Batallas personales
Desde hacía tiempo estaban viviendo una vida sedentaria en una aldea. Tras tantas luchas la mayoría de los soldados se dispersaron hasta ser nuevamente llamados.
Los recuerdos de una vida que quedó atrás volvían a Megan melancólica. Pero se dio cuenta que el tiempo pasado además de enseñarle mucho también había curado ciertas heridas. Tantas cosas quedaron atrás que le costaba reconocerse pero lo importante era que aún seguía de pie.
— Meg —la llamó Aricia. Megan se apresuró a ir hacia ella para caminar hacia donde estaban el resto.
Las vestimentas de hombre habían quedado también atrás y volvía a sentirse un poco más ella al poder vestir prendas como las de antes. Nunca creyó extrañar ese tipo de cosas hasta que tuvo que vivir sin ellas.
Ambas caminaron con los brazos enlazados hacia el lugar donde los chicos practicaban lucha. Pero no estaban solos, allí también había un par de soldados que se rehusaban a volver a sus hogares además algunos niños que querían aprender y personas que les gustaba deleitarse con las peleas de ese tipo.
— ¿Quién crees que gane? —inquirió Aricia con una sonrisa divertida, alzando sus cejas con desafío.
— Zander —respondió Megan, sin dudarlo, al ver a Zander luchar con otro chico más pequeño y torpe—. Y Nico —dijo tras ver más allá de ellos a otra pareja de luchadores; aunque el contrincante de Nico podía verse rudo y fuerte, no dudaba que él fuese capaz de ganar.
Sentando a un lado, Aricia y Megan conversaban acerca de sus días, riéndose e intercambiando historias divertidas. Ninguna de las dos esperó que una amistad pudiese salir de aquel encuentro, pero fue una de las mejores cosas que les sucedió a ambas. Habían encontrado en la otra a alguien con quien pudiesen hablar de cualquier cosa sin ningún tipo de restricciones. Todo ese tipo de cosas que Zander y Nico evitaban con ella, Megan podía hablarlo con Aricia.
En un momento, Megan se percató de la mirada soñadora de Aricia hacia el lugar donde estaba Zander. Un sentimiento amargo la recorrió hasta que reconoció que ella no contemplaba a Zander sino al chico con quien peleaba.
— Él va a estar bien —le advirtió para hacerla sentir bien. Aricia enrojeció y ocultó su rostro con sus manos.
— ¿Cómo...? —inquirió, haciendo que Megan se encogiera de hombros. No le resultaba difícil identificar ese tipo de emoción en un rostro tan claro como el de Aricia; esa misma expresión tenía Megan cuando contemplaba a Zander en soledad.
— Tranquila que no le diré a tu hermano —le dijo señalando al chico con el que Nico peleaba. Orestes era el hermano mayor de Aricia; protector y fuerte, ella temía más por la vida de su amor bajo las manos de su hermano que por la guerra.
— Por estas cosas te quiero —susurró Aricia, dejando un beso sobre la mejilla de Megan, sintiéndose segura de saber que podía confiar en ella—. Ojala pudiese luchar como ellos —suspiró meditabunda.
Megan se voleó hacia ella con curiosidad y arrogancia.
— Tienes a la mejor profesora aquí junto a ti, ¿No crees que no voy a enseñarte? —preguntó Megan con una media sonrisa—. Te enseñaré lo básico, luego puedes pedirles consejos a él —asintió hacia Eugene, quien caía bajo la espada de Zander.
La risa de Aricia cortó el aire y Megan se sintió feliz con su reacción. Aunque su felicidad duró poco porque se levantó ni bien Eugene cayó al suelo. Zander permaneció detenido sobre él solo un instante antes de alejarse de él para ayudarlo a ponerse de pie.
— Buena pelea —oyeron ambas que él dijo a un Eugene que a pesar de haber perdido se veía revitalizado. Los dos chicos comenzaron a conversar mientras caminaban cansados y sudorosos.
Los ojos negros de Megan no pudieron evitar posar en las heridas en el brazo de Zander. La urgencia le hormigueaba la espalda pero debía mantenerse en silencio.
