26 - La maldición de Montesinos.
Las cosas en Montesinos comenzaron a empeorar después del secuestro de Alan.
Por una parte, las autoridades no lograban dar con los secuestradores del pecoso, quienes, según los testimonios que brindaron Joel, Ariel, y el propio Alan, no debían pasar de los 16 años.
Este factor, seguido del anonimato, solo complicaba las cosas ya que, si bien, la población estaba de acuerdo en que atraparan a los culpables, cuando se colgó la posibilidad de que bien, podría ser cualquiera de sus hijos, debido a la edad de los perpetradores, el poblado se horrorizó y cerró ante la idea. Después de todo, a nadie le gustaría enterarse de que su hijo, forma parte de un grupo de secuestradores sádicos.
Este hermetismo, les imposibilitaba tratar con aquellos menores de edad que bien podrían ser posibles culpables, esto, basándose en su expediente escolar. No era lo mejor, pero debían empezar por algo. Sin embargo, sin el consentimiento de los padres, era un tema bastante delicado que debía ser tomado con el mayor de los cuidados.
Además, sumado a a esta situación, los grupos delictivos de mayor peso comenzaban a esparcirse por la zona y con ello, el pánico se propagaba como la peste negra junto al apodo del "Huichol"; un narco de quien se tenia conocimiento, había estado oculto entre las tierras del pueblo Rojo, nombre que adquirió gracias a sus tierras porosas y coloradas. Sin embargo, algo lo había motivado a mudar sus pasos de aquel que ya era considerado su hogar, yendo así, a un sitio más verde y montañoso. Este hecho, ponía a los habitantes de Montesinos y de los pueblos aledaños, en el ojo del huracán.
Con estas noticias, pronto se tomaron medidas preventivas y se crearon grupos de padres de familia donde se organizaron para acompañar en todo momento a sus niños y adolescentes, impidiéndoles vagar solos por la calle sin la supervisión adecuada; ya fuese para entrar a la escuela, o a la hora de la salida, un grupo de padres y madres preseleccionados, esperaban afuera de las instalaciones por lo menos, a un grupo de 4 o 5 jóvenes para acompañarlos a casa y así, asegurarse de que todos volvieran con bien.
Esta simple acción, que requería el esfuerzo de unos cuantos que poseían el tiempo y la paciencia necesaria, provocó que todos entraran en una especie de sopor donde después de semanas, sentían tener el control sobre sus destinos.
Sin embargo, el cuervo de la calamidad graznó una helada tarde, y en un abrir y cerrar de ojos, dos niños de distintas familias desaparecieron
Con esa alarmante noticia, así como hicieron con el caso del pecoso, los grupos de búsqueda y rescate, conformados en su mayoría por hombres y elementos de la policía local, se propagaron; peinando la zona con temor, dolor, y altas dosis de adrenalina.
Mientras tanto, las personas que se quedaban en el pueblo, que eran en su mayoría mujeres y niños, crearon sus propios grupos entre las vecinas para, en casos de emergencia, correr y encerrarse en compañía de otras tres o cuatro mujeres junto a sus hijos o enfermos.
Así, pasarían el tiempo en compañía hasta que los grupos de rescate volvieran. Esto, era una forma de mantener el control y proveerse de una seguridad grupal si en todo caso, algún extraño quería entrar a una de las casas para hacerle daño a alguien. Así, se tocaría con algunas casas vacías, y con unas pocas, repletas de mujeres dispuestas a proteger a su familia.
Esa helada tarde, Rosario cerró sus puertas y ventanas; tomó su bolsa de mandado y en un grito, llamó a Joel, quien bajó con una pequeña mochila colgada a su espalda; justo como habían acordado en la reunión de vecinos, dos semanas atrás.
—¿Llevas todo?— preguntó Rosario, revisando una vez más su bolso.
—Sí. ¿Ya le avisó a Liliana que vamos para allá?
