12 - Tiempo
Era una mañana muy helada.
Sus pasos iban al compas de la canción qué solo conocía Joel pero qué de apoco, Alan comenzaba a aprenderse en silencio mientras se adentraban en el bosque, ya camino al fuerte. El día estaba bastante nublado y las hojas de los árboles creaban una alfombra naranja y crujiente bajo sus pasos. Las aves volaban por sobre sus cabezas, despeinando a veces sus cabellos por el batir de sus alas, las cuales alcanzaban a rozarlos un poco entre sus vuelos, mientras otras emitían un suave arrullo a lo lejos, llamando la atención de aquellos verdes ojos, expectantes.
—Qué bonito día... — Dijo Alan en un hilito de voz, admirando el grisáceo cielo sobre sus cabezas. Encontraba cierta belleza en la decadencia de un bosque qué de apoco, entraba en hibernación. Joel se detuvo, siguiendo su mirada para ver lo qué el pecoso veía.
—Si, es hermoso — suspiró Joel, mirando el cielo—. Aunque, de un tiempo acá, prefiero el verde de los árboles y el azul del cielo en un día despejado. Pierdo la noción del tiempo cuando el clima está así. Además, me hace sentir apurado...como si el tiempo se me acabara... — Su voz era tranquila, suave. Pero apagada a la percepción del pecoso, que estaba acostumbrado a percibir el color que brotaba de Joel en cada palabra que salía de su boca.
—¿Tiempo? ¿Tiempo para qué? — Preguntó Alan, intrigado. El concepto de tiempo para el pecoso jamás iba de la mano con la escases. Si se ponía a pensar en el tiempo, miraba una gran lista de posibilidades ante él, donde "tiempo" era lo que sobraba.
Joel suspiró —Para todo, Alanbrito—respondió—; para jugar, gritar, brincar, trepar, abrazar, besar, amar...el tiempo se acaba para todo. Y si te soy sincero, eso me aterra.
Joel se sostuvo el estomago, presa de un ligero malestar. La ansiedad depositada en su cuerpo se manifestaba cuando su mente accionaba el interruptor de esa idea en especifico; haciéndolo sentir un incómodo vacío que no podía llenar.
Alan estaba consternado por la forma de hablar de Joel. De repente a sus ojos ese joven poco mayor qué él, repleto de una esencia luminosa llena de energía; parecía ser un hombre gris, entrado en años que miraba con tristeza las estaciones pasar entre sus manos.
—Tienes razón — admitió el pecoso, sintiendo en su garganta un ligero temblor. —...Da miedo pensar que algún día el tiempo que tenemos nos parezca poco —En su cabeza azabache, de pronto, se instaló un nuevo concepto que jamás le había pasado por la cabeza muy a pesar de qué a menudo escuchaba a los adultos decir cosas como: "¡Juventud divino tesoro!" o "El tiempo es lo mas valioso que uno pude gastar" incluso, aunque no era el caso, el típico "El tiempo es dinero"
"El tiempo, el tiempo el tiempo..."
Siempre rondaba en sus mentes y no perdían ocasión alguna para exponer su sabiduría a los mas jóvenes. Sin embargo, para él eran solo palabras. Pero ahora, repentinamente, adquiría un peso mayor viniendo de la boca de Joel. Prácticamente su igual, su amigo... su compañero en esa carrera llamada vida.
Alan sacudió la cabeza, disipando esa idea que comenzaba a oprimir su pecho.—Pero...por el momento —añadió el pecoso— tenemos mucho tiempo aún. No le des tantas vueltas a algo que todavía no pasa...
Joel lo miró atentamente.
Sus grises ojos resaltaban de una manera maravillosa pero inquietante. El cielo cenizo, confería a su mirada una luz mágica que aclaraba enormemente sus ojos. Ante la percepción del pecoso, eran como un lago inmaculado congelado en un pasado remoto.
El moreno, ajeno al rubor que comenzaba a subir por las mejillas del pecoso, esbozó una sonrisa más animada.
—¡Tienes razón! ¡No me preocuparé más que por el presente! —respondió resuelto, coloreando con su voz el paisaje y llegando al pie de las dos colinas. El suelo estaba húmedo, pero no era gran impedimento para subir hacia la entrada del fuerte.
