24 - Semilla de la desesperación.
Alan corría como nunca lo había hecho en su vida.
Llevaba 15 maravillosos minutos de ventaja donde apresurar el paso era vital para salvaguardar su vida de aquellos lunáticos. El sudor le escocia los ojos, sus piernas ardían como el infierno, pero curiosamente, no se comparaba al ardor de la primera vez que manejó aquella destartalada bicicleta hasta el refugio de Joel.
El cielo bramaba, crujía, le gritaba y advertía que pronto soltaría su implacable llanto sobre esas tierras; que debía apresurarse y encontrar un refugió para el aguacero si antes, no encontraba ayuda.
Dar con un nicho donde volverse un ovillo y sumirse en el silencio para calmar a su corazón, parecía ser una tarea meramente fácil, puesto que conocía el nicho perfecto entre ese enorme bosque.
El problema era...dar con él. Y más cuando sus pensamientos no ayudaban mucho.
Mientras Alan escapaba,
su mente volaba.
Volaba envuelta en una llamarada de pensamientos desbloqueados, recuerdos que desenterraba uno a uno y, sobre todo, sentimientos que lo lastimaban si indagaba mucho en ellos.
Siempre había pensado que la soledad era sentirse incomprendido mientras vagaba entre rostros hostiles que mitigaban con su indiferencia, sus crecientes y apabullantes emociones; tan lúgubres cuan coloridas.
Sin embargo, en esas horas de exilio, probó otro sin sabor de la soledad. Uno más amargo y crudo. Uno que sobrepasaba su percepción infantil y abría las brechas a un nuevo despertar personal.
Mientras escapaba, uno de tantos recuerdos errantes le hizo ruido. Era muy específico e inundó sus pensamientos con avidez.
Fuese como una ruta de escape mental, o fuese el gran momento de filosofar sobre su corta vida, cierto es que Alan, creyó escuchar las mismas palabras que escuchó años atrás. Palabras que, sin quererlo, retiraron las pesadas cadenas mentales que lo retenían en medio de un mar de dualidades.
《Esther siempre me dijo que la crueldad no conocía de edades...
Que hay niños naturalmente malos, crueles; y no necesitan un motivo muy fuerte para serlo. Pero mi padre, se aferraba a la idea de que hay más personas buenas que malas, y que la bondad siempre se anteponia a la maldad. Y entonces, con sus ideas tan diferentes, comenzaba la pelea. Esther, quien le gritaba a mi padre diciéndole que me inculcaba puras utopías e historias de gente bonita, buena; que iba por ahí cagando arcoiris y chispas de colores cuando lo que ella quería era mostrarme el mundo "real" y prepararme para habitar en él y sobre todo, sobrevivir. Mi padre, sosteniendo su lucha pasiva, solo escuchaba, asentía, y esperaba su turno para dar su punto de vista, el cuál, rondaba en su propia visión de la vida 》
—La vida lo tratará mal, cariño —el padre de Alan la sujetó por los hombros, con delicadeza—. No hay nadie a quien la vida consienta hasta el fin de los tiempos. Pero inculcarle el miedo, y estar a la defensiva todo el tiempo, a mi ver, no es la forma correcta. Ver lo bonito que tiene la vida y saber que no todos son malos es esencial para que él pueda formar vínculos fuertes con personas sanas.
—Y mientras eso pasa, ¿qué? ¿qué le escupan en la cara y lo pisoteen?... ¿Eso dices?
—No cariño...yo solo digo que...
La discusión crecía y crecía, desbordándose por diferentes rutas que llevaban a otros temas que Esther sacaba con gran facilidad donde podía seguir peleando hasta el cansancio.
Le era desagradable tener que pensar en ello mientras trataba de recordar que camino tomar en su carrera hacía la supervivencia.
El pecoso viró por un camino que le resultó ligeramente conocido, ya que creía recordar el tronco de ese árbol torcido y extraño, donde Joel se había sostenido cuando por primera vez, perdió su envidiable equilibrio de gato y cayó al suelo. Entonces Alan, como buen amigo, se burló de él a rienda suelta mientras Miguel, contenía su diversión.
El piso a sus pies crujía. Sentir como sus tenis se hundían ligeramente en la tierra calmaba de apoco sus latidos, mientras se adentraba en aquella brecha.
《¿Qué hacÍa yo cuando Esther y mi papá peleaban?...
