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33 - El Traidor.

Ariel citó a la mitad de los integrantes del círculo, fuera de la escuela el sábado 9 de febrero.

En sus ojos azules, existía una rabia inusitada que todos comprendían, más no esperaban verla manifestada esa tarde.

Habían pasado semanas desde la última vez que se reunieron; cuando en el bosque, se preparaban a realizar la iniciación del nuevo miembro.

Sin embargo, con el escape fortuito de Alan, su presa; y después de buscarlo encarecidamente, tuvieron que mantener el perfil bajo, por indicación de Ariel. Al menos, hasta que los convocara de nuevo; cuando tomara medida de la situación.

Morbius, el más alto de todos; delgado; con cabello negro, lacio y largo hasta los hombros, fue el primero en llegar en compañía del pálido Ariel.

Esperaron pacientes bajo la sombra de un árbol de limón, pegado a la barda trasera de la escuela, la cual, se mostraba bastante grafiteada y carcomida por los años.

Era curioso, pero a la percepción de Ariel, parecía que el Febrero de ese año, venía cargado de una energía pesada, bastante negativa; la cual, parecía querer disolver en desgracias e incomodidades a cualquiera que se atreviera a asomar la cara.

Todo a su alrededor resultaba bastante extraño, rodeado de un halo de calamidad aunque todo se viese justo como siempre. Ariel, tronó la boca, cayendo en el tedio de la espera, hasta que vieron llegar a Pablo y Quique a lo lejos, como una sombra difusa que fue tomando nitidez conforme se acercaban por la estrecha calle. Siempre juntos como un compuesto molecular.

Al cabo de un par de minutos, en una bicicleta de color rojo, llegó el más gritón y extravagante de todos; un niño delgado, de piel morena y una estatura baja para su edad, al que llamaban Furcio debido a sus prominentes orejas y nariz alargada.

Con su presencia, la bulla no se hizo esperar; atrayendo con sus coloridas prendas, una lluvia de burlas e insultos que él sabía muy bien cómo esquivar y regresar.

Lo suyo, parecía ser una moda futurista. Con telas negras inundadas con parches, imágenes, líneas o explosiones de pintura color neón. Sus tenis, modificados por su propia mano, eran un plasma de neón rosa, verde y naranja. Y sus pantalones, holgados, más grandes qué él, sin importar el color, llevaban dicha explosión de vida fluorescente expandiéndose a simétricamente por la prenda.

Lo único que le faltaba para resaltar en su totalidad, era el cabello; el cual, no tenía permitido teñirse por normas de la escuela.

Por otra parte, al cabo de 5 minutos, una camioneta blanca se detuvo frente a ellos; grande y costosa; de la cual, Ángel, encorvado, delgado y miope, salió; despidiéndose de su madre quien le advirtió que pasaría por él a las cuatro y media, en ese mismo lugar.

   —Uy, uy, uy ¡Ya llegó el príncipe! —se burló Morbius, dando un aplauso y frotando sus manos con velocidad, como si fuese una mosca. Avivando el jolgorio ante la presencia de ese escuálido integrante al que Morbius, solía atacar por su aspecto delicado, ñoño y temeroso.

Ángel como siempre, se limitó a ignorarlo y saludar a todos con naturalidad, aun cuando Ariel, con ambos brazos cruzados y recargado en la pared, fue el único que le devolvió el saludo con un simple gesto de su cabeza.

   —Bien, ya estamos todos— anunció el pálido joven—. Llamé al idiota de Yute y al monstruo del lago Ness, pero uno, no podía venir y el otro nos alcanza allá.

   —Uy, ¡haciéndose los importantes! —escupió el Furcio, con su chillona voz, aturdiendo como siempre, los oídos de Ángel, quien se aferraba compulsivamente a la correa de su mariconera.

No extrañaba para nada esas reuniones fortuitas; esos rostros tan normales ante la población montesina, y que, para él, eran como una terrible aparición. Un espanto de crueldad, una pesadilla de la que solo deseaba escapar. Pero no podía. No aún.

   —¡Muy bien!, entonces, ¿Qué pedo? ¿Para qué nos querías? —preguntó Pablo, ansioso por abordar el tema, aprovechando que todos los citados ya estaban ahí.

