38 - Amar y vivir.
El 18 de marzo llegó. Y con ello, el cumpleaños de Joel.
Rosario, a pesar de no tener mucho dinero para hacerle a su hijo una fiesta aparatosa como la que muchos niños y jóvenes de la cuadra solían tener; le preparó su comida favorita y con ello, un pequeño pastel de chocolate para repartir entre la familia y amigos.
Así, entre ella y su adorado quinceañero, pusieron la casa bonita. Abrieron las ventanas, sacudieron los muebles, limpiaron y perfumaron el área para recibir a los invitados; cambiaron el mantel y los cubre asientos por unos con diseños y colores más bonitos.
Su vecina, la anciana Ruth, fue la primera en llegar. Con su hermoso rostro arrugado adornado por la línea de su sonrisa angelical, llevaba en las manos un pequeño llavero tejido para Joel que ella mismo hizo con puntadas de amor y esmero; creando para él, la forma de uno de sus personajes favoritos de toda la vida. Un pequeño monstruo color verde cuyo nombre desconocía la anciana Ruth pero que sabía, le encantaría al moreno. Éste al ver su obsequio, la abrazó y le agradeció mil veces entre besos y festejos.
A los minutos, llegó Liliana y su familia, acompañada de Samuel, a quien encontraron durante el camino. Esa noche, Alan, Miguel y Samy, se quedarían en casa de Joel para ver el maratón de películas que tenían pendiente, aprovechando que al día siguiente no habría clases.
Así, cerca de las cuatro de la tarde, los pocos invitados a festejar al cumpleañero, atiborraron la pequeña sala de Rosario, quien, junto a su hijo, los recibió con un cálido gesto y unas palabras de bienvenida.
Ese día, la bella Rosario tenía su negro cabello agarrado en una perfecta cola de caballo y portaba un bello vestido blanco, con flores bordadas en bellos tonos azules, rosas y amarillos. Unas lindas sandalias blancas de tacón cuadrado y con los perfumes del jazmín, rodeándola con extrema dulzura y complicidad.
Joel, a petición de su madre, llevaba un pantalón gris de vestir, con una camiseta fajada, color blanco de manga larga que, a los minutos, tuvo que remangarse. Ésta le quedaba un poco holgada y sobre ella, resaltaban un par de tirantes a juego que iban sujetos al pantalón, dando una imagen encantadora y galante a los ojos de su madre y sus invitados, que lo estrecharon con afecto conforme llegaban.
Durante la pequeña fiesta, una suave música de fondo sonaba para amenizar la convivencia; la cual fluyó y se desarrolló con gran facilidad gracias a la simpática Ruth, que platicaba y bromeaba con gran familiaridad y elocuencia, llevándose bastante bien con Mauricio quien congenió con ella al momento.
Mientras los adultos se desenvolvían entre la conversación y los tenues boleros que tanto le gustaban a los mayores; los más jóvenes corrían al cuarto de Joel para dejar sus pijamas, sábanas y almohadas. Y en el caso de Miguel y Samuel, curiosear en la habitación de Joel, ya que nunca habían estado ahí.
—¡Tu cuarto es justamente como lo imagine! —observó Samuel, mirando los dibujos y planos hechos a mano que se erguían en uno de los muros.
—¿Un desastre total? —preguntó Alan en broma, tumbándose en la cama de Joel con la misma familiaridad que éste lo hacía en su casa.
—¡A parte! — respondió Miguel, tocando uno de los helicópteros que Joel tenía colgando de las vigas—. Es caótico. Pero...
—¡Creativo era la palabra! —se apresuró Samy, caminando hacia la ventana que ondeaba las blancas cortinas con el suave viento de la tarde.
—Le queda más, ''caótico'' —insistió el pecoso, mirando las vigas del techo.
—Ey tú, confianzudo, le vas a destender la cama a Joel —lo amonestó Miguel, jalándolo de la cama hasta tirarlo al suelo para después saltar de lleno sobre el pecoso, aplastándolo.
Automáticamente, Joel, quien los admiraba desde el marco de la puerta gritó la temida palabra: ''¡Bolita!'' y sin perder tiempo se lanzó sobre Miguel, sacándole un quejido al pobre pecoso que estaba hasta abajo.
