25 - La sangre de un corazón azul.
La mañana inundó con el cántico de las aves aquel refugio a sus temores.
Alan fue el primero en despertar, deslizando su verde y soñolienta mirada hacía el moreno, quien dormía junto a él plácidamente distendido y envuelto entre una cobija de cuadros rojos y negros.
Joel portaba una camisa gris de manga larga, bastante ligera para el clima que los acogía ese invierno de crueldad desmedida; por lo tanto, él moreno no podía evitar tiritar entre sueños, aferrandose a la cobija.
La atmósfera y la neblina que se divisaba desde el pequeño mirador que poseía el fuerte, captó su completa atención, haciéndolo sentir como si viviera en el jurásico; cuya imagen mental, estaba más que nada, inspirada en algunas películas o documentales que hablaban del tema.
Tanta fue su fijación, que estaba casi convencido de que, si miraba con la suficiente atención, vería a un pterodáctilo surcando el cenizo cielo con su vetusta e inverosímil majestuosidad.
Jamás en su vida había presenciado una mañana así de vaporosa y misteriosa; capaz de despertar en él, los fuegos de su hiperactiva imaginación.
Las tripas de Alan pedían con apuro algo de alimento, mientras su vejiga suplicaba ser descargada lo más pronto posible.
Con esa sensación de urgencia entre sus piernas, Alan enrojeció. Un terrible y vergonzoso recuerdo arremetió contra su actual tranquilidad.
Rememorando el cálido liquido qué mojó sus pantalones en aquella cabaña de terror poco antes de escapar, revivió la creciente vergüenza que sintió cuando, después del emotivo encuentro que tuvo con Joel, el aroma de orines, mezclado con la humedad, la tierra y la ropa empapada, afloró entre su atmosfera.
Este detalle, obligó al pecoso a mantenerse retirado de Joel, quien por desgracia, buscaba estar a su lado cual chicle embarrado al cabello.
—¿Todo bien chaparro? —preguntó el moreno, preocupado ante la tercera evasión del pecoso.
—Si, si, todo bien —Alan miraba en dirección a una lejana esquina, apenas alumbrada por las linternas que Joel colocó estratégicamente por el lugar, reacio a sostenerle la mirada.
—Si tú lo dices...
Joel caminó directo a el cuartito donde antes guardaba el carro de madera y sus herramientas. Movió y sacó varias cajas apiladas, unas tras otras, atrayendo la atención del pecoso.
Pronto el moreno, con el cuarto ya sin tiliches, empujó el sillón que ocultaba al otro lado del fuerte y lo llevó hasta la habitación, llamando al pecoso con un grito para que se acercara.
—Mira, aquí tengo algunas cosas que pueden servirte —explicaba el moreno mientras Alan apreciaba el gran cambio al que se sometió ese pequeño cuarto ya sin tantas cajas alrededor—. Procuro tener ropa aquí porque a veces me meto en el rio y debo cambiarme para que mi mamá no me dé un sermón... ¡Piensa rápido chaparro!
Joel le lanzó un conjunto de ropa deportiva, donde la sudadera era verde militar y el pans azul marino.
Ambas prendas cayeron de lleno en la cara del pecoso y éste, molesto, se preparó para armar la bronca del día, de la semana...del año. Pero, repente, su corazón dio un terrible vuelco, mientras la sangre subía por su rostro como un torrente de lava volcánica.
Joel, sin previo aviso y sin perder más valioso tiempo, se despojó de sus prendas superiores, ansioso por deshacerse de la incomodidad que le brindaba traer la ropa empapada. Mostrando así, la desnudes de su torso que, ante la calida luz de las lámparas reflejadas en él, formaban en cada poro de su piel, un hermoso y terso camino que se asemejaba al oro mismo.
—¡I-idiota! —el pecoso se giró rápidamente, a medida que se tapaba la cara con el montón de ropa que le había proporcionado el moreno.
—¿Qué tienes chaparro? ¿Nunca habías visto tanto músculo? —bromeó Joel, ignorando qué Alan hervía de vergüenza—. Cámbiate en esa esquina chaparro, el frío está arreciando.
—¡No puedo cambiarme si estás aquí! ¡Salte!
—¿Eh?, ¿Por qué?, Si hace más frío allá afuera que aquí...
—¡Salte!—exigió Alan con con voz ronca y temblorosa.
