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28 - Beautiful Boy

La tierna y oscilante luz de su lámpara de noche, se apagó de repente, sumiéndolo en una aterradora oscuridad que le arrebató un grito desbordado en llanto.

En cuestión de un minuto, su padre lo llamó con voz conciliadora, abriendo la puerta y accionando el interruptor que permitiría a la luz del foco de su habitación, llenar cada pequeño espacio donde las tinieblas yacieran.

Alan lo miró entre la laguna de lágrimas que ahogaban sus inocentes ojos mientras Mateo se acomodaba rápidamente sus lentes de montura gruesa, los cuales, estaban cómicamente torcidos; además, tenía su negro cabello alborotado y durante su carrera al rescate de su primogénito, dejó una de sus sandalias a mitad del pasillo.

El reloj marcaba las 2:02 a.m., y, para entonces, el silencio de un jueves por la madrugada imperaba en las calles y casas vecinas.

—¿Qué pasó mi niño? — dijo con la voz más suave del mundo, acercándose a él y recibiéndolo en sus brazos.

Alan, aferrado a él cual bebé koala, aun sollozaba. Al ser un pequeño de apenas 7 años, no lograba manejar bien el pánico que le provocaba la oscuridad.

Su padre, con una suave sonrisa en sus delgados labios, se tambaleó de un lado a otro para adormecer los miedos de su hijo hasta que los sollozos, se transformaron en pequeños espasmos acompañados de un ligero hipo.

Tomó asiento en la cama y acunándolo entre sus brazos, siseo suave y melódicamente a un ritmo que resultaba ser un gran sedante para los sentidos alterados del pequeño que tenía entre brazos.

—Ya, ya...papá está aquí— lo consoló —. Yo te protegeré y traeré la luz a tu cuarto nuevamente. ¿Te parece? — Alan solo asintió, brindándole una sonrisa que aliviaba el alma de Mateo y le brindaba un poder único que lo impulsaba a hacer cuanto pudiese para mantener esa sonrisa.

Alzó a su pequeño en brazos y lo llevó consigo hasta la cocina, donde, en una alacena arrinconada y olvidada, guardaban algunos focos de repuesto. Tomaron uno y pronto lo colocaron en la lámpara mágica del pecoso, la cual, sin perder tiempo, volvió a iluminar su habitación con aquellas hermosas figuras de estrellas, lunas, pequeños astronautas y aliens amistosos que volaban entre el espacio, montados en cometas y bellos cohetes.

Todo rastro de miedo y pena desapareció del rostro de Alan, quien sonrió al ver a sus amigos nocturnos flotando alrededor de sus azules paredes, dispuestos a proteger su sueño como siempre.

Mateo apagó la luz del foco permitiendo a la lámpara, destacar con sus imágenes giratorias; lo cobijó, y con su voz rasposa, comenzó a entonar la canción favorita de Alan; esa misma que, cuando Mateo era apenas un muchacho de 15 años, prometió, sería la canción que entonaría para sus futuros hijos y con la cual, recibió por primera vez a su pequeño en brazos, un lluvioso 9 de septiembre.

Close your eyes...

Have no fear

Alan se acurrucó a su lado, escuchando la voz de su padre mientras miraba como era rodeado y protegido por su propia y pequeña galaxia de luz.

The monster's gone...

He's on the run and your daddy's here

Sentía como la mano de Mateo acariciaba su cabeza, arrullándolo con su amor y el tenue aroma a café azucarado que imperaba en su bata.

Beautiful, beautiful, beautiful

Beautiful boy...

Mateo, bajando el volumen de su voz, vio como Alan de apoco, se sumía en el sopor de un dulce sueño. Contemplando con agrado, como sus espesas cortinas negras cobijaban sus verdes ojos entre los sortilegios que un cómplice Morfeo le cantaba al oído.

«Si Morfeo entonara una canción para dormir a mi hijo...creo que sería justo esta canción» pensó divertido. «Si no...la verdad te falta visión, señor dios del sueño»

Dejó pasar varios minutos para asegurar que el sueño de su hijo no fuese perturbado al momento de soltarlo e irse a descansar.

Alan tenía el sueño ligero, así que soltarse de su abrazo, era sin duda una tarea digna de ser considerada en misión imposible. Tomó aire y mientras se zafaba de apoco, derritiéndose al borde de la cama, sentía como la risa quería ganarle.