Una vez arriba, contemplaron con alegría qué la lamina seguía justo donde la habían dejado la ultima vez que estuvieron ahí. De hecho, estaba más oculta qué nunca gracias al follaje que creció a su alrededor durante esas ultimas semanas. Al entrar al fuerte, el petricor picoteó sus narices sensibles y extasiadas ante el mejor aroma que podía existir en la naturaleza.
—¡Mira! ¡Está intacto! —señaló el moreno, feliz y aliviado. Temía que con la presencia de aquellos locos amenazando el área, alguien lo hubiese encontrado y vandalizado sin piedad o peor aun, apropiado del sitio en su ausencia. Pero por suerte, todo estaba justo en su lugar y aunque había zonas húmedas gracias a la ligera llovizna qué cayó durante la noche, nada se había estropeado.
Ambos dejaron sus mochilas en un rincón y se dispusieron a descansar un poco antes de iniciar el pendiente del día, que era, plastificar las cosas de Joel. El pronostico del clima anunciaba lluvias torrenciales bastante prominentes, por lo que debía tomar medidas preventivas y proteger todo aquello qué pudiese malograrse con la lluvia.
—Oye...decías qué tienes un hermano — Indagó el pecoso más tarde, aprovechando el tiempo qué tenía con su amigo a solas. Nunca había tenido la ocasión de hablar sobre ciertos temas con el moreno y consideraba que ese era el momento indicado para hacerlo. Mientras acomodaba las historietas de Joel sobre un buen pedazo de plástico, añadió: —Cuéntame de él. Casi no hablamos de estas cosas...
Joel lo miró conmovido: —¡Ay bebé, quieres saber más de mi! —exclamó, tocándose el pecho y haciendo la pantomima de limpiarse una lágrima.
Las orejas de Alan enrojecieron y un gallo le salió mientras respondía en un grito alterado—¡Brincos dieras! ¡Es solo para pasar el rato! ¿Pero sabes qué?...¡Ya, mejor olvídalo idiota!
La risa de Joel inundó el lugar y el pecoso no sabía si esto era por su reciente gallo, el interés que mostró por saber más cosas de su amigo, o por todo en conjunto.
—¡Pues te aguantas, porque te contaré todo mi historial si es necesario! —advirtió Joel de buena gana—. Pero ya, hablando en serio...hemos estado muy enfocados en el carro de madera, en la tarea, y sobre todo en no ser expulsados...que no ha habido mucho tiempo de hablar de ese tipo de cosas — Admitió Joel, tomando asiento junto al pecoso y disponiéndose a envolver una pila de libros viejos—. Bueno, para empezar: mi hermano se llama Jaime. Y es mayor que yo. Tiene 20 años. Chance 21, a veces olvido su edad, para qué te miento.
—¡Entonces eres el menor!...¿Dónde trabaja? ¡Tal vez lo he visto y yo ni en cuenta...!
—Ah, no...no trabaja aquí. Es estudiante de medicina. Pero como sabrás, en esté lugar no hay universidades. Así que consiguió una beca y se fue a la ciudad para llevar a cabo sus estudios. Y tú...¿tienes hermanos?
Alan negó con la cabeza, envolviendo la pila de revistas que tenia frente a él. —Soy hijo único, así que no tengo esa suerte.
—Oh, entiendo. Algo aburrido ¿no?
—Si...algo, la verdad. — Admitió sin mucho entusiasmo.
—¿Sabes? Desde qué Jaime se fue del pueblo, mis días se hicieron aun más solitarios. Así que te entiendo... aunque sea un poco.
—Dices qué con él encontraste esté lugar...¿no? ¡Debió ser genial ese día! ¡Un descubrimiento así me habría puesto loco de alegría si fuera tú!
—¡Si! Jaime era muy querido por todos en el pueblo donde vivíamos y cuando llegamos aquí, no fue la excepción. Así que los días en que podía salir con él eran contados.
—Espera...¡¿no eras de aquí?!
Joel negó efusivamente con la cabeza, jugando con el paquete de libros que acababa de emplayar. — Donde nací
originalmente, es un pueblo qué queda a 4 horas de aquí. De hecho, nos mudamos para qué Jaime terminará la secundaria. Siempre debía salir en la madrugada para alcanzar a llegar. O en todo caso, debía quedarse la mayor parte de la semana en la posada que está en la pura entrada del pueblo, ahí, pasando los arcos.
—¡Qué pesado!— Alan se estremeció al imaginarse todo el trayecto qué debía recorrer Jaime.