—Pero, ya voy por la mitad chaparro —repuso con un puchero. Sin embargo, Alan volvió a ordenarle que abandonara el cuarto, mientras con los ojos cerrados, lo empujaba hacia la salida—. B-bueno, pero me avisas cuando pueda entrar...
Alan cerró la puerta en su cara, quedándose durante algunos segundos ahí, quietecito, apoyado en la tabla que usaban por puerta hasta qué el silencio corroboró que estaba solo en esa habitación.
Tomó una gran bocanada de aire, tocando su pecho y ordenándole a ese molesto inquilino que dejara de palpitar como si hubiese visto un horrible monstruo. Un fantasma. Una aparición indescriptible e inesperada.
Se apartó de la puerta y giró lentamente, buscando donde acomodar su ropa. Y así, mientras se despojada de sus prendas, se topó en el proceso con un pequeño espejo que Joel tenía colgado en la pared.
Su rostro estaba colorado, como nunca lo había visto, mientras su rostro o mostraba una expresión extraña.
《Parezco idiota》 pensó《 ¡Qué tonto soy! ¿Por qué me puse así? Solo vi su espalda. ¡Actue como si nunca hubiese visto una espalda, menso! ¡Idiota! ¡Baboso!...》
Alan se dio un par de ligeros golpes en la cabeza. Y finalmente, bufó, riéndose de sí mismo, incrédulo.
Obligando a su corazón a volver lentamente a la normalidad y disponíendose a vestir aquellas prendas que su amigo le facilitó.
Así, aprovechando que su camiseta aun estana mojada, talló sus piernas hasta llegar a sus pies, esperando que los restos de aroma a orin que quedó en su piel, disminuyera notablemente con ese baño improvisado y torpe.
Se deshizo de su ropa interior, la cual guardó entre sus prendas empapadas, y las metió en una bolsa negra de las que Joel había llevado semanas atrás para guardar sus pertenencias y protegerlas de la lluvia y la humedad.
—Oye...Chapi, ¿Ya puedo pasar? Me estoy congelando —la voz de Joel sonó detrás de la puerta, quien esperaba sentado en el suelo, pacientemente.
Ese día, había sido toda una experiencia para el pecoso. Una montaña rusa de emociones donde, en cada curva, subida y bajada, descubrió aspectos de sí mismo que desconocía por completo. Y cuyos hallazgos, lo obligarían a dedicar una anotación mental de cada uno de sus descubrimientos.
Uno a uno, los ordenó del menos interesante, al más importante, para así, anotarlos en su diario cuando volviera a casa.
Sin duda alguna, tendría muchas cosas por escribir, tanto buenas como malas.
Ya con ropa limpia, seca y sin ese molesto aroma imperando en su persona y picándole la nariz con violencia, Alan fue capaz de pasar un tiempo grato junto a su amigo, quien iba preparado con algunos paquetes de galletas y tres lonches de frijol que se repartirían entre los dos.
—Venías preparado —observó el pecoso, recibiendo lo que sería su desayuno, comida y cena.
—¿Qué puedo decir? Sabía que te encontraría y que tendrías hambre. Con lo tragón que eres, no podía venir sin una ofrenda de paz.
Alan golpeó ligeramente su brazo, mientras daba el primer bocado.
Nunca le habían gustado los frijoles; pero en ese momento, le supieron a la más exquisita de las glorias. Al masticar, miraba ese pequeño cuarto que compartiría esa noche junto a su amigo. Encontrando un encanto prometedor en sus paredes, bajo la tenue luz de aquellas linternas que alumbraban lo suficiente para poder divisar las expresiones del moreno.
Era bastante acogedor; una pequeña habitación para ellos dos, donde podrían dormir calentitos en el sillón o en el suelo, ya que Joel se había encargado de crear una cama con lonas en la parte inferior, cajas dobladas y colchas.
El pecoso dio un par de mordidas más a su cena, mientras sentía al calor envolver la frialdad de su cuerpo con un dulce abrazo.
El aroma del petricor, que reinaba en las afueras de ese pequeño templo infantil, mezclado con el aroma a jabón que desprendía el cabello del moreno, le arrancaron un suspiro.
—Oye pecoso...
—¿Qué quieres? —Alan estaba inmerso en el sabor de sus alimentos, mirando hacia una esquina fija y disfrutando el momento.