Las contorciones que debía hacer por su hijo, eran una maravilla sin duda; 《es una lástima que Esther no esté viendo esto. 》 pensó, feliz de corroborar que aún había elasticidad en ese cuerpo de artista atrofiado.

Ya libre de las garras de su amorosa fierecilla, dejó la puerta entreabierta y la luz del pasillo encendida, por si volvía a fallar la lámpara, mínimo que algo de luz entrara a la habitación de su hijo.

—¿Ya se calmó? —le preguntó Esther cuando volvió a la habitación.

—Sip, bebé despachado, embalado y enviado por paquetería al mundo de los sueños de aquí a mañana.

—"¿Bebé?" Ya tiene 7 años...no es la edad para comportarse así y mucho menos para llamarlo bebé. ¿Al menos no mojó la cama?

—Oh mi vida, sé que te molesta que te despierten a deshoras, pero no es para que la lleves contra Alan...

—Te hice una pregunta, respóndela Mateo...

Su esposo entornó los ojos, conteniendo su molestia.

—No, esposa mía. No se orinó encima está vez.—dijo besando su lánguida mano.

Esther suspiró: —No la llevo contra él, si no contra el hecho de que lo estás malcriando y consintiendo demasiado. Tiene papitis aguda.

—Cielo...sigue siendo un niño. Dentro de unos pocos años, dejaré de ser su héroe y, al contrario, se avergonzará de muchas cosas que hago hoy día. Tal vez para ti no signifique gran cosa, pero al menos yo, quiero aprovechar al máximo a mi niño... ¿Eso está mal?

Esther lo miró con los ojos entrecerrados, meneó la cabeza y simplemente, se acomodó a dormir.

Ante los ojos de cualquiera, la relación de padre e hijo que existía entre ellos, era una muy sana y hermosa. Incluso cuando la profecía de Mateo se cumplió y Alan comenzaba a sentir vergüenza por las muestras excesivas de afecto que su padre le propinaba en espacios públicos, en el fondo, el pecoso agradecía y le alegraba saberse amado por alguien en el mundo.

—Quédate quieto ahí, pequeño guerrero espacial —le pidió su padre la tarde antes de su cumpleaños número 8, mientras corría por su libreta de bosquejos—. ¡No te muevas!

Alan intuía lo que se venía. Unos minutos de inmovilidad manteniendo cuanto se pudiese esa misma postura hasta que su padre terminara de bosquejarlo.

—¡Está es la buena! Se llamará, "el pequeño hombre soberbio" —exclamó Mateo, emocionado mientras tomaba asiento frente a él.

—¿Soberbio? ¿Qué es eso?—preguntó curioso el pequeño pecoso.

Mateo sonrió y respondió. —Orgulloso.

—También significa pedante, vanidoso, petulante y altivo —añadió Esther, saliendo de la cocina con una copa de vino en mano—; en pocas palabras, creído e insoportable.

—¡No, Esther! Yo lo digo por "orgulloso" —se apresuró a aclarar Mateo —. Es solo que, en ese momento, tenía los aires de un poderoso guerrero, y debía retratar a mi pequeño Leónidas

—Si, lo que digas —Esther estaba de malas y cualquier cosa que saliera de labios de su esposo la irritaba. Se sentó en uno de los sillones de la sala, a sus anchas, y se dedicó a beber de su copa sin más.

Mateo la observó, apretando la quijada para después, tomar aire y encogerse de hombros; no permitiría que ese momento se fuera a la basura como muchos otros por culpa de las actitudes de Esther. Ya habría tiempo para hablar con ella a solas.

Regresó su vista hacia su ya cansado modelo y continuó con su faena, emocionado. Admirando a su hijo con los ojos de un artista y un padre amoroso, en cuyos cuadernos de dibujo, además de encontrar cientos de bocetos tanto de aves, catedrales, insectos y objetos; como de animales domésticos y gente extraña que veía pasar por la calle, se encontraban una cantidad aún más grande de dibujos de su esposa y su hijo.

Siempre que Mateo los dibujaba, con un tono de alegría, se repetía a sí mismo una y otra vez: "Este será el bueno...", mientras Alan, solo lo dejaba ser y le daba el gusto de dibujarlo, Esther renunció a ser su musa, y con ello, escapaba de su visión cuando Mateo planeaba dibujarla.

Con el paso del tiempo, Esther, día con día, se volvía más hermética y lejana. Se enojaba con facilidad y se escudaba en su frustración para hundirse en la bebida.

