se transformó en una voz familiar, que hizo a ambos chicos.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó Zander, apuntándole con su arma a una Afrodita con satisfacción en su mirada.
— Solo he venido a dar una pequeña visita, quería ver más de cerca algunas cosas —dijo lentamente, contemplando a Megan—. Aspecto inocente y espíritu salvaje. Más allá de su mundana existencia, no veo mucha diferencia —agregó—. Supongo que el destino que han elegido es el merecido. Es una pena que haya sido de este modo —dijo con falso pesar, liquidando con la mirada a Zander.
El odio que le tenía era demasiado evidente. Sus ojos eyectaban veneno y con su espíritu vengativo, se aseguraría que él tuviese el peor destino. Porque él era el causante de todo.
Zander y Nico se miraron silenciosamente, mordiéndose la lengua para no ceder ante sus provocaciones, aunque con su rechazo ya tenían bastante mala suerte para esta y la siguiente vida.
Afrodita suspiró, cansada de los aburridos humanos. Había creído que encontraría algo más, pero solo encontró a un par de niños que jugaban a ser dioses. Sonreía para sí misma, pensando en todo lo que vendría para los niños mimados de aquellas diosas que se creían todo poderosas. Afrodita había visto caer a muchos héroes, así que suponía que no pasaría mucho tiempo antes de ver a ellos dos rogando por sus vidas.
Antes de irse, ella le dio un vistazo a Megan, la mujer que creía la causa de su rechazo. Y quien no quedaría libre de cualquier tipo de castigo.
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Megan despertó en su cama, desorientada y dolorida. Observó su alrededor con extrañeza hasta que vio a su padre, sentado junto a ella y durmiendo. Sus ojos se dirigieron en busca de un poco de luz, descubriendo que la noche había caído hacía tiempo.
Los recuerdos de sus últimos minutos despierta llegaron para acosarla. El tigre, Nicodemus y Zander. Una punzada repercutió en todo su cuerpo y ni siquiera se aseguró si ella se encontraba en buen estado, solo se levantó para ir en busca de ellos.
— Megan —su padre la llamó, asustándola. Él corrió hacia ella, viendo su expresión de pánico y desesperación.
— Zander y Nico ¿Qué pasó con ellos? —preguntó.
— Ellos están bien, no ocurrió nada —le aseguró su padre, una y otra vez hasta que sus palabras la apaciguaron.
— ¿Cómo fue posible? —preguntó, recordando a Zander a solo unos pasos del animal.
No había forma que hubiese sobrevivido a eso.
— Ellos son grandes guerreros a pesar de su edad, y han visto muchas cosas. No es la primera vez que se encuentran con un tigre —le explicó.
Megan presionó sus manos sobre su dolorosa cabeza, rememorando las imágenes que la estremecían. La seguridad de saber que ellos estaban bien produjo que su cuerpo se sintiera débil. Se sostuvo a su padre, quien la ayudó a ir hacia la cama.
Silenciosas lágrimas caían sobre sus mejillas, que iban tornándose más intensas. Lágrimas de temor y alivio. Ocasionadas por todo el miedo que vivió en ese momento, creyendo que su vida y la de sus amigos se terminaría. No vería más a su padre, ni a nadie. No viviría más para poder descubrir quién era y cumplir sus sueños.
Nunca se había sentido tan impotente. Y lo odiaba.
Su padre la consolaba cuidadosamente, susurrándole palabras de aliento para tranquilizarla.
— No debes mortificarte tanto, ya todo pasó. Ellos están bien y tú también, eso es lo importante. Deja de pensar en lo que podría haber ocurrido —le dijo, acariciando su pelo.
— Tenía mucho miedo —confesó tímidamente, recordando la tensión que sintió al ver al animal tan cerca de Zander. Su corazón se había apretujado tanto que casi dolía—. A veces creo que no merezco ser tu hija —agregó con pesar. Su padre negó fervientemente, emitiendo un sonido de desaprobación.