—Si, en cuanto nos avisaron de esos pobres niños, le marqué. Hay que apurarnos. Quiero estar en su casa antes de que se vayan estos hombres a buscar a los niños.
Joel asintió y sin perder más tiempo, fueron hacia la casa vecina, donde la anciana Ruth, quien vivía sola y podía considerarse a esas alturas, parte de su diminuta familia, estaba lista, al pie de la puerta.
De camino, Joel les pidió pasar por Samuel, ya que el padre del dulce niño gigantón, no volvería hasta más tarde y tendría que pasar la angustia encerrado solo en casa.
Fue una tarde extrañamente agradable. Rosario y Liliana se llevaban cada vez mejor y mientras esperaban señal alguna de los rescatistas improvisados del pueblo, mataron los nervios compartiendo recetas de cocina y viendo la novela que tanto le gustaba ver a Rosario y a la anciana Ruth.
Inclusive, invitaron a Liliana a su club de costura, donde más que coser o tejer, se la pasaban chismeando de lo lindo junto a otras vecinas; compartiendo quejas para aliviar las tensiones de su día a día, recetas e incluso, de cuando en cuando, bebiendo ante el atardecer en la terraza de Lorena, la amable mujer que prestaba su casa para las reuniones.
De esta forma, mientras ellas se olvidaban un poco de la tensión en la que era sumida Montesinos, los chicos, pasaban el tiempo en el cuarto de Alan; quien, a esas alturas, ya había sido interrogado por todo el pueblo y cuyo caso, estaba sujeto a investigación para así, tratar de dar con sus captores.
Joel había tomado asiento junto a Samy, recargando su cabeza sobre su hombro y aprovechando el calor que emanaba del cuerpo de su gran amigo bonachón. Este, por su parte, permanecía tranquilo ante el gesto de su amigo mientras trataba de armar un cubo Rubik.
Los primos, por su parte, lidiaban con la apabullante energía de Esteban y de Estela, quienes, trataban de entrar a la habitación, emocionados con la presencia de Joel y Samuel, queriendo así, pasar tiempo con los amigos de su hermano.
Al final, cansados de lidiar con ellos, no tuvieron más opción que dejarlos entrar a la habitación y así, una lluvia de preguntas se formó dentro de aquel cuarto.
Esteban, por su parte, interrogaba a Samuel respecto a su gran estatura. Quería saber todo acerca de cómo había logrado crecer tanto, qué comía y si había alguna especie de objeto que lo ayudara a ser así de alto en poco tiempo.
Mientras tanto, la bella y pequeña Estela, tomó asiento junto a Joel, procurando estar cerca de el. Al inicio hablaba muy poco, pero al ver la accesibilidad del moreno, comenzó a soltarse cada vez más, hasta que su propia tormenta de preguntas se formó sobre sus cabezas: "¿Te gustan mis zapatos?", "¿Se ve bonito mi peinado?", "¿Qué opinas de mi moño color arcoíris?", "Me gusta el color rosa...¿me queda bien?", "Está bonito mi vestido ¿verdad?"...
Alan la miraba irritado. Por un momento, entendió lo que debía sentir un hermano mayor ante la impertinencia e insistencia de los menores.
Sin embargo, Joel, divertido ante la dulzura de esa pequeña, solo le sonreía y la halagaba de buena manera: —Te ves bellísima, Estela. ¡Brillante como las estrellas!
La pequeña Estela se chiveaba solo con su presencia. Pero esas palabras, elevaron el sonrojo de sus pequeñas y tiernas mejillas, haciéndola llegar a su propio y desconocido límite.
Se levantó de un salto, le ofreció una eterna y chimuela sonrisa de mona lisa al joven de ojos grises y entre tambaleos nerviosos, tomó a Esteban de la mano y se fue a dar una vuelta por la casa, obligándolo a ir con ella mientras hacía caperuzas de la emoción.
