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El héroe de los Dioses.

Nacido en una familia de guerreros, Nicodemus creció en la austeridad de lujos y bajo las más estrictas exigencias de la vida militar. A corta edad, él ya era todo lo que se podía esperar del hijo de un gran jefe militar. Pero el conocimiento de su padre y su familia comenzó a ser precario para él, y esa fue la razón por la que fue enviado lejos.

A pesar de la humildad, la exigencia y la rudeza de su hogar, Nico poseía un interior cálido y brillante que se notaba en su exterior. La benevolencia y el sentido de justicia se entremezclaba por las ansías de bienestar. Había algo en él, que lo empujaba a querer ser mejor al resto y a él mismo.

La sed de poder iba creciendo poco a poco, a medida sus habilidades se pulían y su carácter se moldaba. La ambición era lo que lo movía en esa vida, para lograr aquello que él se proponía y poder tener lo que tanto había deseado.

Sus ojos siempre se habían posado en los demás. Con gran observación, Nico fue descubriendo sus deseos más profundos. Deseos que cobraban mayor fortaleza e importancia en su existencia. Deseos que lo agitaban y por lo que vivía. El recelo de ver lo que otros tenían, eran su modo de andar.

— Ésta batalla no será fácil, pero somos fuertes y estamos preparados así que debemos ganar —insistió su superior, dando órdenes a los guerreros que comandaban cada grupo de soldados.

Nico asintió, silenciosamente. La presión de alcanzar el objetivo, la solemnidad previa a la lucha y el deseo de victoria era un coctel que Nicodemus encontraba revitalizante. En vez de temer y querer huir, él deseaba que pronto llegase la hora para poder demostrarles al resto de lo que era capaz.

Con unas últimas palabras, cada soldado se retiró de la tienda y se fue a su lugar. Sintiendo el aire fresco, fue dejando atrás un poco de su actitud sombría, y su lado brillante apareció. Se movió hacia su amigo Zander, y agarrándolo del cuello, le sacudió su pelo.

— Mañana será un gran día ¿no? —le preguntó, riéndose. Zander gruñó y cuando fue capaz de alcanzarlo, lo alejó bruscamente. Pero lejos de enojarse, Nico se rió divertido.

Llevaban mucho tiempo conociéndose. Eran prácticamente niños cuando llegaron. Desde el primer día, Zander se había mostrado huraño y solitario, con una personalidad oscura y tormentosa. Y nada de eso cambió tras tantos años.

A muchos les molestaba que Zander fuese así. Nico había oído despectivos nombres que le habían puesto. Él era un noble y actuaba como tal, pero nadie lo respetaba. Solo Nico sentía compresión por él. Porque en el fondo de su ser, cuando la alegría y espontaneidad que le mostraba al mundo no estaba, él era igual.

Zander y Nicodemus no eran muy diferentes a pesar de su actitud para encarar al resto.

— ¿Qué te parece tomar algo? Conseguí un buen vino que tengo escondido —dijo Nico, sonriéndole. Zander lo miró como si hubiese enloquecido.

— Mañana tenemos una batalla importante, no hay tiempo que ese tipo de cosas. Mejor vete a descansar —le ordenó, sonando casi como su padre lo haría. Nico desestimó sus palabras y entre bromas se despidió, con la promesa de tener una noche de diversión.

Pero su sonrisa y centelleante personalidad desapareció una vez que le dio la espalda al resto. Sombrío, se sumergió dentro de su carpa y se detuvo al encontrarse con una mujer de pie, de pelo negro y piel morena, en medio de su tienda.

Solemne e imponente. Hermosa y letal. Nico hizo una pequeña reverencia para ella, quien sonrió suavemente.

— ¿Mañana es el día, no? —preguntó ella, acercándose lentamente hacia él.

— Así es, mi señora —respondió inmediatamente. Ella suspiró, tocando suavemente su cabeza, jugueteando con su pelo.

— Será un gran día —afirmó ella, analizando a Nico. Sus ojos negros poseían un brillo orgulloso sobre él, quien sonrió pero manteniéndose cuidadoso, sin querer adelantarse a los hechos—. Aliméntate y descansa. Mañana será todo como lo planeado —agregó, tras un momento de silencio.

Nico asintió, sin nada más que decir y volvió a reverenciarla.

— Como usted diga. Hasta mañana, mi señora —dijo él, y ella desapareció frente a sus ojos. Él se mantuvo observando el lugar donde ella había estado y suspiró, sintiendo el aroma de los dioses.

