17 - Infernus
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Este capítulo puede contener lenguaje, escenas, insinuaciones, o situaciones incomodas para cierto público.
Además, los personajes mencionados aquí son totalmente ficticios, y cualquier parecido a la realidad es mera coincidencia.
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Alan estaba alterado, corriendo tras su primo y llamándolo entre gritos.
La noche se había tragado al sol y un terrible acontecimiento nubló sus emociones; esas que, por primera vez, brotaban de su interior como un fuego llameante que surgía de su interior quemándole el pecho sin piedad.
—¡Miguel! ¡Espera!
—¡Déjame en paz! —Pidió el castaño con trémula voz.
El castaño subía las escaleras hacía su habitación entre grandes zancadas mientras en el suelo, conforme avanzaba, manchas de sangre dejaban tras de él un camino carmesí que Alan procuraba no pisar.
—¡No lo haré! ¡Estas lastimado! ¡Además, andas manchando el suelo a lo imbécil!
Alan estaba tan fuera de sí como su primo. Temblaba y el rostro, específicamente su frente y parte del ojo izquierdo, al igual que su estómago magullado, comenzaban a arder. Sudaba a pesar del frío que habitaba en sus días y en el transcurso de esa persecución sin sentido, su tobillo se torció, tumbándolo al suelo y atrasándolo en su labor. Todo había sucedido tan rápido. Esa mañana del 28 de diciembre, habían abandonado la comodidad de su hogar para realizar una simple tarea junto a Álvaro, que consistía en buscar las llantas para el carro de madera en lo que era una salida rápida de ida y vuelta, nada más.
No comprendía como las cosas habían terminado así y como, después de todo, no había sido capaz de proteger a su primo.
Álvaro iba al frente de ellos. Con un aire estúpido de orgullo, los guiaba hasta el sitio donde según él, ya tenía apartadas las llantas que necesitaban. Sin embargo, llevaban mucho tiempo caminando.
—Miren, la cosa está así —Explicó Álvaro, trazando la ruta a seguir—. Tenemos tres opciones: pero las mejores son la 1 y 2. Verán, tengo unas compillas qué me deben un favor.
—Unos "Compillas". —Corroboró Alan.
—Amigos, compañeros, conocidos cercanos...como quieras decirles.
—Entiendo qué significa, enano. Lo que no me gusta es que dependamos de unos "compillas" tuyos para conseguir las cosas...además, ¿Por qué caminamos hasta acá?
—Oye, fueron ustedes los qué quisieron venir. O te aguantas o te vas. Así de fácil.
Alan miró a su primo, quien con un gesto de miedo solo asintió, dando luz verde para continuar con el camino. Después de todo, fue él quien tuvo la idea de acompañar a Álvaro y no tenían el valor ni el conocimiento suficiente para volver sobre sus pasos.
《No me da buena espina este lugar. 》
Pensaba Alan, mirando a su alrededor con desconfianza. Por primera vez deseaba que su primo utilizara ese miedo y esa lógica extremista para negarse a entrar más y volver a casa o en todo caso, esperar al enano unos pasos más atrás.
—¿Seguro que quieres continuar Miguel?
— Le preguntó por tercera vez, cuando Álvaro se detuvo a platicar con un muchacho poco mayor qué ellos. El pecoso debía escucharlo de boca de Miguel, no con simples gestos que podían mal interpretarse. Quería estar seguro y darle una oportunidad más de rajarse.
—Ya estamos aquí —Miguel tragó saliva—. Aunque te seré muy sincero; tengo miedo. Pero también me da miedo la idea de tener que volver solos por donde veníamos. Además, quisiera ser un poco...un poco más valiente. Estoy cansado de tenerle miedo a todo. Quiero probarme...
—Entiendo. Entonces, mantente cerca de mí. Este lugar está muy ojete. Sí algo va mal te cuidaré.
—Ahora resulta... —Miguel esbozó una sonrisa, tratando de molestar a su primo, y buscando amainar la tensión del momento.
—¿Qué? Quieras o no, fui el mejor en Krav Maga. Era el más avanzado de todos.
—¿Qué es eso? —Preguntó con curiosidad, pero antes de que pudiese obtener respuesta, Álvaro los llamó, pidiéndoles que lo siguieran de cerca.
