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8- Cambios


Joel regresó a los veinte minutos de haberse ido a inspeccionar el área.

Miguel había sobrevivido a un ataque de pánico y Alan a un ataque de ira hacia el nerviosismo de su primo. El moreno los guio hacia el camino que debían seguir, manteniéndose siempre al margen, en silencio y muy atentos a todo ruido ajeno a ellos. El sol comenzaba a ocultarse y las aves ya estaban ocupando su lugar en la copa de los arboles, apuradas por volver a su hogar antes de que el manto de oscuridad les cubriera los ojos impidiéndoles ver el camino de vuelta.
—Vamos bien. No teman. Estaremos pronto en el pueblo. —Les decía Joel, ayudándolos a bajar por unas escaleras rocas bastante filosas.

—En todo lo que pienso, por ahora, es en ir a comer —dijo Alan sobándose la panza.

—Y yo, en bañarme — comentó Miguel, oliéndose la ropa.

—Pues si en esas andamos, yo, en orinar —terminó por decir Joel—. Aunque bueno, puedo cubrir esa necesidad con cualquier árbol

—¡Puaag!

— ¡No seas puerco! —Exclamó Alan.

—Oh pues, ¡todavía que me solidarizo con su tren de quejas!

—No gracias. No necesitamos tu solidaridad ahorita —Dijo el pecoso, tratando de no resbalar y fracasando en el intento, llevándose consigo a Joel. Ambos se embarraron de lodo mientras Miguel se burlaba de ellos.

—Bueno, por no dejar...—advirtió Joel entre risas, tomando un poco de lodo y embarrándolo en el castaño qué por más qué trató de huir fue manchado de igual forma. A pesar del asco que sentía, no pudo evitar reírse de la situación. Después de haber pasado por tanta tensión, era agradable dejarla salir con la risa y las bromas que hacia el moreno.

—Oigan...a todo esto ¿hablaremos con alguien de lo que pasó? —Miguel rompió el silencio al cabo de un rato.

—No lo sé —Admitió Joel, pensativo.

—Si hablamos...liberaremos el pánico ¿no?

—¿Tu crees? —Miguel se veía nervioso ante la idea. —. Mi madre no nos dejaría salir nunca si se entera.

—No la culparía. Lo qué pasó no fue cualquier cosa. Esos locos tiraban a matar. El tal morbius...no se tentó el corazón, apuntó a mi cabeza y falló por mala suerte.

—¿Así se llamaba? —pregunto Miguel, confundido.

—Nah. Es el nombre de un personaje; de un comic, un vampiro. De ahí debió sacar el nombre...

—Ya decía yo —Señaló Alan — de algo me sonaba.

—Pues...ustedes dicen. ¿Les decimos? Yo me acomodo a lo que ustedes digan — comentó Joel, volviendo al tema.

Miró los rostros de ambos primos, qué dudaban sobre la decisión a tomar. Por su parte, Alan lamentaría mucho no poder salir de nuevo por un tiempo. Apenas había conocido a Joel y disfrutaba genuinamente de las excursiones y demás. Así qué lo qué menos quería era ser despojado de su reciente libertad.

— Yo digo...qué esperemos —Dijo el pecoso, mirando a Miguel. Esté, de igual forma, sostenía una lucha interna como nunca antes lo había hecho. Esa salida le había servido para probar nuevas cosas; alguien tal pulcro y limpio como él, estaba empapado en sudor, lodo y pasto. Alguien tan sedentario como él, había caminado por sitios rocosos, empinados altos y hundidos, bajo el sol, entre el agua y la dificultad del terreno. Y sobre todo, alguien tan falso como él, había sido genuinamente él en esa simple salida. Había reído, se había enojado. También, había mostrado su lado temeroso y por primera vez, no había tenido que fingir lo contrario. Era raro, pero estando con ese par, sacaba lo peor de si mismo, pero también, descubría cosas que nunca había pensado que podía llegar a ser y hacer.

—Creo qué...decirlo, no cambiará nada —Dijo por fin, aferrado a la idea de compartir un poco más de tiempo con ellos —. No vimos sus caras, no los ubicamos de algún lugar en específico. Podríamos esperar. Estar atentos. Y si sabemos quién pudo ser, ya con alguien en la mira, podemos decirle a nuestros padres entonces para que puedan hacer algo al respecto.

—Ok. Entonces...no diremos nada. Por el momento al menos. ¿Trato? — ambos asintieron, convencidos.

Caminaron durante 15 minutos más, ya más relajados puesto qué el camino había sido bastante tranquilo y silencioso en lo que respecta a sonidos ajenos. Sin embargo, a ese silencio se le sumó un ligero sollozo que los tres escucharon no muy lejos de su ubicación. Se exaltaron, pero el moreno pronto se puso al frente de ellos y fue a investigar. Ahí, a pocos metros de ellos, tras unos arbustos, un niño regordete estaba sentando en el suelo, limpiando su cara con su antebrazo y sorbiendo su nariz. Joel les hizo una seña a los primos para que se tranquilizaran y con cuidado, se dirigió hacia el niño qué lloraba desconsolado. Este, al escucharlo remover los arbustos se alteró, echándose hacia atrás y cubriéndose la cabeza y su cara en lo que era una posición fetal.

—Ey tranquilo...no te haré daño...¿necesitas ayuda?

El niño negó con la cabeza, muy sutilmente. —A mi ver, si necesitas ayuda. Me voy a acercar. ¿Estás perdido?

—¡Vete! —Gritó el niño aterrado—, ¡déjame en paz! ¡Ya no quiero saber nada!

Después de esas palabras temblorosas, se soltó a llorar desconsoladamente. Joel lo escaneó con la mirada. No podía ver su rostro bien puesto que estaba lleno de lodo, pero era un niño corpulento, no llevaba camisa y estaba cubierto por lodo en la mitad de su cuerpo, como si hubiese sumergido la mitad de su cuerpo en un charco de lodo fresco horas atrás. Temblaba de frío y sus rodillas estaban raspadas al igual que sus brazos, los cuales, mostraban arañazos frescos con restos de sangre seca.

—No puedo hacer eso —respondió Joel con voz suave, quitándose la sudadera y dándosela al niño para que se cubriera. Esté lo miró, desconfiado, pero la necesidad de cubrirse por el frío y la pena era mayor.

—No me va a quedar. —Señaló, avergonzado, cubriendo su panza con ambos brazos.

—Cálale al menos. Me gusta comprar sudaderas más grandes que yo. Son cómodas.

El niño se levantó del suelo como pudo; era enorme, mucho más alto que Joel. En ese momento, fue que el moreno lo reconoció. ¿Cómo no había caído en cuenta de ello dado que su tamaño era imponente? Monstruosamente grande, al menos, a la visión de Alan, quien de todos, era el mas bajito. Tambaleándose, tomó la sudadera, la cual le quedaba de puro milagro, algo que alegró a Joel.

—Te va a dar frio a ti. —Dijo el grandulón, sorbiendo la nariz.

—Tu tranquilo. Venimos entrados en calor. ¿Me recuerdas Samy? Soy Joel. Por allá se ven mis amigos. El que tiembla sin control es Miguel, y el chaparro qué te mira con odio también ya lo conoces, es Alan. Vamos ya hacia el pueblo. ¿Vienes con nosotros?

El grandote miró a su alrededor, la oscuridad estaba sobre ellos y a ciencia cierta, no sabia ni donde estaba parado. Decirles que no, habría podido entenderse como la segunda estupidez más grande de su corta su vida.
Pronto los cuatro emprendieron camino directo al pueblo; el grandote se miraba receloso, puesto que con anterioridad, se había comportado de manera petulante y grosera con dos de ellos. —Nunca te he visto—mencionó Miguel, admirando su gran altura.

—¡Algo difícil, ya qué es un gigantesco monstruo!— añadió Alan con desdén, recibiendo un codazo por parte de Miguel, quien con la mirada le dijo claramente "cállate"

—Estoy con ellos en el salón, y costumbro a estar al final de las canchas durante el receso —Dijo Samuel, incómodo por las miradas de asombro qué Miguel le dedicaba. Su voz era extrañamente suave y tímida, contrastando demasiado con su imagen.

—¡Yo si te he visto! —Dijo Joel, orgulloso— además de verte en el salón, claro. Pero antes de estar en el mismo salón, te he visto en el ciber de Don Lalo. Te gustan los juegos ¿no?

Samuel se ruborizó a la vez que se emocionó—S-si...algo.

—¡Genial! Luego vamos a jugar. Hay uno de guerras qué está muy bueno, comienza con un soldado de parche en el ojo gritándote a todo pulmón antes de lanzarse a un mar de lava...

—¡Si! ¡Ese juego es muy bueno!—se apresuró a decir el grandulón, emocionado.

—Oh, pues vayamos a jugar un día de estos. ¿Te parece? —El grandote asintió, a lo que Alan se acopló a la platica exigiendo que le hablaran de dicho juego. De repente, se habían olvidado del peligro al que habían sido sometidos horas atrás, estando ocultos entre las sombras.
Llegaron a casa a las 6:22 p.m. donde Joel se disculpó infinitamente con Liliana, quien lo miraba con desaprobación, meneando la cabeza pero conteniendo la risa que le causaba la exagerada preocupación del moreno.  Los dejó pasar, e invito a Joel y Samuel a comer algo. El grandote se negó, pero Liliana lo convenció apoyada de la insistencia de Joel cuando escucharon el rugir de tripas con el que iba Samuel.

Ahí, en la comida-cena, le platicaron a Liliana como había sido su excursión, omitiendo los datos del peligro del cual se habían salvado. Comieron y bebieron con gran alegría. Y Joel se encargó en todo momento de hacer sentir seguro a Samuel. Incluso dijo que era su amigo para qué Liliana no hiciera preguntas que le resultaran incómodas.

El tiempo pasó y la hora de retirarse llegó. Joel tomó al grandote del hombro, asegurándole que lo acompañaría hasta su casa para que no fuese solo. Se despidieron de los primos y emprendieron camino.

Al parecer, Samuel vivía poco antes de la casa de Joel. Un par de cuadras antes, en una colonia bastante decente en comparación.  Samuel temía que Joel le hiciera preguntas sobre lo que hacia en el bosque solo, llorando y en esas condiciones. Sin embargo, no fue así. Hablaron de juegos de PC, consolas y caricaturas del momento. Anime y películas. Tenían bastante en común, lo que hizo que Samuel se sintiera cómodo a su lado. Lo dejó en la esquina de su colonia, donde Joel esperó a verlo entrar a lo que parecía ser su casa, la cual estaba a 6 casas de la esquina.

Joel tomó aire y suspiró.

《Qué día》 pensó ya en su casa. Ya estaba bañado y había caído rendido ante la comida de su cama.
Habían pasado demasiadas cosas para un sábado que parecía ser uno bastante común y corriente. Si bien las cosas buenas eran memorables, las cosas malas creaban una mancha en sus recuerdos del día.

—Morbius...—Susurró con rencor, tratando de no olvidar ese apodo.

La calma que se respiraba en su habitación era incómoda. No como la que esperaba cada noche. Su madre había salido con la vecina, era su sábado de tejido, donde se reunían varias vecinas a chismear y de paso a tejer o coser. Así que la soledad generaba un eco abrumador en su cabeza. Era como si de repente, cayera ante un hueco oscuro de abismo incalculable.

Cerró sus ojos, tratando de dormitar un poco, pero esa horrible sensación se hacia mas grande con cada tic tac del reloj.

Se incorporó sobre su cama, mirando hacia la ventana. Era como si alguien lo observará desde fuera  —Ahí estás... —Dijo con voz baja y desprecio. Se levantó, abriendo la ventana y asomándose por esta. La oscuridad era la misma de siempre. Pero, ligeramente más densa y fría. La calle estaba sola, o al menos, eso parecía. Los grillos apenas y se escuchaban; como si ellos también temieran hacer cualquier ruido y ser detectados.

Se quedó quieto, mirando los alrededores por un minuto, antes de cerrar las cortinas y volver a la cama. —Mira todo lo que quieras, imbécil. —Dijo molesto, cerrando sus ojos, entregándose al sueño y el descanso.

—Tú sudadera. Gracias por prestármela.

Le dijo Samuel el lunes, a la hora de la entrada. La sudadera estaba limpia, doblada y guardada cuidadosamente dentro de una bolsa de plástico transparente, donde se veía claramente una barra de chocolate y una nota donde le daba las gracias. El corazón de Joel se conmovió y le agradeció el gesto, dándole unas palmadas de gratitud en la espalda en lo qué era un medio abrazo. Samuel sonrió avergonzado, pero, como si se hubiese acordado de algo, comenzó a mirar hacia todos lados, asustado. —No tienes que agradecer. Gracias por ayudarme.

Y sin más, se alejó del moreno, quien lo miró con profunda lastima mientras Samuel tomaba su lugar.

—Es bien rarito tu amigo ¿no? —le preguntó Alan, quien había estado esperando a unos metros de distancia. Joel se encogió de hombros, sacando el chocolate y convidándole la mitad al pecoso, quien aceptó gustoso.

El día escolar corría con naturalidad. Miguel, quien les había pedido que no le hablaran en la escuela de ser posible, caminaba junto a sus amigos, dando su acostumbrado rondín por la escuela después de desayunar. Alan y Joel, por su parte, se sentaron en el patio cívico, donde la sombra y la paz se encontraban, ya qué no todos querían estar cerca de la dirección. Ahí se sentaron en el área verde de las jardineras a comer.

—Que tonto es tu primo— señaló Raúl, en una de tantas veces que pasaron por el patio cívico, donde se detuvieron a hablar con la hermana de Juan — Perder su tiempo con Joel es lo más tonto que puede hacer. De por sí que su cara no le sirve para hacer amigos, y se acerca a la peor persona que pudo encontrar. ¡Bueno! ¿ que se podía esperar? La basura va al bote de basura!—Dijo, riéndose de sus propias palabras.

Miguel solo lo miró, anonadado ¿Siempre había sido así Raúl?

