16 - Un regalo para un amigo.
Alan abrió el sobre.
Era la mañana de noche buena y Joel se había marchado faltando pocos minutos a las ocho. Carcomido por el tiempo, se levantó de un salto, se despidió del pecoso con un "Si hay chance, te llamaré, no lo dudes" y sin pensarlo, le dio un fuerte abrazo que coloreó el rostro del pecoso y lo inmovilizó por unos segundos, donde la calidez del moreno lo rodeó con ternura.
Todo fue tan rápido que ni siquiera notó cuando Joel ya estaba al pie de la ventana, saliendo por ésta aún cuando era totalmente innecesario hacerlo. Pronto su alta silueta cruzó la calle, dando enormes zancadas que lo llevarían a su destino sin mayor problema; mientras Alan lo observaba desde la ventana hasta que su figura se fundió en la lejanía.
Solo entonces, con el arrullar de las palomas acompañando al abrupto silencio matutino, su habitación le pareció enorme.
Vacía. Tan callada...como nunca le había parecido. Estaba solo. Al menos, así se sintió. Y seguiría así durante un tiempo. Al menos hasta que Joel volviera.
Suspiró, mirando cada pequeño espacio de su cuarto, recordando que sobre su mesa de noche, junto a la lámpara de luz que su padre le regaló, se encontraba la cajita donde Joel le entregó la pulsera. Tomó asiento y del sobre extrajo dos hojitas blancas.
Alan volvió a suspirar, esta vez, por lo que le esperaba leer.
Alan sonrió divertido.
La letra de Joel le era algo complicada de leer, pero con tantas notas clandestinas que se enviaban en clases, más las esporádicas veces en qué Alan tenía que leer sus apuntes para comparar cierta información de la clase, fue adquiriendo una gran facilidad para descifrarla. Y aunque esto no quería admitirlo ni siquiera para sí mismo, siempre destinaba un espacio en su memoria para aprenderse y guardar cada palabra escrita por aquella mano para así poder evocarlas cuando así lo quisiera.
En esas dos hojitas de pocas palabras, Joel le pidió cuidar y mantener los lazos que habían formado con Miguel, Samuel y Álvaro. Aun en su ausencia, quería que sus amigos siguieran viéndose; salieran a jugar, o simplemente a banquetear mientras comían chuchería y media.
"- 𝑵𝒐 𝒔𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒅𝒆𝒏 𝒔𝒐𝒍𝒐𝒔" pidió.
Dejando una promesa qué acompañaba al pecoso con emoción, y cierta ansía.
"𝑽𝒐𝒍𝒗𝒆𝒓𝒆 𝒑𝒓𝒐𝒏𝒕𝒐."
Sin perder tiempo, el pecoso sacó su diario y comenzó a escribir los acontecimientos de esa madrugada de diciembre, con una enorme sonrisa de oreja a oreja, ya que sin duda, había sido memorable para él.
Como una pijamada de ultimo momento, aunque sin comida, películas, ni juegos; solo charlas amenas, bromas y risas, producto de una grata y amada compañía.
Una vez terminó de escribir, pegó la flor al final de la página como emblema y el sobre hasta el final del cuaderno, donde guardó ambas cartas con sumo cuidado. Era curioso como poco a poco, ese diario que tanto odiaba, se convertía en uno de sus tesoros más preciados; en el cual, sus secretos, sus días y esos pequeños diamantes en forma de hojas de papel arrugado, repletos de recuerdos, eran preservados con recelo.
Miró su pulsera con gran afecto. Era única en su especie. No había una sola igual a ella, aun si Joel tenia una parecida. Se sintió dichoso y depositó en esa pulserita, toda la buena suerte del mundo.
—Serás mi amuleto de la buena suerte de ahora en adelante.— Le susurró sonriendo, para después leer una y otra vez las palabras grabadas en el dije.
Esa misma mañana, fue caótica para todos.