— Se ven horribles aunque al parecer la platea lo ha disfrutado —comentó sagaz Megan ni bien estuvieron cerca. Zander la recorrió de pies a cabeza con una media sonrisa arrogante y divertida. Sus ojos se veían plateados bajo la luz del sol, y ella respiraba hondo para no caer en el encanto.
— La envidia no te sienta —negó él; su sonrisa se ensanchaba a medida veía las reacciones de ella. Megan puso los ojos en blanco, susurrando algo para sí misma sobre no ser débil.
— ¿Te has lastimado? —Aricia le preguntó a Eugene sin medir su preocupación. Él asintió aunque no sentía dolor, solo había liberación.
— Estoy bien, necesitaba este entrenamiento —respondió sonriendo. Aricia parpadeó enmudecida ante su belleza, y dudó al verlo alejarse con paso torpe. Megan y Zander intercambiaron miradas antes de insistirle a Aricia para que lo siguiera, prometiéndole silenciosamente que nadie diría nada.
— Así que ella... —comenzó a decir Zander, acercándose a Megan. Su alta figura creaba sombra sobre el cuerpo de ella, quien lo silencio inmediatamente.
— Su hermano mata todo lo que se acerca a ella —le advirtió. Zander bufó por lo bajo, recibiendo un suave golpe de ella que él detuvo al retener su mano.
— Él solo se preocupa como todos lo hacen, has visto lo que pasa —murmuró en tono sombrío. Megan suspiró vencida ante la verdad de sus palabras, pero encaprichada con tener razón lo miró glacialmente.
— Al menos podría darle un respiro, ella quiere ser feliz como el resto. Y ese chico es bueno pero está aterrada de hablarle un poco por lo que fuese a hacerle —explicó, haciendo un mohín con sus labios que debilitaba la fuerza de voluntad de Zander. Él cerró los ojos, sintiendo la tensión de su cuerpo y manteniéndose aferrado a la mano sobre su pecho—. ¿No puedes hacer algo? —preguntó ella, y él asintió porque sabía que venía eso.
— ¿Crees que soy un dios que puedo hacer y deshacer todo a mi voluntad? —preguntó, ladeando su cabeza y mirándola con súplica.
— Eres un príncipe, lo más cercano en este lugar a un dios —respondió.
¿Era posible que ella tuviese una excusa para todo?
Zander cerró nuevamente los ojos para luchar contra las emociones que lo embargaban y los pensamientos que lo asediaban. Su cabeza y corazón siempre intentaban ganar pero él solo sufría.
— ¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó en voz baja. Megan sonrió al verlo con los ojos cerrados, completamente resignado.
— Lo que quieras, puedes empezar por hablar bien de Eugene, luego contarle mi experiencia en el campamento y quizás por ultimo convencerlo de ceder —respondió rápidamente.
— ¿También quieres que los case y haga que tengan hijos? —preguntó él con la mandíbula tensa y la mirada oscurecida.
— Aprecio la intención pero no gracias —respondió Megan sarcásticamente—. Solo por ayudarme con esto, te debo una —agregó.
— Ya me debes demasiadas desde el día en que nos conocimos y aún no las he cobrado —se quejó él infantilmente. Megan meneó su cabeza, impaciente y ladeó su cabeza.
— Que horrible es oír que la amistad es solo un negocio para ti —ella se mostró ofendida, ocasionando una falsa risa en él.
— Tú eres quien me pide cosas y luego dices que me debes una pero no pasa nada —exclamó exaltado. Megan respiró hondo intentando obtener paciencia. Ninguno quitaba sus ojos del otro en perpetuo silencio, sin esperar nada, solo contemplándose.
— ¿Qué es lo qué quieres a cambio? —inquirió en voz tenue.
Aquella pregunta significaba más de lo que deseaba para Zander. Podría haber dudado pero no lo hizo, solo respondió sin siquiera ponerse a pensar.
— Di que sí —dijo, viendo la confusión teñir el rostro de Megan—. Solo di que sí —insistió.
