11- Amistad Preciada
Siempre detestó su nombre.
Era tan solo un pequeño de seis años cuando se enteró de lo mucho que lo aborrecía.
—¡Ariel Guadalupe Martínez! —lo llamó la maestra, buscándolo entre las caras de sus alumnos de nuevo ingreso, expectante. Después de todo era su primer día de trabajo y estaba emocionada por conocer a cada uno de sus pequeños alumnos de primer año. Sus ojos marrones, amables y brillantes, demostraron asombro cuando vio a un pequeño varoncito alzarse entre el tumulto de niños ansiosos por ser llamados. Bajito, delgado y pálido, caminó bastante serio hasta ella.
—Yo soy Ariel, buen día maestra —se presentó, mostrándose bastante educado.
—¡Ay corazón, perdona!—exclamó ella, riendo avergonzada y cubriéndose el rostro, rojo por la pena —, Por tu nombre pensé que eras una niña! —expuso, mostrándole un gafete rosado lleno de brillos y flores que ella misma había adornado noches atrás—. Si no quieres usarlo está bien, mañana te traigo uno azul. No te preocupes.
En su rostro había genuino arrepentimiento y ni un solo rastro de burla; realmente se había confundido. Ariel miró el gafete y lo tomó con ambas manos, colgándoselo en el pecho y mirando fijamente a la maestra le agradeció sin cambiar de expresión.
Bajo sus cejas pobladas y rectas, sus ojos azules mostraban templanza y un gran entendimiento para ser tan pequeño; lo qué conmocionó a la maestra provocándole un ligero escalofrió mientras lo veía volver a su asiento entre las risas de sus compañeros que no se hicieron esperar; para ellos era comiquísimo verlo portar un gafete rosado y brillante.
A pesar de ser demasiado pequeños, siempre había uno entre el tumulto que alebrestaba a todos y los orillaba a hacer y decir cosas malas o hirientes pensando qué era gracioso. Desde ese momento, no faltaba el payasito que hiciera algún chiste sobre su nombre. Ya sea referente a la princesa Ariel o al jabón que portaba el mismo nombre y qué circulaba en las tiendas en ese entonces. Sin embargo y por fortuna para él, las cosas nunca escalaron más allá de recibir cánticos y frases de la película animada por la cual todos conocían el nombre. Además, Ariel se comportaba bastante bien en clase y parecía llevarse de maravilla con todos a pesar de sus bromas constantes, siendo así, el ñoño del salón que te pasaba la tarea si así lo necesitabas.
Pero... lo que más caracterizaba a Ariel, era qué en el recreo prefería mantenerse alejado de todos. Y esto no era porque una timidez sin igual lo embargara al intentar ser amigo de los demás: o porque se creyera menos, ni nada por el estilo.
Todo lo contrario. Ariel se sentía muy por encima de todos.
Al tener rasgos agraciados, piel pálida y ojos de un hermoso color azul, portaba una imagen distinta a la de los demás niños de piel morena y ojos marrones. Eso, sumándosele a un porte bastante elegante y suave, poseía una inteligencia más notoria qué la de sus demás compañeros de la edad. Considerándosele hasta cierto punto, un posible genio.
Un genio condenado a la soledad.
O al menos, así parecía apuntar su vida en primaria, ya qué por muy divertidos, listos, fuertes o incluso amables que fuesen los demás, nadie conseguía llenar las altas expectativas de Ariel, quien pensaba debía juntarse con personas a su nivel. Esto fue así, al menos hasta que llegó Joel, que había estado viviendo en el pueblo aledaño junto a su madre y su hermano mayor Jaime, quien entraría a la secundaria.
Para entonces ambos niños tenían aproximadamente nueve años y el moreno, era una cara nueva entre tantas ya conocidas. Se mostró desde el inicio como un niño enérgico que hacia amigos con gran facilidad. Sonriente y hasta gritón. Todo el tiempo lo regañaba la maestra Adriana por ser incapaz de modular su voz o estarse quieto.