   —No lo diré aquí — advirtió Ariel—. Vamos para el río. Ahí no nos escuchará nadie.

   —¿El rio? ¡Maldito desquiciado! ¡Hace un putero de frío allá! —exclamó Morbius molesto, quien, a pesar de ser él más cabrón de todos, era bastante friolento —. ¡Pa' la otra avisa!

   —¿Es frío? o ¿tienes miedo al agua? —bufó Furcio, haciendo como si lo olfateara—. Porque ¡Uff! ¡Olor a cebolla que te cargas! ¿Qué llevas? ¿Una semana sin bañarte?

   —¡Que te valga pitos sí me bañé o no pendejo! — saltó Morbius al ataque, como perro de pelea listo para que le suelten la correa.

   —Ey Morbius, ya bájale cabrón —aconsejó Quique, interponiéndose. Al ser quien le seguía en estatura a Morbius, no dudaba en interponerse cuando éste, comenzaba a irritarse.

   —Ya vámonos —anunció Ariel en cambio, tomando camino. Acostumbrado ya a las peleas de Furcio y Morbius.

Los seis tomaron camino por las estrechas calles de Montesinos, saludando a algunos vecinos mientras iban hablando de historietas, los montones de tarea que tenían o simplemente, tirándose carrilla entre ellos.

A la vista de los habitantes, eran un grupo de amigos bastante común. Que iban a pasar el tiempo por ahí, con parrafadas normales y acciones bobas, tan esperadas de la edad.

Cuando llegaron al río, este se encontraba prácticamente solo. Con una parejita tonteando en el pasto, y un señor paseando a su perro al otro lado del río, los seis cruzaron el puente alejándose hasta el límite que marcaba el comienzo del bosque, donde se sentaron bajo la sombra de un árbol, donde unas enormes piedras fueron dispuestas para utilizarlas como bancas y descansar.

Ahí, nadie los escucharía, y nadie levantaría sospechas ya que se encontraban en los límites del bosque; además de que Morbius, sacó de su mochila un paquete de naipes con los que planeaban jugar más tarde.

Así, sentados en un círculo amorfo, Ariel comenzó su alegato:

   —Los mandé a llamar, primero que nada, para ver si en sus casas sospechan algo. ¿Morbius? ¿Tu papá ha dicho algo del caso?

   —No. Siempre le pregunta a mi tío y no tienen ni idea de donde buscar. Es difícil buscar a un culpable cuando las sospechas giran en torno a un menor de edad. Ha habido algunos sospechosos, pero están meando fuera del balde. Al menos con los puercos, no hay nada que temer. 

   —Ok, eso me gusta. Tú, Furcio ¿has escuchado algo?

Éste negó con la cabeza. —Nada. Al menos nada que sea de interés.

   — Bien. Y ¿ustedes? —preguntó señalando a Pablo y Quique, quienes funcionaban como una sola neurona.

   —No, pero mi madre tiene sospechas de este imbécil —Pablo señaló a Morbius—. Dice que nada en él da buena espina.

Morbius soltó una carcajada, orgulloso. Para él, dar esa impresión era fundamental.

Los pantalones rasgados, las cadenas sin propósito alguno más que colgar de la trabilla de sus jeans. Las camisetas con imágenes mórbidas; de algún demonio, cráneo, cadáver o monstruo de sus películas favoritas, servían para asustar a los más ancianos y creyentes del pueblo. Por otra parte, su cabello, lacio, graso y largo, hacía rabiar a las maestras; al padre de la iglesia y a las doñitas de su calle.

Solían llamarlo marica, hereje, adorador del diablo, entre otros apodos desagradables para la mayoría. Pero no para él.

Era increíble lo poco y nada que necesitaba para hacer indignar a más de uno. Sin embargo, para su gusto, era muy fácil hacerlo. Y siempre, buscaba la forma de armar un revuelo más grande que el anterior.