A esas alturas, estaban de pie ante una de las zonas más bajas de Montesinos, donde las casas en obra negra abundaban entre lo qué era una empinada bajada barrancosa. Eran las 4:45 de la tarde y lo que los primos más temían, era descender y que la oscuridad los atrapara. Ante esta sola idea, ambos tragaron saliva. Jamás habían estado en ese sitio, pero Álvaro, parecía pez en el agua desenvolviéndose por los rumbos e indicándoles donde debían pisar con cuidado. Girando en ciertas cuadras y alargando el camino solo para no pasar por ciertas calles en específico. Les advertía sobre algún perro bravo o algún loco que, según sus palabras, aparecía de la nada y soltaba manotazos a lo tonto.
En esa zona, las personas parecían pertenecer de otro mundo: uno lleno de violencia, adicciones, sangre...oscuridad absoluta. Amenazantes, parecía no haber rincón por donde no los observaran. Eran como caníbales hambrientos y acechantes ante su presa indefensa. En ese lugar, las mujeres, los niños, ancianos e incluso hasta los perros, parecían hostiles. Todos sin excepción, parecían estar a nada de saltar sobre ellos y atacar.
Miguel, el más miedoso y visiblemente afectado por la atmósfera que reinaba en ese lugar, sintió que el corazón le saltó del pecho cuando un hombre alto y delgado, de cabellera escasa y rubia, con signos de latente ira marcados en su rostro, apareció ante ellos con un machete en mano, mostrándoles su pobre dentadura amarilla e incompleta:
—¿Gustas pasar, primor? —Su tono de voz les heló la sangre, mientras con su mano libre se acomodaba el bulto entre sus piernas sin el menor pudor, encajando su vista en el más delicado y "bonito" de los tres: Miguel.
—Gracias, pero no anciano. —Álvaro hizo un gesto con su mano, como si con eso disipara la propuesta; dándole poca importancia a las insinuaciones del anciano mientras le indicaba a ese par a donde se dirigían.
Después de un camino pedregoso que iba en picada llegaron a una tienda, donde el morenito preguntó por un tal "Bonnie Boy"
La mujer del mostrador, de cabellos chinos y decolorados lo observó de pies a cabeza, mascando ruidosamente un chicle y dejando ver sus dientes amarillos que eran resaltados por un labial morado mal colocado y corrido; ésta, con voz chillona y pausada, mandó a buscar a dicha persona, haciendo aparecer con su llamado a un niño que se levantó de repente, proclamando su presencia mientras cruzaba la puerta trasera, oculta bajo una cortina de cuentas muy colorida.
La luz azul de la tienda, combinada con las sombras, el ruido de los frigoríficos y el griterío proveniente del televisor que transmitía una acalorada lucha, los hacía sentir raros. En otra dimensión de la cual, no estaban seguros si lograrían salir algún día.
Pasaron 3 minutos cuando por fin, Bonnie Boy apareció ante ellos. Era un joven alto, blanco y delgado; enredado entre prendas extrañas y notoriamente femeninas con animal print en los entallados pantalones y una ombliguera morada de un tono muy chillón. Este peculiar joven, caminaba como una reina sobre unas altas plataformas fucsia, cruzando la cortina se lentejuelas multicolor y haciéndolas tintinear entre ellas.
Tenía la cara llena de base y rubor, mientras uno de sus ojos portaba sombras moradas con blanco y un gran delineador negro sobre la fila de sus pestañas postizas. Mientras tanto, el otro solo mostraba un poco de sombra. Al parecer, se estaba preparando para una salida nocturna.
—¡Alby, cariño! ¿Qué haces por acá pequeño pillo? —Estaba asombrado con la presencia del menor.
—¡Ya te he dicho que no vengas para acá mocoso menso! —Meneó la cabeza en desaprobación y deslizando la vista a sus acompañantes continuó —. Oh, pero si vienes bien acompañado... ¿Y estás ternuras? ¿Son tus amigos?
—Algo así. —Se encogió de hombros.
—Mm, con qué algo así —Lo miró, entrecerrando sus ojos de gato—, no debiste traerlos aquí, es como llevarlos al matadero. ¡Y a estas horas! Dime qué quieres y los acompañaré. No puedo dejar que anden solos por ahí.
—Vengo por dos cosas. Una, ya la sabes. Y la otra...estoy buscando a Donnie, le pregunté al Job si seguía en el taller, pero me dijo que lleva rato sin ir. Necesito cobrarle un favor.