《¡Qué gritón!》
Pensaba Ariel molesto, cuando Joel alzaba la mano para responder una pregunta, elevando la voz y por si no fuese suficiente, respondiendo generalmente mal.《Qué niño tan rural》 pensaba, cubriéndose los oídos para no escucharlo, esperando qué el moreno se diese cuenta de que aturdía a todos y se callara de una vez. Sin embargo, esto nunca pasaba. Era como si Ariel no existiera a los ojos del moreno.
—Joel ¿puedes callarte? —exclamó un día, consiguiendo que todos rieran ante su repentina petición. Joel miró a su alrededor, sin saber quien lo había mandado a callar, incómodo. Adquiriendo un aire de falsa indignación, se sentó, no sin antes gritar: —¡Lo haré solo porque no tengo nada más qué decir!
Era curioso como alguien así podía acaparar la atención de todos tan fácilmente y ganarse su afecto sin siquiera buscarlo. Eso lo irritaba pero, aunque le costara admitirlo, debía aceptar que ni siquiera él podía apartar la vista de Joel.
—Ah...¿tú eres Ariel? —le preguntó un día que la maestra armó equipos de cuatro con fin de qué en ese acomodo, continuaran lo que restaba el ciclo. Les había pedido unir las mesas en pares (una frente a otra) y colocar las sillas de forma que estas quedasen a lo largo de la mesa.
Ariel alzó la vista ante la pregunta del moreno y observó por primera vez los grises ojos de Joel que lo enfocaban con suma atención. 《Qué color tan curioso》 pensó entonces. Él moreno recorrió su silla y se sentó frente a Ariel. —Solo escuchaba tú nombre, pero no sabia quien eras, es bueno saber quien es el tal Ariel. —Añadió ante el mutismo de su compañero, con una risita incomoda.
Desde ese momento, Ariel no pudo evitar entablar conversación con ese extraño niño qué de apoco, se fue haciendo más y más cercano a él. Al punto de que forjaron una amistad que iba más allá de simplemente pasar el recreo juntos.
Salían a jugar a la calle o al parque, cuando así se los permitían. Hacían sus tareas juntos e incluso sus madres se hicieron amigas hasta cierto punto. Sí Ariel se daba a la tarea de entender cómo había surgido su reciente y fuerte amistad...no sabría decir cuando fue que se volvieron tan cercanos.
《Se hace querer》 pensaba, encajando su vista en el perfil de un Joel desprevenido que miraba las nubes junto a él, sentado en el pasto de un parqué un domingo por la tarde.
A su ver, ese niño moreno era bastante vago y flojo. No sabía leer del todo bien, se le trababa la lengua al hablar y no era el mejor en matemáticas. Llegaba siempre tarde pero la gente le dejaba pasar ese tipo de cosas. Era bueno en los deportes, sin duda, además de ser el más alto del salón. Pero sus chistes no siempre causaban gracia y su máxima calificación no pasaba de 7.2. Si le preguntaban a Ariel porque se juntaba con él, habría dicho que por lastima. O porque era muy chistoso, como un mono.
Eso habría dicho...
Pero lo cierto era qué Ariel aprendió a quererlo.
Tanto, qué cuando Joel enfermaba y faltaba a clases, Ariel, iba corriendo a su casa una vez salía de la escuela para ir a verlo; esto, con la excusa de que le pasaría la tarea aunque ese día no hubieran dejado nada; este detalle provocó que en los cuadernos de Joel hubiese actividades qué nunca fueron solicitadas por la maestra y qué solo se quedaron ahí, sin motivo alguno, esperando por un calificación que nunca llegó. Los días a su lado se habían vuelto interesantes. Divertidos. Y por más tranquila que fuese la tarde, ambos pasaban juntos su aburrimiento.