«La gente de aquí es en su mayoría débil mental» pensaba cuando recibía algún regaño o insulto por su apariencia. «No soportan lo que es diferente. Como se nota que vivimos en un pueblo de mierda con cabezas huecas»

   —¡De Morbius no es novedad! ¡Medio pueblo le tiene repelús! —exclamó Quique, divertido. Sabiendo que, en el pueblo entero, lo habían tachado de vago y posiblemente de drogadicto.

Furcio soltó una sonrisa maliciosa. —Si, pero, tengo una pregunta Morbius: ¿A quién le tienen más miedo? ¿A ti, o a Joel?

Ariel miró colérico a Furcio, mientras Morbius, quien estaba acostado en el pasto se levantó de una, acercándose a él con el semblante endurecido.

   —¿Qué dijiste enano de mierda? —lo levantó de su lugar con un solo tirón, nadando en cólera.

   —¡Eso! ¡Qué a Joel le tienen más respeto y miedo que a ti! ¡Y ni hace nada para merecerlo! —la carcajada que soltó Furcio fue ahogada por la mano de Morbius, quien apretó su cuello con fuerza.

   —Morbius, déjalo —ordenó Ariel, clavando su fría mirada en aquel alto poste de 17 años, quien explotaba su fuerza contra los más jóvenes y pequeños sin dudarlo.

   —¿En serio Ariel? ¡Esta mierda no sería extrañada por nadie! —escupió Morbius, mirando fijamente como Furcio se coloreaba en un tono morado.

   —Tú suéltalo, lo necesitamos para el trabajo que les tengo listo. Y no creo que tú puedas hacer su parte. Suéltalo ya. —Su voz era fría, retadora e imponente.

   —¿Trabajo? ¿Así lo llamamos ahora? —cuestionó Quique levantándose de su lugar para ayudar a Furcio.

   —Morbius, que lo dejes ya —ignoró Ariel al bueno de Quique, haciendo contacto visual con su violento amigo.

Morbius, de mala gana soltó a Furcio; quien difícilmente borraba su sonrisa idiota. —¡Guau, guau! —ladró el orejón una vez tomó aire. Siendo silenciado por Quique quien le dio un fortísimo zape.

Morbius se limitó a tomar asiento en el pasto, mientras aplacaba los humos de su cólera. Nadie, en el grupo, comprendía porque Morbius, siendo el mayor, el más fuerte y violento de todos, hacía lo que ese enano de 15 años, recién cumplidos, dijera.

Era como su perro guardián, su guardaespaldas; su temible sombra. Una sombra incapaz de obtener poder más allá de la que su amo le otorgara.

   —Bien; seré breve —continuó Ariel—. La cosa está así. Beto, no pudo venir, pero me dijo que cierto mocoso pecoso vio a uno de nosotros sin la máscara.

   —¡Ah, no! ¡A mí no veas! Yo usé esa mentada máscara hasta el final. ¡Ni para mear me la quité! — saltó Pablo, acelerado; lavándose las manos antes de que la cosa se pusiera fea.

   —Te diría que fue Roberto, pero al quitársela para usar la tuya, llevaba un pasamontaña. Así que no fue por ahí —comentó Furcio.

   —¡Además de que fue él quien le dio el aviso a Ariel, babotas! —escupió Morbius, dándole un zape al aire, imaginando que se lo daba en realidad.

Ariel suspiró. —Ya, cállense. Yo sé que ninguno de ustedes se quitó la máscara.

   —Bueno, a excepción de uno —la voz burlona y venenosa de Furcio, viajó junto a su mirada hasta la ubicación de Ángel, quien, hasta entonces, no era más que una decoración en aquella reunión.

   —Él no me vio —se defendió, acomodándose sus lentes y tratando de guardar la calma.

Furcio bufó. —Angelito de mi corazón... ¡Encontraron tú maldita máscara en el suelo!

   —¡Si! Pero cuando ese idiota me golpeó, ¡yo tenía la máscara puesta! Me la quité después, cuando ya se había ido.

   —Sí, ajá. Mejor di que eres un idiota y quedamos en paz con el tema.

