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1 - Un comienzo odiado.

Alan detestaba ese pueblo.

Odiaba lo pequeño que era en comparación a la monstruosa ciudad de la que venía. Aborrecía qué el internet apenas funcionaba en áreas muy específicas; en las cuales, si llegaba a moverse medio milímetro a la derecha, podía decirle adiós a la señal.

Odiaba que no había muchas cosas con que entretenerse en un sitio tan recóndito como Montesinos; además de que todos conocían a todos. Al menos de vista, siendo los rumores el pan de cada día.

De esta manera, bastaba que cualquiera de los integrantes de su recién conocida familia abriera de más la boca y brindará al público algún dato de su persona, para que, en menos de un día, la mitad del pueblo lo ubicara y propagara su información filtrada al resto del poblado que aún no tenía la suerte de conocerlo.

Por si no fuese suficiente, en casa, debía lidiar con la extrema amabilidad que su tía Liliana le mostraba. El griterío y atosigamiento que los mellizos le propinaban con su abrumadora vitalidad. Y, lo peor de todo, su primo,

Miguel, a quien le ganaba por unos cuantos meses en edad, pero que, por algún motivo, parecía querer adoptar un molesto papel de madre ante él. O al menos, así lo sentía Alan; quien debía soportar cada acusación, orden y grito histérico de este curioso e irritante familiar.

La mañana en que se integraría a su nuevo centro de estudio, llegó al cabo de cuatro días; después de haber llevado sus papeles a la secundaria.

Su alarma sonó a las 5:55 de la mañana, invitándolo a levantarse de la cama con su estruendo.

Las zancadas cortas y concisas de un par de infantes captaron su atención. Al parecer, como todas las mañanas, los mellizos se debatían en una desesperada carrera para ver quién de ellos ganaría el privilegio de utilizar primero el baño.

   ꟷAsh ꟷsoltó Esteban, dando una patada al suelo. Acción que fungió como la inequívoca señal de victoria, obtenida por Estela, su melliza.

Por otro lado, en la cocina, sonaba una orquesta de ollas, sartenes y cubiertos chocando contra la cerámica de algún plato mientras el agua de la llave corría con libertad en ciertos lapsos de tiempo.

Uniéndose a la algarabía que reinaba en la cocina, un cuchillo cortaba con su filo algún elemento de dicho desayuno exprés. Su tía debía estar preparando un omelette o algo por el estilo.

Toc. Toc.

Golpearon al otro lado de la puerta entre el cóctel de sonidos mañaneros que invadía sus oídos.

   ꟷAlan ꟷlo llamarónꟷ, ya es hora, se nos hará tarde.

El pecoso dejó escapar un gruñido ahogado bajo las sábanas. Hubo un par de golpes más que ignoró por completo hasta que la puerta se abrió de repente.

   ꟷ¡Alan! ꟷ insistieron. Era esa voz que, para él, era irritante, chillona y, sobre todo, demandante. Ni siquiera Esther, su madre, le había gritado de esa forma.

   ꟷ¡¿Qué quieres?! ꟷAlan estaba molesto, incorporándose sobre su cama y tomando una de sus almohadas con fuerza, listo para iniciar una pelea.

   ꟷ¡Qué te levantes!

   ꟷ¡Pero si ya te escuché! —escupió con desdén, alzando la voz aún más.

   ꟷ¡Pues no parece! Y deja de gritar, los vecinos se van a despertar...

   ꟷ¿¡Los vecinos!?, ¡Me importan poco los vecinos!, ¡Déjame en paz sucia cucaracha de escuela! ꟷAlan estaba rojo de ira y con todo el afán del mundo, le lanzó sin piedad aquel suave proyectil que tenía entre manos.

Miguel lo recibió de lleno en la cara, situación que lo molestó con creces. Tomó aire y le regresó el ataque con su propia arma. ꟷ¡No, hasta que estés listo!

   ꟷ¡No me cambiaré teniéndote a ti ahí parado, grandísimo tonto! ¡Sal de aquí! —haciendo ademán de lanzar la almohada de nuevo, la voz de su tía sonó desde la planta baja.

Serena, pero impaciente, tenía un toque de autoridad que esperaba ser

burlado para así, desatar el látigo de su ira.

   —¡Miguel, Alan! ¿Qué son esos gritos? ꟷPor su tono de voz, era evidente que esperaba una respuesta que fuese de su agrado.

   ꟷAh... ¡Nada Mamá! ꟷrespondió el castaño, nervioso, alternando su vista entre la puerta de madera y su primo, quien parecía listo para atacar.