—¿Un favor? —Preguntó doble B.
—Si, me debe varias. Es momento de cobrarle un poco de lo que me debe. ¡No es nada del otro mundo! Solo unas refacciones.
—Ya veo —Respondió Bonnie Boy—. Pues no lo he visto en un rato. A buen santo te encomiendas, porque no soy ni bueno ni santo. —Una sonrisa divertida asomó por sus largos y gruesos labios.
—¡No me digas eso doble B! ¿Venimos para nada?
—¿Para nada? Te conozco bien pequeña pulga... y algo me dice que no solo venias por esas refacciones... —Álvaro solo sonrío y doble B suspiró, llevándose una mano a la cintura y recobrando su papel de "adulto" ante esos pequeños que lo miraban impactados aún.
Bonnie Boy era su nombre artístico y era un muchacho de 19 años qué desde muy pequeño, comenzó a prostituirse para llevar algo de dinero a casa. Vivía con su hermano menor quien dos años atrás, había fallecido debido a una fuerte enfermedad degenerativa qué le dio solo unos meses de vida junto a su hermano. Desde el día de su triste muerte, la mayoría de sus ganancias eran destinadas a un ahorro personal y preciado, con el cual, planeaba irse de Montesinos a la ciudad, donde iniciaría de nuevo; conseguiría un trabajo decente ante los ojos de la sociedad y dejaría de lado a Bonnie Boy, siendo simplemente, él.
—Sí es cierto que Donnie te debe una, o varias, entonces Agus deberá estar enterado. Puedes pedirle a él que te dé lo que necesitas o en todo caso, encargárselo.
—¡Va! ¡Me parece bien!
—Bien. Solo denme 5 minutos. ¡No puedo salir sin mi peluca y sin labial! — Su tono de voz era dramático mientras corría con gran destreza sobre sus enormes plataformas.
Esperaron cerca de 15 minutos, viendo entrar y salir a señoras, niños y ancianos para hacer sus compras. Muchos los ignoraban, pero otros, los miraban de pies a cabeza con gestos frívolos en su mayoría.
—Ok, vamos niños. Qué vendrán por mí a las 7:00 y para entonces ustedes deben estar en casita con mamá —Les aseguró, saliendo con una enorme peluca rubia y el maquillaje del rostro terminado—. Ahorita vengo Lu, si me buscan, diles que fui a dar una vuelta. Qué no tardo.
La señora del mostrador asintió sin decir palabra alguna. Solo mostró sus dientes amarillos en una mueca forzada que más qué parecer una sonrisa, parecía lista para gruñir y morder a alguien. Así, junto a doble B al frente, se adentraron aún más en las callejuelas de ese laberinto hostil.
—No me gusta este lugar...—Susurró Miguel, rompiendo el silencio qué habían mantenido durante media hora.
—¡Oh, así que hablan! —Doble B fingió sorpresa—. Adelante, externen sus miedos. No es un lugar acogedor. Están fuera de su zona después de todo.
—S-si...gracias...—Musitó Miguel.
—Señor-señora —habló Alan de repente, haciendo que Bonnie Boy soltara una risa divertida. —... No sirve de nada preguntar, pero, ¿a dónde vamos? Veo que nos estamos adentrando más.
—Me temo que tienes buena vista tesoro —Señaló—. Vamos a un taller mecánico. Ahí es donde trabaja el "amigo" de Alby...qué veo, no tiene buena comunicación con ustedes...cosa rara, teniendo en cuenta que son amigos y esta pulga habla hasta por los codos.
—No son mis amigos. Son amigos de mi muy mejor amigo, Joel.
—Joel...ya he escuchado ese nombre antes. Si es quien creo que es, yo que tú no iría diciendo su nombre a los cuatro vientos.
—¿Lo conoces? — Preguntó Alan, interesado y, sobre todo, alterado ante la idea de que Joel anduviese por esos rumbos.
—No. No tanto. Solo de nombre. Los niños hablan mucho y dicen cosas que pueden llegar a ser interesantes. Según ellos, él podría ser el siguiente al mando de las calles. Tiene un historial... interesante.
—No hablamos del mismo Joel entonces. —Externó Alan, con seguridad.
—¿No? ¿Cómo es tú Joel? —Preguntó interesado.