Me encerraba en mi cuarto. Me ponía los audífonos e intentaba no escuchar los gritos de Esther, quien sin duda, devoraba las pasivas palabras de mi padre...Mi yo pequeño creció escuchando y viendo peleas sin fin. Tomándolas como algo bastante normal, todo porque ese par, eran polos muy opuestos. Esther, vivia en un constante estreñimiento mental, y mi padre, en una nube de pinceladas suaves que se perdían en el cielo. 》
Alan perdió el control y resbaló repentinamente, golpeándose la espalda con una prominente raíz torcida que sobresalía de un precioso Olmo.
Inevitablemente, la ira corrió por sus venas. Como si él árbol lo hubiera tirado a xon un cruel propósito.
A esas alturas, para su percepción, el mundo parecía estar en su contra. Tanto así, que sentía como lo odiaba y repudiada, metiéndole zancadilla para que perdiera tiempo y aquellos locos pudiesen encontrarlo.
Se levantó ahogando sus quejidos y conteniendo las ganas de patear al árbol. Se sacudió torpemente y analizó el área.
Si se perdía en su ciudad natal, donde las texturas, las estructuras y fachadas variaban enormemente entre sí, siendo que cada calle poseía su nombre y cada casa su número... ahora, en medio del bosque, su mala orientación le dificultaba ubicarse al triple.
Mirando hacia todos lados, una semilla de desesperación germinó en su interior. El tiempo corría y si se quedaba ahí, dudando, podrían alcanzarlo en cualquier momento.
Finalmente, tomó una decisión y fue por el que creyó, era el sendero adecuado.
《Odio admitirlo, pero Esther tenia razón...
Esa fue una de muchas peleas, pero de todas es la que más recuerdo, porque esa fue una de sus discusiones más tranquilas y fructíferas para mi; aunque no entendía mucho, ya que estaba más chico que ahora. Al menos hoy, logro entender la mayoría de las palabras que mi madre usaba. Supongo que es la ventaja de que nunca quisiera hablarme como si fuera idiota 》
Alan volvió a tropezar.
La suela de sus tenis, ya muy gastada y lisa, no ayudaba mucho a recorrer esas tierras sinuosas y empinadas.
Sin embargo, esta vez cayó por una pendiente no muy alta que lo desvío de su camino inicial. Era empinada y los golpes que recibió por las rocas que la conformaban le dolían como el infierno; raspándose en el proceso las rodillas, las manos y el antebrazo derecho.
Nuevamente se tragó sus quejidos cuanto pudo y con dificultad se levantó, orgulloso de sí mismo, ya que su sentido de orientación por primera vez no había "fallado".
Ante él, se encontraba la primera cabaña que visitó junto a Joel. Se miraba igual de deshabitada como aquella vez y aún más vieja al ser pintada por los cenizos colores del invierno. El pecoso caminó hacia la puerta, y ya dentro, revisó sus heridas, consciente de que no podría hacer mucho con ellas por el momento.
—Podría quedarme aquí...esconderme.
Alan sacudió su cabeza, desviando su atención de aquel soliloquio y pensó por un fragmento de segundo en lo tonto que era si decidía quedarse ahí. Sería muy obvio. Si llegaban a la cabaña, sería el primer lugar donde buscarían.
Alan tomó un poco de aire mientras miraba el cielo a través de la ventana.
Gris, enorme y misterioso, parecía invitarlo a seguir corriendo, recordándole la tregua que le estaba confiriendo y asegurándole con sus lamentos, que no aguantaría más tiempo.
Alan hizo caso a su advertencia y continuó; no sin antes, dejar pequeñas señales que indicaran que estaba oculto ahí dentro, esto con la esperanza de ganar algo de tiempo.
—Aunque si alguien llega y me busca aquí, también perderá tiempo —observó, sopesando la situación y actuando a la vez.
Salió por la ventana trasera y se adentró en la espesura del bosque una vez terminó dicha tarea.
Debía sobrevivir. Una palabra que sonaba bastante radical cuando el niño de máscara de perro habló con él.
El pecoso pensó que eran simples exageraciones. Pero, al ver las antorchas, herramientas, navajas y, sobre todo, el arco de Morbius; el pánico lo engulló de un bocado. Si era cierto lo que planeaban hacerle, entonces la palabra "sobrevivir" ya no sonaba como una exageración infantil y se volvía una imperante necesidad.
El pecoso corrió, aunque dudaba del camino. Lo único que sabía es que, yendo por esa dirección, se estaba alejando de esos locos. Y eso, era suficiente para él.
Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre él. Eran suaves, un simple preludio que anunciaba que la intensidad aumentaría en cualquier momento; pero no podía detenerse, solo pedir al cielo que no soltara su lamento aún y qué en el camino, encontrara a alguien que lo ayudase a volver a casa.