La cena de navidad, la limpieza profunda de cada recoveco de la casa: salir, ir y venir por algo que faltó o se olvidó. El griterío de los niños, de Liliana, de Miguel e incluso del pecoso que se exasperaba por la lluvia de ordenes que le llegaban de todos lados.
Absolutamente todos, habían perdido la cabeza. Esto provocado no solo por la cena de navidad, si no qué también, por la pronta llegada de un familiar inesperado.
Miguel, quien consiguió bajar de apoco sus dotes de tirano con el pasar de los días, ahora parecía haberlos elevado a niveles insospechados. Ordenaba, gritaba y regañaba, todo al mismo tiempo sin discriminación alguna.
Él y Liliana, en esos momentos, eran dos potencias altamente capacitadas para hacer explotar con sus gritos a la nación entera si así lo deseaban.
En una ocasión, en el cuarto de lavado, cuando por fin pudo estar a solas con su primo, Alan preguntó:
—Oye, Miguel...¿Qué tienes? ¿Por qué estás más estresado de lo normal? Tienes cara de querer cagar y no poder hacerlo.
—Que desagradable eres. —Respondió el castaño con una mueca de asco — Pues ya te enteraste ¿no? Vendrá mi padre hoy...
El pecoso notó en su voz un deje de amargura y enojo.
—Si, pero eso es bueno ¿no? Mi tío lleva tiempo sin venir. Hace un mes que no se aparece...¡Ya ni me acuerdo de su cara!
—Si...el trabajo lo consume demasiado. —Respondió lacónico el castaño, metiendo a la lavadora unas sabanas mientras Alan, sacaba su ropa de la secadora.
—¿De que me dijiste que trabajaba?
Miguel gruñó —¡Te lo he dicho ya tres veces, Alan! Una por cada vez que viene...¡Se nota que no me escuchas!
—Tengo mala memoria, ¿Qué le puedo hacer? Si te sirve de algo, recuerdo que era mecánico...
—Ingeniero mecánico.— Corrigió Miguel, exasperado.
El castaño, por cuarta vez, le explicó el motivo de la ausencia de su padre. Sin embargo, Alan no era tonto, solo le gustaba hacer enojar a su primo. ¡Claro que recordaba la poca información que recibió de su tío Mauricio a la primera!
Era ingeniero en una empresa dedicada a prestar equipamiento para laboratorios a nivel nacional. Dicha empresa, según se requería, mandaba a un grupo de ingenieros a instalar, reparar o dar mantenimiento a dichas maquinas. Estas salidas los mantenían lejos de casa desde una simple semana, hasta un mes o aun más. Dependiendo la demanda y el lugar a donde fuese mandada la cuadrilla.
Sin embargo, de apoco, el equipo de Mauricio fue disminuyendo notablemente. La gran mayoría renunciaron debido a los problemas familiares que dicho trabajo les había provocado, esto gracias al poco tiempo que dedicaban a la familia; dejando así, el trabajo qué se repartían entre muchos, a unos pocos. Pero a como pintaban las cosas, por fin había bajado la demanda, permitiéndole volver a casa aunque fuese solo unos días.
Sin embargo, nunca se sabía cuanto tiempo estaría en casa, a no ser que pidiese sus vacaciones, las cuales solía guardar para mediados de año.
Alan hizo memoria de las veces que había visto a su tío en los meses que tenía viviendo en casa de su tía. Solo llegó a verlo 3 veces y una de ellas fue de entrada por salida.
Era un hombre alto, fornido y algo rellenito. Trabajador, directo y hasta cierto punto, estricto. Con lo poco qué lo trató vio en él a un hombre varonil, rudo y envalentonado. Para nada delicado o sentimental además, en sus tiempos mozos, fue un gran luchador y aun trataba de mantener la figura de esos días, aunque la panza cervecera le jugaba en contra.
Miguel, después de volver a contarle los motivos que mantenían fuera a su padre suspiró, cerrando la tapa de la lavadora.
