Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

45 - El fantasma de un amor Azul.

Esa noche, Alan cayó rendido sobre su cama.

Después de un día lleno de actividad con la familia, se encerró en la intimidad de su habitación. Recién bañado, con la panza atiborrada y con la promesa de que iría con Esther a la plaza temprano por la mañana, el pecoso suspiró.

El aroma del sol, impregnado en sus sábanas, lo invitaba a sucumbir ante los encantos del sueño. Con la luz de su lámpara de noche, las sombras se acentuaban a su alrededor, pero ya no les temía como cuando era pequeño.

Su pecho, se sentía un poco más ligero. Una vez dejó fluir el llanto que retuvo durante años por la falta de su padre y la indiferencia de su madre, una parte que él desconocía hasta hace poco, logró descansar.

Muchas cosas habían cambiado en su vida; de forma lenta, discreta. Pero, al fin y al cabo, sucedían. Y no podía hacer nada que pudiera evitarlo. Suspiró, cansado. Eran las 7:47 según lo que marcaba su reloj de mesa. Demasiado temprano para caer en las garras del sueño.

Con su mejilla derecha presionada sobre la cama, miró la ventana desde su ubicación. A través de esta, la luz del día había perecido por completo, dejando una estela sutil, púrpura y rojiza en el horizonte, mezclándose con los tonos grisáceos que precedían a la oscuridad de la noche.

El viento fresco entró en una silbante oleada a su habitación. Removiendo las ramas del árbol, y desprendiendo en su paso, algunas flores de Buganvilia.

El silencio fue violentado por la repentina orquesta que los grillos del área entonaron para él. Apoyó de lleno su cara sobre la cama, extendió sus brazos y piernas cuanto pudo, y aflojando el cuerpo, se relajó unos segundos antes de girar sobre el colchón para llegar a la orilla.

Su brazo, lánguido ante la gravedad, rozó la frialdad del suelo, mientras Alan se debatía en abrir el último de sus cajones. «No ganaré nada solo con verlo» pensó, indeciso, dispuesto a lidiar con esa extraña necesidad que le mordía los dedos.

Frunció el ceño, molesto, y de un movimiento rápido, Alan extrajo el sobre que le entregó Rosario, y con ello, la fotografía del joven.

Durante la tarde del día anterior, cuando se encerró en su intimidad, descubrió que no lograba sostener su vista por mucho tiempo en aquella fotografía, sin sentir como un rubor coloreaba y hacía arder su rostro.

Sin embargo, si lograba resistirse a esa incómoda sensación, se creía capaz de pasar una eternidad observándola, sin llegar a cansarse. Era curioso para él vivenciar tan extraña ambigüedad.

   —Joel... ¿En verdad existes? —le murmuró con tristeza a la imagen, admirando sus rasgos a detalle —Si existes... ¿Por qué no te recuerdo? ¿Y por qué me siento tan vacío cuando el Alan de esta foto, se ve tan completo?

Pasaron varios minutos en que su atención, no lograba apartarse de aquel rostro. Entrando en un trance donde una melodía extraña, lejana, imaginaria, sonaba para él ante la voz de una persona. Una quimera. Una vana ilusión.

Su estómago se revolvió, obligándolo a adoptar una posición fetal mientras se abrazaba a una de sus almohadas; buscando un poco de alivio a su soledad.

Con la fotografía bien asida entre sus dedos, Alan comenzó a tararear esa canción, la cual sospechó, era un invento de su mente cansada. Así fue, hasta que cayó presa de un profundo sueño.

En esos vapores de ilusión, caminó, por primera vez, entre los senderos de su bosque onírico en completa soledad.

Esta vez, no hubo una dulce voz llamándolo. No tuvo guía, ni nada parecido. Solo él. Inmerso en la densidad de un terreno montañoso, donde caminó hasta que sus piernas no pudieron más; dejándolo caer justo al pie de un árbol sagrado de flores moradas, las cuales, cantaban entre la melancolía de un sollozo que anhela lo que no puede ser.

''𝑺𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒆𝒍 𝒆𝒄𝒐 𝒅𝒆 𝒕𝒖𝒔 𝒓𝒊𝒔𝒂𝒔 𝒆𝒏 𝒆𝒍 𝒗𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐,

𝑪𝒊𝒆𝒓𝒓𝒐 𝒍𝒐𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔, 𝒚 𝒆𝒍 𝒕𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐 𝒔𝒆 𝒗𝒂 𝒍𝒆𝒏𝒕𝒐.''