—Quería esperar hasta estar en el pueblo...pero, viendo que a mí me castigaran llegando y a ti te tendrán de aquí para allá, con preguntas y demás...quisiera saber ¿Cómo te escapaste? Cuando llegué, no pasaron ni dos minutos y ya todos te buscaban como locos —hubo un silencio entre los dos. El pecoso parecía meditarlo con cuidado—. Perdón...si no quieres hablar de eso ahorita...
—No, no pasa nada. Aunque me gustaría decirte que fue por mis grandes habilidades en el arte del escapismo...la verdad es que me dejaron ir.
Joel tragó el pedazo de birote que tenía en la boca, casi ahogándose de la impresión.
—¿Te dejaron?, ¿Quien?, Y... ¿por qué?
—Uy, ¿tanto te molesta que escapara?—indagó, enarcando una de sus cejas.
—¡No, no!, Soy el más feliz de que estés bien. Pero se me hace bien raro eso...
Alan suspiró.
—Si quieres...platícamelo después. Puedo esperar. He aguantado por chismes mejores —Joel río, tratando de transmitirle confianza a su pecoso amigo.
—Eran 13 niños en total —comenzó a explicar el pecoso.
Relató a cuantos niños con mascara vio, los cuales eran 7 en total. Siendo estos, los que pasaban a ''visitarlo''.
Le relató como todos tenían una máscara diferente, y como el tal Morbius, el malnacido que les disparó aquella vez en el bosque, era de ese grupo de dementes.
Le contó desde el momento en que lo subieron a la camioneta, hasta cuando el niño con máscara de perro, entró para vigilarlo minutos antes de que la ceremonia, como la llamaban aquel cumulo de salvajes, iniciara.
—Pero... ¿Qué me van a hacer?—había preguntado el pecoso cuando comenzó a ver las antorchas iluminando el cenizo dia. Estas, estaban siendo encendidas y podia ver su fulgor a través de la ventana.
El de la máscara de perro negó con la cabeza. —Quien sabe... esto es nuevo para mí. Solo puedo decirte que cada vez están más locos y son más crueles.
—Yupi, que alentador —festejo, sarcástico, ocultando su miedo —. Y se puede saber ¿Por qué yo?
—Creo que fuiste lo primero que agarraron —se encogió de hombros, sentándose frente al pecoso—. Pero te irá muy feo si no te vas de aquí.
—¡Ah!, ¡Justo eso debería hacer!, ¡¿Cómo no se me ocurrió antes?! ¡Pero que idiota soy! ¡Si puedo irme cuando quiera!...
—No grites. Harás que vengan...—le pidió en voz baja.
—Van a venir de todos modos por mí. Que son minutos antes minutos después.
El de la máscara suspiró. —Eres como un grano en la cola.
—Eso debiste pensar antes de secuestrarme...
El de la máscara de perro sacó de su pantalón una navaja, colocándola en el cuello del pecoso obligándolo a callar y adoptando una actitud hostil, combinada de una voz más grave y agresiva.
—Mira niño meado, de mi depende que salgas con vida de aquí o que te despedacen allá afuera. Tú decides.
—No tienes los huevos —lo amenazó el pecoso, fingiendo valentía y encajando sus verdes ojos en las cuencas oscuras de la máscara, donde se suponía, estaban los ojos de ese niño.
—Yo no, pero ellos sí. Y cuando el nuevo empiece, los demás se te irán encima. Ahora escúchame bien. Porque esto salvará tu pinche vida.
Joel, escuchaba atentamente su relato, mientras Alan se dirigía hacia el momento en que ese muchacho, que era ligeramente mayor que él, puso el plan en práctica.
El plan, era simple. Soltarlo, y correr cuando le diera la orden por la parte trasera de la cabaña. Alan, no tuvo más opción que confiar y esperar sentado en el mismo sitio aun si sus manos estaban desatadas ya.
El joven caminó hacía la ventana trasera y llamó al de la máscara de Winnie Pooh y al león, con la excusa de que Morbius los buscaba, estos se miraron, vieron al interior de la cabaña y se siguieron de largo.
Nada más giraron en la esquina, Alan se levantó del suelo, tomó el pedazo de madera que le facilitó el de máscara de perro. Y justo como le dijo, lo golpeó entre la espalda y la cabeza con éste, para después, salir disparado de aquel lugar.