—Bueno...es un idiota. —Aseguró el pecoso, viendo como aquel joven soltaba una carcajada bastante melodiosa, cayendo en cuenta de que su voz natural, era mucho más bonita que aquella qué falseaba para hacerla más aguda.
—¡Como todos! ¿Podrías ser más específico? —Pidió.
—Bueno, es un buen tipo. Siempre cuida de todos y es amable. Le gusta ir al bosque y coleccionar montones de basura. Además de que es muy confianzudo.
—¡Que niño tan curioso es tú Joel! Me dan más ganas de conocerlo a él qué al que mencionan estos niños meados. ¡Para nada se parecen!
—¿Qué tontería dicen? ¡Es el mismo! ¡En todo el pueblo, solo existe un Joel de ojos grises! —Dijo Álvaro, orgulloso —. Y ese...es nuestro Joel, el terrible.
—Oye enano...no lo llames así —Ordenó el pecoso, molesto—. No es lo que dicen por ahí. Todos están equivocados.
—Bueno, pequeñín, los rumores siempre coinciden en su descripción. Un muchacho alto, con mascara. Siempre encapuchado, silencioso y letal...
—¡Puede ser cualquiera! —Interrumpió el pecoso.
—Dime pecosito...tú Joel tiene ojos grises... ¿no? De ser así lamento decírtelo, pero en todo el pueblo, no hay ni una sola persona con los ojos de dicho color. Entonces... ¿En qué creemos?
Alan encajó su vista en la espalda de Doble B, estaba molesto. No quería que hablaran así de su amigo, ya qué Joel se ponía muy triste cuando las personas lo señalaban como lo peor. Tomó aire y justo cuando iba a defender a su amigo, negando lo que ese delgado y afeminado joven le decía, Doble B anunció que habían llegado a su destino; Una gran bodega pintada en negro y repleta de grafitis de diversos tamaños y colores. Tenía la cortina corrida, a poco más de medio metro de distancia al suelo, de la cual, una luz blanca sobresalía junto a un silencio sepulcral.
—Adelante pequeños polluelos. Pasen...y cuidado con la cabeza. —Dijo señalando la cortina a medio bajar.
Primero pasó Álvaro, luego el pecoso quien después de unos segundos, le extendió su mano a Miguel por debajo de la cortina de metal para avisarle que todo estaba bien y que entrara, pero justo cuando Miguel se agachó para entrar, doble B lo detuvo en seco.
—Tú, gotita de miel, deberías esperar —Aconsejó—. No te conviene entrar. Agus tiene un gusto muy particular y retorcido, ya qué le gustan mucho los niños bonitos como tú. No vaya siendo que se encapriche contigo y no te deje salir de ahí...
Miguel lo miró directo a los ojos por primera vez, notando un lunar dentro de su ojo izquierdo. Su mirada, contrastando con esa sutil risa carmín, denotaba que hablaba en serio, depositando una sensación horrible y desoladora en el corazón del menor.
—Entren ustedes dos —dijo doble B, golpeteando ligeramente la cortina con su mano—. El muchacho se queda aquí conmigo ¿O quieren dejar a esta bella dama solita aquí afuera?
—Meh, ¡Como quieras! —Bufó Álvaro.
Dentro del taller, entre un par de carros destartalados y bajo las luces blancas del techo, estaba Agus, dándoles la espalda, sentado en una periquera ante una mesa metálica. Su imagen era absurda. Un monigote sentado en una silla tan pequeña causó gracia al pecoso.
—¡Ey Agus, hermano! —Saludó Álvaro, confianzudo—, ¿Has visto a Donnie por algún lado?
Escuchó al hombre aspirar algo con la nariz desde su sitio, emitiendo un ligero gruñido que erizó la piel del pecoso. Era como escuchar el gruñido de un felino feroz que le advertía mantenerse alejado y silencioso.
—Llegas justo a tiempo, ya se me terminó... ¿Traes algo? —Preguntó sin girarse, haciendo que su voz rasgara el viento.
—No, de hecho, también para eso vengo, a abastecerme.
—Qué lástima...Y ¿Qué quieres mocoso?
—¿Recuerdas que Donnie me debe un par de favores? Pues a eso vengo...
—¿Es en serio? Él... ¿Deberte a ti pulga pedorra? — Río divertido, alzando su cabeza y ladeándola de un lado a otro hasta que su grueso cuello tronó.