''𝑬𝒏 𝒍𝒂 𝒑𝒆𝒏𝒖𝒎𝒃𝒓𝒂, 𝒕𝒖 𝒆𝒔𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒎𝒆 𝒆𝒏𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆,

𝑷𝒆𝒓𝒅𝒊𝒅𝒐 𝒆𝒏 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒏𝒐𝒄𝒉𝒆, 𝒆𝒔 𝒕𝒖 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝒉𝒊𝒆𝒓𝒆.''

Una voz vetusta y femenina entonaba aquellas palabras, mientras Alan, tirado entre un campo de flores azules, se giró para observar la bóveda rosácea sobre su cabeza.

''𝑬𝒏 𝒆𝒍 𝒃𝒐𝒔𝒒𝒖𝒆 𝒕𝒆 𝒑𝒆𝒓𝒅í, 𝒚 𝒎𝒊 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛ó𝒏 𝒔𝒂𝒏𝒈𝒓𝒂

.¿𝑫ó𝒏𝒅𝒆 𝒑𝒐𝒅𝒓é 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓𝒂𝒓𝒕𝒆, 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒎í𝒐?''

''𝑬𝒔𝒕𝒂 𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒂 𝒎𝒆 𝒅𝒆𝒔𝒂𝒏𝒈𝒓𝒂 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒔𝒖𝒔𝒑𝒊𝒓𝒐𝒔.

𝑳𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 𝒃𝒓𝒊𝒍𝒍𝒂𝒏, 𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒏𝒐 𝒔𝒐𝒏 𝒕𝒖 𝒃𝒓𝒊𝒍𝒍𝒐,''

Escuchó unos pasos remover la tierra; lentos, armoniosos. Pero él yacía ahí, inmóvil, incapaz de girarse y observar; como un cadáver dispuesto a pudrirse sobre la humedad, los insectos y los pétalos marchitos bajo su cuerpo.

Escuchó un suspiro, resignado y cansado. Esa persona se recostó a su lado, mientras un brazo pálido y delgado se posaba sobre su pecho, elevando en su movimiento un tenue aroma a azufre que se mezcló con la esencia del romero y la lavanda, los cuales iban aumentando su fragancia.

   —Una oportunidad. Eso... les daré —rasposa y temblorosa, susurró aquella voz de anciana.

Paseando su mano delgada y huesuda sobre su torso realizó una abertura justo en el centro de su pecho. Separando la carne con dificultad, rasgando sus fibras hasta que fue capaz de remover su corazón entintado para después, en el huequito que hizo, depositar un ramito de romero y lavanda.

   —Tomaste... tu decisión... Vive atado al pasado —su voz, de a poco, se volvía más clara y jovial. Resultando tan familiar que, de tener las fuerzas necesarias, pronunciaría su nombre sin miedo a equivocarse.

   —Te lo dije. Y ahora, te tocará esperar, para encontrar tu futuro, Alan — le dijo con tristeza, mientras unos cabellos largos y negros cubrían su visión por un momento.

Sintió un beso en su mejilla y con un frío viento, su panorama se aclaró de nuevo.

No había más melodías, palabras, abrazos, susurros... Solo estaba él, en medio de la nada y el todo.

Inmerso en el color de la buganvilia, suspiró, fundiéndose al fin, en el azul del campo que lo envolvía, recibiéndolo entre el silencio de sus fauces.

Una ráfaga de viento, combinado con los rayos de la aurora, golpeó su rostro con descaro, arrancándole al pecoso una mueca de disgusto.

   —Ey, despierta —lo llamaron en la penumbra de sus párpados —. Vamos, chaparrito.

Alan, confundido, desplegó como pudo sus pesados ojos, disipando los orbes de color que danzaban entre la delgada capa de sus párpados. Preguntándose dónde había escuchado esa voz, frunció el ceño debido a la luz de la mañana, distinguiendo con dificultad, la silueta de una persona que estaba al pie de su ventana.

Ahí, recargado en el mueble, junto a la pila de cuadernos que Karla recogió del suelo, un joven lo observaba.