—¡La verdad! Además, ¡vivir en ese pueblucho era pésimo! ¡Imagínate! ¡Solo contaba con una pequeñísima escuela donde todos estábamos amontonados! Niños de preescolar hasta niños de sexto de primaria. ¡La educación, ni se diga! ¡Era igual o peor! Las maestras...eran más como... niñeras. Además, solo teníamos una tienda mal surtida de abarrotes donde trataban vender de todo pero sin mucho éxito. ¡Era muy triste vivir ahí!
—¡Qué feo!...¿Y porque venirse a otro pueblo y no a la ciudad? Digo...hay más oportunidades en la ciudad qué aquí...
Joel hizo una mueca —Es complicado hacerlo. No tenemos a nadie en la ciudad, más qué a Jaime; pero él no tiene dónde recibirnos por el momento. Si fue difícil para nosotros tres venir a vivir a Montesinos...ahora a la ciudad...¡Sería pesadísimo!
—Eso es cierto...no seria nada fácil...
—Además...no lo parece pero este pueblo está creciendo muy rápido —explicó Joel, con cierto aire de orgullo—. La secundaria no es tan grande por nada. Dentro de algunos años "Montesinos" consumirá los pueblos que lo rodean y se volverán uno solo. La verdad...no dudo que se vuelva una zona turística en un futuro.
Alan alzó una ceja, incrédulo —¿Deduces todo eso solo por el tamaño de una secundaria?
—No solo es por eso...hay más cosas que he visto los últimos años. ¡Es casi imposible que no pase! Mira...si te fijas, hay personas qué están comprando terrenos por aquí. Ya sean de la ciudad o de los pueblos que están por aquí cerca. Cada vez llegan más familias. ¡Es cuestión de tiempo! Además, siendo sinceros, es un lugar muy bonito. Podría catalogarse como pueblo mágico si nos va bien...
Alan lo miraba boquiabierto, incapaz de reconocer en las palabras de Joel una verdad qué palpar. A su gusto, ese pueblo carecía de encanto alguno desde el primer momento en qué puso un pie ahí. Si bien era cierto que cada casa tenia al menos un árbol floral o frutal dándole sombra desde afuera, las calles eran muy anchas y eso provocaba qué la sombra de dichos árboles apenas y se disfrutará adecuadamente. Las calles empedradas no eran lo suyo y había muchas subidas y bajadas qué pasar para ir a la tienda más cercana. No era un sitio muy cómodo en ese ámbito.
Joel, quien había observado con atención su rostro, dio un ligero golpe en el brazo de Alan.—¡Ey, tienes cara de no estar de acuerdo con lo qué digo! — Exclamó Joel, fingiéndose profundamente herido.
—¡Para nada! — Mintió el pecoso, saliendo del trance —pero...entonces se vinieron a vivir acá...¿con algún conocido o algo?
—Nop, mi mamá vendió nuestra antigua casa y con apoyo de sus hermanas y unos ahorros extra, compró la casita que está junto al rio, en la cerrada. Era la más barata en venta, ya que tiene muchas fallas de construcción y al estar justo al lado del rio es bastante húmeda. Pero bueno, ¡tenemos un techo que puede caerse en cualquier momento pero tiene su encanto!—exclamó con una gran sonrisa de oreja a oreja—. Es pequeña pero bonita. ¡Tiene mucho verde!
—¿Es en serio eso de que puede caerse en cualquier momento?— Alan se miraba aterrado con la idea.
—¡Si! ¿No la has visto? ¡Si es la casa más chueca del mundo!
Alan negó con la cabeza, cayendo en cuenta de qué no sabia donde vivía el moreno.
—No, no sé donde queda —admitió—. El canal del rio si lo ubico, naturalmente. Pero es muy grande, abarca gran parte del pueblo. ¡No me pidas ubicar tu casa con una descripción tan pobre!
—¡Cierto! Se me olvida que no eres de por acá.—Recordó Joel, rascándose la nuca.
Después, presa de una epifanía, el moreno lo tomó de los hombros, emocionado:
— ¡Vamos a mi casa saliendo de aquí! Si te parece, claro— lo invitó Joel con gran ánimo —. Mira, no perderemos tanto tiempo aquí y el día dice qué lloverá pronto. ¡Podemos ver pelis en mi casa mientras comemos palomitas o tomamos chocolate y pan!
Alan sonrió, asintiendo al momento, feliz de recibir la invitación de Joel. ¡En verdad quería conocer más cosas de su amigo! ¿Y, qué mejor forma de hacerlo que conociendo su casa?