— Si —respondió Megan, confiando en él de forma tan completa que ni siquiera necesitaba saber qué había aceptado, por más aterrador que fuese. Zander se mostró aliviado y sonrió, liberando la mano de Megan con una suave y discreta caricia.
— Te aseguro que no te vas a arrepentir —susurró antes de alejarse de ella, dejándola inquieta ante la proposición.
Megan estaba tan confundida que Nico al acercarse chasqueó sus dedos para devolverla a la realidad. Ella se encontró con un Nico despeinado y cansado que lucía intrigado.
— ¿Te has quedado muda ante mi belleza? —inquirió provocativo.
— Me arrancaría los ojos por tu belleza —respondió sombríamente. Nico comenzó a reír y la abrazó por el cuello para oírla gritar enojada. Ella lo golpeaba y él solo se divertía, sabiendo que aunque fuese un instante, solo él podía hacerle sacar a Zander de sus pensamientos.
*
Era de noche cuando se encerró en su habitación, y en medio del aburrimiento, se entretenía ordenando mientras oía la música que resonaba desde la aldea. Bailaba para sí misma y se imaginaba cuan divertido sería estar ahí, pero lamentablemente, nadie pensaba acompañarla. Nico estaba cansado y seguramente estaría durmiendo, mientras Zander no era adepto a ese tipo de sitios. Tampoco podía contar con Aricia, ya que su hermano tenía diferentes planes para ella.
En un momento, escuchó un breve golpe en su puerta, obligándola a detener su baile y permanecer en silencio por un instante. Sin estar segura de haber oído bien, espero que se repitiera, y no tardó en ocurrir. Abrió su puerta con expresión confundida, ya que usualmente eran demasiados ruidosos y dramáticos cuando se trataba de irrumpir en su habitación.
— ¿Zander? —preguntó sorprendida de verlo, sobre todo, reconocer que vestía más formal de lo que diariamente lo hacía. En medio de su timidez, lo vio hacerle señas para que no hablara muy fuerte.
— Tu dijiste que sí —le dijo en un susurro, acercándose a ella y cerrando la puerta. Ella estaba tan compenetrada intentando entender de qué hablaba que ni se dio cuenta lo cerca que él se encontraba.
— Estoy aquí para cumplir mi palabra, así que prepárate que iremos a la aldea —agregó. La mirada de Megan se iluminó a pesar de su asombro.
— Pero, a ti no te gustan esas cosas —dijo, ladeando su cabeza. Él negó con una pequeña sonrisa.
— A mí no, pero a ti si —su respuesta hizo que su corazón latiera con torpeza. Comenzó a sentir sus mejillas sonrojarse y se movió lejos de él con torpeza—. ¿Vas a ir, no? —inquirió; pudo oír un poco de inseguridad en su voz, como si acaso ella pudiese negarle algo.
— Por supuesto, solo espérame —sus palabras tranquilizaron visiblemente a Zander. Su sonrisa y sus ojos brillaron con entusiasmo, y ella no podía dejar de contemplarlo, totalmente hipnotizada.
— Lo haré —susurró, antes de irse, dejándola a Megan con un cosquilleo en su cuerpo que nunca creyó posible.
La aldea se llenó de vida con tantos colores, música y comida, y el buen humor de las personas. Megan no recordaba haber estado en un lugar tan festivo y brillante en su vida. No podía dejar de sonreír ni tampoco de llevar a Zander a todos lados. Aunque él no se quejaba, comenzaba a sentir pena por ser tan inquieta.
Quería hacer todo al mismo tiempo: hablar, comer, bailar. Terminaba permaneciendo de pie con la mirada perdida en el gentío y una sonrisa de satisfacción. Y Zander la admiraba silenciosamente, sin poder creer que ella estuviese allí con él, sin peleas ni comentarios maliciosos.
La mezcla de ensoñación, entusiasmo y melancolía que se dibujaba en su expresión lo cautivaba. Intentaba no verse influenciado por su felicidad, pero no lo podía evitar. Una parte en su interior estaba cansada de luchar por esconderse y negar lo inevitable, quería ser feliz sin necesidad de recordar todo lo malo de su vida.