Miró de reojo a aquel par, viendo qué ambos la pasaban bastante bien. Su primo, el malhumorado de la familia, reía a rienda suelta de las bobadas que él moreno hacia e incluso él se animaba a actuar de manera tonta con tal de divertirse un rato. Eran bastante ruidosos, y pronto, se vieron envueltos en una pequeña discusión dónde Alan le aplicaba una llave al moreno.

—¿Verdad Miguel?— le preguntó Juan, quien ya de repente estaba con ellos de nuevo, dándole un codazo y exigiendo su atención.

—Ah, ¿Qué decías?—preguntó, conteniendo las ganas de reír.

—¿Dónde andas tú? Te decía qué fueras a mi casa en la tarde. Tengo la nueva consola y quiero que vayan a la casa a jugar. Ya pedí permiso.

—Ah, hoy no puedo —Mintió Miguel, incómodo ante la invitación. La ultima vez que había ido a casa de Juan, se la había pasado viendo como ese par jugaba en la antigua consola que tenia mientras él solo los veía jugar como una sombra más—Tengo que hacer unas cosas. Será para la otra.

Las miradas de reproche qué le lanzaron entonces, fueron suficientes para qué Miguel se propusiera a ignorar totalmente lo que ese par dijera de ahí en adelante.《Han cambiado mucho de un día para otro...no eran así antes》 se decía mientras caminaban por la escuela. Los escuchaba a hablar, pero no discernía que era lo que le decían.

Cuando su vista encontraba a ese par, no podía evitar divagar. Es más, no era necesario verlos interactuar para que su mente se escapará hacia el hermoso bosque qué había ignorado durante tantos años; donde los paisajes, los aromas, las texturas; el aire y el sol...y sobre todo, la compañía, le habían hecho sentir por primera vez como parte de algo más...real. Había sudado hasta apestar, como nunca antes lo había hecho. Se había cansado, asustado; corrido sin parar, pero también, había reído, llorado, explorado y conversado. Una conversación real, donde nadie ajeno a ellos era participe sin un motivo real. Sin chismes ni calumnias. Sin suposiciones tontas ni mucho menos envidias. Tenían un objetivo en concreto, pero se detuvieron muchas veces, desviándose de esté y disfrutando el camino. No había números, materias, sentimientos de superioridad. Mucho menos un futuro que perseguir más allá del de llegar a casa y descansar después de un día lleno de aventura.
Hasta los alimentos de siempre, habían sido diferentes. El agua misma. Jamás probaría un agua como la que probó cuando acunó sus manos y recolectó un poco directo del agua nacida.

—¡Estas muy raro!—Le dijo, Raúl, en una ocasión. Los días habían pasado, ya era viernes y el segundo receso ya había iniciado. —¿Todo bien?

—Si, si...—Respondió Miguel, volviendo a su presente.

—Si tu dices...¿te irás con nosotros a la salida? —Preguntó Juan.

El castaño dudó. — No. Hoy me iré con Alan, mi mamá nos verá en la parada del camión. Iremos a un mandado. —Mintió de nuevo. Toda esa semana los había estado evadiendo.

—¡Pobre de ti!—Gritó Juan.

—Te compadezco amigo mío. No te acerques mucho al enano, te pegará la roña. —Añadió Raúl, dándole el pésame.

Cuando la hora de la salida llegó, Miguel esperó a ese par justo al pie del portón; siempre salían poco más tarde que todos. Ya qué al parecer, no les agradaba ir empujándose con los demás. Miguel esperó y esperó, pero no los vio salir. Sus amigos ya se habían adelantado hace mucho tiempo, y ya pocos alumnos quedaban ahí afuera. 《¿Salieron antes?》 Se preguntó, mirando hacia dentro de la escuela.

Resignado, se dispuso a irse justo cuando vio a su primo llegar a él.

—¿Aun no te vas?— Le preguntó el pecoso.

—No. Estaba esperando a Raúl y a Juan pero ya tardaron mucho. Chance y ya se fueron y ni los vi — mintió. Dos mentiras en un mismo día, sumarian 6 mentiras en una semana. Algo debía estar mal con su cabeza.

—Ah, pues vámonos.

—¿Y Joel? ¿no lo esperas?

—Ahorita nos alcanza. Iba a buscar algo al salón.

—¿Qué olvidó?

—Ni idea. Podemos esperarlo si quieres. Pero en la sombra. Hoy hace mucho sol.

—Si...¿quieres una paleta? —preguntó Miguel, con timidez, señalando el carrito de nieves.

Curiosamente, desde el sábado, su relación con Alan se había apaciguado demasiado. Si bien, discutían cuando lo ameritaba, se dirigían la palabra de nuevo al poco tiempo como si no hubiese pasado nada.

《Qué raro》 pensó Miguel mientras degustaba su paleta sentado bajo un árbol, junto al pecoso y esperando a Joel.

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