Era curioso verlo, más que emocionado, nervioso y tenso ante la llegada de su padre. El pecoso mentiría si dijera qué la relación de padre e hijo que ese par sostenía, era cercana y amorosa. Ya que en las pocas veces qué vio a Mauricio, nunca lo notó especialmente cariñoso con Miguel. Todo lo contrario. Era demandante y rígido. Bastante estricto y lejano cuando se trataba del castaño.
《Es como Esther...》
Pensó Alan más tarde, cuando lo vio entrar por la puerta risueño y ruidoso, abrazando a sus mellizos, quienes lo llenaron de besos y abrazos. Besó a su esposa en los labios y en la frente y a Miguel, cuando esté se acercó, solo le dedicó una mirada de cariño que pronto fue suplantada con un fuerte deje de severidad.
—¿Cómo ha ido todo en casa, hombrecito? –Preguntó, tomándolo de los hombros con solemnidad. —¿Has cuidado bien de la familia, tal cual te indiqué?
Miguel asintió sin decir palabra, desviando en todo momento su mirada.
—Muy bien. — Le dio una palmada en ambos hombros y añadió, con un gesto de disgusto. — Estás más delgado. Pareces una niña. Luego esos pelos largos no ayudan mucho. — Dijo, golpeando con uno de sus dedos uno de sus mechones castaños.
Apartó la vista de su hijo, enfocando entonces a su sobrino, a quien saludó con un fuerte apretón de manos, acto que él pecoso sintió como un reto, aplicando más fuerza en su saludo para no quedarse atrás. Cosa que hizo reír a Mauricio, divertido ante la impertinencia de su sobrino.
—¡Tan competitivo y cabezón como siempre ¿eh, pecoso? — Dijo, rodeándolo en un medio abrazo, cálido y paternal.—¡Y mírate! ¡Ya estas más gordito! ¡Serás un hombre fornido, sin duda!
Mauricio estaba de buen ánimo y golpeando el brazo del pecoso con diversión, lo llevó consigo a la sala donde le habló sobre sus días en la lucha libre.
El pecoso, incómodo, miró de reojo a su primo quien, cabizbajo sobaba su brazo izquierdo entre lo que pareció ser la oscuridad del recibidor. Triste y solitario.
《Miguel... Creo que por primera vez logro comprenderte.》
La cena fue más que incómoda. Al menos, para Alan y Miguel, ya qué el hombre, cuando no hablaba de su trabajo, el camino a casa, sus mellizos o su esposa, hacia preguntas al pecoso cuyas respuestas celebraba con gran orgullo.
Al parecer, le gustaba mucho qué Alan fuese un hueso duro de roer muy a pesar de su baja estatura. Su mirada retadora y sus ademanes toscos, parecían llenarlo de un extraño orgullo paternal. Le gustaba escuchar sobre sus peleas y los torneos donde participó cuando practicaba artes marciales y parecía ver en él un futuro prometedor en el deporte cuerpo a cuerpo.
Cuando recordó que junto a Alan estaba su propio hijo, apenas y le preguntó como estaba, asignándole nuevas tareas a cumplir cuando volviese al trabajo y se quedaran solos de nuevo. Su voz se volvía tosca al hablarle a Miguel y nunca lo miraba a los ojos. Era una escena incómoda de presenciar.
Cuando terminaron de cenar, el castaño y el pecoso se levantaron de la mesa, alzando sus platos para ir a lavarlos.
—Deja ahí Alan...qué Miguel lave tu plato. Y de paso el mío. — Dijo Mauricio, extendiéndole su plato al castaño.
Este lo miró y tragó saliva, mientras lanzaba a lo lejos su mirada, tratando de ocultar lo avergonzado que se sentía.
—Allá tienes tus guantes ¿no? Digo, para que no te dañes las manitas...—Añadió Mauricio con una sonrisa odiosa y burlona.