Cuando ella lo miró, sintió pánico de haber sido descubierto mirándola de un modo tan intenso. Pero por más pudor que le diese, Zander esta vez no quiso alejar sus ojos de ella. Megan le sonrió de aquel modo que solía sonreírle a Nico o Aricia, pero esta vez, aquella sonrisa que había deseado recibir, era dedicada a él.
— Gracias por traerme —le dijo, y Zander sintió derretirse con sus palabras. Todo el miedo y la inseguridad que lo recorría se liberaron, y solo podía sonreír. No estaba seguro si había sonreído en su vida antes de un modo tan natural y correcto.
— Gracias por aceptarme —respondió. Sus palabras tenían más de un significado y no sabía si ella sabría algún día cuan agradecido estaba por aceptarlo esa noche y en su vida.
******
Les llevó un largo tiempo recorrer la región hasta asentarse en otro sitio. Dejar atrás la familiaridad de un sitio que les costó conocer se sentía de modo agridulce, nunca se acostumbraban a la melancolía que quedaba a pesar de que cada vez era menor. Solo quedaban buenas memorias de sitios descubiertos y personas que ingresaron a sus vidas para quedarse.
Zander contemplaba a Eugene y Nico competir por cualquier cosa, satisfecho de no ser el único que despertaba ese lado aguerrido de su amigo. Él llevaba un buen rato conversando con Orestes, aun maravillándose de las cosas en común que ambos tenían.
Años atrás, si alguien le hubiese dicho que en su vida tendría a más personas además de Nicodemus, Megan y Leander, jamás lo hubiese creído.
Sus ojos se desviaron, involuntariamente, hacia Megan quien se divertía con Aricia. Verla tan animada después de tanto sufrimiento le generaba demasiada felicidad. Ya no tenía que simular ser alguien que no era, podía ser la Megan libre y valiente que siempre fue.
— Zander, ¿estás bien? —escuchó la voz de Orestes que lo sacó de sus pensamientos. Él parpadeó encontrándose con la expresión preocupada de Orestes, quien tenía sus ojos en su brazo.
— ¿Qué? Si —respondió torpemente, recordando la herida que tenía de un desafortunado encuentro con un soldado enemigo hacía unos días. Como ya estaba acostumbrado al dolor continuo y sordo, no se había dado cuenta que su herida comenzó a abrirse nuevamente.
Se levantó con prisa para refugiarse en su cuarto, pero antes de poder hacerlo se encontró con una figura que lo observaba con juicio e impaciencia. Megan respiró hondo mientras se cruzaba de brazos, y él ladeó su cabeza, inexpresivo.
— ¿Por qué saliste corriendo de ese modo? —inquirió suavemente.
— Yo... tengo algo que hacer —respondió, buscando una buena excusa pero nada se le ocurría. Movió su brazo para ocultarlo de ella pero Megan agarró su muñeca, apuntando la mancha roja que sobresalía en su ropa.
— Eres increíble —susurró ella con espanto.
— ¿Gracias? —sus palabras sonaron como preguntas al mismo tiempo que le sonreía inocentemente, antes de que lo arrastrara hacia la habitación como si acaso él fuese un niño.
— ¿Cómo es posible que ni siquiera te importe curar tus heridas? —lo reprendió como tantas veces lo hizo. Sentado en su cama, Zander la miró de soslayo.
— Estoy acostumbrado, no creo morir por alguna de estas heridas. Los dioses no son tan benevolentes —respondió. Megan resoplo ante su dramatismo al mismo tiempo que controlaba que curara bien su brazo.
— ¿Te han dicho que a veces te comportas como un niño? —le preguntó.
— Solo tú, y a veces Nico, nadie se anima a decirme ese tipo de cosas —dijo, viendo a Megan tomar el mando. Lejos de la delicadeza y el cuidado, ella hacia que su herida doliesen más y se estaría quejando de no ser que el tema principal de su conversación fuese su grado de madurez en algunas situaciones.