Miguel le hizo una seña al pecoso, en lo que fue una silenciosa amenaza.

   ꟷCinco minutos. No más. Nunca he llegado tarde y no está en mis planes hacerlo ahora —sentenció, alisando su largo cabello castaño hacia atrás. Salió del cuarto y cerró la puerta tras de sí.

   ꟷSi, sí...miedosoꟷ escupió Alan con desdén.

Miró su uniforme planchado. Colgando dentro de su armario, cuya puerta estaba entreabierta.

Con una playera amarilla, pantalones azules a cuadros, y un suéter a juego, Alan comprendió que era él uniforme más feo que había visto en su vida.

A pesar de que ambos tenían la misma edad, siendo Miguel el menor por algunos meses, no se llevaban bien.

En retrospectiva, apenas y se conocían de antaño, cuando ambos tenían escasos 5 años. Siendo su primer encuentro en una fiesta infantil de un familiar que Alan ni siquiera recordaba.

Si bien en aquel entonces se llevaban de maravilla, el tiempo y distancia los forjó de distinta manera.

Alan, por otra parte, se volvió alguien bastante agresivo lo que provocó que casi fuese expulsado de la primaria por su mala conducta.

Pero la labia de su madre y el nerviosísimo de su padre, sumado a las buenas calificaciones que a pesar de todo, Alan presentaba; fueron factores decisivos para conseguir que el pecoso malhumorado terminará sexto grado de manera exitosa.

Sin embargo, era grosero, tosco, e impulsivo. Sin contar que mostraba un carácter volátil y bastante explosivo. Parecía detestar a todo el mundo y en más de una ocasión, llegó a golpear a varios compañeros de diversos grados y grupos, alturas y complexiones.

Ni siquiera el niño que se suponía era su único amigo, se salvó de su ira.

Desde quinto grado, Alan se volvió insoportable.

   ꟷ¿Por qué golpeaste a Omar? ¡¿Qué es lo que te pasa? ꟷle preguntó su padre una tarde, sentado al volante, mientras se dirigían a casa con una suspensión de 3 días a cuestas.

   ꟷ¡Me traicionó! ꟷexpuso el pequeño pecoso de verde mirada retadora.

   ꟷ¿Traicionar? ¿Qué cosa...? Es tu amigo desde el kínder Alan... ¿Qué eres, la mafia italiana?

   ꟷLe dijo a todos algo que no debía decir de mí. ¡Eso es traición!

   ꟷ¿Y por eso lo golpeaste?

   ꟷSi la determinación en la mirada de su propio hijo le erizó la piel.

   ꟷ¡Dios mío!

Fue todo lo que pudo decir el manojo de nervios que era su padre, mientras se encogía en su asiento y masajeaba su frente. En ese momento, le fue revelada una verdad. La templanza e impertinencia de su hijo, eran rasgos que heredó de su madre, Esther.

Por otro lado, Miguel, a diferencia de Alan, mantuvo muchas características de la infancia.

Siempre fue miedoso, frágil y obediente. Parecía no tener voz propia, aunque conforme fue creciendo, adquirió la habilidad de ocultar esos rasgos que consideraba penosos.

Al miedo lo disfrazó de prudencia, cuidado y capacidad analítica con la cual trataba de parecer más lógico ante las adversidades. Su fragilidad obtuvo una barnizada de pulcritud y limpieza. Y la obediencia fue disuadida con anticipación.

Si él hacia las cosas antes de que se lo dijeran sin duda alguna, no estaba siendo obediente, si no, alguien bastante capacitado y listo para todo.

Sus calificaciones eran excelentes y su carácter afable parecía de ensueño. Y sin duda alguna, su responsabilidad le daba el aspecto de alguien bastante maduro para la edad.

Cuando le avisaron que Alan iría a vivir con ellos una temporada, no supo cómo actuar ni mucho menos qué sentir. Si bien en aquel lejano entonces se llevaron de maravilla, las cosas podrían haber cambiado.

«¿Cómo será ahora?», se preguntaba Miguel días antes de la llegada de su primo; sintiendo el nerviosismo apretando sus intestinos.

   ꟷ¿Y por qué vendrá a vivir con nosotros? ꟷindagó, esperando la respuesta de su madre.

   ꟷMmm, digamos que las cosas no están bien en casa de tus tíos y se piensa que le beneficiará un cambio de aires por un tiempo. Es mientras tu tía Esther, arregla algunos pendientes. Luego vendrá a instalarse aquí. Pero en lo que eso pasa, quiere que tu primo se vaya adaptando.