—¿Eres amigo de Ariel? ¿No es muy...raro? —Escuchó decir un día a una de sus compañeras. Su nombre era Julieta y llevaba días entablando platicas casuales pero divertidas con Joel cuando Ariel lo dejaba un rato solo. Ese día no fue la excepción y aprovechó el momento para hablar con el moreno mientras Ariel había ido al baño y de paso a la cooperativa. Sin embargo, la niña no contó con que Ariel volvería pronto y la escucharía hablando con su amigo.
—¿Qué quieres decir?—preguntó Joel, inocente y curioso.
—Si...es qué dicen que le gusta ir a cazar peces y renacuajos al rio.
—¡Genial! ¡No lo sabia! —Joel parecía divertido y entusiasmado con la noticia.
—¡No!...Mira, te lo voy a decir porque me caes muy bien, pero Ariel es en verdad muy rarito. Mi primo me dijo que la otra vez vio a Ariel con un niño y Ariel lo estaba-
—¿Qué yo qué? —Intervino Ariel de repente, asustando a la pobre de Julieta.
—¡Ah, nada! —Dijo Joel, tranquilamente mirando las manos de su amigo—, ¿Traes mi papitas?
Ariel miraba a la niña de arriba abajo, brindándole una tenue sonrisa mientras se acercaba a Joel y le daba sus papas. Rodeó en un abrazo al moreno y se lo llevó lejos de dónde la pálida Julieta pudiese verlos.
—Hoy en el recreo...¿Qué tanto decía esa tonta antes de que yo llegara? —preguntó Ariel más tarde, mientras terminaban de comer una nieve después de haber pasado toda la tarde jugando y corriendo en el parque.
—Se llama Julieta. Y no es tonta. Te hace competencia en el cuadro de honor...—respondió Joel.
—No me refiero a eso. ¿Te estaba molestando?
—¡Para nada! Solo decía que te gusta cazar renacuajos y peces en el río. La verdad me sorprendió. No sabia eso de ti.
—¿Solo eso? —Insistió en cambio, severamente preocupado. Pero el moreno no dijo más, a lo que Ariel suspiró, resignado. —¿Estás seguro?
—Si, solo dijo qué eras raro. Pero no me dijo más. —hubo un momento de silencio antes de que Ariel hablara de nuevo.
—Joel...digan lo qué te digan de mi...prométeme que no les creerás. Y qué antes qué nada, me preguntarás.
—¿Qué?...oye Ariel, no tiene nada de malo que vayas al rio a cazar renacuajos y peces...en serio. De hecho, con gusto te acompañaré. Qué no te dé pena.
Ariel lo miró fijamente, sonrió y meneó su cabeza, saltando a su cuello y abrazándolo con fuerza — Eres un tonto, pero no sé qué haría si te pierdo. Tu significas todo para mi. No quiero que nadie lo eche a perder. —confesó, sintiendo como Joel le correspondía el abrazo.
El viento sopló. El silencio a su alrededor era ensordecedor pero el calor de Joel calmó su preocupación, haciéndolo sentir seguro. La nieve de Joel cayó al suelo y Ariel, aspiró su suave aroma a sol inmortalizando en su memoria ese momento exacto.
****
Ariel suspiró, recostado sobre su cama, mirando el techo y sus grietas expuestas.
Esos momentos, no eran más qué recuerdos ahora; más qué un sueño intangible al cual solo podía volver durante esas noches donde la soledad embriagaba sus anhelos.
Alan tomó aire.
Se sentía estúpido por lo qué haría, pero si lo aplazaba, seria una gran molestia a futuro —¿Has estado escribiendo en el cuaderno que te dio la Psicóloga?— le preguntó Esther, por teléfono—.Cuando vaya por tí se lo entregaremos y ella notará si lo hiciste recientemente o si fue justo como lo pidió.
—Si, si lo he hecho —mintió.
