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39 - ''Un mundo raro.''

La noticia de que el Huichol se había desplegado hacia el norte abandonando así esas tierras, se propagó por las calles de Montesinos.

De esta manera, los días que sobrevinieron a marzo, se volvieron cada vez más tranquilos, atribuyéndole a él y a su gente los asesinatos que aterrorizaron al pueblo durante meses.

Aprovechándose de ese mal entendido, ''el círculo ''comenzó a operar con perfil bajo gracias a las conexiones que Álvaro, al saber desenvolverse en los lugares más peligrosos de Montesinos, les confería. Realizando todo tipo de encargos para Ariel y demostrándole su lealtad a pesar de que no había conseguido deshacerse de Joel cuando así se lo pidieron.

   —Oye Ariel... ¿Por qué le tienes tanta confianza a ese idiota? —Morbius hizo la pregunta del millón, mientras sacudía la ceniza de su cigarro en el interior de una taza de porcelana que utilizaba como cenicero.

Esa tarde de ocio, ambos estaban en la habitación de Morbius; sentados en un viejo sillón azul y roído; fumando con total libertad al no haber una figura de autoridad que los descubriera.

   —¿A qué viene eso? —Ariel, entre el humo de su cigarrillo, miraba los posters que Morbius tenía pegados sobre esas horribles paredes color verde pistache; donde hermosas mujeres en paños menores los miraban de manera provocativa.

Mientras el instrumental de una banda de Black Metal que le habían recomendado al mayor días atrás, sonaba por debajo de sus voces, Morbius, decidió externar sus dudas.

   —Viene al tema porque es una persona cobarde y eso lo convierte en alguien que no es de fiar. Se irá del lado de quien pueda proteger a su familia sin dudarlo. Es el tipo de perro que muerde la mano que le da de comer.

Ariel, quien retuvo el humo en sus pulmones mientras Morbius exponía sus objeciones, soltó una oleada de ese vaho grisáceo y cancerígeno, viéndolo flotar hasta crear una densa y pequeña capa de neblina ante él. —Entiendo a qué te refieres.

   —¿Entonces? Si tanto lo entiende el señor sabelotodo, ¿Por qué ese enano sigue con nosotros? Ni siquiera pudo con el encargo que le diste. Joel sigue ahí, vivito y coleando.

   —No fue su culpa que Joel consiguiera sobrevivir —lo defendió—. Pero demostró de lo que es capaz. Y eso es lo que importa.

   —Ariel...la necesidad crea perros obedientes, pero no fieles... ¿Qué pasará si esa necesidad desaparece y él se nos voltea?

El menor mostró sus pequeños dientes cuadrados en una mueca semejante a una sonrisa, causándole un escalofrío a Morbius.

—Simple. Le creo otra necesidad — respondió Ariel encogiéndose de hombros—. Donnie ha hecho un buen trabajo amedrentando a Álvaro; si vemos que se está torciendo...le pedimos el favor a él y que le dé una calentadita. Al menos en lo que lo vamos moldeando a nuestra conveniencia.

   —Eres un cabrón —aseguró Morbius, negando con la cabeza, incrédulo—. Solo te advierto; mi primo tiene un límite. Y si ese mocoso no le responde cómo se debe, baja sus ventas y le vuelve a robar, se lo va a quebrar a él y a su familia. Sabe que en esa pocilga que tienen por casa, hay una mina de oro con la que puede multiplicar su dinero en menos de tres noches. Sabes que no se tienta el alma con los niños...

Ariel asintió. —Hablaré con Álvaro, ¿ok? me encargaré de que eso no pase. Y no te preocupes por Donnie, no le fallaremos. Ya nos está ayudando con darle una segunda oportunidad después de tremenda cagada que hizo.

   —Morro... tiene los huevos de robarle a Donnie. ¡Y sabes de sobra que el malparido está loco! Y hasta él te advirtió que era mejor matar al perro antes de que te pegue la rabia. ¿Lo recuerdas?