—¿Qué? No vengo por nada del otro mundo Agus, solo unas refacciones para un carro pequeño, un juguete para niños y, bueno, ya sabes...la otra deuda. De esa creo que si te enteraste ¿no?
Agus gruñó, golpeando la mesa con su puño. —Eres un molesto grano en el culo.
—Siempre me lo dicen...entonces: ¿Dónde están las refacciones? Necesitamos al menos 4 llantas no muy grandes...y si se puede un manubrio.
—No quieres nada... —Suspiró—busca en el cuarto de allá. No vas a querer que te lo entregué en la mano, ¿o sí? La herramienta está en la entrada, ahí en la mesa. Sírvete y lárgate.
Álvaro le agradeció haciendo una ligera inclinación de cabeza a pesar de que aquel monigote le daba la espalda. Y haciéndole una seña silenciosa a Alan para que lo siguiera, se dirigió a la ubicación marcada. Era un cuarto bastante amplio, que al encender la luz de esté, se vio atascado de motos, cuatrimotos, mochilas, bicicletas y varías cosas más.
—¿Qué es este lugar? ¿Tienen todo esto por arreglar? —Preguntó el pecoso.
El morenito solo río y meneó la cabeza, divertido, encontrando a su presa entre el montón de cosas. Un cuatrimoto para niños mayores de ocho, con 4 bellas llantas que sin problema le quedarían al carro de Joel. Sin más, al llegar a su adquisición, se dispuso a desvalijarla con gran agilidad.
—¿Qué haces? Esto deben entregarlo al dueño. Te va a regañar... —Dijo Alan en un susurro.
—Menso. ¿No entiendes? Son cosas robadas. Esto no es un taller mecánico. Y si lo es, solo es fachada —Explicó—. Esta es su bodega, aquí guardan todo lo que roban.
Alan se puso aun más nervioso con aquella confesión. Todo estaba mal. La zona, el robo, la gente adicta, estar rodeado de animales qué podrían matar por unos cuantos pesos y sobre todo, la oscuridad y soledad que les esperaba al salir de ahí...estaba aterrado y sin embargo, no podía hacer más que contener sus ganas de salir corriendo y volver a casa. Estaban a merced del pequeño niño moreno que se desenvolvía de manera natural entre la porquería de ese sitio. Un niño al que no le agradaban y cuya oscura mirada, engullía el alma atrapándola en una atmosfera extraña.
《Este cabrón nunca debió unírsenos. 》 pensó, dando unos pasos hacia atrás, dispuesto a esperar afuera y hablar con su primo sobre lo peligroso y dañino que podía llegar a ser Álvaro. Debían decirle a Samuel, y sobre todo a Joel.
—¡Mira! ¡Que niño tan lindo! —Dijeron a sus espaldas a la vez que el pecoso sentía como su espalda chocaba con una gran superficie blanda.
Temeroso, alzó la vista y se topó con una enorme papada bajo el rostro cacarizo y rojizo de un hombre de negros ojos: vacíos y perversos.
Era Agus, quien le sonrió con pleitesía mostrándole una hilera de dientes postizos que se asemejaban al oro y la plata. Agus lo tomó del hombro, acariciándolos con suavidad y un extraño temblor que estaba lleno de ansía y autocontrol.
—No me dijiste que tenías amigos tan lindos, Álvaro... este no se parece en nada a ti, todo correoso y feo. —Señaló, oliendo la nuca del pecoso mientras una risita escapaba de su boca.
—¡No me toques maldito cerdo! —Lo amenazó Alan, soltándose de su agarre y alejándose de él cuanto pudo; mirándolo con odio y repugnancia. No se dio cuenta cómo y cuándo, pero en su mano una llave inglesa se izaba ante él como un arma capaz de protegerlo de aquel cerdo. Las piernas le temblaban y aun podía sentir su pestilente aliento recorrer su espalda. Sus ojos se rozaron, a la vez que el odio los invadía.
Agus lo miró con frialdad y un aire de disgusto. Casi, de asco.
— Olvídalo, este está podrido y tiene la cara manchada. No me gusta.
Diciendo esto, se giró, dispuesto a volver a su lugar mientras tanto, Álvaro soltó una carcajada.
—¡Ja! ¡Ya sabía yo que no era tú tipo! — se burló Álvaro, levantándose con las llantas en brazos y dándole dos al pecoso, que aun temblaba sintiendo aun el toque de aquellas gordas manos sobre sus hombros.