— Más allá de tu horrible personalidad, nunca entendí porque te odian —confesó ella. Él sonrió sin humor.
— Según mi familia estoy maldito, por eso mi color de ojos. Son la causa de mi exilio y que no fuese criado como un príncipe igual que el resto de mis hermanos —explicó.
Ella hizo una expresión de entendimiento, asintiendo con su cabeza. Ambos pasaban muchas horas hablando pero el tiempo nunca era suficiente para saber todo de su vida. Solo sabía con seguridad que la familia de él eran personas que no merecían nada bueno.
— ¿No has pensado que quizás esos ojos no son símbolos de maldición sino de gracia? —preguntó, deteniendo por un momento el sufrimiento de Zander—. Quizás esos ojos son señal de que has sido bendecido por los dioses, solo que los hombres no supieron distinguirlo. Quizás esta vida que llevas es de aprendizaje y no castigo, de esta forma en el futuro serás un gran rey —agregó.
Él se detuvo a contemplarla. Sus palabras le daban calidez y seguridad. Si fuese otra persona, nunca hubiese sentido la misma sinceridad que en ella.
— ¿En serio crees que en algún momento podría ser rey? — preguntó, con sus ojos grandes y brillantes, llenos de ensoñación y confianza. Ella le sonrió con timidez, mirándolo tan fijamente que la intensidad de sus ojos la pusieron nerviosa. Y para deshacerse de esa incomodidad, le golpeó la frente.
— Si sigues así, serás el rey de los tontos. Deja de descuidar tu cuerpo —lo reprendió alejándose de él. Zander emitió un quejido y sin siquiera meditarlo se acercó a ella para darle un tímido abrazo. Era la primera vez que hacía un movimiento de aquel tipo, y se puso tan nervioso como ella, quien quedó paralizaba bajo sus brazos.
— Gracias —susurró, sin ver cuán enrojecido estaba el rostro de Megan.
Su corazón latía desenfrenado, casi a punto de salirse de su pecho mientras observaba los brazos que la rodeaban. Quería tocarlo pero temía que el espejismo desapareciera frente a sus ojos. Nunca se había sentido de aquel modo; con una sensación burbujeante recorriéndola, reviviéndola y haciéndole olvidar del mundo entero.
Ella se preguntó cómo era posible que existiera un sentimiento tan perfecto, y cuán efímero era.
— No hay nada que agradecer —dijo tropezando con sus palabras. Con una suave sonrisa, Zander se alejó de ella quien lo miraba de soslayo con timidez.
— Volvamos, así comemos —comentó; sus ojos eran tan brillantes que no podía dejar de verlos. Solo podía asentir, de acuerdo en todo lo que dijese, deslumbrada por Zander.
Al volver junto al resto, Megan se encontró con la mirada de Nico. Lucía sombrío desde la distancia, con sus ojos oscurecidos por emociones que ella no reconocía. Le sonrió a pesar de sentirse incomoda ante aquella expresividad de la que no estaba acostumbrada, y él le respondió con una sonrisa que no lucía sincera. Megan suspiró, incapaz de saber cómo seguir, y solo buscó refugio junto a su amiga, en conversaciones mundanas para no pensar demasiado en lo que estaba ocurriendo con su vida.
— ¿Todo está bien? —le preguntó Aricia al verla tan distraída. Megan asintió con torpeza, dubitativa, y desvió de tema tan rápido como pudo.
Aquella pregunta seguía flotando en su mente durante esa noche. No quería ser paranoica pero no podía negar que últimamente la relación de Nico, Zander y ella se había tornado distinta. No es que pelearan todo el tiempo, eran pocas las veces que no concordaban entre ellos, pero el ambiente se volvía tenso e incómodo últimamente.
Recostada en su cama, Megan contemplaba el techo y reconocía los pequeños cambios. De la misma forma en que Zander se tornó brillante, entusiasmado e incluso más sociable, Nico se volvía más cerrado a sí mismo, como si se escondiera del resto y no quisiera estar más con ellos. Los roles se invirtieron de un modo que ella no creyó posible.