Con las piernas aun entumecidas y con la promesa de una pronta libertad, recordando los pasos que aquel joven le dictó poco antes de recibir el impacto.
—Entonces... ¿se dejó golpear? —Alan asintió con la cabeza, tragando saliva—. Wou. Eso es estar comprometido con la causa.
—Si...me dijo que, si no lo golpeaba, podrían sospechar de él. Así que lo hice sin pensar.
—Entiendo —Joel miraba sus pies desnudos como un punto de enfoque. Su mente parecía darle mil vueltas a un asunto que para el pecoso, era más que evidente—. Lo bueno es que estás bien, chaparro. Y que estás aquí, conmigo. Mañana nos iremos temprano.
Alan asintió, degustando nuevamente su cena después de tanto hablar.
Las palabras de Joel, aunque eran bastante simples, le confirieron a su corazón un gran alivio.
Era lindo sentirse a salvo y en paz. Saber que no estaba solo y que esa noche, podría dormir calentito y arropado; sabiendo que, por la mañana, alguien estaría allí, haciéndole compañía para protegerlo y llevarlo a casa.
Alan suspiró, sintiendo como su cuerpo temblaba en el proceso.
Para cuando se dio cuenta, las lágrimas caían una tras otras de sus verdes ojos; mientras subpecho crujía y se abría desde el interior de su caparazón, mostrando su pálido y agonizante color azul. Augurando con su aparicion, una tormenta aún más fuerte que la que se desataba allá afuera.
El abrazo de Joel no se hizo esperar y Alan no dudó en cubrirse entre aquel cálido nicho que tantas veces lo acogían en medios abrazos; juguetones y enérgicos.
Mientras las lágrimas manchaban de tristezas y miedos la camiseta gris del moreno, aquellos brazos se cerraron sobre él, protectores y cariñosos, mostrándose dispuestos a protegerlo de todo mal.
El pecoso se desplomó entre espasmos y sollozos, que rasgaban su pequeña alma azul bajo el arrullo que los labios de Joel entonaban para él.
Dentro de sus lamentos, algo más se quebró en su interior; pero las lágrimas y la nubosidad generadas por estás, le impidieron ver de qué se trataba.
El frío de la mañana golpeó su rostro mientras salía del refugio para orinar.
El cielo gris sobre su cabeza le decía que pronto volvería a llover; que solo tomaba un descanso y que debían apresurarse si querían llegar pronto a casa.
El pecoso suspiró y lavó sus manos y rostro con el agua acumulada en una gran roca ya pulida por los años y las pasadas lluvias, las cuales, le dieron forma hasta crear una cuneta de tamaño considerable en su superficie. Sintiendo la helada agua resbalar por su rostro, entró rápidamente al fuerte, mirando a todos lados y esperando no haber sido visto por nadie.
Ya adentro, tomó asiento junto a su amigo, quien, en algún lapso de la noche, se bajó del sillón y se acostó junto a él. Sujetó la muñeca de Joel con cuidado, ahí, un reloj que en la vida le había visto usar, marcaba las 6:40 A.M
《Te dejaré dormir hasta las 7 ...》, pensó el pecoso, viéndolo dormir.
Ante su verde mirada, el moreno era todo un misterio; uno amable, presente y fluctuante como el agua que corre en el rio; provocando con su existir, el gran deseo de pertenecer a su mundo. Ver las cosas como él lo hacía y ser capaz de ofrecer, aunque fuese solo la mitad de lo que él tenía para dar.
''Joel...El terrible.''
Un sobrenombre tan cruel para alguien que solo había traído felicidad a sus días.
El pasado de Joel le resultaba bastante extraño; era como escuchar la historia de otro Joel de ojos grises y no la del Joel que tenía a su lado.
Ese que pasó todo el día y parte de la noche vagando entre la lluvia, el bosque y su espesa oscuridad con tal de encontrarlo. Ese con el cual, perdió cada gramo de orgullo del que disponía cuando Joel, notó que, en alguna parte del día, el pecosito se había orinado en sus pantalones y en vez de avergonzarlo, lo apoyó y lo hizo sentir cómodo en todo momento mientras fingía nadar en su ignorancia. Además, la forma en que lo acunó entre sus brazos, lo escuchó, y simplemente, lo apoyó con su silencio amoroso...era algo que Joel, el terrible, no podría hacer nunca.
