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18 - "Miguel gritar"

Dentro de la aparente seguridad de sus rumbos, donde la luz de las farolas iluminaba su camino y los rostros amables de las personas conocidas los recibieron con agrado, Alan y Miguel volvieron a respirar con tranquilidad.

Estaban a salvo.

Bonnie Boy los acompañó hasta donde iniciaba el empedrado y la luz se volvía generosa con los habitantes, proporcionándoles un alivio a sus ojos cansados de tanto andar por oscuras y acechantes calles. Ambos le agradecieron profundamente a Doble B por haberlos cuidado en el trayecto y no dejarlos solos. De no haber sido por él, aun seguirían en aquel lugar, luchando y corriendo por encontrar una salida. Bonnie Boy se encogió de hombros:

   —Hice lo que no hicieron conmigo. Nadie estuvo ahí para cuidarme cuando lo necesité —y despojándose de su peluca continuó —. Al menos, podrán dormir a salvo en sus camas está noche. Y eso me hace muy, muy feliz. Fue un gusto conocerlos, pequeñines, pero aquí digo adiós.

   —Vivimos en el mismo pueblo, ya nos encontraremos después. —Alan le brindó una sonrisa genuina. No sabía si ésta era provocada por gratitud o porque le había tomado cariño a la única gota de luz que habitaba aquel infierno.

   —No creo. Llevo tiempo sin cruzar de esta linea. Pero espero poder hacerlo en un futuro —Dijo, extendiendo su mano emperifollada en anillos de fantasía que simulaban el oro—. Hasta entonces...

Doble B dedicó una mirada a Miguel, quien aún estaba en shock por lo ocurrido; entendía al pequeño más de lo que quisiera. Suspiró y acercándose a él con cuidado, tocó su hombro con suavidad. Sabía qué aun estaría alterado, así que sus actos y palabras, debían ser cuidadosos para no provocarle incomodidad.

   —Oye, Miguel...no es tu culpa —Le dijo con voz suave, pero real—. Grábatelo bien. ¿Ok? Estarás bien... — El castaño asintió. Viéndolo a los ojos y encontrando en ellos una dulzura casi paternal.

   —¡Exagerados! —Exclamó Álvaro, girándose despreocupado. —¡No le hizo nada! ¡Solo lo asustó!

Alan se giró hacía él, todo ese tiempo había decidido ignorar su presencia, apoyándose en el silencio del morenito. Sin embargo, con esas palabras, encendió la hoguera que había sido apaciguada cuando encontraron a Miguel.

   —Álvaro, cállate ya enanito. —Dijo Doble B, impidiendo que Alan se lanzara de nuevo contra él —. Mejor vete a tu casa. No eres ni un poquito soportable ahorita.

   —¡Bah, como quieran! —Su tono de voz era despectivo. Demasiado odioso para seguir escuchándolo.

   —¡Ese hijo de puta! —Escupió el pecoso, deseoso de haber estrellado su puño contra aquel rostro burlón una vez más.

   —Ténganle paciencia...es solo un niño muy asustado tratando de actuar como un adulto. No ha tenido una vida fácil, y no la tendrá nunca si sigue así...

   —¡Claro que no! ¡No merece nada ese cabrón! ¡Nunca nos dijo que entraríamos a esa zona! ¡ni lo peligroso qué era! ¡Nunca volveré a confiarle nada!

   —Dije que le tuvieran paciencia, no que confiaran en él —señaló—. Conviene tener amistades así, pero de lejos. Yo creo que estarán bien siempre y cuando se mantengan al margen y dentro de su zona. Porque por desgracia, es un niño muy inestable...nunca se sabe con él.

   —Ya lo vimos. —Dijo Alan, mirando al morenito desaparecer en la lejanía.

   —Creo que ya es hora de que también me vaya. Los dejo muchachos ¿pueden ir desde aquí?...

   —¡Si! Esta zona ya es más que conocida. Gracias Bonnie Boy. —Alan le extendió su puño como símbolo de despedida.

   —Dime Luis, — Esté, entendiendo el gesto del menor, chocó su puño y sonrío—, Ese es mi nombre. Pero no lo gastes, por favor.

Y sin más, el joven se adentró tranquilamente en las sombras de aquel camino que acababa de recorrer en compañía de los pequeños, tarareando una vieja canción que se perdió en el eco de sus pasos.

Alan amarró su chamarra en la cintura de Miguel.

Conforme iban de camino a casa, notó que su primo trataba de cubrir su entre pierna, apenado por la mancha qué reposaba como un horrible estigma sobre su pantalón.

   —Así ya no te verás tan rato agarrándote ahí —Le dijo Alan después de apretar con fuerza el nudo del suéter. —. ¿Le diremos a mi tía?