Podía percibir su sonrisa, aun cuando apenas distinguía sus facciones entre la luminosidad que lo envolvía. Su presencia era innegable, y su voz clara, retumbaba entre el vacío de las paredes.

   —Ey, chaparrito, despierta...—la silueta se acercó a él, deslizándose como un fantasma etéreo bajo el lejano sonido de las aves que entonaban sus cánticos al amanecer.

El joven, divertido por la somnolencia del pecoso, se puso de cuclillas junto a su cabecera, permitiéndole a esos ojos verdes, admirar su rostro de cerca. Y antes de poder decir o siquiera pensar en algo, Alan sintió el tacto frío de unos dedos rozando su mejilla.

   —Me olvidaste, chaparrito— comentó, con un aire de tristeza y resignación—. Aunque no puedo culparte. Era imposible que no lo hicieras.

Alan tragó saliva, apretando sus labios, nervioso y confundido. Había tanto cariño en su voz y en su mirada, que no podía evitar preguntarse si todo aquello era real.

   —Perdón, pero ¿Tú eres? —rompió el mutismo que sellaba sus labios, notando en su propia voz un deje de timidez que lo hizo sentir estúpido.

Una risita sonora, clara y encantadora, llenó los oídos del pecoso, elevando en su rostro, un ligero sonrojo de vergüenza e incluso, de emoción.

   —¡Si que me has olvidado! ...Bueno, en ese caso, me presento. Soy tu muy querido Joel —la pizca de tristeza que habitaba en sus palabras se cobijó con la sutil sonrisa que esbozó para él—. Perdóname. No quise irme y dejarte solo. Pero no tenía opción...se me acabó el tiempo y...

   —Son grises... tus ojos —susurró Alan, admirado, interrumpiendo las disculpas del moreno.

Inmerso en un sortilegio, Alan acarició su mejilla y Joel, con el mayor cuidado, posó su mano sobre la del pecoso, mirándolo fijamente a los ojos.

La dulzura de su mirada gris despertó en Alan, algo que yacía dormido en lo más profundo de su ser. —Son los ojos más bonitos que he visto —murmuró, sin una pizca de vergüenza.

Joel sonrió y agachó la mirada, sonrojándose.

   —Al parecer, no has visto los tuyos —señaló, con la confianza que existía en su intimidad compartida, donde todo se desarrollaba de forma lenta y natural. Como si la vida hubiese preparado esa burbuja de tiempo solo para ellos dos.

Sin pensarlo demasiado, el moreno se dejó llevar por el sentimiento que crecía en su interior y, sin soltar al pecoso, depositó un beso en la palma de su mano. Gesto que provocó un cosquilleo en el estómago de Alan, arrebatándole una risita divertida y boba. Devolviéndole la vida que había quedado pausada en su corazón, con una facilidad abrumadora.

Entonces, el dolor que yacía en su pecho desapareció, siendo sustituido por una genuina alegría. —¿Dónde estabas? Dices que me dejaste. ¿Por qué lo hiciste?

   —Tuve que irme, chaparrito. Se me acabó el tiempo. Pero eso sí, nunca te he dejado, chaparro. Siempre te llevo conmigo... siempre.

Alan, aún recostado, lo miró con atención y cierta esperanza. —Entonces ¿te quedarás?

Joel negó con la cabeza, viendo como Alan se sentaba al borde de la cama.

Aún en cuclillas, el moreno se acercó a él y tomó sus manos blancas, palpando la pulsera de madera. Suspiró y sonrió, aliviado—Aún la usas...qué alegría me da eso.

   —¿Por qué no puedes quedarte? —preguntó, en cambio, el pecoso. Ansioso por saber la respuesta que serviría de pretexto para ser separado de ese joven, cuya presencia ahora anhelaba en sus días.

   —No puedo responder a eso...Perdón.

   —Entonces, ¿A dónde fuiste?

Joel agachó la mirada. —A todos lados, y a ninguno a la vez...

Alan chasqueó la lengua. —Entonces dime, ¿Por qué te olvidé? ¿Por que nadie en el pueblo te recuerda?

   —Porque era inevitable...

Sus respuestas molestaban a Alan.

No había una certeza a la cual aferrarse, mientras en su interior, un sinfín de emociones burbujeaban con violencia. Quería golpearlo, acariciarlo. Maldecirlo, gritarle su necesidad. Alejarse de él. Abrazarlo y fundirse en su calidez y el tiempo.