   —¡No importa eso ahora! —exclamó Ariel, molesto—. Como les dije: vio a uno de nosotros. Pero ese ''uno'' no está aquí. Saben cómo funciona, ¿no? Si hay una fruta podrida, que nos amenace como grupo; se larga. Simple. Ahora, la cosa está así. Será un movimiento en comuna. De dos a tres grupos: el primero, los hermanos lelos— dijo, señalando a Pablo y Quique—. Ustedes se encargarán de llevar la fruta podrida al punto C. El segundo grupo: Se encargará del chismoso: el pecoso.

   —¿La rata que se le escapó al iniciado? —preguntó Furcio —. ¡Yo quiero ir en ese grupo! —se apuntó, entusiasmado.

   —No. Para esta tarea, necesitamos a alguien que pueda acercarse a él con toda la confianza. Así que, Ángel, irás tú.

Ángel palideció. —¿Qué? Pero yo...

   —No puede ser nadie más — se apresuró a explicar Ariel—. Están en el mismo salón. No serán los mejores amigos, pero mínimo hay una entrada para interceptar a la presa. No es la gran cosa: solo debes llevarlo al punto B. Ahí, el grupo tres: Furcio y Morbius, harán lo suyo.

Los mencionados, sonrieron, interesados. Y con una chispa de emoción adornando sus oscuros y rasgados ojos, Morbius se aventuró. —Espera, espera. Eso quiere decir que...

   —Harán lo suyo —reiteró Ariel, con una sonrisa torcida—. No quiero ver a ese cabrón por las calles de nuevo. No quiero nada de juegos. No hay que llevarlo a otro lado. Debe ser ahí mismo. Rápido y eficaz. Es una amenaza para el grupo y cada día que pasa, nos exponemos.

Furcio y Morbius sonrieron de oreja a oreja. Mostrando lo evidente. Entre todos, ese par, eran los peores. El tipo de personas que, por su cuenta propia, entrarían al hocico del diablo por puro gusto y ambición.

Pablo y Quique se miraron, y como por telepatía, uno externó la duda del otro. —Oye, ¿Y qué haremos con el integrante? ¿Nos dirás quién es?

   —Si. Pero se los diré en privado. Y ustedes, vayan haciendo sus apuestas — los alentó, mostrando interés en el resultado de sus apuestas.

Ariel pactó que, en dos días, les tendría fecha para llevar a cabo el plan, ya que ambos movimientos, debían realizarse el mismo día para no arriesgarse tanto.

Con los datos básicos entregados, todos, se limitaron a relajarse y pasar una tarde común entre amigos.

Tranquilos, en paz. Como si no hubiesen anunciado la muerte de un ser humano.

—Oye, Ariel — lo llamó Ángel, temeroso.

Para entonces, el reloj marcaba las cuatro y debía emprender su camino hacia la secundaria, donde lo recogería su madre.

En ese momento, mientras todos se encontraban colina abajo, siendo partícipes en otra pelea entre Morbius y Furcio, aprovechó para acercarse a él y externar sus dudas sin miedo a que alguien le gritara o se burlara de él.

   —¿Qué pasa Angelito? — preguntó Ariel, con un tono de voz inocente. Suave. Y demasiado agradable para su gusto. Poniendo toda su atención en su miope compañero.

   —Ya debo irme.

   —Oh, ¿ya son las cuatro? —dijo sorprendido, mientras miraba su reloj de muñeca—. Muy bien, ¿quieres que te acompañe?

   —No, no. Para nada. Es solo que, quisiera hablar contigo antes. De...de, Alan. Lo que me toca hacer, pues. Yo, la verdad, no creo que pueda...

   —Lo sé Angelito —lo consoló Ariel con dulzura, amedrentando aún más los nervios acrecientes de Ángel —. Pero es tu momento. Nadie puede entregarnos a la presa así de fácil como tú. Nosotros tendríamos que emplear la fuerza bruta. ¿Quieres hacerlo vivir un infierno antes de su muerte? ¡Qué crueldad! Siendo que solo tú, puedes lograr que los últimos minutos del pecoso, sean agradables. Hazle ese favor. ¿Quieres?

   —Si. Entiendo. Pero no me siento capaz...

   —Yo sé, yo sé. Por eso no irás solo Angelito. Ya veré a quién mandaré, pero eso sí, no estarás solo. No te preocupes. — le dio unas palmadas en el hombro, mirándolo con una expresión amable, pero vacía. Como una muñeca de porcelana, que te sonríe, pero no hay un solo sentimiento detrás de su aparente y fría felicidad—. Se hace tarde, Angelito. Mejor toma camino. O tu madre se preocupará. Por cierto. ¿Cómo ha estado de salud? —preguntó, haciendo que los vellos del brazo se le erizaran—. Recuerda que hay que portarse bien y evitarle corajes a tu mami. Pórtate bien, Angelito.

Ángel asintió repetidamente, acomodándose las gafas, nervioso. Se despidió torpemente de Ariel y tomó camino para la secundaria, sintiendo un grupo de miradas filosas, clavadas en su espalda como machetes incrustados en su nuca.

A las 5 de la tarde, todos sin excepción, tomaron camino hacia sus hogares, yéndose tal cual llegaron. Los amigos unicelulares caminaron hasta la secundaria, ya que, de ahí, sus casas quedaban muy cerca.

El ruidoso y llamativo Furcio, se trepó a su bicicleta, haciendo algunos trucos con ésta, captando la atención de todos antes de esfumarse de ahí.

Y el perro guardián y su "amo", tomaron el camino más largo pero directo; el cual los sacaba hasta el parque hundido.

Este par, vivía prácticamente uno frente al otro. En un callejón más de montesinos. Ahí, siendo las últimas casas de esa estrecha calle, un baldío se situaba junto a la casa de Morbius, donde Ariel, lo conoció por primera vez.

El joven, mayor que él por un par de años, jugaba frontón en el muro de su casa. Lo que llamó la atención del joven Ariel de 11 años, quien se acercó a él curioso, ya que, a pesar de ser vecinos, apenas y se habían visto un par de veces en la vida.

Desde ese momento, una extraña y retorcida amistad surgió inesperadamente.

Algo en su forma de actuar, hablar, mirar; los atraía a un núcleo extraño. Uno donde algo malo, acechaba desde la oscuridad. Y ellos lo sabían.

Sabían que eran iguales aun sin saber en qué medida.

   —Oye Ariel, ¿Qué mierda traes? —le preguntó Morbius cuando llegaron a casa.

Mientras se acercaba el toque de queda, ambos habían tomado asiento en la banqueta; justo en frente de la casa de Morbius. Una casa desvencijada, descuidada y con un jardín seco hasta la médula.

En ese momento, Morbius abría una bolsita de semillas de girasol, las cuales disfrutaba comer específicamente, a esa hora del día.

Ariel enarcó una ceja, mirándolo confundido ante su pregunta. —¿Qué me traigo con qué?

   —¡Hazte pendejo! ¿Qué te traes con el morro pecoso? —Morbius se giró, asegurándose de que no hubiese nadie alrededor—. Eso que quieres hacer. Me huele más a berrinche que a una medida de cuidado.

   —¿Berrinche? Ni que fuera un bebito mimado —bufó divertido.

Morbius le dio un par de palmadas en la espalda; negando con la cabeza lentamente.

   —Tener 15 años recién cumplidos, no te vuelve más maduro por excelencia, idiota —señaló Morbius—. Sé muy bien que ese movimiento lo haces con un propósito oculto. Más allá de solo cuidar al círculo y evitar que nos atrapen. Que sí, no dudo que salvarnos el trasero sea un motivo, pero eso, y lo que tú te traes, son cosas separadas. ¿Qué es lo que buscas? ¿eh? Todo esto ya me olía mal desde que faltaste al círculo la vez pasada. ¡Amas las iniciaciones!

   —Grítalo más fuerte pendejo ¡No te escucharon en la otra cuadra! — lo amonestó Ariel, alterado.

   —Lo que sea. El punto es que ese día usaste un suplente. ¿Por qué? Si amas las iniciaciones más que nadie en el mundo.

Ariel tomó aire y asintió, mecánicamente. —Sí, lo admito. Hay un motivo oculto detrás de todo esto. Pero es poco probable que lo consiga. Siendo honesto, dudo que Ángel pueda con el trabajo. Nunca es fácil mandar a alguien al matadero...

   —Mm, ¿Lo dices por tu experiencia con tu querido Joel? —Ariel se sobresaltó al escuchar su nombre tan repentinamente.