Liliana lo miró con desaprobación, guardándose una lista de quejas qué mas tarde le daría a su recién llegado esposo, limitándose a solo entregarle una fiera mirada, le arrebató el plato de la mano.
—Yo los lavo tesoro. — Dijo en cambio a su hijo, tratando de quitarle los platos a Miguel, quien se negó sin decir nada y entró a la cocina con su madre siguiéndole de cerca.
Miguel no quería estar con ese hombre. Y sí estar en la cocina era la excusa perfecta para mantenerse alejado de él, a pesar de lo que éste dijera, no la desaprovecharía.
—No sé por qué me mira así —Suspiró —...Liliana insiste en tratarlo como una señorita, pero yo lo trato así...¡Y se enoja! No entiendo a las mujeres...— dijo Mauricio, meneando la cabeza con desaprobación.
Mientras en la cocina, Liliana trataba de darle palabras de aliento a su hijo.
—Ya sabes como es tú papá. Hablaré con él. Porque parece que la ultima charla que tuvimos le entró por una oreja y le salió por otra.
—No te preocupes mamá. No es necesario –Respondió Miguel, brindándole una tenue sonrisa.
Mientras tanto, en su pecho, algo se rompía, algo se desmoronaba.
Samuel tocó a su puerta, acompañado de Álvaro.
Eran las dos de la tarde y el grandote se miraba preocupado cuando Alan abrió la puerta. Mientras qué Álvaro, de pie tras él, se negaba a siquiera mirarlo. Era evidente que estaba ahí porque Samuel lo llevó contra su voluntad.
Alan trató de ignorar su conducta, estaba claro qué no se llevaban bien. Eso había quedado pautado desde el primer momento en qué el morenito trató de acaparar la atención de Joel y desde el primer momento en que Alan chistó para que lo dejara ir siquiera al baño solo, ya que eso incomodaba a su amigo.
El pecoso llamó a su primo y los cuatro se situaron bajo el árbol de buganvilia.
Les era tan extraño estar todos juntos sin la presencia de Joel aun si no era la primera vez. Esto debido la presencia de Álvaro, qué alteraba un poco la convivencia gracias a sus actitudes, ya que después de Joel, éste se había encariñado bastante con la amable pasividad del grandote, creando así una barrera entre ellos e impidiendo que la comunicación fluyera adecuadamente.
《Y así quiere Joel que me lleve bien con ésta pulga arrimada..》 pensó el pecoso, dispuesto a poner de su parte a pesar de todo.
—Bueno ya, al grano. No venimos a ver como pasaron la navidad y esa basura. ¿Saben algo de Joel? —Preguntó Álvaro.
La pulga en discordia que hacía de esa reunión algo difícil de llevar.
—¡No seas así! —Exclamó Samy, molesto—. No le hagan caso, solo está preocupado. Lo qué pasa es que desde ayer fuimos a buscarlo a su casa. Planeábamos venir con él para pasar un rato de la navidad todos juntos. Pero cuando llegamos a su casa no había señales de él —explicó Samuel con su suave voz, jugando nerviosamente con sus regordetas manos sobre su pancita redonda. —. Pensé que solo habían salido y qué volverían más tarde. Pero dice Álvaro que ya lleva rato sin verlos. ¿Ustedes saben algo de él?
Miguel negó con la cabeza, confundido y hasta cierto punto, preocupado ante lo que escuchaba.
Últimamente, la paz que habitaba en Montesinos estaba siendo violentada y cruelmente manchada con la sangre de algunos habitantes qué eran considerados y queridos por muchos, volviéndose peligroso andar solo por las calles con la misma tranquilidad qué antes.
A esas alturas, la fortuita desaparición de alguien era alarmante y un motivo de preocupación y miedo. Además, en casa de Joel, solo estaban él y su madre y no había a quien preguntarle sobre su paradero, lo que los volvía presas fáciles a ojos de algún desalmado.