—¡Únete Samy! ¡vamos, vamos! —lo llamó Joel, haciéndole señas mientras los primos gritaban desesperados, entre risas.
Samuel atendió al llamado, aplastándolos sin dejar caer todo su peso y haciendo estallar a todos en risas ahogadas.
Liliana, quien conversaba con Rosario sobre el club de costura, los niños y algunos temitas personales que les dieron una buena oleada de risas, escucharon el griterío que tenían sus niños allá arriba, mientras los mellizos, correteaban por la sala, jugando con los juguetes que se les permitió llevar.
Para cuando la comida estuvo lista, Liliana ayudó a Rosario a servir y preparar la mesa, de manera que, a las cinco con treinta, ya estaban prendiendo las velitas del pastel de chocolate.
Todos sin excepción, le cantaron las mañanitas a Joel, apoyándose del mariachi que sonaba en la bocina, lo que lo hizo menos vergonzoso para Joel quien no sabía qué hacer mientras todos, le dedicaban sus mejores notas musicales entre gallos, y entonaciones a medias.
Comieron pastel, alabando a Rosario por lo bien que le había quedado, y haciendo bulla a Liliana, quien llevó la gelatina y la cual, se había pasado de grenetina quedando casi tan dura como piedra.
Tema que sirvió para sacar unas buenas carcajadas y varios chistes sobre la recién nombrada, ''Gelatipiedra'', la especialidad de Liliana.
Charlaron entre ellos otro rato, al menos hasta que doña Ruth, aprovechando la presencia de Mauricio, lo invitó a bailar guiada por el ritmo de su canción preferida. Una suave melodía que la transportaron a sus días de juventud, llamada ''Debut y despedida'' de los Ángeles negros.
Las risas, los aplausos y la bulla no se hicieron esperar; mientras Liliana, por su parte, reclamaba bailar con el quinceañero, quien se puso rojo de la vergüenza y le aceptó la pieza.
Alan, guiado por la alegría del momento, la música tan alegre que siguió junto la necesidad de hacer el ridículo, tomó a Miguel invitándolo a bailar y realizando esta faena de la forma más torpe en que pudieron hacerlo, estallando en risas.
Samy, por su parte, invitó a bailar a doña Rosario. Y los mellizos, saltaron de un lado a otro, motivados por el jolgorio que reinaba en esa pequeña estancia.
Cuando Liliana liberó a Joel, lo estrechó con gran afecto agradeciéndole por ser amigo de sus niños. Deseándole la mejor de las vidas; llena de salud y felicidad.
Mauricio también reclamó su momento de bailar con el quinceañero, felicitándolo y deseándole un camino lleno de éxito, valentía y coraje para enfrentar lo que se viniera.
Y para cuando llegó el turno de Ruth, ambos se abrazaron como la familia que formaron entre soledades y tiempos difíciles, mientras comenzaban a bailar ante el suave ritmo de ''Amar y vivir'' que sonaba a voz de la Santa Cecilia.
Ahí, esa bella mujer de antaño, amante de la danza, los boleros y la salsa, hizo relucir su gracia, elegancia y porte al bailar. Acompañada de él que ella aseguraba, era su mejor compañero de baile de toda la vida.
''Por qué no han de saber...
Que te amo vida mía."
"Por qué no he de decirlo
Si fundes tú alma con el alma mía''
Los ahí presentes, sentados a su alrededor, admiraron a aquella pareja de eras distintas deslizarse entre la letra de aquella hermosa canción.
Mientras tanto, una de esas miradas, silenciosa, abierta y amorosa; palpitaba ante la letra de aquella canción, mientras la imagen de ese hermoso joven, ajeno a su creciente amor, empapaba sus pupilas rodeadas en tonos verdes, con su querida y preciada existencia.
''Qué importa si después...
Me ven llorando un día.''
''Si acaso me preguntan...
Diré que te quiero mucho todavía''
Un suspiró brotó de sus labios semi abiertos, postrándose, petrificado, ante la magnitud de sus sentimientos. Sintiéndose enfermo, decaído y vulnerable en aquella sala donde nadie sospechaba el remolino de mariposas que llevaba en su interior.
''No quiero arrepentirme después
De lo que pudo haber sido y no fue.''
''Quiero gozar esta vida,
Teniéndote cerca de mí hasta que muera.''