—Espero que no me mientas Alan. No quisiera quedar mal con ella. Recuerda: era escribir todo lo bueno y malo. Sin falta...
—Si...—Respondió con hastío, bajando la mirada inconscientemente. La llamada duró poco más de cinco minutos en los cuales, Alan solo respondía con monosílabos la gran cantidad de veces. En los silencios, escuchaba como su madre botaba aire por la boca lentamente. Sin duda, estaba botando el pestilente humo de su asqueroso cigarro. Casi la podía ver ahí sentada en su oficina, con su negra falda de tubo y sus medias negras traslucidas, luciendo sus piernas cruzadas y haciendo bailar en la punta de su pie, uno de sus tacones negros que le apretaban horriblemente los dedos mientras tomaba una gran bocanada de humo gris.
—Bien Alan, te dejo. Mi descanso terminó. Hablamos mañana, si te encuentro en casa. Y recuerda, el diario es importante.
Alan no respondió más que con un "Si" y un "Adiós" quedándose con el molesto e intermitente pitido de la linea al otro lado del teléfono fundiéndose con el silencio de su habitación. Una rabia ligera pero expansiva se elevó desde su estómago hasta su garganta. Su padre habría dicho que eran agruras. Pero no. En su caso, era enojo. Uno asfixiante que presionaba su cuello con un fuerte nudo. Tomó su almohada y comenzó a golpear con ella el colchón y las paredes en un arrebato de ira.
"¡Me alegra qué te estés divirtiendo hijo"
"¿Haz hecho amigos?"
"Como te va en la escuela?"
"¿Ya comiste?"
Nada de eso le había preguntado. Solo le decía lo que debía hacer o no. Ni siquiera parecía interesada en saber como lo estaba pasando allá. Solo le importaba su conveniencia. Alan ahogó un grito en la almohada, hasta qué sus fuerzas menguaron y yació hincado, con su cabeza apoyada en el colchón. Pasaron 5 minutos. Minutos donde Alan no se movió de su lugar y solo permaneció con su mirada verde clavada en el armario.
《Ese estúpido diario》 pensó de repente el pecoso, aún molesto, pero sin más energía para derrochar, mientras se incorporaba y buscaba entre las cajas donde había empacado sus pertenencias; las cuales se negaba a desempacar por completo para darles un sitio en aquella habitación. Sacó pilas de historietas, revistas, y libros, juguetes que él decía eran de "colección" y un par de fundas con discos de la música qué más le gustaba. Escarbó hasta el cansancio y después de varios minutos de tediosa búsqueda, encontró ese cuaderno de lomo color azul marino, forrado en piel sintética que al rozarla con la yema de sus dedos era fría y suave.
Miró a su alrededor temeroso de que alguien lo viese a pesar de qué estaba en la intimidad de su habitación. Se levantó del suelo donde se había sentado para buscar mejor en la cajas y caminó hacia la puerta, poniendo el cerrojo. Después de todo, cuando uno se desnuda, busca la privacidad entre 4 paredes...¿Por qué debería ser distinto a la hora de desnudar el alma?
Se sentó en su cama y abrió el cuaderno, saltándose de jalón las primeras 20 paginas de dicho diario. No quería leer lo qué habitaba en ellas. Desde un inicio, había tenido dificultad para exponer sus sentimientos en aquellas cuartillas de papel... sin embargo, debía hacer un esfuerzo. Tomó la bella pluma con bordes dorados qué la misma psicóloga le regaló para ese fin, e Inició desde el primer día que puso un pie en esa casa hasta el día en qué conoció a Joel. Y de ahí, siguió hasta el día actual. Donde deposito el enojo que le daba el hecho de qué su madre apenas y le mostrara interés. La mano le dolía por tanto escribir, pero las ideas y los recuerdos borboteaban con facilidad permitiéndole expresarse con soltura.