«¿Qué mierda es esto?» el pecoso enrojeció y negó con la cabeza, reacio a aceptar sus respuestas. «Dame algo a que aferrarme. Dame algo que me permita retenerte. ¡No puedes venir y hacerme sentir esto, para que luego te vayas y me dejes con este desastre!»

Todo era tan raro.

¿Cómo era posible que ese joven, que no simbolizaba nada en su vida horas atrás, ahora, significara tanto para él, haciendo estallar en su interior diversas emociones que se contradecían entre sí?

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y él, ni siquiera intentó contenerse. Era muy tarde para eso. Se limitó a secar sus ojos con el dorso de una de sus manos, mientras con la otra, se sostenía el pecho, justo a la altura de su corazón.

«Soy un idiota. No sé qué me pasa. Siento ira. Miedo. Tristeza y un dolor diferente al que sentía en la mañana. Estoy feliz y confundido... ¡Tengo todo y a la vez nada!», pensaba, irritado, dispuesto a derrochar todo lo que llevaba consigo.

   —¡No! ¡No me sirven esas respuestas, idiota! ¡No entiendo nada!... ¿Cómo puedo olvidar a alguien que me hace sentir de esta manera? ¿Eso es posible? — confesó, tratando de ahogar su voz para no gritar—. No sé qué es lo que está pasando, ¡Ni siquiera sé qué haces en mi cuarto! ¿O por qué volviste cuando ya te habías ido?

   —Chaparrito, no, escúchame por favor...—suplicó Joel, tratando de contener con su afecto, la fuerza del huracán que representaba el amor, la confusión y la ira de Alan. Pero le fue imposible.

   —¡No es justo!, ¡No!, ¡No quiero que te vayas otra vez!, ¡No me vuelvas a dejar, por favor! No te recuerdo del todo. ¡Pero déjame conocerte!... por favor...quédate. Solo dame la oportunidad de...

Joel tomó su rostro de repente y depositó un beso sobre los torpes e inexpertos labios de Alan. Silenciando su tormenta.

El mundo se detuvo.

Tembló. Ardió. Se incineró. Y de sus cenizas, floreció una nueva especie de vida. Una flor única, perenne, hermosa y eterna; cuyas raíces crecían desde el interior de su corazón, esparciéndose por todo su ser.

«No te vayas» pensó Alan, lidiando con su anhelo, saboreando la sal de sus propias lágrimas y atesorando la suavidad de esos labios curiosos que jugaban con los suyos en una tímida danza donde el amor, entrelazaba sus destinos con los hilos del dolor y la añoranza. La cruel espera y la promesa de un sentimiento eterno.

   —Devuélveme este beso, el día en que nos volvamos a encontrar — susurró Joel sobre sus labios.

La calidez de su aliento, la rima de su voz y su mirada adorada, embelesaron y aplacaron la tempestad de Alan, quien lo observaba, embobado.

Joel río, divertido, rozando con su nariz la del pecoso, mientras acariciaba con los pulgares sus mejillas sonrosadas.

Alan, presa de un brote de amor y devoción, se entregó por completo al mundo de sensaciones que le ofrecía ese joven.

Tentando con sus manos cada pequeño espacio que conformaba aquel bello rostro; grabando en su memoria cada poro de su piel.

Aspirando el aroma de su cabello cuando el moreno se acurrucó en su pecho y fundiéndose a él en un fuerte abrazo que gritaba al cielo su ansia y amor. De repente, la necesidad de abrir su pecho y ocultar a ese joven ahí, junto a su corazón, carcomieron la mente del pecoso.

Deseaba retenerlo. Anhelaba protegerlo y atiborrarse con la dulzura que despilfarraba la rima de su nombre.

Tenía tantas preguntas por hacerle, pero una parte de él, le decía que debía aprovechar ese momento al máximo.

Ya tendría tiempo de buscar entre sus recuerdos, hurgar en el núcleo de sus sentimientos y entender por qué, ese chico, era tan importante para él. Por el momento, cada segundo a su lado, le era tan valioso, que no quería perderse de nada.

   —Quisiera quedarme aquí por siempre —Suspiró Joel, apretando su abrazo con un poco más de fuerza. Tenía sus ojos cerrados, y la paz adornaba su rostro.