Miguel, quien volvió a llorar cuando vio la mancha de nuevo, contestó entre los pequeños espasmos del llanto.

   —No quiero que lo sepan —Dijo temblando de frío —...Mucho menos mi papá.

   —Entonces, yo no diré nada. Y ese imbécil me va a escuchar. Maldito enano cabrón, lo haré ver su puta suerte y la putiza que le di hace rato serán caricias en comparación.

   —Nosotros decidimos ir con él... —Respondió Miguel, tratando de calmarse.

   —Si. Pero si nos hubiera dicho donde era, y como era, y todo el peligro que pasaríamos ¡Ni madres que vamos! Nos expuso Miguel. Y ese cabrón sabía a donde nos llevaba...

Miguel secó sus lágrimas. La cabeza comenzaba a dolerle y externó su malestar cubriéndosela con sus manos y brazos.

   —Todo va a estar bien Miguelon...calma. Vamos camino a casa.

Él pecoso lo abrazó y el castaño recargó la cabeza sobre su hombro. Se sentía mal consigo mismo. Él se había propuesto proteger a su primo; pero le había fallado. Solo el azar y una suerte distorsionada y burlona, lo salvaron de haber sido abusado en ese maldito baldío desolado.

   —¡Uy, mira nada más! ¡Que escena tan tierna! —Escucharon decir de repente—. Dos mariquitas dándose amor en vía pública.

Alan alzó la cabeza, topándose de lleno con dos caras conocidas y aborrecidas por él. Juan y Raúl estaban ahí, de pie junto a dos muchachos de su edad qué en la vida había visto. Todos, parecían burlarse de una escena que para ellos era vital.

   —¡Cierra el hocico pinche cara de pájaro abortado!

   —¡Uy se ofendió el enano! —Exclamó Raúl, acercándose a Miguel, quien trataba de esquivar su insistente mirada curiosa —. ¿Qué pasa Miguelin? ¿Primero dejas de hablarnos de repente y ahora ya ni vernos puedes? espera ¡¿Estás llorando?! —Las carcajadas se esparcieron entre el aire, mientras la lampara sobre sus cabezas titilaba de cuando en cuando.

   —¡Lo sabía! ¡Siempre supe qué eras marica! ¿Por eso siempre querías estar con Juan a solas ¿verdad? ¡Un marica llorón!

   —¡¿Que tiene que ver llorar con ser marica?! —Exclamó Alan, empujándolo lejos del castaño, quien comenzaba a temblar de nuevo.

   —¿Ves? hasta el enano de tu primo tiene más huevos que tú. Dime... ¿lloras porque te rompiste una uñita? ¿O porque se te arrugó el pantalón?

   —¿No entiendes estúpido orangután?¡Déjalo en paz! — Alan soltó a Miguel y empujó a Raúl, dejándolo en el suelo y alarmando a sus acompañantes, quienes no dudaron en rodear al pecoso.

   —¡¿Y el marica es Miguel?! ¡Apenas te tocan un pelo y aparece tu pinche ganado a defenderte princesita!— Raúl se levantó del suelo, mascando su orgullo y torpemente se lanzó hacía el pecoso, tumbándolo y apresándolo bajo su cuerpo.

   —¡Ya te traía ganas! ¡Solo sabes ladrar! — Dijo entre dientes, propinándole un golpe al pecoso en la cara, mientras sus amigos gritaban como monos alabándolo.

Mientras que Juan, desde atrás, solo miraba. No lo podía negar. Detestaba los arranques de Raúl hacía los más débiles. Siempre había tenido sus actitudes cuestionables, pero nunca las creyó invasivas o violentas ya que solo eran palabras. Sin embargo, desde qué Miguel comenzó a juntarse con su primo y los demás, la conducta de Raúl escaló a niveles donde su violencia era ejercida pero siempre, con aquellos que no se podían defender.

Cuando Raúl alzó su puño para asestarle un tercer golpe al pecoso, este le dio un rodillazo en la entre pierna, zafándose de su agarre y levantándose del suelo. Sin embargo, rápidamente fue sujetado por un amigo de Raúl. Esté último, levantándose como pudo, se tronó los nudillos, listo para agarrar al pecoso como saco de box.

   —Ahora no está tu noviecito Joel para cuidarte. —Escupió, envalentonado.

Sin embargo, sin previo aviso, Miguel se lanzó hacía él, tacleándolo exitosamente gracias a la postura que le había visto tomar a Joel aquella tarde cuando pelearon con Rubén.

   —¡Pero me tiene a mí! — y con esto, el castaño quedó sobre su antiguo amigo, asestándole un golpe en la cara. El primer golpe que daba en su vida. Le siguió otro, y otro, y otro...