Sintió como el estómago se le revolvió de repente, pero no sentía dolor; mientras el corazón le palpitaba con fuerza, golpeando su pecho sin el menor reparo y deletreando con cada espasmo, una señal que Alanbrito debía ser capaz de interpretar.
—¿Qué te pasa, inútil? —se preguntó en un susurro, volviéndose un pequeño ovillo para sujetar su estómago y su pecho.
Dos minutos pasaron, en los cuales, se sintió diminuto, avergonzado y muy perdido. Sus malestares persistían y no hacían más que aumentar cuando se atrevía a mirar al moreno, quien, ajeno a su entorno, suspiró entre sueños.
—Cuando te sientas estresado, enojado, triste, incluso asustado... solo respira -le aconsejó Joel el primer día que fueron de excursión.
—¿Y qué hago todo el tiempo? ¿Berrear? —Alan soltó su respuesta del día. Burlona y mal intencionada.
—No, pecosito. Lo digo en serio, cuando estas estresado, asustado o ansioso, debes saber cómo respirar para vivir el momento. Estar enojado o triste, es una emoción del pasado; y estar ansioso, es un malestar que ve hacia el futuro. Respirar bien ayuda a centrar y calmar tu mente en el ahora...
—¿Quién en este mundo no sabe respirar, bobo?
—¿Respirar para vivir mejor? Muy pocos Alanbrito. Son 4 segundos de inhalación y 8 de exhalación los que nos separan de un ataque de nervios—Joel puso el ejemplo, haciendo énfasis con sus manos para marcar los tiempos—. Así...soltando suavemente. Ayuda mucho para calmar la mente.
—Como digas remedo de Buda... —el pecoso río, incomodo ante la mirada directa del moreno, quien lo enfocaba con total calma mientras le brindaba una sonrisa.
—Búrlate, pero me gusta aplicar lo que he aprendido. Y parece que me servirá, lo aplico y sirve...me lo quedo. Cuando quieras encontrar tranquilidad, o solo aprovecharla, trata de respirar así. Te ayudará incluso para dormir.
—¡Qué bobadas sacas! —espetó, negando con la cabeza.
Como siempre, sus palabras buscaban ser directas y de ser posible, filosas. Pero su pensamiento y las acciones que llevaría a cabo más tarde, demostraban que además de ser un jovencito curioso, tomaba los consejos de Joel muy en serio, aunque no quería admitirlo.
Siguiendo aquella recomendación, aprovechó el momento donde aquellos síntomas lo hacían sentir incómodo. Se sentó derecho, con ambas piernas en posición de loto, justo como veía en las películas de artes marciales. Cerró los ojos e inició. Inhalando y exhalando lentamente en repetidas veces, llenó sus pulmones como si fuesen una vasija sagrada donde una bendición otorgada por la vida era depositada con suavidad.
De apoco, su mente se calmó y dejó a la paz del momento apropiarse de su cuerpo. Su mente, sus emociones.
Duró así aproximadamente 5 minutos, donde pequeños orbes de luz pintaban la oscuridad de sus parpados de azul, rojo, rosa y verde. Su corazón por fin marchaba con normalidad y con ello, su estómago se despojó del torbellino que lo aquejaba.
Así continuó hasta que una patada de Joel lo arrancó de su meditación. El moreno había cambiado de postura y se había girado hacía él, quedando acostado del lado derecho.
—¡Ey, menso! —reprochó el pecoso, quitando la pierna de Joel de encima suyo. Sin embargo, Joel no se inmutó y siguió durmiendo plácidamente.
Alan suspiró, reposando su mejilla sobre la palma de su mano y apoyando su brazo sobre su rodilla; mirando aquel perfil en calma y comprendiendo de repente que solo Joel, el mismo que ahora babeaba sumido en el mundo de Morfeo, podría ser capaz de consolar sus penas con la facilidad de un sabio que mira el mundo con ojos llenos de amor. Solo con él, podría dejarse ver así de frágil y patético. Solo él, podría sacarlo del barro sin juzgar el cómo llegó ahí. Solo Joel, el mismo que, brindándole tenues serenatas conformadas por suaves ronquidos, yacía despreocupado a su lado...solo él.