—Van dos días que no los veo —Dijo Álvaro, preocupado— .Siempre paso por su casa, me queda de camino a la panadería. Y desde que tomo esa ruta, no hay día en que no vea movimiento en su casa. A veces veo a su mamá barriendo la calle. O tienen las ventanas abiertas, o la música que retumba de fuerte. Hasta las 3 cosas al mismo tiempo. Pero estos últimos días todo ha estado muy tranquilo. Además de que la calle acumula polvo y la doñita nunca deja que eso pase. Le pregunté a los chismosos de esa cuadra pero nadie vio ni supo nada...
Alan tomó aire.
Por más que quiso avisarles, no encontró oportunidad de hacerlo con todo el ajetreo que había en casa. Y gracias a eso, Samuel y la Pulga estaban preocupados por el bienestar del moreno.
—Si, sobre eso...—Dijo, con trémula voz.— Desde ayer iba a buscarlos para decirles que el domingo Joel pasó de rápido a mi casa para avisarme qué se iría de último momento a la ciudad, a visitar a su hermano...
—¡¿Qué?! ¡¿Te avisó y no nos dijiste nada?!— Saltó el morenito enojado. — ¡Eres un inútil! ¡Ni siquiera para dar un recado eres bueno!
—¡Ey, Ey! ¡Bájale de huevos enano! —Advirtió Alan, conteniendo su mal genio y las ganas de soltarle un golpe.
—¡Ya, Álvaro!— se interpuso Miguel sin dudar. —No debiste llamarlo así en primer lugar...Y yo estoy de testigo: estos dos días han sido pesados. Hemos estado muy ocupados en casa y tenemos visitas al por mayor; tías, primos, abuelos...¡no había forma de se saliera y fuera casa por casa para avisarles!
—¡¿Qué pendejadas dices?! ¡Si ni siquiera a ti pudo avisarte!— Escupió Álvaro, apartando la mano del castaño que estaba posada ligeramente sobre su pecho, listo para darle un empujón si se acercaba más al pecoso.
Por otra parte, el castaño no supo que decir. Era evidente que Álvaro, quien parecía andar en su mundo todo el tiempo, había notado su sorpresa cuando Alan le dio la noticia. Después de todo, ni siquiera sabía que Joel no estaba en Montesinos.
—No. Tampoco a mi me avisó. —Admitió — Apenas y nos hemos visto estos días y eso que estamos en la misma casa. Pero como te dije, hemos estado muy ocupados.
—¡Mentiroso! ¡Lo defiendes porque es tu primo! ¡Y tú, eres un idiota que nos oculta información!
—¿Información? ¿Qué somos? ¿Espías rusos? ¡Mejor vete ubicando enano! ¡Ya les dije que Joel se fue a la ciudad a visitar a su hermano! ¿Qué más quieres?
—¡Que admitas que no planeabas decirnos! ¡Si no te hubiésemos buscado, estaríamos aun con el miedo de que-!
—Álvaro, ya, cálmate.—Pidió Samuel, tomándolo de los hombros y clavando su dulce mirada en él. El morenito trató de chistar, pero el grandulón negó con la cabeza.
—¿Cuánto tiempo estará allá? ¿No te dijo? —Preguntó Samuel, aprovechando el silencio del más pequeño.
Alan negó con la cabeza y Álvaro se cruzó de brazos, molesto, susurrando algún improperio para el pecoso que no alcanzó a escuchar.
—No le pregunté. No se me ocurrió en el momento, era temprano...yo...
—¿Ves? ¡No entiendo porque tuvo que ir contigo!...—Escupió Álvaro despectivo —La estación de camiones queda más cerca de mi casa...pudo haber pasado conmigo y hasta menos tiempo le toma. Y a diferencia de ti, si le habría sacado más información...
—¿En serio? ¿Tú crees enano. Conociéndote, ¡Capaz y en una distraída te le metes en la maleta con tal de no dejarlo ir solo! ¿Maldito acosador!