Era algo nuevo para él, sus brazos se movían por si solos y sus nudillos de apoco, se fueron manchando de sangre. ¿Era la suya o la de Raúl? Poco importaba entonces. La ira fluía de lo más profundo de su ser y en ese momento, el Miguel tranquilo y pacifico había perdido el control mientras de sus labios brotaban palabras de odio que nunca podría recordar. El otro amigo, viendo el salvajismo de aquel niño al que nunca creyeron capaz de llevar a cabo tal carnicería, saltó hacia Miguel, apartándolo de su víctima mientras lo lanzaba al suelo, donde le propinó varias patadas hasta qué Juan, ya harto, se interpuso entre ellos, gritando a todo pulmón.

Alan, aprovechando el descuido de su captor, se zafó de su agarre y con una llave bien implementada lo tumbó al suelo.

   —¡Ey, Ey! ¡Qué pasa aquí! —Gritó un señor de repente, saliendo de su casa con una escoba en mano. —¡Muchachos cabrones! ¡Les enseñaré lo qué es una buena golpiza para qué aprendan, fuera de aquí!

Juan y aquel par se dispersaron al momento, pero Raúl, levantándose del suelo con la nariz rota y su orgullo pisoteado, corrió hacia el castaño tumbándolo de lleno al suelo, haciendo que su cabeza impactará contra el suelo. La escuchó rebotar y con una sonrisa de victoria, se fue corriendo.

   —¡Muchacho cobarde! —Observó el señor, indignado. Mientras de su casa, una señora corría hacía ellos, preocupada, tratando de ayudar a ese par de maltrechos niños.

Apenas revisó la cabeza del castaño, volvió a respirar la pálida mujer. No había sido más qué un golpe, sin rastros de sangre ni nada por el estilo, sin embargo, los golpes que le dieron en el rostro sangraban ya sobre su piel magullada. Miguel, azorado, se incorporó apenas supo que el golpe en su cabeza no era nada grave al parecer y dándole las gracias, se zafó del agarre de la mujer y se alejó con rápidas y precisas zancadas, haciendo qué el pecoso corriera tras de él, preocupado.

Ya en su presente, Alan agradeció que sus tíos aún no llegaran a casa junto a los mellizos, mientras subía hasta el segundo piso siguiendo las huellas de sangre que su primo dejaba tras de sí; estas guiaban hasta el baño, del cual, rápidamente, se escuchó el agua de la regadera correr.

   —¿Miguel? — Se asomó el pecoso, viendo a su primo sentado en la tina de baño bajo el chorro de agua. Se había quitado la ropa de tajo quedándose solo con sus calcetas y ropa interior. Lloraba desconsoladamente mientras tallaba sus manos con fervor.

Deseaba con locura deshacerse de todos los vestigios de esa cruenta noche. Ojalá los sucesos, vueltos estigmas con forma de recuerdos; los aromas, las sensaciones, el asco y el dolor, se llevará el agua helada que limpiaba su cuerpo con amor.

Alan, despojándose de su calzado y su chamarra, se metió en la bañera junto a él sin pensarlo mucho y solo se limitó a abrazarlo, acompañándolo en silencio, dejando qué le castaño llorará, y hablará cuanto quisiera.

Le habló sobre el temor constante a decepcionar a su padre. Y lo mucho que odiaba que lo tratara como a una niña solo porque no era tan rudo o fuerte como otros niños de su edad. Sobre, como nada de lo que hacía o decía, lograba enorgullecerlo y le habló de sus celos. Esos celos que lo carcomían. Esos celos que le tenía a él, su primo, ya que, a sus ojos, él era libre. Si estaba enojado lo expresaba, se defendía, peleaba por mantener su orgullo intacto mientras él, solo se tragaba sus emociones y hacía como que nada había pasado.

Le habló del terror que sintió cuando ese señor, quien le ofreció de buena gana su apoyo para volver al sitio donde estaban sus amigos, se abalanzó sobre él empujándolo hacía el baldío.

Le habló de lo mucho que gritó y lloró...sobre el pestilente aroma de aquel hocico babeante, la sensación de sus manos, el dolor y la crudeza de sus golpes junto a las horribles cosas qué le dijo. Y, sobre todo, la horrible sensación de su...

   —¡Fui tan tonto! ¡Y tan débil! —Chilló, volviéndose un ovillo y temblando— ¡Me avergüenzo de mí mismo! ¡No puedo siquiera mirarme al espejo porque me odio! ¡¿Por qué no puedo ser como tú?! ¿¡O como Joel!? ¡Incluso como el enano ese! Trato y trato... ¡Pero no puedo! ¡No puedo Alan!

El llanto rasgaba su garganta, el viento y con ello, el alma de Alan, quien solo lo abrazaba con más fuerza mientras las lágrimas trataban de lavar sus pecas en vano. 




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