Las palmas animaron a aquella pareja que representaba lo mejor de dos eras. La juventud, el ímpetu y la energía; tomando la mano del tiempo, la edad, los recuerdos a flor de piel y el ansia de vivir al máximo el tiempo que le quedaba por vivir.
Al finalizar su turno, Joel le hizo una exagerada reverencia mientras Ruth, le respondía con un ligero y elegante gesto , digno de la dama que era. Le dio la bendición, como una tierna abuelita lo haría, deseándole un camino de prosperidad, luz y verdadero amor. Y finalmente, lo estrechó con el más grande de los cariños.
''Perfume de gardenia'' llenó la habitación entonces, mientras Rosario, con la mirada bañada en orgullo y esplendor, abrazó y besó a su adorado hijo; depositando en cada beso una bendición de amor y protección. Orgullo y alegría, viendo como el menor de sus hijos, se convertía en un hombrecito de bien.
—¡Ahora los changoleones, digo, los chambelanes! —gritó Mauricio cuando el turno de Rosario terminó.
Silbando y sacándole una carcajada a todos, mientras sus amigos en bola lo tomaron de la mano formando un círculo y saltando en lo que era un torpe, gracioso y divertido baile. Saltando de un lado a otro por la sala hasta que sus tres amigos, junto a los mellizos, lo alzaron como pudieron, tumbándolo al suelo y en un abrazo colectivo, le aplicaron la conocida y muy necesaria "Bolita" para consagrar ese momento.
Para cuando el reloj marcó las seis treinta, las alarmas comenzaron a sonar, anunciando que era la hora de despedirse antes de que el toque de queda llegará.
Todos lamentaron que aquella linda convivencia tuviese que terminar tan pronto, y quedaron en reunirse próximamente. Rosario aceptó gustosa y les dio un poco más de pastel y gelatina para llevar y con ello, se despidió de los adultos con la gratitud y la alegría adornando su faz.
—¡Mamá! ¡Yo también quiero quedarme! —exclamó Esteban, haciendo un puchero al ver que su primo y hermano se quedarían.
—Lo siento cariño. Verán películas de terror —expuso Liliana, con falsa lastima—. Tú no puedes ver eso aún. Será para la otra, cuando hagan algún maratón de caricaturas o algo.
Esteban estalló en berrinches y Estela, quien le dio su abrazo de cumpleaños a Joel, se colgaba a su cuello, negándose a soltarlo mientras éste, la cargaba en brazos y se despedía de ella por milésima vez, tratando de dejarla con su madre.
—Ya, Estela. Luego verás a Joel —le dijo Miguel tratando de convencerla a medida que la jalaba para que lo soltara de una buena vez. Pero ésta se negaba, encaprichada.
Alan suspiró, hastiado. —Estela, ya sabemos que te gusta Joel, pero no seas tan obvia —comentó con malicia, provocando que la niña soltará a Joel por la vergüenza y escapara para resguardarse en los brazos de su madre.
—Alan, que poco delicado eres con las niñas— mencionó Mauricio a lo que el pecoso se encogió de hombros.
—No hago negocios con terroristas —respondió el pecoso, cruzándose de brazos —. Además, lo que importa son los resultados ¿no?
—Cruel, pero funcional —mencionó Samy, ayudando a Rosario a limpiar la mesa.
Cuando Liliana abandonó la estancia junto a la anciana Ruth esa noche, los cuatro jovencitos comenzaron su maratón a partir de las siete de la noche.
Con sus pijamas bien puestas y sus palomitas a la mano, iniciaron con ''Terror en la calle Elm'', para continuar con '' Así en la tierra como en el infierno'', ''El aro'' y finalizando con ''El exorcista'' película que no terminaron de ver, alegando que ya tenían mucho sueño. Aunque era obvio que todos estaban sufriendo por el terror que les causaba.
Cuando llegó el momento de abandonar la sala, uno de ellos, debía pagar la luz; haciendo que entraran en un conflicto que debieron solucionar con un juego de piedra papel o tijera.
De esta manera, Joel, Samuel y Alan, esperaron a Miguel, el perdedor, a mitad de las escaleras, donde la luz del pasillo de la planta alta los mantenía a salvo de cualquier entidad que yaciera en la oscuridad.
Sin embargo, cuando Miguel apagó la luz, todos gritaron y corrieron junto a él hasta el cuarto de Joel, donde estallaron en risas, sabiéndose a salvo.