   —Si, lo recuerdo...

   —Entonces, si te acuerdas de eso. Dime. ¿Cuál es tu necesidad de tener a ese idiota en el grupo? Entiendo que eres como una puta araña que mueve su telaraña de un lado a otro creando patrones confusos que solo tu entiendes. Pero ¿Podrías siquiera tratar de iluminarme con un poco de tu puta sabiduría barata?

Ariel negó con la cabeza, riendo. —Lo que pasa es que no estás pensando a futuro, Morbius. ¿Crees que yo solo hago lo que hago, para molestar a un montón de niños bobos y matar el tiempo? ¡Claro que no! Yo aspiro al poder. El poder que se obtiene con el miedo.

   —Ajá, entiendo eso. Pero ¿qué tiene que ver el enano en esto?

   —Velo de esta forma. Álvaro vive en el infierno, Morbius. Él está corrompido por el dolor, la violencia y la maldad que ha visto. Nos conviene tenerlo de nuestro lado cuando su vida se venga abajo. Entonces, será como nuestro perro guardián.

   —Chihuahua guardián, dirás —bufó Morbius.

   —Como sea. Pero será uno que pueda entrar y salir del lodo sin miedo a mancharse; él sabe cómo se manejan las cosas en el bajo mundo. Con sus conocimientos, veremos con quien podemos hacer tratos, y con quien no. Cómo crecer en este ámbito e ir creando un imperio sin tener que vernos perjudicados.

   —Entonces, él hace el trabajo sucio en la oscuridad y tú te beneficias con su esfuerzo acá arriba, en la comodidad que ofrece la luz. ¿Es eso?

   —Exacto. Tal vez no cumplió con el objetivo; pero hizo lo más difícil, que es apuñalar a alguien. Y no a cualquier persona. Apuñaló a alguien a quien admiraba con todo su ser. Y con eso, a la única persona que podría haberlo ayudado a salir del lodo.

   —Pero nos puso en peligro. Donde Joel hubiese hablado, el enano cabrón ya nos hubiera entregado a estas alturas.

   —Sí, pero Joel no lo hizo.

   —Y eso me sorprende —admitió Morbius, viendo como el cigarro entre sus dedos se consumía en el espacio—. Tu amado es demasiado amable e idiota.

   —¿Amable? No sé qué le ves de amable a su silencio. ¡Si con él, condenó a Álvaro a vivir la libertad de sus días hundido en la culpa y el remordimiento! —se burló el menor, con un aire de orgullo asomando en la frialdad de sus ojos —. Una condena que solo puede remover Joel. Ya sea perdonándolo o entregándolo a las autoridades. Yo no le veo nada de amable a su acción.

   —Bueno, lo dejamos en idiota — se burló Morbius—. Pero si, tienes razón en eso. De haberlo acusado, lo hubiese salvado de ti. Y eso es el mejor de los regalos que pudo haberle hecho.

Ariel solo sonrió, dándole una calada más a su cigarro antes de apagarlo en aquel cenicero improvisado. Cuando de repente, Morbius comenzó a reírse.

   —Cuenta el chiste, ¿no? para reírme también.

   —¡Tú eres el chiste! Tu falta de ética y moral es horrible —confesó—. No tienes miedo de aplastar lo que amas con tal de obtener lo que quieres...eres un maldito demonio.

   —Y tú convives con este demonio a diario —señaló Ariel.

   —Porque es divertido —admitió Morbius, sentándose al borde del sillón para después girarse hacia el menor con una expresión seria, señalando con el dedo índice—. Pero eso sí, Ariel...traiciona a quien putas quieras. Pero no se te ocurra traicionarme a mí.

El menor le otorgó una mueca confusa; de esas que era imposible descifrar en su totalidad. 

   —¿Traicionarte a ti? Pero Elmer, hacer eso, sería mi perdición — confesó, con gélida voz, sosteniéndole la mirada.