Miguel suspiró.
—No puede ser. Le gustas a Estela —observó el castaño tapándose la cara e intentando disimular la risa mientras meneaba la cabeza —. No es personal, pero eres muy viejo para ser mi cuñado, Joel.
—¡Además de feo! — comentó Alan, sentándose entre Joel y Samuel.
—¡Ey! ¡Yo estaba ahí! —espetó el moreno, indignado —; ¿primero me dices feo y ahora ultrajas mi lugar chaparrito renegón?
—Shh...calla. Me toca a mi, cabezón; también tengo frío y Samy es super calentito —y diciendo esto, el pecoso abrazó como pudo al grandote, quien solo se dejaba querer.
—Pues ahora te aguantas. Vente Miguelon, hay espacio — lo invitó el moreno mientras abrazaba al pecoso y se unía a aquel lazo de fraternal calor.
Pronto, los tres estaban sentados al rededor del grandote, donde se abrazaban a él para retener el calor. El invierno en Montesinos solía ser cruel y despiadado; y sin calefacción, debían arreglárselas a como diera lugar.
Samuel suspiró.
Le gustaba estar con sus amigos en esos momentos de tranquilidad en que el frío y el encierro, los mantenía más unidos que nunca. Sin embargo, no podía evitar pensar en Álvaro.
A su ver, era un niño muy gritón y enérgico. Tanto así, que hasta al mismo Joel, lo llegaba a cansar por su hiperactividad; además, estaba sediento de atención y hasta cierto punto, resultaba ser algo grosero con tal de conseguirla. Pero, a pesar de todo, le agradaba bastante y sentía un extraño deber hacia él. Como un pensamiento intrusivo que le pedía una y otra vez ofrecerle su apoyo.
Siempre había escuchado que, en los grupos de amigos, cada integrante tenía esa persona con la que se llevaba especialmente bien.
Y su grupo no era la excepción a esa regla. Alan y Joel presentaban una de las afinidades más evidentes entre todos. Era fácil determinar que el lazo al que estaban atados, era capaz de resistir más allá del grupo que conformaban, e incluso, sobrevivir al paso de los años.
La relación de Alan y Miguel, tampoco se escapaba a su visión; sin embargo, al ser primos, era algo natural que dicho lazo sanguíneo, se fortaleciera con el tiempo.
Y él, por su parte, había formado un lazo con el morenito, quien de alguna forma, fue capaz de vibrar dentro de su tranquilidad gracias al maremoto que representaba Álvaro. Después de todo, al ser tan opuestos, lograban congeniar de buena manera.
Eran ese dúo que cualquiera que los viese, pensarían en que eran una amistad bastante peculiar.
Un pequeño niño moreno, caminando y brincoteando junto a un enorme niño güero, que solo asentía y escuchaba su alegato con agrado hasta encontrar el momento preciso de hacer reír al más pequeño.
Ambos, así como sucedía con Joel y Alan, se veían la mayoría del tiempo aun si ese día el grupo no se reunía. Esto sucedía debido a que Álvaro acostumbraba a visitarlo en su casa para pasar la tarde, ya fuese jugando videojuegos o viendo películas, jugando o simplemente, pasando el rato. Samuel, reconocía en su amistad un interés sereno, de esos que crecen en tranquilidad y confianza y la cuál, no tenía nada que ver con la admiración y emoción que Álvaro mostraba hacia Joel. Eran ramas muy distintas, sin duda.
—¿Pasa algo? —le preguntó Joel de repente, recargando su mentón sobre la cabeza azabache del pecoso.
Samuel negó con la cabeza.
Sabía muy bien que algo había pasado entre los primos y Alby; quien desde el día en que quedó en conseguir las llantas, se alejó de ellos abruptamente. Ya no lo buscaba ni llamaba; y si llegaba a verlo en la escuela, el morenito lo evadía, mientras conversaba con lo que parecían ser sus nuevos amigos.