Miguel ya no preguntó nada. Sin embargo, su madre agregó:

   ꟷCariño, sé bueno con Alan y tenle paciencia, por favor. Ha tenido muchos problemas en su antigua escuela y en casa. Ahora que entrará a tu secundaria, es importante que lo ayudes a adaptarse.

Las respuestas vagas de su madre y esa petición repentina hicieron ruido en la cabeza de Miguel. De repente, una misión le había sido encomendada. Y si bien no entendía los motivos que aquejaban a su primo, haría lo posible por ayudarlo en su adaptación.

Así que, para cuando Alan cruzó la puerta, con sus maletas y una mirada indescifrable, Miguel se sorprendió al toparse con un niño más bajito que él, con su cabello negro engomado hacia atrás, que permitía a sus pecas resaltar sobre su rostro pálido con total libertad.

Sus ojos verdes, a diferencia de años atrás, parecían mostrar un tenue brillo de resentimiento y recelo, mientras miraba la casa en la que se quedaría a vivir un tiempo. Esteban y Estela lo recibieron con sonrisas y cálidas palabras que se tornaron en múltiples preguntas; sin embargo, él parecía abrumado y apenas respondía al cuestionario de los mellizos, hermanos menores de Miguel.

Por un momento creyó que las cosas podrían ir bien con Alan. Por algún motivo, al verlo, no pudo evitar pensar en que sería fácil ayudar a su primo.

«Incluso puede que nos llevemos bien» caviló, ante su menuda imagen.

Pero, para su desgracia, Alan estaba lejos de ser ese espécimen pacífico con el cual Miguel fantaseaba. Pronto se dio cuenta de qué, a diferencia de él, Alan tenía mente propia; y naturalmente, una rebeldía congénita que no se hizo esperar y se presentó tan pronto como pudo junto al orgullo y la osadía.

Cada vez que Miguel había intentado convencer a su primo de hacer algo, lo que fuese, este parecía erizarse como un gato salvaje y se aislaba cada vez que podía; alegando que Miguel solo quería mandarle como si fuese su jefe o algo por el estilo.

«No lo soporto...» pensaba Alan cuando su primo se marchaba y lo dejaba en paz.

«Es tan cabezón, un niño malcriado» se decía Miguel, rojo de la ira.

En pocos días, con la llegada de Alan, la casa se convirtió en un campo de batalla donde sus acaloradas peleas se desarrollaban mientras Liliana, la tía de Alan y madre de Miguel, no estaba en casa.

Gritos. Apodos. y comentarios sarcásticos cuan hirientes, envenenaban su relación.

   ꟷ¡Quise hacer las cosas bien, pero tú no me dejaste! ꟷ confesó Alan en una de tantas disputas que llegaron a tener.

   ꟷ¡Pero te estoy guiando para que te salgan bien!

   ꟷ¡Claro que no! ''¡Alan haz esto! ¡haz lo otro!, ¿ya hiciste tal cosa?'' ꟷle espetó Alan imitándolo.

Desde esa pequeña riña algo quedo muy claro: ninguno daría su brazo a torcer. Las asperezas se hicieron más palpables. Miguel ya no trató de ser amable como siempre, si le mandaban al cuarto de

Alan para pedirle cualquier cosa, lo hacía con malos modos, recalcando de parte de quien era la petición.

Así, Alan se mantenía al margen. Se mostraba ante la sociedad solo cuando debía hacerlo, fuese en desayuno comida y cena; salidas al súper al parque o a la plaza. Su presencia se hizo casi exclusiva para la familia, muy a pesar de que sus tíos le mostraban bastante empatía y trataban de no forzarlo demasiado.

   ꟷ¿Cómo te estás portando? ꟷle preguntó su madre al otro lado del teléfono, justo el día en que había discutido con Miguel y pactado su distancia.

   ꟷBien. Creo ꟷMintió.

Cierto era que todo estaba mal. Pero, por mucho que quisiera hacérselo saber a Esther, ella no atendería a su llamado y le pediría ser más paciente.

   ꟷMañana inician tus clases. ¿Ya tienes todo listo? Recuerda: respira hondo las veces que creas necesarias antes de causar problemas. No quiero que se repita lo de antes. No más golpes, ni mordidas, ni pellizcos. Ni siquiera miradas que amenacen a tus compañeros.

   ꟷSi...ꟷ respondió Alan, molesto.

Cuando colgó la llamada, apagó la luz de su habitación, dejando encendida una lámpara de noche que su padre le había obsequiado en su cumpleaños número siete.

   ꟷAsí no sentirás miedo por estar a oscuras. Será como un cálido abrazo de papá protegiéndote toda la noche.