Su humor era ácido y su apatía aumentaba en torno a su agresividad, lo que despertaba en su hogar, constantes peleas que Esther ganaba ya que, al ver perdida la contienda, se lanzaba a manotear al pobre Mateo, quien solo metía las manos para defenderse.

Mateo odiaba las discusiones, y más con su esposa. La amaba perdidamente al igual que a su hijo. Ellos eran su mundo entero, y tener que vivir así, derrumbaba bastante la idea de "familia feliz" que buscaba.

Desde que tenía memoria, soñaba con tener una amorosa esposa y un hijo al cual abastecer de kilos y kilos de amor. Formar una bella familia donde las risas, el respeto y el afecto no faltaran, ya que, en su hogar, jamás hubo ni una pizca de eso.

Cuando conoció a Esther, juró que ella era la mujer más bella que jamás había visto. Era sexy, fuerte, decidida y muy inteligente, además de hermosa y explosiva. Al segundo, Mateo comprendió que debía pasar el resto de su vida junto a ella. Y aunque en un inicio le costó conquistarla, los sentimientos se dieron y florecieron.

Logró que la mujer analítica, lógica e intimidante, se enamorara del loco soñador, bohemio y tranquilo ser humano que el representaba y que ningún padre quisiera para su hija.

Iniciaron su relación cuando ella tenía 19 años y el 21, y ambos, después de meditarlo un poco, se casaron a los dos años de noviazgo.

Cuando dieron la noticia, sus padres trataron de oponerse; era muy pronto para contraer nupcias y aun les faltaba madurar en ciertos aspectos. Esther estaba estudiando derecho,

y Mateo necesitaba un trabajo estable con el cual pudiera brindarle una vida digna a Esther.

Sin embargo, eran un par de jóvenes enamorados, guiados por los perfumes del romance y la ensoñación.

Se casaron a pesar de las advertencias de sus padres, y como pudieron, ambos construyeron un futuro estable, que requirió de mucho trabajo y esfuerzo por ambas partes. Pero eran felices; se sentían como dos ruiseñores construyendo su nido de amor.

Para cuando llegó Alan a sus vidas, al menos podían poner un techo sobre su cabeza y darle una vida digna, la cual, mejoró cuando Esther consiguió ganar su primer caso como abogada. Un caso que pertenecía a una familia adinerada que la adoptó como su abogada de confianza, recomendándola a quien la necesitara.

Además, para entonces, Mateo trabajaba dando cursos de pintura y dibujo junto a su pequeño acompañante, el cual colgaba grácilmente en una cangurera mientras su padre daba clase.

Todo marchaba relativamente bien, sin embargo, la familia feliz a la que aspiraba comenzó a eclipsarse de apoco gracias a los cambios de humor tan abruptos de Esther.

Había días en los que la energía y el buen ánimo la embargaba y se volvía el sol de su hogar. Pero había otros, en los que caía en una depresión tal, qué la obligaban a beberse al menos una copa de vino y tumbarse a dormir cuanto pudiese.

Se irritaba con una absurda facilidad, y eso aumentó las peleas entre ellos, mientras Alan, quien presenciaba las discusiones, gritos y golpes, comenzó a tener un comportamiento hostil y agresivo con sus compañeros en la escuela e incluso, en su propia casa. Esto, hizo que todo empeorara aun más. Era Mateo contra dos fieras territoriales que comenzaban a pelear entre sí.

Su adorable niño, ahora le respondía a su madre con impertinencia, mientras Mateo, debía interceder entre los dos para evitar que Esther golpeara a su hijo. Sin embargo, la noche en que Alan cumplió 10 años y éste, decidió romper la botella de vino de su madre, en lo que fue un desfalque de desesperación al haber pasado su día especial sin interactuar con ella gracias a su querido vicio, las cosas cayeron en picada.

Muy en el fondo, el pecoso esperaba que ella entrara en razón, justo como en las películas donde, al abrir tu corazón y decir lo que sentías, la persona en cuestión tomaba conciencia de sus actos y cambiaba por el poder del amor.

Pero todo lo que recibió fue una bofetada, a la cual le siguió otra, y otra, y otra...esto, hasta que su padre, ante el griterío, apareció para detener a Esther, quien rabiaba de ira, negándose a soltar al pecoso, quien intentaba zafarse del agarre que oprimía su cuello. Como pudo, Mateo alzó a su esposa, recibiendo codazos y patadas mientras Alan, corría a encerrarse a su habitación.