Mientras se ponía al corriente con su diario, notó que por primera vez, mientras realizaba esa actividad, escribía cosas que él consideraba positivas y divertidas en su mayoría. Tanto así, que no le pareció mala idea llevar un diario aún si era requisito de su psicóloga.
Así, entre letras, garabatos y uno que otro dibujo, se le fue el tiempo en esas páginas, por lo qué sintió qué el corazón se le salía del pecho cuando escuchó una piedritas golpear a su ventana. Con cuidado, se asomó, viendo justo abajo, la silueta de Joel, quien le sonreía alegre, dando pequeños saltitos ansiosos, haciéndole una seña para que guardara silencio y bajará. El pecoso guardó su diario bajo el colchón, corrió al espejo del baño, donde verificó que no estuviera tan despeinado y con cuidado, abandonó la casa.
—¡Tardaste mucho!— le recriminó Joel, haciendo un gesto bastante dramático.
—¡Claro que no! Bajé en cuanto te vi.
—Si, si lo hiciste, mejor dime que no me quieres y me voy —Joel aguantaba la risa, mientras Alan, a modo de protesta le soltaba una serie de ligeros golpes que no buscaban dañarlo.
—Cállate y mejor dime qué haces aquí —Preguntó interesado el pecoso.
—¿Debo tener un motivo para ver a mi amigo? —Joel dio un pequeño golpe en el hombro de Alan, tan suave que apenas y rozó su camiseta.
—Bueno, es que últimamente siempre que nos vemos estamos en bola. Por eso pregunto —Respondió, mirando a su alto amigo sonreír. Podía percibir sin problema el aroma del suavizante de telas que desprendía su ropa por sobre el jabón de su piel.
—Si, y por eso quería verte solo a ti. Hace rato que no pasamos tiempo juntos. ¿Tienes tiempo? Te invito, vamos a comprar algo y a sentarnos a banquetear.
—¿E-en serio? —Alan estaba confundido, sin duda alguna, pero extrañamente feliz. Joel obraba de maneras muy peculiares a veces. Tanto así, que ya ni siquiera trataba de entenderlo. Aceptó su oferta y caminaron hasta la tienda más cercana, donde compraron un par de bolsas de frituras, dos cajitas de jugo de naranja y manzana, y regresaron para sentarse fuera de la casa de Alan, donde charlaron sin parar un aproximado de dos horas y media.
El tiempo pasó demasiado rápido, él sol había caído y algunos niños más pequeños estaban corriendo colina abajo en lo qué era una carrera desesperada de "vida o muerte" donde el perdedor compraría a todos un boli del sabor que cada quien quisiera. Mientras ese par, sentados bajo las flores de un árbol de buganvilia roja, se despedían para ese entonces.
—¿Qué te pasa? —Le preguntó Miguel a Alan, cuando lo vio entrar por la puerta. Al parecer, no se había dado cuenta de qué su primo había pasado las dos ultimas horas junto a Joel justo afuera de la casa —¡Tienes una cara qué da miedo! Casi me haces pensar qué....¿estás feliz? —Inquirió el castaño, falsamente asombrado.
Alan negó con la cabeza, ligeramente ruborizado, apartando la vista de Miguel quien al parecer, comenzaba a leerlo con cierta facilidad y aprovechaba la situación para burlarse un poco de su primo.
—No sé de que hablas. —respondió el pecoso, dirigiéndose a su habitación con premura, donde después de cerrar la puerta, corrió hacia la ventana para ver donde iba su amigo. Joel apenas había llegado a la esquina, donde se detuvo para pasarle la pelota a un grupo de niños de primaria. Cuando lo perdió de vista, corrió al diario y añadió una nota a ese día.
Alan miró con una sonrisa esa página llena de garabatos que a simple vista no tenían sentido, pero que le recordaban a la extrañeza de Joel y a la excursión del día siguiente.
Alan cerró y guardó su diario, notando que por más que quisiera, no podía dejar de sonreír.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro