37 - Mucho más mucho mejor.
El 17 de marzo Alan preparó su mochila con lo necesario.
Una botella de agua, unos cuantos sándwiches de jamón que tuvo que preparar en la cocina con el mayor sigilo del mundo para no ser descubierto por su familia; y, solo por no dejar, un pequeño cuchillo de cocina que usaría en caso de tener que defenderse por sí en el camino, algún loco queriendo atacarlos, aparecía.
Abrió la puerta de la entrada con cuidado; abandonando el silencio de su casa y mirando a su alrededor, caminó hasta la calle y tomó asiento en el pequeño escaloncito de la banqueta, dispuesto a esperar a Joel.
Desde ahí, vio cómo la guardia abandonaba sus puestos, ya que el toque de queda había llegado a su fin esa mañana.
El frío, por otra parte, a esas alturas del año, comenzaba a disminuir, por lo que Alan, optó por llevar un suéter gris más ligero de lo que acostumbraba a usar en el cruel invierno.
Joel apareció a los cuatro minutos, montando su bicicleta. Se detuvo frente a él, señalando la parte de atrás donde colocó una pequeña parrilla para su copiloto.
—Ahora no tendrás de qué quejarte —comentó el moreno con una sonrisa, mientras se acomodaba el gorro de la sudadera verde que llevaba.
Joel, portaba sus acostumbrados tenis rojos; solo que estos, eran relativamente nuevos ya que los anteriores, habían quedado manchados por su sangre.
Además, Alan notó como después de mucho tiempo, Joel utilizaba sus acostumbrados pantalones cortos, que solían llegarle a la mitad de la rodilla.
—Meh, está más o menos —observó Alan, cuando se sentó en la parrilla.
—Si todo va bien, para la otra será un asiento acolchado —bromeó el moreno, empezando a pedalear —Y quien quita y en un futuro, hasta en moto te llevaré. Ya lo verás.
Alan sonrio ante esa imagen futura. Donde el tiempo no lograba separarlos. Donde a pesar de los años, estaban juntos, paseando por otros rumbos, ante otras situaciones, pero juntos, aferrados a su adorada y preciada compañia.
El reloj marcaba las 7:24 a.m. cuando emprendieron el camino.
Y mientras Joel pedaleaba, Alan no pudo evitar preguntarse porque ese repentino interés por ir al fuerte.
Las cosas en Montesinos parecían haberse calmado desde el ataque que recibió Joel y la lamentable muerte de Ángel, cuya desaparición, tuvo al pueblo entero buscándolo durante dos días.
Cuando encontraron su cuerpo, oculto entre una espesa enramada que albergaba trás de si uno de los tantos ductos por los que corría el río. Ahí, envuelto entre las enredaderas, arrojaron el cuerpo pero éste, no había conseguido caer del todo al río.
Quedando colgado entre la densa oscuridad fotosintética hasta qué un grupo de ecologistas, dispuestos a limpiar la zona, descubrieron con horror su cuerpo.
Su muerte fue rápida y sin dolor, según dijeron las autoridades. Sin embargo, eso no menguó la congoja de la familia.
«Fue como si la muerte tuviese que decidir entre Joel y Ángel» fue el pensamiento que tuvo Alan cuando se llevaron el ataúd donde el cuerpo de su compañero descansaba.
—Agárrate bien chaparrito. Tomaré otra ruta. —le avisó Joel, girando inesperadamente en una esquina que daba a la calle más cercana al río; el cual se extendía como una serpiente acuática con bordes de cemento, los cuales, contenían la letalidad de su veneno.
En esa vereda, solo casas hermosas y grandes se erguían entre los enormes árboles que adornaban aquel camino.
Mientras, en la reja que les impedía caer de lleno al río domesticado, varias enredaderas se extendían con bellas trompetillas, naranjas, azules y moradas, dejando solo algunos espacios de enrejado libres, para así, poder admirar la tranquilidad del río.
—Nunca había venido por acá —admitió el pecoso, mirando como de apoco, cada flor se desperezaba de su sueño, alzando sus pétalos con la salida del sol que se auguraba muy cercana.
—Bueno, es una entrada secreta —comentó Joel, emocionado—. Te encantará. La descubrí en diciembre, antes de ir a visitar a mi hermano. Parecería que le rodeamos más, pero nos llevará por una vereda que nos sacará con cinco minutos de ventaja.
Alan asintió por inercia, mirando como los muros de enredaderas quedaban atrás, uno a uno, en un desfile vertiginoso de colores, flores y formas.
Joel, con un nuevo e inusitado entusiasmo adornando su voz, le pidió que se aferrara a él con fuerza, mientras aumentaba la cadencia y con ello la velocidad.
Sin embargo, para cuando Alan entendió a qué se refería, el viento chocaba con mayor libertad contra su cara, los muros de enredaderas quedaron por debajo de ellos, mientras la bicicleta, volaba por los aires con ellos encima.
Alan, conforme bajaban, sintió cómo su estómago saltó por la adrenalina, obligándolo a cerrar los ojos y pegar su rostro a la espalda de Joel. Mientras, a nada de caer, lo abrazó con más fuerza, aprisionando con sus piernas sus muslos para asegurarse de no salir volando.
Cuando aterrizaron y la bicicleta se estabilizó gracias a la habilidad de Joel, el pecoso abrió los ojos. El muro se había terminado; permitiéndole ver el sol naciente en todo su esplendor entre las lejanas colinas.
Sin casas, postes, ni cables que pudiesen entorpecer su magnífica belleza, extendiéndose con purpúreos y rosáceos rayos. Diluyendo el nocturno azul de un cielo decadente.
Joel entonces, soltó un grito de victoria cuando el peligro de caer quedó atrás. Festejando que había logrado tomar una rampa que los vecinos tenían dispuesta para las acrobacias en patineta de sus hijos.
Alan, contagiado por la adrenalina y la risa de su amigo, comenzó a festejar con él, despertando con sus gritos a algunos vecinos mientras llegaban a la brecha que el moreno le describió.
Amplia, verde y pareja, les dio la bienvenida mientras Joel, bajaba de a poco la velocidad para admirar la ruta.
Entonces, el sol filtrándose entre los altos troncos de los árboles que iban creciendo uno tras otro, jugaban con la visión del pecoso; que admiraba el panorama en silencio. Sintiendo como las sombras danzaban sobre su rostro, su piel, su cabello.
—Extrañaba esta sensación —admitió Joel, mirando como el cielo ante ellos, se difuminaba con la claridad de la luz, que barría amorosa el camino para ellos.
—Nunca pensé que lo diría, pero...las mejores vistas son por la mañana —admitió el pecoso, quien, soltándose de Joel, extendió ambos brazos; como si fuese un ave. Manteniendo el equilibrio mientras el viento le hacía cosquillas con su divertida frialdad matutina.
—¡Es lo más acertado que has dicho hasta ahora! —exclamó el moreno, radiante de alegría.
Conforme avanzaban, la gran brecha iba disminuyendo su tamaño, estrechando sus lares hasta que se toparon de lleno con el final del camino.
Ahí, Joel se detuvo de lleno, indicando que era hora de caminar.
—¿Elegiste este camino por protección? —preguntó el pecoso, adentrándose entre la maleza, tras Joel, después de haber escondido la bicicleta.
—Efectivamente. Quería traerte por acá desde que encontré este camino. Pero ya ves que cuando regresé, Montesinos se venía abajo.
—Si, incluso ahorita es peligroso que vayamos al fuerte—con esa observación, Alan dejó muy en claro su inconformidad.
—Lo sé, pero quería volver. Ver como han estado las cosas, arreglar el desastre y pasar un rato de paz ahí.
Alan se encogió de hombros. —Mientras no nos salga un psicópata. Todo bien. Aunque no sé qué tan bueno sea sacrificar la vida por un minuto de paz.
—No seas pesimista chaparro, esta vez voy atento. No volverá a pasar. Ese día me tomaron desprevenido.
Hubo un minuto de silencio, en el cual, Alan se planteaba hacer una pregunta cuya respuesta, ya conocía, pero no le satisfacía.
—Oye, ¿no has recordado nada de la persona que te acuchilló?.
De alguna forma, Alan esperaba que esta vez, la respuesta satisficiera sus dudas.
Sin embargo, Joel negó con la cabeza. —No. Nada.
—Y ¿Álvaro no lo vio? Estabas hablando con él, ¿no? —insistió.
—Sí, hablé con él. Pero cuando pasó eso, él ya llevaba rato de haberse ido —mintió.
Se había cuestionado un millón de veces en si debía decirles quien fue su atacante o no, y con ello, el motivo por el cual dudaba.
¡Era obvio que debía señalarlo! Entonces...¿que lo retuvo el día en que trató de acusar a Álvaro como su atacante?
No lograba comprender a esa parte de él que se lo impidió, motivado por el recuerdo del dolor y la desolación en su mirada.
«No lo haré» pensó en ese entonces, y en cada oportunidad que tuvo para acusarlo, guardando su nombre en lo más profundo de sus entrañas. «No les hará daño...lo que sea que lo motivó, Álvaro no se acercará ya a ellos».
Joel estaba convencido de ello. Lo sabía en el fondo de su ser. En esas profundidades que aun no lograba comprender.
Pero...¿que había de Ariel? ¿Que le impedía acusarlo? O incluso, ¿enfrentarlo? Todo era muy confuso. Como si una fuerza mayor le impidiera hacer lo correcto.
—Y, ¿de qué querías hablar con él? —en la voz de Alan, un tono de reproche se asomó, sacándole una risa al moreno.
—Bueno, solo quería darle un consejo. El cual, obviamente no me pidió —confesó—. Las personas con las que se junta, Agus y Donnie...no son de fiar. Son peligrosos. Estar con ellos es condenarse.
—Hablas como si los conocieras...
—De oído. Les gusta reclutar niños para vender cocaína, o usarlos como alarma cuando la policía entra en su zona. Generalmente, eligen a los niños con familias disfuncionales y de escasos recursos. Les gusta la desesperación y saben cómo explotarla.
—Bueno, pues fue muy amable de tu parte tratar de aconsejarlo —admitió, suavizando su voz—. Pero ese idiota está metido hasta las orejas. No hay forma de sacarlo de ahí. Y tu eres muy tonto por pensar que, con un consejo, el cambiaria de opinión.
Joel sonrió amargamente. —Lo sé, pero quería intentarlo. Por cierto, ¿Ángel no alcanzó a decirte nada sobre los miembros del...octágono?
—Círculo —corrigió Alan—. No. Cuando estaba por decirme, llegó un hombre buscándome. Después de eso, ya no supe nada de él —Alan suspiró—. De haber sabido lo que pasaría, le hubiese dicho a Ángel que se quedara en casa; que mi tío podía llevarlo. Pero cuando menos lo esperé, él ya se había ido. Que mala suerte. ¿no? Debí estar al pendiente. O como dice Esther, maliciármelas.
Joel negó con la cabeza. —Hay cosas que fluyen a su tiempo, chaparro. No podemos gastarnos la vida en lamentos por aquello que hicimos y lo que debimos hacer. Soltar. Aprender del error, y avanzar es lo más sano. Solo tenemos el presente. Nada más. Lo que le pasó a Ángel fue jodido, lamentable. Pero por desgracia, es lo que pasa cuando te unes a ese tipo de personas, aun cuando no deseas hacerlo. Se sentía acorralado. Y confesó demasiado tarde. Cayó en la trampa. Y a esas alturas, no había mucho que pudiéramos hacer por él, porque no sabíamos a que punto habían llegado las cosas.
Hubo un momento de silencio y Alan suspiró.
—Tienes razón. Creo.
Joel soltó una risita divertida. —¿Creo?
—No te rias de mi. Mejor aprovechamos el tema, ya que estamos hablando de cosas lamentables. Nunca terminaste de contarme sobre cómo terminó tu amistad con Ariel.
Joel sonrió divertido, deteniendo su paso para girarse hacía Alan.
—¡Eres un chismoso! —exclamó, rodeando con su brazo el cuello de Alan, mientras con su mano libre, despeinaba su cabeza azabache, atrapándola entre su brazo y su pecho.
—¡¿Chismoso?! ¡Tú me dejaste a mitad de la historia! —exclamó, sin tratar de soltarse.
—¡Oh! ¡Mea culpa, Monsieur chismoson! —se burló, soltándolo y haciendo una exagerada reverencia—. Bueno, la siguiente parte de la historia... no es la gran cosa.
Joel se encogió de hombros y comenzó a caminar de nuevo, mirando la copa de los árboles que los rodeaba. Notando conforme avanzaban, como el cielo se ocultaba de a poco entre el enramado tejido con el amor de la naturaleza.
El rumor de un río sonaba a lo lejos, fundiéndose con el palpitar de su pecho. Joel tomó aire y entonces, inició.
—Ariel comenzó a volverse más ''extremo''. Empezó con retos de ''valor'', que al principio parecían divertidos, ya que no hacíamos daño a nadie. Pero dejó de ser de mi agrado cuando empezó a pedir que robáramos o lastimáramos animales o personas. Hablé con él, y traté de hacerlo ver que lo que pedía era demasiado. Pero las cosas solo empeoraron.
Joel saltó un enorme charco de lodo, logrando llegar al otro lado con un buen impulso y una zancada. Se giró hacía Alan, quien iba algunos pasos tras de él.
»Me empezó a tratar de niñita, maricón y miedoso. Y los nuevos ''integrantes'' de su grupo de locos, empezaron a joderme la vida con eso. Ya ves cómo funciona. Basta con que una persona te falte al respeto para que las demás lo hagan.
—Entiendo. Me pasó con Omar —comentó el pecoso imitando a Joel y saltando el gran charco, solo que él, sí necesitó la ayuda de Joel, para no caer—. ¿Qué pasó después?
—Bueno, en una de esas, en casa de Ariel, terminé golpeando a uno del grupo. Creo que se llamaba Gustavo. Ariel se enojó conmigo por lo que hice, y yo simplemente me fui. Le dije que ya no me juntaría con ellos y que no me obligaría a pasar un segundo más con esa bola de buitres.
—Uy, conociéndolo, debió hacerte un berrinche.
—¡No tienes ni idea! —Joel rodó los ojos al recordarlo—. Imagínate; estaba lloviendo. Yo golpeé a Gustavo, me salí de la casa de Ariel y este fue tras de mí gritándome por lo que hice. Cuando le dije que no me juntaría más con ellos, se enojó tanto que me amenazó. Supongo que quiso aplicar la de ''estoy embarazado'' o yo qué sé.
Alan soltó una carcajada mientras Joel le hacía segunda.
»El chiste es que yo nunca dije que dejaría de ser su amigo. Pero él no lo entendió así. Me dijo que, si me iba, no quería volver a verme en la vida y que me arrepentiría. Pero obvio, me fui.
—Estarías bien pendejo si te quedas. Pero ¿Arrepentirte? ¿De qué?
Joel tomó aire. —Eso mismo me pregunté. Y no lo entendí hasta semanas después. La gente, de repente, empezó a alejarse de mí. Las personas con las que tenía una relación buena y con las que me podía haber llevado bien, de repente ya no hablaban. Se escucharon entonces los rumores de Joel ''el terrible'' Al parecer, Ariel se encargó de difundir historias de mí. Le mostró la marca que le hice.Y aprovechó mi pelea con Gustavo para decir que se me botaba la canica de repente y atacaba sin pensar.
El sonido del río estaba más cerca de ellos, haciendo que la temperatura bajara un poco.
»Me achacó algunas cosas que ellos, como grupo, habían hecho. Ya sabes, robo, maltrato animal entre otras cosas. Así, hasta que terminó por aislarme.
—Pero, ¿en serio le creyeron? —Alan estaba sorprendido. Detuvo su paso y Joel, al notar esto, se giró hacia él.
—Pues, tú mismo lo viste. Fue su madre la que se encargó de que le creyeran. No era mentira lo que me dijo Ariel. Yo le caía muy mal a su madre. Él le dijo que yo lo ataque en el río y ella junto al grupo que creó Ariel, hicieron lo que quisieron con mi imagen. Para cuando me enteré, no había nada que yo pudiese decir o hacer para negarlo y mucho menos, nadie para escucharme.
—Pero pudiste decirles lo que hizo ese idiota en el río. Y luego estaba Julieta ¿no? Ella sabía sobre ese imbécil.
—Lo intenté, pero estaba amenazada. Ni siquiera podía acercarse a mi. Y Brian...bueno, sabemos que no estaba muy bien de la cabeza. No podría hablar en contra de Ariel, aunque quisiera.
—Si que te cagaron encima —admitió.
—Sí...me jodieron bien y bonito.
Alan negó con la cabeza. —O sea sí, lo que hizo ese imbécil fue una gran cagada. Pero yo me refiero a que un pájaro te ha cagado encima, justo en la cabeza.
Joel miró al pecoso con una cara de dolor mientras se retorcía ante la noticia y Alan, solo se burló de su desgracia, estallando en fuertes carcajadas.
La situación, pronto se convirtió en una carrera desesperada donde Alan huía de Joel, entre risas.
El moreno le habia pedido apoyo para limpiar el excremento de pájaro ya que él, al no poder verse, se iba a embarrar de más.
—¡No! ¡Me da asquilín! —gritaba Alan, que, cuando se trataba de su supervivencia, adquiría una velocidad envidiable.
Gracias a esa carrera, Alan se salvó de remover el excremento de pájaro; pero no se salvó de ser volcado al río, donde Joel lo lanzó apenas logró alcanzarlo.
Ambos terminaron empapados. Alan, por no ayudar a Joel. Y éste, por sumergir su cabeza en el fresco flujo de un riachuelo frío y fluctuante donde el pecoso, aprovechó para volcarlo de igual manera después de que el moreno lavara su cabeza con vehemencia, hasta asegurarse de que su cabello, no tenía ya un solo rastro de excremento.
Así, con poco más que la cabeza empapada, ambos llegaron al fuerte.Temblando por el frío, pero con enormes sonrisas adornando sus rostros.
Joel retiró la maleza enraizada con ayuda del pecoso, hasta que dejaron descubierta la entrada. El moreno fue el primero en pasar, descubriendo que la entrada estaba hecha un asco.
Con las lluvias tan fuertes que azotaron Montesinos, y los fuertes aires de febrero, todo estaba enterrado en tierra, maleza, pájaros muertos e insectos.
—¡Uff! Parece que un huracán entró e hizo lo que quiso —observó el pecoso, admirando el desastre.
Joel se encogió de hombros. —La verdad, ha estado peor.
—¡No quisiera imaginarme algo peor que esto!
—Una vez me encontré una iguana grande y fea. Estaba peleando con una rata que parecía un topo. Obvio ganó la iguana, pero fue una escena... ¿fascinante? Y muy, pero muy fea.
Alan se estremeció ante la idea. —¿Y cómo hiciste para sacarla?
—¿Sacarla? ¡La iguana me sacó a mí! ¿Te ha perseguido una de esas cosas? ¡Es horrible! La encontré muerta a los dos días. No soportó el frío. Supongo que se le escapó a alguien o yo qué sé.
—Mierda. No quisiera ver eso en la vida.
Joel limpió una pequeña repisa con la mano, retirando algunas telarañas y el polvo. Ahí, colocó ambas mochilas y dejó su sudadera doblada.
—Bien, manos a la obra chaparro— anunció, sacando de la mochila una escobeta desmontada y un recogedor de mano. Rápidamente, enroscó la escobeta en un palo que guardaba justo para esos casos.
Alan, siguiendo su ejemplo, se despojó de su suéter y se recorrió las mangas de su camisa negra.
A esas alturas, Alan ya sentía hambre, pero sabía que no conseguiría nada con quejarse.
Joel era bastante flexible en muchos temas y situaciones, ante los cuales, podía ceder con facilidad. Pero había ciertas cosas donde se mostraba bastante necio y no daba su brazo a torcer.
Por ejemplo, cuando se trataba de comer en espacios sucios o, comer antes de avanzar el trabajo pendiente. Y en ese caso, ambos casos eran aplicables e inamovibles.
Entre sacudir, barrer y mover los pocos muebles de los que disponían, pasaron poco más de dos horas, donde, cansados hasta la médula, decidieron tomar un pequeño descanso para comer.
Alan tomó asiento en el sillón, y Joel, acercó las mochilas, tomando asiento junto al pecoso, quien tuvo que hacerle un espacio para no ser aplastado por el peso de su amigo.
Degustaron sus alimentos con pleitesía. Saboreando cada bocado como si fuese el último.
Si Alan tuviese que elegir su parte favorita de las excursiones al bosque, sin duda, el sentarse a comer después de semejante desgaste físico, sería una de ellas.
Mientras mascaba, miraba aquellas paredes húmedas, grises y carcomidas. Iluminadas por el pequeño mirador del que disponían y adornadas por bellas enredaderas, salvajes y sin más ley a la que postrarse más que a la de la vida misma.
En otras circunstancias, ese lugar le parecería la peor de las pocilgas, pero curiosamente, al lado de Joel, adquiría una belleza extraña.
Un encanto sin nombre que le llenaba el corazón con las pequeñas gotas de rocío que se anidaban en las ondulantes trepadoras.
Esa tarde, fluyó con soltura y no emprendieron camino a casa hasta que el reloj marcó las cuatro.
A su alrededor, el bosque se mostraba tranquilo e imperturbable. Y ellos entre silencios, charlas y risas, caminaron alrededor de veinte minutos, hasta que Joel, giró en una vereda que los sacaba del camino que recorrieron en la mañana.
—Antes de irnos, quiero que veas algo —anunció, subiendo por una colina algo empinada que Alan, dudó en subir—. Te voy a ayudar chaparrito. Se mira peor de lo que es.
Y con esas palabras, comenzó a mostrarle el camino, señalándole a que rama o raíz sujetarse. Donde estaba resbaloso y donde era mejor apoyarse.
Paso a paso, lograron llegar hasta la cima, donde caminaron un aproximado de veinticinco minutos, hasta que, cruzando un espeso muro de helechos y arbustos, llegaron a un pequeño valle circular, donde un enorme y hermoso cedro se erguía ante ellos.
Majestuoso e imponente, cubría el cielo con sus ramas y verdes hojas, tapizando con ello, sus faldas enraizadas.
—¿Y este lugar? —el pecoso miraba asombrado aquel bello espacio.
—Lo encontré en diciembre —respondió, el moreno, mostrándose tan impresionado como Alan.
—Es tan...bonito. Parece irreal —Joel asintió ante el comentario del pecoso.
Ambos rodearon el gran tronco del árbol, trepando por sus raíces torcidas, tocándolo y mirando el cielo entre sus hojas como dos pequeños niños que nada saben del mundo.
Así, mientras Alan, navegaba en los ríos de la admiración, Joel, de apoco, se sumía en el fango de la desesperanza.
Después de explorar el lugar, ambos se sentaron en la raíz del árbol, decididos a pasar un tiempo ahí antes de irse. Admirando las sombras tambaleantes de la luz y la oscuridad.
Alan, por su parte, aspiró aquella esencia repleta de misticismo. Cerrando sus ojos y recargando su cabeza en el tronco de aquel bello gigante.
Dispuesto a llenar sus pulmones con los aromas de la tierra mojada, el rio, la corteza de árbol, y sobre todo, el aroma a sol que desprendía la presencia de Joel.
—Alan —Joel lo llamó suavemente en la oscuridad de sus párpados—. Si la vida nos llegara a separar... ¿me olvidarías?
Aquella pregunta hizo que Alan abriera los ojos de manera abrupta y lo enfocara, confundido.
Un sin fin de respuestas sarcásticas y ácidas revoloteaban en su mente como las alas de una traviesa mariposa.
—¿A que viene eso? —preguntó en cambio.
Joel se encogió de hombros. —Solo es una pregunta que nace desde la curiosidad.
—Bueno...dudo mucho que llegue a olvidarte —admitió el pecoso después de pensar si era correcto externar sus sentimientos o atacar con una broma mentirosa—. Quiera o no, creo que eres la persona más importante en mis días. Si la vida nos llegara a separar, no creo que pueda a olvidarte jamás. Y la verdad creo, que no habría día en que dejara de extrañarte.
Las palabras brotaron de sus labios como los pétalos de un botón en flor, que se abre a la llegada de la primavera; deseosa por embriagarse de las delicias que el mundo ofrece a su belleza efímera.
Joel, su adorada primavera, sonrió ante sus palabras, mientras su gesto, se mostraba triste, tímido y profundamente conmovido.
—Yo también te extrañaría, Alan —confesó, mirándolo fijamente a los ojos.
Alan trató de sostenerle la mirada. Sin embargo, su sonrojo precoz, siempre se doblegaba ante aquella mirada sincera, amorosa y transparente.
Así, con los vapores coloreando su rostro, sintió como Joel sujetó su mano sin motivo alguno, mientras la acariciaba suavemente. Provocando con ese gesto, que el tierno corazón de Alan se detuviera por unos segundos para así, volver a latir en una melodía apresurada, torpe, pero sincera.
El pecoso, nervioso y asustado del revuelo que había en su interior, lanzó su mirada a lo lejos, evitando el gris envolvente de aquella mirada. Mientras el moreno, recargaba su cabeza en el tronco, mirando al cielo.
Los minutos pasaron hasta que Joel, cayó en los hilos del sueño, dejando a Alan con su mano presa entre la dulce celda que creaban los dedos de Joel. En ese momento, el pecoso presenció la escena que tanto temía ver y aceptar.
Su corazón, manchado en rojo y azul, por fin abrió las puertas de su pecho y saltó directo a las manos de Joel, en lo que fue una entrega absoluta; una rendición deliberada, repleta de paz y devoción.
El pecoso, encogió sus piernas hasta su pecho, las abrazo con su brazo libre y reposó su mejilla sobre sus rodillas; volviendose un ovillo para así, ocultar su rostro coloreado por la vergüenza, la felicidad y el más puro e inesperado amor.
Giró su mano, capturada entre la dulzura más tierna y letal. Y así, lentamente, entrelazó sus dedos con los de Joel, permitiéndole a un torrente de mariposas navegar en el vacío de su estómago, causándole cosquillas con sus suaves alas azules.
«Solo...un ratito.» pensó. «Regálame un ratito así, Joel ¿Es lo justo, ¿no? Una muestra de piedad, para ésta pobre alma que ya te ha regalado su corazón».
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