Morbius contuvo la frialdad de aquellos ojos durante unos segundos, hasta que, bufando, despeinó con una mano la cabeza del menor.

—Eres un mentiroso —escupió Morbius—, y yo un idiota por pedirle lealtad al demonio. Fuiste capaz de sacrificar a tu amado por un sueño egoísta... ¿Qué nos espera a los pobres mortales que te servimos?

Morbius le dio un par de palmadas en el hombro, lanzó los restos de su cigarro a la taza de porcelana y se levantó del sillón, anunciando que iría por una cerveza.

«¿Mortales?» pensó Ariel, mirando su larga silueta abandonar la habitación. «Te quejas de mí, pero tú eres peor. Ahora me apoyas, pero en un futuro, veremos quien traiciona primero a quien».

El pálido niño recargó su cabeza en el respaldo del sillón, observando las grietas del techo sobre su cabeza. Se sentía irritado. Mientras analizaba el camino que tenía por delante.

Recordó a Joel. Y el día en que le suplicó que no lo abandonara.

   —¿No quieres juntarte con ellos? ¡Bien! ¡Nos deshacemos de esa bola de idiotas! —ofreció aquella tarde bajo la lluvia, después de que Joel golpeara a uno de sus ''amigos'' y abandonara la casa de Ariel.

Ambos estaban empapados y Joel quería soltarse de su repentino agarre. Tenía frío y la decepción creaba en la tempestad de sus ojos, un huracan de sentimientos que anhelaba silenciar y olvidar para siempre.

   —Ariel, ¿Por qué no lo entiendes? ¡El problema no son ellos! ¡Hacen lo que hacen porque tú lo estás pidiendo! ¡Todas esas cosas que hacen son por tu culpa! —escupió, Joel con el rostro compungido de tristeza.

   —¿Mi culpa? Joel, ¡no los estoy apuntando con una pistola! ¡No los estoy amenazando!, ¡Ellos hacen las cosas que les digo por su propio gusto!

   —Y si sabes que lo harán, ¿por qué los sigues retando?... Ariel, perdón, pero yo no puedo seguir con ustedes. Y contigo...quiero estar contigo. Pero la verdad es que ya no te reconozco. No sé si yo me estoy quedando atrás...o tú vas demasiado rápido.

   —Ya no quieres ser mi amigo entonces...

   —No es eso...es solo que todo esto me confunde. No sé...

   —Si no lo sabes, entonces ven conmigo, regresemos a la casa —trató de convencerlo, jalándolo con dulzura hacía él. Sin embargo, el moreno no se movió ni un ápice —. Vamos. Te daré ropa seca. Puedes quedarte a dormir hoy. Veamos una película. Te dejaré escoger. Joel... sigo siendo el mismo de siempre...tu amigo. Olvidemos todo esto. Ven, por favor...

   —No Ariel. Quiero irme —Joel se soltó de su agarré, retomando su camino.

   —Joel. No seas así. Por favor. —suplicó, dándole una sonrisa que pedía a gritos volverse una mueca de tristeza mientras iba tras el moreno.

La imagen de Joel no se volvió hacia él, destrozando su corazón. ¿O era su ego? Ariel era incapaz de saberlo, solo sentía como un torrente cálido de sal corría por sus mejillas, fundiéndose con la frialdad del llanto celeste.

— ¡Joel! ¡No hagas esto!... ¡Si no vuelves ahora mismo, yo mismo me encargaré de joderte la vida!

   —¡Haz lo que quieras! —le respondió en un grito — Ya no me importa...necesito pensar, Ariel.

   —¡Entonces te arrepentirás! ¡No quiero que vuelvas a poner un solo pie frente a mí! ¡Maldito maricón de mierda! —escupió, tomando pequeñas piedras del suelo para lanzarlas al moreno en un ataque de desesperación.

«Vuelve. Por favor. Vuelve. No me hagas cumplir mi palabra. Vuelve. Vuelve. Vuelve. ¡Vuelve! »

La espalda de Joel, se alejó de él, volviendose un recuerdo bastante vivido que lo atormentaba sin piedad.