Recordó el beso en su mejilla y los pinchos de su barba raspándolo. Su mano despeinando su cabeza y la otra, cubriéndolo con su sábana.

   ꟷDulces sueños, mi niño espacial...

Mientras veía a su padre alejarse, la silueta de su madre permanecía recargada en la puerta, con los brazos cruzados y en total silencio.

   ꟷ¿Por qué gritaban como locos? ꟷquiso saber Liliana mientras peinaba los cabellos de a Estela.

La pequeña desayunaba cereal y veía entretenida la caja. Hacía 15 minutos que había escuchado a su par de adolescentes discutir.

   ꟷSiempre pelean así ꟷadvirtió Esteban, apartando la vista de donde su hermano mayor, quien, como era de esperar, le dedicó una mirada de desaprobación.

   ꟷNo es nada de eso. Puede parecer que peleamos, pero eso es porque Alan habla muy fuerte y llego a pensar que está sordo, así que alzó la voz de igual forma. Es simple empatía.

   ꟷJa, empatía. Así lo llamaremos ꟷbufó Alan, sin ánimos de escupir la única verdad que existía entre ambos: se despreciaban.

   ꟷNo tengo tiempo ahorita para esto ꟷ suspiró Lily resignada.

Después de todo, no esperaba que se llevaran especialmente bien desde un inicio

   ꟷHablaremos después. Coman rápido y váyanse. Se hace tarde.

Ambos atendieron la orden y al cabo de 8 minutos ya estaban en la puerta con sus mochilas al hombro. El trayecto a la secundaria fue bastante silencioso. Apenas y se dirigían la palabra y ni que decir de una mirada. El sonido de las aves y de las llantas de algún carro que los rebasaba de cuando en cuando eran su única compañía.

Alan por su parte, procuraba caminar a 10 pasos lejos y por detrás de Miguel y a este, parecía importarle poco la distancia impuesta por su primo después de todo, no pasó mucho tiempo para que

Miguel se encontrara con sus dos amigos; quienes solían esperarlo fuera de sus casas. Este par eran vecinos, y sus nombres eran Raúl y Juan. Se unieron al andar de los primos, y apenas y preguntaron algo acerca de Alan.

A esas alturas, parecían conocerlo muy bien y preferían mantenerse lo más lejos posible.

   ꟷEs un grosero, vulgar y seguramente un matón de cuarta en su antigua escuela ꟷles mencionó en varias ocasionesꟷ. Es de lo peor. Será mejor que se mantengan lejos de él..

Si bien, no era bueno juzgar sin conocer de antemano a las personas, la cara de pocos amigos que llevaba consigo el pecoso primo de Miguel, no los incitaba a querer corroborar las afirmaciones del castaño.

Charlaron sobre la tarea y el examen que les harían al finalizar el bimestre. Hablaron de la clase de matemáticas, de la semana pasada y de lo poco que lograron entender con la explicación de la profesora Fabiola.

A oídos de Alan, toda esa charla era basura de ñoños y no había ni un dato que le fuese relevante.

Cuando llegaron a la secundaria, el escrupuloso y metódico Miguel se detuvo para revisar cada detalle de su uniforme antes de entrar a la escuela.

Inspeccionaba y alisaba su camiseta bien planchada; al igual que sus pantalones a cuadros. Su suéter no debía llevar ninguna sola pelusa, y de haberla, se deshacía de ella con eficacia y rapidez. Sus zapatos, lustrados con sumo cuidado. Su cuello, abotonado y bien acomodado. Y su cabello marrón claro y lacio, engomado y bien acomodado gracias a su meticulosa rutina matutina.

Verificó su aliento y, por último, sus uñas. Finalmente, se dispuso a cruzar el portón.

   ꟷDios mío, ¡Eres peor que una niña! ꟷlo empujó Alan, quien había esperado tras él durante todo su ritual. ꟷ Vienes a quedar bien o a estudiar, bobo.

   ꟷ¡No me llames así pedazo de...! ꟷMiguel se detuvo, obligándose a callar y guardar la compostura ... No me hables así ꟷexpresó con fingida voz suave y tranquila.

   ꟷSi, si, lo que diga mi primo el rarito ꟷAlan miró a su alrededor.

La escuela se veía totalmente distinta en el turno matutino.

El sol aún no salía, así que las fuentes del patio cívico, encendidas con múltiples luces de colores, sumado al conciliador susurro del agua cayendo, daban una sensación reconfortante. Los edificios portaban sus luces blancas encendidas con total descaro. Y los alumnos, somnolientos, entraban aun quitándose las lagañas de los ojos mientras arrastraban los pies debido al sueño.