— No digas ese tipo de cosas, eres mi mayor orgullo —sentenció determinante, mirándola a los ojos—. Eres amable, madura y responsable desde que eras una niña. Has cuidado de tu solitario padre y de tus amigos siempre. A mis ojos... eres fuerte y capaz de cualquier cosa. Podrías conquistar lo que sea si te lo propusieses, serías la gran heroína de algún dios —agregó, con una tierna sonrisa.
Megan se rió con timidez entre el llanto, limpiando sus lágrimas.
— ¿Crees que sería mejor que Nico y Zander? —inquirió. Su sonrisa se ensanchó ante la aprobación de su papá—. Me conformo con ser la gran heroína tuya —susurró, permaneciendo junto a él, hasta que la angustia se fue.
Cuando su espíritu estuvo lo suficientemente fuerte como para afrontar al mundo, Megan salió de su refugio. Se dirigió directamente hacia donde Nico y Zander se encontraban. Ambos hablaban viaje de regreso al campamento en el instante en que Megan apareció frente a ellos. Sus precavidas miradas reconocieron el enojo en ella, pero lejos de lo que imaginaron, se encontraron siendo ahorcados en medio de un abrazo bien apretado.
Prendida a ellos, abrazándolos, Megan no dejaba de reprenderlos por su descuidado comportamiento. Implorándoles que fuesen cuidadosos, y que nunca más le hicieran dar otro susto como aquel. Nico sonreía divertido ante su actitud, mientras que Zander se mantenía tenso y un tanto ruborizado por lo inesperada acción.
— Está bien, madre, haremos el intento —le dijo Nico una vez ella se alejó de ambos. Megan le golpeó el brazo, haciéndole entender que un intento no era suficiente.
Y Zander miraba hacia todos lados, sin atreverse a ver directo a sus ojos por miedo de que ella viese que cosas que ni él sabía.
— No tienes por qué preocuparte, estamos bien —murmuró él, incómodamente. No le resultaba algo común que las personas cuidaran de él de ese modo, aun cuando sabía que Megan, Leander y Nico estaban de su lado.
Ella entornó sus ojos sobre él, apuntándole cuidadosamente.
— No me olvido que decidiste deshacerte de mí solo por mi padre —dijo amenazantemente. Y luego de eso, chasqueó sus dedos para ordenarles que la siguieran, porque ellos harían lo que les ordenara. Esa era la única forma de sentirse mejor.
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Lloriqueaba entre sueños y se movía inquietamente ante las escenas que veía. Corría sin parar, tan rápido como sus piernas se lo permitían. Su cabello oscuro volaba y su ropa rasgada también. Observaba hacia atrás, donde sus atacantes la perseguían para terminar con lo que habían iniciado. Sus risas y gritos le helaban la piel, mientras pensaba en pedir ayuda. Pero, ¿A quién podía recurrir? Su madre había muerto poco tiempo después de su nacimiento y su padre estaba ocupado.
Lágrimas de indignación y enojo corrían por sus mejillas a medida sus piernas dejaban de ser tan fuertes como antes. Estaba cansada y dolorida pero jamás se daría por vencida. Ellos habían intentado propasarse con ella, y solo por la fortaleza de su espíritu logró zafar. Ahora prefería morir antes de ceder.
De pronto tropezó y su cuerpo se arrastró por varios metros antes de detenerse. Gritó del dolor, pero más aún por la impotencia. Agarró el cuchillo que robó, apuntando a los sujetos que se acercaban, y los miró sin una gota de miedo o clemencia. Aún en aquel estado, pelearía hasta el último aliento. Los contempló acercarse aferrada a su arma, hasta que vio como las sombras se acercaban a ella, y el miedo de antes se transformó en esperanza...
Megan despertó bruscamente, con el corazón agitado por el recuerdo de su infancia. Cerró los ojos con fuerza necesitando aplacar el mar de emociones que la golpeaban. Sin entender porque debía volver a rememorar ese desafortunado hecho. Un hecho del que logró salir ilesa con la ayuda de Zander y Nico, donde los tres se deshicieron de ese grupo de hombres. Ese había sido el día en que los conoció, y también el día en que aprendió que ser fuerte era el único camino para atravesar aquella vida.