¿Dónde estaba el Nicodemus astuto, divertido y hablador? Le vino a la mente lo ocurrido hacía solo unos días cuando ella y Zander volvían de una práctica, y él apenas los saludo, metiéndose en su habitación.
Sin poder dormir, Megan dio vueltas en su cama hasta que terminó cediendo y se levantó. Todo era oscuridad y silencio. Se acercó al sitio donde dormía Nico pero solo oía sus ronquidos. Quería hablar con él, como tantas veces lo había hecho, pero de algún modo, él se alejaba en cada instante.
— Meg —escuchó un suave susurro. Ella se sobresaltó, girándose hacia la fuente de sonido y viendo a Zander entre las sombras. Su imagen era etérea, como un dios del olimpo que la bendecía con su presencia. Aunque tenía la seguridad que ningún dios podía opacar ni su belleza ni su intrincable personalidad.
— No podía dormir así que empecé a dar vueltas —se explicó, acercándose a él.
Comenzó a caminar hacia afuera, acurrucada sobre sí misma, sabiendo que Zander la seguía silenciosamente. Se sentó sobre la piedra en la que solía reposarse para contemplar a los soldados trabajando. Pero durante ese momento no había nadie allí más que ellos.
— ¿Sabes si le sucede algo a Nico? —preguntó; su voz era tan suave como el viento que movía las hojas. Zander la evaluó, percibiendo su preocupación y dudas.
—No, él no habla mucho conmigo. No sé qué es lo que le sucede —agregó. Megan torció sus labios con disgusto; ninguno de los dos era capaz de avanzar a la coraza que él comenzaba a construir de a poco.
—La última vez que lo vi de este modo era cuando nos conocimos, él me odiaba por ser un príncipe aunque no tenía idea de mi historia —explicó. —Crecimos juntos, nos hicimos amigos y conocimos todo del otro —agregó viéndola jugar con la tela de su vestido—. Sé que estás preocupada por él, pero si algo malo le pasara ya lo sabríamos. Él se va a abrir con nosotros cuando así lo desee —aclaró, conociendo de antemano el sentimiento de ser presionado para abrirse al resto.
Ella respiró hondo, cerrando los ojos momentáneamente. Deseaba dejar ir las inseguridades pero ella nunca había sido una persona que se definiera por ser tranquila ni despreocupada, aunque al menos debía intentarlo.
— Voy a intentarlo —comentó resignada—. ¿Y tú por qué no estás durmiendo? ¿Tu herida volvió a abrirse? —preguntó, y él negó.
— He intentado dormir pero aquí nunca hay silencio y acá no hay tranquilidad —respondió señalando primero su cabeza y luego a su corazón. Había inocencia y timidez tanto en sus palabras como en sus acciones, viéndose adorable ante los ojos de Megan.
— ¿Y qué es lo dice? —inquirió con curiosidad.
— Que debo seguir con mi objetivo hasta el final, ser la persona que ayude en la conquista y así poder demostrarles a todos cuan equivocados estaban por juzgarme y exiliarme —respondió—. Pero también estoy cansado y solo quiero ser feliz —agregó. Su voz rota por sus emociones, lo obligó a dejar de hablar.
No le gustaba verse tan vulnerable frente a las personas, pero cuando estaba junto a Megan nada de eso importaba. En vez de vergüenza lo recorría el alivio. Alivio de poder decir sus temores en voz alta sin ser juzgado sin que sientan lastima ni se burlen. Había encontrado en ella a una persona con la que podía ser lo que quisiera sin que le ordenasen lo que debía hacer o sentir, y en quien desahogaba sus frustraciones sin ningún tipo de castigo.
— Tienes que hacer lo que te haga feliz, debes vivir por ti y por nadie más —la voz de Megan le daba tranquilidad. Ella estiró su mano hacia él, con dudas, hasta que tocó su pelo, acariciándolo suavemente.
Él hundió su rostro entre sus manos, respirando hondo en busca de tranquilidad, pero sin poder evitar pensar en el contacto con Megan. Quería creer en esas palabras ciegamente pero conocía su realidad, y el solo hecho de pensar en los dioses poniéndose en su contra le helaban la sangre. Él era la herramienta de Artemisa, quien hacía y deshacía todo a su voluntad en pos del bien de la humanidad y dependiendo del deseo de los residentes del olimpo.