A Elmer, le gustaba hacer bromas respecto a la relación que existió entre Joel y Ariel. Pero era incapaz de comprender lo que yacía oculto en las profundidades del mar mental y emocional que guardaba ese pálido joven; donde su orgullo herido, se alimentaba de un deseo frustrado.

Ver como Joel se escapaba de la telaraña que con tanto esmero tejió, lo obligaba a tratar de recuperar lo perdido, o avanzar; con un sueño cojo a cuestas, donde un elemento importante para él, dejaría un espacio vacío que nadie podría ser capaz de llenar.

Ariel suspiró. «Lo que no comprendo, Joel, ¿es porque no has venido a buscarme?» se preguntó, con la mirada perdida «Álvaro te dio mi recado ¿y tú? con tu remedo de amabilidad, ¿me condenas a tu frialdad?».

El disco que sonaba en esas cuatro paredes se terminó, dejando un silencio abrumador en aquella habitación.

«Debí atacar al corazón», concluyó, molesto, dispuesto a soltar, para poder avanzar...al menos, por un tiempo.

Los días pasaron entre risas, sueños y muchos momentos de aprendizaje que resultaron ser bastante divertidos.

Joel y Alan, tomaron el papel de maestros ante los ojos de Samuel y Miguel, quienes fueron aprendiendo, día con día, la manera más efectiva de defenderse sin aplicar violencia innecesaria.

Alan les enseñó cómo usar la fuerza y el peso del "enemigo" a su favor, siendo él un experto del tema debido a su estatura y complexión.

En sus explicaciones, disfrutaba de utilizar a Joel, el más curtido en el ámbito, y ponerlo de ejemplo con el fin de hacer la enseñanza más didáctica.

   —¡Ya no quiero ser tu sujeto de prueba! —exclamó Joel una de tantas veces, después de haber caído directo al suelo gracias a la gran destreza del chaparro, que lo alzó por lo alto durante su exhibición.

En ese momento, estaban en el parque hundido; en una de las zonas verdes donde el pasto podría amortiguar la caída del moreno.

   —Es por la causa Joel. Recuérdalo —decía el pecoso, ayudándolo a levantarse.

Joel se quejó, limpiándose la tierra por inercia. —Al menos hazlo con amor, ya no siento la espalda.

   —¿Qué dices? Ni siquiera estoy en forma, Joel —se excusó, cruzándose de brazos reprendiéndolo—. Además, fue tu idea. Y no puedo practicar con ellos si ni siquiera saben cómo caer. Se van a lastimar...

Samuel y Miguel, sentaditos en el pasto, disfrutaban de la interacción de ese par mientras discutían.

Eran como una pareja discutiendo sobre el futuro de sus hijos; el cual se veria afectado con la decisión que tomaran en ese preciso momento. Siendo Joel quien al final, cedía ante los argumentos del pecoso.

Por otra parte, el moreno, les enseñó a actuar ante situaciones estresantes y peligrosas; mostrándoles cómo mantener la calma para pensar y usar el entorno a su favor.

   —Y esto no les gustará, mis queridos saltamontes, pero literal, iremos a saltar al monte —anunció el moreno después de lo que fue una semana de ejercicios básicos y teoría.

Su objetivo era simple. Aplicar ejercicios de resistencia y fuerza. Y a su ver, no había mejor lugar para hacerlo que el bosque; que ofrecía tan amablemente sus colinas y suelos irregulares.

Joel trazó sobre la nueva ruta que utilizaba junto al pecoso para ir al fuerte, varios caminos que pudiesen ser de ayuda para aquel par. De manera que no se perdieran mientras se mantenían cerca de la civilización.

En un inicio, dejó que Miguel y Samuel llevaran las bicicletas como precalentamiento, haciendo sufrir horrores a Samuel, quien no acostumbraba para nada la actividad física. Fue el quien estuvo bajo la tutoría de Joel, logrando progresar y avanzar gracias a su trato gentil y paciente.