   —¿Crees que no me doy cuenta de que todo esto, es por él? —dijo Morbius divertido—. Lo intuí como algo muy personal desde que elegiste a la presa. Siempre ha sido al azar. Pero esa vez, te diste a la tarea de elegir, embaucar y hablar con ella. Además, tu repentina falta en la iniciación, siendo que te tomaste tantas molestias...

   —Ya ve al grano, idiota. Me estas aburriendo.

   —Te vi con él —sentenció—. El otro día. En el círculo. Cuando entraron por la presa, alcé la vista y te vi llegar junto a él. ¿Lo estabas cuidando, acaso? O, es algo más ¿Algo que no es tan simple como eso?

Ariel se sintió expuesto. No esperaba eso. Ese día, anduvo con cuidado, logrando evadir la visión de todos, excepto la de Morbius, un halcón humano por excelencia.

Morbius continuó: —Por eso pediste un suplente. Para poder adentrarte con Joel al bosque y hacerte el bueno. Querías que matáramos al pecoso. Quitarlo de en medio. Procurar un fuerte dolor a tu querido Joel, y consolarlo en su pérdida. Ser la blanca paloma que nunca en tu perra vida has sido. Fue eso, ¿no? Te conozco como la puta palma de mi mano. Maldito manipulador enfermo.

Morbius lo miraba fijamente, con sus pequeños ojos rasgados sonriéndole maliciosamente.

   —La verdad, no te entiendo morro — continuó, ante el silencio de Ariel—. Tanto quieres a ese cabrón que eres capaz de todo por hacer...

   —¡Deja de decir pendejadas! ¿Qué eres? ¿Scooby doo? No es lo que tú crees. Estás equivocado — exclamó Ariel, contrariado.

   —Ariel. Estás enfermo —observó, negando con la cabeza, divertido—. Te dedicaste a joderle la vida soltando estupidez y media de él hasta que todo el mundo te creyó y se alejó de él. ¡Lo aislaste de todos! Y solo porque lanzó su amistad a la mierda y decidió abandonar el círculo antes de que fuera tarde. Eres un mentiroso muy hábil. Tan solo mira los resultados... ¡Le tienen más miedo a él que a mí! Dios... ¡Es una estupidez! ¡Una ofensa para mí!

Ariel estaba tenso. Ese era el problema de meterse a un nido de serpientes; debías aprender a lidiar con su veneno. Y Ariel, en ese momento, debía sobrevivir a la letal inyección de verdad que le era administrada.

   —Morbius. Te inventas unas novelas...—respondió Ariel, con una sonrisa torcida en su rostro, sintiéndose acorralado.

   —Uy sí, yo me creo una novela y tu tejes una pesadilla. ¡Hombre! ¡Pusiste la marca de Caín en su frente! —exclamó, soltando una risa burlona y divertida—. ¿Fue protección? ¿O egoísmo puro y cruel? —bufó Morbius —. No lo sé...pero en verdad me compadezco de ese idiota. Que puto miedo ser amado por alguien tan cruel.

Morbius sacó una cajetilla de cigarros. Colocó uno en sus delgados labios, lo encendió y pronto comenzó a aspirar el humo de la nicotina. Era la señal. Se levantó y cruzó la calle directo a su casa mientras la alarma del toque de queda sonaba.

   —Nos vemos mañana, maldito psicópata enamorado —le gritó burlón, elevando su voz sobre el clamor de la alarma.

   —Si, ¡lo que digas Elmer!

Morbius, sin girarse, levantó ambos brazos en escuadra mientras le mostraba ambos dedos medios; dejando tras de sí, un denso camino de humo y un cruento recordatorio para Ariel.

El verdadero perro en aquella retorcida amistad, no era Morbius. Era él.

De pie ante ese jodido recordatorio donde el conocimiento, era el indicativo de poder.

El día pactado por Ariel llegó, para su desgracia y hasta ese día, Ángel había estado preparando el terreno con Alan, tal cual se lo pidió Ariel.