Conocía a Atenea desde que era un niño pero aún no comprendía bien qué había visto ella en él para que en todos estos años lo hubiese guiado y protegido en cada batalla. Su lado humilde, insistía en que no la merecía, que quizás en algún momento ella reconocería que no era tan buen guerrero como creía. Pero su lado más soberbio, insistía en que sus años de esfuerzo y sacrificios eran los motivos por los cuales la diosa continuaba en su vida.

Ella se le había presentado una tarde, luego de pelear y perder. Tras conseguir varias heridas, ella apareció como una doncella que solo quería ayudarlo. Nico vio en ella la hermana mayor que dejó atrás, y no fue difícil encariñarse con ella. Y con solo unas palabras, él ya estaba en las palmas de sus manos.

Se dice, que Atenea tuvo que pelear con otras diosas antes de poder revelarle quien era y cuáles eran sus planes. Solo quería un humano capaz de luchar las batallas que lo dioses no podían intervenir. Y encontró en aquel niño el suficiente coraje y ambición capaz de llevarlo lejos, con un espíritu poderoso y esperanzador.

Desde aquel día, Nicodemus se convirtió en el nuevo héroe de Atenea. Quien haría hasta lo imposible por cumplir con el mandato de los dioses.

Tarde en la noche, el campamento estaba sumergido en el silencio. Nico, recostado en su cama, no dejaba de pensar en la batalla que se acercaba. Quería descansar pero su mente no pensaba lo mismo. De pronto, oyó un sonido que lo puso alerta y se levantó, tomando su espada.

Caminó lentamente hasta ver a la menuda figura que se colaba en su habitación. La tensión ante el peligro se fue al instante en que ella le sonrió. Su presencia le hizo olvidar sus preocupaciones, sobre todo, cuando ella corrió hacia él para abrazarlo.

Ella lo besó profundamente, y él respondió a su cercanía, sintiendo que su espíritu se renovaba.

— Cipris —susurró Nico, emborrachándose con sus besos. Ella lo empujó suavemente hacia la cama, donde se desplomó sobre él.

— ¿Me extrañaste, cariño? —inquirió Cipris; sus ojos oscuros brillaban con provocación. Su aura se tornó salvaje en cuanto le sonrió y él cedió completamente, ante la mujer que cada día y noche, le quitaba sus preocupaciones.

********************

Bajo un cielo plateado, se llevaba la esperada batalla. Las fuerzas enemigas intentaban detener el ataque desde los puntos más críticos, pero no les resultaba fácil. Lo peor y lo mejor del humano podía vislumbrase allí. La ferocidad y valentía, la sed de sangre y revancha. La camaradería y la enemistad.

Todos luchaban por algo. Lealtad, honor, justicia, ambición. Y entre todas esas batallas, había otra; mucho más personal.

Bañado de sudor y sangre, Nicodemus enfrentó a sus pesados contrincantes. Contrario a como era usualmente, en el campo de batalla, él era una bestia. Se movía instintivamente, peleaba con maestría, su puntería era la mejor y con la espada no había igual. Durante las peleas, no importaba nada más que eso, pero extrañamente, ese día Nico miró a otro lado.

Se detuvo en medio del desastre, contemplando a Zander. Él se encontraba a unos metros, peleando con un pequeño grupo. Sus ojos pálidos resplandecían blancos en aquel ambiente, y eso solo volvía a su rostro lleno de sangre aún más escalofriante.

Nico sostuvo su espada con fuerza. Tan fuerte que su piel comenzaba a lastimarse. Los recuerdos de la noche anterior lo azotaban como latidos. Cipris recostada entre sus brazos, llorando e implorándole que le ayudara.

Él quiere hacerme daño —lloriqueó abrazándolo como si de eso dependiera su vida—. Siempre lo he rechazado y ahora desea mi muerte. Ya no sé qué debo hacer.

El corazón de Nico se había sacudido ante su ruego. Y su mente se nubló con ira ante la idea de alguien lastimando a la mujer que amaba.

Dime quién es, haré lo que sea por ti —respondió, tenso y nervioso. Él no permitiría que nadie le tocara un pelo, y si era necesario, le cortaría la cabeza.

Ella continuó llorando, empequeñecida por la tristeza y el dolor. Lo miró con sus oscuros ojos rojos por el llanto, buscando en su tacto un poco de consuelo.

¿Harías lo que sea por mí? —inquirió; la gracilidad de sus rasgos hacían que su tristeza le comprimiera el corazón.

¿Quién podía generarle tanto daño? Se preguntaba él.

Lo que sea —susurró, sintiendo sus palabras como sentencia. Ella asintió, besándolo profundamente. Un beso que despertaba al hombre en él y alejaba al indefenso niño en su interior que solo quería ser querido.

Zander me odia, él planea matarme —respondió, y sintió que cada palabra era un puñal.