El orgullo, secretamente hinchó su pequeño pecho. Él había sido el primero en conocer el fuerte de Joel. Su secreto sobre el carro de madera y ahora, sería el primero en ir a su casa. Esto al menos, entre Miguel y Samuel.
De repente, el pecoso se sintió lleno de una extraña energía y se apresuró tanto como pudo para terminar de envolver las cosas y guardarlas, mientras Joel, contagiado de su entusiasmo, hizo lo mismo.
Pasaron un aproximado de veinte minutos, donde se escuchaban los truenos azotar el el cielo y haciendo temblar el suelo con su implacable ira.
Por fortuna para algunos y desgracia para ellos, el pronóstico del clima por primera vez había sido bastante certero en sus predicciones y una fuerte lluvia se soltó varios minutos después de que habían abandonado el fuerte.
El suelo se había vuelto lodo bajo sus pies, las hojas que antes crujían ahora eran una alfombra de pequeñas y resbalosas baldosas naturales qué eran capaces de tirarte al suelo si dabas un paso en falso. Las cansadas subidas que rato atrás les habían provocado cansancio, ahora eran peligrosas bajadas que solo les provocaban terror.
Sin embargo, Joel, quien iba adelante, reía mientras pisoteaba los charcos formados en el suelo y sentía las pequeñas agujas de la lluvia chocando contra su piel. Alan, por su parte, veía difícil disfrutar de aquel involuntario baño qué el cielo le obligaba a tomar. —¡Estamos cerca! —Exclamó el moreno cuando salieron de la espesura del bosque, volviendo a pisar la civilización.
Pronto llegaron a una de las paradas del bus, donde se refugiaron un poco del diluvio bajo la caseta que afortunadamente, tenia la parte trasera cubierta, lo que les brindó un buen nicho donde refugiarse. Ambos tomaron asiento en la banca metálica y se miraron; estaban empapados y temblaban como nunca lo habían hecho.
—¡Somos una sopa!—señaló Alan, exprimiendo su camisa.
Joel si dejar mirarlo soltó un pequeño chorro de agua por la boca antes de hablar, lo que le arrebató una carcajada al pecoso que hasta entonces, se había mostrado serio y hasta enojado por haberse mojado en el camino.
—¡Menso! — gritó Alan entre risas.
Joel solo respondió con una risa, feliz de haberle arrebatado una risa a su malhumorado y pequeño amigo.
Ambos esperaron ahí sentados, mirando la lluvia caer mientras trataban de no hacerle caso al frío que sentían.
Las calles llevaban consigo un prominente rio capaz de hipnotizar a quien lo viera, donde pequeñas hojas perdidas de algún árbol corrían dispuestas a su destino; taponear la alcantarilla más próxima.
Alan estornudó. —¡Rayos, no quiero enfermarme!
—Nadie quiere hacerlo —observó Joel—Ahorita que lleguemos a mi casa te daré ropa seca y tomaremos chocolate caliente. Solo qué baje la lluvia un poco.
—¡Llevará una eternidad qué pare la lluvia!
—¿Parar? ¡Nadie dijo que esperaremos a que pare! Solo que baje un poco.
—¿Qué? ¡No, no quiero mojarme!
—Alanbrito, ya estas mojado. ¿Qué mas da que vuelvas a mojarte otro poco? Trata de verle lo bonito a esta situación.
—¿Lo bonito? ¿Cómo puedo hacer eso si estoy empapado, tengo frío y me está dando hambre?
—Eres un amargado — señaló Joel, tomándolo de la muñeca y motivándolo a levantarse—. Ven, vamos. ¡Unas carreras hasta la tienda de don Cuco! ¡Quien llegue al final, hace el chocolate! El ganador elige la película.
—¿Es en serio? —Lo miró, incrédulo.
—¡Siempre hablo en serio! Si no quieres, nos quedamos aquí, pero habrás perdido por default solo por tener miedo de competir contra "¡Joel el grande!"
—¡¿Miedo?! ¿Yo? —exclamó el pecoso, levantándose, profundamente herido en su orgullo.
—¿Entonces, si? —Joel estaba emocionado.
Así, ambos corrieron con todas sus fuerzas hacía la tienda de don Cuco, saltando charcos, riendo, cayendo y burlándose del desdichado que se había resbalado.
Esa tarde, Alan fue él ganador de la carrera y Joel, el encargado de hacer el chocolate caliente.
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