Samuel tomó aire; si quería saber la verdad, ese era el momento. El grandote, temiendo lo peor, se armó de valor y sacó el tema, mientras la pregunta brotaba de sus labios y el, encajaba sus ojos de miel en sus nerviosos y gorditos dedos que como siempre, jugaban sobre su pancita.
Joel abrió los ojos, como quién es golpeado por detrás con un chorro de agua fría en pleno invierno, alejando su mentón de la cabeza del pecoso y apoyando la noción de Samy.
Los primos se miraron, indecisos, y con un gesto afirmativo por parte de Miguel, el pecoso tomó aire y relató lo sucedido aquella tarde que los motivó a cortar toda relación con el morenito.
Joel vómito.
Se sentía mal y trataba de deshacerse del cruel nudo que le atenazaba el estómago el cual se formó a medida que escuchaba lo relatado por el pecoso y el castaño.
Había esperado todo menos eso; y aun así, logró aguantar su malestar hasta el final.
Samuel había quedado muy afectado. Su sensibilidad salió a flote y se soltó a llorar por los dos, algo que el moreno agradeció en silencio, ya qué con eso, le ayudó a despejar un poco la mente mientras trataba de apoyarlo.
Pero ahora, minutos después, donde la tensión de la habitación se había logrado cortar con la pronta aparición de Liliana, el moreno pudo darse una escapada a ese maravilloso rincón de intimidad. El baño.
No podía evitar sentirse culpable, muy a pesar de que el no los había llevado a ese sitio. Para él, haber aceptado al morenito en su grupo de amigos era lo mismo que haber contribuido en aquella horrible acción.
No lograba comprender los motivos que impulsaron a Álvaro a hacer algo así. No se debía ser un genio para intuir que sus acciones habían sido a propósito.
La impotencia y la culpa apretaban su corazón mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
《Es la segunda vez que lloro en tan poco tiempo 》 pensó, mirando la palma de sus manos empapadas por su llanto.
La primera vez, fue cuando llegó al pueblo junto a Alan, después de haber sobrevivido a lo que fue el día más angustiante de su vida.
La cabeza le dolía. Comenzaba la deshidratación que el dolor y la tristeza provocan en medio de la desesperación. Ese llamado biológico que te recordaba que seguías con vida, y que no morirías de lamentos, pero si de deshidratación si seguías derrochando en lágrimas la poca agua que tu cuerpo aun poseía.
Al cabo de unos minutos, el llanto cesó y se obligó a levantarse. Bajó la palanca del váter para aparentar, y mojó su rostro reiteradamente.
Al mirarse al espejo, lucia cansado entre las gotas de agua que escurrían por su tez. De pronto su rostro parecía ser el de otra persona. Una carcomida por el tiempo y sus inminentes golpes repletos de crueldad.
《Que horror...》pensó, tallando sus ojos con cierta insistencia y presionando sus parpados suavemente, sumiéndolos en una breve oscuridad.
Cuando los liberó de la presión, sus ojos trataban de adaptarse de nuevo a la luz que entraba por la ligera transparencia de sus parpados mientras él, cuestionaba su siguiente paso.
Debía hablar con Álvaro. Desde que regresó a Montesinos, había notado que el morenito ya no se acercaba a él salvo que estuviese solo. Conversaban con naturalidad en dichas ocasiones, sin embargo, había veces en que el morenito acortaba la conversación con premura, alegando que tenía mucho trabajo por hacer.
Algo que no extrañaba a Joel, ya que tenía conocimiento de la situación de Álvaro, la cuál, lo impulsaba a tener muchos trabajos para poder salir adelante. Así que en ningún momento, se le cruzó por la mente que su evasión, se debía más que nada, a la amenaza del pecoso. Amenaza de la que se acababa de enterar minutos atrás.
Al abrir los ojos, divisó su imagen difusa en el espejo.
《Aunque si hablo con él, no se qué ganaré. Quiero ayudarlo...pero no sé cómo. Anda por mal camino...si lo dejo, se perderá; no quiero eso. Pero...¿Como puedo ayudarlo? 》
Un lio se formaba en su cabeza mientras su corazón despegaba de un salto, llegando hasta su garganta y palpitando con gran velocidad a pocos centímetros de salirse por su boca. En el reflejo del espejo, su rostro mancillado le sonrió.
Su ojo derecho, había perdido su precioso color gris y ahora, estaba envuelto en una nubosidad blanquecina y acuosa que le erizó la piel. Asustado, palpó el área que rodeaba su ojo, como si con eso pudiese disipar semejante estado.
Sin embargo, mientras tocaba su piel, gotas carmesíes se desprendieron de ésta. Eran como preciosos rubíes cristalizados, mientras su piel, se agrietaba y desmoronaba veloz y pavorosamente ante él. Invadido por el pánico, abrió la boca tratando de gritar, consiguiendo expulsar de ella, cual perlas ensangrentadas, sus blancos dientes que caían uno a uno, directo al lavabo.
La luz comenzó a parpadear y el mundo, a temblar de nuevo.
Ahogado en un pánico silencioso, Joel se sentó en el suelo, volviéndose un ovillo mientras se cubría la boca con una de sus manos y, con la otra, presionaba su pecho.
《 ¿Cómo puedo pensar en salvar a alguien... 》pensó, en un eco difuso.
Había tristeza, miedo y un fuerte sentido de abandono en su voz interior.
—Joel... ¡Joel!, ¿Estas bien? —la voz de Alan lo llamaba de repente entre una absurda lejanía; oscura e intangible ante sus miedos.
《¿Como quiero hacerlo...si ni siquiera puedo salvarme a mí mismo? 》
Sentía mucho frío, y con ello una corriente de aire mezclada con un suave aroma a suavizante y albahaca...o ¿era menta? No importaba en realidad; era un aroma agradable, que de apoco, lo acercaba a la tranquilidad y con ello, al llamado del pecoso, cuyo tono de voz, denotaba una profunda preocupación.
—Joel...menos mal que estás vivo — suspiró—; Espera aquí, iré por tu mamá...
La mano de Joel aprisionó su muñeca con cuidado, y articulando un suave pero autoritario ''no'', impidió que el pecoso lo abandonara. Acomodó su cabeza, la cuál, intuía, estaba sobre las piernas del pecoso, y con un par de movimientos ligeros, restó la tensión generada por la posición tan poco natural en su cuello.
—Dime algo chaparro...mi cara. ¿Cómo es? ¿Se ve muy mal?
—¿Q-que pregunta es esa?¿Te está dando un derrame cerebral o qué? —preguntó nervioso, desviando la mirada cuando Joel abrió los ojos, reflejándose por completo en ellos. Corroborando entonces que, efectivamente, su cabeza estaba recargada sobre una de las piernas del pecoso.
—Quiero saber cómo es mi rostro...
—Oye, si es porque te dije feo...te he dicho peores cosas. No pensé que te ofenderías...
Joel lo observó con atención, incomodando aún más a Alan. En su rostro no había preocupación, miedo o asco. Solo una mirada esquiva y un tenue rubor. No tenía por qué preocuparse entonces.
—¡Estoy jugando, bobo! ¡Solo quería incomodarte! — Joel se incorporó de un impulso, y mientras le daba la espalda al pecoso, pasó discretamente su lengua sobre sus dientes. No faltaba ni uno solo. Tambien, tocó su rostro. Era suave y no le faltaba ni un solo poro.
—¡Uy si, mira que incómodo me siento!, pero bueno; ¿Qué te pasó? Venía a decirte que ya estan abajo, esperándote para la comida y entonces escuché el guamazo que te diste. ¿Te resbalaste o qué?