—¿Qué me dijiste?...—Preguntó Álvaro, retándolo a decirlo de nuevo.
—A ver ustedes dos.— Interfirió Miguel nuevamente— Álvaro, tiene sentido que fuera a despedirse de Alan. De todos, él fue su primer amigo. Le tiene más confianza. Es normal que sea él a quien busca primero. Aquí lo importante es que ya nos avisó. Y no tenemos nada de que preocuparnos.
—Miguel tiene razón.—Añadió Samuel, tocando el hombro del más pequeño para calmarlo.
Hubo un silencio incómodo qué Álvaro terminó por romper.
—Bueno, si Joel no está aquí, no le veo sentido a perder nuestro tiempo con ustedes. Vámonos Samy...
El grandulón lo miró, contrariado ante sus palabras. Se negó y permaneció ahí sentado junto a los primos.
—Ey, ¿Qué pasa grandote? Te digo que ya es hora de irnos...
—No voy a ir Alby. Aunque Joel no esté, ellos siguen siendo mis amigos. —Señaló Samy, rehusándose a acompañarlo.
—¿Entonces yo no soy tu amigo?
—¡Claro qué sí, pero ellos también lo son! —Expuso, inflando sus cachetes. —Y me molesta que no quieras tratar de convivir con ellos.
Álvaro lo miró, ligeramente herido por su conducta.
Entre todos, después del moreno, a quien consideraba un buen amigo era a Samuel, siguiéndole de cerca Miguel, aunque para su desgracia, esté parecía estar siempre del lado del pecoso irritante, cosa que restaba su confianza en él.
—En verdad me gusta ser tu amigo. Pero también me gusta estar con ellos. ¿Por qué no tratas, aunque sea un poco, de integrarte? —Preguntó Samuel, sonriéndole y dando una palmadas en la banqueta, junto a él.
El morenito suspiró, sentándose en el lugar señalado.
—Espero Joel lo esté pasando bien en la ciudad...—Dijo Samuel, cambiando el tema y mirando el cielo bajo la sombra de ese bello árbol de flores moradas.
—Si...yo pienso que sí. Fue con su hermano al fin y al cabo...—Dijo Miguel, dando paso a un silencio corto, que él pecoso sintió eterno.
Alan quería hablar pero le era muy extraño siquiera intentarlo, ya qué no solía tomar la iniciativa de nada. Él solo se limitaba a opinar, votar y seguir. Hasta ahí llegaba su participación en tareas colectivas.
Pero, teniendo en cuenta el encargo de Joel, no quería fallarle y por lo tanto en esos dos días de arduo trabajo en casa, estuvo pensando en la manera más adecuada de pasar el tiempo con sus amigos y Álvaro. Además, sentía que debía darle un regalo que le brindara una felicidad equiparable a la qué el sintió al recibir la pulsera. Y así con esos dos objetivos en mente, durante la noche, mientras observaba el techo entre la penumbra, encontró la mejor manera.
Mirando la pulsera en su muñeca, encontró el valor que buscaba para exponer su idea.
— Oye Miguel...¿recuerdas el carro de madera? Ya no lo hemos tocado para nada...
Álvaro pareció interesado.—¿Carro de madera?
—Sí...Joel estuvo trabajando en un carro de madera qué el pudiese manejar... —Explicó Miguel, contándole como estuvo la situación hasta ahora, su presente. Para después preguntarle a su primo que pasaba con el carro.
—Bueno...estaba pensando; ¿Qué tal si lo terminamos de una vez? Ya me hartó verlo ahí en el rincón —mintió.— Y así saldamos nuestra deuda de una vez...
Miguel lo meditó un momento. Llegando a la conclusión de que posiblemente Joel se ofendería por terminarlo sin él.
—Son detalles lo que falta. Si el pudo nosotros también.
—Es una buena idea, ¡me gusta!—Opinó Samuel emocionado.— No es mi deuda, pero me gustaría regalarle algo a Joel. Y qué mejor qué entregarle su carro ya terminado aunque sea entre todos.