Miguel, quedó bajo el cuidado del pecoso. Y si bien, el castaño podía hacer las actividades con más facilidad que Samuel debido a su complexión delgada; Alan, se mostraba ante él como un sádico entrenador, siendo más estricto e impaciente ante los lloriqueos de su primo.

   —¡Eres un maldito dictador! —espetó Miguel una tarde, tirándose al suelo, derrotado y empapado en sudor. Sintiendo como sus músculos temblaban cual gelatina.

Esa tarde estaban en casa de Samuel. Específicamente en la cochera, donde su hermano mayor, les prestaba algunas mancuernas para que realizaran sus ejercicios cuando así lo desearan.

En ese momento, el castaño trataba de llenar sus pulmones de aire, después de lo que fue una serie de fuerza demasiado letal para alguien como él. Tan poco acostumbrado al ejercicio.

   —¡Uy! ¡Ese lenguaje! — respondió el pecoso, sentado en un escritorio lleno de herramientas, fingiendo sorpresa—. ¡Ya estás aprendiendo! Es una lástima que no estemos en clase de vocabulario y que tu condición sea pésima.

Miguel lo miró feo. —Sabes que mi condición es nula, ¡¿Y me torturas así?!

   —Miguelón no hagas drama. Yo pude con eso a los 8 años... ¡solo estás cargando 15 libras! ¡No te avergüences más!

   —Lo siento. No. Ya no puedo. Pido ir con Joel— señaló al moreno, quien ayudaba a Samuel a realizar sus estiramientos, empujando su espalda con el mayor de los cuidados. Compartiendo algunos chismes con el grandote, en lo que era una escena de lo más tranquila.

   —Uy, yo creo que no se va a poder —se burló el pecoso —. Lamento que le tengas miedo al éxito — y mirando su reloj —. Ya, se acabó tu tiempo, dale. Te faltan dos repeticiones.

Miguel sufrió durante dos semanas la crueldad de su primo. Sin embargo, no pudo negar que los frutos de su esfuerzo, eran notables.

Adquirió más fuerza y resistencia, y con ello, pudo aumentar el peso de aquellas pequeñas mancuernas gradualmente. Aunque las discusiones con su primo, no por ello amainaron.

Además, otra de las actividades que se habían propuesto a llevar al menos cada martes y jueves, era la danza. Joel se dedicó a apoyar al castaño en este tema, compartiendo los conocimientos que le habían proporcionado con tanto amor y dedicación.

Así, después de haber negociado con Rosario un espacio en su sala de 3:00 a 4:00, iniciaron las prácticas en ese lugar donde Miguel, se sentía en total confianza.

Como siempre, el inicio era lo más complicado. Y en este caso, lo más difícil para Joel fue lograr que el castaño se relajara.

Estaba tieso como una tabla clavada al suelo y como pudo, le enseñó los pasos básicos de un danzón, como el floreo, el paseo lateral, y el cuarto de giro, entre otras cosas; poniéndolo a practicar con el aire para que entendiera el movimiento.

Sin embargo, Miguel no dejaba de sentirse estúpido al mantener las posturas y bailar en solitario, por lo que tuvo que acceder a que Joel bailara con él.

Cuando al fin la paciencia del moreno y las ganas de aprender del castaño dieron los frutos esperados, Miguel, de a poco perdió la vergüenza, logrando bailar frente a su primo, Rosario y Samuel. Éste último, al ver los resultados de su amigo, se animó a participar en la clase de Joel, aprendiendo con más facilidad al haber visto casi todas las clases; además de tener una ciega y absoluta confianza en el moreno.

   —¡Qué bonito bailan ya! —observó Rosario una tarde, sentada en la mesa mientras limpiaba frijoles junto al pecoso, quien solo los observaba de reojo, ya que buscaba las piedritas que pudiesen venir en las legumbres.

   —Es que tienen al mejor maestro —fanfarroneó Joel, orgulloso de su trabajo.