Esa noche, los cuatro acomodaron sus sábanas, colchas, almohadas y mantas en el suelo, creando un nidito acolchado donde, los cuatro, quedaban frente a frente de tal forma que, al dormir, sus cabezas se apuntaran entre sí.
En esa disposición los cuatro, con el miedo y la adrenalina del día, conversaron un par de horas antes de dormir, iluminados con la tenue luz amarilla de una lámpara que hacía de su estancia, algo mucho más ameno e íntimo.
Así, entre la plática, unos cuantos secretos salieron a luz, descubriendo entre sí, nuevos aspectos de sus amigos que no se esperaban para nada.
Por ejemplo: Miguel admitió que, desde muy pequeño, se sentía atraído a la danza gracias a su madre quien, antes de tener a los mellizos, daba clases de ballet en el salón cultural de Montesinos.
Liliana, al no tener nadie con quien dejarlo en aquellos tiempos, sin darse cuenta, le permitió descubrir en el baile, una nueva forma de expresión fluida y trascendente.
—De hecho, hoy recordé lo mucho que me gustaba; cuando los vi bailando en la fiesta. ¿Quién te enseñó a bailar a ti Joel?
—Doña Ruth nos enseñó a Jaime y a mí —admitió Joel —. Ruth dice que, en la danza se encuentra la expresión de aquello que no se puede decir con palabras. Y siempre alegó que no había nada más atractivo que un hombre que supiera bailar. Así que nos obligó a aprender.
—¡Qué suerte! Me gustaría aprender. —exclamó el castaño —. Pero creo que eso será cuando salga de Montesinos...si es que consigo hacerlo.
Samuel, mirándolo boquiabierto, negó con la cabeza. —¿Por qué debes esperar a irte de Montesinos? En lo personal, jamás habría creído que te interesaba la danza, pero es genial.
Miguel bufó. —Mi padre no lo vería así. Aunque, va con mi imagen afeminada ¿no? —su tono de voz era ácido. Dejando en claro que esa afirmación estaba dotada de sarcasmo.
—No me parece que tu imagen sea afeminada —observó Joel—. Solo porque eres delgado y tienes el cabello un poco más largo de lo acostumbrado aquí, no significa nada. Además, tu papá también baila...
—Pero no baila el tipo de danza que me interesa. Él siempre me ha tachado de maricón; y si le digo que me interesa la danza contemporánea y esas cosas, ardería troya. ¡Lo hubieras visto cuando llegué a casa golpeado! se puso tan feliz al saber que había participado en una pelea! No lo dijo, pero estoy seguro de que sintió eso como una esperanza de que el ''maricón'' de su hijo enderezara su camino.
—Ay, por favor. Serás todo menos ''maricón''—dijo Joel, riendo —. He visto como miras a Zaira. La de nuestro salón. Dejas un rastro de baba tras de ti cada que la ves pasar.
Miguel inmediatamente se puso rojo, tratando de negar la afirmación de Joel, la cual fue apoyada por Alan y Samy quienes ya se habían percatado de eso. La bulla no se hizo esperar, logrando que Miguel se hundiera en los vapores de la vergüenza.
—¿Podemos regresar al tema? —preguntó Miguel, enterrando su cabeza en la almohada.
Cuando las bromas a Miguel terminaron, Samy, reveló que le interesaba la nutrición como a su hermano mayor; pero, sobre todo, quería aprender a pelear. O, mejor dicho, saber cómo defenderse.
—No quiero que la gente vuelva a molestarme. Se que cuento con ustedes para defenderme, en cualquier caso. Ya lo han hecho. Pero quisiera tener la fuerza y el conocimiento para hacerlo por mí mismo y en todo caso, ayudar a quien lo necesite. No quisiera saber que alguien sufre lo que yo sufrí y no poder hacer nada. No fui capaz de ayudar a Ángel cuando al igual que yo, fue molestado por Rubén y Lucas...odiaría que pasara de nuevo.
Joel lo miró, conmovido por esa fuerte necesidad de proteger; de pagarle al mundo con la misma moneda de solidaridad y apoyo con la que él fue bendecido.
El moreno asintió. — Cuenta con eso. ¡Te enseñaremos — exclamó Joel, abrazando a Alan quien estaba junto a él—. Mira, yo te enseño pelea de calle y Alan pelea más fina, con teoría y todo.
—¡Yo también quisiera aprender! —se apuntó Miguel, recordando la forma en que Joel peleó aquella lejana tarde en que salvaron a Samuel en aquel sucio y oscuro callejón.
Recordando así, su propia debilidad e impotencia, brotando de sus poros esa infernal noche donde pudo pelear; pero solo sucumbió al terror y la desolación. Dejando en sus manos, como única victoria, la pelea que sostuvo con Raúl. Donde, cegado por la ira y la necesidad de ayudar a su primo, quien por defenderlo se había propuesto a pelear con aquel grupo de aprovechados, logró ganar entre su torpeza.
Alan ante las palabras de Joel, se negó. Alegando que era mucha teoría y práctica y que él no tenía tanto tiempo; además de no saber explicar cómo se debía y reconociendo que, al otorgar sus conocimientos, una gran responsabilidad caería en sus hombros.
Sin embargo, la insistencia de sus tres amigos fue tanta que terminó por aceptar con tal de que lo dejaran en paz.
—¿Qué hay de ti Joel? ¿Qué te llama la atención? —preguntó Samuel, interesado.
Joel señaló los planos pegados a su pared. —Diseño automotriz o algo que tenga que ver con eso.
—Tiene sentido — Miguel se encogió de hombros —después de todo por el carro de madera que hiciste, fue que te conocí.
—¡Si, porque lo rompiste babotas! —exclamó Alan.
Miguel rectificó. —¡Rompimos, dijo el otro!
—Eso ya no importa —los detuvo Joel antes de que iniciara una pelea entre aquel par.
—Se nota. Tanto que nos esforzamos en arreglarlo y no has querido usarlo —soltó Alan —. Nada más te quitaste el capricho y ya ni verlo quisiste.
—Oye, sí. No quisiste verlo cuando te dijimos — comentó Miguel.
—No se lo tomen personal —pidió Joel, con mirada suplicante —. Me cuesta un poco ver el carro, porque por él tuvieron que vivir un infierno. Eso es todo. Además, cuando volví a Montesinos todo estaba patas pa'arriba.
—Pero es lo que querías. Tu carrito de madera —le recordó Alan.
—Pues sí, pero lo que en verdad quería conseguir con él, ya lo tengo —los tres miraron a Joel, desorientados. El moreno tomó aire y, sonrojado, confesó—. Bueno, cuando comencé con lo del carro, fue para ver si con eso, alguien se animaba a hablar conmigo. Para ver si lograba hacer un solo amigo. La gente se siente atraída con esas cosas. Chance así, me darían una oportunidad de mostrarles que no era lo que tanto decían de mí.
El silencio reinó.
Miguel no pudo evitar sentirse culpable al recordar los prejuicios que tenía sobre Joel y cómo se unía a los chismes, acrecentándolos al propagarlos, como hacia todo el mundo; evitándolo con terror al estar cerca de él mientras con osadía, lo atacaba desde lejos con perniciosos comentarios.
Samy por su parte, evocó el momento en que lo trató mal la primera vez que sostuvieron una conversación gracias a que la maestra los unió como equipo.
En su mente, alimentada de rumores y mentiras, Joel era como Rubén y Lucas. Y a esas alturas, estaba harto de las personas como ellos, repudiando a Joel sin siquiera conocerlo.
Lo trató mal, aun cuando él demostró ser todo lo contrario a lo que se decía de él. Y a pesar de eso, Joel nunca tuvo una palabra de odio hacia su persona, un gesto de repudio o rencor. Y no dudó ni siquiera un segundo en ayudarle cuando lo encontró en el bosque. Otorgándole su sudadera para que se abrigara y acompañándolo hasta su casa, para asegurarse de que volviese a salvo.
Para días después, ser liberado de las cadenas que lo mantenían atado a aquel par de víboras que alguna vez, consideró amigos, por ese mismo chico, conocido como ''Joel el terrible'' quien, en todo momento, le otorgó su apoyo y una sonrisa sincera.
Su perspectiva de antaño, que le dictaba que el moreno no era más que un lastre de la sociedad, se derrumbó por completo con sus acciones; permitiéndole ver que, en realidad, lo único que el moreno buscaba, era no estar solo y tener con quien compartir los días más importantes en la vida del ser humano.