—Pero el detalle es el mecanismo, no sabemos nada de eso. — Observó Miguel.
—Tenemos el cuaderno de Joel, ahí tiene todos los apuntes. — Le recordó el pecoso, aprovechando el ánimo que mostraba aquel par.
La mayoría parecían estar de acuerdo. Incluso Álvaro, quien fingiendo desinterés solo dijo:
—A donde vaya el grandote, voy yo.— Exhaló e hizo dos preguntas importantes.
¿Qué hacía falta y cuando iniciarían?
Alan buscó entre sus cosas el cuaderno de apuntes que Joel le había confiado. Ahí estaban todos sus diseños desde el primero hasta el último, con un montón de anotaciones de victorias y derrotas.
Lo hojeó una vez se reunió con sus amigos en la cochera buscando el diseño que eligieron entre él, Joel y Miguel.
Una vez ubicó la página deseada, el pecoso le entregó el cuaderno con las anotaciones de Joel a su primo, quien a su vez, conforme trataba de leer aquellos garabatos, les indicaba qué cosas faltaban por conseguir de esa lista:
Álvaro estaba maravillado con lo que veía y escuchaba. Y cada segundo que pasaba, se enorgullecía aun más de que su admiración por Joel no fuese en vano. Por su parte Samuel, escuchaba atento y risueño.
—Joel tiene un chingo de diseños, pero al final entre los tres elegimos este, que fue de los primeros 10 que hizo. Era el más fácil. —Explicó Alan.—Solo lo hicimos más grande porque las medidas que le había puesto ya no quedaban con la altura que tiene.
—Y nos faltan algunas cosas para poder hacerlo andar. El problema es qué lo que falta, o sea lo más importante, no sabemos instalarlo. Solo él. Además, las llantas que teníamos ya no funcionaron ya qué dos se enchuecaron, una se perdió y la otra se rompió totalmente; así que ahora debemos buscar dónde conseguir 4 llantas iguales o similares entre sí.
—¡Puedo con eso! — Aseguró Álvaro, de mejor humor. —Sé donde conseguir las llantas. Yo me encargo.
—Ok. Entonces, solo nos queda la instalación: Joel tiene varios apuntes sobre el flujo de la electricidad — Dijo Miguel, buscando entre las páginas, cuando de pronto, el cuaderno le fue arrebatado.
Mauricio, quien estaba tras ellos hojeo con curiosidad el cuaderno.
—¿De quien es esto? —Preguntó con un deje de emoción en la voz, mirando a su hijo con cierta esperanza.
—Es de un amigo nuestro. —Dijo Alan ante el nerviosismo que sometió a Miguel en un molesto tartamudeo y sin tantas vueltas, procedió a relatarle lo sucedido.
–Entiendo. — Dijo Mauricio, asintiendo con la cabeza cuando terminó de escuchar el relato. — ¡En ese caso, ya qué mi hijo y sobrino fueron los culpables de destruir el carro, les ayudaré con lo eléctrico!
Mauricio parecía gratamente emocionado mientras hojeaba el cuaderno con ilusión, admirando cada apunte y diseño. Qué un niño tuviese la iniciativa de hacer por sí solo un proyecto así; sin guía ni apoyo, le demostraba la templanza en aquél joven corazón y las ganas de conseguir las cosas que deseaba.
—¡Quisiera conocer a este niño! ¡Es brillante!
Alan miró a su primo, quien sin decir nada se giró y tomó a Álvaro por el hombro, preguntándole de dónde conseguiría las llantas.
Se sentía dejado de lado, sin duda. A su ver, todos podían hacerlo sentir orgulloso menos él, su propio hijo. Quería decírselo, hacerle ver lo mucho que lo lastimaba. Pero no tenía el valor suficiente para demostrar lo mucho que eso le dolía, por lo que optó por la mejor vía.
Ignorarlo todo hasta que pasara.
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