《 Gracias por buscarme. 》 pensó el pecoso, sonriendo ante la imagen del moreno mientras no podía evitar acariciar un mechón de su cabello 《No sé, pero siempre me encuentras cuando estoy más perdido que nunca. 》
Joel se removió un poco, soltando una tenue sonrisa entre sueños.
《 ¿Con que tanto soñaras? ¿Qué te hace reír tanto mientras yo estoy acá, sufriendo? 》
—Mierda...—musitó el pecoso, abrazando sus piernas y hundiendo la cabeza entre sus rodillas mientras pedía a sus nervios volver a la normalidad antes de que se disparan de nuevo al cielo y no pudiesen bajar nunca más.
Para cuando Joel despertó, el tiempo de volver a casa llegó. Acomodaron todo en su sitio, tomaron sus pertenencias y abandonaron el fuerte después de un meticuloso vistazo a los alrededores, los cuales, fueron escaneados por el moreno hasta que, por fin, dio luz verde para salir.
—Estas siendo muy cuidadoso. Dudo que a estas horas sigan buscándome- observó el pecoso.
—Nunca dudes de las capacidades de una mente enferma —Joel cubrió con maleza, piedras y tierra, la entrada a su refugio, mientras Alan, solo visualizaba el verde cenizo del bosque.
El cielo permanecía nublado y el sol, aunque presente, no podía hacer mucho para colorear con sus tonos brillantes las copas de los árboles. Joel limpió sus manos y se colgó la mochila, tomando así, la mano del pecoso y halándolo dulcemente hacia él.
—No te me separes chaparro, solo si yo te doy la señal.
—¿Tengo de otra? —respondió el pecoso, encogiéndose de hombros. —¿por qué siempre tienes las manos tan frías?
Joel sonrió y negó con la cabeza sin dar respuesta alguna, emprendiendo el viaje de vuelta a casa.
En el camino, Alan estaba inmerso en la atmósfera que se respiraba cuando estaba Joel a su lado. El bosque, dejaba de estar en su contra y se volvía amable y complaciente. Ya no quería engullirlo, ya no lo odiaba. Al contrario, lo recibía en sus senderos con un extraño y devoto amor. El mundo era más considerado y dentro de la gris calma de un día bañado en luz plateada, más hermoso que nunca.
Cuando llegaron a la brecha que separaba la libertad salvaje y artera de la querida civilización, Joel se detuvo, girándose hacia el pecoso con un aire solemne.
—Ya casi llegamos pecosito—anunció lo obvio—, Pero antes de llegar dame un minuto.
—¿Un minuto? ¿De qué o para qué? —Alan parecía confundido.
Y quedó aún más confundido cuando Joel se colgó a su cuello y lo abrazó sin decir palabra. El moreno suspiró. Temblaba y apretaba su agarre de apoco.
—¿T-tas bien? —Alan no sabía si devolverle el abrazo o quedarse quieto, como una momia añeja y silenciosa.
—Quiero asegurarme de que estás aquí— susurró Joel con la voz entrecortada—. Quiero estar seguro de que en verdad te estoy llevando a casa y que no es mi imaginación.
—N-no seas tonto...aquí estoy.
—Tenía mucho miedo—confesó—, pensé que aguantaría, pero la ansiedad me come las tripas. ¿Estás aquí...verdad?
Alan asintió, rodeándolo con sus brazos mientras el corazón quería saltar de su pecho, temeroso por el terremoto de emociones que aquejaban aquel pequeño pecho.
—Sí, aquí estoy jirafón...
—Cuando crucemos esa línea...Seguirás conmigo ¿verdad?
Alan asintió nuevamente. Comprendía el miedo de Joel. Había tenido muchos sueños similares, donde pasaba tiempo con su familia; riendo, jugando y viviendo un rato ameno. Pero, cuando cruzaban la puerta de su casa hacia la salida...todos se esfumaban.
—Aquí estoy, bobo. No me iré a ningún lado.
Joel asintió. —No sé qué haría si te pierdo. El mundo se me vino abajo cuando me dijeron que habías desaparecido.
El moreno lloraba por el alivio que acunaba su alma. Mientras el pecoso nadaba en un bucle de emociones sin nombre.
El tiempo pasó... ¿Lento? ¿Rápido? no sabría decirlo. Solo sabía que, mientras más tiempo pasaba entre los brazos de Joel, su corazón azul sangraba descongelándose en tintura carmesí...una tintura que, de no tener cuidado, mancharía todo su ser.
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