   —Si, mi niño hermoso. Pero, ¿por qué no le enseñas a Alan también? Donde este niño aprenda a bailar y relaje esa expresión tan dura ¡Enamora a media escuela!

Alan se sonrojó, negándose a aprender y alegando que estaba ayudando a doña Rosario con la comida.

Algo que claramente, importó poco a aquel trío, que llenaron las paredes de la sala con su algarabía; rodeándolo y motivándolo a tomar tan siquiera una clase.

   —Yo ayudaré a doña Rosario con lo que falta —se apuntó Samuel.

   —¡Vente chaparro! —lo invitó Joel en cambio, tomándolo de la mano, guiándolo hasta la "pista de baile".

''Un mundo raro'', sonó a voz de la Santa Cecilia, envolviéndolos con el armónico rasgueo de las guitarras y sus dinámicos requintos.

El moreno, quien apresó aquel par de cálidas manos entre las suyas, guiaba los pasos del pecoso con su suave voz.

Corrigiendo la postura de Alan entre sutiles risitas divertidas, mientras éste, no hacía más que mirar sus pies; tan torpes como su corazón, tropezando con los de Joel.

"Cuando te hablen de amor y de ilusiones..."

"Y te ofrezcan un sol y un cielo entero"

   —Perdón, nunca había bailado —comentó Alan, viendo de reojo como Rosario entraba a la cocina junto con Samy, mientras Miguel iba saltando al baño, quedándose hasta cierto punto, los dos solos.

"Si te acuerdas de mí, no me menciones..."

"Porque vas a sentir amor del bueno."

   —No te preocupes —respondió Joel, radiante de alegria—. Trata de no mirar tanto el suelo, te ayudará bastante.

   —Pero si no miro, te pisaré...

   —¿Temes hacerme daño? ¿Tu, señor te asfixio con una llave en medio del parque por el bien de la causa? — bromeó, haciendo reír al pecoso mientras de apoco, acortaba la distancia entre ellos —. Vamos, alza la cabeza. Lo estás haciendo bien. Aprendes muy rápido chaparrito.

Alan, atendiendo a su petición, tragó saliva,  alzando de a poco la mirada hasta encontrarse con los grises ojos de Joel, que lo enfocaban con orgullo y alegría. Tan amorosos y sinceros como siempre.

"Porque yo a donde voy."

"Hablaré de tu amor"

"Como un sueño dorado"

   —¿Ves? Mucho mejor, ¿no? —le preguntó, guiando la mano del pecoso hacia su hombro mientras él, se dedicaba a sujetar su cintura con delicadeza, acercándolo a él con un simple movimiento, dispuesto a mostrarle el siguiente paso.

Ignorando que, con ese simple roce, Alan fue presa de la más profunda vergüenza; la cual, se expandía por todo su ser. Amenazándolo con gritar al mundo esos odiosos e inoportunos sentimientos que tenía hacia él moreno.

El suave aroma de Joel inundaba sus sentidos, mientras que su cercanía, se apropiada de su ser, embriagandolo con su esencia. El moreno entonces, acarició ligeramente su espalda, erizandole la piel.

—¡Perdón, pero debo ir al baño!— exclamó entonces, soltándose del agarre de Joel quien, con gran tristeza, lo vio separarse de él.

Alan, sin mirarlo, abandonó la sala mientras mascaba con dificultad sus arrepentimientos.

Al subir las escaleras, chocó contra Miguel, empujándolo levemente para después, encerrarse en el baño sin decir una sola palabra.

Ahí dentro, las lágrimas cayeron una tras otra, mientras sus manos, guardaban como un tesoro adorado la frialdad que poseía el roce de Joel. Que aún lo envolvia, a pesar de la lejanía.

«Soy de lo peor.» se lamentó el pecoso ante lo que fueron las primeras lágrimas de amor que brotaron de sus verdes ojos.

Cuando dejó al anhelo enternecer su alma, fue cuando se hundió en la fosa de la más dolorosa melancolía.