   ꟷNuestro bloque es justo este, frente a la entrada, piso 3. Tu salón es el 1-D ꟷindicó Miguel, mostrándole el camino.

Juan y Raúl se habían ido a las oficinas, que estaban a mano izquierda de la entrada, justo debajo del bloque donde se encontraban los de tercero.

   ꟷOh, y te pediré que no me hables, a no ser que sea absolutamente necesario. Entre menos personas se enteren de que eres mi primo, mejor.

   ꟷNo tienes que pedírmelo. No quiero que me vinculen contigo. Eso jodería mi reputación.

   ꟷEl sentimiento es mutuo. Y por favor, no te metas en problemas. Mi madre me pidió que te vigilara. No soy tu niñera, así que ahórrame el trabajo.

   ꟷSi, si... lo sé ꟷespetó el pecoso, tomando camino hacia su salón, contemplando los edificios ocultos por la oscuridad de esa mañana de octubre.

En su cabeza, el recuerdo de su madre mirándolo con frialdad imperaba, ahí, un día antes de partir a casa de su tía, le explicaba de manera concisa el porqué de su decisión y lo que esperaba de esta medida tan drástica que había tomado.

   ꟷNo quiero recurrir al plan B, entiendes Alan. Bastará una llamada de tu tía Liliana para que vaya por ti, y te lleve con tu tío Luis como se tenía planeado en un principio. No tendrás la edad para entrar en la militar, pero él se encargará de ti como si estuvieses ahí. Con lo estricto que es, dudo mucho que sigas con esa actitud. Tienes suerte de que tu tía quiera ayudar. No le des problemas. ¿Quieres?»

Como siempre, a su madre solo le interesaba eso. No dar problemas.

«Aguantaré, pero nada más porque no quiero ir con el tío Luis. No por ti, Esther.»

Subir al tercer piso le fue bastante molesto. A medida que se acercaba a su piso, un nudo se le formaba en la boca del estómago.

Le costaba admitir que, muy a pesar de su apariencia decidida, en el fondo, los nervios le carcomían de a poco.

A diferencia de los demás en su primer día de clases, él no tenía una sola cara amigable que buscar.

En ese pueblo, todos se conocían desde hace años, aunque sea de vista. Y eso, ya era algo con lo que comenzar. En cambio, él solo conocía a su primo y este lo detestaba.

Agitando su pie compulsivamente, esperó en el área de prefectura tal como le había indicado la secretaria el día en que lo aceptaron y tuvo que presentarse para solicitar su credencial de estudiante.

El prefecto se encargaría de presentarlo ante la clase y su profesor en turno. Pero los minutos pasaron y los salones fueron llenándose y cuando el portón se cerró, el prefecto hizo su aparición.

   ꟷ¡Buen día, joven! ꟷlo saludó de buena gana aquel hombre alto, de apariencia enérgica y deportiva, con ropa ajustada.

Alan le devolvió el saludo con timidez y forzando su sonrisa.

   ꟷMi nombre es Julio. Soy el prefecto encargado de este piso. Cualquier problema general, en caso de que no esté tu maestro en turno, conmigo por favor ꟷY diciendo esto miró su reloj. ꟷ Ya es bastante tarde. Sígueme, te presentaré a tu grupo.

Por un momento, Alan deseó que la tierra se abriera y lo tragara sin piedad. Las miradas de todos se posaban sobre él, observándolo de pies a cabeza. La mayoría mostraban confusión, otros, alivio, algunos mostraban curiosidad, y otros pocos, murmuraban:

   ꟷ¿Entonces solo fueron rumores? ꟷ escuchó a una voz femenina decir.

   ꟷOjalá ꟷle respondieron, con aire de alivio.

   ꟷNo, no era. ¡Qué bueno! Ya la hicimos ꟷfestejó alguien más.

Alan tratando de no prestar atención a sus comentarios, se presentó y se dirigió al asiento que le fue asignado como sitio provisional; hasta la última butaca de la penúltima fila, mientras le daban su número de lista.

El profesor del momento comenzó su clase en cuanto Julián abandonó el aula y desde ahí todo marchó con tranquilidad. A simple vista, parecía haber compañeros a los que podría llegar a agradarles, ya que lo volteaban a ver, le sonreían e incluso los más cercanos a su ubicación, le hacían preguntas esporádicas para irse conociendo.

Había una gran ventaja en el hecho de que se desconociera su mítico historial del terror. De alguna forma, eso le ayudaría a controlar su carácter.

Al parecer las cosas marcharían bien.

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