Y ahora, con las cartas puestas sobre la mesa. Con el alma descubierta y alzada al cielo para que todos pudiesen apreciar lo que tanto trataban de negar, entendieron que la elaboración de ese carro, más que una prueba para el ego; era la tierna y desesperada esperanza de un niño triste que anhelaba abandonar su soledad.
Soledad que fue rota gracias a la ignorancia de ese pecoso citadino que llegó y le tendió la mano; dándole una oportunidad de demostrar lo que en verdad era.
—Entonces... ¿quemamos el carro o qué? —opinó Alan, puliendo los extremos afilados de la culpa y trayendo consigo a aquel par al presente.
Las risas sobrevinieron a su comentario, motivándolos a crear una escena mental donde bailaban alrededor de una fogata; viendo como la madera de ese carrito ardía como una ofrenda a los cielos.
Como una muestra de gratitud por haber unido sus pasos y con ello, estrechado sus lazos.
—¿Les parece que vayamos mañana a dar una vuelta? — cuestionó Joel—. Trabajaron mucho para hacerlo funcionar. Sería un desperdicio tenerlo ahí encerrado...digo, antes de quemarlo —bromeó.
A todos les pareció una excelente idea, mostrándose emocionados por usar el carrito por primera vez junto a su creador.
—Bien, mañana será entonces —corroboró Miguel, emocionado.
Y pronto, nadando en la alegría del presente, teorías y planes que fueron estructurados al aire, Alan mantenía un perfil bajo hasta que olvidaran por completo el tema de lo que querían ser en el futuro.
La velada corrió con demasiada rapidez para quien se está divirtiendo, hasta que fueron cayendo, de uno a uno, en el sopor del sueño.
Siendo Joel el último en caer, con el sueño velando sus ojos, se levantó y apagó la luz, observando en la penumbra a sus amigos cansados y derrotados después de lo que, para él, fue el mejor cumpleaños de su vida.
«Gracias por este día» pensó el moreno, recostándose de nuevo en su nicho. Sintiéndose el más dichoso de todos.
Escuchó a Miguel murmurar algo en sueños y con ello, los ligeros ronquidos de samuel; mientras, el murmullo de las sábanas que cubrían a Alan captaba su atención.
Yaciendo a su lado, el pecoso se giró hacia Joel, permitiéndole al moreno, apreciar sus facciones con detenimiento entre la penumbra, alumbrada por la luz de la luna que imperaba en las calles de Montesinos.
Joel, con cuidado, sacó su mano de entre las cobijas y acarició el rostro del pecoso con vehemencia.
Admiraba cada pequeño detalle en su rostro. Sus suaves mejillas, salpicadas por pequeñas y encantadoras pecas. Sus pestañas negras y largas, cubriendo con recelo y afecto sus bellos ojos verdes cual esmeraldas. Y su respiración, pausada y casi silenciosa brotando de sus tersos labios. Su cabello negro y suave, la calidez que emanaba su preciosa existencia.
Joel suspiró, sintiendo como su corazón se derrumbaba a pedazos, tratando de abandonar su dominio para escabullirse y reposar en las cálidas manos del pecoso. El dueño y señor de sus afectos.
Su estómago dio un vuelco. Esas estúpidas mariposas que tantas veces mandó a callar revoloteaban en su interior con osadía. Moría lentamente. Moria por abrazarlo una vez más, como esa noche que compartieron entre sueños.
Odiaba y amaba esa sensación.
«La odio, porque esto que siento, no tendría que haber pasado. Pero la amo, justo porque se trata de ti. Porque tú eres él que provoca estos sentimientos que a veces, me quieren volver loco» pensó, acercándose un poco más hacia el pecoso, hasta quedar a escasos centímetros de su rostro. Chocando suavemente la punta de su nariz con la de Alan.
—Alan...Tú haces que todo el dolor que he vivido, haya valido la pena —le susurró —.Te quiero, chaparrito...mi amor, mi devoción, mi todo; es por y para ti.
Joel suspiró, dejando en libertad un puñado de mariposas azules que, junto a sus palabras, se perderían en la densidad de esa hermosa noche.
Elevándose como una confesión entregada, firmada y perfumada, que nunca llegaría a manos de su adorado destinatario.
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