«Me odio tanto por sentir esto...no debería ser así. Esto no tuvo por qué haber pasado. Yo no soy así» se decía, abrazándose a sí mismo, con desesperación.

La música en la sala continuaba su curso, llegando a oídos de Alan; siendo su única compañía en esa lucha interna que amenazaba con despedazarlo a la primera distracción.

Mientras que él, lo único que podía hacer era ocultarse de las miradas curiosas y fingir. Fingir como un actor de teatro que ante el público se pavoneaba como el Rey más valeroso de todos; inspirando y agradando a todos con su magnífica presencia.

"Y si quieren saber de mi pasado"

"Es preciso decir otra mentira..."

Aunque en la soledad de su existencia, después de las alabanzas, los aplausos, y las flores recibidas por su magnífica actuación; ya sin túnica, corona ni valor, se convirtiera en el payaso que siempre fue. Desmoronándose a pedazos en la más trágica de las comedias.

"Que no sé del dolor"

"Que triunfé en el amor'

"Y que nunca he llorado..."

La vida de aquel pequeño cuarteto parecía brillar con un halo de extrañeza y ensueño.

El pecoso, quien no poseía grandes esperanzas en la relación que tenía con su madre, observaba una mejora en las conversaciones que sostenía por teléfono con Esther; quien se mostraba más activa e interesada en la vida de su hijo.

Llegando al punto de charlar sobre trivialidades con tal de escuchar su voz unos minutos más. Demostrando con el pasar del tiempo las mejoras que iba consiguiendo con las terapias y el medicamento; ganando de a poco, la simpatía del pecoso.

Samuel, quien de a poco iba perdiendo peso gracias a los entrenamientos y paseos que daba con sus amigos al bosque, fue adquiriendo la confianza que nunca tuvo; dejando aflorar ese lado alegre y atrevido de su persona, que solo unos pocos podían conocer.

Se volvió más comunicativo con personas externas a su círculo de amigos, y dejó de lado el terror que le provocaba expresar sus opiniones.

En el caso de Miguel, al practicar activamente la danza, gracias a la ayuda de Joel y la anciana Ruth quien muy amablemente se sumó a las clases; se sentía más cómodo consigo mismo; encontrando en el flujo del movimiento, un nuevo idioma que ansiaba explorar más allá de los danzones y las cumbias.

Esta nueva necesidad, lo motivó a hablar con su madre respecto al tema, quien lo apoyó sin dudarlo. Manteniéndolo como un secreto para Mauricio, que, a esas alturas, había vuelto al trabajo y no volvería hasta mediados de mayo.

Por otra parte, Alan disfrutaba la vida de una manera más tranquila, silenciosa y pausada, mientras se empapaba de la compañía de su persona favorita. Con quien descubrió nuevos caminos; cuevas e incluso, sitios repletos de una magia natural e impoluta.

Generalmente, después de dar una vuelta, el y Joel regresaban al refugio, donde se sentaban a comer y descansar un poco antes de volver a casa.

Si bien Alan disfrutaba de esas salidas, llevaba días notando que Joel se miraba decaído. Bostezando y cabeceando cada que se detenían a tomar un pequeño descanso.

Y aunque al inicio se lo atribuyó a la constante actividad física a la que se sometían día con día, y a la hora en que debían despertar para ir a la escuela; el pecoso notó que incluso los días en que el ocio en casa los envolvía, el joven caía irremediablemente dormido cuando menos se lo esperaba.

   —Oye, Joel ¿te sientes bien? — le preguntó un sábado por la tarde, mientras se instalaban en el fuerte después de una exhaustiva caminata.

El moreno lo miró curioso. —Si, ¿Por qué?

   —Lo que pasa es que veo que últimamente, duermes más de lo normal...

Joel bostezó —. Tu tranqui, chaparrito. Solo que últimamente he tenido insomnio. Al menos, así lo llama Jaime.