—Ya te la sabes, a veces estoy medio menso —se excusó.
Ambos se levantaron del suelo y Joel se miró al espejo mientras lavaba sus manos. Efectivamente, su rostro no había cambiado ni un ápice.
—¡Ya, estás tan chulo como siempre! —exclamó el pecoso —¡vámonos, que me cago de hambre!
Alan se dio media vuelta, adelantándose.
Joel río por su respuesta tardía, mientras el pecoso, se coloreaba en tonos rojos por la vergüenza.
Ese bello paraíso entre las montañas boscosas, poseedor de una flora y fauna impoluta; de apoco, parecía convertirse en un infierno ante la percepción de los habitantes, quienes, a tan solo una semana de la desaparición momentánea de Alan en el mundo, quedaron horrorizados con el terrible hallazgo ocurrido esa misma tarde.
A las 6:45 p.m., a orillas del rio, un par de cuerpos mutilados aparecieron; manchando sus cristalinas aguas con ese liquido carmesí tan vital y precioso para los seres vivos.
La noticia voló como el viento. Sin embargo, los detalles se mantuvieron privados desde el primer momento, para salvaguardar la identidad de las victimas; lo que provocó que los rumores se condensaran y se elevaran de boca en boca, deformando la información.
Lo único que cuadraba en ese mar de chismes mal informados, truncos y mezclados, fue que ambos cuerpos pertenecían a personas muy jóvenes.
Al par de niños desaparecidos. Apenas fueron reconocidos por sus familiares, estos tomaron la decisión de marcharse cuanto antes y vivir el funeral y su duelo en otro lugar, lejos del averno que los condenó a vivir con un dolor eterno.
Con esta premisa y este nuevo aviso para salvaguardar la vida de los habitantes, varias familias, molestas y aterrorizadas, abandonaron Montesinos con la promesa de volver cuando las cosas se enfriarán un poco.
Si bien comprendían el motivo del toque de queda, no les gustaba tener que vivir bajo una restricción que no garantizaba su seguridad al cien por ciento.
Rápidamente, la mitad de las casas vecinas se fueron vaciando; quedándose solo con recuerdos de presencias odiosas como gratas y queridas.
Joel, un día se despidió de la amable familia que vivía enfrente de su casa, y a los dos días, mientras cambiaba las cortinas de su cuarto por mandato de su madre, vio como la pareja que vivía junto a su casa, la cual estaba conformada por dos hombres, subían varias cajas con sus pertenencias a su camioneta.
Uno de ellos lo alcanzó a ver, y brindándole una tenue sonrisa, lo saludó mientras Joel, triste, lo saludaba de vuelta, sospechando que pronto, se irían del pueblo.
A ese par, les tenían un especial afecto, ya que ellos fueron la salvación de su madre y de él; ya que los apoyaron con ciertas tareas que variaban entre reparar una tubería descompuesta, hasta una falla en la electricidad o la conocida y necesaria ''lechereada'' que debían darle a la azotea cada año para evitar goteras durante la temporada de lluvias.
Eran muy amables y hasta cierto punto, protectores con doña Rosario y su ''Pequeño Punk'', como solían llamar a Joel. Ellos, eran de las pocas personas que no juzgaban al moreno y, cuando había ocasión, procuraban defenderlo.
Cuando esa pareja se despidió de ellos, lo hicieron con la promesa de volver antes de la temporada de lluvias, para así, poder ayudar a Joel con el trabajo de la azotea.
Hubo lágrimas por parte de Rosario y palabras aliento por parte de ellos, y sin más, dándoles un fuerte abrazo a ambos, los vio marchar; sintiéndose abandonado en ese antiguo paraíso mancillado.
—No te pongas triste mi corazón —lo consoló Rosario, abrazándolo —, las cosas van a mejorar. Ellos volverán pronto.
Joel suspiró
《 Eso espero ma....qué últimamente, parece que este pueblo está maldito. 》
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