—¡Esther! ¡Para, por favor! ¡Es tu hijo, por dios! —suplicaba Mateo, pegando su espalda a la pared y cayendo al suelo lentamente, sin soltar a su esposa, quien de tanto forcejear, terminó por agotarse y solo respiraciones rápidas y pesadas, quedaron como señal de su ira —. Ya estoy cansado —musitó, colocando su frente en la espalda de Esther. 

Las lágrimas cayeron por su rostro entonces y la desdicha lo acogió entre sus manos. El corazón se le abría en dos mientras aquello que tanto luchó por construir junto a su amada, se desmoronaba.

》—Eh aguantado demasiado Esther. Llevamos años así...y se repite lo mismo una y otra vez e incluso ha empeorado, ya que está afectando a Alan.

—El no debió romper la botella. Era mi momento de paz, Mateo. ¿No pueden darme siquiera eso?

—¡Tu no pudiste darle siquiera su abrazo de cumpleaños a tu propio hijo! ¡Su cumpleaños terminó, y todo lo que recibió de ti fueron bofetadas y gritos! ¡Trataste de ahorcarlo mujer!

—¡No lo estaba ahorcando! —mintió, tratando de zafarse.

—Quiero el divorcio — dijo con gélida voz, haciendo que Esther se quedara inmóvil.

—¿Qué? ¿Cómo que quieres...?

—Y quiero la custodia de Alan. Tu no estas bien. No lo soportas.

—¡Es mi hijo, Mateo! ¿¡Como puedes decir eso?!

—¿Cuándo fue la última vez que lo abrazaste? Si yo no lo recuerdo, menos él. Es mejor dejar las cosas por la paz. Ya estoy cansado de esto. Por más que trato nada funciona. Intento entenderte, apoyarte, pero tú no te ayudas. ¿De qué sirve que me desgaste tanto por nuestra relación, por tu salud, si tu no me ayudas con lo mínimo?

—¿Qué dices?...

—Tus medicamentos. ¿Pensaste que no me daría cuenta? Los has estado votando por el desagüe...además, no has estado yendo a tus terapias. la Dra. Agatha llamó la semana pasada. ¡Lleva semanas buscando hablar conmigo y por algún motivo no lograba contactarme! Resulta que le diste un numero falso. ¿Por qué te haces esto, Esther?

—¡¿Insinúas que es mi culpa estar así?!—Esther trató de zafarse de su agarre nuevamente, sintiendo las lágrimas de Mateo mojar su hombro y recorrer su espalda a medida que sus brazos la apresaban con más fuerza.

—Nunca diría o insinuaría algo así Esther. Se escapa de tus manos, lo sé, pero tomar tu medicamento y...

—¿"Y" qué? ¡Sabes que eso solo me atonta!

—Podías habérselo dicho a la Doctora y no quitarte el medicamento así, por tus ganas.

—¡Sigues culpándome! ¡Yo soy quien está mal! ¡Quien siempre se equivoca! ¡El maldito ogro de esta casa! ¡Pero al mismo tiempo, soy yo quien los está manteniendo a ambos!; ¡porque tú no eres bueno de encontrar un trabajo decente!

—¡Es cuestión de tiempo! ¡Sé que mi arte pronto dará frutos! — Esther repartió tantos codazos como pudo, hasta que Mateo no soportó más y la liberó, cediendo por completo a la desolación.

—¡Te la vives encerrado, drogándote con ese pestilente aroma a aguarrás, mientras haces tus horribles pinturas y yo, allá afuera, partiéndome el lomo y la cabeza!, ¡enterrada entre documentos en medio de un nido de víboras mientras mi jefe no hace más que acosarme!

—Ya hablamos de eso. Te dije que abandonaras ese lugar. Hay mas despachos donde puedes ir. Te dije que yo me encargaría...

—¿Encargarte de qué? ¿De matarnos de hambre?

— Creí que tenías fe en mí...

—¿Fe? Esto no se trata de fe, Mateo. Se trata de resultados. Una persona no puede vivir de fe y esperanzas mientras el hambre aqueja y el sistema nos consume en cuentas por pagar.

Esther observó a su esposo unos segundos, y sin pensarlo más, caminó hacia la puerta, tomando las llaves del auto.

—¿A dónde vas? —La voz de Mateo sonaba apagada, desgarrada y triste.