   —¿Y eso es estar bien? —lo cuestionó el pecoso, viendo como Joel se acurrucaba en el sillón para dormir un poco.

   —A nadie le hace daño dormir —justificó el moreno, mirándolo con ojos cansados, en los cuales un extraño brillo apareció por un segundo—. Ven tantito chaparrito. Porfitas.

Alan se negó. —Si vas a hacerme una maldad, no. Gracias.

Joel no pudo evitar reír. —No. No es eso. Esta vez no haré nada para molestar. Ven...

El moreno extendió su mano en dirección al pecoso para que este la tomara.

Alan suspiró, entornando los ojos y abandonando la lectura de su historieta,  cruzando la habitación. Y con cautela, se acercó hasta el moreno quien, al tomar su mano lo jaló hacia él, invitándolo a sentarse con él.

   —¿Qué es lo que quieres, hombre? —Alan se mostraba inquieto, mientras sucumbia ante Joel.

Al ver que no podria escapar de su abrazo, se quitó los tenis y subió ambos pies al sillón, acurrucandose a su lado y notando en el proceso que Joel, había crecido demasiado en esos últimos días; ya que ese sillón, repentinamente les quedaba chiquito, obligando al moreno a acomodarse de lado, para que el pecoso cupiera junto a él.

   —Quiero dormir —respondió, emitiendo ese ligero ronroneo somnoliento, abrazando al malhumorado de Alan.

   —¿Y? ¿Me viste cara de peluche o qué? — Atacó el pecoso, poniéndose a la defensiva.

   —Tal vez. Taz te quedaría a la perfección, pequeño torbellino de Tasmania. —recibió un pequeño golpe de Alan, que dejaba muy en claro que no le gustó esa comparación—. Pero ya, hablando en serio. Descubrí que me calmas —confesó el moreno, cerrando sus ojos y atrayéndolo aun más a él, como si quisiera fundirse a su persona.
Así, con su otra mano, sujetó la muñeca del pecoso a tientas—. Además, quería preguntarte algo. La pulsera que te regalé...ya no la has usado. ¿No te gustó?

Su pregunta lo tomó por sorpresa. ¿Cómo podía creer algo así? El pecoso negó con la cabeza con rapidez. —¡Obvio me gustó! Pero, no la uso tanto porque me da miedo perderla.

   —Úsala, porfas. Si la pierdes, puedo hacerte otra. Pero quiero que la uses.

   —Pero, verán que son prácticamente iguales. ¿No hay problema con eso? Luego van a ir diciendo que a ellos no les hiciste una o algo peor...

Joel negó con la cabeza. —Creo que todos entendemos que si nuestra amistad existe, es gracias a ti chaparro —Alan lo miró confundido—. Además, si no fuese por ti, mi vida se habría ido al caño. Desde que llegaste, colmaste de alegría mis días. —confesó—. No hay mucho que pueda ofrecerte como muestra de gratitud, pero quisiera que lo poco que pueda darte, lo aceptes y uses con orgullo —confesó, adormilado, arrastrando las palabras y cayendo presa de un profundo y repentino sueño.

Alan, quien presenció como de apoco se desvanecía entre el mundo de Morfeo, día con día sufría lo indecible tratando de cubrir sus rubores; ahogando a las el mar de emociones y sentimientos que revoloteaban en su interior, donde trataba de ahogar a sus molestas mariposas entre los ácidos estomacales. Siendo los únicos que lograban detener la impertinencia de sus aleteos juguetones, al menos por un rato.

Sin embargo, esta vez, impulsado por las palabras del moreno, les permitió brotar de sus labios y revolotear alrededor en total libertad, mientras con sumo cuidado, le regresaba el abrazo a Joel.

Escuchó el latir de su corazón y navegó entre los suspiros de aquel joven que despertaba en él, un tipo de ternura que jamás creyó vivir.

Un amor en el que deseaba fundirse para así, lograr estar en un solo latido de Joel. Habitando un par de segundos en la eternidad de sus suspiros.

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