—Ya, deja de temblar —Le dijo el morenito —. ¡Eh, Agus, vendré de nuevo mañana! Espero Donnie este aquí, para saldar la otra deuda...
—Sigue soñando enano, no lo he visto en días. A lo mejor lo tumbaron de un plomazo por ahí...
—Qué lindos deseos para tu amigo... ¡Bueno, nos vemos! — Álvaro se acercó hasta la salida, levantando la cortina con su mano libre para poder salir con más facilidad —. Eh, Miguel, ¡ayúdame a levantar la cortina! ¡Pero sin lastimarte las uñas!
Agus se giró hacía los dos menores, motivado por la curiosidad, viendo justo en ese momento, el rostro de Miguel asomándose bajo la cortina. La luz había dado de lleno sobre la palidez de su rostro. Lo vio máximo un segundo y medio cuando repentinamente, fue halado con fuerza por alguien a sus espaldas. Mientras los dos niños abandonaban el taller, Agus avanzó rápido a la entrada, levantando la cortina por completo y buscando aquel rostro que captó su atención.
Alan, al tenerlo tan cerca de nuevo, lo miraba con odio, listo para saltarle encima y arrancarle los ojos si era necesario. Mientras, Álvaro, solo estaba confundido por su actitud. Agus deslizó su mirada hasta Doble B, quien le sonreía con naturalidad y coquetería, recargado en la pared y jugando con el cabello de su peluca.
—¿Qué buscas grandote? —Le preguntó con melosa y juguetona voz —. ¿Quieres pasar un buen rato o qué? Porque de ser así, tienes suerte. ¡Hoy estoy disponible! —Doble B se acercó a él, rodeando su cuello de improvisto.
—¡Suéltame! —Ordenó Agus, quitándoselo de encima—, ¡Ya estás sucio, puta barata! ¿Dónde está? ¿Dónde está ese angelito qué se asomó hace un rato? ¡Lo quiero! ¡¿Dónde está?!
—La dama blanca te está jodiendo la visión cariño —Dijo Bonnie Boy, haciéndole una seña para que se limpiara la nariz —. Solo vienen estos dos feos espárragos, nada más. No hay un tercero. Mucho menos algo parecido a un ángel. Menos en un infierno pobretona y mundano como éste.
—¡Mentirosos! ¡La pulga lo llamó por su nombre!
—¡Me llamaba a mí bobito! ¡Les dije que me llamaran Miguel! Siento que me queda bastante bien ¿no?
Agus miraba hacía todos lados como un animal hambriento. Buscó en el bote de basura, en la alcantarilla, hasta caminó y giró en la esquina, buscando en cualquier sitio que pareciera un escondite, ansioso por encontrar a ese bello niño de piel pálida y ojos del color de la miel, llenos de temor e inocencia.
—Un ángel no puede vivir en esta suciedad. —Susurró Bonnie Boy mientras Alan y Álvaro lo seguían para salir de ahí cuanto antes.
—¿Dónde está ese idiota?
Se preguntaba Alan, fingiendo ira cuando en realidad, estaba profundamente asustado y preocupado. Su cuerpo aun temblaba por la sensación de aquellas grotescas manos sobre sus hombros. Sus palabras...su tono de voz. Y ahora, su primo había desaparecido todo por ocultarse de aquel ser asqueroso. Según les contó Bonnie Boy, solo descuidó al castaño unos segundos cuando éste atendió el llamado de Álvaro, asomándose inesperadamente. Cuando lo jaló, inmediatamente le ordenó correr y esconderse, señalando la dirección en la que su huida sería más rápida.
《Lo bueno es qué corrió a tiempo. Ese maldito solo camina rápido cuando ve a un pobre niño que le interesa...si lo hubiese tenido ante él no había forma en que pudiésemos arrancárselo...》
Pensaba él joven mordiendo la uña de su pulgar y retirando con este acto, el esmalte negro de ésta. Llevaban cerca de veinte minutos buscándolo. El sol había caído, perdiendo su reinado y cediéndolo totalmente a merced de las sombras.
—Le dije que corriera...pero no pensé que se iría tan lejos. —Dijo Bonnie Boy, aguzando el oído y su visión en busca del castaño.
—Qué tonto...no debió irse. — bufó Álvaro, haciendo que la sangre de por sí caliente de Alan, hirviera con sus palabras.
—¡Esto es tú culpa grandísimo idiota! Alan sujetó al enano por el cuello, deseoso de descargar su frustración —. ¿¡Por qué tenías qué llamarlo!? ¿¡Y por qué no nos avisaste de este lugar si sabías que era así de peligroso!?
—Perdón ¿sí? Yo que sabía que Agus tenía esos gustos tan horribles y que ese idiota huiría como una niñita.
Alan sin pensarlo más, le soltó un puñetazo en la cara, él cual Álvaro no dudó en devolverle, impactando su puño contra su estómago. Entre los dos, entraron en una pelea a puño limpio mientras Doble B, solo los miraba en silencio. El pecoso vomitaba su ira en cada temblor de su cuerpo, en el rechinar de sus dientes, en esa simple mirada verde y en cada golpe qué conectaba contra aquel niño que detestaba tanto.
—Muy bien niños...ya, fue suficiente — Los detuvo el joven cuando así lo consideró prudente —. Luego continúan con su pelea. Ahora, busquemos al angelito de caramelo. Este lugar no trata bien a los niños y menos a los bonitos y miedosos.
Alan, quien había quedado en pie, dejó al morenito tirado en el suelo, con impotencia. Apretando los puños y conteniendo las ganas de patearlo.
—Sí por tu culpa le pasa algo malo a Miguel, te mataré.
Alan se sentía en una pesadilla. El estómago comenzaba a dolerle y no por el golpe del enano. Además, el aroma viciado mezclado entre orines, eses, tierra mojada y hierba comenzaba a marearlo.
—Maldita la hora en qué te conocimos. —Escupió con desdén el pecoso, adelantándose a él y a doble B.
Encontraron a Miguel 15 minutos después de la pelea. Estaba dentro de un baldío donde, entre una construcción en obra negra, hecho un ovillo, lloraba sin parar.
Alan al verlo, corrió hacía él rodeándolo con sus brazos temblorosos y sintiendo qué el alma volvía a su cuerpo. Estuvo ahí, hincado ante él consolándolo un buen tiempo, donde él castaño embarró sus lágrimas y sus mocos en el suéter del pecoso hasta que sus temblores amainaron y pudo controlarse.
A su lado, el cuerpo de un hombre yacía con los pantalones a media rodilla, inconsciente, embarrado en vómito y alcoholizado a más no poder. Alan sintió ganas de vomitar. Y cuando su primo se levantó, las lágrimas quisieron abandonar la comodidad de sus verdes ojos para alimentar el sueño estéril de ese cruel mundo falto de amor.
La ropa del castaño estaba maltrecha; su camisa de vestir, siempre bien planchada y limpia, ahora estaba rasgada, manchada de sangre y con unas feas marcas marrones que mostraban los sitios donde ese tipo había puesto y deslizado sus asquerosas pezuñas, habiendo llegado a la ingle del menor. También, el rostro pálido de su primo estaba maltratado y en la nariz, una mancha de sangre coagulada y embarrada brillaba entre la oscuridad de esa terrible noche donde algunas farolas lejanas iluminaban un poco las calles.
Doble B, desvió su mirada y revisó los signos vitales del hombre.
—Está inconsciente. No parece, pero, tuviste suerte primor. Estaba tan borracho que no pudo más y se quedó dormido —Señaló—. No debiste correr tanto. Te dije que te escondieras, no que corrieras hasta que ya no pudieses más. No te hizo nada más, ¿verdad? ¿Solo te toqueteó?
Miguel asintió, sorbiendo su nariz.
—Menos mal. Ese es tu vomito ¿no? —el castaño volvió a asentir, apenado. —Se lo tiene bien merecido, perro asqueroso.
Bonnie Boy escupió sobre la cabeza de ese monstruo con máscara de humano. Mientras tanto, Alan, quien siempre procuraba llevar al menos dos camisas encima por el frío, se quitó una de las que traía y se la ofreció a su primo para que se deshiciera de la suya. El castaño aceptó, aunque se negó a usar la chamarra del pecoso. Álvaro, por su parte, solo desvió la mirada.
Bonnie Boy, volvió a suspirar y sin decir nada más del tema, viendo al par de pequeños padecer ese trauma juntos, los guío hacia la salida de ese pequeño infierno, siendo ellos la sombra temerosa de Dante y él, su querido guía, Virgilio.
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