«Tienes que detenerlo, y sabes que el único modo es matarlo» la voz de Cipris había calado hondo en su mente. Su voz era como un embrujo que arrastraba a su paso las emociones y pensamientos que lo controlaban.

Zander era su amigo, lo más cercano a un hermano. Lo conocía y sabía con certeza que no sería ese tipo de persona. Sin embargo, algo en su interior le indicaba que era muy posible eso, que para Zander nada importaba más que él.

Se encontró inquieto. Sus pensamientos más oscuros sobresalieron. «A Zander no le importas. Le disgustas. Cuando pueda, también se deshará de ti» Dudas que antes no tenía, le carcomían la conciencia, oscureciendo sus buenas intenciones y agitando su corazón.

«Mátalo, hazlo por mí» la voz insistente de Cipris era tan clara entre sus pensamientos como si le estuviese hablando en ese instante.

Con la tensión en su cuerpo y la ira nublando su juicio, Nico se deshizo de un enemigo que estaba a punto de atacarlo, y luego comenzó a recorrer el campo de batalla, guiando por la furia y el rencor. Estaba cansado de vivir en las sombras, no tener el respeto que merecía, esperar del resto algo que no llegaba.

A solo unos pasos de él, gritó con frustración, elevando su espada para atacarla. Pero una calma voz lo detuvo inmediatamente. «¿Haz enloquecido?» oyó la voz de su diosa guardiana, y aunque la buscó a su alrededor, no la encontró.

— Él debe morir, intentó... —comenzó a explicarse.

— Esos son mentiras, tus dudas son mentiras. Solo juegan con tus miedos. ¿No te das cuenta? —inquirió Atenea, furiosa. Algo que no solía demostrar.

Nico dudó, dando lentos pasos. Sintiendo que el aire no le bastaba, corrió hasta que la figura de Cipris apareció repentinamente frente a él.

— ¿Acaso no me amas? —le preguntó ella sin darle tiempo a comprender su presencia allí. Ella se acercó a él, tocándolo cariñosamente y besándolo como si fuese el último acto de vida.

«Nicodemus, eres mi guerrero porque eres inteligente, no cedas ante ella. No te das cuenta que es solo una ilusión. ¿No la reconoces?» la voz de Atenea estremeció su cuerpo, obligándolo a alejarse de Cipris.

Una batalla se instaló en su interior, entre su corazón y su mente. Su cuerpo la deseaba con desesperación y no cedía ante sus pensamientos confundidos.

Nico cerró los ojos, queriendo recordar cada momento bueno y esperanzador en su vida. Disipando la furia, dándole claridad a su mente. Cipris continuaba convenciéndolo cuando el disgusto lo recorrió como agriamente.

¿Acaso, no me amas?—gritó exasperada la chica, y Nico irguió su cuerpo para enfrentarla. Se acercó a ella lentamente, tocando su rostro con añoranza y sonrió.

— Quizás no te amé lo suficiente para matar a Zander—negó, sonriéndole con burla. La furia flameó como en fuego en sus ojos y su gracilidad se quebró ante la fealdad sus verdaderas emociones.

Él se alejó de ella mientras observaba como la imagen de Cipris se transformaba en la verdadera forma de la diosa Afrodita.

— ¿Te atreverás a rechazarme? ¿Tú también? —inquirió, cuidadosamente. La sonrisa de Nico se incrementó, con arrogancia.

— Así que todo esto es porque te rechazaron... —meditó, enterrando el dolor de saber que no volvería a ver a Cipris—, supongo que decidió bien.

Afrodita gruñó, acercándose amenazantemente. Se elevó altiva y lo miró a los ojos con ese arrogante conocimiento de saberse poderosa.

— Tienes otra oportunidad de arrepentirte... mata a Zander y perdonaré cualquiera de tus errores —siseó.

Nico simuló emocionarse ante esa oportunidad hasta que solo se giró para irse lejos a continuar con aquella lucha. La oyó gritar y quejarse pero no le prestó atención. No quería saber nada de ella mucho menos lo que tuviese para decir, y se apresuró a continuar con el ataque hasta que de pronto sintió que su alrededor se movía lentamente.

La tierra bajo sus pies parecía querer abrirse y él comenzó a moverse con inestabilidad. «Siempre quieres lo que no puedes tener. Deseando y amando lo de los demás. La envidia corroe tu cuerpo, y lo oxida. Conocerás el amor pero será tu fin, hasta que realmente te des cuenta que a veces debes mirar más cerca» escuchó la voz Afrodita, atormentándolo.

Gritó con frustración al ver como todo giraba bruscamente. Todo se detuvo precipitadamente, y Nico se vio intentando no caer, pero lo único que encontró fue el golpe del enemigo... que lo dejó inconsciente.    

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