Pero más allá de todo eso, él era un humano y era joven, tenía tantas cosas por descubrir y experimentar.
Megan acarició su pelo hasta que tomó la confianza suficiente para ir hacia él y abrazarlo. Él la rodeó con sus brazos sin poner ningún tipo de queja, hundiendo su rostro en el hueco entre su cuello y su hombro.
Sin estar seguro de haber vivido un contacto de aquel tipo, Zander encontró fuerza y endereza. No le resultaba familiar el abrazo con Megan pero si le otorgaba un sentimiento que lo embriagaba placenteramente. Nada era tan catastrófico como hacía un instante, y la soledad que lo acompañaba noche y día desde su infancia, lucía lejana e imprecisa.
Nunca hubiese imaginado que aquella chica que conocía durante prácticamente toda su vida podían hacer que sus penas fuesen menos dolorosas y su vida más luminosa.
— Gracias por estar a mi lado —susurró él por lo bajo, y ella sonrió mientras estrechaba el abrazo.
— Siempre voy a estar contigo, jamás te dejaría solo, no lo olvides —le dijo, y aquella promesa, quedó para siempre en su memoria. Recordándolo como el día en que se dio cuenta que sus sentimientos hacia ella, eran completamente irrevocables.
*******
Entre de los árboles, él reposaba con la mirada fija en la lejanía. El cielo plateado se oscurecía en cada instante, así como su humor. Se despertó temprano, listo para encarar al mundo con energía y voluntad pero nada de eso ocurrió. Llevaba un tiempo lidiando con su propia personalidad, sin saber qué le sucedía y refugiándose tanto en sí mismo que ya le resultaba complicado tratar a los demás.
Él no era así, se lo repetía una y otra vez, pero la oscuridad aplacaba cualquier tipo de aire renovador que intentase tener. Sentía enojo y recelo la mayor parte del tiempo. La furia hervía rápidamente ante cualquier nimiedad. Se vio así mismo odiando a sus propios amigos como si ellos lo hubiesen traicionado.
Respiró hondo, liberándose de su amargura, contemplando a Zander y Megan sonreír. Evaluó sus gestos y acciones; no lucían como dos amigos sino como amantes. Como si nada existiera más allá de ellos, como si nada importara. Notaba las miradas, las caricias desprevenidas, y también los había descubierto un par de veces escondiéndose para poder estar juntos.
La bruma oscura volvió a envenenarlo, cerró sus manos en puños y sus ojos se convirtieron en dagas que se clavaban en ellos con letalidad. Le mentían en su propia cara, ignorándolo y haciéndolo sentir como si no fuese nadie. Ella era su mejor amiga antes que de Zander, así que no entendía por qué Megan se había fijado en él.
Ella tendría que haber sido mía; pensó aunque no entendía cómo ese pensamiento siempre llegaba a su mente. Ni siquiera comprendía porque estaba tan enojado con ellos, pero lo estaba. Resopló y se puso de pie, siguiéndolos cuidadosamente hasta el interior de la tienda. Su superficie calma estaba a punto de quebrarse para dar paso a la furia contenida.
Megan y Zander se giraron al mismo tiempo al verlo, sorprendidos que él no hubiese huido de ellos. Cada día era más extraño estar los tres juntos en un mismo lugar, la tensión era insostenible y los silencios eran tortuosos.
— Sé que ustedes dos están juntos —dijo, quebrando la anticipación. Su voz escondía cierto nerviosismo que esperaba que ellos no decodificasen.
Sus ojos lucían enojados para también había miedo e inseguridad. Odiaba sentirse vulnerable, con la constante necesidad de asegurarse que ellos no lo dejarían. El recelo lo encrespaba más allá de que detestaba el sentimiento. Él quería algo como lo que ellos tenían, pero también, los quería a ellos de la forma en que las cosas estaban. O más bien, habían estado.