《Ahora que lo pienso, aquel día estaba lloviendo...
Es curioso que justo ahora, recuerde ese tipo de cosas...pobre Omar. La verdad es que no queria golpearte..pero me dolió mucho lo que hiciste. Te confíe un secreto que a nadie más habría podido confiar. Y tú, solo fingiste para después decírselo a todos. Se burlaron de mi, me trataban como si fuera un bicho raro e incluso se metieron conmigo varias veces. Solo por que se te ocurrió decirles a todos que un niño me había besado. Por tu bocota, Sergio dejó la escuela y yo tuve que defenderme a puño limpio. Sabías como estaban las cosas en mi familia y aun así, jodiste mi vida en la escuela...
...Cuando mi padre me regaño ese día, pensó que era un exagerado; pero la verdad es que solo estaba sobreviviendo. De una forma tonta. Si. Pero para mí eso era lo más importante en ese momento. Como dijo Esther, no podía dejar que el mundo me pisotease y escupiese en la cara. Y menos, por soportar la traición de un amigo .》
Alan recordaba ese día vívidamente.
Durante el recreo, ambos pasaban el rato como de costumbre, comiendo chucherías en uno los dos patios aledaños, justo en las jardineras donde la sombra los protegía del sol. Omar actuaba con tranquilidad mientras terminaba su alimento, y fue Alan quien se atrevió a preguntarle acerca del chisme que se había propagado sobre todo en el salón y poco más allá de este.
《Me echaste mentiras cuando quise enfrentarte...
Dijiste que había sido Sergio, o que alguien nos había visto. Pero ya sabía que habías sido tú, porque por desgracia, te vi hablando. Te escuche diciéndolo a la mas chismosa de la escuela. Creo que me dolió más que mintieras. Me hizo enojar muchísimo, porque no tenias los huevos para tomar tu culpa. No queria hacerlo, pero me ganó el coraje. Cuando me di cuenta ya había una mancha de sangre en piso, en mis manos y en tu cara. Yo rompí tu nariz y tú, mi confianza. 》
Recordar ese día lo deprimía.
Antes de ser conocido como el "MiniTyson" de su anterior escuela, el pecoso tenía cierta dificultad para hacer amigos, y esto era notable desde muy temprana edad.
Omar fue el quien dio el primer paso y lo adoptó aquel lejano día en el kínder.
Su amigo era tranquilo y amable. Jamás se metía en problemas y ambos se llevaban muy bien. Pasaron varios cumpleaños juntos; se veían en las vacaciones e iban a los parques a jugar o en su defecto, a la casa del otro para pasar un rato entre retas de videojuegos.
Incluso festejaron cuando los mandaron a la misma primaria, y gritaron de alegría, cuando les tocó en el mismo turno y salón.
Todo pintaba para que esa amistad perdurara toda la vida...
Pero no fue así.
Y ahora, fuese por culpa de ese rumor o por las decisiones que el pecoso tomó, era que estaba ahí, corríendo en medio de un bosque prácticamente desconocido.
Alejado de aquellos momentos, insultos, peleas, gritos y ruidos de antaño. Sumido en este presente, en una soledad apabullante y silenciosa, fría y húmeda gracias a las gotas de lluvia qué caían sobre él.
Deseaba detenerse y doblegarse en el miedo y dolor que sentía, pero un silbido saltó entre las ramas de los árboles, enchinandole la piel, seguido de un ulular de búho que había escuchado varias veces en aquella cabaña.
En esas escasas horas, aprendió que esos dementes, imitaban ese sonido para ubicarse entre ellos. Estaban cerca.
Alan se apresuró colina abajo, importándole poco si ese no era el camino correcto. En ese entonces, lo importante era escapar de ahí antes de ser visto.
La lluvia aumentaba y entre los silbidos y el ulular de reconocimiento, el pecoso se volvía presa de la desesperación que terminó de germinar y se convirtió en un monstruo alimentado por su temor; el cual, adoptaba la forma de cazador y se unía a aquellos sádicos, pisándole los talones sin misericordia alguna.
—Estuvieron aquí hasta hace poco —observó Marcelino en compañía de su grupo de búsqueda.
Ariel estaba junto a ellos, ayudándolos a inspeccionar el lugar. Encontraron el estuche de herramientas; la cinta rota junto a sogas y alambres en el suelo. Todos alrededor de la columna de ladrillo donde había estado atado el pecoso. Además, encontraron una sábana y una máscara de perro agrietada y abandonada en un rincón.