   —Quédate...puedes hacerlo. Puedes quedarte conmigo...— aseguró el pecoso, sin recibir respuesta —. Cuándo... ¿Dónde podré verte de nuevo? — preguntó finalmente, acariciando el cabello de Joel, tatuándose en el alma su aroma —¿Por qué no puedes quedarte?

Joel se separó de su abrazo con lentitud, dejando que el frío tocara el pecho de Alan, quien, con solo mirar sus labios, ansiaba saltar a ellos en busca de otro beso. Obtener un abrazo más. Tan siquiera un suspiro depositado en su piel para llevarlo consigo durante su terrible exilio, lejos de aquella dulce y gris mirada que auguraba el final.

Joel articuló su respuesta. Pero Alan, solo escuchó un zumbido antes de recibir el golpe de sus palabras —... Perdón. El tiempo se nos acabó, chaparrito. Debo regresar.

Joel se levantó del suelo y depositó un beso sobre su frente, descendiendo por sus párpados hasta llegar a la comisura de su boca, donde sus labios se posaron con una dulce y letal crueldad.

Antes de que Alan pudiera reaccionar y rodearlo entre sus brazos, como un rayo que rompe la oscuridad de la noche, Joel ya estaba al pie de la ventana.

   — Por favor... espera un poco. No te vayas aún —suplicó el pecoso, extendiendo su mano y poniéndose de pie, dispuesto a ir tras él.

   —Aunque es posible que te decepcione...búscame, por favor. —le pidió en cambio—. Te estaré esperando el tiempo que haga falta. Las vidas que sean necesarias. Pero...si no me recuerdas, quiero que sepas que todo esto lo hice por ti, Alan. Y por fin, puedo decir, que no me arrepiento de nada.

El pecoso negó con la cabeza, dispuesto a correr e impedir que se fuera.

Sin embargo, la tierra tembló antes de que pudiese dar un solo paso, haciéndolo caer al suelo junto a los cuadernos que reposaban en su mesita de noche.

El mundo se tambaleó, llevándose consigo la imagen de Joel, que se desvaneció entre el aire.

Dejando tras de sí, su perfume, su calidez y un tenue dolor en los labios del pecoso, como única muestra de su ahora, innegable existencia.

—¿Sintieron el temblor?

Miguel gritó, alarmado. Abandonando su habitación mientras se cruzaba con los mellizos y su tía en el pasillo.

Sus hermanos corrieron hasta su hermano, abalanzándose sobre él, llorando por el miedo.

Al vivir en un pueblo rodeado por montañas, un temblor resultaba ser en especial peligroso. El suelo crujía con estrépito y las rocas del gigante de tierra que tenían justo al lado, a un kilómetro de distancia, amenazaban con el sonido de sus entrañas removidas por la ira.

Ante estos casos, la población debía dirigirse a las zonas de evacuación marcadas con anterioridad, mientras pasaban las réplicas y se aseguraban de que no hubiese deslizamientos de tierra e incluso, avalanchas.

—Tía, yo iré por Alan, ¿usted puede quedarse con los niños y despertar a mis papás?

Esther asintió con seguridad y Miguel fue en busca de su primo, quien, al parecer, tenía el sueño pesado esa mañana, ya que no había salido de su habitación a pesar del temblor tan fuerte que los sacudió.

—¡Alan! ¡Debemos evacuar! ¿Sentiste el temblor? — exclamó, abriendo la puerta de golpe.

La imagen de su primo lo recibió, sentado en el suelo; dándole la espalda, encorvado y tembloroso. En su cabeza, la buganvilia lloraba sobre él todos sus pesares en forma de flor, mientras un sollozo brotaba de los labios del pecoso.

Miguel, atónito, analizó el techo con rapidez, pensando que tal vez, una parte de este, se desprendió y en el acto, impactó con la cabeza de su primo. Pero no había señales de que algo así hubiese pasado, por lo que, preocupado, el castaño se acercó a él.

Debía ser rápido. Tomar a su primo, salir de ahí. Dirigirse a la zona de evacuación y esperar. Debía hacerlo, pero, un aura extraña envolvía a Alan con recelo; haciéndolo sentir extraño. Obligándolo a mantenerse alejado y obrar con cautela.