Movió su cuerpo para deshacerse de las perturbaras imágenes, quedando paralizada ante los sonidos que oía. Y levantándose inmediatamente, tomó su espada por prevención para dirigirse hacia afuera de su dormitorio, donde se encontró con Zander. Recién despiertos y desorientados, ambos cruzaron miradas.
— ¿Qué está pasando? —le preguntó ella, viéndolo blandir su espada.
— Me pregunto lo mismo —comentó, sacudiendo su pelo y abriendo sus ojos para no verse tan dormido.
Un grito agudo los alertó, y corrieron con prisa hacia el exterior donde encontraron el movido escenario. Animales y personas iban de un lado a otro. La aldea se encontraba hundida en la agitación y el miedo. Sus ojos no daban abasto para contemplar todo y analizar lo que sucedía, solo vieron a una mujer con un pequeño niño siendo perseguidos con un soldado que no les resultaba conocido.
— Enemigos... nos atacan —susurró Megan; aunque la situación no la sorprendía, no había esperado que se adelantaran en su deseo de devastar su aldea.
Sin dudarlo, corrió hacia la mujer que estaba a punto de ser alcanzada y se interpuso en el camino del soldado, deteniéndolo con el filo de su espada.
— Váyanse de aquí —le dijo a la mujer y al niño, antes de mirar a los oscuros ojos de su enemigo. Él la atacó sin pensarlo dos veces, y en su rostro se evidenció el asombro ante su defensa y diestro contraataque.
Ella sonrió maliciosamente, sabiendo que otra persona podría haber dudado pero no ella, la hija del gran Leander. Luchaba más allá de lo que su fuerza le permitía, pero extrañamente había encontrado en Zander a alguien en quien podía coordinar fácilmente.
Juntos pelearon contra los enemigos que se aparecían repentinamente, sin importarles sin salían heridos, ayudando a las personas a huir del desastre. Y avanzaban en busca de Nico y Leander, a quienes aún no habían encontrado.
— Él siempre desaparece en los momentos críticos —había dicho Zander acerca de Nico, y ella nunca lo había creído hasta ese instante.
Espalda contra espalda, peleaban diestramente. Zander poseía fuerza y elegancia en cada movimiento mientras que Megan era ágil y astuta. Sabían usar sus fortalezas y hacían de sus defectos sus mejores armas. Luchando, el tiempo no existía. No estaban seguros si fue poco o mucho el tiempo que pasó hasta que Nico y Leander se unieron a ellos.
— Ya casi no quedan personas, todos han huido —dijo Nico, mirando a Zander para saber cómo proseguir.
— ¿Y qué vamos a hacer? Somos muchos menos que ellos —preguntó Megan, buscando en su padre alguna respuesta. él le sonrió con amargura y resignación.
— No quedan muchas opciones —respondió crípticamente, hundiéndola en un mar de dudas.
Los cuatro peleaban pero eran una nimiedad en comparación al resto. Abriéndose camino para escapar, resistían hasta sus últimas fuerzas. Se movían escurridizos y agiles por intrincados pasadizos pero el enemigo no cedía y ellos ya estaban cansados.
Leander le dedicó una mirada a Zander que lo hizo dudar, cómo si tuviese una idea tan peligrosa como atractiva. Alzando su voz de mando, ordenó a Megan y Nico huir mientras los otros distraían al enemigo. A pesar de las negativas y las dudas, Megan se fue pero no quitaba sus ojos de su padre quien le hablaba a Zander.
Se detuvo al ver a su padre pelear, al mismo tiempo que Nico la obligaba a alejarse. Quería gritar para pedirles que huyeran pero no podía hablar, y ellos no la oirían. Los enemigos continuaron duplicándose mientras ellos peleaban como si fuesen cientos. Sus espíritus eran fuerte pero no sus cuerpos. Eran solo mortales que se sentían dioses. Y como en una especie de visión, ella supo lo que vendría.
Sus piernas cedieron en el instante en que derribaron a su padre. Lo vio caer con el peso de un gigante, siendo acorralado por los enemigos como bestias hambrientas. También vio a Zander; la desesperación de su rostro era indescriptible. Su grito repercutió en el cuerpo de Megan, quien tenía el corazón detenido.
Estaba a punto de ver el final de su padre, su único mundo. Se arrastró sin aliento hacia él, rogando a los dioses por una nueva oportunidad. Pero una fuerza la detuvo, alejándola de todo eso y tapando sus ojos para protegerla del dolor.
El grito de Zander la recorrió nuevamente, rápido y letal como un trueno. Ella gritó entre los brazos de Nico, quien la sostenía con fuerza para que no se fuera.
— Tienes que sobrevivir Megan —le dijo Nico.
Pero cómo podía sobrevivir sin su padre, sin la vida que conoció hasta ese momento. Sin él, ella no era nada ni nadie.
Ella no quería oír nada de todo eso. Quería a su padre vivo y a esas personas muertas. Con fuerza, se zafó de sus brazos y corrió con prisa, sosteniendo su arma tan fuerte que sus manos sangraban. Sus piernas se movían con prisa, tan rápido como el viento. Pero se sintió bruscamente detenida cuando una fuerza se opuso a ella, llevándola lejos de su objetivo.
— ¿Qué haces? Libérame —gritó entre el llanto, golpeando la espalda de Zander, quien la llevaba sobre su hombro mientras corría lejos de los hombres que los perseguían.
— Has enloquecido si crees que lograras acabar con ellos, solo terminaras muerta —le dijo, con severidad.
Ella continúo golpeándolo, sin importarle lo que él dijese. Ya no había nada que le importara en ese mundo. Él no dijo nada más, solo la oyó gritar y llorar hasta que se acercó a Nico, para subirla a su caballo. Y así, luchando contra el temperamento de Megan y los enemigos, huyeron.
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Nico y Zander discutían sobre Megan. Había diferencias y similares en sus pensamientos acerca de su futuro y el de ellos. ¿Qué sería de ella? ¿Cómo mantenerla cerca pero resguardada? ¿Cómo la protegerían cuando estuviesen en medio de una lucha?
Dudas y opinión iban de un lado a otro. Estaban tan ensimismados en sus preocupaciones que no notaron al soldado que se acercaba a ellos. Su superior, los agarró por la espalda, sin previo aviso, para arrastrarlos a la tienda de Zander. Este se veía desesperado, buscando en Nico algún tipo de ayuda, pero él le advertía silenciosamente que fuese cuidadoso. La torpeza de Zander no ayudaba a evitar la situación que tanto temían, y mucho menos ayudaban las excusas de Nico.
— ¿Por qué se ven tan nerviosos? ¿Acaso ocultan algo? —inquirió el soldado con una sonrisa traviesa, haciendo inquietar a ambos.
Entre negaciones poco convincentes, Zander cerró los ojos al entrar a la tienda, negando la realidad del problema. Pero ninguna clase de queja vino luego de entrar, lo que le hacía pensar que algo no andaba bien.
— No sabía que tenían compañía —murmuro el soldado. Zander abrió sus ojos dramáticamente, quedando completamente sorprendido al ver a Megan frente a ellos. Pero la cuestión es que Megan no se veía como ella. Su largo y oscuro pelo había sido cortado por encima de sus hombros, quedando sus ondas desordenadas salvajemente. Y su antigua ropa fue reemplazada por ropa de hombre; un traje que le pertenecía a Zander y le quedaba grande pero lograba ocultar el hecho de que había un cuerpo femenino debajo.
Un dolor punzante repercutió en el interior de Zander y Nico al verla así. Una sensación vertiginosa de temer por su seguridad al ser descubierta, y el hecho de que ella tuviese que dejar todo atrás de su antigua vida, incluso su apariencia.
— ¿Quién es usted soldado? No lo tengo en mi memoria... y creo que recordaría ese rostro —dijo el soldado con sospecha, ante el rostro de sutiles rasgos femeninos ocultos bajo su pelo.
— Soy Leander —respondió ella usando el nombre de su padre, y una voz mucho más profunda.
— Él es uno de mis tantos hermanos, ¿No lo recuerda? Lleva aquí algún tiempo —le aseguro Nico, yendo hacia Megan para agarrarla del cuello en un abrazo mientras le advertía por lo bajo, cuanto seria reprendida una vez él se fuera.
— No —susurró él, con expresión analítica. Zander y Nico sentían sus corazones a punto de salir de sus cuerpos mientras más tiempo él permanecía en la tienda, con su inescrutable mirada sobre Megan—. Pero hay tantos soldados aquí que es una fortuna que los recuerde a ustedes —sonrió de repente, trayendo un poco de tranquilidad—. Vine a avisarles que hay unos preciosuras que quieren conocerlos...no creo que haya para todos, pero supongo que pueden compartir —dijo, jocosamente el hombre trayéndole repugnancia a una Megan que se contenía para no decir nada, simplemente porque Nico la estaba abrazando con más fuerza.
Ella le dedicó una mirada venenosa a él y a un Zander que intentaba no mirarla fijamente, y solo balbuceaba cosas sin sentido para sacar al soldado de su tienda. De una forma u otra, aquella táctica dio resultado porque en poco tiempo estuvieron los tres solos.
— ¿Les parece bien lo que hacen? —inquirió Megan, apuntándole a los dos con su aniquilante dedo.
— ¿A ti te parece bien lo que has hecho? —se defendió Nico, señalando el traje que le quedaban grande.
— Hice lo que era necesario para sobrevivir. Ustedes no pueden decir lo mismo. No puedo creer que sean de ese tipo de hombres —reconoció, molesta.
— Tú crees que no hacía lo mismo tu... —Nico no termino de hablar porque Zander le golpeó el estómago. Él lo miro enfurecido mientras se contorsionaba del dolor.
— ¿Por qué no lo dejaste terminar? ¿Qué ibas a decir? —inquirió Megan, sin ánimos de detener la pelea.
— Él iba a nombrar a tu querido primer amor, ese que no dejabas de hablar antes —dijo Zander indignado, dándole una mirada a Nico para que fingiera estar de acuerdo. Megan se cruzó de brazos, negada a ceder—. ¿Cómo es que se te ocurrió esto? ¿En serio crees poder sobrevivir de este modo? —preguntó.
Megan hizo un leve mohín, porque estaba disgustada que las personas que la conocían prácticamente desde siempre dudaran de su fuerza. Ella no era una chica criada entre lujos y comodidades. Había sido criada entre la guerra, sin una madre y con un padre que le enseñó todo lo que pudo. Ella se sentía tan fuerte como la naturaleza, que busca sobrevivir en cada paso, amoldándose a las adversidades para poder vivir. Sobre todo, vivir por fuerza propia.
— Es la única forma que encontré de poder mantenerme viva y cerca. No tengo a nadie en este mundo más que a ustedes —dijo, sintiendo el dolor de admitir la soledad en su vida—. He aprendido todo de mi padre, y lo que no, ustedes me enseñaran —agregó, dándoles un poco de presión para aceptar el único camino que quedaba.
Nico se veía reacio a la idea de ella en el campamento, expuesta a las atrocidades de la guerra y a toda clase de cosas. Por su parte, Zander se mantenía pensativo. Contemplando a la Megan frente a él que se veía mucho más fuerte de lo que podría estar, tras perder todo. Ambos se miraron, discrepando, pero al final de todo, no era decisión de ellos elegir el destino de ella, más que la misma Megan.
Y al parecer, ya todo estaba decidido.
— Solo hay algunas reglas que vamos a tener que hacer —sentenció Zander, entre un profundo suspiro.
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