Habiendo crecido juntos, se sentía traicionado. No estaba seguro si era porque ella nunca lo vio a él como algo más, porque ambos habían encontrado en el otro a su otra mitad, o quizás porque él ya no sería parte del equipo que eran.
Nunca había sabido lo que era la desilusión hasta que fue evidenciando pequeños detalles que lo enfrentaban a la realidad. Él no quería creerlo pero llegó un momento en que todo fue demasiado evidente. Megan, Zander y él; tres amigos que vivían entre peleas para intentar sobrevivir en aquel basto mundo. Le gustaba como eran las cosas de esa forma, no quería cambiar y temía que podría suceder si eso pasaba.
— Nico —lo llamó Zander avanzando pero Megan se interpuso entre ellos, agarrando su brazo con suavidad.
— Entiendo que estés enojado, pero esto es nuevo para nosotros y no estábamos preparados —dijo ella con serenidad. Sus grandes ojos negros lo miraban con sinceridad y él podía llegar a creer cualquier cosa que le dijese.
— ¿Cuánto tiempo pensaban ocultármelo? —inquirió, sin poder controlar el enojo en su voz.
— Mi idea era decírtelo antes pero ella siempre anda cuidándote como un niño —se quejó Zander, malhumorado. Nico no tomó para nada bien esas palabras; tensando su cuerpo y queriendo deshacer la arrogancia de Zander con sus puños si era necesario.
— Zander, ¿Puedes callarte? No estás ayudando —exclamó ella, mirándolo con severidad. Él puso los ojos en blanco, dramáticamente, y comenzó a caminar inquietamente tras ella—. Quería encontrar un buen momento, ¿sí? No es algo fácil, y tampoco sabía cómo ibas a recibir la noticia ya que últimamente has estado distante —ella volvió a hacerle frente a Nico, quien respiraba hondo en busca de calma—. Vamos a seguir estando los tres juntos, por siempre, nada va a cambiar —insistió acercándose lentamente.
Ella se movía hacia él, precavida, y él la miraba de reojo, sin querer ceder pero haciéndolo de todas formas. Que su enojo se evaporara tan fácil frente a ella lo indignaba. Era débil ante aquellos ojos negros tan dulces, sinceros y bondadosos. También era débil a su sonrisa que podía hacerle olvidar de todo. Él le dio la bienvenida entre sus brazos, sosteniéndola con fuerza mientras la oía murmurarle una y otra vez lo arrepentida que estaba de haber tardado, disculpándose y asegurándole que todo estaría bien.
Y fue ahí, en ese instante, que Nico se dio cuenta que todos aquellos sentimientos confusos que poseía hacia Megan no eran celos románticos. Él los consideraba sus hermanos, y no le importaba que Megan y Zander fuesen amantes mientras no lo lastimarán a él, alejándolo.
El alivio de poder reconocer sus propios sentimientos se tradujeron en una sonrisa en su rostro. Sonreía después de tanta oscuridad. Había estado tanto tiempo enojado con ellos y con él mismo, que se sentía liberado de toda esa amargura que acumulaba.
Aun abrazándola, clavó sus ojos en Zander mientras lo apuntaba con su dedo amenazantemente.
— No la lastimes, porque será tu fin —le dijo. Zander quedó paralizado, luciendo como un ciervo con sus ojos agrandados. Abrió la boca para defenderse pero ningún tipo de palabra salió sus labios, sobre todo cuando reconoció que sus amenazas no eran simples burlas.
— Por favor, no peleen —exclamó Megan, en tono quejoso.
— No vamos a pelear más, solo, no se alejen demasiado de mí, y lamento haber estado actuando de forma extraña —le dijo él, dándole un beso en su mejilla. Zander se tensó, avanzando un paso hacia él, pero Nico volvió a liquidarlo con la mirada—. Ustedes son mi familia —le susurró a Megan y miró a su amigo.
Ella sonrió, abrazándolo tan fuerte como podía.
— Ustedestambién son mi familia —canturreó,con lágrimas cayendo por sus mejillas. Lágrimas de tranquilidad y felicidad.
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