—Estuvieron aquí todo este tiempo. Ni siquiera sabía que esta cabaña estaba aquí...Ariel... ¿encontraste a tu amigo?
El pálido muchacho negó con la cabeza, preocupado. —No, no está por ningún lugar. Me dijo que esperaría a que ustedes llegaran. Pero no está.
—Bueno, esta comuna de maníacos se escapó. ¡Alonso! ¿tienes señal?...
Mauricio abandonó la cabaña, mientras Ariel, preocupado, no dejaba de preguntarse dónde rayos estaba el moreno.
El cielo crujía y pronto dejo caer el agua retenida sobre ellos. Ariel maldijo; ahora debían encontrar a dos idiotas y las condiciones climáticas no favorecerían en nada a la causa.
La noche cayó y solo los grillos, seguido del sonoro y metálico siseo de las lechuzas, anunciaban que aun entre las tinieblas había vida allá afuera, entre la densa oscuridad de un bosque sin luna.
Lloviznaba aún y el frío se volvía cada vez más letal, haciendo a sus dientes castañear sin control.
Como pudo, con sus dedos engarrotados, retiró la tabla oculta bajo la maleza y la alzó, internándose, tembloroso y empapado, al fuerte que permanecía en tinieblas. Estornudó dos veces y uno de sus pies resbaló, permitiéndole mantenerse de pie a pesar de todo.
Justo como esperaba, todo estaba sumido en silencio.
Dio unos cuantos pasos, alumbrando con su lámpara y divisando el reflejo del agua que corría bajo sus pies como un pequeño riachuelo que solo iba de paso en ese momento especifico de la vida.
Su cuerpo y sus prendas chorreaban el agua que recolectó de la lluvia, mientras la sensación en sus pies mojados le resultaba tremendamente desagradable a esas alturas gracias al calzado y los calcetines.
Alumbró el techo, recordando que algunas palomas se alojaban ahí de vez en vez y pronto, se escuchó el aleteo desesperado de docenas de pequeños cuerpos que chocaban entre sí mientras batían sus alas en busca de la salida.
Odiaba hacer eso, pero era necesario.
Mientras el alarmante estruendo de esos pequeños e inocentes animales le erizaban la piel, obligandolo a mantenerse agachado para evitar ser golpeado por una de ellas, escuchó como caía algo al suelo, seguido de una pequeña y apenas audible exclamación de dolor.
Se quedó inmóvil, procesando aquel peculiar sonido. Y una vez se esfumaron las aves, se acercó lentamente al pequeño cuarto que estaba al fondo, cuya puerta estaba entreabierta.
Lo que ocurrió fue en un abrir y cerrar de ojos.
Alguien se abalanzó en su contra y con un palo en mano, lo derribó con gran facilidad.
Sintió el peso de aquella persona presionar su cuerpo y seguido de esto, la presión rígida generada a su cuello; dispuesta aumentar aún más hasta asfixiarlo. Por fortuna, esa masa oscura era muy ligera y no le tomó mucho tiempo quitársela de encima.
Una vez libre, corrió hacia la lámpara y alumbró a su atacante.
—¡Chaparro! ¡Soy yo! —su voz era clara. Sonando entre la oscuridad como una bella canción después de un ensordecedor silencio.
—¿J-Joel? —la voz del pecoso, por el contrario, mostraba incredulidad y cierto aire de ilusión.
La linterna cayó al suelo abruptamente, mientras Alan corría a sus brazos y Joel lo recibía con gran afecto, alzándolo y apresándolo fuertemente en esa añorada reunión.
Ambos temblaban; pero si bien, el frio de esa noche lo ameritaba, jamás provocaría algo semejante al temblor que provoca el reencuentro de dos personas que se extrañaban con desesperación.
—Perdóname chaparro. Tardé mucho.
Alan guardó silencio, negando con la cabeza y palpando con sus manos al vivo ejemplo que personificaba las palabras de su padre.
Aquel ejemplo donde la bondad y las personas bonitas existían. Donde un vínculo hermoso existía y se aferraba a él más allá de la maldad presenciada esa tarde.
Esa noche, Alan le contó todo por lo que tuvo que pasar. Y lloró...lloró abrazado a su amigo mientras, envueltos en una cobija que Joel tenía guardada en su fuerte, justo para los días helados, se acurrucaron.
Cuando no había más palabras que sollozar, ni más caricias para tranquilizar... ambos cayeron presa de un pesado sueño.
Un sueño que los acogería en sus brazos en la espera de la aurora invernal; que sería su amorosa guía de camino a casa.
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