De vez en cuando, iniciaba charlas cortas con el pecoso, con la excusa de que necesitaba un lápiz o un borrador prestado. De esta forma, su interacción, resultaba totalmente natural para Alan y no tan repentina.

Además, en ciertas clases, aprovechaba el cambio de maestro para platicar de forma más fluida con él. Esto gracias a que, en algunas materias, como por ejemplo, en la que impartia el profe Gabriel; el moreno tenía prohibido estar junto al pecoso, siendo enviado a otro lugar por platicar mucho en clase, en lo que era el típico movimiento ganador de los profesores; separar a los amiguitos del grupo en clases.

Aunque esto, a veces no era suficiente, ya que cuando el profesor se volteaba, entre el ruido y movimiento de los compañeros, este par se hacían señas o incluso, se molestaban con aviones o bolas de papel.

Aun así, esto resultaba favorable para Ángel; quien tenía más libertad de platicar con él, ya que al no tener a Joel en la banca de al lado, Alan no tenía la necesidad de cortar la conversación y seguir prestando su atención al moreno.

A su ver, la forma en que había llevado las cosas, resultó favorable. Ya que la confianza de Alan, iba en ascenso

«Y, ¿si le digo?» Se preguntaba cuando los veía en el receso. Ahí, junto a su primo y Samuel, disfrutando de un día más, rodeado de las idioteces de las que eran capaces sus amigos.

   —¿Ya has preparado el terreno? —le preguntó Ariel una mañana, a sus espaldas.

Era la hora del receso y todos estaban inmersos en su propio mundo. Disfrutando del descanso. Mientras él, observaba aquel pequeño grupo de cuatro, desde lejos. Todos reían de la vagancia que Joel le había hecho a Alan, mientras éste, molesto, comenzaba a corretear al moreno entre las canchas, esquivando balones y personas.

Ángel asintió. —Si, todo va bien.

   —Qué bueno. Recuerda que es este sábado, Angelito. No vayas a fallarnos.

Ángel tragó saliva, maldiciendo su mala suerte. Esperando un milagro, una señal para atreverse y hacer lo correcto.

Sin embargo, el sábado llegó y ni una señal recibió.

Ángel, no tuvo de otra más que seguir las indicaciones del líder, esperando así, en la puerta del parque hundido. Sentado en la jardinera debajo de un árbol. Nervioso y asustado.

No había señales de su compañero, quien iba tarde por diez minutos. No sabía a ciencia cierta a quién enviaría. Por algún motivo, cuando habló con Ariel el viernes, éste aún no había decidido a quien le asignaria.

En ese momento, Ángel pensó que tal vez, era bueno no tener compañero; que así, le daría más tiempo para buscar la mejor forma de zafarse de esa incómoda y horrible situación. Sin alguien a su lado, podría avisarle a Alan. Advertirle. Pedir su consejo. Tal vez...

Sin embargo, Ariel había tomado la decisión de que se realizaría el trabajo ese día, sí o sí. Y para ello, le aseguraría un compañero para que nada, saliera mal.

Ángel tenía ganas de vomitar. No soportaba la idea de tener que entregar vilmente al pecoso. Aprovecharse de la confianza que este le tenía y dejar que le hicieran daño.

Si bien, no eran amigos como tal, a Ángel le agradaba el pecoso. E incluso en varias ocasiones, llegó a pensar que sería agradable ser su amigo.

Al principio, tuvo que abstenerse de ofrecerle su compañía, aunque era obvio que el pecoso deseaba que lo invitara a unírsele en el receso. Pero esto era impensable, ya que, al iniciar el receso, Ángel debía salir corriendo directo a la cooperativa para comprarle el lonche a Rubén y a Lucas.

En esas circunstancias, hacerse amigo de Alan, le hubiese parecido una crueldad. Al verlo más pequeño que él, con una apariencia a todas luces inofensiva, sería como mandarlo al matadero solo por ofrecerle su amistad.

Cuando llegó Joel, entró en pánico al ver que éste, se lanzó de lleno hacia el pecoso; pensando en que lo había adoptado como su nueva víctima. Trató de salvarlo aun cuando él estaba hundido en el lodo hasta el cuello. Pero para su sorpresa, aquel par se llevaban bien. Y pronto, se hizo evidente que lo suyo, era una amistad y no un contrato entre víctima y bully.

Después, escuchó de la golpiza que ese par le propinó a Lucas y a Rubén todo por defender a Samuel, quien no la estaba pasando nada bien.

Cuando sucedió aquello, deseó vehementemente que eso hubiese pasado mucho antes. Antes de ser entregado al ''círculo'', como gustaba llamarle Ariel a su grupo.

Tal vez, de haber derrocado a ese par de idiotas un par de semanas antes, él, a esas alturas, sería completamente libre.

Pero le cortaron las alas desde el momento en que esos desgraciados lo ofrecieron a Ariel en un tonto deseo de pertener al "círculo". Ahí, Ariel le dio a elegir entre ser la víctima o el verdugo. A
Y en la mitad del bosque, fue donde el lodo y el miedo, lo consumieron por completo mientras, con un palo, golpeaba a una de las víctimas que "cazaron" esa tarde para su iniciación obligada.

La víctima, por desgracia, era una niña muda del pueblo vecino, que tuvo la mala suerte de vagar por el bosque y toparse con aquellos enmascarados conformados por un grupo de 9 en ese entonces. Ni siquiera fue capaz de ver a sus captores, quienes, desde el segundo uno, cubrieron su cabeza con un costal.

Por su parte, Ángel tampoco vio cómo quedó su carita después de los golpes que tuvo que darle. Solo vio el costal con que cubrieron su cara, manchado de sangre.

   —¡Bien hecho! —lo felicitó Furcio.

   —Así es la supervivencia, amigo. Tú, o ella. Piensa que, pudiste estar en su lugar; y nosotros, no íbamos a ser tan amables como tú lo fuiste — lo consoló Ariel —. Elegiste bien.

Esa tarde no tan lejana, Ángel vomitó sus entrañas hasta que sintió que la garganta le ardió. Lloró hasta secarse el alma y trató de decidir cuál sería su siguiente paso.

Rubén y Lucas, se aprovecharon de él, tomaron su alma, y se la vendieron al diablo sin consultarlo al dueño. No era su culpa. El solo había confiado en las personas equivocadas y ellas, se encargaron de arrastrarlo a su juego.

«Puedo decirle a mi mamá, ella sabrá que hacer» pensó, decidido.

Sin embargo, desechó la idea. Su madre estaba delicada de salud. Una noticia así, junto a todo lo que acarreaba, le sentaría fatal.

«A los policías» pensó después.

Pero sintió miedo. Además, sin duda, ellos tendrían que comunicarlo a su madre, y el impacto sería aún más grande. Luego... ¿Tenía evidencia? No. Era su palabra contra la de 8 personas. ¿Podía conseguirla? Si. Pero para ello, debía sumergirse en el ojo del huracán.

«Puedo llevar a la policía. Un día que vuelvan al bosque...puedo llevarlos. Pero, tengo miedo. Morbius podría darse cuenta. Su papá fue policía, y su tío aún lo es. Si menciono algo, sin duda ellos lo comentaran. Se dará cuenta...y será mi fin.»

Solo era un niño, y la idea de hablarlo con un adulto era más fácil que llevarlo a cabo. Las consecuencias eran muchas, pero por desgracia, no podría saber cuál penitencia le tocaría pagar ahora, ya que sus manos estaban manchadas por la violencia.

«Debí hablar, cuando Rubén y Lucas comenzaron a joderme la vida» se arrepintió. «Tal vez, no estaría tan asustado, No estaría en esta situación»

   —Ey, ¿vas a hacerme caso o no? — lo llamaron de repente, sacándolo de sus pensamientos —. ¡Dios! ¡Por fin! ¡Te aventaste un buen viaje amigo!

Ángel dirigió su vista hacia su interlocutor. Por un momento había olvidado por completo donde estaba.

   —Hola...perdón. ¿Eres el nuevo? Es que no te había visto...

   —Sip, soy ''Cabeza de yute'', o, ''El niño de yute.'' Al menos, en lo que tengo una máscara decente. Un gusto. Seré tu compañero en este trabajo —y sin más, extendió su mano hacia Ángel—. Mi nombre es Álvaro.

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