—¡Está muy claro que en esta casa no aprecian nada de lo que hago por ustedes y solo soy una carga! ¡Así que me largo! ¡Mañana mismo tendrás los papeles del divorcio!

Cerró la puerta de golpe, impidiendo que Mateo respondiera y dejando tras de sí, un silencio sepulcral.

Mateo escuchó a su hijo llorar en la habitación, uniéndose a él en sus penas.

Mateo era consciente de la gran labor que Esther desempeñaba para mantener los pilares de su hogar estables, tener comida en el refrigerador y poder pagar los servicios; además, era consciente de que últimamente, el no aportaba mucho a la casa en cuanto a dinero se trataba. Pero apoyaba en las tareas del hogar y hacia todo lo posible por salir adelante. Desde la pandemia que los aquejó, comenzó a dar sus clases de pintura y dibujo de manera virtual para así, ayudarse un poco. Además, sus pinturas no eran un total fracaso. Consiguió vender varias de sus obras por internet, y de cuando en cuando, le pedían retratos o pinturas muy específicas para adornar algún espacio de la casa.

Si bien, no era un dinero estable, sin duda, cobraba bien por su trabajo.

Como pudo, Mateo se obligó a ponerse de pie, caminando como un zombi hacia la habitación de su hijo. Dio dos golpes, un espacio de silencio, y tres golpes después. Era la señal y pronto, la puerta se abrió.

Su hijo estaba justo detrás de la puerta, vuelto un ovillo mientras lloraba. Podía aguantar los gritos e insultos de su madre, estaba acostumbrado a eso. Pero los golpes que le propinó, eran un tipo de violencia que jamás creyó sentir por parte de su familia. Las mejillas le ardían, pero su orgullo, había colapsado. Al menos, así se sentía entonces, mientras la ira iba germinando en su interior. Era pequeña, apenas una partícula de emoción aislada, pero presente.

—Ven para acá, chiquito mío— dijo Mateo, abrazándolo, permitiendo que el pecoso llorara hasta secarse.

—¿A dónde fue mamá? —Preguntó Alan cuando ya no había más espacio para las lágrimas.

—Seguramente va camino a la casa de una de sus amigas, donde beberá hasta las chanclas

Alan sorbio la nariz, secando sus lágrimas con su antebrazo: —¿Estabas llorando, papá?

—Decirte que no, seria mentirte— Admitió con la voz ronca.

—Entiendo...Y ¿No iras por ella?

—Si, en un momento iré. Solo quería venir a verte —Mateo despeinó su cabeza azabache —. Te amo mi niño. Eres mi universo entero... ¿lo sabes? —Alan asintió, percibiendo su aroma mientras cerraba los ojos; una mezcla de vainilla, dulce de leche, y notas de café dulce —. Me alegra que lo sepas; porque no hay un solo día en que no me sienta orgulloso de lo que eres, pequeña fierecilla espacial.

—¿Aunque me hubiese portado mal con Omar? — Alan se miraba avergonzado de sus actos. Siempre, ante su padre, mostraba ese lado humano, frágil e infantil que representaba su verdadera esencia.

—A pesar de eso. Que eso no quita que hicieras mal, pero lo bueno es que te avergüenzan tus acciones y confió en que te portaras mejor con tus compañeros.

Alan lo miraba atento, mientras Mateo depositaba un beso en su frente, mientras lo estrechaba con fuerza. Le hizo coquillas con su creciente barba y le sacó un par de carcajadas al pecoso.

—Muy bien pequeñín, iré a buscar a tu madre. No debe estar muy lejos. Estaba medio ebria, con algo de suerte apenas está llegando al primer piso.

Mateo se levantó y mandó a su hijo a dormir, prometiéndole volver cuanto antes.



El 9 de septiembre, como un rio de agua fría llenando sus pequeños pulmones, la noticia de que su padre había muerto lo hundió en un silencio absoluto.

El mundo, las voces, los pasos, las risas...todo, había entrado en una realidad alterna.

Después de que salió a buscar a Esther, el destino cruzó sus pasos con la gente equivocada, que, en las sombras de la noche, no dudaron en elegirlo como su desafortunada presa. Su cuerpo fue encontrado en un callejón dos días después, acuchillado y despojado de sus pertenencias.

El mundo de Alan se derrumbó.

Y Esther, cargó con una culpa que tal vez, no le pertenecía del todo.

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