«¿Hay alguien más aquí?» se preguntó el castaño, percibiendo un aroma distinto en el ambiente a medida que se sentía observado.

El sol se deslizaba por la ventana, entre las ramas del árbol que protegía a Alan desde su llegada al pueblo. Y ahí, entre el danzar de las sombras matinales, una sombra grande, rápida y furtiva, captó su atención, mientras una voz suave lo llamaba con un ''Ey, Miguel''

Entonces, con la sincronicidad del destino, vio la imagen de un joven moreno que le sonreía al otro lado de la ventana; con sus brazos cruzados sobre el marco y sus grises ojos posados con suavidad sobre él. Fue una imagen clara, que se desvaneció en un segundo.

   —Me duele...— escuchó a Alan decir entonces, sacándolo de esa extraña burbuja de irrealidad.

Miguel quiso hablar, pero las palabras no brotaban de sus labios. 

En cambio, se dedicó a observar, sin intervenir. Notando que, entre las piernas del pecoso, reposaba un cuaderno abierto de par en par y sobre este, sus lágrimas caían una tras otra, empapando la tinta plasmada en su interior.

Alan, con sus manos vueltas puño, retiraba las vertientes de sal acumulada en sus ojos, que se desbocaban como un río herido ante la peor tormenta.

A esas alturas, no le interesaba la presencia de Miguel, atestiguando su lamentable estado. Tampoco le interesaba que debieran evacuar cuanto antes.

Ni mucho menos, le importaba el temblor, ya que su corazón absorbió el desastre y sabía que las réplicas sólo existirían en su pecho, depositándose justo en las grietas que provocó el terremoto de ''El terrible Joel'' quien, con su despedida, trajo al presente de Alan su pasado, grabado en las hojas de un diario que abandonó durante meses.

Cuando se fue Joel, el silencio le taladró la vida misma. Mientras el mundo perdía sus colores, yéndose con el gris de aquellos bellos ojos. 

Alan permaneció ahí, en el suelo; procesando lo sucedido, cuando el viento jugueteo con las hojas de uno de los cuadernos que habían caído, el cual, quedó abierto de par en par.

Era su viejo y olvidado diario, el cual, lo llamó con la imagen de una flor azul, preservada con total afecto entre sus páginas. A gatas, el pecoso se acercó y lo tomó entre sus manos, sintiendo su peso, su textura...¿Cuando fue la última vez que lo vio? ¿La última vez que escribió sobre sus páginas blancas? Ni siquiera recordaba su vaga y silenciosa existencia.

Limpió el resto de sus lágrimas, y posó su mirada en esa pagina que la vida le tendió como un dulce obsequio. Leyendo así, una entrada de Marzo.

Reconociendo en los trazos de tinta, su propia letra, leyó; tratando de encontrarse entre esas páginas abandonadas:

Algo en el pecho de Alan tembló, y con ello, la tierra lo imitó con el triple de fuerza.

Fue entonces que los gritos de Miguel, los mellizos y Esther, llenaron el vacío, mientras Alan, sucumbía ante aquellas palabras que el mismo escribió para referirse a Joel. Su mundo se derrumbaba y él, lloraba sin temor. Dispuesto a sacar el dolor que le provocaba saberse tan enamorado, confundido y solo.

No notó cuando Miguel entró a su habitación y mucho menos cuando lo llamó. Alan estaba en una burbuja, cobijado por las buganvilias, con la imagen de la flor ''No me olvides'' ante él, y un mundo de recuerdos por explorar entre esas páginas.

Así, de sus labios, brotaron las alas de una triste pero esperanzada promesa.

   —Juro que te encontraré...— musitó con un nudo en su garganta rasgada, mientras su llanto le carcomía el alma. —No volveré a olvidarte, Joel. Té encontraré. Solo, espérame, por favor...

Y así, con esas palabras dichas al viento, un pacto se firmó con el destino. 

Uno donde Alan tiraba de un fino hilo que se adentraba en la oscuridad, y su contraparte, yacía oculto, perdido en las tinieblas de la memoria...susurrándole al oído, guiando sus pasos en la oscuridad, ahí, entre los caminos de un mundo onírico en el cual, si Alan prestaba atención, podía escucharlo en un suspiro, vertiendo su suplica en cada recoveco de su alma y su memoria.

—No me olvides...por favor. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro